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Capítulo 5

    La noche había llegado, todos habían desaparecido después de la intrigante conversación que habían tenido, lo único que me había explicado Nekera era que, Talika estaba organizando una de sus famosas y exuberantes fiestas del año, una a la que yo estaba especialmente invitada. La cuestión era que tan solo tenían un periodo de tiempo de casi tres meses para proponer un plan y mantenerme protegida en esa noche y sobre todo al margen de sus planes.

Como siempre.

Estábamos Mikael, Chilo y yo, esperando en la mesa para cenar, no había visto a nadie de ellos desde que se marcharan del salón, me preguntaba dónde estaba Romeo o qué clase de conversación había mantenido ocupados y encerrados durante toda la tarde en el despacho a Efrain, Epicydes y Arín. Me sudaban las manos de solo pensarlo, estaba preocupada, pero al menos no había escuchado ni gritos, ni golpes, ni nada de lo que podía preocuparme, por lo visto era una conversación educada y madura entre ellos ya que el resto de mis compañeros estaban bastante tranquilos.

Conté con la mente los platos de la mesa, cuatro, solo íbamos a cenar cuatro personas esa noche en una mesa donde cabían quince, era de risa, ensuciar tanta mesa para solamente nosotros. Miré hacia la arcada de la entrada mientras esperaba ansiosa a nuestro cuarto acompañante, deseando en que fuera uno de los dos que mantenían mi mente ocupada pero el tiempo pasaba y nadie atravesaba esa ceremonial y abierta puerta, solo Mateo, que nos trajo la cena, nos sirvió y se retiró retirando el cuarto plato.

-¿No cena nadie más con nosotros?

-Por lo visto no. –Me respondió Chilo con una sonrisa.

-Siempre somos los mismos marginados, a veces pienso que nos hemos convertido en la peste de la casa, en los seres ambulantes y apestados de la familia, que deambulan por la casa solos, sopesando la idea de largarnos antes de que nos coman las polillas...

Dejé de escuchar, tenía razón, últimamente solo compartíamos la comida, la cena o el desayuno este trio, nadie se unía a nosotros. Decidí centrarme en la comida que tenía delante y en la conversación chisposa de Mikael, sus comentarios me hicieron olvidar todo hasta la hora de retirarme a mi habitación, donde el techo se me caía encima. Di vueltas y vueltas sobre el colchón, ansiosa por saber lo sucedido, cerré los ojos para poder relajarme pero me resultaba imposible. No podía dormirme.

-¿Me has echado de menos, princesa?

Di un respingo al escuchar esa voz tan familiar, me incorporé de inmediato y di la luz. Su presencia, aun en la oscuridad, ya me había parecido hermosa, así que con la luz sacando destellos brillantes sobre su melena rubia, me pareció fascinante. Arín me sonrió y avanzó hasta sentarse a un lado de la cama.

-Pensé que mi padre te habría echado a patadas de la casa.

-Pues por lo que puedes ver, todavía sigo aquí y de una pieza.

-¿Te han tratado bien?

-¿Estabas preocupada por mí? –Le sonreí y me ruboricé, tal vez mi voz había sonado demasiado desesperada. -Sí, me han tratado mejor de lo que esperaba.

-Ya veo. –Arín acarició mi mejilla y una corriente de cosquillas me atravesó entera. – ¿Que te han dicho? ¿Cómo lo has convencido para que te deje quedarte? Por qué te quedas ¿No?

-Sí, me quedo contigo, pero digamos que he tenido que prometer algunas cosas.

-¿Cómo cuáles? –Pregunté ansiosa.

-Como no colarme en tu cuarto a altas horas de la noche.

-Pues mal empiezas. –Reí alegremente y lo observé. –Ya has roto una.

Me dedicó una sonrisa y se recostó mejor en la cama a mi lado, apoyando su espalda en el cabezal, yo me coloqué justo delante de él con las piernas cruzadas tapándome con la sabana, ya que solo llevaba una camiseta y unas braguitas, no me importó, quería continuar observándolo, podía perderme en el encanto de ese hombre, era demasiado atrayente.

-Tu padre tenía una idea equivocada de mí, le he recordado quien era y quien es tu tío, parte de tu familia, también él me ha recordado quien tiene más derechos sobre ti para elegir el mejor futuro que te corresponde.

Bueno esa historia ya la sabía, no había descubierto nada nuevo para mí, mi padre quería gobernar en todo lo que me concernía y por el momento las cosas no le estaban saliendo como él se esperaba, aunque la culpable era yo, no me había convertido en una niña muy obediente, pero Epicydes ya debería haberle advertido sobre mí, ya era así con él, con el hombre que me crio ¿Cómo pretendía cambiarme otro hombre que casi no me conocía?

-Las cosas habían comenzado por mal camino... -Continúo Arín. -... pero al fin llegamos a un acuerdo.

-¿Cuál?

Arín me miró a los ojos directamente, con la mirada profunda y penetrante.

-Debo respetarte y protegerte si deseo mantenerme aquí, contigo, si no, soy hombre muerto. Tu padre me lo ha dejado bien claro.

-¿Eso es todo?

-Sí, bueno, también me han contado unos cuantos detalles sobre Omar, Faranbel y todo lo ocurrido en mi ausencia, de lo cual yo no tenía ni idea. Cuando desapareciste delante de mis narices no entendía nada, me volví loco, Lucius intentó explicarme pero casi ni lo escuché, salí a buscarte, sentía tu miedo traspasar mi piel. –Arín me tomó de las manos. –Alaya, estabas en peligro y no sabía dónde estabas, te escuchaba llorar, ansiar la muerte y de pronto nada, como si te hubieras esfumado de la faz de la tierra... Hasta que regresaste de nuevo, pero continuaba sintiéndote lejos... -Sacudió la cabeza, la voz se le quebraba, parecía rota. –Estaba aterrado, pensando lo peor y...

Cerró los ojos y se calló, quería que continuara, que hablara, estaba ahí con él, no me había sucedido nada, pero Arín continuaba en ese mundo, me sentí culpable y deseé borrar esa pena, retirársela a un lado como él hacia conmigo cuando me tocaba, pero yo no podía, no tenía ese don.

-Arín, estoy aquí, me encontraste.

Al fin alzó la cabeza y me miró, ese color brillaba con una esperanza secreta.

