Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9

    La persona que menos me podía imaginar y una de las más peligrosas para mí, era la que tenía a mi espalda, pegado totalmente a mi cuerpo, con su mano tapando mi boca, su brazo enrollando perfectamente mi cuerpo por debajo del pecho y su aliento cayendo por mi cuello. Todo mi cuerpo reaccionó violentamente a su contacto, una cálida y dura masa atrapándome en un eterno remolino de excitación.

Estaba mejor fuera con las criaturas que querían matarme que encerrada entre torres de coches con él.

Consciente de la cercanía de su cuerpo y del estado del mío propio, intenté debatirme por salir de tanto calor corporal, pero Romeo se adelantaba a mis movimientos y gruñía palabras para que me mantuviera quieta mientras apretaba más su abrazo.

-Alaya, -Susurró ronco por el esfuerzo mientras colocaba su nariz entre mi cabello y la oreja, ese gesto impulsó a mi cuerpo a pegarse más al de él. -¿Qué puedo hacer para que te estés calladita y quietecita? –Terminó la pregunta con un terrible bocadito en una zona sensible de mi oreja, gruñí contra su mano y ladeé la cabeza ofreciéndosela más. –Así que, esta es la única manera para mantenerte calmada. ¿Calentarte? –Volví a gruñir por que el brazo que se mantenía tenso debajo de mi pecho subió lentamente, arrastrándose por la tela de mi fina camiseta hasta posarse encima de mis ya endurecidos pezones. –Sirena, no me provoques. –Apretó uno de mis pechos con su mano, ahuchándolo y encajándolo perfectamente en esa mano grande. –Anoche me quedé con las ganas de meterme dentro de ti, clavar mi polla hasta el fondo y hacerte gemir. Si continuas por ese camino terminaré follándote en cualquier lugar y en cualquier postura que a mí me agrade. –Los dedos que tapaban mi boca se deslizaron por mis labios, rozando el perfil de mi forma. Abrí la boca para soltar un suspiro y él aprovechó ese gesto e introdujo dos de sus dedos en ella, rozando los dientes y luego jugando con la lengua. –Estoy seguro que si estos dedos estuvieran jugando en otro lugar más abajo, estarían tan mojados como tienes esa deliciosa boquita. –Terminó la afirmación, (acertada por cierto) con un enérgico, lento y sensual empujón contra mi trasero.

Estaba excitada, loca de deseo, ni siquiera recordaba porque demonios estábamos ahí encerrados, cubiertos de chapas de metal en descomposición, solo podía pensar en él, en su voz grave y seductora que venía a mí en pequeñas palpitaciones de electricidad, en su cuerpo pegado al mío, amoldado perfectamente en esa cadera que había comenzado a balancearse, dándome pequeñas envestidas y mostrándome que él estaba tan cautivado por el momento como yo.

Si, también estaba igual de mojado que yo, el bulto que notaba en mi espalda lo delataba con intensidad.

-No te puedes imaginar todo lo que se me pasa por la cabeza, todo lo que te haría, en que postura te colocaría, como gozaría incansable de tu cuerpo. –Me derretía, las rodillas parecían volvérseme de mantequilla. –Si tan solo esos labios me lo pidieran, te embestiría sin detenerme, una detrás de otra para que te pasaras una semana dolorida, sin poder dar un paso, sin ni siquiera poder levantarte de la cama, pero con mi marca por todo tu cuerpo.

Me encantó escuchar esa promesa, tanto, que sin meditarlo brevemente cerré la boca en torno a sus dedos, encerrándolos dentro, unos dedos que habían estado entrando y saliendo seductoramente, provocándome una nueva y excitante sensación. Romeo gruñó salvajemente al sentir ese encierro, su gruñido recorrió mi cuerpo llenándolo de electricidad, erizando cada cabello y acariciando las zonas que deseaba que él tomara con devoción.

-¿Eso es una sugerencia, Sirena? –Mordí suavemente esos dedos con los dientes, él volvió a gruñir contra mi oreja.

Tan rápido como de un rayo fugaz se tratara me agarró de los brazos y me dio la vuelta encarándome cara él, tomó mis muslos con sus manos y subió hacia arriba hasta ahuecar cada nalga con la palma de sus duras y callosas manos. Esas fuertes manos me tomaron con fuerza, alzándome y apoyándome en una pequeña placa de hierro a mi espalda, donde tan solo pude apoyar la mitad de mi trasero. Él se colocó entre mis piernas y acarició cada muslo, apegando su pecho al mío y clavando su intensa y deseosa mirada en mí.

Inmediatamente y sin control alguno sobre mi fogoso cuerpo, le rodeé con los muslos la cintura apretándome y aferrándome a su cuerpo como una enferma por sentirlo entero, por sentir de nuevo ese placer, un placer que solo él podía darme. Sus manos aprisionaron mi rostro y lo alzaron para que lo mirara, el turquesa de su mirada estaba tan oscurecido como su oscura y peligrosa alma.

-Eres mala Sirena, muy mala.

Ya estaba, lo tenía. Sentía el calor de sus labios aproximándose a los míos, su aliento ya entraba en mi boca entreabierta y mis ojos estaban fijos en los de él, atrapados en la oscuridad de su mirada, en ese color que parecía adoptar nuevos puntos de matiz brillante en su interior. Pero el beso jamás llegó. Su frente se apoyó en la mía y cerró los ojos.

-Haces que me despiste de mi trabajo. –Me separó de su cuerpo y se mantuvo fuera del alcance del mío, retirando cualquier tipo de contacto. Lo miré aturdida y con la respiración acelerada, él estaba tan afectado como yo. –Tengo que ir ayudar a los demás. –No me miró, miraba el suelo, sus manos estaban cerradas en puños y fuertemente apretadas contra sus caderas. –No te muevas de aquí, estarás a salvo. –Se dio la vuelta y comenzó a trepar por la pila de coches, lo miré atentamente, anhelándolo y suspiré al aire. Romeo se frenó, se giró y me miró a los ojos. -Debí hacerte mía anoche. –Y se esfumó.

