Capítulo 6
Una caricia suave por toda mi espina dorsal me despertó lentamente, abrí los ojos y luego bostecé al tiempo que lanzaba una radiante sonrisa al sol que entraba por una de las cristaleras. La caricia subió de nuevo hasta mi hombro y fue una delicia despertar de esa manera, había un cuerpo cálido a mi espalda que estaba respirando con dificultad y al escuchar atentamente esa respiración mi cerebro activó mil alarmas, su aroma, más denso, azotó mi olfato con un fuerte golpe. Mi cuerpo se puso tenso de inmediato y mi rapidez, que es más que la de un humano no fue suficiente contra el dragón que había detrás de mí y antes de que pudiera alzarme de la cama, me agarró de los brazos, me tiró de nuevo en ella de espaldas, atrapó mis manos contra ese duro colchón y se abalanzó encima de mí con rabia, manteniéndome enjaulada en su cuerpo.
Miré esos ojos verdes intensamente, unos ojos que estaban completamente oscurecidos mirando mi pecho. Con el movimiento de la lucha, la sabana que me había tapado se había resbalado y enrollado en mi cintura. Ahora le estaba dado todo un espectáculo que no deseaba a Samuel.
-Samuel ¿Qué haces? –Me moví inquieta, preocupada y alterada por lo que estaba sucediendo, pero él era más fuerte que yo.
-¿Tu qué crees?
-Suéltame, no hagas una estupidez. –Le supliqué mientras llamaba impaciente a la fuerza de mi poder para quitármelo de encima, lo llamé a gritos y lo noté vibrar por mi cuerpo, envolverse en mi piel y salir de mi interior, pero una barrera lo bloqueaba cuando llegaba a él, tenía que llevar una protección para que mi poder Victoriano no le hiciera nada.
-¿Cómo tú? –Inquirió con un tono de voz amenazador.
-Yo no soy como tú...
-Lo sé, cuando te conocí parecías tan delicada, pensé que debería tratarte bien, con educación, conquistarte poco a poco, pero después de verte con él anoche, de ver lo entregada que estabas, de ver lo mucho que le distes a esa sabandija, he entendido porque yo no te atraigo. -Abrí los ojos como platos, nos había visto de nuevo y esta vez la visión que llegaba a mi mente en varias perspectivas y desde otros ojos, fue vergonzosa, y aunque ahora me moría de la vergüenza, en ese momento lo había disfrutado y mucho, el problema es que saber que Samuel nos había visto no me gustó tanto. – Te gusta lo duro. –Se mordió los labios dándome una imagen peligrosa de él, estaba cabreado y su ira iba directa hacia mí. -He deducido que para entrar en ti solo hay que darte unos azotes, arañar tu piel, tirar de ese cabello negro hasta incurvar tu cuello y hacerte gritar, tocarte sin cesar pasando mis manos por todo tu cuerpo, hacer que tu sangre me siga hasta calentarte y luego... ya sabes. –Se meneó contra mí y noté demasiado su erección, demasiado su fuerte cuerpo, no lo comprendía hasta que bajé la vista por aquello que podía ver y entonces me di cuenta de que Samuel estaba igual de desnudo que yo, solo nos separaba un trozo de tela suave que por suerte estaba demasiado enrollada en mi cuerpo, solo que a partir de la cintura y la cosa no mejoraba para mi situación. –Solo que yo no voy a cometer la estupidez de mantenerte virgen. –Acercó su rostro al mío, nuestras narices se rozaban. –Voy a follarte quieras o no.
Me besó tan duramente que me dolió, su tacto era duro, la presión que ejercía sobre mí era asesina y su mirada cristalina por el deseo lo convertía en un hombre fuera de sus cabales. Me retorcí debajo de él, negándome a ese beso, todo aquello hermoso que había visto en Samuel se redujo a cenizas. No podía hacer nada con mi cuerpo para defenderme, con lo cual, utilicé mis dientes y lo mordí, sintiendo de inmediato el sabor de su sangre que se derramaba por mi boca. Se retiró de mis labios rápidamente y clavó una mirada asesina en mí.
-Sabía que te gustaba lo duro, zorra. Y vas a tener una lección de sado bastante dolorosa para ti y satisfactoria para mí. –Presionó más fuerte el amarre de mis muñecas y yo grité de dolor incurvándome. –Deja de gritar, solo te dolerá al principio, luego disfrutaras, te acostumbraras a mi sexo y solo me pedirás esa clase de penetración. Te lo aseguro. –Ronroneó y colocó mis manos por encima de mi cabeza, tan solo sujetándome con la fuerza de una de las suyas y estirando todo mi cuerpo. –Veamos cómo eres de cerca.
Lo que pensaba que sería una barrera para él se convirtió un segundo después en nada, porque la sabana que me cubría se desgarró como si fuera papel por el centro y calló volando por mis lados, antes de que pudiera gritar su mano libre cubrió mis labios y su cuerpo luchó por abrirme las piernas para colocarse entre ellas.
Noté esa amenaza hecha realidad latiendo entre mis piernas, preparada en mí entrada, dura y grande, todo mi cuerpo se tensó. Yo no estaba preparada para tal invasión, el muy cabrón ni si quiera me había preparado para ello, me iba a violar, sexo duro y violento, como él lo había llamado. El miedo entró en mi cuerpo peligrosamente, canalicé mi poder interno de nuevo contra él pero no sucedía nada, estaba indefensa, este hombre lo iba a conseguir y yo no podía hacer nada para defenderme, luché debajo de su cuerpo, intentando alejar la erección que me quería embestir, mi cuerpo se meneaba pero Samuel posaba más su peso en mí.
-Espero que estés lista para sentirme entero dentro de ti, porque nadie me va a detener. –Gruñó y me abrió más las piernas. –Esto te va a doler mucho...
