Capítulo 4
Fue aún más incómodo viajar en silencio y sin mirarnos a la cara que hablar entre los dos. Evité mirarlo porque corría el riesgo de volverme loca y había sido el peor momento de mi vida, tenerlo tan cerca, haberlo tenido tan cerca y tan predispuesto conmigo. Me había engañado, su comportamiento había sido fingido para sacarme lo que él deseaba, una vez había tenido la información que necesitaba, le había devuelto la vida al Romeo dos, al que yo odiaba y el que por lo visto me tenía la misma devoción.
Jamás llegaré a entender por qué este hombre me odiaba tanto.
Cuando llegamos a la propiedad de Epicydes, me quedé anonadada. Se trataba de una preciosa casa veneciana al estilo antiguo, de roca grande y bien pulida, rodeada de viveros, llanuras enormes y bien cuidadas, pero con las mismas protecciones que tenía la casa de Efrain, solo que un poco más disimuladas o perfectamente escondidas estratégicamente. No llegué a vislumbrar muchos guardias de seguridad pero sabía seguro que estaban a mí alrededor, observando con detenimiento el coche deportivo solitario en el cual iba y que se introducía en la viña. A varios metros de la propiedad Romeo aparcó el coche, justo al lado de la entrada, en batería como el resto de coches que ya estaban allí. Alcé la mano para abrir mi puerta en el momento que él salió fugazmente, pero tan solo rocé el metal cuando mi mano en el aire fue de nuevo invadida por otra, la suya. Me ayudo a salir del coche, cosa que no hacía falta, pero entendí el propósito al ver su siguiente reacción. Tan pronto como salimos del coche tiró de mi brazo, me envolvió con su brazo la cintura y agarró mi barbilla con su otra mano, mi cuerpo se incurvó al chocar contra su pecho y mis rodillas se debilitaron al sentir por fin sus cálidos labios sobre los míos. El acto en si fue rápido pero el beso no, ese roce fue lento, provocativo, me incitaba a perderme con él, me recreaba una ilusión o un futuro por terminar lo que hacía tanto tiempo deseaba alcanzar. Cerré los ojos, débil, anhelando más un beso profundo que no llegaba y no llegaría. Romeo se retiró de mí para besar mi oído, sentí su aliento como un intenso fuego abrasador.
-Esto es solo el principio, sirena.
Se retiró tan pronto que casi caigo de boca, gracias a que con rapidez tomó mi mano entrelazada con la suya porque si no, estaría viendo las estrellitas en ese momento. Tiró de mí de nuevo solo que esta vez para caminar y cuando me di cuenta de un detalle en el cual no me había percatado me detuve ruborizándome. Por lo visto habíamos tenidos espectadores que lo habían visto todo y que en ese momento nos miraban con los ojos bien abiertos, agaché la mirada avergonzada a cada uno de ellos y entré en la casa con Romeo, intentando que no se me cayera el mundo encima. Por suerte, los únicos que no habían visto mi deprimente imagen de cómo me había dejado sobar de esa manera era mi padre y mi tío, el resto continuaban petrificados en la entrada con lo sucedido.
Romeo lo había hecho a propósito.
El interior era aún más impresionante que el exterior y su decoración era exactamente casi igual que aquel hogar donde yo me crie. Rodeé sobre mí misma, paralizada y asombrada en este magnífico mundo, no me podía creer que mi tío hubiera recreado de tal manera ese pasado que añoraba. Ahogué un grito al ver el recibidor y aguanté las lágrimas que estaban al borde de caer de mis ojos, esto era increíble, impresionante.
-Te dije que le gustaría.
Giré a mi espalda al escuchar una voz de mujer tan dulce. Una preciosa y menuda mujer vestida elegantemente con una camisa de seda azul y unos pantalones ceñidos en negro me miraba radiante con una enorme sonrisa en los labios, sus ojos azules se clavaban en mí con gran ilusión, como si viera orgullosa a una hija perdida. Su cabello rubio caía en cascada por su espalda y unas preciosas perlas se enrollaban en su cuello en varias vueltas para luego caer entre su pecho. Me miraba como si me conociera de toda la vida, el problema es que yo no tenía ni idea de quien era ese querubín.
Alguien tosió fuertemente a nuestro lado, mi padre y Epicydes miraban intensamente la mano de Romeo que todavía me tenía cogida, este, sin importarle nada apretó más el abrazo y los miró, amenazándolos para que intentaran hacer algo. Noté la energía vibrar por la habitación, pero solo la de mi sangre, Efrain y Epicydes se estaban poniendo morados, como última oportunidad me miraron a mí y yo desde luego no tenía pensado desafiarlos en nada, así que, retiré la mano de él de inmediato y antes de que el guerrero pudiera intentar de nuevo cazarme Epicydes se acercó y me tomó del brazo con delicadeza, pero el tirón lo sentí con fuerza para salir del encuentro de Romeo y de su cercanía, ya que a un paso rápido avancé hasta el salón con Romeo pisándome los talones.
Llegamos al impresionante y gran salón que parecía de baile por su amplitud, su decoración y la luminosidad del exterior que entraba por los enormes ventanales de un lateral, dándole un encanto mágico junto con tres enormes lámparas de araña colgando de un techo de vigas de madera. El resto nos siguieron al interior, colocándose por mis lados, luego los únicos que faltaban por fin entraron en la estancia y decidieron quedarse en la arcada de la entrada al salón, ocupando toda esa salida con sus propios cuerpos, por un momento decidí mirar a Mikael que me dedicaba una sonrisa, los otros, Chilo, Yulian y Samuel, solo parecían atentos. Esto parecía una especie de presentación, ya que yo era el centro de atención en ese momento. Todos me miraban, esperaban algo y estuve a punto de preguntar, ya que me estaba poniendo nerviosa, pero Epicydes dio un paso hacia delante y se colocó entre la mujer rubia y yo.
-Alaya, ella es Nekera Talos.
La aludida se adelantó sin borrar esa sonrisa de sus labios pero con una incertidumbre extraña en la mirada, alzó su mano hacia mí y yo la tomé en un gesto de saludo.
-Encantada Alaya, tu tío me ha hablado mucho de ti, tenía ganas de conocerte.
Sonreí, tenía una voz melodiosa, como un ser de los bosques mágicos, radiaba hermosura, sus ojos brillaban más y ese azul se prolongaba sobre ella de una forma preciosa. Giré mi rostro hacia mi tío que me observaba con atención y a la vez preocupado, sentí cierto temor en su mirada y algo extraño se removió en mi interior cuando lo vi avanzando hacia ella y le dedicó una sonrisa antes de darle la mano, no lo sabía exacto, pero por un momento ese gesto me molesto muchísimo, me sentí celosa.