Otra vez sola y abandonada por él.

Maldito cobarde.

Salté al suelo y me arreglé la ropa, tampoco había que arreglar mucho, pero el estado de nervios que me había dejado ese maldito hombre medio muerto tenía que quitármelo de encima de alguna manera. Bufé y dirigí mi mirada a esa torre de coches con colores perdidos por donde se había marchado Romeo.

Maldito hijo de perra. Lo había vuelto hacer, me había utilizado de nuevo y yo parecía tonta, me dejaba llevar por él como si no tuviera sentido común, como si no tuviera dignidad y como si fuera su sumisa, su adicta sumisa. Simplemente con que el muy bastardo chasqueara los dedos, estaba lista y mojadita para abrirme de piernas y esperarlo obedientemente.

Tenía que reaccionar y dejar de babear cada vez que Romeo me tocara o clavara su mirada oscura e infernal en mí. Tenía que espabilar, ese hombre continuaba enamorado de Drusila, solo que ella lo había dejado y no sabía el motivo, pero si sabía que él quería volver con ella y el rechazo de Drusila lo afectaba tanto que se consolaba conmigo, no podía permitirme el lujo de ser tan ultrajada y usada para animar su pena ¿Y la mía? Esos actos me hacían tener una esperanza sobre él, pero era todo una mentira, un engaño doloroso y difícil de evitar. No podía evitar a Romeo y mi única medicina era Arín, él era la ayuda que necesitaba para alejarme del obsesivo deseo que sentía por Romeo.

Si elegía Arín, Romeo desaparecía y a lo mejor podía ser feliz porque parte de mi corazón era del Victoriano.

Amaba a los dos, pero solo uno podía darme todo lo que deseaba en la vida, el final feliz de los cuentos legendarios que siempre me habían gustado.

Un fueron felices y comieron perdices.

La pila de coches que tenía a uno de los lados comenzó a temblar, como inducida por un intenso terremoto o una de las criaturas que evitaba a toda costa estaba empujándola al otro lado, no estaba muy segura de la respuesta.

Me giré lentamente y fui acercándome a esa misma pila, buscando un mínimo hueco que me mostrara que sucedía en la otra parte. La pila se fue deteniendo y un pequeño agujero me mostró la claridad de que no había nadie ahí fuera, quien había movido los coches ya no estaba, me acerqué más, apoyando mi mano en ese metal que me encerraba, muy lento, mirando fijamente el exterior, buscando una señal, no obtuve ninguna...

De golpe un ojo amarillo perfilado en rojo miró a través del agujero, apareciéndose de golpe y mirándome. Su pupila se dilató cuando dio conmigo. Grité y me eché hacia atrás, caminando hasta tocar una puerta aplastada con la palma de las manos, el lobo comenzó zarandear la pila de nuevo, solo que esta vez con más violencia. Escuché el sonido de sus garras clavarse en el metal y entendí mi terrible error.

Estaba escalando no estaba moviendo la pila para tirarla, estaba subiendo por ella. Miré aterrada al cielo y conté mentalmente de cuánto tiempo disponía para salir antes de que ella llegara...

Mierda, ya estaba en lo alto y preparada para saltar al interior.

Me di la vuelta e introduje mi cuerpo por una de las ventanillas destrozadas del coche del primer piso. Fui reptando por los sillones, esquivando toda clase de desastres cortantes o barras que amenazaban en cortar algún pedazo de mi cuerpo. Escuché el rugido de la bestia cuando cayó al suelo, después, el metal saltar volando junto con unas cuantas piezas más y la bestia se introdujo en mi mini túnel de salida improvisada, detrás de mí, por suerte yo ya estaba en el siguiente coche, cosa que me había costado unos cuantos arañazos en la cara y un pequeño aplastamientos en los pulmones, por no decir lo claustrofóbico que resultaba arrastrarse por un hueco tan pequeño.

Temblaba de miedo mientras escuchaba con horror como la criatura se acercaba a mí, por lo visto ella no lo había tenido tan difícil como yo, ésta había optado por arrancar todo aquello que le estorbaba para adentrarse y atraparme.

No me había girado ni una sola vez pero en mi mente podía llegar a imaginármelo perfectamente, cerca de mí, cortando con sus cuchillas todas las navajas que a mí me habían cortado, oliendo el aroma de mi sangre en sus pulmones y saboreando mis pies en sus garras.

Avancé con rapidez al ver lo cerca que estaba de la salida, sentí el aliento de la criatura en mis pies, alcé la mano histérica y abrí la puerta de mi libertad casi arrancándola, me arrastré con fuerza y caí al duro cemento del suelo, rodé por el suelo hasta ponerme boca arriba para encarar a la bestia de frente, la cual, según mi aumentado sentido, estaba a punto de salir.

Traté de incorporarme pero ya era demasiado tarde, la mitad del cuerpo del licántropo ya estaba fuera del coche, mirándome con hambre y con ganas de encargarse de mí, los susurros de sus pensamientos llegaban a mi cerebro como una visión sádica, una visión que intentaba descartar de mi cabeza a la fuerza.

Continúe mirando a esa bestia hasta que al fin saltó y su cuerpo desapareció de mi vista. Miré aturdida por un momento ese hueco vacío sin hallar al lobo que me había seguido con urgencia, un ser que había desaparecido y que no me había atacado.

El escándalo de una intensa batalla a mi espalda me hizo perder el interés en la busca perdida del lobo y atender a lo que sucedía detrás de mí. El licántropo desaparecido y un guapísimo guerrero vestido totalmente de blanco luchaban entre sí, en una intensa batalla, mi guerrero empuñaba una larga y afilada espada que se movía como el viento. Sesgó la vida de esa bestia con tres ataques más, pero el peligro no había terminado, unos cuantos Narcisos se avecinaban por los lados para atacarlo, se me contrajo el corazón.

