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Capítulo 3

   No sé cuánto había dormido pero me había sentido de maravilla, me sentía más fuerte y ese sueño me había mostrado cosas que se me habían olvidado.

Me levanté del sofá y me dirigí directa hacia el foco de donde salían las voces. Por muy raro que me pareció, ya que el sol brillaba en todo su esplendor y aunque sabía que el sol no les podía hacer nada, me resultó extraño que estuvieran en el exterior. Estaban todos comiendo en la terraza, al refugio de una impresionante pérgola, cuando aparecí me miraron y dejaron de hablar, yo sin embargo ignoré esas miradas y acudí al final de la terraza, retirando de mi camino las cortinas que colgaban de hilos por todas partes, finas sedas caían como si se estuvieran secando al sol y todas ellas bailaban al son del aire que en ese momento se marcaba un delicado tango sobre mi piel. Nadie me siguió, pero si sus miradas, estaban atentamente en mi espalda. Sentí la piedra cálida del balcón traspasar el fino vestido cuando me apoyé en ella, alcé la vista al sol y cerré los ojos mientras respiraba, apoyé mis codos en la piedra de granito y durante varios segundos me relajé, recordando las palabras que alguien había susurrado en mi oído mientras dormía, esas que me habían dado la fuerza que necesitaba y que me recordaban quien era yo, me las repetí a mí misma para recordarlas, susurradas tal vez no tenían las misma fuerza pero necesita ese recuerdo para darle la cara a lo que tenía que enfrentarme.

-Eres diferente, siempre lo has sido y no por ello eres un monstruo. No te puedes imaginar qué clase de ser escondes en tu interior, ni qué clase de diosa duerme en ti, esperando a despertar, esperando a ser lo que realmente eres, única, no hay nadie como tú...

-Y no lo hay.

Sabía bien que me había oído, sabía que estaba detrás de mí escuchando atentamente, por eso había levantado la voz en las últimas palabras, solo un poco, para que me escuchara y ahora lo tenía al lado. Mi padre era así, sigiloso y tenaz, sabia siempre cuando tenía que aparecer pero lo agradecía, sabía que el resto, aunque habían comenzado a hablar nos escuchaban atentamente, es más, estaba segura de que no se perdían ningún detalle.

-Deberías comer algo ¿Cuánto llevas sin comer?

-No tengo ni idea de cuánto llevo durmiendo, pero la última vez que comí fue con Lucius, -Me encogí de hombros. –Si eso contesta a tu pregunta.

Lo miré, su semblante había desaparecido, siempre me había sorprendido como intentaba engañarme escondiendo sus verdaderas emociones pero esta vez me las mostraba sin censura, estaba irritado, sus ojos comenzaban a estilar un arcoíris de todos los tonos violetas que existían en una paleta de colores, algo dentro de mí se removió haciéndome sentir culpable, no sabía determinarlo pero parecía que me había dejado influir un poco por Lucius y la pregunta era ¿Tenía razón? ¿Mi padre me había mentido? ¿Lucius lo había hecho para que empezara a odiar aquella persona que me había dado la vida y que se la habían arrebatado el mismo día que perdió a mi madre?

-¿Por qué me mentiste sobre mi madre?

Mi padre pareció sorprendido por mi pregunta e incluso retrocedió unos pasos hacia atrás como si lo hubiera abofeteado con ella. Otro pinchazo en el corazón.

-No te mentí.

-Mi madre estaba comprometida con Epicydes... -La mesa donde todos comían se silenció extrañamente, noté la tensión de Epicydes y como su poder fluía por nosotros. -...Tú te la llevaste contra su voluntad.

-No. –Gritó. –No... -Susurro más suave al ver que su grito había traído una atención total hacia nosotros.

Bajó la mirada al suelo y comenzó a menear la cabeza de un lado a otro negativamente, no estaba segura si estaba diciéndome a mí que no o al él mismo, esa reacción no me la esperaba, el corazón comenzó a latirme frenéticamente y comenzaron a escocerme los ojos, sentía que las lágrimas estaban al borde de derramarse.

¿Para qué demonios había comenzado esta conversación? Yo sola estaba hundiendo a mi padre, maldita sea y últimamente parecía que solo hiciera eso, destruirlo poco a poco.