Su cuerpo salió volando y atravesó una de las ventanas de cristal del invernadero, un rostro familiar me tomó de la mano y me cubrió con un trozo de la sabana rota, mis ojos y los de Nekera se miraron apenas un segundo antes de que esa mujer me sacara de allí a toda velocidad, arrastrando a un cuerpo tembloroso que casi volaba. Cuando pude darme cuenta de todo lo que ocurría, ya me encontraba dentro de la casa, entrando justo por donde anoche salí e introduciéndonos en un pasillo. El paso de Nekera ya se había calmado, en esa huida por fin pude caminar a mi paso lento. Giré a mi espalda, mirando si Samuel nos había seguido pero detrás de nosotras no había nadie, solo la soledad de la luz del sol filtrándose por las ventanas que nos cruzábamos.
Repasé lo sucedido, Nekera me había salvado la vida y gracias a ella todavía conservaba mi virtud. Giré de nuevo hacia delante para poder preguntarle justo en el momento que Nekera se detuvo en seco, un cuerpo en medio del pasillo la detuvo e hizo que su cuerpo se pusiera tenso, seguí la mirada de la mujer que me tenía cogida de la mano para toparme con unos ojos turquesa mirándome de arriba abajo, una mirada profunda revisando mi cuerpo para terminar en mi mirada, me ruboricé y toda la piel de mi cuerpo se erizó, esa mirada me provocó un temblor por todo el cuerpo que ni si quiera el fuerte abrazo de la mano de Nekera pudo suavizar.
Romeo estaba muy atractivo esta mañana, parecía brillar más que nunca, la camisa blanca que llevaba puesta con los dos primeros botones desabrochados me permitieron ver su dorada piel, que conjuntaba con la cadena dorada que siempre colgaba de su cuello. Hoy había dejado a un lado los vaqueros y se había puesto unos pantalones grises de sastre que le caían perfectamente a la cadera, estaba elegante y muy guapo. Este hombre me cautivaba cada día más, estaba enferma de amor por él, hasta en ese momento, sabiendo que la prometida de mi tío nos estaba mirando no podía dejar de ahogar el calor que Romeo provocaba en mi cuerpo.
Todo lo que había sucedido anoche vino a mi mente en flases, una película erótica y lenta se reproducía en mi cabeza y no encontraba el pause para detenerla antes de que me volviera loca de deseo de nuevo. Pude escuchar un pequeño gruñido salir de la garganta de Romeo, como si él también estuviera recordándolo todo.
Me mordí el labio y apreté más la sabana contra mi cuello, el cuerpo ya comenzaba arderme, la mirada de Romeo se oscureció y comenzó a caminar hacia mí, unos pasos que fueron frenados por una mano en su pecho, la fina, delicada y suave mano de Nekera.
-Ni se te ocurra. –Lo amenazó Nekera manteniendo la mano en su pecho, una mano que deseaba arrancar para posar las mías y acariciarlo, sentirlo debajo de las yemas de los dedos, arrancar cada botón de la camisa para sentir su piel caliente contra la mía.- ¿En qué estabas pensando?
-Según parece, últimamente no pienso mucho. –Su voz salió natural y su mirada mientras contestaba a Nekera estaba fija en la mía, no me perdía de vista ni para pestañear.
-No, estoy segura de ello. –La mujer bufó y lo empujó un poco con esa mano antes de retirarla de él para que la mirara, pero él no hizo caso de esa petición silenciosa. -¿Cómo se te ocurre dejarla sola, desnuda y a media noche fuera de la casa? –Le recriminó irritada, aunque parecía que su ira se debía al poco caso que le estaba haciendo.
-No estaba fuera de la casa, estaba en tu lugar de concentración, protegida por tu magia, con tus plantas. Estaba a salvo y antes de irme revisé la zona y no había nadie merodeando...
-Pues te equivocaste, alguien se te escapó.
Romeo por fin la miró y alzó una ceja.
-Lo he vigilado durante toda la noche...
-¿A cuál de todos? –Cortó Nekera mordaz, Romeo le dedicó una mirada inquisitiva y algo irritada.
-Efrain y Epicydes, hablaron con todos y nos dejaron las cosas más que claras...
-Pues por lo visto a uno de ellos no se lo explicaron con mucha claridad. –Cortó de nuevo la mujer, Romeo cambio de rostro. –Gracias a que he llegado justo a tiempo, el muy bastardo estaba como dios lo trajo al mundo, desnudo encima de ella y ella como tú la dejaste anoche. La postura en la que los encontré te la puedes imaginar...
-¿Quien ha sido? –Rugió el guerrero con el cuerpo tenso y ardiendo de rabia. Nekera se cruzó de brazos y alzó la barbilla.
La cosa se iba a liar.
-Samuel.
El nombre salió tal cual, esta mujer decía las cosas claras y eso me gustaba pero la reacción de Romeo me aterró, nada más escuchar ese nombre la fuerza de su interior brilló y me golpeó fuertemente dejándome sin respiración, antes de que pudiera coger una bocanada de aire para controlar la intensa energía que me arrollaba, Romeo se esfumó fugazmente delante de mí, desapareció irritado, con el pensamiento de matar alguien gritando en su cabeza y rebotando en la mía en un recital de mensaje de muerte, y con él, toda su energía, la cual me había rodeado durante un momento para luego caer al suelo y darme la libertad que ese tremendo golpe me había arrebatado.
La mano que continuaba cogiendo la mía me tiró para que comenzara a caminar, la miré y Nekera me dedicaba una sonrisa de ternura.
-No te preocupes, ellos se encargaran del atrevimiento de Samuel.