Arín, antes de enfrentarse a ellos me miró, esa mirada de preocupación acudió a mi dolorido corazón como un intenso bálsamo. Cuanto lo había echado de menos, esos ojos, esos labios gritándome algo que no llegaba a escuchar por mi embobamiento, y ese cuerpo fuerte, poderoso, moviéndose en pleno combate, era hipnotizador y atrayente.

Todo un impresionante dios griego prohibido, menos para mí. Él era mío.

Me alcé del suelo sin quitarle la vista de encima, viendo como uno a uno los Narcisos iban cayendo, el problema es que iban apareciendo más y mi Victoriano estaba solo, necesitaba ayuda, mi ayuda. Di dos pasos y me agaché para coger del suelo un arma perdida de uno de los Narcisos caídos, alcé el arma apuntando a uno de los que corrían en dirección a mi guerrero y disparé, el enemigo cayó al suelo. Apunté a otro.

-Alaya corre, márchate.

Disparé y otro más se unió al suelo lleno de bolitas de color rojo que manchaba el gris del cemento, unas bolitas que explosionaban al mismo tiempo que los cuerpos iban cayendo.

-Alaya...

Mis ojos se fijaron en Arín, su voz se había apagado, lo superaban y casi no podía con todos los que se le venían encima, asustada corrí en su dirección mientras disparaba a cada uno de ellos que se atravesaba en mi camino, pero, en el momento que me unía a la batalla unos brazos fuertes me cogieron por detrás y me aplastaron contra un enorme y duro cuerpo.

Me debatí por soltarme consiguiendo parte de mi libertad pero dos Narcisos vinieron a por nosotros, mi secuestrador no hizo nada por defenderme, me apretó con más fuerza y dejó que los sicópatas esos me cogieran de los pies, aturdida dejé entrar una bocanada de aire en un grito histérico y mi cuerpo se tensó.

Mi secuestrador era un Titán. Un enorme guerrero Victoriano convertido en Narciso y a las órdenes de Esbeltina.

¿Por qué no había funcionado mi sensor de alarmas? ¿Quién demonios me pensaba que me estaba cogiendo? Me recriminé intensamente por no poder darme de cabezazos contra una pared por mi estúpido despiste, ya que ahora mismo estaba demasiado ocupada y demasiado amarrada.

Me debatí con más hincapié, golpeando con aquello que tenía libertad, pero mis golpes eran inútiles, esos seres no solo me tenían bien atrapada, sino que, ya habíamos comenzado a caminar, cuando me di cuenta estaba dentro de un coche negro, en la parte trasera, atrapada de la espalda por el Titán y de los pies por un Narciso. El coche se puso en marcha, arrancando a gran velocidad, había escuchado de fondo gritos que llevaban mi nombre escrito, pero me encontraba muy lejos de ellos.

-Estate quieta. –Me amenazó el Titán contra el pelo.

No podía ponérselo tan fácil, me había dejado atrapar y ahora tenía que salir de aquí yo sola. Miré al que tenía delante, intentaba sin conseguirlo mantenerme de los pies cogidos, intentó de nuevo volver a enrollar sus brazos a mis gemelos pero yo se lo impedí y le metí una patada con todas mis fuerzas, la cabeza del Narciso salió disparada contra el cristal, ese impacto agrietó parte de la oscura ventana pero nada más.

El agredido sacudió la cabeza, rugió con la vista cargada de ira hacia mí y me pegó rápidamente tal bofetón que me giró la cara. No vi lo que sucedió después pero sentí el cuerpo que tenía detrás abalanzarse contra el Narciso que me había pegado y a continuación, escuché el cristal hacerse añicos.

-Como vuelvas a tocarla terminarás como el cristal. –Rugió el Titán.

-Esta zorra me ha pegado, has visto lo que me ha hecho...

-Me la suda. –El Titán estaba completamente tenso, preparado para pegarle de nuevo. –Si la llevamos con una sola marca, Omar nos matará. ¿Prefieres eso, gilipollas?

Escuchar ese nombre me puso los pelos de punta, aterrada comencé a moverme de nuevo, solo pensaba en escapar de ellos, el cuerpo a mi espalda me amarró con fuerza, agarrando mis brazos y doblándolos hacia atrás en una postura que me arrancaba gritos de dolor, el Narciso comenzó de nuevo a tomar mis piernas y presionarlas con fuerza, tanta que estaba segura que me dejaría marca.

-Aroon, dame el sedante, esta zorra no para quieta. Hay que dormirla. –El Narciso que ocupaba el sillón del copiloto se giró con una jeringuilla en la mano, quitó un taponcito y presionó, un líquido azul salió de la aguja, chorreó por su mano mientras le daba varios golpecitos al plástico. –Pónsela tú, corre, joder.

Mis ojos se abrieron como platos mientras clavaba la mirada en la jeringuilla, el Narciso se colocó encima del sillón que ocupaba delante, girándose cara nosotros, acomodándose para clavar mejor en mí esa droga, no podía permitírselo, grité, luché y me alejé lo máximo posible de esa amenaza pero su mano atrapando mi brazo me impidió bastantes movimientos, aun así, evité ese pincho.

-Maldita sea, no puedo, cogerla bien.

El Titán que tenía detrás me cogió del pelo y tiró con fuerza de él, mi cuello se giró bruscamente dándome de narices contra su cara. Tenía los dientes apretados y estaba ardiendo de furia, sus ojos azules se bañaban de unas pocas motitas en un rojo sangre.

-Cálmate de una puta vez o te clavaremos la jeringuilla en esos preciosos ojos. –Lo miré con ira pero la aguja plateada bailó por uno de mis ojos apoyando a su amenaza, esa imagen vista tan de cerca me mantuvo temporalmente quieta. –Chica lista.

Escuché el sonido de una carcajada y vi lentamente como esa aguja volaba de mi ojo a mi brazo, el miedo comenzó acorralarme, me mordí la lengua para no gritar mientras sentía que la sangre me dejaba de circular.