-Alaya, solo... no quería que me odiaras.

-¿Qué sucedió realmente? –Le supliqué y coloqué una mano encima de su hombro. Sentí la presencia de Epicydes, estaba a un lado observándonos y escuchando atentamente, Efrain alzó la cabeza y lo miró, mi tío no había hablado pero si pudiera escuchar su mente, estaba segura que encontraría la misma pregunta que me estaba haciendo yo misma. Los dos necesitábamos la verdad.

-Todo lo que te he contado sobre tu madre y nuestra historia es real, todo, hasta el principio, cuando ella me negó ese beso. Lo único que no podía contarte por miedo a que me odiaras y por respeto a una decisión que tomó ella, es el compromiso que había por medio y la traición que le hice al único hermano que tenía. Compréndeme, no podía decírtelo, no podía permitirme perderte, que me odiaras por traicionar al hombre que te crio, el hombre que ya amabas como un padre mientras que tu verdadero padre tenía que conquistarte, enseñarte amarle igual o similar de como ya amas a Epicydes.

-Explícamelo ahora, cuéntame la verdad. –Le insistí con cariño.

Su pecho subió y bajó lentamente, su pánico crecía y tomé una de sus manos para apoyarlo, animarlo, darle el apretón de cariño que necesitaba, que comprendiera que me dijera lo que me dijera no iban a cambiar las cosas. Solo con mirarlo a la cara sabía que esta vez seria sincero y que su mentira no me dolería. Todo lo había hecho por amor, amor hacia mi madre y amor hacia mí.

-Cuando conocí a tu madre. El día que vino para presentarse ante Epicydes... la vi tan hermosa, su sonrisa, su cuerpo, la voz cariñosa al hablarnos, todo en ella deslumbraba, te atraía como una joya preciosa. –Sonrió para sí mismo pero todavía podía ver la tristeza en una pequeña mota de color violeta de esos ojos como los míos. –Esa fue la última vez que la vi, no hizo más visitas y cada día esperaba ansioso su visita, volver a verla y entonces, cuando volvió junto con tu abuelo Torun para firmar la unión... -Me miró y los ojos le brillaban. -... la vi al lado de Epicydes, la perdía, se me escapaba de las manos y ya no pude controlarlo, ese día sin que nadie nos viera me declaré y ella huyó asustada. Pasaron varias semanas hasta que apareció una noche, escondiéndose en la oscuridad, llamó a mi puerta y me miró en silencio. Entonces lo supe, no había marcha atrás, pero no quería que su familia se sintiera culpable o comenzara una guerra con nuestras familias, así que, me la llevé y dijimos a todo el mundo que la había secuestrado. Ella lo decidió de esa manera, jamás la obligué a nada, la amaba, nunca le hubiera hecho nada que pudiera causarle una sola lágrima. Y aunque me duela decirlo, no me arrepiento de nada, lo hubiera hecho una y otra vez, porque si tal vez, solo si tal vez se hubiera quedado con tu tío... no sé qué hubiera hecho, no...

-Basta. –Lo callé antes de que dijera algo de lo que después pudiera arrepentirse. -¿Por qué no me contaste esta verdad antes?

Efrain no contestó, miró primero a su hermano y luego me miró a mí, ya no lo soporté, su mirada triste se clavaba en la mía pidiendo perdón, las lágrimas salieron y yo no las detuve, las deje salir y abracé a mi padre, esto era lo que necesitaba y él también.

-Lo siento. –Noté las caricias en esas dos palabras rozar mi cabello, sollocé, no tenía fuerzas ni para contestarle, simplemente lo abracé más fuerte e incluso, no estaba segura, pero le dije que le quería. –Yo también te quiero Alaya, ahora eres lo más importante de mi vida y haría cualquier cosa por no perderte, por eso te mentí, perdóname.

Sus brazos me retiraron un poco de él para que lo mirara, tal vez para que me fijara en esos ojos sinceros pero ya confiaba en sus palabras, aunque sabía que continuaban escondiéndome cosas y por mucho que me lo dijera yo misma, ya no me importaba tanto.

-¿Qué tal si te damos de comer? –La pregunta salió de Epicydes que nos acompañó mientras le dedicaba una extraña pero cordial mirada a Efrain, sentí que se comunicaban en silencio, aunque fue breve vi varios cambios de humor en sus gestos.