-Apareciste de nuevo, cuando pensé que te había perdido, apareciste de nuevo en mí. Fui en tu busca pero llegué tarde, corrí como el viento dejándome llevar por tu mente, tu alma, tu aroma, buscándote hasta que al fin te hallé de nuevo en la casa de Epicydes. –Sonrió pero la pena continuaba grabada en su rostro. –Hasta que no te vi, te toqué y te besé no pude retirar de mí la perdida que me estaba atormentando de una manera insoportable.

Esta vez acaricié yo su mejilla sintiendo de inmediato su tensión, me acerqué a él lentamente colocándome de rodillas sobre la cama y lo besé, mantuve sus labios pegados a los míos, atrayendo su calor, su suavidad y su sabor, el cual tenía memorizado en mi piel, había deseado esto tanto que adelanté más mi cuerpo y lo rodeé con los brazos pero Arín, más controlado se retiró de mí, retirando mis brazos de él lentamente y con resignación.

-Se lo prometí a tu padre. –Dijo ronco y aguantando su voluntad. Él también lo deseaba pero tenía razón, habíamos conseguido que se quedara, ese inmenso tiempo que había dedicado Arín en convencer a mi padre no podíamos perderlo por un arrebato de deseo. –No me tientes, soy débil cuando estoy contigo. Tenemos que controlarnos.

Le sonreí y volví a mi postura inicial, Arín se incorporó para levantarse y lo frené.

-¿Dónde vas? –Me miró con la cejas alzadas, dudoso.

-Solo quería comprobar como estabas y decirte que me iba a quedar.

Apreté más mi mano sobre su brazo.

-Quédate conmigo, por favor...

-Alaya...

-Solo hasta que me duerma. –Corté su queja y le supliqué con la mirada. –Por favor.

No contestó, simplemente volvió a colocarse donde estaba y me atrajo hasta su pecho abrazándome, apoyé mi cabeza en él y escuché el sonido de su corazón, atrayente y muy relajante, toda la preocupación de la noche se había esfumado con él a mi lado.

-¿Cómo me encontraste? Decías que me sentías...

El cuerpo que tenía debajo se puso muy tenso, alcé la cabeza y lo miré, estaba preocupado.

-Te lo diré si me prometes que no te enfadaras conmigo.

-¿Cómo podía enfadarme contigo?

-Dímelo.

Vaya, por lo visto era grave. Borré la sonrisa que su comentario me había sacado y le dije que si con la cabeza, aunque él esperaba mi contestación.

-Te lo prometo, no me enfadaré. –Respiró y soltó el aire de golpe.

-Creé un lazo contigo la última vez que nos vimos.

-¿Por eso pudiste meterte en mi cabeza de esa manera? ¿Localizarme con tanta facilidad? –No me sorprendía esa declaración y por un momento mi reacción le sorprendió e incluso le perturbó, pero su estupor desapareció en seguida. -Sabes, me di un susto de muerte.

-Es un lazo pequeño, puedo sentirte y conectarme contigo si todavía estás cerca de mí, pero si te alejas demasiado el lazo no me sirve. –Lo miré ceñuda, no sabía si estaba contenta o me daba igual, él mal interpretó mi gesto y con precaución continuó: -Solo lo hice para protegerte, jamás invadiría tu mente, jamás intentaría averiguar un secreto que no quisieras revelar, solo lo he usado en caso de emergencia y que me necesitaras.

Contra Romeo, pensé, supuestamente ahí lo necesitaba o eso creía él.

-Hay algo más que quiero decirte. –La cosa no había terminado y esta era aún más mala, sus gestos se habían transformado y parecía irritado. –No soy el único que ha creado un lazo contigo. Romeo también ha creado esa pequeña unión. Lo siento en ti.

Me lo temía, no sabía decir porque había llegado a esa conclusión pero algo dentro de mí me lo decía. Una parte era la extraña sangre que Mikael había descubierto en mis labios anoche y la otra, cuando Romeo se había metido en mi cabeza y él mismo había preguntado a las afirmaciones de Arín, en ese momento había comenzado a sospechar algo. Y luego, también estaba lo mismo que me acababa de decir Arín, "Lo siento en ti" Él había usado la misma frase.

Me recosté en el pecho de Arín, evitando hablar más del tema y agradecí que él ya no pronunciara nada más, en ese momento no me apetecía recordar a Romeo, estaba con el Victoriano, con mi auto relajante personal, ya me enfrentaría mañana al resto.

-Ha merecido la pena.

-¿El qué? –Dije bostezando contra su pecho. Estaba agotada.

-Romper una de las promesas que le hice a tu padre.

Sonreí y cerré los ojos. El sonido de su corazón se relajó también componiéndose poco a poco en una nana que me dejó dormir y descansar.

Estaba totalmente descansada, la noche había sido maravillosa y me sentía realmente bien, nada más meter un pie en el hermoso lago tuve la sensación de libertad que tanto había añorado, eran pocos los momentos que me sentía así pero hoy era uno de ellos. El sol actuaba de una forma extraña y mágica, su color no era el acostumbrado dorado sobre la piel de la tierra, más bien, acunaba todo en un naranja suave, como si se perdiera por el horizonte, como si se terminara un día comenzado. Me dejé llevar por su calor sobre mi cuerpo desnudo durante unos segundos hasta que decidí mezclarme con el agua que rozaba mis pies.

Sumergirme, nadar, dejarme llevar por la pequeña corriente del agua mientras flotaba por el agua, por su cristalina naturaleza en un pequeño viaje por su cauce, no tenía ganas de moverme, de frenar la corriente que se me llevaba, ni de pedir ayuda por esa intensa corriente que me arrastraba a lo infinito, a un lugar misterioso. Mi corazón palpitaba nervioso por ver el destino que tal viaje me aguardaba. El suave calentar del sol despareció y sobre mí se puso una fina capa del frío de la noche, al fin abrí los ojos, la luna llena iluminaba como una lámpara de color plata desde el techo el frondoso bosque donde había aparecido, donde mi navío había finalizado, el rio por el cual había viajado había desaparecido y una pequeña laguna me había encerrado en ese claro de agua, el viento sopló meneando las copas de los árboles con delicadeza mientras una sombra rápida y fugaz, daba la vuelta por toda la fila de árboles como si se tratara de una peligrosa serpiente, estrujé la mirada, dictando quien era, pero no alcancé a ver ningún rasgo que lo delatara, coloqué mi mano en el corazón, no había miedo en mí, no temía a mi perseguidor ni iba a huir de él, porque esta vez sabía quién era y, si solo la duda me hubiera traicionado en un error, su respiración a mi espalda, dejó bien claro de quien se trataba.