De pronto, y como caídas del cielo cuatro balas atravesaron la luna trasera y surcaron el coche, una de ellas le dio al Narciso que mantenía la jeringuilla en alto cara mí, este se evaporó y la aguja calló al suelo. El Narciso que tenía mis piernas atrapadas me soltó y comenzó a disparar, el Titán me tiró al suelo y me bloqueó el cuerpo con uno de sus pies puestos encima de mi cuerpo, intenté incorporarme pero el muy bastardo me empujaba con ese pie contra el suelo.

Los disparos continuaron, pasaban por encima de mí, no sabía quién nos estaba atacando pero esperaba que fuera por salvarme a mí.

Noté algo duro y pequeño rodar por mi mano, alcé la vista de la alfombrilla negra y vi la jeringuilla venir e ir, de un lado a otro, según los giros que tomaba el conductor, la tomé con la mano cuando vino de nuevo a mí y con un poco de esfuerzo la clavé en el pie que me mantenía atrapada en el suelo, ese peso desapareció y cuando me levanté del suelo dos Narcisos desaparecieron también, el problema es que uno de ellos era el conductor y sin nadie que dirigir el volante el coche se fue solo y directo a un precioso puente, pero en vez de ir en línea recta, su camino fue ladeado hacia una parte del puente, directo a una improvista trampa mortal por culpa del mal estado de la carretera, no tuve tiempo de salir de ese coche, cuando estaba intentando abrir la puerta ya estábamos volando por los aires y cayendo en picado al agua.

El golpe fue como estamparse contra un tráiler, mi cuerpo chocó contra uno de los sillones de delante y me abracé a él con fuerza, la luna delantera se desquebrajó y en segundos se partió en miles de pedazos, los trozos se dispersaron por todas partes y el agua entró a raudales por el coche mientras este, inundado se hundía hacia el fondo.

Tomé la última bocanada de aire antes de verme sumida y envuelta en el agua, mi cuerpo ya estaba brillando antes de que el agua me cubriera entera, notaba como todas las heridas de mi cuerpo saneaban favorablemente, sentía poder sobre mí, pero no el suficiente.

Mis manos se fueron directas a la manivela, la presioné varias veces pero no podía abrir la puerta trasera y por delante tampoco podía tomarlo como una salida, ese cristal que se había roto en pedazos con el golpe se había convertido en una trampa mortal, no podía arriesgarme e intentar buscar mi salida por ahí, ya que el fondo estaba cercano y quedaría atrapada entre el suelo y el coche.

Ansiosa intenté romper la ventana, pero tampoco podía y entonces, como última alternativa me fui a la luna trasera, estaba desquebrajada, con un simple golpe estaría hecho, pero al ir a golpear ese cristal, este se rompió en pedazos, (como había imaginado) y unos brazos atravesaron ese vacío y me cogieron de las manos sacándome de allí antes de que se hundiera más el coche conmigo dentro.

Mi salvador me sacó a gran velocidad del agua mientras me tomaba en un desesperado abrazo, uno al que me ofrecí y agradecí al sentir la electricidad que me provocaba ese cuerpo.

Cuando salimos a la superficie cogí todo el aire posible para llenar mis pulmones, todo el aparato de respiración me escoció, me quemó intensamente y el aire que entró se convirtió en fuego, mi aliento tardó unos segundos en recuperar su habitual respiración, lo fui controlando mientras que Romeo me arrastraba hacia la orilla, una pendiente de tierra y hierva que cerraba uno de los lados del sucio rio donde habíamos caído.

Arrastré mis pies por el suelo, dejándome llevar por un agotamiento que todavía no había desaparecido de mi cuerpo, mientras intentaba que mis pulmones se fueran adaptando al oxigeno que necesitaba.

Antes de que me tirara en el suelo para descansar, Romeo me atrapó en un abrazo, rodeándome con sus brazos y atrapándome en esa cálida cárcel. Fue un gesto que me pilló desprevenida y alcé la vista para mirarlo, pero no tuve tiempo de ver sus ojos, sus labios se apoderaron de los míos ansiosamente, besándome con un hambre que de nuevo me cortó la respiración.

Lo empujé con los brazos, no era que no me gustara ese beso, era solo que necesitaba respirar, todavía no había llenado tanto mis pulmones como para volver a castigarlos.

Después de haberme marcado deliberadamente con sus labios me soltó, pero sus brazos continuaron alrededor de mi cintura, envolviéndome en un calor irracional. Tosí y lo miré, él me miraba con una expresión extraña y diferente, parecía preocupado, aterrado por algo.

-Te dije que no te movieras. –Soltó alterado.

-Si no me hubieras abandonado no hubiera tenido que huir de la bestia que se metió conmigo dentro del agujero donde me dejaste sola y... -Me cogió del rostro con las dos manos y lo mantuvo cerca del suyo.

-No te abandoné, pensaba que estarías a salvo...

-Pues te equivocaste. Otra vez. –La angustia y la ira brilló en su mirada. Presionó más sus manos contra mí, mientras acercaba su rostro al mío, mis ojos se fueron directos a esos labios que reclamaban ser besados.

-Alaya, yo...

-Sepárense y pongan las manos en alto.

Los dos nos giramos hacia la persona que había dado ese grito, un hombre de cabello negro con un generoso bigote y vestido de azul en varios tonos nos apuntaba con una pistola, cuatro más detrás de él actuaron de la misma manera al ver que no hacíamos lo que nos había ordenado don mostacho.

-He dicho que se separen y levanten las manos. –Volvió a indicar el policía con la voz nerviosa y bastante alterada.

-Haz lo que te digan. –Me susurró Romeo soltándose y separándose de mí.

-¿Nos vamos a dejar atrapar? –Actué de la misma manera y me coloqué de frente a los agentes con las manos en alto.

-Ahora mismo es lo más sensato que se me ocurre. Los Narcisos no se atreverán atacarnos con los agentes de la ley a nuestro alrededor.