-Papa, sabes, esto es algo ya típico tuyo.

-¿El qué? –Dijo con una sonrisa de oreja a oreja por mi breve apodo de "papa".

-Cabrearme y luego decirme cosas bonitas.

-Si el resultado es este, deberías acostumbrarte, me encanta como termina todo.

Lo abracé de nuevo más fuerte mientras me dejaba llevar por él.

-No apuestes por ello, el final puede cambiar. -Bromeé.

Nos unimos a la mesa junto con los otros que continuaban callados, mirándonos con una expresión casi cómica en los labios. Sentí la presencia de Romeo, observarme detenidamente al igual que sentí también esa misma mirada es Samuel. Me senté en la mesa justo al lado de Mikael, que me dedicó una tierna sonrisa y colocó su mano encima de la mía, en un gesto para tranquilizarme, aunque ese gesto realmente sobraba, por el contraria a ellos, que estaban bastante tensos, yo me sentía aliviada y esa sensación me sorprendió, no entendía el motivo ni sabía el por qué, ya que todos esperaban ansiosos que comenzara a explicarles.

Y estaba lista.

Observé sus rostros, uno a uno, y cada uno intentaba enmascara esa sensación que no me podían esconder. Estaban atentos pero a la vez se camuflaban en una máscara cara mí, una que yo ya había descubierto, solo les interesaba saber. Sobre todo en la de Yulian, que no entendía que hacia él ahí, pero tal vez era él quien más se merecía respuestas y eso sí que lo entendía, casi había destrozado su local, un demonio poderoso fue invocado en su casa y yo era la principal culpable de eso, a estas alturas era el que más respuestas necesitaba y no lo culpé por ello, al contrario, me alegré de que lo hicieran participe de todo esto, al menos, estaba segura que él estaría de mi lado.

Continúe mi revisión evitando la mirada sarcástica de Samuel y la ira inconfundible y para nada camuflada de Romeo, fue bastante difícil, ese hombre activaba cada célula de mi cuerpo, ya fuera muerta para revivirla o las vivas para, mantenerlas al cien por cien. Su cuerpo era electricidad sobre el mío y su mirada mi perdición constante.

Giré el rostro en silencio, Chilo me observaba con una sonrisa un poco fingida y le guiñé un ojo para aliviar su tensión, entonces su sonrisa fue más natural. Epicydes, que de pronto obtuvo toda mi atención, me colocó un plato llenó a rebosar de comida y antes de que pudiera saborear el primer bocado en mis labios, Efrain comenzó a bombardearme a preguntas. Lo miré aun tragando la carne.

Dios, este hombre iba al grano.

-¿Por dónde quieres que empiece?

-Por el principio. Cuando el Victoriano...

-Arín. –Le recordé.

-...Arín – Repitió con cierto tono de fastidio. -... se te llevó del club y de la protección de tu familia.

Respire, conté hasta tres y comencé a relatar mis hechos, todos y cada uno de ellos, exceptuando varias cosas de las cuales preferí guardar para mí, ellos no tenían por qué saber que había sucedido con Arín y menos Romeo, su mirada estaba cortándome la respiración cuando les había contado el método que había utilizado mi tío para unirme en matrimonio con el Victoriano, no sabía cómo se podía comportar si le llegaba a contar que ese hombre casi, solo casi me había arrebatado la virginidad y que yo encantada se la había ofrecido.

No, ese detalle valía la pena mantenerlo en secreto.

Las respiraciones de los que me rodeaban estaban muy alteradas, no se esperaban para nada que yo solita les arreglara la vida de esa manera. Yo, en el poco tiempo que llevaba despierta había descubierto más que ellos en todos los años que llevaban con vida.

Mi ego estaba por los cielos.

-¿Qué son los Titanes?

La pregunta salió de Mikael, estaba bastante anonadado con el relato y en más de una ocasión había abierto los ojos sorprendió, sobre todo cuando dije que me salvaron los tiburones o cuando les expliqué lo de Omar, pero por lo visto lo más fascinante y que más atrajo su atención fue mi explicación sobre los Titanes y me pareció extraño que él no supiera quienes eran, Mikael tenía unos cuantos años encima.

Cuando terminé de explicárselo estaba más estupefacto que antes.