Aunque fuera extraño de comprender sabía que era Romeo y sabía a qué había venido.

Fui girando mi cuerpo poco a poco hasta toparme con el turquesa de su mirada atenta a la mía, el agua le llegaba hasta la cadera, casi al borde de la ingle, un pequeño camino de bello señalaba aquello que no podía ver, me alcé absorbiendo su aroma y atraída por un imán a su piel, mostrándole mi pecho desnudo, a mí sin embargo, el agua me llegaba hasta la cintura y no me importó estar desnuda delante de él, esta vez no habría telas que se interpusieran entre los dos y estaba deseando comprobarlo.

No hubo palabras, ni gestos, solo la pasión brillando exuberante en sus ojos, un brillo que hizo que el cuerpo me temblara de solo mirarlo. Alcé la mano atrevida, como si me sintiera con valor, como si supiera dentro de mí que yo lo manejaría esta vez y que yo lo detendría cuando quisiera, solo si eso mismo era lo que él quería porque yo no tenía pensado detenerme. Rocé su piel, cálida, musculada y suave, mis labios sintieron envidia de mis dedos y antes de que él pudiera detenerme besé ese torso, la cabeza de su dragón, lamí todo el borde que dibujaba su pecho mientras lo escuchaba gruñir y lo sentía temblar. Estaba en mi poder y saber eso me hizo más valiente para tocar con mis manos su estómago, sus caderas, subir en caricias lentas por todo ese duro pecho mientras mantenía la vista fija en la oscuridad de sus dilatadas pupilas.

Lo estaba volviendo loco.

Continúe bajando, con lentitud retrasando mi caricia para torturarlo, deseaba acercarme a su fuerza, pero quería que él sufriera como yo había sufrido, sentía esa piel ardiendo, quemando la mía, mi respiración comenzaba a estar fuera de sí, como loca, al igual que mi corazón, estaba tan cerca, tan dispuesta, tan ansiosa, tan...

Me frené.

Unas manos igual de cálidas que las que me tomaron de la mano de golpe deteniéndome totalmente, se posaron en mi espalda y bajaron en caricias por toda ella, sentí una tremenda tranquilidad y esa sensación solo me la provocaba Arín, quise girarme pero él me lo impidió con un empujoncito hacia el cuerpo de Romeo, para luego apegarse él a mi espalda, me impidió cualquier movimiento para poder ver su rostro, estaba enjaulada entre sus cuerpos, notando sus erecciones contra mí, una en mi estómago, otra en mi espalda, la bestia de deseo que yacía en mí se volvió loca y soltó un gruñido atroz cuando sus manos comenzaron a tocarme todo el cuerpo, sus labios a lamerme la garganta, cada uno por un lado. Yo también quería tocarlos pero ellos me lo impedían, me atrapaban las manos fuertemente para prohibirme cualquier movimiento. Me había convertido en su prisionera y estaba encantada con ello.

No podía dejar de menarme, no podía respirar y ellos actuaban de una forma increíble, era un juego de tres, pero solo ellos estaban jugando, yo parecía una espectadora con la que arremetían sin contemplaciones, parecían insaciables, sus manos continuaban meneándose, arañándome, hasta que dos duras manos se posaron en mis pechos y los estrujaron, perdí la fuerza y caí sobre Arín, él me tenía amarrada de esa manera pero Romeo no perdió el tiempo, mi vista estaba nublada pero pude apreciar como una de sus manos se introducía en el agua, entre su cuerpo y el mío, acto seguido la sentí entre mis piernas, en mi sexo exactamente, lo rozó varias veces, haciendo que soltara gritos locos que apagué mordiéndome los labios. Palpó con sus dedos, una y otra vez hasta que halló un punto donde se mantuvo, dando pequeños círculos en un movimiento largo, lento y tormentoso, me sacudieron millones de pinchazos, pinchazos dolorosamente deliciosos. Buscando un apoyo lo cogí del hombro fuerte, clavándole las uñas y lo apegué más a mí mientras gruñía, era demasiado placer. Arín giró mi rostro y comenzó a encerrar los gruñidos con su boca, dándome un beso salvaje mientras que sus manos sopesaban mis pechos y sus dedos tiraban dolorosamente de mis pezones. Cerré los ojos y me dejé llevar por la satisfacción que cada uno de ellos me daba.

Uno de mis pechos fue abandonado pero no pude quejarme, esa misma mano que lo había torturado me acaricio todo el cuerpo hasta la nalga, sus dedos rodaron en varias direcciones hasta detenerse justo en el centro, tocó hasta pararse casi al lado de los dedos de Romeo, en una zona que nunca hubiera imaginado que fuera a darme ese placer, algo se movió en mi interior al notar esa caricia novedosa, sentí terror y excitación, todo a la vez multiplicado.

Los labios de Arín me dejaron de besar y los ojos de los hombres que me estaban llevando al borde del abismo se cruzaron, mirándose intensamente, como si se comunicaran entre ellos en silencio. Romeo sonrió y me miró, las manos que me habían tocado de una manera tan deliciosa cesaron sus movimientos para tomarme de las caderas y cogerme en brazos, mis piernas enrollaron las caderas de Romeo, el cual me colocó fijamente encima de él y Arín se pegó totalmente a mi espalda, levantándome más las piernas a través de un agarre en mis muslos, estaba entre los dos abierta totalmente de piernas, notando sus penes en cada zona que habían acariciado tan perfectamente, preparándome para penetrarme los dos. El corazón comenzó a latirme más fuerte de lo normal, estaba segura que me matarían de placer.

Me miraron, con un fuego liquido en esos ojos y una sonrisa victoriosa en los labios.

-Alaya, te vamos a penetrar los dos a la vez.-Dijo Romeo con una voz ronca y rabiosa.

-Te dolerá, pero te prometemos que pronto el dolor se convertirá en placer.-La voz de Arín fue más suave pero no podía negar la rabia que había en ella.