-Alaya, Nekera es mi prometida.
Un pequeño pinchazo atravesó mi pecho, sentí rabia, envidia, dolor, alegría, todo a la vez y no pude retenerlo en mi interior, dejando que todos esos sentimientos se reflejaran en mi rostro. Nunca pensé que mi tío se fuera enamorar de otra mujer, siempre imaginé que yo sería su único amor, la niña de sus ojos pero ahora tenía a otra, otra mujer que me iba a quitar a mi tío, escuché el sonido de algo que se rompía dentro de mí, para luego notar mi corazón latir con fuerza.
-Alaya...
-¿Porque no me lo dijiste? ¿Por qué has esperado hasta ahora?
Lo vi abrir la boca sorprendido por mi reacción, pero no le dejé hablar, me di la vuelta y me marché, necesitaba estar sola y según, si la casa era igual que en mi pasado, sabia de sobra donde estaba mi habitación. Escuché detrás de mí a Epicydes llamarme, continúe hacia delante abriéndome paso entre los cuatro cuerpos que bloqueaban la entrada, Mikael me dejó pasar y vino detrás de mí, subí las escaleras de caracol y pasé de largo por el gran pasillo casi corriendo hasta detenerme donde quería, abrí una puerta que concia perfectamente y entré. Era mi antigua habitación perfectamente copiada a la otra, solo que con varias novedades y modernidades de este siglo, como una televisión de plasma, un teléfono, una especie de cadena musical y un ordenador portátil en una esquina, solo, esos detalles la diferenciaban y seguro que la cantidad de ropa de una tienda entera en un armario inmenso que ni me digné en mirar. Todo ello era de una era diferente que pretendían copiar mi pasado, pero no me importó, solo deseaba serenarme y estaba en el lugar adecuado, ya que por mucha tecnología avanzada que lo rodeaba, continuaba siendo igual que mi vieja vida y en ese momento lo necesitaba. Mikael intentó entrar como una avalancha en mi habitación pero le cerré las puertas en las narices.
-Joder, Al, que mala hostia tienes. –Dijo contra la puerta. –Venga déjame entrar, si no echaré la puerta abajo.
-¿Y qué te lo impide? No he cerrado la puerta con pestillo, solo quería... -Mikael entró y la fuerza de mis palabras se perdió. -... estar sola.
Lo miré con los hombros decaídos, no tenía ganas de luchar contra él, aunque estaba irritada pero no con Mikael, como siempre él era el único amigo que tenía en la casa.
-Dales una oportunidad.
-¿Has venido a convencerme?
-No. He venido porque me preocupo por ti. He visto tu cara ahí abajo y te entiendo en parte, pero también entiendo a Epicydes. Él también se merece ser feliz. Se ha pasado diez siglos buscándote, culpándose por dejarte sola aquella noche, por haberte mantenido en secreto todos los años que has estado con él. –Sus palabras eran sinceras. Dio varios pasos hacia mí y me cogió de los hombros. -Por muchas mujeres que aparezcan en su vida jamás las cambiará por ti, jamás dejara de verte como la niña de su vida.
-Lo sé, pero... no lo sé, me siento rara, como celosa, siento que va a dejar...
-¿De quererte? –La voz salió de la puerta abierta de la habitación. Epicydes estaba en ella, mirándome con ternura. –Nunca en la vida dejaré de quererte. Pensé que eso lo tenías más claro.
-Sí, pero...
No me salían las palabras, parte de mi cabeza me decía que era una estúpida comportándose como una cría de dos años que le han quitado su juguete preferido, pero otra parte estaba enfadada. Sacudí la cabeza y decidí razonar con mi parte madura, la que me decía que él era mi tío, un hombre que me había criado y me había convertido en lo que yo era ahora mismo, una mujer luchadora, independiente y valiente, y que él era un hombre, al igual que yo, él necesitaba a una persona importante en su vida y yo no tenía derechos a juzgarlo. Me retiré de Mikael y avancé hacia mi tío.
-¿La amas? –Epicydes dijo que si con la cabeza y sonrió. –Entonces yo también la tendré que querer si va a formar parte de la familia.
Epicydes me abrazó fuerte y me dio varios besos en la cabeza, yo le correspondí y me sentí de maravilla. Por muchas mujeres que hallan en la vida de mi tío, nunca cambiaran el hecho de que yo esté ahí, dentro de él, compartiendo la mitad de su corazón.
-Gracias. –Susurró contra mi cabello. –Esto es muy importante para mí y necesito que estés a mi lado.
-Siempre estaré a tu lado. –Le reconocí mirándole a los ojos y pude ver un extraño dolor pasando por los suyos. -¿Sucede algo?
-No, es que me preocupo por ti, eres parte de mí, yo te crie como mi hija y me duele verte tan apagada. –Escucharle hablar de mí así me reconfortó de una manera inesperada y le sonreí más abiertamente.
-Estoy bien, deja de preocuparte. – Le di un beso en la mejilla y borré parte de su dolor para terminar sacándole una hermosa sonrisa. -Vamos a ver a Nekera.
No hubo objeción en ello. Cuando volvimos a bajar Epicydes me dejó sola en el salón, sentada en el sofá. El resto de mis compañeros habían desaparecido, supongo que para dejarme intimidad con esa mujer. La miré en varias ocasiones, estaba tan incómoda como yo, solo que en su mirada había cierta preocupación que por extraño que pareciera deseaba hacer desaparecer.
-¿Cuándo os conocisteis?
Ella me miró y apoyó las manos en su regazo. Era una vampira nacida con una impresionante fuerza interior, estaba segura que tenía más siglos encima suya que yo, pero aun así, continuaba pareciéndome una niña, su rostro tenía las facciones más angelicales que jamás había conocido en una mujer y su pequeño cuerpo parecía frágil y delicado, más que intimidarme me daban ganas de estrecharla como a una muñeca entre mis brazos.
-Hace muchísimos siglos, antes incluso de que tú nacieras, pero nunca habíamos pensado en estar... juntos.
Parecía tímida. Sus manos descansaban en su regazo pero sus dedos jugaban nerviosos con una alianza de oro plateado donde brillaba un impresionante rubí.
-¿Porque?
-Bueno... digamos que su familia, tu familia y la mía no se llevan exactamente bien y luego estaba tu madre, su compromiso con ella y su peor momento en la vida al perderla, hasta que apareciste tú y Epicydes se esfumó para criarte a escondidas del mundo.