No sabía si quería que le contestara a esa pregunta, no tenía una respuesta muy clara ya que realmente no estaba preocupada por como terminaría Samuel, más bien, me apetecía buscar mi propia venganza, pero estaba segura que si le decía tal cosa, ella me contestaría lo mismo que mi padre me diría: No es asunto tuyo, no te interesa, no te metas, nosotros lo resolveremos... y más cosas, respuestas que al fin y al cabo no entendería porque solo servirían para marearme más y mi vida ya estaba demasiado intrigada como para complicarla más, solo sacaba una cosa clara, aunque no estaba tan segura, pero me parece que me había creado otro enemigo y esta vez un Dragón.
Le hice un gesto de cabeza a Nekera, diciéndole que no me apetecía hablar con ella de ese tema y la seguí hasta mi cuarto, cuando abrimos la puerta Arín en medio de esa gran estancia pintada de blanco, vestido de blanco y haciendo contraste con las paredes, se giró y me miró, su rostro, que en un principio había sido de preocupación se transformó en una radiante sonrisa, hasta que me miró de arriba abajo como había hecho Romeo, entonces al igual que el otro, a este también se le oscurecieron los ojos, ese gris brilló como la plata liquida y todo ese arrollador calor se transportó a mi cuerpo.
Maldita sea, ¿Pero cómo lo hacían?
-Te estaba... -Arín se cortó para carraspear, su voz salía tan ronca que casi me cortaba la respiración. -¿Dónde estabas?
-En el invernadero. Se quedó allí dormida. –Nekera contestó por mí, Arín me miró de nuevo y miró a su alrededor mientras alargaba los brazos abarcando toda la habitación.
-¿No te gustan tus aposentos? A la próxima vez preferiría que te quedaras en el interior de la casa...
-Eso mismo es lo que yo le he dicho pero...
-Gracias Nekera.
El brazo rápido de Arín se alzó y tomó la mano que Nekera me tenía cogida, me retiró de su proximidad y me entró en el cuarto con mucha delicadeza, luego se giró hacia la puerta y la cerró en todas las narices de la mujer, Nekera se quedó fuera con la boca abierta, como yo. Estaba alucinada del poco trato de Arín hacia la mujer que lo había aceptado en su casa, pero a este por lo visto no le importó nada tal desfachatez, es más, pensándolo mejor tubo su gracia pero Nekera no creo que lo viera como yo lo estaba viendo en ese mismo momento. Arín me arrastró a la cama y me pidió que me sentara con una amplia sonrisa en los labios.
-No deberías haber hecho eso, a Epicydes no le va a gustar. -Mi recriminación no era acusatoria y mi sonrisa se lo demostró.
-No me importa lo que piensen de mí, estoy aquí solo por ti, no por ellos.
-Y me alegro. –Le sonreí con el corazón latiendo a gran velocidad por las bellas palabras que me acababa de decir.
-Quería hablar contigo. –Se sentó a mi lado y tomó mi mano. –Tengo que ir a ver a tu tío Lucios para explicarle algunas cosas que no puedo decirle por teléfono, esta casa tiene demasiados oídos.
-¿Te vas? –El pecho se me oprimió y apreté más esa mano que estaba calentando mi piel.
-Sí, pero solo van a ser unas cuantas horas. Antes de que anochezca estaré de vuelta. –Sus dedos se posaron en mi mejilla y la acariciaron, yo se la ofrecí ladeando la cabeza para que tuviera mejor acceso. –Ya te lo dije, no pienso abandonarte, pero necesito solucionar estos problemas.
Las manos se deshicieron a duras penas del nudo que yo tenía formado con él para poder retenerlo un poco más a mi lado y aunque insistí poniéndole unos increíbles pucheros, Arín se alzó de la cama dejando ese lado vacío y frío, como anoche cuando se había marchado.
-Volveré pronto, casi no te vas a dar cuenta de que me he marchado.
Me encogí de hombros y miré la puerta cerrada a su espalda para luego mirarlo a él.
-Está bien, vete, no deseo entretenerte más. –Arín soltó una carcajada y con una sonrisa radiante que solo él podía dedicarme me miró.
-Hace un momento me sujetabas la mano con fuerza para que no me fuera y ahora me echas.
-¿Yo? –Le contesté melodramática.
-Sí, tú. –Se adelantó unos pasos y se puso de cuclillas delante de mí. –Te voy a echar de menos, cada minuto que pase fuera estaré pensando en ti. Tú llenas cada uno de mis pensamientos. –Se calló y los gestos de su cara cambiaron, de nuevo la tristeza ensombrecía ese bello rostro. –Ojala yo también ocupara el mismo espacio aquí... -Señaló mi corazón. -...que tú tienes atrapado en mí.
-Arín...
-Alaya, quiero ser justo en esta conquista pero creo que deberías saber unas cuantas cosas.
-Dímelas. –Le pedí derritiéndome en el color de sus ojos. Tenía que admitir que este hombre sabía cómo atraer mi atención.
-No deberías fiarte de Romeo, esconde algo, un secreto que tiene que ver con tu tío Epicydes.
-Un secreto. –Repetí un poco aturdida por ese cambio de tema.
-Sí, algo que tengo toda la intención de averiguar.
-Pero ¿Cuál? ¿Y porque con Epicydes?
-No losé Alaya, pero Romeo te está utilizando, lo siento cada vez que lo veo cerca de ti, te engaña a creer una cosa, pero dentro de él es totalmente diferente, no puedo deducir gran cosa pero su expresión cambia totalmente cuando te mira. –Tomó aire y en su rostro se reflejó la preocupación. –Alaya, eres como una reina en una tabla de ajedrez.