-Joder, estamos jodidos. Los Narcisos se hacen cada vez más fuerte y cada día que pasa son más y para empeorar las cosas ahora también tenemos como enemigos a reyes y emperadores convertidos en Narcisos, con el poder de la bruja Esbeltina corriendo por sus venas. –Se puso las manos en la cabeza en un gesto de incredulidad. –Menuda mierda. –Bufó moviendo la cabeza y luego me miró. -¿Cómo se les mata?

-Con cristal Prisnat el lado Celestial y con diamante negro el lado Real.

-¿Seguro?

No, no estaba segura pero había que intentarlo y tampoco quería desanimar a Mikael, él estaba igual que yo de asustado, así que, valía la pena guardarlo en secreto, solo hasta que nos enfrentáramos alguno de ellos, solo entonces sabríamos la verdad. El resto también estaba de acuerdo conmigo, ya que ninguno se opuso a mi breve explicación.

Me encogí de hombros mientras dejaba el tenedor encima de la mesa. Fui a contestar a su pregunta pero mi padre colocó su mano encima de una de las mías, haciendo que me callara y le devolviera la mirada.

-Todavía hay algo que no entiendo, ¿Qué quiere de ti Omar?

La pregunta del millón. ¿Debía decírselo y someterme a una vida de encierro hasta que ese ser estuviera fuera de la vida terrestre? O ¿Debía mentirle para que mi vida no se volviera tan... amargada por estar encerrada en cuatro paredes? ¿Libertad o encarcelamiento?

-Desea mi poder, que me una a su legión.

Prefería la libertad, aunque a la larga esa mentira me costaría cara, pero no podía decirle a mi padre que deseaba Omar realmente de mí, no podía decirle que ese ser quería un hijo mío y de él.

No había retirado la mirada de la suya, tan impenetrable, tan intensa, estaba intentando leer en la mía, ni siquiera tuve el valor de pestañear, deseaba que mi respuesta hubiera salido de mis labios sincera, realmente lo necesitaba. Al fin mi padre me retiró la mirada.

-Está bien, preparaos todos, nos marchamos. –Mi padre se alzó de la mesa y me dedicó una sonrisa, luego miró a Yulian. –Podías dejarle a mi hija algo de ropa, creo que va siendo hora de que se deshaga de esa vestimenta.

-A mí me gusta. –Me quejé y mi padre me fulminó con la mirada. –Pero creo que no es plan de salir a la calle con ella puesta, tienes razón.

No hubo más respuestas, ni miradas.

Tres horas más tarde, estaba recién cambiada, con un vestido de punto largo hasta los pies, ceñido al cuerpo, con la espalda al aire y de rayas horizontales en blanco y negro. Cosecha de uno de tantos que guardaba Yulian en un amplio almacén, no pregunté el motivo de porque ese dragón tenía ropa de mujer en su casa, preferí no saberlo.

Salimos al exterior donde el calor bullía en todo su esplendor. Yulian nos iba acompañar, es decir, se iba a quedar con nosotros, en este momento Efrain necesitaba a muchos de sus mejores guerreros protegiéndome y Yulian, más que encantado, había aceptado, tampoco pregunte el por qué, este sí que me lo podía imaginar.

Los flamantes coches esperaban fuera, brillantes, limpios y todos de un color negro intenso, todos eran deportivos de dos puertas, menos dos cuatro por cuatro bestiales. Avancé detrás de mi padre a uno de ellos pero una mano me cogió del brazo y cambió mi dirección con brusquedad hacia uno de los deportivos negros, antes de que me diera cuenta de lo que hacía, estaba dentro del coche, con el cinturón puesto y Romeo al lado con las manos en el volante. Estaba más que preparado para salir cuando unos golpes en el cristal lo detuvieron, Romeo bajó la ventanilla y Efrain apareció por ella con cara de pocos amigos.

-¿Se puede saber qué demonios te crees que estás haciendo? –Gruñó Efrain.

-Asegurarme un puesto en la casa.

-¿Secuestrando a mi hija?

-Protegiendo a tu hija. –Los dos se miraron intensamente, la energía flotó en el coche cortándome la respiración. –La única manera de que Alaya se desplace hasta la casa de Epicydes es conmigo, tú decides Efrain, si no, ya sabes lo que sucederá.