Mi cuerpo comenzó a temblar, las puntas de sus penes estaban preparadas, solo les faltaba el pequeño empujoncito y yo estaba más que lista para recibirlas, me amarré a los hombres de Romeo y apoyé mi peso en el pecho de Arín, invitándolos a que lo hicieran, al unísono los dos me ofrecieron un grito bestial y...

Desperté sudada, con la respiración tan alterada que parecía que hubiera corrido cincuenta kilómetros a toda velocidad sin detenerme. Parte de mí estaba aterrada y la otra excitada, estaba empapada en mí misma, las manos me temblaban de tal manera que comencé a preocuparme, mis sueños comenzaban a perturbarme, al menos, esta vez no había soñado con Omar, aunque no tenía tan claro que sueños prefería más ya que este último solo servía para enfurecerme más.

Intenté relajar a mi desbocado corazón y mantener la calma de mi respiración, entonces caí que no había dormido sola, giré hacia el trozo de cama que estaba vacío pero con las sabanas desechas, lo toqué pero ya estaba frío, Arín hacía rato que se había ido, me entristecí pero por parte le di las gracias a los dioses de que no me hubiera visto en este estado de enfermedad sexual, aunque tal vez hubiera calmado parte de mi dolor.

Retiré las sabanas mojadas de sudor de encima de mí de un tirón, cogí una camiseta y unos pantalones cortos del cajón para cambiarme. Miré la cama con recelo, no tenía sueño, no estaba cansada, aunque el sueño que acababa de tener debería de haberme dejado agotada, claro, si hubiera sido real. Pero no había sido real y no estaba cansada, y sobre todo, necesitaba distraerme y olvidar este sueño. Salí fuera de la habitación y comencé a caminar, no tenía claro a donde deseaba llegar pero sin darme cuenta había salido de la casa, por la parte de atrás. Observé el cielo eclipsado de estrellas y me arropé con mis brazos, me arrepentí de no haber cogido algo para poder arroparme, era una noche fría y una cálida manta sobre mí me hubiera venido genial. Continúe avanzando, atraída por una pequeña luz que salía de un casa acristalada justo al final del camino, no sabía lo que era, esto sí que no lo había tenido en mi antigua casa, atraída por mi descubrimiento caminé sin cesar. Hasta que no llegué a la puerta no lo diferencié, pero una vez dentro me di cuenta que era un inmenso invernadero repleto de flores silvestres, salvajes y exóticas, un millar de colores me rodeaban como un arcoíris llamativo, luces atrayentes, hermosas que proyectaba una única luz verde que había al fondo y que encajaba a la perfección con el hábitat, pero era extraño en ese lugar, eso sí, alumbraba mágicamente esa selva misteriosa.

Daba pasos lentos mientras olía el aroma embriagador de esas flores, rocé con los dedos muchas de ellas, algunas se movieron a mi tacto, para luego seguirme la pista a mi espalda celosas de querer volver a ser tocadas. Frené cerca de un precioso manto de flores blancas que parecían campanillas, cuando me acerqué a ellas para olerlas, cada preciosa lamina blanca se abrió en mi dirección mostrando el color rosa, rojo y fucsia que se escondía en su interior, el polen interno flotó por un momento en el aire, brillante delante de mí, pequeñas estrellitas muy diminutas bailaron por mi mano y mis dedos, saltando de uno a otro como saltamontes. Quise arrancar una para poder llevarme esa preciosa flor llamada Lirio, era hermosa, por lo visto había nacido en mí un favoritismo en la línea de las plantas exóticas.

-Maldita sea.

Me sobresalté al escuchar esa maldición, eché un vistazo para buscar el lugar de donde provenía y justo al final, en una esquina donde predecía la oscuridad una sombra se movió. Atraída y curiosa a la vez, caminé en esa dirección hasta toparme con lo que parecía una gran espalda encorvada y una cabeza gacha con la frente apoyada en una de las cristaleras. Por mucha oscuridad que nos rodeara nada podía impedirme que identificara el cuerpo de mi guerrero, solo que después de sentir la necesidad de él, el cosquilleo que le provocaba a mi cuerpo su cercanía, me di cuenta de que algo iba mal, algo le sucedía a Romeo. Una gran preocupación entro en mí, haciéndome sentir un horrible nudo en el estómago. Antes de que mi mano pudiera tocarlo para consolarlo, este se giró bruscamente hacia mí. Había dolor, ira y mil preguntas en su rostro, pero la mayor de ellas fue la ira nada más me vio, nada más se dio cuenta de que era yo.

-¿Qué haces aquí? ¿Me has seguido? –Sus preguntas eran susurros pero su voz era dura.

-No... no te he seguido. –Susurré casi sin voz, se me quebraba la voz, parte de mí estaba aterrada pero la otra preocupada por él y esa última abarcaba más voluntad que la otra. -¿Te ocurre algo?

-Márchate. –Rugió amenazador con el mismo tono.

-Romeo...

-Que te marches. –Rugió más encendido. Estaba paralizada y asustada. – ¡MÁRCHATE!

Y salí disparada sin mirar atrás, corrí para salir de ahí, alejarme de esa bestia rabiosa que se había escondido en el rincón de la amplia colección de flora. Sentí el sabor de mis lágrimas derramarse de mi interior, tropecé con varias macetas y mesas, no miraba mi camino, solo necesitaba buscar la salida y justo cuando la tenía delante Romeo había aparecido de la nada y la bloqueaba, me frené con un grito en la garganta y con la vista en su cabeza gacha, fija en el suelo. No dije nada, solo esperé a que él reaccionara.

-Lo siento. -Su voz rota despertó algo dentro de mí, algo que hizo desaparecer todo el terror al que me había inducido. –Lo siento, Alaya.

Alzó la cabeza y me miró, sus ojos estaban empañados de dolor, control e ira, sus gestos eran extraños, había mil y un sentimientos cruzándose por su rostro y ninguno de ellos me decía que era lo que realmente le sucedía o si yo era el problema, aunque, por un lado me había echado de su lado y ahora se interponía en mi única salida. Si yo era la culpable debería dejarme marchar.

Me lamí los labios y aguanté la respiración.

-¿Quieres que me marche? –Susurré en un tono inaudible pero él era un Dragón, me había escuchado a la perfección, aunque sus gestos no demostraron nada. Continuaba impasible.

-No. -Y sin embargo su voz por fin había cambiado.