¿Una reina? ¿Pero de qué demonios iba todo esto? Arrugué el ceño intentando adivinare ese nuevo acertijo mientras lo miraba sin comprender, algo tubo que notar en mis gestos porque tomó mi rostro entre sus manos y se acercó a mí.
-¿Conoces el juego del ajedrez? –Le dije que si con la cabeza. –El rey es capaz de entregar y sacrificar la vida de su reina antes que perder la partida. Tu eres esa reina y Romeo juega contigo por un propósito, no le interesan tus sentimientos, te está engañando, te miente y esconde su verdadero ser por dentro, no le importará verte caer cuando haya terminado la partida y él haya salido vencedor. –Arín respiró fuerte, suspirando y rozó su nariz con la mía en una caricia. –Ayer lo escuché cuando hablaba por teléfono. –Cesó sus caricias y me miró a los ojos. –Hablaba con Drusila, estaba muy enfadado, por lo visto ella lo quiere dejar, terminar su relación y él no se lo permite, la amenazó si se atrevía abandonarlo.
Ahora cuadraban muchas cosas, su abatimiento cuando lo encontré en el invernadero, su dolor y la pena de su mirada, era por ella, siempre había sido por ella. Me sentí estúpida y ultrajada de mala manera, yo me había convertido en su consuelo, el muy bastardo me había utilizado para borrar a Drusila de su cabeza, era una idiota, pero... ¿Por qué insistía una y otra vez en que era suya? ¿Por qué quería que le perteneciera de esa manera si ya la tenía a ella?
Porque me había convertido en su mascota o su figurita de ajedrez como me había dicho Arín.
Cerré los ojos evitando las lágrimas que esa gran verdad me hacían verter, ahogué un sollozo escondiéndolo en lo más interno de mi ser y dejé que la pena se escondiera muy dentro de mí para que Arín no la notase.
-Alaya, -Las manos de Arín me dieron calor e inundaron mi cuerpo de luz, retirando parte de ese dolor. –Mírame. –Abrí los ojos y un gris tierno, dulce y lleno de amor me contemplaba con tristeza. –Te quiero y no pienso permitir que te quedes con él, no pienso dejarte, eres mía, me perteneces a mí, naciste para mí y el amor que hay en tu mirada cuando me miras es real, no luches contra él, por favor, deja que sea el campeón, deja que sea yo el hombre que mereces, déjame vivir a tu lado, amarte cada día de mi vida.
Una parte de mi cuerpo brincó de la alegría y quiso gritarle que si a todo, que quería estar con él, vivir con él, amarlo, ser suya entera y eternamente, pero mis labios continuaron sellados por culpa de la otra parte, una que me estaba hundiendo en un pozo negro y profundo.
-No pienso rendirme, anoche mientras dormías me dijiste que me querías, que no me fuera de tu lado, que no te abandonara.
Me sonrojé al escuchar esa verdad en voz alta y de sus labios. ¿De verdad lo había dicho? ¿De verdad me había delatado de esa manera?
-Sí, Alaya, y fue lo más gratificante que he escuchado en mucho tiempo. –Sonrió y su rostro reflejó una inmensa felicidad, ese tono gris de ojos podía adquirir tantas tonalidades plateadas que no podía decidir cual me gustaba más, esos colores eran iridiscentes y su efecto sobre mí era asombrosamente ardiente. De pronto, su sonrisa celestial se borró y la seriedad tornó a ocupar sus labios -Ahora losé, y esa será mi meta, hacer que ese amor no sea compartido con otra persona, que sea única y exclusivamente mío.
Sin más palabras que rompieran ese hechizo los labios de Arín se hundieron en los míos, al sentir el calor que ese roce conllevaba me lancé a sus brazos, Arín se alzó de un gruñido conmigo y me abrazó, sentí la suave y fina seda de su camisa rodearme la cintura y la cálida palma de sus dedos en mi espalda, mi dios griego se retiró de mí rápidamente, manteniéndome de los brazos cogida y me miró, sus ojos se abrieron y ese gris se tornó hierro fundido, su mirada hambrienta miraba mi cuerpo desnudo. Al lanzarme a sus brazos había soltado el nudo que mantenía la sabana sujeta tapando mi cuerpo, ahora ese pequeño trozo de tela descansaba en el suelo y el Adonis perfecto que tenía delante se estaba dando cuenta de ese detalle. El control de su cuerpo parecía que aguantara el peso de todo el mundo en sus hombros, se debatía en coger la sabana y taparme, o continuar lo que habíamos dejado a medias. Como no se decidía lo animé yo lanzándome como una loba a sus labios, unos carnosos almohadones que me devolvieron el beso de inmediato, sus brazos se enrollaron de nuevo en mi cintura, solo que sus manos descansaron muy cerca de la curva de mi trasero, excitada por ese detalle lo cogí con fuerza del cabello y tiré con delicadeza hacia atrás, Arín me dedicó un gruñido que yo atrapé en mi boca con placer. Estaba dispuesta a darle todo lo que él me pidiera, una vocecilla en mi cabeza rezaba para que lo hiciera, para que se hicieran realidad todas las palabras que me había dicho. Besé con hambre, pidiéndole en silencio, rogándole, él me respondió con fuerza tomando posesión de mi trasero con las dos manos y aplastándome más a su ardiente cuerpo.
-Al, prepárate vamos a salir...
La puerta se abrió de golpe entrando por ella Mikael que se silenció nada más nos vio, sus ojos se abrieron tanto como su boca y no fue exactamente por vernos juntos "muy juntos" su estupor se debía a mi desnudo integro, de Arín no se había dado ni cuenta, pero este sí que se había dado cuenta de la intromisión y de la mirada fija de Mikael en mi falta de ropa, ya que rápidamente la sabana ocupó su lugar tapando mi cuerpo y su cuerpo tenso se colocó delante de mí mirando a mi amigo que continuaba pasmado con la boca bien abierta.