-Pero podías haber ido en su busca.
-Yo solo era para él una buena amiga, nada más.
-Hasta ahora –Le recordé.
La hermosa mujer que tenía delante se movió inquieta en la silla y fijó la vista en sus manos para luego devolvérmela con intensidad, pero para nada critica.
-No pienses mal de mí. Entiendo tu reacción. –Sonrió y por un momento su mirada se perdió, como si intentara recordar. –Siempre había tenido envidia de ti.
Abrí tanto la boca como los ojos.
-¿De mí? ¿Por qué?
-Por el amor que había en cada una de las palabras de Epicydes cuando hablaba de ti, cuando decía lo mucho que te echaba de menos o simplemente te recordaba en voz alta. Nunca te había visto y ya sabía cómo eras, aunque realmente tu tío no podría haber llegado a explicar jamás lo hermosa que eres. –Sonrió más abiertamente. –Para él eras lo mejor que le había sucedido en la vida.
-Era mi tío, sangre de mi sangre y a su forma de ver, era su hija.
No entendía el motivo que nacía de mí, pero parecía que tuviera que darle explicaciones del amor que me procesaba Epicydes, razones obvias de porque era así conmigo, era incoherente ¿Para qué darle explicaciones de algo que ya era suyo?
El motivo más razonable que encontraba para pensar así, creo que era que esa mujer me trasmitía cierta ternura, su voz, su forma de mirarme, sentía la añoranza que yo misma había sentido al desear que me llegara a amar la gente que me veía diferente. Por un momento me vi en un espejo con sentimientos similares.
-Yo también te veo así. –Continuó como leyendo mis pensamientos, pero tan solo había leído los gestos de mi cara, que en esos momentos se reflejaban claramente.
-¿A sí?
-Sí, ahora lo entiendo, por fin me doy cuenta de que era lo que veía tan especial tu tío en ti. Tu humanidad, tu amor por lo bueno. Por fin puedo ver a través de sus ojos.
-Él me quiere y siempre verá el bien en mí, al igual que yo sobre él. Eso nadie lo puede cambiar.
Las dos nos quedamos en silencio, no quería tirar esa pulla y menos con esa entonación pero salió de mis labios antes de que pudiera controlarla o pararla. Nos miramos hasta que ya no soporté más ese brillo azul claro, me picaban los ojos y retiré la mirada hacia la chimenea apagada que ocupaba todo un lateral de la estancia. Me hacía sentir mal por no querer compartir a Epicydes con ella.
-Alaya, no estoy aquí para robarte a tu tío. –Ella había roto el silencio incómodo y adelantándose por haber leído mis pensamientos, o eso pensé, pero de nuevo leía mi rostro. –Sé qué piensas que te traicionó.
-No es exactamente como me siento, realmente ahora no sé qué pensar. Antes tal vez, pero ahora... tal vez lo comprendo.
-Me alegra mucho escucharte decir eso. –Me sonrió ampliamente, esta vez con más seguridad en ella misma. –Quiero que Epicydes sea feliz. Tu ausencia supuso un duro golpe para él. Fueron momentos muy malos, pero aunque me duela decírtelo, esa pérdida nos unió.
-Me alegro que encontrara desahogo en ti.
Mierda, había vuelto a pensar en voz alta y su cara lo decía todo.
-No me mal intérpretes. –Respondió un tanto molesta por mi importuna conciencia que hoy hablaba sola. –Me convertí en su mayor y mejor amiga, no fui buscando nada en él que no me quisiera dar, solo cuando tú apareciste de nuevo tu tío se me declaró, me pilló por sorpresa pero me encantó y acepté antes de que se arrepintiera. –Soltó una risita tonta y enamorada.
Me callé y ella también, pensé que en su silencio esperaría un comentario y sorprendentemente no tenía ninguno a esa declaración, me alegraba por los dos y aunque me fastidiara reconocerlo se lo merecían los dos. Ojala yo hubiera tenido un final como el suyo.
-Siempre lo he amado, desde el primer día en que lo vi y aunque sabía que nunca seria para mí, jamás pude dejarlo de amar.
-Si, por una burla del destino, siempre nos enamoramos del hombre equivocado. –Dije más para mí misma que para ella.
-No siempre Alaya. A veces el destino sabe lo que hace.
-No conmigo.
Susurré muy despacio de nuevo para que ella no me escuchara, pero al alzar la mirada y ver su rostro me di cuenta de mi error. No deseaba que se compareciera de mí, no necesitaba solidaridad de su parte, todo era culpa mía, yo ya era mayorcita para saber de quién me enamoraba.
-No lo pienses, solo déjate llevar. –Me tocó una rodilla y ladeó su rostro como si yo fuera una niña pequeña que se ha hecho daño, me sentí un poco incomoda pero agradecí el gesto. -¿Te gustaría beber algo? He preparado té de canela. A tu tío le encanta.
Y algo que le encantaba a mi tío, me encantaba a mí. Era raro pero real.
-Sí. Estaría genial.
-Bien, espera aquí, ahora lo traigo.
-Y ¿mi padre? –Pregunté antes de que me diera la espalda para marcharse.
-En el despacho. –Señaló una puerta justo al otro lado de la arcada de la entrada. –Tenía un asunto importante que tratar.
Cuando Nekera se marchó me alcé del sofá y me dirigí a esa puerta, curiosa y con ganas de escuchar algo de lo que se cocinaba detrás de esas puertas enormes de roble macizo que ocupaban casi toda una pared entera. Pude escuchar el murmullo de unas voces nada más atravesar la arcada, di los últimos pasos hasta estar justo delante de la madera y sentí una pequeña fuerza que traspasaba la barrera que me impedía ver quien había ahí dentro, hasta que estuve tan cerca que por fin pude diferenciar las voces. Coloqué una mano en la madera y afiné mi oído, atentamente casi dejando de respirar.
-... te dije que te largaras. –La voz de Efrain estaba alterada y parecía hacer un gran esfuerzo por mantenerla controlada. -Has desobedecido cada orden que se te ha dado.
-Repetirme no es lo mío, ya deberías saberlo. –El otro era Romeo, y él parecía más relajado, más seguro de sí mismo. –No pienso marcharme de aquí si no es con...
-Eso está prohibido para ti. Estas fuera del contrato. –Cortó Efrain a Romeo con los dientes chirriando.
-No tienes alternativa. Efrain, si me hechas de este trabajo, de tu casa, si te atreves alejarme de ella lo pagarás caro.