-¿Quieres que me quede? –Insistí.

-Sí.

Sus hombros se alzaban de nuevo y su rostro desafiante me miraba intensamente, el dolor que momentos antes lo había torturado había desaparecido y una sombra cautelosa borraba su imagen en la oscuridad de sus gestos.

-¿Que hacías aquí? –Intenté mantener una conversación educada, ocupar sus pensamientos, desviar el camino que habían trazado, pero mi pregunta fue verdaderamente inútil.

-¿Qué hacías tú aquí? –Repitió mi pregunta. Alcé las cejas.

-Buscaba la soledad...

-Igual que yo. –Otra vez la voz rota, apenada. Maldita sea, me estaba doliendo, me costaba una barbaridad de aguante el no tirarme a sus brazos y consolarlo, aunque estaba segura que ese gesto no me lo agradecería, es más, me empujaría y saldría pitando de mi lado.

Estuve pensando demasiado, perdí el tiempo evitando lo inevitable porque cuando me quise dar cuenta mi mano se movía sola hacia su rostro, mis dedos temblaban por acariciar su mejilla, por consolarlo de alguna manera, pero en el momento que sentí el calor de su piel, esa mano atrevida fue atrapada por la suya, rápida y eficaz, me retiró enseguida de su contacto, manteniéndola bien cogida, tanto, que comenzó a presionar con fuerza. Su respiración se tornó acelerada, ese amarre me causó un dolor insoportable, pensé que me rompería los huesos de la muñeca. Retiré la vista de mi mano enjaulada a sus ojos, oscurecidos, brillantes y rabiosos, todo había cambiado de repente, sus parpados se cerraron, me soltó la mano de golpe y me retiré de él mientras acariciaba mi muñeca.

-Estás loco, -Dije histérica intentando hacer desaparecer el dolor. – ¿Porque demonios lo has hecho?

Romeo abrió los ojos y me miró, clavando una dura e incondicional mirada en mí.

-Te dije que no te compartiría. Tú eres mía, Alaya.

-¿Qué... que... que significa eso?

-Exactamente lo que piensas. Esa imagen que tienes en la cabeza jamás ocurrirá, al menos con uno de los dos, y como ya te he dicho antes... Ya sabes cuál es el hombre que no participará, ni se atreverá a tocarte, -Abrí la boca por la sorpresa, sabía a qué se refería, al maldito sueño, me avergoncé de inmediato y sentí que mis mejillas se ponían al rojo vivo. -Estas prohibida para todos menos para mí.

-Creí... creí –Me aclaré la garganta, esta noche me estaba costando demasiado entrelazar dos palabras juntas y la causa era él. En ese momento su cuerpo radiaba ira y su rostro no se quedaba corto con el mismo sentimiento. –Creí que te habían vedado para mí y que habías enviado a la mierda a mi padre.

-No cambies de tema. –Rugió. –Has cometido un error al soñar con otro hombre que no sea yo, me debes una satisfacción que no pienso implorar.

Otro castigo no, por favor. Grité en mi cabeza con los puños apretados.

Dio dos pasos amenazantes hacia mí, mi corazón comenzó a latir con violencia, no tenía otra opción, no podía salir de allí pero si podía retrasar un poco mi castigo, disuadirlo, hablarle hasta que se aburriera de mí, pero principalmente no enfadarlo más de lo que ya estaba.

-Sabes... -Continúe retrocediendo hasta chocarme contra una mesa a mi espalda, él también se adelantó hasta estar casi a un centímetro de mi cuerpo. - ...podíamos negociar...

Me callé, su rápida mano cogiendo mi brazo hizo que todas mis suplicas se quedaran atascadas en la garganta.

-Claro, ahora vamos a negociar de verdad, Alaya.

Lo miré con recelo, solo un segundo, el mismo que tardo él en dedicarme una sonrisa de lado, burlona y siniestra a la vez.

Todo fue muy rápido, sus gestos, los cuales me deberían haber avisado de que corría un gran peligro, la electricidad que nos había rodeado en ese momento, un crudo y delicioso cosquilleo por todo mi cuerpo, la lentitud de sus pestañas al pestañear, esa señal que te dice que algo va a suceder y es la misma a la que yo no le hice caso porque en cuestión de dos segundos después habíamos traspasado todo el jardín botánico hasta situarnos en el centro, al lado de un impresionante y pulcro sofá cama blanco repleto de cojines en tono pastel, unas cortinas blancas colgaban del techo, justo donde estaba la luz verde que me había llamado la atención antes y caían alrededor de la cama tapando los laterales y el supuesto cabezal de cojines.

Pero ese no era nuestro destino. Admiré la belleza de esa cama dispuesta y preparada para una noche romántica, con la luz verde acariciándola suavemente, hasta que sentí el cuerpo de Romeo pegado a mi espalda, levanté la vista, tensa, hacia delante y me topé con mi propio reflejo, mi cuerpo entero a través de un enorme espejo con un marco dorado que ocupaba esta pequeña zona intima de descanso.

-Mira tú reflejo, sirena, mira atentamente quien hay verdaderamente detrás de ti.

Oh si y lo miré, lo miré detenidamente, primero me vi a mí, con el pelo desecho, los ojos brillantes, una camiseta de manga corta arrugada y un pantalón corto desgastado, los brazos a los lados y las piernas separadas. Después, cuando vi la pinta horrible que tenía lo miré a él, aunque estaba detrás de mí, su cuerpo era más grande que el mío y sobre salía de los lados, sus piernas estaban aún más separadas que las mías, sus brazos volando por los míos sin tocarme pero si podía sentir la electricidad de esa invisible caricia. Su rostro, tenaz y peligroso aparecía por encima de mi hombro y sus ojos estaban fijos en los de mi reflejo, nada más ver esa mirada turquesa mirarme profundamente, temblé.

-¿Quién hay detrás de ti?

-Tu. –Contesté con un gruñido.

No podía retirar mi mirada de él. La poca luz que nos alumbraba lo enfocaba de una manera muy seductora, estaba brindándome la mayor imagen de Romeo, el hombre más guapo que jamás había visto en mi vida, un hombre atractivo y con un formidable cuerpo, mi pensamiento sobre él jamás podría dibujarlo tan bello como era, ese hombre tenía cien caras y todas y cada una de ellas me volvían loca de deseo.