No sabía decir exactamente qué fue lo que se le pasó por la cabeza a Efrain, pero esa simple amenaza le bastó para retirarse y dejarnos salir, Romeo no perdió el tiempo, salió a toda velocidad de ese lugar. Sin embargo, yo todavía no salía de mi estupefacto estado, no entendía nada.

¿Y ahora que mosca pelotera le había picado a este?

Me mantuve callada, observándolo conducir, perdiéndome en esas manos fuertes cogiendo el volante, las venas marcadas en sus brazos y su mirada atenta a la carretera, su cuerpo estaba tenso y las piernas separadas presionando los pedales me estaban volviendo loca, me lamí los labios y los mordí, mi respiración se había vuelto loca por soportar la alta tensión y cada una de mis palabras, que estaban como encerradas en un pozo sin fondo, se ahogaron sin remedio.

-Deja de hacer eso, Alaya.

Mi cuerpo me dio una sacudida al escuchar mi nombre en un tono tan ronco, el coche parecía que ubicara toda la electricidad de la ciudad, tenía el cabello de punta, la piel de gallina, la boca seca y la mitad de mi cuerpo sudado.

-Alaya...

Ronroneó otra vez con más desesperación, la misma que yo tenía. Retiré la vista y me concentré en el amplio paisaje que me rodeaba. Pero como siempre, él acaparaba todas y cada una de mis atenciones. Pensé, turbándome en algo y exactamente lo que se me vino a la cabeza no me gusto más que él hombre que tenía al lado en recordármelo.

-¿Dónde está Drusila?

Me giré para ver los gestos de Romeo, pero su rostro no había cambiado nada en absoluto, su cuerpo continuaba como estaba, su mirada fija en la carretera y todo su temperamento estaba bajo control. Mi pregunta sobre su amante no le había afectado nada.

-Ha vuelto a casa. Su presencia ya no era necesaria.

¿Qué? Su respuesta me dejó un poco descolocada.

-¿Por qué?

-No es asunto tuyo.

Como siempre, nada era asunto mío, todo el mundo me decía lo mismo, aunque realmente esto me daba igual, no tenía intención de insistir en el paradero de esa mujer y menos aún, saber el motivo de su ida. Pero debía reconocer que el comentario me molestó y... verdaderamente me lo esperaba. Volví mi vista a la ventanilla, intentando hacer como si él no estuviera a mi lado.

-Tenemos que hablar.

Su voz me sobresaltó y lo miré, parecía relajado y más aún cuando me miró, su mirada parecía tranquila y brillante.

-¿De qué?

-¿Que te hizo el Victoriano?

-No es asunto tuyo.

Mi respuesta había salido de lo más natural, ni siquiera pensé en ella hasta que salió de mis labios y por un simple momento me pareció idónea, pero ese momento pasó y para el hombre que tenía delante no le parecía tan adecuada. Su cuerpo se había tensado y su mirada tranquila había desaparecido, el brillo no, por supuesto, aunque esta vez yo definiría ese brillo de otro modo mucho más diferente y con otras palabras: "No juegues a mi juego, sabes de sobra que saldrás perdiendo"

Me giré de nuevo hacia la ventanilla, disimulando lo mejor que podía, intentaba hacer como si no me hubiera dado cuenta de su cambio de humor y más aun de que no me importaba que Romeo radiara rabia por cada poro de su cuerpo. A este juego podíamos jugar los dos.

Escuché el sonido del cuero del volante siendo amasado por sus manos como si fuera pan. Me moví inquieta en el asiento esperando una estocada.

-Tal vez no entiendas el estado de la situación pero... -Bufó y presionó más fuerte el volante. Sus palabras sonaban tranquilas pero a mí no me podía engañar. Estaba enfadado. – Alaya, mírame mientras te hablo.

Esa orden me recorrió toda la espina dorsal poniéndome los pelos de punta, mi cuerpo reaccionó a esa orden obedeciéndolo y su mirada, como había imaginado estaba radiante de rabia, pero el golpe fuerte de la estocada esperada no fue ese, sino ver como se relamía los labios.

Dios, lo que daría por haber sido yo esa boca.

-Ese emperador Victoriano te ha hecho algo, lo noto, lo siento dentro de ti.