-¡No te atrevas a soltarme una amenaza y menos en implicarla a ella! –Gritó Efrain histérico.
-Amenaza, no, no se trata de asustarte, para nada. –Su voz era pura burla y mi padre estaba tragándosela toda, desde detrás de la puerta sentía toda la tensión que se estaba aguantando Efrain. -¿Quieres que te lo recuerde?
-No.
-Tú mismo lo has visto. –Continuó Romeo sin hacer caso a ese rugido. -Si me das largas, si te atreves a privarme de aquello que se me ofreció, cuando la tenga de nuevo no la volverás a ver, ni tú, ni nadie.
Silencio, tensión, rabia y energía negativa cruzando por toda esa habitación. Daba las gracias por no estar ahí dentro y porque toda esa furia no fuera en contra mía, por una vez me sentí aliviada al no ser yo la implicada en nada.
-Te guste o no, me quedo.
-No vas a quedarte, estas fuera, ¿Me oyes? –Mi padre ya estaba fuera de sí.
-Bien ya que no me entiendes te lo explicaré de otra manera...
<<Alaya>>
Mi cuerpo se convulsionó de golpe al escuchar esa fina voz en mi cabeza, la piel se me puso de gallina y el típico calor de obnubilación se apoderó de mí. Me retiré de la disputa que se estaba organizando al otro lado de la casa y miré a mí alrededor, tanto hacia la puerta de la entrada como al pasillo donde daba a las escaleras, pero no vi nada ni a nadie.
<<Alaya, ¿Me oyes? >>
<< ¿Arín? >>
Di dos pasos hacia delante mientras miraba desesperada a los lados continuamente, temiendo que alguien pudiera escucharme.
<<Tenemos que largarnos de aquí. >>
Me frené casi justo delante de la pared. ¿Estaba aquí? No podía ser, era imposible, no podía haber traspasado todas las seguridades que rodeaban la casa.
<< ¿Dónde estás? >>
-Aquí.
Salió de la nada atravesando la pared y me dio un susto de muerte, solté un grito que me podía haber dejado afónica pero que con rapidez Arín había silenciado tapándome la boca y colocándome contra su pecho, lo miré alucinada desde abajo mientras él me pedía que me mantuviera en silencio, casi no lo escuchaba ya que solo podía escuchar el retumbar de mi corazón que estaba frenético por el susto y por sentir el cuerpo del Adonis griego contra el mío.
Poco a poco fue retirando su mano de mi boca mientras yo le decía que si con la cabeza a una pregunta que no me había dado tiempo a escuchar o que no quería escuchar ya que su presencia me había dejado tonta y más aún, cuando me dio un rápido beso en los labios.
-¿Estas bien? Siento haberte asustado de esta manera pero era la única forma de sacarte de aquí.
Reacciona, venga espabila, si no este hombre se pensará que no eres muy ligera de cascos.
-¿Cómo... como me has encontrado? ¿Cómo has entrado? ¿Cómo...?
Un feroz grito llamando a Epicydes cortó cualquier palabra o queja que podía decir, me giré hacia el pasillo interno, al lado de las escaleras para ver a Nekera con la boca abierta, la bandeja en la mano con mi té de canela y preparada para soltar otro impresionante grito como el de antes y acabar por dejarme sorda de paso.
Con lo pequeña que era y la garganta que tenía.
Intenté hablar para decirle que no corría ningún peligro, pero la imagen que ella tenía ahora mismo de mí con ese hombre rodeando cada parte de mi cuerpo no me dejaba muchas alternativas a explicarme ¿Por qué la gente tenía que pensar siempre lo negativo de una situación antes de preguntar?
Un tremendo golpe de unas puertas abriéndose violentamente y golpeando las paredes me advirtió de que ya se habían enterado con el segundo grito de Nekera, escuché un rugido, unos pasos fuertes bajar por las escaleras y otro golpe fuerte de una puerta desquebrajarse, esta última procedía la de la entrada, entonces sentí mucha fuerza rodearme.
-Demasiado tarde...
Arín me presionó con más fuerza mientras fijaba la vista en el escenario a mi espalda. Antes de que me diera cuenta atravesamos una pared, la misma que daba al salón y que él había atravesado, sentí unas pequeñas cosquillas pero nada de dolor, parecíamos fantasmas atravesando paredes, alucinada me giré y mi vista quedo fija en Romeo corriendo hacia nosotros, Arín tomó mi mano y corrió arrastrándome a mí con él, atravesamos una pared más, la que se encontraba al lado de la chimenea, una vez estuvimos en otra sala, escuché el sonido de un fuerte golpe proceder de la pared que acabábamos de traspasar, tal impacto debería de haber arrancado la pared pero solo tembló, como mi cuerpo. Atravesamos dos paredes más mientras corríamos por saloncitos vacíos, escuchaba de fondo los pasos de carreras que daban mis guerreros por perseguirnos por toda la casa, no dejé de correr siguiendo continuamente el ritmo que me marcaba Arín, aunque exactamente no tenía seguro de quién demonios huíamos pero preferí mantenerme callada. La mano de Arín me empujó por un pasillo que daba a otro pasillo y antes de tomar ese pasillo nos metimos en una habitación, que supuse que era la biblioteca al ver la cantidad de libros que habían bien colocados en las estanterías. Mi adonis se frenó y miró impaciente por todas partes, buscando el siguiente mejor camino para salir de ese lugar.
-Hay un pasillo que da a unas escaleras donde llegan al segundo piso. En el segundo piso hay otras escaleras, justo al final que dan a un jardín.
-¿Cómo lo sabes?
-Hace mil años vivía en una casa similar a esta. –Me encogí de hombros mientras le contestaba, él me miró un tanto alucinado. –Mi tío es muy extravagante con sus regalos.
No sabía seguro si decir si había burla, sorpresa o duda en su mirada o las tres a la vez, ya que por su rostro pasaron demasiados sentimientos que no me dio tiempo a identificar, tampoco me dio tiempo a preguntar, alguien se acercaba y antes de que diéramos el siguiente paso por el camino que yo le había señalado, el Koreano apareció por la puerta, con la cadena en la mano rodándola y Mikael detrás de él patinando hasta chocar contra las estantería, donde con un bote magistral trepó y saltó sobre nosotros, ya no pude ver más, atravesamos la pared y nos colamos por el pasillo, donde nos esperaba la siguiente bienvenida. Yulian, quitándose tranquilamente la americana y soltándola al vuelo, vi esa prenda caer al suelo lentamente mientras lo veía a él correr hacia nosotros, Arín me arrastró hasta sus brazos y esta vez, en vez de atravesar la pared, atravesamos el suelo, terminamos en el sótano de pie, como si simplemente nos hubiéramos resbalado por un pequeño agujero. Escuché un temblor sobre nuestras cabezas y la madera húmeda que nos rodeaba pareció quebrarse por el golpe, pero no se rompió, continúo exactamente bien encima de nuestras cabezas.