-Sí, yo. –Se mordió el labio inferior y fue tirando de él hasta que se escurrió de sus dientes, ver esa imagen hizo que me recorriera un terrible escalofrió por todo el cuerpo. -¿Por qué lo haces tan difícil todo? –Ronroneó mientras cerraba los ojos y cogía una bocanada de aire cerca de mi cuello. –Haces que me enfade contigo, no me obedeces y me obligas a vivir bajo el mismo techo con uno de mis peores enemigos, el mismo que un día de estos mataré para que no se pueda acercar más a ti.

Esa amenaza salió seductoramente de sus labios, su voz ya estaba provocándome más escalofríos incontrolables y mi pecho subía y bajaba demasiado deprisa.

-No serás capaz...

Sus manos atraparon mis brazos y en ese mismo momento todo mi cuerpo se paralizó, la respiración se quedó atascada en mis pulmones y las palabras en mi garganta.

-Ni se te ocurra pronunciar su nombre en voz alta o si no, que te doy mi palabra de que tú castigo será mucho más duro. –Sus labios estaban pegados en mi oreja, su voz era dura pero noté un matiz ahogado en sus palabras, no era el único que estaba padeciendo. –Esta noche solo quiero escuchar mi nombre en tus labios, quiero que lo grites.

Solté la respiración de golpe y un extraño rugido que pareció un sí, pero no estaba segura, mi mente estaba nublada y mi atención estaba puesta únicamente en el hombre que tenía a mi espalda, el cual en ese momento me dedicaba una sonrisa maléfica junto con una mirada ardiente llena de promesas. Me estremecí, su aroma llegó a mí como una onda explosiva y me martiricé con memorizarla. Sentí un cosquilleo en mis brazos, una extraña vibración que venía de él.

Miré sus manos, posesivas en mi cuerpo y aprecié como una fina capa de energía salía de ese roce, una aureola casi invisible se vertía sobre nosotros, brillante y de un color trasparente, haciendo una capa y atando nuestros cuerpos en una fina película que se adaptaba a nuestros movimientos. No sabía si estaba alucinando o si realmente Romeo había plantado una barrera de energía que nos unía.

-¿Qué... es esto? –Dije sin voz.

-Es una protección para que esta noche nadie nos interrumpa. –La fina capa se estrechó más entorno a nosotros, parecía adaptarse a las curvas de nuestros cuerpos, se mecía con nosotros, a nuestros movimientos. –Esta noche no te me escaparás.

No, no tenía ganas de marcharme a ningún lado. Podía estar tranquilo.

-Solo me sentirás a mí esta noche, me voy a encargar de borrar tu sueño y esa imaginación depravada con otra fantasía que solo yo te puedo dar. –Sus manos bajaron por mis brazos y se introdujeron por mi cintura. –Mis manos te harán arder y me suplicaras que te dé más. – Sus dedos jugaron con la orilla de mi camiseta, subiéndola y bajándola lentamente para que yo no perdiera detalle. –Tus gritos y tu placer será el mío, solo yo comeré la fruta que tan intacta tienes, que tan vulnerable voy hacer esta noche y me encargaré de dejar mi huella en ti, mi marca por todo tu cuerpo, para que solo pienses en mí, para que la desesperación por ser tocada sea solo satisfecha con mis manos.

Si solo pienso en ti, maldita sea, me estaba volviendo loca. Su voz surcaba mi cuello como olas hasta frenarse en mi garganta y arremeter con ira contra ella, tenía esa zona más que dolorida, casi ni la sentía pero lo que peor llevaba eran sus dedos, continuaban jugando con mi camiseta, hasta que por fin se decidió y la arrancó fugazmente, sacándomela por la cabeza, dejándome el pecho y toda la parte de arriba desnuda.

Fue rápido y casi ni me inmuté pero si noté el vacío de esos dedos hasta que volvió a posarlos de nuevo, solo que donde antes había habido tela ahora solo había carne y donde sus dedos habían jugado, ahora jugaban sus manos y el roce de sus brazos desnudos, ya que sus dedos se encontraban acariciando mi estómago.

Sentí piel desnuda y caliente en mi espalda, él también se había quitado su jersey negro. Darme cuenta de eso hizo que inconscientemente me incurvara contra su pecho, donde apoyé toda mi espalda, esa zona ardió al contacto con la suya, una carne dura y caliente que poco a poco se fue suavizando, como el gruñido que había dado Romeo al sentirme, un rugido que había traspasado todo el invernadero.

Cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación de su cuerpo, por aquella misma que tanto había echado de menos. Este hombre me hacía sentir tan bien.

-Abre los ojos sirena, quiero que veas bien todo lo que te voy hacer. Quiero que te contemples ante el espejo como te tocan mis manos y quiero que veas como yo, hago que te corras.

Esa palabra fue un afrodisíaco para mis oídos, me sentí mojada de solo haberla escuchado. Abrí los ojos, fijándolos en mi cuerpo, vi como las manos de él se trasladaban a la orilla de mi pantalón y como poco a poco esa tela bajaba hasta caer en cascada al suelo, donde se quedó enrollada en mis pies.

Subió sus manos presionando las uñas por mis caderas sin hacerme daño, solo el dolor que me causaba era la excitación que me gritaba desde dentro ser saciada, no podía hablar solo gruñir, hacer movimientos bruscos por culpa de ese masaje erótico y apegarme más contra su pecho, mis manos parecían muertas a los lados, sin defenderse de la intrusión, pero no tenía fuerzas y menos aun cuando lo que ese hombre estaba haciendo yo misma lo estaba deseando.

-Estoy deseando ver que se esconde aquí debajo. –Paseó sus dedos pulgares por la goma de mi braga y la estiró solo un poco. –Estoy deseando saber cuánto puedes soportar. –La braguita bajó un poco pero todavía no se veía nada. –Estoy deseando saber a qué sabes. –Sus dedos dejaron la braguita a mitad de camino y comenzaron a subir y bajar por mi estómago, yo solo podía gruñir, respirar fuerte y morderme los labios mientras Romeo hablaba. Soltaba la respiración tan cerca de mí, que en mi cuello se podía freír lo que quisieras.

Una de sus manos desapareció por mi espalda y acarició mi cabello hasta enrollarse en él y mantenerse ahí, sin tirar, la otra mano, la que continuaba acariciando mi estómago bajó lentamente hasta la orilla de mis braguitas y las puntas de sus dedos se introdujeron dentro, pero se detuvieron. Romeo lamió mi oreja y la mordisqueó.