-Muchacho ¿Es que no sabes llamar a la puerta? –Rugió Arín con un tono de voz rabioso.
La cabeza de Mikael se sacudió violentamente hasta posar su mirada en el Victoriano, su estado no parecía que hubiera mejorado mucho ya que tuvo que sacudir la cabeza de nuevo.
-Jooodeerr, la madre que me pario. –Dijo alucinado. –Menudo espectáculo.
El cuerpo de Arín se relajó visiblemente y aunque no podía verle el rostro sabía que la ira ya no destacaba en su mirada, aun así, mi amigo retrocedió unos pasos hacia atrás saliendo de la habitación y me miró por encima del hombro de Arín.
-Al, arréglate vamos a salir. –Aunque el impacto de lo sucedido estaba desapareciendo lentamente de su rostro, su voz sonó temblorosa.
-¿A dónde? –Le pregunté.
Mikael trago saliva.
-No tengo ni idea pero... -Se cortó y sacudió la cabeza de nuevo. - ...me han mandado a buscarte y no me pienso menear de aquí sin ti hasta...
-Está bien, -Lo cortó Arín. –Lo entiendo, ya me voy. –Se giró cara mí, dio los pocos pasos que nos separaban y me dio un dulce y rápido beso. –Luego nos veremos, muy pronto, y recuerda mis palabras. –Esto último lo susurró solo para que yo lo escuchara.
Miré esa impresionante espalda, fuerte y tapada con unas telas blancas, sintiendo la envidia de ser la fina seda que caía sobre él, que rozaba su piel. O ser yo su ropa para poder sentir su calor en la yema de mis dedos mientras respiraba fuertemente su olor, un aroma que había aprendido a memorizar para no volver a olvidar. Suspiré fuerte, casi sin darme cuenta, el cuerpo que tan bien había admirado se tensó y justo al llegar a la entrada de la puerta, al lado de donde estaba un pasmado Mikael, se volvió hacia mí.
-Yo tampoco quiero que lo olvides. –El deseo ardía en su mirada. –No te quites la flor, el Lirio queda precioso con el color de tus ojos.
Lo miré dudosa y me derretí con su última sonrisa antes de que me diera la espalda y se marchara. Seguí su figura hasta desaparecer por la puerta con una enorme sonrisa en los labios, parecía tonta mientras miraba ese vació hasta que me topé con la mirada interrogante de Mikael.
-Sabes que tu padre podría echarlo ahora mismo a patadas de la casa por haber estado contigo en pelotas, en tu habitación, solos y en una postura tan viciosa.
-En tal caso debería echar a todo el servicio ya que me he paseado por la casa en pelotas hasta aquí, simplemente al igual que tú, Arín me ha visto.
-Qué suerte la nuestra pues.
-Sí, demasiado, y si ahora me dejas podré cambiarme.
-Cámbiate, no veré nada nuevo que no haya visto hace un segundo...
Lo miré ceñuda y muy seria, el muy zopenco iba abrir la boca pero la cerró y me sonrió.
-El Victoriano tiene razón, esa flor te queda realmente bien, ahora mismo podías pasar por ser Afrodita, la diosa de la belleza y la perfección. – Después de ese comentario tomó el pomo de la puerta y haciéndome una reverencia salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Perturbada me acerqué al espejo que tenía delante y vi mi reflejo. Un hermoso Lirio colgaba detrás de mí oreja, con sus pétalos abiertos y enrollados en mi cabello, rocé esa textura con los dedos y la flor cayó en mis manos, la miré atentamente y un recuerdo vino en forma de imagen a mi mente.
Los dedos de Romeo acariciando mi mejilla y retirando mi cabello para colocarlo detrás de la oreja mientras pronunciaba en un susurro "mía". Esa imagen, más clara me enseñaba como con esa caricia él había puesto ese precioso Lirio en mi cabello y antes de que yo me abandonara a un precioso sueño, esa flor había estado conmigo toda la noche, hasta ahora, ahora el Lirio descansaba en mi mano, con sus pétalos en tono fucsia abiertos cara mí. La olí y su aroma me recordó a Romeo, me miré en el espejo y antes de que ese aroma influyera lo más mínimo en mi estado de humor, dejé la flor posada tranquilamente encima del mueble, como si se tratara de un papel escrito con garabatos manchados de sangre, donde las palabras hablaban por si solas.
Romeo me había utilizado y esa flor solo demostraba que todo había sucedido y que por mucho que lo odiara a él o a mí, yo se lo había permitido. No quería un recuerdo de mi propio arrepentimiento, ni de lo tonta que había sido.
No quería nada que me recordara a él...
Tú eres un recuerdo vivo y certero de él.
Maldita conciencia, tenía que acabar con esa vocecilla que siempre se metía en mi cabeza y que me recordaba lo idiota que era.
Grité y terminé tirando esa flor a una papelera que había al lado del mueble.
-A la mierda. –Me susurré a mí misma y comencé a cambiarme más animada de lo que acababa de hacer.
Una tontería, por cierto.
Un rato más tarde parte de la colección valiosa de guerreros de mi padre y yo estábamos montados en un magnifico cuatro por cuatro negro, saliendo de las protecciones de la casa. Mikael iba a mi lado detrás y delante los asientos eran ocupados por Yulian conduciendo y Chilo a su lado poniendo música, o intentándolo.
-Maldita sea, no hay ni un solo canal en este coche que valga la pena. –Variedades de música salían por los altavoces y antes de que pudiéramos escuchar alguna nota Chilo ya estaba cambiando de canal. -Deberíamos haber ido en el mío.
-¿Y dónde se supone que hubiéramos metido en tu mini deportivo a los otros dos ocupantes del vehículo? –Preguntó Yulian. – ¿En el maletero?