Corrimos, introduciéndonos más en la oscuridad de ese fúnebre trastero hasta llegar a una esquina, Arín me colocó sobre sus hombros, cargándome sobre él como si fuera un saco de patatas y botó, volvimos atravesar el suelo o el techo o lo que sea y terminamos en la cocina.
Madre mía, menuda experiencia.
Me empujó mientras abría la puerta del almacén de comida y me introducía de un empujoncito en su interior, pero no solo lo dejó en la despensa, sino más para dentro, hasta el interior de la pared de esta, entre dos muros estrechos y oscuros que daban a la cocina y al pasillo del otro lado, un hueco muerto de muros.
Con un gesto de la mando me pidió que me callara mientras pasaba su mano por mi espalda para tranquilizarme, me relajé al instante y me dejé llevar por los sonidos del exterior.
Se escuchaba un alboroto de miedo al otro lado, gritos, pasos, carreras, parecía un ataque en toda regla. Mantuve la calma, averiguando a través de mi sentido agudizado donde estaban y los hallé, a cada uno de ellos. Samuel estaba ahora mismo en la cocina, Arín me acercó más a él mientras me colocaba una mano en la boca, intenté retirarme pero el lugar donde me hallaba era demasiado estrecho para poder maniobrar.
<<Mantente callada. >> Se coló en mi cabeza como una hormiga en mi pie, haciéndome cosquillas por todo el cuerpo.
<<Lo sé, yo también lo siento. >>
Nos quedamos callados, temerosos que pudieran escuchar nuestros susurros que solo nuestras cabezas podían oír, justo en ese momento Samuel se introducía en la despensa, encendía la luz y echaba un vistazo al amplio almacén de comida, si cerraba los ojos y me concentraba podía incluso llegar a verlo mejor que nunca. Mi don no solo había vuelto, sino que estaba mejor entrenado que nunca. Aguanté la respiración cuando lo noté justo al otro lado de la pared y fijé la vista en ese punto. Se quedó parado durante varios segundos, observando atentamente el mismo punto de pared que yo miraba al otro lado, lo podía sentir, ojala me pudiera meter tan fácilmente en su cabeza para decirle que se fuera, pero mi poder no llegaba tan lejos.
Rendido, al final salió de la cocina en busca de otro lugar, Arín me giró cara él, no era mucha la luz que me dejaba ver pero su rostro parecía preocupado.
-Ahora vengo, quédate aquí, voy a buscar una salida, enseguida vengo a por ti.
Desapareció antes de que pudiera preguntar a donde iba, dejándome empalada en un muro de la casa, miré a un lado y luego al otro pero estaba encerrada, era como una cárcel de cemento, un único hueco vacío de toda la casa sin salida. Apoyé mi espalda contra la fría construcción mientras resoplaba, preguntándome qué demonios estaba haciendo, no pretendía huir pero cada vez que estaba cerca del Victoriano no pensaba las cosas muy bien, me sentía como con Romeo, perdida y necesitada de ellos, se estaba convirtiendo en una mala costumbre y en una grave enfermedad que tal vez un médico me debería revisar, esto no era sano.
Los ruidos del exterior se acentuaron violentamente, la lucha parecía que comenzara y se trasladara por toda la casa, tuve la tentación de arrancar la pared para salir de allí, tenía miedo de que hirieran a Arín, era uno contra seis guerreros, una mujer menuda con un gran potencial de poder y todo un ejército de soldados a cargo de Epicydes. Arín no tenía la mínima posibilidad de salir de allí con vida. Sentí una ansiedad horrible por querer salir y sin darme cuenta golpeé ese muro con el hombro, la pared ni se movió, centré mi poder y me coloqué de nuevo para golpearla pero unos brazos me rodearon y de inmediato mi fuerza se esfumó más rápido de lo que lo que había venido.
-Los he despistado, están todos como locos al otro lado de la casa persiguiendo mi fantasma. Nos vamos ¿Estas lista?
-Sí. –Gruñí casi sin aliento. Arín estaba demasiado cerca de mí y notó mí estado alterado y tembloroso. Lo deseaba y él lo sabía. Su mano acarició mi mejilla en un gesto de promesa y sus labios rozaron los míos en un rápido beso que me dejó marcada.
-Cuando salgamos de aquí te daré lo que me pidas, todo aquello que tus labios deseen te lo daré, te lo prometo, pero antes tenemos que salir de esta casa. –Le di mi contestación con la cabeza, ya que no podía hablar. –Corre lo más deprisa que puedas y no mires atrás.
Atravesamos la última pared que daba al pasillo y comenzamos a correr, la puerta de la entrada apareció ante nosotros, la madera colgaba por unas bisagras que soportaban su peso de un solo lado, y el sol del exterior se filtraba por ella tan llamativo como atrayente, corrimos sin detenernos hasta salir y bajar los cinco escalones del encantado porche.
Se me pasaron pensamientos diferentes por la cabeza. Correr hacia la libertad no pedía gran esfuerzo pero no estaba del todo segura, quería irme con Arín, quería estar con él pero... ¿Por qué? ¿Lo amaba? ¿Lo amaba tanto como amaba a Romeo?
No lo sé, solo sabía que a cada paso que daba hacia delante, me alejaba más del hombre que amaba con otro que no tenía tan claro lo que sentía.
Me detuve justo al lado de un roble antiguo y Arín se detuvo conmigo, mis pies se quedaron pegados a la hierba cuando él me instó a correr tirando más fuerte. Se giró cara mí con el ceño fruncido al ver que no me meneaba.
-Vamos Alaya, tenemos que continuar.
Lo vi, con ese color gris de ojos preocupados, mirándome atentamente, aterrado por mi rechazo, sentí ese cosquilleo que siento siempre al estar cerca de él, su calor llegar a mí, rozar mi piel marcando cada carne al descubierto o tapada, con su nombre por todas partes. Un aire repentino lo envolvió y alzó su cabello, sentí la envidia de lo que ese acto conllevaba, verlo tan guapo, tan bello, tan fuerte y sexi, un hombre nacido para mí, mi parte Victoriana ya lo reclamaba como suyo pero la parte de Dragón llamaba a gritos a otro.