-¿Y cómo puedes sentirlo tú a él?

-Soy un dragón, tengo más poderes de los que te crees.

Me callé, no podía discutir algo así. Había sentido su energía sobre mí en varias ocasiones y en todas ellas casi me doy de boca contra el suelo del efecto de la magnitud de su fuerza. Estaba claro que era fuerte pero todavía sentía que algo me escondía.

-Sigo sin comprender.

-No soy el típico hombre que se pone a explicar cada palabra que pronuncio. –Me miró con resignación, tal vez pensara que era un poco corta de entendederas, pero estaba esperando el momento que se le escapara algo y poder entender. –Creo que tu adorado Arín... -Lo pronunció con ironía y asco a la vez, yo le sonreí, solo para fastidiarlo, y funcionó, me acribilló con la mirada y se mordió el labio, esa deliciosa carne que yo me moría por saborear... Romeo abrió los ojos sorprendido y los gestos de su rostro se transformaron, se suavizaron y a la vez adquirieron un brillo salvaje que yo conocía muy bien. –Te he pedido que dejaras de hacer eso.

-¿El qué?

-Lamerte los labios, mirarme con hambre y...

-Tal vez tenga hambre. –Lo corté apresuradamente.

Estaba revolucionada, como un mosquito buscando el sabor de la sangre, solo que lo que yo buscaba era algo muy diferente y quien me lo podía dar lo tenía delante.

El coche pareció tomar un gran bache o toparse con algo duro porque de pronto me vi casi recostada, sin cinturón y estrujada por su cuerpo, el sillón y la puerta a mi espalda, tanto que al alzar el rostro sus labios estaban a centímetros de los míos y su mirada oscura me observaba detenidamente. Lo tenía tan cerca y estaba tan perfectamente bien colocado que cada célula de mi fogoso cuerpo actúo de una manera deshonrosa y bastante infame, pero ya era demasiado tarde, mi pierna rodeaba su cadera, mi cuerpo se había arqueado al suyo bien pegado y mis manos apretaban la tela de su camisa para atraerlo más a mí.

Vergonzosamente excitante.

La más de las más preciosas sonrisas se dibujó en su rostro, que parecía tornarse a un calor abrasador que no sabía si salía de mí o de él, pero me encantó ese cosquilleo que me recorrió, cálido y relajante.

-Pensé que tenías hambre.

-Y... la tengo.

Me quemaba tanto que mi voz salió ronca y estrangulada.

-Entonces... debería alimentarte. –Susurró contra mis labios igual de ronco que yo.

A estas alturas estaba hambrienta.

-Y ¿A qué esperas?

Escuché un chasquido a mi espalada y de pronto me vi a escasos centímetros del bordillo con la cabeza colgando fuera del coche, no entendía que había sucedido hasta que Romeo me sentó en una mesa de un flamante restaurante y cogió la carta del menú para pedir mientras marcaba un numero en el teclado de su móvil, supongo que para informar de que nos deteníamos a... Comer.

¡Comer comida!

Esto no era lo que yo me imaginaria que pasaría cuando lo había tentado a comer, ni de cerca, por lo visto yo no era la cortita en esto, dejaba bien claro de que él era más corto que yo. Maldita sea, me había tomado el pelo, yo pensaba que nos comeríamos...

-¿Y no es eso lo que hacemos?

Mi compañero me miró con la ceja alzada y una media sonrisa en los labios, en ese mismo momento me había dado cuenta de que mis últimas palabras las había pronunciado en voz alta sin darme cuenta. Sentí un ardor intenso que acudió a mis mejillas y descendió por todo mi cuerpo, un cuerpo que parecía sensible a cualquier movimiento que él hacía, hasta el simple hecho de que pidiera una botella de vino con esa voz y nuestra comida sin siquiera consultarme lo que yo quería, me había vuelto loca de deseo por él.

Mierda, déjalo ya, tu odias a este hombre.

Convencerme era imposible, Romeo se estaba comportando de una manera tan diferente conmigo en ese momento que decidí dejar a mi sentido común a un lado para otro momento por él. Drusila no estaba, él estaba conmigo y parecía que había enterrado el hacha o simplemente que se traía algo entre manos, tampoco me importaba, me encantaba y a la vez me asustaba. Romeo juguetón había vuelto aparecer, solo rezaba para que el cabrón que dormía en su interior hubiera entrado en un coma profundo y eterno, pero era demasiado pedir, así que, tenía que aprovechar esto.