-Que bestia, -Contestó Chilo que había dejado por imposible la centralita de botones apagando la radio. – Mikael no cabe, aunque... no estoy tan seguro, tal vez.... –Se giró y miró a mi compañero con las cejas alzadas mientras lo observaba de arriba abajo, como determinando su tamaño.
-Ni lo pienses. –Lo amenazó Mikael que comenzaba a irritarse.
-Y ¿Alaya? Donde la hubieras metido. –La pregunta de Yulian devolvió la vista de Chilo al frente, que antes de girarse le dedicó una sonrisa burlona a Mikael.
-Pues en mi regazo, te puedo asegurar que en ese lugar la princesita sí que cabe bien.
Al terminar de escuchar ese comentario ofensivo no controlé mi impulso y sin darme cuenta le di una patada al sillón que tenía delante, en el que casualmente Chilo iba sentado. Su cuerpo se venció hacia delante, solo un poco, ya que por parte se lo esperaba y había reaccionado a tiempo. Después de mi sobresalto, para nada injustificado, todos estallaron en una carcajada, incluida yo.
-¿Dónde vamos? –Pregunté una vez más cuando todos se habían relajado.
-Es una sorpresa. –Contestó Chilo por enésima vez, miré a Mikael y él se encogió de hombros, por lo visto tampoco tenía ni idea de hacia dónde nos dirigíamos. –No os preocupéis, os gustará. Y dejar de ser tan impacientes, me estáis poniendo nervioso.
Dos horas más tarde y después de cruzar toda la ciudad, estábamos entrando por la zona vip de un impresionante estadio de futbol. Me impactó de tal manera que me quedé paralizada justo en la entrada, al lado de Mikael, que parecía un niño de diez años dando saltitos por la alegría.
-Sabía que os gustaría. –Me dijo Chilo colocándome una gorra roja y retirando el cabello que se había quedado en mi cara. La gorra era muy similar a la que Mikael llevaba en la cabeza, solo que a mí me quedaba un poco más grande.
Tomó mi mano y tiró de mí, estaba anonadada, impresionada por tal estructura moderna. Por fuera era una cascara redonda que ocupaba toda una manzana de calle, pero por dentro era algo bestial, habían cristaleras en los techos inclinados que daban a un parquin de varios pisos, escaleras por todas partes y zonas de descanso que eran ocupadas por los hinchas o por padres que cogían a sus hijos en brazos, la gente gritaba o bailaba mientras que algunos ya se encontraban borrachos y tirados o apoyados de mala manera en los cientos de muros que rodeaban el piso en el cual nos encontrábamos. En las esquinas había tiendecitas de ropa u objetos de toda clase, desde despertadores hasta platos o camisetas con los colores de los equipos, y justo, a cada lado de este despliegue de escaparates había una tienda de comida para llevar. Nos detuvimos en una para hacer cola mientras la gente empujaba o gritaba para pedir lo que quería, Chilo me preguntó que me apetecía y miré un enorme cartel colocado en la parte frontal alta del establecimiento donde ponía escrito toda clase de carnes en bocadillo de tres tamaños, de la variedad de comida que aparecía solo me apeteció una tableta de chocolate con una Cola, Mikael sin embargo, pidió más comida de la que dos personas solas se podían comer y mientras me miraba llenándose los brazos de toda esa comida, solo me dijo que su organismo era bastante diferente al mío, Chilo soltó una carcajada y pagó.
Cuando salimos al exterior, donde se encontraba el impresionante jardín verde con los jugadores de los equipos entrenando, toda una oleada de euforia se concentró en mi estómago, una impresionante explanada al aire libre se abría en todo el interior y en el centro de mi vista un precioso jardín verde en forma rectangular acaparaba toda esa luz brillante, a sus alrededores, un centenar o un millar de gradas donde la gente se iba sentando, ocupando las filas de sillas de colores que componían esa forma. Todo el estadio estaba pulcramente limpio y la luz del sol daba más poder a esa imagen. Una enorme pantalla colgaba en uno de los laterales ovalados del estadio donde podías ver a la misma gente que estaba en el estadio de cerca y otra, justo enfrente al otro lado, solo que más pequeña, te enseñaba unos números en un color rojo que parpadeaban en una cuenta atrás.
Bajamos los escalones hasta detenernos, donde giramos a uno de los lados y nos introducimos en una de las filas de sillas en un color azul oscuro. Yulian se sentó el primero, luego Chilo, yo y por ultimo Mikael, al lado del pasillo. Miré a mi alrededor y por el momento no había nadie sentado por delante, ni por detrás de nuestras localizaciones, cosa que me extrañó, porque era una zona muy buena, estabas bien alta, pero no tanto como los pisos que había por encima de nosotros, nos camuflaba la sombra y nos daba la brisa del aire fresco que danzaba, por suerte, por esa zona, tenías tanto la vista del campo como las pantallas controladas y sobre todo, nos encontrábamos en el centro de todo, el centro de la batalla que se iba a originar en ese valle verde.
Vamos, en conclusión, unas vistas y zona maravillosa y no había nadie cerca de nosotros para disfrutarlo. Aun así, pude escuchar el comentario de Yulian, que se quejaba de tener que ver un partido en las gradas, estaba acostumbrado a verlo en las zonas vips de los estadios al igual que Chilo, eran los lugares de los ricos, donde veías todo el partido a través de una enorme cristalera, de un enorme salón repleto de manjares carísimos y bebidas de toda clase, con servicio propio y rodeado de gente de su misma fortuna, con sillones comodísimos, de una plaza y enormes. Y lo mejor de todo, con aire acondicionado, pero el Koreano había insistido en comprar estos asientos para que tanto Mikael como yo pudiéramos sentir de cerca este deporte y la adrenalina de la gente que nos rodeaba.