¿Qué tenía que hacer? ¿A cuál de las dos debía escuchar?
<<A mí>>
Dos voces se juntaron en mi cabeza con el mismo grito contestando a mi pregunta, dos hombres chillaron en mi interior, dos anhelos inspirados en una única razón, yo. La voz de Romeo, segura y rabiosa. La voz de Arín, dulce y preocupada. Dos hombres tan distintos, dos hombres que me volvían loca y que deseaba, pero solo podía elegir a uno, aquel que me diera todo lo que yo deseaba, aquel que fuera a amarme a mí solo y a nadie más.
Ya lo había decido.
Apreté fuerte la mano del hombre que me tenía cogida y me miraba con suplica en ese plata precioso, le sonreí diciéndole con un simple gesto que lo elegía a él y salí corriendo con él.
Arín me haría feliz.
Mi decisión tardó demasiado, mis pensamientos no calcularon adecuadamente y antes de que pudiéramos cruzar una alta hilera de enredaderas verdes y florales formando un muro bastante resistente, un cuerpo grande, poderoso y preparado para la batalla nos esperaba. Arín me colocó a su espalada protegiéndome, pero no era a mí a quien Romeo deseaba partirle la cabeza, aunque era mejor retirarse, la lucha ansiada por cada uno de ellos estaba a punto de comenzar.
Di dos pasos hacia atrás y antes de que soltara la respiración los dos saltaron y sus dos cuerpos chocaron juntos, justo al encontrarse una impresionante energía vital salía de ese enfrentamiento nacida de ellos. Cayeron al suelo y se alzaron de inmediato. No había armas, ni magia por el medio, solo sus propias fuerzas, era una pelea de cuerpo a cuerpo en toda regla y por la forma de darse querían matarse el uno al otro. Eran rápidos, casi fugaces pero vislumbré aquellos movimientos o golpes duros a cámara lenta que hubieran causado la muerte a un humano.
Estaba impresionada, Mikael me había contado la gran batalla increíble que habían tenido aquella noche en la jaula, pero esto era... impresionante, sabían dónde dar, donde detener el golpe, donde marcar y donde apoyarse, eran magníficos guerreros de la noche o del día, legendarios amos de la guerra. La tierra se levantaba a sus pies y las hojas se movían a sus alrededores con sus movimientos, veía reflejos pequeños de remolinos de su lucha. Se atacaban con gran ira y por un momento temí, temí de verdad de que alguno no saliera con vida de esa dura pelea.
Avancé dos pasos hacia ellos, preocupada pero una mano en mi brazo me detuvo.
-No deberías meterte ahí dentro. La cosa no pinta muy bien. –Me giré para ver unos ojos rasgados y esa mirada preocupada en la pelea, ese gesto solo sirvió para hacerme padecer más.
-Tenéis que detenerlos, se van a matar.
-Por lo visto eso mismo es lo que quieren. –Chilo alzó las cejas.
-¿Y no pensáis hacer nada?
-¿Te crees que estoy loco? Si intento acercarme tan solo a un metro de ellos... -Se giró cara mí y me miró con los ojos abiertos. -...Te aseguro que saldré peor parado que ellos. Ya separé a Romeo de Samuel y todavía estoy cicatrizando las heridas que eso me costó.
-Venga, por favor. –Dije con ironía. –Yo iré.
Le di un estirón a ese brazo que me detenía y di dos pasos hacia delante, dispuesta a terminar con esa pelea, pero de pronto, como salido de la nada, un silbido horrible me taponó los oídos y un impresionante muro de carga se me cayó encima, nunca había sentido tanta fuerza en mi vida, una que caía sobre mi cuerpo como un manto de arena invisible. Caí de rodillas al no poder soportar esa sensación que me aplastaba el cuerpo contra el suelo.
Alguien se acercaba a nosotros, alguien muy poderoso que no se cortaba ni un pelo en disimular o esconder un poco su gran poder, era casi el mismo que podía sentir nacer de mi padre, solo que este lo llevaba como perfume sobre él y a grandes cantidades para que la gente que lo rodeaba se diera cuenta y notara la influencia que corría por sus venas.
No alcé la cabeza, no tenía fuerzas, estaba besando casi el suelo de hierba cuando unos brazos enrollaron mi cintura y me alzaron. Solté un grito al sentir como esa fuerza se posaba en mí y me estrujaba la garganta, los brazos que me rodeaban me presionaron contra su pecho e intentaron susurrarme al oído, aplacando con temor que me fuera ahogar en tanto poder.
Alguien quería colarse en mi cabeza, registrar mi interior, penetrar en mi coraza, un escudo que levanté de inmediato, bloqueándole todo lo que pensaba, cerré los ojos centrándome en mi energía, la misma que mantenía alejada al intruso de mis secretos. Lo conseguí, la fuerza ejercida sobre mí desapareció, pero no el potente poder a mi alrededor ya que quien demonios tuviera tanta fuerza estaba en los alrededores, solo que por suerte, yo ya estaba en la casa, protegida, sentada en un sofá con Mikael a mi lado, Nekera delante de mí preocupada y Chilo a un lado mirando por la ventana al exterior.
-¿Te encuentras bien, querida?
La voz de Nekera era un susurro calmante para mis oídos que habían sufrido el ensordecedor y molesto silbido del viento. Le dije que si con la cabeza, mis manos estaban temblando y mi cuerpo se encogía por la novedad de esa sensación.
-La ha visto. –Dijo Chilo silenciosamente.
-No se atreverá a entrar. No te preocupes, Talika no le hará nada.
-Tal vez, pero la ha visto y la ha sentido.
Su conversación me perturbó, sabía bien que hablaban de mí, era la única mujer que había en la casa, a aparte de Nekera, solo que ella estaba participando en la conversación, en una que no sabía de qué iba.
-¿Quién? –Mi voz salió en un grito ahogado, todavía sentía los últimos latigazos de ese poder correr por mi cuerpo. -¿Quién me ha visto?