-Pero nos detendrán y tal vez pasemos la noche en un calabozo.

-Si eso te mantiene a salvo, no me importa.

Romeo me miró, sus pupilas se dilataron y por un momento lo escuché en mi cabeza, intentando tranquilizarme con palabras dulces, solo que no era su voz, solo eran sentimientos, unos que llevaban letra pero no una voz fina que me resonara por la cabeza, solo una intensa y melodiosa canción que me hacía centrarme en él.

Dos agentes se colocaron detrás de nosotros, tomaron nuestros brazos y los colocaron detrás de la espalda cruzados. Nos colocaron unas esposas demasiado justas para mi gusto mientras nos leían nuestras derechos, solo presté atención a la última palabra, en todo momento no le había quitado la vista de encima a mi Dragón, temía romper ese hechizo, esa calor que hacía desaparecer el frío, o la música que él estaba trasmitiendo a mi cabeza, una canción llena de sentimientos tan mezclados que no tenían significado.

Nos montaron en coches separados, pregunté a los dos agentes jóvenes que montaron conmigo el motivo de nuestra detención, ninguno de ellos me quiso decir nada, e incluso evitaban mirarme, se mantuvieron tensos, nerviosos y callados durante todo el viaje, así que, opté por recostarme en el sillón y observar el paisaje. Cuando llegamos a la comisaria me introdujeron en un cuartito estrecho con paredes de hormigón en un color fúnebre, un espejo ocupando toda una pared a un lado, una mesa en el centro con dos sillas acompañándola y un banquito alargado justo delante de la pared del espejo, miré a mi alrededor hasta toparme con el espejo, lo miré atentamente y vi lo que había al otro lado, cinco agentes atentos a mí, mirándome con demasiada atención, sonreí al espejo para estar segura de esa mirada que ya comenzaba a perturbarme y mis sentidos dieron en el blanco, los hombres de la otra sala abrieron tanto la boca que escuché unos cuantos chasquidos de mandíbulas desencajarse de su lugar.

Cerdos, pensé dándoles la espalda.

La puerta se abrió y aparecieron dos agentes por ella con Romeo a sus espaldas, el cual nada más entrar dio un rodeo con la mirada a la sala de interrogatorios hasta dar conmigo, se me acercó con paso ligero y sin quitarme la mirada de encima.

-No digas nada, no abras la boca. Yo lo solucionaré. –Le dije que si con la cabeza. –Y por favor, -Susurró aún más bajando el sonido de su voz. –no te delates, intenta mantener la calma.

Tres agentes más entraron cargados con dos sillas que colocaron alrededor de la mesa, uno de ellos era el del gran bigote que nos había detenido. Los cinco agentes nos miraron, primero a Romeo y luego a mí, solo que a mí me dedicaron otra clase de mirada que no me gustó nada de nada, ni a mi guerrero, ya que Romeo se colocó delante de mí, tenso y con las piernas separadas. Uno de los agentes con el pelo cortado en forma de cepillo, avanzó hacia nosotros y nos rodeó echándonos de nuevo otro vistazo.

-¿Los habéis registrado?

-A él sí y no lleva nada, a ella... Esperábamos a que interviniera una...

-Yo la registraré, podía ser peligrosa para nosotros si escondiera un arma en alguna parte de su cuerpo. –Su voz sonó llena de hambre, cada palabra escondía un matiz repugnante.

El policía que yo había apodado mostacho se adelantó y me tomó del brazo para colocarme cara la pared, me resistí, ellos no podían registrarme, legalmente solo las mujeres podían ser tocadas por otras mujeres de la ley.

Se lo expresé a don cepillo que se acercó a mí en voz alta pero este me tomó de la otra mano y entre él y mostacho me colocaron cara la pared, apretándome a ella.

Miré por encima de mi hombro, a través de los brazos de mostacho como don cepillo se agachaba con las manos directas a mis piernas y con los ojos cargados de sucia lascivia. Me entraron arcadas de solo pensar en esas manos asquerosas tocándome. Me resistí de nuevo, mostacho apretó más su agarre, mi mejilla estaba empotrada contra la fría pared.

-No te resistas a la autoridad, muchacha, sino, será peor para ti.

No le hice ni caso, no me estaba resistiendo a la ley, me estaba resistiendo a que no me metieran mano. Lo mío era justo, lo suyo no.

No paré de menearme hasta que escuché un gruñido atroz en el mismo momento que don cepillo me puso las manos encima, un sonido que me heló la sangre. Don cepillo desapareció y mostacho me rodeó el cuello con su brazo girándome hacia el jaleo. Se trataba de una pequeña pelea que se había convertido en cuerpos volando y mi guerrero asediado por la furia en el centro.

Y eso que me había pedido que no me delatara.

Dos de los guardias se abalanzaron contra Romeo, este le dio una patada a uno y al otro lo agarró de la camisa y lo estampó contra una de las paredes, no tenía ni idea de cómo lo había hecho, pero antes de que me girara las muñecas de Romeo estaban atadas a su espalda y ahora tenía los brazos esposados por delante.

Todo un enigma. Don cepillo estaba en el suelo limpiándose con la manga de la camisa la sangre del labio y los guardias que no habían perdido el conocimiento arremetían contra mi guerrero, exceptuando a mostacho, que continuaba agarrando mi cuello como una soga. Romeo golpeó a dos más tirándolos al suelo de nuevo violentamente y se giró cara mí, mostacho retrocedió conmigo. Mis ojos se desplazaron de él a los tres agentes que se acaban de levantar del suelo y lo apuntaban con sus pistolas.

-Levanta las manos y tírate al suelo.

Romeo frenó su paso al escuchar el chasquido de las armas, estaban dispuestos a disparar, el problema para ellos es que esas balas tan solo conseguirían cabrearlo más, no frenarlo como a ellos les hubiera gustado, y el segundo problema y tal vez el más grave, nos delataría a los dos, y eso no era muy bueno para nuestra detención.

-¿Se puede saber qué coño pasa?