Que ahora mismo no era nadie.
Dejé a un lado la discusión que tenían para girarme y mirar a Mikael, estaba comiéndose su tercer perrito caliente mientras que yo todavía no había abierto mi chocolatina, solo me había dedicado a dar sorbitos a la enorme Cola que Chilo me había comprado, era tan grande que tenía que cogerla con las dos manos.
-Deberías comer más despacio. Te vas atragantar... y mírate, te chorrea el kétchup. –Le señalé con el dedo la mano donde una gota roja estaba resbalando hasta caer al suelo, la siguiente iba a tomar la misma dirección pero Mikael sacó su lengua y la lamió varias veces. –Podías usar las servilletas.
-¿Para qué?
Le puse los ojos en blanco y miré hacia delante. Los jugadores que habían estado entrenando en medio del césped desaparecieron metiéndose en unas enormes puertas de un túnel que había delante de nosotros, el campo se despejó en minutos y una fuerte música comenzó a tronar de unos impresionantes altavoces que había colgados de los techos de la pequeña capa metálica que nos daba sombra.
-Empieza el espectáculo. –Pronunció Mikael a mi derecha dejando de comer, hasta la discusión que habían mantenido Chilo y Yulian se evaporó para prestar atención al centro del campo iluminado, iba a preguntarle a mi amigo don guarro, a que espectáculo se refería cuando unas doce o trece chicas vestidas de rojo, con minifaldas y sujetador acharolado, salieron al césped haciendo piruetas, volteretas por el aire o bailando al son de la música. Las mujeres se colocaron en fila y comenzaron a bailar seductoramente todas a la vez, se escucharon silbidos y palabras groseras, pensamientos oscuros hacia las mujeres que había medios desnudas ahí abajo.
Me dio vergüenza escuchar tal cosa pero a ellas les gustaba, ya que las sonrisas las mantenían bien naturales e incluso en algunos momentos mandaban besos a sus fans.
-Sois unos enfermos.
La cabeza de Mikael se giró lentamente hacia mí con la boca torcida y la mirada en blanco, se apoyó en el respaldo y colocó su brazo estirado por detrás de mí silla.
-Y fue hablar la que se ha paseado hoy por toda la casa en pelotas.
-No exageres, no es lo mismo, yo no me he...
-¡¿Cómo?! –El grito atragantado venia de Chilo, que también se giró cara mí, e incluso Yulian había optado en que la noticia de Mikael era más emocionante que las vistas de esas preciosas mujeres sobre el césped abriéndose de piernas. –Maldita sea, y yo me lo he perdido. ¿Cuándo ha sucedido eso?
-Esta mañana.
Quise entrar en la conversación, ya que el tema principal era yo y su contenido mitad mentira, pero ninguno de los dos me lo permitió, tan solo pude mirarlos de un lado a otro estupefacta.
-¿Y tú como lo sabes? ¿La has...?
-Sí. –La sonrisa de Mikael era amplia y grande, como la boca que en ese momento estaba poniendo Chilo, solo que este era por un motivo distinto.
Sus ojos se centraron en Mikael y luego en mí, pero su expresión era la misma.
-¿Y a que se ha debido tal exhibición de atributos que no has querido compartir con los demás?
-Durmió en el solitario invernadero de Nekera toda la noche. –Me giré hacia Mikael y lo miré con furia, él mismo contestaba a mis preguntas haciendo que mi pequeña escapada fuera un pecado vergonzoso.
-¿En serio? –Esta vez Chilo clavó su mirada en mí y Mikael por fin había cerrado el pico.
-Sí, pero no es lo que imagináis, fui allí para estar a solas y me quedé dormida...
-¿Desnuda? –Sentí ganas de abofetear a Chilo.
-Más o menos. –Agaché la vista por que me estaba ruborizando, lo notaba, esta conversación era vergonzosa y deseaba terminar con ella.
-Verona, -Pronunció alegremente Yulian captando mi atención hacia él. -A la próxima vez que decidas dormir en otro lugar porque no te guste tu habitación, házmelo saber, no me importaría compartir la mía contigo, de verdad, ya te dije una vez que estoy disponible para todo aquello que desees.
Al mismo tiempo que mis ojos se abrían desorbitadamente, cuatro más se giraron a mirar a Yulian, su rostro estaba sereno y su sonrisa seductora demostraba seguridad en sí mismo, era un hombre atractivo y cautivador, sabía como poner a una mujer nerviosa y en ese momento me proporcionó cierto nerviosismo a mí. Tragué saliva sin saber que contestar pero gracias a los descarados que tenía al lado no hubo falta que contestara a nada.
-No te flipes tío, pues no te queda. –Mikael replicó con una boca torcida y volvió a su perrito.
-Ponte a la cola. –Adjuntó Chilo. Tanto él como Yulian se miraron durante un segundo pero un pitido alto y marcado en el centro del estadio les devolvió la vista al frente, dejando la conversación por terminada ya que el partido estaba a punto de comenzar.
Desde los altavoces, donde antes había salido la música ahora un comentarista de voz risueña gritaba los nombres de los jugadores que iban saliendo a la superficie del césped saludando a la afición o haciendo gestos donde representaban su nombre a un buen jugador. Mikael sacó su móvil y comenzó hacer fotos, miré atentamente a esos corpulentos hombres entrar y saludar, primero un equipo con el uniforme en rojo, como mi gorra, luego otro, los contrincantes, con los colores mezclados del azul y amarillo, los cuales recibieron unos cuantos pitidos del público, deduje que estos eran los visitantes y que por el color de mi gorra yo tenía que animar al equipo rojo, aunque me daba igual quien ganara, solo quería pasármelo bien.