Me alcé del sofá al ver que ninguno de los dos me contestaba y fui hacia la ventana para ver qué era lo que Chilo miraba tan atentamente, la tensión me atenazaba las entrañas y sus voces se componían de un intrigado misterio. Mi mirada se fue hacia el grupo de hombres que formaban mi padre, Epicydes, Yulian y Samuel, fijé la vista más hacia delante de esos cuerpos, lo que ellos miraban atentamente y mi expresión quedó sorprendida a una simple figura, la misma de donde salía tanto poder. Una mujer, una hermosa mujer rodeada de un pequeño sequito de hombres vestidos totalmente de negro con los brazos en la espalda, atentos a los hombres que ocupaban una barrera delante de la casa. Observé detenidamente a la mujer y me resultó familiar. Era pelirroja, con el cabello largo recogido en un sencillo moño, vestía elegantemente un vestido negro largo, de encaje, con un escote pronunciado que lo provocaba un exagerado y atado corsé con los hombros al aire, ese atuendo no era de esta época, su estilo era de una época más antigua. Una figura majestuosa se dibujaba en cada línea de su cuerpo y su piel era tan pálida que al darle el sol parecía que brillara, alcé la vista a su rostro e identifiqué unos ojos azules que me miraban intensamente antes de dibujar una preciosa sonrisa en unos labios rojos y carnosos.
-Retírate de la ventana, Alaya, no le demos más motivos a Talika para desear entrar.
Los brazos de Chilo me retiraron a un lado con suavidad, se dio la vuelta y cerró todas las cortinas de los enormes ventanales del salón, pero era inútil, esa mujer ya me había visto.
-¿Quién es Talika? –Pregunté mirando los rostros de los que me rodeaban, Mikael observaba igual que yo a que alguno contestara, estaba igual de perturbado y la incógnita se dibujaba en su rostro con la misma pregunta.
-Mi hermana.
Me giré hacia Nekera. Claro, ahora entendía porque esa mujer me resultaba tan familiar, era increíble el parecido, pero solo en el físico, en el rostro de cada una se apreciaba totalmente lo contrario, mientras una parecía un ángel, la otra se asemejaba a un demonio, una tenia rasgos dulces y hubiera quedado de maravilla en un retrato de una iglesia, mientras que la otra se podía leer el salvajismo en cada línea, el miedo en esa fachada hermosa y el ansia de la muerta en cada una de sus posturas. Talika hubiera encajado perfectamente en una portada de los seres salvajes de las noches.
-¿Es peligrosa? –Pregunté.
-No. –Respondió inmediatamente Nekera con cierta preocupación en el rostro. –Es solo que su cargo de reina lleva con ella durando tanto tiempo que se ha convertido en una mujer oscura y de sangre fría. –Se acercó un poco más a mí con mucha prudencia. -Es la reina de reyes, una ocupante muy importante en la cabeza del reino de nuestro mundo. Digamos que ocupa una silla importante en el senado de La Alianza Real y tiene que guardar las apariencias.
Vaya, la jefa, más o menos. Pensé mientras intentaba ver a través de las cortinas corridas.
-Y ¿A que debemos tal distinguida visita?
-A ti. –Me giré y la miré, no sabía que de pronto me había vuelto tan importante. Estaba impresionada al ver la atención que mostraba esa mujer hacia mí. –Ella querrá conocerte. –Bajó la vista al suelo y se puso a jugar de nuevo con la sortija de compromiso que Epicydes le había regalado. –Nunca en la vida había existido un ser como tú, simplemente tendrá curiosidad.
-Y querrá saber si ya está comprometida con un hombre. –Soltó con arrogancia Arín que acababa de entrar.
Nekera alzó la cabeza hacia él y lo miró con ira.
-¿Y qué sabrás tú?
-Porque es lo primero que ha preguntado nada más ha visto a Efrain ¿Irónico verdad? ¿Porque si no se presenta en la casa? –El rostro de Nekera estaba adoptando el color de la amarga fresa, sus ojos estaba ardiendo y sus labios se habían convertido en una línea recta, Arín no hizo caso a ninguno de esos gestos y se colocó a mi lado, me tomó de los brazos y me miró. -¿Estas bien?
Le dije que sí con la cabeza al sentir las cosquillas de tranquilidad que su contacto me provocaba, pero ese agradable roce desapareció cuando Romeo entró por la puerta y lo retiró de mí estampándolo contra una pared y manteniéndolo ahí, pegado mientras atrapaba su garganta con una mano.
-Te he dicho que no la toques Victoriano ¿No has tenido suficiente ahí fuera?
Arín sonrió y le dio una patada en el estómago lanzando a Romeo por todo el salón hasta la chimenea de enfrente, este se alzó y lo miró con la cara ladeada, preparado para el siguiente golpe, solo que esta vez me coloqué entre los dos, mirando a Romeo, pidiéndole que lo dejaran. Sus labios esbozaron una sonrisa socarrona y con un movimiento de dedos me llamó para que acudiera a él. Me estaba tentando, diciendo con un simple gesto que yo tenía la solución en mis manos, solo tenía que ir en su busca, dejando de esa manera la pelea finalizada y me irritó, si lo obedecía, Arín vería ese acto como una traición hacia él y estaba segura que se molestaría, pero si no iba, Romeo se molestaría también y su enfado me causaba más terror...
¿A cuál de los dos quería enfurecer?
-Alaya... -Ronroneó Romeo perdiendo la paciencia.
En un auto reflejo avance hacia él...
-No.
Todo ocurrió tan rápido que creí que me lo había perdido, pero ahora que Arín me sujetaba de un brazo tirando de mí y Romeo del otro haciendo el mismo esfuerzo supe que no lo había imaginado. Arín había gritado, me había frenado con su mano y Romeo colérico había volado hasta nosotros y había tomado el otro brazo libre, los miré, a uno y al otro, ellos no me miraban a mí, se miraban entre los dos con tanto odio que pensé que se echarían encima de nuevo y que remontarían la pelea que no habían terminado. Tiré de ellos para llamar sus atenciones y esos ojos, el gris tranquilizador y el turquesa ardiente se posaron en mí, dejándome sin aliento.
<<No puedo permitir que te marches con él. >>
<<Y yo no puedo permitir que te quedes aquí con él. >>
Sus voces me acribillaban la cabeza y junto a ellas unos alarmantes sentimientos se removían en mi interior, tiré de nuevo sin contestar a ninguna pregunta, decida a no dejarme llevar por mi corazón. Sabía que uno me amaba, que era sincero pero el otro solo me estaba engañando y aunque me doliera, no podía rechazar ese falso sentimiento, porque por el momento era al que más amaba y reconocer eso me revolvió el estómago. Miré Arín y mi mente gritó que no lo rechazaba, que a él también lo amaba, solo que todavía no me había dado cuenta de ello, que no podía dejarlo marchar porque perdería la oportunidad de conocerlo y pasar más tiempo con él. Miré a los ojos Arín con toda la ternura que podía expresar.