Una atractiva mujer acababa de irrumpir en la sala junto con dos hombres detrás de ella, todos los cuerpos que había ahí se pusieron tensos menos el de Romeo, el cual ladeó sus labios en una sonrisa mientras se giraba hacia ella. La nueva incorporación lo miró y alzó las cejas.

-Ya veo. –Susurró dedicándole una extraña pero a la vez cómplice mirada a Romeo.

La miré bien y entonces su aroma vino a mí como dulce mermelada de fresa. Era una antigua vampira, una muy vieja, con una cosecha interna de poder que podía hacer arder toda una ciudad entera y la mujer no solo guardaba tal poder en su interior, su apariencia era muy embaucadora, aparentaba algo muy diferente que no tenía que ver con lo que contenía en su interior.

Una morena de pelo corto, explosiva, con mucha energía, menuda pero con unos taconazos de aguja de miedo, unos vaqueros ceñidos a un esbelto cuerpo, una camiseta negra con un chaleco del mismo tono con grabados de dibujos geométricos y dos pistolas en un plata intenso escondidas tras ese tejido brillante.

Los hombres que en ese momento se habían colocado cada uno a su lado, eran vampiros como ella, solo que un poco más jóvenes y más siniestros tras una apariencia salvaje escondida tras unas gafas oscuras, y sin embargo, aunque aparentaban muchachos jóvenes de veinte años, sus figuras eran dobles a la de los agentes que estaban a sus lados y su verdadera edad era mayor a la mía.

-Capitana, el hombre nos estaba atacando, se ha vuelto loco. –Dijo uno de los jóvenes policías que me habían acompañado en el coche y que estaba tan baldado como los otros cuatro que Romeo había agredido.

-¿Por qué? –Nadie le contestó, todos agacharon la mirada al suelo, parecían acobardados ante su presencia. -¿Por qué? –Repitió mirando a don cepillo.

-Ha sucedido en el momento exacto que Mendex iba a cachear a la mujer. –Soltó con la voz trémula el mismo muchacho, don cepillo le dedicó una mirada asesina, luego devolvió la mirada a la capitana.

-Son una amenaza, han destrozado media ciudad, solo quería comprobar si iba armada y...

-¿Y eso te da derechos a tocar a una mujer? –Don cepillo no contestó se limitó a mirar hacia el suelo avergonzado. La mujer al fin fijó la mirada en mí, sus ojos se abrieron sorprendidos, como impresionados, luego me dedicó la misma mirada que me habían dedicado cada uno de los agentes que nos rodeaban. Cuando devolvió su vista a la mía, por un momento me pareció ver fuego en ese negro intenso, pero no podía ser, era imposible, tenía que estar confundida. –Yo me aseguraré de que la muchacha no lleve un arma encima. –Avanzó hasta estar delante de mí, miró la mano que se enrollaba a mi cuello y posó su mano encima. –Suéltala Cliver. –Le ordenó con voz de acero a mostacho, este me soltó de inmediato y ella me cogió del brazo, me llevó a la mesa, cara ella y con un leve empujoncito hizo que apoyara mi estómago en ella. Mi cabello aun mojado se extendió por toda la mesa, mi nariz estaba aplastada por el frío acero hasta que ella cogió mi cabeza con ternura y la ladeó a un lado mientras retiraba el cabello de mi cara y lo dejaba caer todo a un lado.

-Tú, -Le ordenó a alguien. -Siéntate ahí. –Una de las sillas vacías que aparecían ante mi vista fue ocupada por Romeo, se sentó en ella cómodamente, apoyando su espalda en el respaldo, esperando para ver una película, solo que sus ojos estaban fijos en mi cuerpo, en la grosera postura en la que me había colocado la capitana. –Muy bien, veamos si escondes algo.

Se colocó detrás de mí, noté su cuerpo pegarse al mío, sus caderas a mi trasero, me puse tensa y por todo mi cuerpo corrió unas docenas de alarmas que me helaron la sangre.

Me quitó las esposas y las dejó delante de Romeo, este miró esa pieza plateada y luego a mí, su mirada transparente se oscureció al ver ese acero y aunque fue difícil imaginarme que era lo que estaba pensando, su vuelta a mirar las esposas con devoción, me hizo sentir que él deseaba unas iguales, también, recordar las palabras que había utilizado "No te puedes imaginar todo lo que se me pasa por la cabeza, todo lo que te haría..." me preocupó realmente más de lo que me imaginaba.

Decidí deshacerme de esos preocupantes pensamientos y centrarme en la mujer que tenía tan pegada a mi cuerpo, la cual había cogido mis muñecas y las había colocado por encima de mi cabeza.

Entre la ropa mojada y la fría mesa mis pezones se endurecieron contra esa tabla, pero no resultó nada cómodo, estaba deseando que terminara de una vez lo que tenía en mente hacerme esa mujer, cosa a lo que no me podía negar y Romeo parecía encantado con ello. Esta vez no me defendía, dejaba que esa mujer me tocara mientras él observa todo como un espectador más de todos los que estaban allí, los cuales parecían aguantar la respiración, aunque estaban nerviosos, lo notaba, escuchaba el retumbar violento de sus corazones, un latido que parecía unirse al mío.

Mi respiración se agitó cuando ella posó sus manos en mi espalda y las fue bajando, cuando llegaron a la cintura subieron hacia arriba pero por los lados, sus yemas se presionaban contra mi piel de una manera irracional, esto no era normal, me fije en Romeo y él, al igual que todos, estaba muy atento al movimiento de esas manos, unas manos que continuaron bajando hasta pasar por encima de mi trasero, que descaradamente se detuvieron haciéndome dar un respingo que me bloqueó la respiración. Esas manos me apretaron con intención, abrí los ojos e intenté incorporarme, pero esa mujer me tumbó de nuevo en la mesa apoyando una de sus manos en mi espalda para mantenerme obligada en esa posición. Escuché el crujir de la silla donde estaba sentado Romeo pero para cuando me gire, él ya estaba sentado de nuevo con los dos acompañantes de la capitana cogiéndolo de los brazos y manteniéndolo sentado, o intentándolo. Lo miré a los ojos, él miraba a la mujer que otra vez se había pegado a mi trasero.