Un brillo con destello que apareció de improvisto en el rabillo de mis ojos retiró mi atención de los jugadores y me giré hacia Mikael, que era de donde había provenido esa luz. Al principio no lo comprendí, pero después de ver el pequeño foco de luz apuntándome y su sonrisa burlona, supe que había sucedido, me acababa de hacer una foto, estaba a punto de preguntarle el motivo cuando me hizo otra.
-¿Qué haces? –Me quejé pestañeando e intentando adaptarme de nuevo a la luz del día.
-Quiero un recuerdo y ya que no tengo ninguna foto tuya... he aprovechado y te he enmarcado para toda la vida en mi móvil. –Miró la foto. –Sales genial. –Me la mostró y salía bastante despistada, con la mirada atenta hacia delante y mordiéndome el labio inferior. –Me la voy a poner de fondo de pantalla.
-Pásamela. –Chilo estaba muy pegado a nosotros, mirando la foto y ni siquiera me había dado cuenta de ello. –A mí también me gustaría tener un recuerdo tuyo. –Sacó su propio móvil y antes de que me pudiera quejar me hizo otra foto él mismo.
Pestañeé varias veces por el flash y lo miré. Como un borrón ante mi vista pude apreciar que él miraba la pantalla de su móvil, supuse que observaba la foto que acababa de tomar.
-Genial. –Soltó alegre mirándome. Me puse bizca, ya que una luz de color en mi pupila ocasionada por el flash, no me dejaba ver bien sus gestos.
-Enviando retrato de Alaya Verona. –Dijo Mikael haciendo más fotos.
Los siguientes minutos fueron de sesión fotográfica, Chilo me hizo unas cuatro más despistada y luego nos hizo unas cuantas a mí a Mikael juntos, riéndonos o haciendo el tonto. Una vez terminada la agobiante sesión de paparatzis, Mikael guardó el móvil y Chilo comenzó a teclear unos botones con el suyo.
-Voy a ser la envidia. –Decía con una sonrisa. –Estoy enviando tus fotos para presumir de chica.
-¿A quién? –Le pregunté curiosa y un tanto intrigada.
-A alguien que se va a morir de la envidia por tener tan buena compañía.
-No hagas eso, no me gustaría estar en el móvil de un desconocido...
-No te preocupes, estas fotos no terminaran en internet y si terminan, te aseguro que sería una página muy solicitada. –Soltó una carcajada y bufé, no estaba segura de esa seguridad y menos de lo que había dicho, tampoco podía hacer mucho, esas fotos ya estaban más que enviadas, era inútil discutir, pero la mala cara no me la quitó nadie. Chilo me miró y su sonrisa se suavizó.
-Confía en mí, no tienes por qué preocuparte por su destino y sales guapísima en cada una de ellas, mírate.
Levantó el móvil cara mí para que viera cuales había seleccionado para enviar a un supuesto amigo suyo, las miré una por una y no tenían nada del otro mundo, a mí sola, y en todas ellas despistada, menos en una, no me había dado cuenta de en qué momento las había hecho. Una de ellas era la que Mikael le había enviado, otra, yo sonriendo mientras miraba la nada, la tercera, seria haciendo un gracioso mohín y con el pelo alborotado por el intranquilo viento que se había levantado en ese preciso momento, la siguiente igual, solo que resaltaba una tranquila sonrisa en mí. Y la última, yo posando, mandándole un beso con unos carnosos labios y un brillo en la mirada especial.
Cinco fotos donde sacaba lo más natural de mí, cinco momentos donde reflejaba tranquilidad, felicidad y un bien estar que no había encontrado desde que me desperté cada vez me miraba en el espejo.
Y una parte de esa amargura tenía nombre, Romeo, él se había convertido en mi pesadilla y las fisuras que ahora mismo tenía mi corazón al recordar lo que Arín me había contado eran la cumbre de parte de mi desmerecimiento. Intentaba no pensar en ello pero era imposible, el más mínimo silencio me lo recordaba, como ahora.
Sacudí la cabeza y me concentré como mis compañeros en el partido que iba a comenzar. Continuábamos sin nadie a nuestro alrededor, comencé a sospechar que habían comprado las localidades que nos rodeaban para que nadie nos molestara, ya que parecíamos la peste, estaba todo el mundo embutido en sus sillas y nosotros tan amplios que podíamos estar sentados en tres sillas cada uno.
El partido comenzó y Chilo fue explicándome cada jugada, no entendí mucho, ya que su forma de hablar dejaba muchos espacios en blanco para poder insultar al árbitro, o a un jugador del equipo contrario, en ese momento deseé tener un libro a mano sobre el futbol, que me explicara todo mucho mejor, estaba segura de que antes de que hubiese comenzado el partido ya estaría más que especializada en este juego.
Absorbí por mi pajita mientras veía una impresionante carrera de un jugador donde anotó un increíble tanto, a esas alturas los que animábamos nosotros iban ganando con diferencia. Alcé la vista a la gran pantalla, donde ofrecía una vista de primera fila sobre el rostro camuflado por el casco del jugador que celebraba el gol. De pronto, la pantalla comenzó hacer interferencias y la imagen se descuadró hasta hacerse borrosa y desaparecer.
-¿Eso forma parte del espectáculo?
Me giré hacia el verde césped al escuchar a Mikael. Una mujer de cabello negro, liso y largo que vestida con un Kimono negro de un estampado floral, estaba en medio del campo con la vista gacha, su cuerpo estaba totalmente quieto y de sus manos colgaban dos doradas y largas cadenas como las de Chilo. La mujer alzó la vista en nuestra dirección y por un momento vi ese color negro de su mirada rasgada clavarse en mí.
-Esto no es un espectáculo.
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