-No puedo irme... -El brazo de Romeo se relajó y el de Arín se tensó, sus ojos se agrandaron y su desilusión cayó sobre mí con una dolorosa punzada en el corazón. Respiré y alcé la barbilla, todavía no había terminado. –Pero tú tampoco te vas a marchar de mi lado, te quedarás junto a mí, quiera mi padre o no.
Esta vez la reacción fue al contrario, Arín se relajó y Romeo se tensó, solo que en su mirada no había ni rastro del cariño que había visto en la de Arín, en su mirada gobernaba el odio, el odio hacia mí y antes de que pudiera retirar mi brazo de su agarre por temor a su reacción, él ya me había soltado, me había dedicado su acostumbrada mirada rabiosa y desapareció rápidamente, se esfumó. Por un momento me quedé desolada, desamparada sin él y de nuevo rechazada, pero los brazos de Arín me rodearon en un gesto de agradecimiento y todos esos pensamientos se retiraron a un lado escondidos. Por el momento.
-Oye Victoriano relájate quieres. –Chilo hizo un gesto exagerado con las manos señalando que nos separáramos. - Todavía no he escuchado que seas bien recibido en la casa. –Le hablaba con una ceja alzada y con la voz un tanto molesta.
-Sí, colega, venga, mantén un poco las distancias, cuanto más lejos más tranquilos estaremos todos. –Participó Mikael con el mismo tono.
Los dos se colocaron uno al lado del otro, Arín sin retirarse ni un centímetro de mí los miró con el ceño fruncido y les dedicó una mirada interrogativa. La situación podía ser hasta cómica si no me doliera un poco el corazón, aun así, hice un esfuerzo por que ninguno de ellos lo notaran. Les sonreí y me retiré del abrazo de Arín a regañadientes, pero mantuve su mano entrelazada con la mía.
-Por mucho que me digan no pienso alejarte mucho de mí. Tengo toda la intención de conquistar cada pensamiento y suspiro de ti. –Esto último lo susurró en mi oído, su aliento cosquilleó toda esa zona debilitándola y temblé de pies a cabeza.
Quise contestarle, decirle que estaba deseando ser cortejada por él, aunque realmente tampoco tendría mucho esfuerzo que hacer, pero ese era mi secreto, ya que estaba ansiosa por ver cómo me conquistaba Arín.
Entraron por la puerta Efrain y Epicydes y justo detrás Yulian y Samuel, que le dedicaron una mirada asesina a Arín, Efrain también lo miró intensamente, solo que este retiró enseguida la mirada para fijarla en mí y dedicarme una sonrisa. Epicydes se acercó a Nekera y le dio un beso en la mejilla, ese gesto me molestó, antes me lo hubiera hecho a mí, sin embargo, ahora la primera era ella. Retiré la vista enseguida, antes de cruzarme con su mirada, no deseaba que le molestara mi reacción.
-¿Y bien? ¿Qué os ha dicho Talika? –Preguntó Nekera sentándose en el sofá.
-Quiere verla, ver de lo que es capaz. –Efrain miró la mano que me unía a Arín con la ceja alzada.
-Por lo visto lo sucedido en el club de Yulian ha traído consecuencias. –Epicydes se sentó al lado de su futura mujer mientras hablaba con sequedad dedicándole una mirada intensa a Yulian.
-Os avisé. –Yulian, ofendido se defendió. -Todo el mundo que la vio no ha perdido el tiempo, ha ido como peloteros a contárselo a su santísima reina.
-No te echamos la culpa de lo que le hayan contado a Talika esa gente. Solo que pensábamos que serían más discretos. –Acusó con paciencia Efrain. Parecía hablar pero su mirada continuaba en las manos unidas de Arín y de mí.
-¿Discretos? ¿Es que no te distes cuenta de quienes había allí? –Yulian sacudió la cabeza y bufó, por lo visto le echaban toda la culpa a él y no la tenía. –Es un lujoso club de alimento, ¿Qué esperabas?
-Pues al menos un poco de disciplina...
-No solo estaba mi gente esa noche, había más discípulos de otros reyes, -Yulian comenzaba a enfadarse, el grito de Epicydes le molestó y mi tío le dedicó una mirada asesina por tal interrupción y osadía en su comportamiento. -No puedo gobernar sobre sus actos y ordenarles lo que se me antoje. –Terminó con un poco más de calma, sabía que no podía enfadar al hermano de su rey.
La habitación estaba cargada de furia y represarías cargadas de sangre contra Yulian, notaba la energía flotando como burbujas que me cortaban el aire. No podía permitir que acusaran a Yulian de esa manera, por segunda vez iba a ser castigado por mí. Tenía que ayudarlo, se lo debía.
-La culpa es mía y lo sabéis. -Lo defendí, Yulian me miró y me dedicó una sonrisa de agradecimiento.
-La culpa la tiene el Victoriano, -Gritó Samuel irritado. -Si esa noche no se la hubiera llevado, nada de esto hubiera sucedido.
Samuel arrebatado por la furia dio varios pasos hacia delante y se encaró contra Arín, mi Victoriano me soltó de la mano para colocarme a su espalda y lo afrontó valientemente, aun sabiendo que ante cualquier movimiento imprudente suyo, el resto de personas que había allí lo atacaría. Lo extraño de todo fue que mi padre se colocó delante de Samuel, tenso, tentándolo para que se atreviera a dar un paso más. Ese gesto me chocó, no me lo esperaba, mi padre defendía al Victoriano y no entendía el motivo.
-Nadie es culpable aquí...
-Pero...
-Nadie. –Gritó Efrain a Samuel por su interrupción. -Buscar un culpable es perder el tiempo, lo hecho ya está hecho, lo que hay que buscar es una solución.
Samuel bufó con intensidad, le dedicó una mirada despreciable a mi padre y luego al Victoriano, cual tenso no le había quitado la vista de encima en todo momento, acto seguido y radiando ira como una bombilla, se dio media vuelta y se marchó.
-No podemos rechazar esa invitación. –Protestó Epicydes.
-No, no podemos, pero sí que podemos protegerla de lo que pretende Talika hacer en esa fiesta.
-¿Cómo? –Epicydes estaba cada vez más interesado.
-Adelantándolo todo. Los planes han cambiado.
Epicydes me miró y por un momento pensé que quería decirme algo, pero me retiró la mirada para posarla en Efrain.
-Estoy de acuerdo en todo. Mis planes también han cambiado. –Mi tío se alzó del sofá y se giró hacia Arín. –Tenemos que hablar Victoriano.
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