-¿Es necesario esto? –Le preguntó Romeo con los dientes apretados.

-Tengo que asegurarme de que tu compañera no lleva nada encima. –La mujer le contestó con burla e incluso podía imaginarme la sonrisa en sus labios.

-No lleva nada. –Le aseguró Romeo más irritado.

-No puedo aceptar la palabra de un delincuente...

-Estas disfrutando ¿Verdad, Andrómeda?

-Mantente calladito y podré hacer mi trabajo. –Le contestó ella un tanto rabiosa y terminando con la conversación.

Su humor había cambiado y su tacto sobre mí también, me levantó de la mesa cogiéndome de los brazos, apretando sus dedos para dejar una marca en mí, y con rapidez me llevó a tirones a la otra mitad de la sala donde me colocó de espaldas a la pared en la que había estado antes de cara. La miré y su negro estaba totalmente transformado, Andrómeda estaba enfadada y Romeo tenía la culpa.

El muy bastardo la había puesto rabiosa, se había mantenido callado, sin decir nada, permitiendo a esa mujer que me tocara mientras él lo observaba todo en primera fila y ahora la había provocado, enfadándola para que mi situación se complicara, para que mi cuerpo temblara de miedo mientras que el suyo continuaba sentado en la silla, observando sin hacer nada, lo tenían cogido, si, atrapado entre dos hombres, pero era lo suficientemente fuerte como para deshacerse de sus captores y quitar a la vampira de mi cercanía.

Descargué toda mi ira frustrada lanzándole una intensa mirada a Romeo pero un movimiento delante de mí atrajo mi atención de nuevo a la vampira, la misma que ahora se acuclillaba en el suelo, actuando de la misma manera que había actuado don cepillo. Andrómeda separó mis piernas con delicadeza, una a cada lado cogiéndome de los muslos y luego alargó sus manos a una de mis pantorrillas y comenzó a subir por ella lentamente, primero con las palmas, después con los dedos hasta el muslo, hurgando con sus yemas por el tejano mojado hasta llegar a mi muslo, después bajó esa caricia al tobillo e hizo lo mismo con la otra pierna. A ese punto estaba de los nervios, el acto de esa mujer era muy descarado, no solo yo lo notaba en mi cuerpo, los hombres que nos rodeaban estaban mirando atentamente con la baba colgando, les estaba excitando la escena que Andrómeda estaba ofreciéndoles.

Cerré los ojos cuando se atrevió a pasar muy lentamente por una zona que solo mi madre y Romeo habían tocado, me mordí la lengua y mis manos se convirtieron en puños cerrados, aguantando la necesidad de machacar a la imprudente vampira. Sus manos continuaron subiendo por mi estómago, mis costillas y llegaron a mis pechos, donde se entretuvieron ahuecándolos, abrí los ojos y la vi mordiéndose los labios. Ya no aguantaba más, no soportaba este acoso. Llamé a mi poder interior a gritos, lo noté vibrar, calentar mi piel, sentir que ardía como yo de ira, deseando descargar toda la tensión contra esa mujer...

-Andrómeda. –Rugió Romeo.

Antes de que pudiera descargar toda mi energía en ella, Andrómeda retiró sus manos de mí, me sonrió y se giró hacia sus hombres dándome la espalda, pero tranquila como una paloma.

-No lleva nada. –Todos tragaron saliva, ninguno podía hablar, estaban mudos y excitados al máximo. –Marcharos, salir de aquí, yo me encargo a partir de ahora de ellos.

Cada uno de los agentes fue abandonando la sala con las testosteronas por los cielos, mi cuerpo ya más relajado se apoyó en la pared mientras clavaba la mirada en el suelo de baldosines blancos. Mi respiración continuaba alterada y mis nervios a flor de piel, el pulso de mi mano temblaba violentamente. Jamás una mujer me había tocado de esa manera, ni si quiera se me había pasado por la cabeza que una mujer llegara a tocarme así, estaba frustrada y avergonzada, tenía ganas de romper algo grande.

-Ahora regreso, voy a solucionar vuestro problemilla. No tardaré. –Sentí la mirada de Andrómeda, una mirada que no devolví, no quería tentarla. –Relájala, que no cometa una estupidez, está muy nerviosa.

-Está claro el motivo. –Escuché el sonido de las esposas chocar entre sí, supuse que Romeo acababa de ser liberado.

-Me pregunto qué has estado haciendo tú con ella...

-No te importa una mierda.

-Relájate, querido. –Ronroneó Andrómeda. -Aunque me tienta extrañamente y de una manera salvaje su olor y toda ella, no voy a cometer la estupidez de intentar quitártela. Me gusta mi vida tal y como esta.

Hasta que no escuché el sonido de la puerta cerrase no me atreví alzar la vista y una vez la alcé los ojos de Romeo estaban delante de mí, como su cuerpo. No lo había escuchado acercarse, ni si quiera lo había sentido, estaba abrumada por lo ocurrido, cerrada en mi estado de confusión y hallar ese turquesa sobre mí, me trajo la descarga de adrenalina que necesitaba, ya me estaban picando las manos por pegarle un puñetazo y dejarlo medio muerto en el suelo, pero no hice nada, simplemente lo miré con los ojos cristalinos. Romeo dio dos pasos más para acercarse a mí y alzó sus brazos, yo me retiré rápidamente de ese abrazo.

-No te acerques a mí. Ni se te ocurra dar un paso más. –Romeo me miró aturdido y luego dio esos pasos que yo le había prohibido.

-Alaya...