-Abre más las piernas, Alaya, no quiero que nada me impida entrar en ti. –Obedecí, yo tampoco estaba dispuesta a impedirle nada. Romeo ronroneó y besó mi cuello. – Y ahora mira cómo te toco, mira cómo voy apoderarme de ti, mira como mis dedos se pierden dentro. –Fije la vista en esa mano, atenta para no perderme ningún detalle. -Buena chica.

Esa mano fue descendiendo hasta que sus dedos y parte de la mano desapareció por dentro de la tela, sentí un hormiguero increíble recorrerme entera, sus dedos no me habían tocado pero ya los sentía.

-Como ardes, Alaya. –Susurró ronco y pegó más su pecho contra mi espalda, ese acto me hizo soltar un fuerte gruñido. Estaba desesperada, perdida y maldita sea, lo necesitaba ya.

-Romeo. –Gruñí suplicante, anhelante de él.

Escuché el sonido de una risita triunfante, una demostración a mi pérdida de control y por fin sentí el roce de sus dedos posarse en mi sexo, fue abrasador, sus yemas me acariciaron suavemente, en líneas rectas hasta que dos de sus dedos, encontraron el punto de dolor más intenso, un pequeño bulto que parecía haberse endurecido, se movieron en círculos haciéndome soltar intensos y profundos gruñidos, para dejarlo abandonado después de mi gozo y rozar la mojada zona que había más abajo, donde se mantuvieron y se movieron empapándose de mí para volver húmedos a ese punto excitante y doloroso.

Gemí sin control, pensando en que era lo que me estaba haciendo, algo que nunca antes había sentido, rezando para que se detuviera y para que continuara, para que calmara mi dolor, uno que se estaba volviendo insoportable. Sus labios comenzaron a besarme el cuello y su lengua a dejar su marca, su nombre por toda yo.

-Estas tan mojada, tan preparada que me estoy volviendo loco por probarte. –Me costaba demasiado prestarle atención, los dedos que me estaban acariciando, esas tortuosas caricias estaban convirtiendo a mi cuerpo ya sensible en un volcán a punto de reventar y causar un destrozo mundial. –Necesito entrar en ti, llenarte entera. –Su voz era líquido y su respiración intensa. -¿Quieres que entre en ti?

Grité no solo por esa sugerencia, él había dado dos golpecitos en esa zona que había estado atormentando y que ahora mismo estaba ultrasensible.

-Dilo. –No podía hablar, mi cuerpo temblaba de fiebre por él. –Si no me lo suplicas te dejaré dolorida.

-Sí, Romeo, por favor, quítame... este dolor.

Debería haberlo detenido, decirle que no estaba bien pero no podía y muy dentro de mí no quería que se detuviera.

Al escuchar mi suplica el trozo de tela que me sobraba del cuerpo desapareció y mi reflejo en el espejo fue bestial, una piel sedosa completamente desnuda, solo con una cadena colgando del cuello brillante bajo el foco verde, ríos de sudor grabados a lo largo de una piel de gallina, la mano de Romeo entre mis piernas y sus ojos clavados en los míos. Jadeé al ver la oscura mirada de deseo que me dedicaba, al ver como se mordía el labio para luego lamérselo y torturarme más, debilitarme a conciencia.

Pero estaba equivocada, la tortura no era esa y lo supe nada más sentí uno de sus dedos penetrarme, esa invasión mando millones de alarmas a mi cabeza pero un millar más de pinchazos de placer las retiraron a un lado hasta hacerlas desaparecer por completo. Ese dedo se mantuvo quieto, esperando a que me adaptara a él y cuando todo mi cuerpo se relajó, Romeo lo sacó lentamente.

-Estas tan estrecha, tan mojada... Tu olor me viene como el chocolate recién hecho. –Inspiró fuertemente cerrando los ojos y alzando la cabeza al techo, esa garganta estirada atrajo mi mirada y me dieron ganas de morder, morderlo a él. –Estoy impaciente, córrete Alaya, piérdete, déjate llevar y llega al orgasmo, así puedo entrar en ti de otra manera.

Ese dedo que había salido volvió a entrar y salir, para volver a entrar de una fuerte envestida, comenzó a moverlo más rápido y cada vez que lo metía entero lo podía escuchar gruñir. Mi cuerpo ya no lo soportaba más, me caería y tuve que agarrarme a esa mano que se mantenía entre mis piernas y la otra en su muslo, me apegue más a Romeo y sentí su cuerpo temblar e incurvarse, de una manera que noté su erección en mi trasero. Sus envestidas se unieron al compás de sus movimientos, al mismo tiempo que introducía su dedo, su erección se aplastaba contra mí.

Ya no aguantaba más, mi cuerpo se estaba descomponiendo en mil trozos, mi corazón latía ferozmente en mi pecho y una electricidad rasante me atravesó rápida y fugaz, una sacudida tras otra me hizo jadear como una loca, él continuaba hablando contra mi oreja pero ya no lo escuchaba, estaba inmensa en ese placer nuevo para mí, en el alcance de una de las montañas más altas de la tierra, en un placer donde no se puede hallar el límite.

Mi cuerpo cayó en sus brazos y aun, con los últimos resquicios de mi orgasmo me sentí volar, tomada por sus brazos en alto hasta dejarme en la cama, exhausta, temblando, pero todavía no había terminado. Romeo se subió a la cama y se colocó encima de mí de rodillas, me abrió las piernas con delicadeza para colocarse entre ellas y me besó, un beso dulce pero a la vez voraz, apasionado, como si hiciera años que no me viera, tomó en cada una de sus manos mis pechos firmemente, ahuecándolos, como si tuviera derechos sobre ellos, como si los conociera bien. Sus pulgares comenzaron a acariciar los pezones en círculos, haciéndome sentir de nuevo sacudidas. El placer venía a mí de nuevo más fuerte y más intenso.

-Tu cuerpo es mi masilla y yo lo moldeo a mí como quiero. –Me miró a los ojos, deteniendo sus caricias y colocó cada brazo estirado a un lado de mi cuerpo, sus manos se apoyaban en la cama, manteniéndome presa. Se estiró colocándose entre mis piernas y presionando sus caderas a las mías. Lo revisé de nuevo con la vista, ese hombre era la perfección, la belleza en su cara y el cuerpo, la línea de su garganta, la superficie muscular lisa y brillante de su torso, la marca de una flecha hacia su ingle, era pura sensualidad masculina. –Lo notas, notas como me la pones de dura.

Si, la notaba, su erección entre mis piernas, presionando fuerte entre sus pantalones contra mi sexo que se mojó más al sentirlo tan excitado. Gruñí y cogí sus fuertes brazos en mis manos, atrapando sus bíceps para clavarle las uñas, pero Romeo las retiró enseguida y las colocó por encima de mi cabeza.

-Si me tocas no lo soportaré, no lo aguantaré y nadie te protegerá de que te posea el demonio que llevo dentro. –Solté parte de la respiración en un sonoro gruñido. –Mi deseo es tan fuerte que con solo oler el aroma que has dejado en una habitación, mi pene vibra y se aplasta contra mis pantalones. Necesito controlarte para disfrutar de ti toda la noche.

Besó mis labios y antes de que me adaptara al beso ese hombre se retiró para ir dando un reguero de besos cálidos por toda mi garganta, mi cuello, el pecho, mi corazón latió rápidamente debajo de sus labios, donde se detuvo con devoción soltando la respiración en ellos, que de nuevo estaban erectos para él y continuó sus besos hacia el estómago bordeándolo, formando círculos y entretenerse un rato en el centro de mi ombligo, introduciendo su lengua en él y volviéndome loca, haciéndome gemir. Continuó bajando, moviendo sus labios ligeramente por las caderas y el muslo, besó y mordió mientras sus manos acariciaban mis costados, mis caderas, manteniéndome quieta y bien pegada a la cama. Agaché la vista para ver como su cabeza subía de nuevo entre mis piernas, por el interior del muslo, la capa de energía transparente continuaba rodeándonos, ceñida a nuestros cuerpos como una capa de piel. Su aliento caliente contra mí hizo que me retorciera. Unos ojos casi como el mar oscuro, la profundidad radiante, me miraron, gruñí al ver la intensa expresión de su rostro, Romeo había soplado una zona que ardía y dolía intensamente, el muy bastardo sonrió y volvió a inflamar esa zona con otra caricia de su aliento.

-Sirena, no te puedes imaginar qué imagen tengo de ti desde aquí, estas radiante, sudada, hermosa, me posees de una manera que no puedo controlar. –Besó la zona de piel sensible por debajo de mi ombligo y pasó sus manos por debajo de mis caderas, la otra se dedicó hacer un sendero por mi muslo, sus yemas acariciaban la híper sensible piel interna de mis piernas. -¿Me deseas Alaya?

Gruñí, solo podía jadear, estaba enferma, él me ponía en ese estado. Me arrastraba sin cesar a una marea intensa, una perdición en los mares embravecidos del deseo, uno en que te daba igual lo que sucediera luego, solo me importaba que él no se alejara de mí, que no me abandonara. Volví a gritar y me recompensó con una sonrisa dulce.

Se tomó su tiempo, besando, lamiendo un camino por todas direcciones pero acercándose peligrosamente a mi centro, al foco del dolor, me incurvé y estiré los brazos agarrándome a las sabanas mientras le suplicaba, por fin su cabeza se hundió entre mis piernas y esa lengua caliente se movió más rápido, ese tacto explotó con todo mi cuerpo y mi cuerpo salió violentamente disparado hacia arriba con un grito bestial. Una mano se cerró en torno a mi cadera, bajándome y manteniéndome en alto, a su altura, para él, para poder saborearme mejor. Su lengua, primero juguetona debilitando la zona, daba lamidas por aquellas zonas que deberían estar prohibidas y que me arrancaban gemidos sin cesar.

-Tu sabor me está volviendo loco. –Su voz la escuchaba muy de fondo, pero estaba ronca, sus manos ahuecaban mi trasero con fuerza, parecía contenerse. –Quiero separarte, ábrete más, necesito meterme dentro de ti.

Temblé con ese sonido de voz, mirándole intensamente a los ojos, sus manos apretaron cada una de ellas más, una mi trasero y otra la cadera y él mismo me separó, con un poco de ayuda de mi manejable cuerpo.

-Te has corrido en mi mano y ahora quiero que te corras en mi boca.

Mis caderas se incurvaron violentamente cuando esa promesa se hizo realidad, fue intenso, increíblemente satisfactorio, lentamente entraba en mí, llenándome por completo, lo sentía, sentía su aliento, sus dedos sobre mí, su lengua entrar y salir, el latido de su corazón tan frenético como el mío, hasta incluso sus pensamientos, donde decía una y otra vez las mismas palabras que me decía en voz alta, groserías intensas o bellas frases de mi aspecto, lo sentía todo aumentado, mi placer por tres.

Cuando me alcanzó del todo, me volví loca retorciéndome, llorando y corriéndome más intensamente que la vez anterior, más largo, pensé por un momento que me moría, grité el nombre de Romeo, como él me había pedido, grité más cosas, sentimientos que debería haber mantenido encerrados en mí pero que en ese estado de frenesí habían salido de mis labios sin control. Me desplomé en la cama sin fuerzas, abatida completamente, creí perder el conocimiento pero mi corazón latía con fuerza contra mi pecho y retumbaba en el silencio del lugar.

Sentí una acaricia en mi mejilla y como esos dedos retiraban mi cabello sudado de mi cara para dejarlo detrás de la oreja, no tenía fuerzas ni para abrir los ojos, estaba agotada.

-Alaya, -El susurro fue débil y su aliento cálido cayendo en mi oreja mando latigazos por todo el alrededor de esa zona. –Eres mía, siempre gritaras mi nombre cuando te corras, porque seré el único que pueda darte ese placer. –Besó mi garganta y gruñó. –Quiero escuchártelo decir, quiero que lo digas con tus propios labios.

-Mmm. –Murmuré algunas cosas más, pero ninguna tan clara como el sí que salió de mi garganta roncamente junto con un bostezo.

Me besó dulcemente en los labios, manteniéndolos ahí, un beso suave, dulce y añorado por todo mi cuerpo, suspiré y noté una sonrisa en mis labios.

-Mía.

Fue su última palabra antes de que cayera en un sueño feliz.

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