-Y bien...

Lo miré, preguntaba por mi boca demasiado abierta a decir las cosas que estaba pensando. Agaché la vista ruborizándome de nuevo y cambie de tema, no podía hacer mucho más.

-¿Qué has pedido?

-Ya lo verás.

Lo miré de nuevo mientras se llevaba la copa de vino blanco a los labios, deseando ser yo ese líquido para saborearlo a él de la misma manera que Romeo estaba saboreándolo.

-Bebe, está muy bueno.

Tomé mi copa y lo probé, fresco, dulce y a la vez delicioso. Un pequeño recuerdo vino a mi mente y dejé la copa que tenía en las manos en la mesa demasiado deprisa para mi gusto, la copa volcó, aunque la recogí a tiempo de destrozar todo el mantel, pero nadie me libró de la mirada fulminante de Romeo.

-No debería beber, he comprobado que no me sienta nada bien. –Sugerí recordado mi antiguo paseo por el alcohol.

-No pienso permitir que te cojas la borrachera que te cogiste la otra noche. Solo quiero que estés más tranquila conmigo y he podido comprobar que el alcohol te relaja mucho.

Demasiado, pensé para mí misma, pero terminé bebiendo.

Después de comerme unos deliciosos espaguetis a la carbonara, estábamos de vuelta en el coche y me encontraba de maravilla, el problema es que de no querer beber casi nada, me había acabado la botella yo sola por culpa de los malditos nervios que me provocaba su presencia y también, de paso, para apagar este maldito calor que también me provocaba él.

-¿Qué te hizo el Victoriano?

Su pregunta fue más calmada, como si se tratara de una conversación alegre y normal y esta vez nada me impedía que contestara a sus preguntas, nada de nada. Me recosté mejor en el sillón y lo miré.

-No lo sé.

-Alaya. –Una de sus manos tomó la mía y comenzó acariciarla en círculos, lo miré, después de sentir el magnífico cosquilleo que me provocaba su contacto. -¿Qué ha sucedido entre tú y el Victoriano en estos dos días?

-Nada. –Me ahogaba en su profundo color de ojos, solo pensaba en esos dedos sobre mi piel.

-¿Me dices la verdad?

-No.... –Ronroneé casi sin voz. Estaba a su merced, deseosa por él. –No lo sé.

Romeo apretó más su caricia y sentí que esa mano comenzaba arder, un calor que mandaba olas de electricidad por todo mi cuerpo.

-Piensa, intenta recordar. Necesito que me digas la verdad.

Y esa era la verdad, no tenía ni idea de que me había hecho, no había notado nada raro...

Un pequeño destello de una imagen vino a mi mente junto con unas palabras: "Solo por si acaso desapareces. Deseo sentirte siempre" Arín había dicho eso justo después de besarme de una forma extraña, antes de irse y dejarme...

-¿Alaya?

-Me besó...

Al recordar eso, lo recordaba todo, a él encima de mí, mi deseo por él, el hambre y la desilusión que sentí después por mi dios griego, pero todas y cada una de esas imágenes se fueron evaporando, borrando para ver aparecer las de Romeo, mojado, perfecto, sensual, un guerrero para la caza, la muerte y la destrucción, dos hombres diferentes entre sí y dos hombres que me estaban volviendo loca, cada uno a su manera pero los dos se habían metido dentro de mi cabeza y de mi cuerpo con la más mínima dificultad.

-No pienso compartirte con nadie.

Su rugido me sacó del extraño trance al que me había abducido yo misma, lo miré y su color turquesa se había transformado, era tan intenso que me aterró. Su amenaza estaba en el aire, rozándome, arañándome y marcando cada palabra como su propiedad, la poca respiración que me quedaba en los pulmones salió sola, de golpe, haciendo que la garganta me quemara y me doliera.

-Nunca. –Repitió y se giró hacia delante, dejando por terminada esta conversación. Por lo visto ya tenía lo que él quería.

Yo se lo había dicho sin darme cuenta.

Fin de la historia y del mejor momento. Romeo, el cabrón que anidaba en su interior había despertado y por lo visto cargado de munición.

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