-No me toques. –Le advertí rabiosa retirándome de nuevo de su cercanía, comenzando a caminar alrededor de la mesa huyendo de su cuerpo, no quería que me tocara, ni siquiera quería que se me acercara, estaba dolida con él y estaba segura que si lo dejaba acercarse mis sentimientos bajarían la barrera que estaba intentando mantener en pie, una barrera que caería en picado al sentirlo y me rendiría como una tonta necesitada tirándome a sus brazos. -¿Cómo has podido permitir que esa mujer me tocara de esa manera?

-La he frenado yo ¿O es que ya no te acuerdas?

-Claro, después de haberme metido mano profundamente delante de todos, mientras tú observabas atontado al igual que esos inútiles. –El cuerpo de Romeo se tensaba cada vez más, sus brazos se alargaban con impaciencia para intentar cogerme, pero yo me alejaba de ellos como si tuvieran una enfermedad contagiosa, ese gesto no le estaba gustando nada a él, su mirada se estaba convirtiendo en fuego y no era por deseo, era las cenizas de un volcán a punto de estallar, podía ver claramente la lava ardiendo en su interior. Pero volver a ver la imagen de él, mirando como las manos de Andrómeda me acariciaban el cuerpo me enfureció. -¿Te ha gustado? ¿Has disfrutado del corto-metraje erótico?

-No es lo que tú te piensas, tranquilízate. Alaya ven conmigo, por favor.

-No, no quiero que me toques.

Romeo rugió y se acercó a mí con ira, dando un rápido e impresionante salto por encima de la mesa, pero cuando estaba a punto de cogerme la puerta se abrió y apareció uno de los agentes que habían acompañado a la capitana, ese despiste me permitió separarme de nuevo de Romeo, alejarme de su alcance. El muchacho avanzó en mi dirección y me tendió una manta y una taza de donde salía una espesa capa de humo con un dulce aroma, me enrollé la manta al cuerpo, me senté en una de las sillas cerca de ese joven y tomé con gratitud el chocolate caliente con la dos manos, envolviéndome de inmediato de una inmensa tranquilidad, el joven muchacho se mantuvo a mi lado con una amplia sonrisa mientras que Romeo, al ver a nuestro invitado quedarse, decidió mantenerse alejado y se apoyó de espaldas en una de las paredes enfrente de mí con los brazos cruzados, la rabia contenida en su interior y mirándome sin perderme de vista.

Tomé a sorbitos el delicioso chocolate, agradeciendo esa crema acariciar mi garganta, tenía frío, continuaba mojada, empapada en agua, la ropa al igual que yo estaba hecha un desastre y eso explicaba que ahora mi cuerpo temblara, una vez pasado el terror de antes el frío del ambiente me traspasaba, solo el cálido líquido que me tomaba relajaba un poco ese frío y lo agradecí.

-¿Se encuentra mejor señorita? –El muchacho colocó una mano encima de mi hombro con cariño, yo lo miré y le sonreí.

-Sí, gracias...

Voté de la silla al ver acercarse fugazmente a Romeo, cogió la mano que se posaba en mi hombro y la torció, el muchacho cayó al suelo de rodillas mientras sorprendido por ese gesto se retorcía de dolor.

-¿Qué demonios te sucede? –Le grité mirándolo a los ojos. –Suéltalo, no ha hecho nada.

Romeo clavó en mí una mirada asesina y retorció más ese brazo. El chico gritó más de dolor.

-No me dejas tocarte pero a este payaso le permites que te ponga la mano encima.

-Solo se estaba preocupando por mí. –Le contesté irritada, deseaba ayudar al muchacho, pero temía que al acercarme, Romeo aprovechara esa oportunidad y me echara mano.

-¿Y yo no? –Lo miré aturdida después de mirar los ojos que me pedían ayuda desde el suelo, esa pregunta no me la esperaba, fue como un interruptor que apagó de golpe mi ira y que me dejó desconcertada.

-Tú nunca te preocupas por mí. – Susurré con un sentimiento de arrepentimiento que cortó mi voz.

Nada más terminar con esas palabras su mirada cambió, su rostro se envolvió en la oscuridad, como si una sombra se posara encima de él y lo engullera en un remolino de mil sentimientos, entre ellos la angustia que solo había visto en él muy pocas veces, pero cada uno de esos cambios me había afectado de una manera que no deseaba.

-Entonces no me conoces, Alaya.

Romeo soltó al muchacho, que enseguida se alzó del suelo y volvió a la pared de enfrente, donde antes había estado apoyado, escondiéndose en la oscuridad de su mente, no me miró y los gestos de su rostro no los veía con claridad, él me los estaba escondiendo.

¿Qué no lo conocía? Por supuesto que no, no conocía nada de él, solo esos preocupantes cambios de humor. Su comportamiento hacia mí era lo único que tal vez conocía, su ira y su deseo, cosa que no llegaba a entender si era real o no. Y sobre todo, su relación con Drusila. Era lo único que él me había dejado ver, como se atrevía a echarme en cara tal cosa y encima sentirse ofendido. Quise contestarle, decirle o preguntarle porque tenía que conocerlo, porque debía conocerlo y sobre todo, que no quería ni deseaba hacer eso. No quería conocerlo.

Mentirosa, te mueres de ganas por conocerlo mejor y más profundamente...

Cállate, le amenacé a mi conciencia que se había vuelto a entrometer en mis pensamientos. Este subconsciente mío tenía que aprender a esconderlo, sus palabras me afectaban seriamente.

La puerta se abrió y Andrómeda apareció por ella con dos hombres, miró al joven muchacho con las cejas alzadas y luego a Romeo.

-¿Sabes que puedo reteneros veinticuatro horas sin motivo alguno? –Andrómeda colocó sus manos en las caderas, en forma de jarra, ofendida.

-¿Es una amenaza? –Romeo descruzó los brazos y la miró, su precioso turquesa había adquirido su natural color, estaba más tranquilo.

-Venga, os sacaré de aquí.

Ella prefirió no enfurecer más a Romeo, y quise agradecérselo porque ahora me quedaba sola con él y ya estaba bastante enfurecido conmigo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro