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Capítulo 2

    Me desperté abriendo lentamente los ojos, me sentía como si hubiera dormido días enteros, me recordó la sensación que había tenido el día que desperté de mi encierro de mil años de sueño, ese fatídico encierro, un encierro que ahora ya sabía a quién culpar de ello, ahora ya sabía quién me había arrebatado tantos años de mi vida. Me incorporé de golpe y miré a mi alrededor, seguía en el mismo cuarto que mi padre me había dejado la noche anterior, con Chilo y Mikael durmiendo tranquilamente, cada uno en un sofá diferente a cada extremo de la inmensa habitación, me tranquilicé, animándome a mí misma de que todo estaba como lo había dejado, nada había cambiado.

Era de noche, no sabía exactamente la hora, pero era muy tarde, la luna se filtraba a través de la ventana acariciando cada mueble y pared con suavidad.

Me levanté de la cama con cuidado para no forzar a mi cuerpo en hacer movimientos extras que no pudieran obedecer y me hicieran caer al suelo, pero nada más apoyar los pies en el suelo y sentir la madera fría en ellos, me di cuenta de que no estaba tan cansada como me esperaba, es más, cada músculo de mi cuerpo me pedía correr con urgencia, moverse y eso mismo fue lo que hice, comencé a caminar, con el vestido blanco de Victoriana que todavía conservaba puesto, recogido en las manos, por toda la habitación hasta atravesarla, abrí la puerta muy despacio para no hacer ruido y me giré de nuevo hacia mis vigilantes, los dos continuaban durmiendo sin enterarse de nada de lo que sucedía a sus alrededores y sobre todo sin haberse percatado de mí. Sonreí y salí al exterior del pasillo, estaba sutilmente iluminado por la luna, la cual emergía a través de un enorme ventanal que daba a un balcón al final del amplio pasillo, no sabía en qué lado de la casa me encontraba, solo sabía que estaba en el club de Yulian por lo que le había oído decir a Efrain.

Avancé en dirección hacia esa ventana con la necesidad de libertad en mi mente, toda la casa estaba silenciosa, tranquila, como si no hubiera ni un alma en ella y tal vez no habría ni un alma en ella después del numerito que había montado y de la pequeña visita de Faranbel, yo también hubiera huido, escondiéndome debajo de la piedra más pequeña que hubiera encontrado para que nadie más me viera. El problema, es que ya había metido la pata demasiado, anoche un montón de Dragones, vampiros y lobos me olieron, me sintieron y vieron de lo que era capaz de hacer, estaba segura de que a estas alturas todo el mundo ya se habría dado cuenta de quién era yo y que sangres corrían por mis venas, lo que significaba que ahora estaba más en peligro que nunca y que no me podía fiar de nadie.

Menudo desastre.

Deseché esos pensamientos negativos, ya tendría tiempo de preocuparme por ellos más tarde y retomé mi camino hacia la luz de la luna, atrayente diosa de la noche. Me giré hacia mi espalda varias veces para comprobar que nadie me seguía, no tenía intención de marcharme a ningún lugar, también ¿A dónde iba a ir? Solo necesitaba sentir un poco de liberación por mi cuerpo, necesitaba salir de aquí y estar sola por un momento. Por suerte nadie me seguía, el pasillo estaba tan desierto como lo había encontrado. Abrí las dos puertas de metal con decisión y salí al exterior, inmediatamente me invadió el frescor de la oscuridad, la mezcla de los aromas y la humedad de la noche, me sentí por un momento compañera de ella, sentí la libertad que tanto me costaba ganar y alcé la vista para ver a la increíble luna llena que se alzaba ante mí como la madre del cielo y madre de todos los que habitamos la tierra, belleza plateada que también había perdido todo por brillar como una reina en los cielos, echando de menos cada día oscuro a su amado sol.

Caminé arrastrando los pies hasta la barandilla y coloqué las manos encima de ella. Respiré el aroma y cerré los ojos para proyectar en mi mente todas aquellas imágenes que Faranbel me había regalado de mi madre, comencé a recordar el sonido de su voz, la ternura en sus palabras, su olor, el calor de su cuerpo cuando me tomaba en brazos, sus nanas, el amor que me había dado cada día de mi vida...

Todo aparecía ante mí como si todavía viviera en ese mismo momento. Pensé que había llegado a olvidar parte de ella pero no, esos recuerdos solo estaban escondidos en un rincón de mi mente que yo misma había bloqueado con los años sin ella, por su abandono, pero ahora sabia porque lo había hecho, para salvar mi vida por la suya, por mantenerme con vida, ella se había dejado matar y yo lo había visto desde la primera fila, como una espectadora más, impotente por no haber podido hacer nada. Me había dolido ver tal escena pero me sentía despojada de un pensamiento que siempre había llevado conmigo, el saber por fin que le había sucedido, cual había sido su destino y el porque me había abandonado con mi tío o porque siempre había sido un secreto para todo el mundo, hasta para mi padre, que él también había sufrido más su perdida que yo. Todas estas preguntas siempre habían venido detrás de mí, persiguiéndome como incógnitas, pero ahora lo sabía y sabia quien lo había hecho.

Eutropia no empuñaba la daga que la mató, el ser que la mató se había convertido en polvo, basura que ni siquiera quería la tierra y aunque sabía que Faranbel me ayudó a matar a ese bastardo, no me importaba, sabía que dentro de mí deseaba hacerlo, y me sorprendo a mí misma reviviendo mil maneras de volver a matarlo, una y otra vez y cada vez más sanguinarias, más dolorosas e insufribles torturas para una persona.

Pero Eutropia, mi tía, dio la orden, ella fue su real asesina, quien disfrutó desde su trono hasta el último aliento de mi madre con alegría y aunque sea sangre de mi sangre, la deseaba ver muerta.

La guerra se atravesaba en mi camino, siempre había estado besándome los pies, persiguiéndome desde que nací, acariciándome con sus amenazas, pero ahora más que nunca, era la primera vez que le daba la cara, la conocía y no me intimidaba.

Deseaba ver sangre, la sangre de mi antiguo linaje manchar mis manos.

Apreté con los dedos la piedra blanca que hacía de balcón en la terraza y cerré los ojos con fuerza convirtiéndolos en una línea recta, mientras me recriminaba en pensar de esa manera, yo no soy así, me dije una y otra vez, esto era culpa de Faranbel, que se apoderó de mi cuerpo, mi mente y me dejó parte de su maldad correr por cada vena. Comencé a repetírmelo como si se tratara de un rezo, asegurándome de que era la única explicación lógica que encontraba.

No podía ser tan mala... ¿O sí?

-¿Intentando escapar de nuevo?

Di un respingo y abrí los ojos de golpe por la sorpresa. Nada más escuchar su voz, una cascada de escalofríos cálidos atrapó mi cuerpo rozándolo en caricias suaves y calentando cada parte de mi piel. Estaba tan ensimismada en mí misma que ni siquiera me había percatado de su presencia, pero ahora si lo sentía. Romeo, muy quieto, detrás de mí, alejado pero no lo suficiente ya que podía notar su fuerza, su calor, su aroma afrodisiaco para todos mis sentidos y su mirada recorriendo cada parte de mi cuerpo. Apreté de nuevo la piedra blanca, clavando el granito en mis manos e intenté arrancarme la sensación tan tentadora de tenerlo a escasos metros de distancia, controlé mi respiración que sin darme cuenta se había acelerado.

-Estas intentando...

-¿Qué quieres? –Lo corté.

Soné ronca y mi voz estaba quebrada.

<<A ti>>

Lo escuché en mi cabeza y mi cuerpo se tensó. No leía los pensamientos, era imposible, no tenía ese don, pero su voz era tan segura y su contestación tan rápida que estaba comenzando a dudar de ello, tenía que ser mi propio subconsciente que se estaba burlando de mí, me estaba traicionando de esta manera, porque realmente desearía escuchar que él pensara eso de mí.

-Solo te seguía para asegurarme de que no tenías intenciones de escapar. Simplemente me aseguraba de hacia dónde te dirigías.

Contestó a la pregunta que le había hecho yo tan cortante y de la cual ya ni recordaba haberla formulado.

Como podía ser que con el simple sonido de su voz, tan dominante, tan seco, tan seguro de sí mismo, yo estuviera tan eclipsada por él.

-Ya lo sabes, no pienso ir a ningún lado. Puedes irte.

Continuaba sin mirarlo, no podía, si me giraba y lo miraba recaería en su hechizo y me sentía muy débil para poder retirarlo de mí si se me acercaba.

-Y si no quiero marcharme ¿Qué vas hacer?

¿Era burla ese tono de voz? No lo sé pero no pensaba girarme para averiguarlo, estaba segura que podía soportar su presencia, pero mi cuerpo no podría soportar su mirada. Ese turquesa me haría caer sin remedio.

-No soy tu dueña, haz lo que te dé la gana.

<<Pero yo pronto si seré el tuyo y tu harás todo lo que yo quiera y en el momento que yo quiera, sirena>>

Otra vez, no puede ser, me estaba volviendo loca, no solo me quería atormentar con verlo con Drusila, si no también, lo creaba en mi cabeza haciendo que dijera lo que deseaba escuchar y esto fuera más difícil para mí.

Masoquista, gritaba una vocecilla burlona en mi cabeza.

-Y eso es exactamente lo que hago, Alaya, lo que yo quiera, como tu bien has dicho.

Contestó a una pregunta no formulada por mi parte, pero mi cabeza solo recogía el sonido de mi nombre en sus labios, parecía acariciarlo, era glorioso y excitante.

No sabía si tendría suficiente voluntad para aguantar más. Me sentía más débil de lo que me imaginaba.

-¿No te parece que hace una noche deliciosa? –Continuó pero no le contesté, no sabía si podía continuar con este jueguecito que había empezado, no sabía que se traía entre manos. Lo escuché bufar de impaciencia como si se desesperara por algo. –No me voy a ir, me encanta las vistas que tengo ante mí.

Sé que no había dicho eso por mí, pero aun así me ruboricé, notando el ardor subir por mis mejillas mientras notaba el aleteo correr por mi estómago, sabía que continuaba con la vista clavada en mí, pero no pensaba girarme para asegurarme de ello, aunque la tentación me ultrajara por dentro y tuviera la necesidad de mirar esos ojos turquesa con los cuales soñaba aun despierta.

-No me gusta tener que hablarle a una espalda mientras puedo permitirme el lujo de poder contemplar tus ojos. –Ni contesté, ni me moví de mi sitio y recibí otro bufido más exagerado que el anterior. –Gírate Alaya, dame ese placer. –Continuaba hablando en un tono muy extraño.

-No. –Ronroneé casi sin fuerzas.

Por mucho que me engañara yo misma, Romeo ya me estaba afectando.

No tenía ni idea de cómo lo había hecho, no lo había escuchado, pero tan rápido como un rayo lo tenía pegado a mi espalda, notando el calor de su cuerpo traspasar la fina camisa que él llevaba puesta, hasta mi piel. Notaba su aliento caer sobre mí, cosquilleando mi oreja mientras se movía esa zona de mi cabello en ondas hacia delante, sabía que sus manos estaban apoyadas en el granito blanco del balcón, al lado de las mías, muy cerca, demasiado, casi podía tocarlas, pero me abstuve y eso que estaba temblando, pero aun así, no me giré para darle ese placer, me mantuve firme ante mi posición, muy quieta.

-¿Por qué me provocas? –Mi voz sonaba ronca e incluso ahogué un gruñido cuando lo sentí coger aire profundamente. –Me prometiste que no te acercarías a mí. –Continúe entre suspiro y suspiro, estaba temblando.

Él tenía que notarlo.

-He cambiado de idea sobre eso. –Susurró oliendo mi cabello.

-¿Por qué?

Me sorprendí de mi misma al poder articular las palabras que no llegaban a mi cerebro por culpa de su proximidad.

-Porque te han vedado para mí y no puedo evitar acercarme a lo que se me prohíbe.

Una señal de prohibido se dibujó en mi cerebro con letras de neón muy llamativas.

Así que ahora se trataba de eso, un juego, me había convertido en su mayor diversión, pensé intentando respirar con normalidad, pero teniéndolo a él tan cerca, casi encima de mí, no había nada tranquilo en mi flaneado cuerpo. No podía dejar de estremecerme al escuchar el sonido de su voz en el oído al mismo tiempo que retiraba mi cabello a un lado, dejando que el aire frío cayera sobre mi cuello.

-Alaya mírame.

Evité esa suplica con la poca fuerza de mi voluntad.

-¿Por qué has vuelto?

Mi cuerpo ardía a fuego lento nada más sentir sus labios tocar mi cuello. Su respiración se volvió agitada a la vez que enviaba deliciosas oleadas incesantes por todo mi cuerpo, y eso, tan solo con la presión de sus labios.

Estaba perdida.

-Yo no he vuelto, tú has venido a mí.

Entonces sí que me giré cara él y pude ver el fuego en su mirada que se mezclaba con la satisfacción de que por fin había hecho lo que él me pedía, pero cometí mi segundo error, dejarme llevar por ese turquesa profundo de su mirada.

Dejé de respirar, estaba demasiado cerca.

-Mientes. –Le dije en apenas un sonido ronco mientras él se mordía el labio.

Gruñí y él me dedicó una sonrisa de victoria.

Tuve que agachar la vista, este hombre era demasiado intimidante y si no lo miraba, tal vez, solo tal vez, podría controlar mi cuerpo.

-No. –Dijo roncamente mientras que con una mano, que sentí como electricidad sobre mi piel, me alzaba el rostro para que lo mirara.

Intenté oponerme a ese roce pero al sentir su calor, esos dedos sobre mí, no pude hacer más que dejarme, que él me manejara a su antojo mientras dirigía mi vista a la suya, me ahogué y volví a quedarme sin respiración, ese turquesa se oscureció por un momento y pude apreciar en él un brillo alterno, diferente y que tan solo en dos veces él me había mostrado, pero como siempre desaparecía antes de que yo lo etiquetara.

-Efrain y Epicydes estaban a kilómetros de distancia de este lugar y sin embargo, tu acudiste a mí, tu extraño amuleto te ha traído hasta mí, al igual que en las otras ocasiones, tenía mis dudas al principio pero ya lo sé, hoy lo he visto claro, cada vez que desapareces, esa joya te trae devuelta a mí. –Sus palabras sonaban roncas, su mirada ardía y sus manos se dedicaban a retirar el cabello de mi rostro con suavidad. –A mi cercanía... –Continuaba diciendo en susurros mientras sus labios se acercaban a los míos. –... A mis brazos, a mi cuerpo... -Por dios, me estaba matando y todavía no me había besado, su voz parecía hipnotizarme y mi cuerpo tembló cuando cogió mi rostro entre las manos, manteniéndolo quieto y donde él quería. -...Como un ángel caído del cielo siempre vendrás a mí. –Suspiré y sentí por fin el roce de sus labios en un fugaz beso. –Siempre.

Y me besó.

<< Vas a ser mía sirena. Pronto lo entenderás. >>

Su voz resonaba por mi cabeza, una promesa que deseaba con toda mi alma que se hiciera real. Pero mi mente ya no quería articular palabra, estaba hechizada a él, sentía el delicioso sabor de Romeo, sus labios contra los míos, el abrasador calor de sus manos en mi cuerpo, subiendo por mi espalada y bajando lentamente, caricias tentadoras, casi prohibidas. Y lo mejor, la buena sensación de su cuerpo contra el mío, un duro y musculado cuerpo convertido en algo blando, suave y sólido. La mejor de las sensaciones cruzaba mi cuerpo y un extraño dolor se me clavaba entre las piernas, el estómago parecía que el solo se montara una fiesta descontrolada de mariposas y mi cabeza daba vueltas como una noria.

Y todo eso sin necesidad de introducir la lengua, solo dedicándose a morderme y lamerme.

Me tenía a su merced, mi cuerpo era suyo, siempre había sido suyo y reconocer eso me dolió intensamente porque aunque me deseara ese impresionante hombre, nunca conseguiría nada más de él.

-Deberías estar prohibida. -Susurraba contra mis labios para luego volver a jugar con ellos, a jugar conmigo.

Tú sí que deberías estar prohibido.

<< ¡Y está prohibido! >>

Gritó una voz en mi cabeza, una voz que no se parecía en nada a la mía, pero la desestimé, estaba demasiado ocupada con el guerrero que me mantenía amarrada. Romeo por fin introdujo su lengua en mí y me estaba volviendo loca, no podía resistirme...Me temblaron las rodillas al sentir mejor su sabor, ese que tanto había echado de menos, ese que ya no me dejaba pensar y me arrastraba a él, a su necesidad y a mía.

Oh...Que bien sabía y que bien sabía hacerlo.

<< ¡Alaya, está jugando contigo! Pronto se casará con Drusila! >>

Y ahí estaba, de nuevo esa voz, advirtiéndome a gritos de una realidad que me negaba a creer. Esta vez sí que le hice caso, la imagen del precioso anillo de Drusila vino a mi mente, burlándose de mí y una imagen preciosa de él y ella muy unidos y amándose, algo que yo nunca tendría.

Abrí los ojos, él también, frenó el beso y me miró, parecía asustado pero ese sentimiento duró segundos, la ira lo intercambió.

<<Suéltalo, que deje de tocarte, no le perteneces. >>

Hice fuerza para quitármelo de encima pero Romeo no estaba por la labor de soltarme.

-No. –Rugió. -¿Qué te ha hecho el cabronazo del Victoriano?

¿Qué? Pero... ¿Qué demonios decía?

-Nada. –Tartamudeé.

-Mientes. –Sus brazos antes blandos se volvieron duros, tensos y me apretaron con fuerza, demasiada.

-Romeo, me estás haciendo daño.

Abrió los ojos y me soltó de golpe, retiró la mirada de mí, como si le doliera mirarme. No entendí esa reacción, no lo entendí a él, había cambiado totalmente, estaba como alterado, se había pasado la mano por la cabeza varias veces nervioso, hasta que al fin me miró, sus ojos brillaban pero no sabía de qué.

-Alaya, lo... siento. –Pareció como si le hubiera costado ese comentario un riñón. –No pretendía hacerte daño....

Se cortó y de nuevo, tan fugaz como antes lo tenía rodeándome con los brazos, otra vez. Me sobresalté y solté un gritito del susto pero con su cercanía de nuevo, pegado a mi cuerpo, todo el temor que había sentido momentos antes se esfumó, aunque el recuerdo de Drusila no y eso era lo que más fuerza tenia y lo que me daba fuerzas para rechazarlo.

-Deberías irte. –Soné entrecortada y me hubiera gustado que mi voz sonara más decidida pero él acaparaba parte de mi control.

-No puedo, lo intento pero ya no puedo. –Su voz sonó rota, cargada de dolor, como si tuviera un demonio interno que lo estuviera atormentando.

-¿Qué te lo impide? -Susurré con suavidad al escuchar el dolor en su voz.

-Tu.

Me derretí ante ese comentario, parecía ahogado al decirlo, como si le hubiera costado la vida pronunciar cada palabra, aun así, no me podía hacer ilusiones, todavía recordaba sus palabras, su rechazo estaba grabado en mi mente. Y sobre todo a Drusila.

-Te equivocas, no recuerdo haberte atado con nada, no...

-Lo haces inconscientemente. -El sonido de su voz se convirtió en frío acero rabioso y sus brazos continuaban abrazándome, manteniéndome apegada a él de una forma posesiva. –Cada parte de tu cuerpo me abruma como el canto de una sirena hermosa, acercándome peligrosamente a ti. -Dijo. -Alaya, no es un alago... -Aclaró, con los dientes apretados y mirándome a los ojos.

Otra vez la ira.

-Eres peligrosa para mí, como el marinero que escucha a su sirena y acude a ella, a una muerte segura.

-Pues si soy tan peligrosa y una orca para ti, porque no te marchas y te alejas de mí. –Le dije con la misma rabia que él me había dedicado a mí.

Y pensar que este hombre me estaba besando con una posesividad real, como si realmente lo sintiera.

Y por un breve momento así me había hecho sentir, como si fuera suya.

No lo entendía, no lo entendía a él, sus cambios de humor me trastornaban, cada vez que podía pasar algo bueno entre los dos, cada vez que el Romeo cariñoso aprecia, el obstinado y esquizofrénico hombre que había en él, se adueñaba de sus pensamientos y renacía como un auténtico cabrón.

-Porque es demasiado tarde, has cantado demasiado para mí.

<< No dejes que te convenza. No lo escuches. >>

-Cállate. –Le pedí pero no sabía exactamente a cuál de los dos.

-No, debes saberlo. –Insistió de nuevo mirándome a los labios y acercándose a ellos. En sus ojos se reflejaba el fuego cargado de ferviente y desvergonzado deseo.

Y volvió la necesidad, la amabilidad. Romeo dos estaba de vuelta, el cabrón número uno se volvió a esconder en su escondite.

-Me has inyectado un veneno tan potente que no puedo expulsar, te has grabado en cada parte de mi cerebro, corres por mis venas como la droga más pura. Me has hecho adicto a ella, a tu sabor, a tu olor y a la suavidad de tu piel. –Se calló para acariciar mi mejilla, sus dedos comenzaron a moverse desde el rabillo de mi ojo hasta el labio inferior, el cual se convirtió en gelatina, como mis rodillas que a duras penas podía aguantar de pie. –Pero lo más radiactivo de ti, es la fuerza de ese intenso color de ojos, cuando los veo me encierran en una jaula de la que no puedo y no quiero salir.

-Romeo no lo hagas. Esto no saldrá bien, lo sabes.

Le pedí con la voz jadeante, sus labios tocaban los míos y mi cuerpo ya comenzaba a estremecerse.

-Shss, déjame tomar mi dosis, la necesito. –Dijo con voz gutural, casi en un gruñido.

Y me besó acallando cada gruñido que salía de mí, cada jadeo de satisfacción que terminaban silenciosos en su boca. Mis brazos volvieron de nuevo alrededor de su cuello y mi cuerpo se dejó manejar por él. Sabía que no debía hacerlo, pero con el pulso acelerado, recorrí con las uñas su cuello, dejando marcas rojas por la presión. Romeo se estremeció y dejó caer las manos hasta la parte baja de mi espalda, explorándome con firmeza, un fuego líquido estalló entre mis piernas al sentir ese roce erótico que comenzaba a bajar por mi trasero.

<<!!Alaya!! No lo hagas, es un ser que te odia, lo siento por cada fibra de su ser, solo quiere ser el primero que te folle, su mente me lo está gritando>>

Esa palabra obscena rebotó por mi cabeza, mareándome y abrí los ojos, Romeo también, pero con una sorpresa perturbada, me soltó y se retiró hacia atrás. De pronto estaba ardiendo de rabia, el cuerpo le temblaba, los ojos le brillaban, estaba muy enfadado. Apoyó las manos en la pared, dándome la espalda mientras agachaba la cabeza y comenzaba a murmurar palabras rabiosas en ese idioma que no entendía.

-Maldito hijo de la gran puta. –Eso sí que lo entendí. -Pienso matarlo cuando lo vea. –Luego me miró con rabia, sus ojos estaban adaptando un color mar profundo y embravecido. -¿Qué coño te ha hecho el mierda del Victoriano? ¿Qué le has dejado que te haga? - Notaba la irritabilidad en cada una de sus palabras.

Su estado me estaba aterrando, me sentía intimidada.

<< Dile que me perteneces. >>

Por fin, debajo de algo de cordura que concentré en mi mente reconocí la voz que se filtraba en mi cabeza sin ser invitada.

<< ¿Arín? >> Pregunté en silencio a mi mente aturdida.

Romeo abrió los ojos sorprendido.

-¿Qué coño significa eso?

<< Díselo, Alaya, dile que eres mía. >>

<< ¿Qué soy tuya? >>

No entendía nada, estaba aturdida, Romeo tenía una mirada aterradora fija en mí y Arín resonaba por mi cabeza ¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo podía ser? Mi mente estaba al borde de la locura, necesitaba salir de aquí, estaba mareándome, sentía como si todo a mí alrededor me diera vueltas, estaba en peligro de caer al suelo.

-¿Es verdad? –Rugió.

No sabía que contestar, parecía que Romeo también pudiera escucharlo a él o a mí.

<< Dile que sí, dile que como se atreva a tocarte lo mataré a golpes. >>

-Vaya, gracias a los dioses que estabas aquí, sabes lo que estaban preparando para mí y Mikael en hacernos como no aparecieras, sabes...

Chilo acababa de aparecer, vi una luz en él. Pero por lo visto él también vio algo, aunque algo más diferente. Me miró primero a mí y luego a Romeo, sus ojos se abrieron cuando se fijaron en el guerrero, por un momento temerosos, abrió la boca para hablar pero la cerró de nuevo, o no le salían las palabras o... Creo que esa reacción que reflejaba su mirada me dio a entender que estaba metida en un gran lio con Romeo porque hasta el coreano lo temía.

<<Vete con el coreano. ¡Ahora! >>

Mis pies comenzaron a avanzar hacia delante, obedeciendo la orden de Arín en mi cabeza, decidí no mirar a Romeo, no solo por no quedarme paralizada por el terror, también por no quedarme embobada mirándolo, pero una mano cogiendo fuerte mi brazo me obligó a mirarlo y frenar mi escapada.

-No hemos terminado. –Los dientes le chirriaban.

Oh madre mía, parecía el propio Lucifer.

-Romeo... -Susurró Chilo apoyando la mano en el hombro de él. –Deberías relajarte, estas al borde de convertirte. Terminarás haciendo daño a quien no quieres, le harás daño a ella y te arrepentirás, sabes cómo está tu situación, no la compliques más.

Funcionó, Romeo me soltó, gruñó de rabia y se retiró de mí, dándome la espalda de nuevo. Chilo me miró con cara de ternura y comprensión, gesto que retiró parte de la tensión que tenía encima.

-Mikael esta fuera, ves con él, nosotros vamos enseguida.

Le dije que si con la cabeza y entré escopetada al pasillo, dejándolos solos en la terraza y entrándome al tenue pasillo iluminado con lámparas suaves, donde Mikael esperaba dentro, apoyado en la pared. Nada más verme, frunció las cejas y se incorporó.

-Vaya, menos mal que has aparecido. Chilo me estaba acojonando de verdad. He visto a tu padre en todo su primer nivel de mosqueo total y estaba rezando a todos los dioses que se me venían a la cabeza para pedirles que te aparecieras como la virgen María... -Hablaba nervioso y a la vez aliviado, pero era cómico verlo parloteando y gesticulando con las manos mientras se acercaba a mí. -... De verdad Al, me preocupaba que desaparezcas pero más me preocupa tu padre.

Escucharlo hablar era un alivio para mi tensión.

Yo le sonreí aunque casi reía a carcajadas, tuve mucho aguante para no soltar un grito de risa, él me miró con la ceja alzada y cierta recriminación en esos ojos castaños.

-No entiendo que te hace tanta gracia.

-Tu.

Mikael abrió los ojos en un OH ofendido pero aguantando la risa muy mal disimulada.

-Me alegro de servirte de diversión y ahora que estas bien, tal vez... -Se calló y frunció más las cejas mientras me observaba atentamente. -¿Qué te ha pasado en el labio?

Alzó la mano hacia mí.

-¿El qué?

-Estas sangrando.

Instintivamente me retiré de su lado y alcé la mano para tocarme el labio, estaba húmedo, miré esos dedos tintados de rojo sin entender, como si fuera algo extraño que no me perteneciera, pero la duda no duró mucho. Romeo, él me había causado esa herida al besarme, había estado tan embelesada con la pasión a la que él me había trasportado que no me di cuenta del último beso agresivo y posesivo que me había dado, ese mismo beso me había causado la sangre que ahora pintaba mis labios.

Lamí mis labios y miré a Mikael poniendo una cara de indiferencia que me surgió a la perfección, Mikael esperaba una respuesta pero no quería dársela, no debía, algo dentro de mí me decía que me mantuviera callada y obedecí.

-Y bien. –Animó aun clavando más su mirada en mí.

-No lo sé, no será nada, tal vez yo misma... No lo sé Mikael, deja de mirarme de esa manera.

-Y aun te quejas cuando digo que estás loca de remate, tu misma te infringes tus heridas, das miedo Al. –Sonrió, esta vez parecía burlarse él de mí. –Eres tremendamente rara.

-Quien fue hablar.

-Bueno tal vez deba de reconocer que todo lo malo se pega y creo sinceramente nena, y no me equivoco que... creo que pasamos demasiado tiempo juntos.

Yo también lo creía porque en todo el tiempo que llevaba despierta en este siglo, había aprendido más insultos y maldiciones que la evolución de la historia a mi alrededor, pero preferí guardarme ese detalle para mí misma, estaba segura que si lo recocía el muy... Estaría orgulloso de ser mi instructor en esa materia.

Él sonrió como si llegará a deducir lo que yo estaba pensando.

-¿A que debo tal preocupación? –Cambié de tema.

-Bueno ¿tú qué crees?, era el turno de Chilo y el mío en cuidar de ti y al despertar y no encontrarte casi nos da un infarto, por suerte el aura de tu poder ahora mismo es acojonadamente intensa y antes de que nuestras pelotas estuvieran en peligro de extinción por Efrain, Chilo te encontró.

-Buen trabajo. –Reconocí con ironía. Mikael simplemente sonrió mostrando una sonrisa ladeada, seductora, o eso quería provocar en mí.

-¿Cómo te encuentras?

De pronto se había vuelto más serio de lo normal, me aturdió ese cambio de humor tan brusco, la sonrisa había desaparecido y sido intercambiada por algo que pude reconocer como lastima. Dudé antes de contestar.

-Estoy bien, ¿Qué sucede?

-Tu padre te espera en el comedor para hablar. –Se calló y bajó la mirada al suelo, nervioso, comenzó a rascarse la cabeza. Parecía un niño pequeño. –Ya sabes... -Me miró. –De lo sucedido... pero... si quieres les puedo decir que no te encuentras con ganas y que te sientes todavía cansada, aunque...

-Déjalo, no te preocupes. –Lo tomé del brazo, enrollándolo con el mío. –Vamos, tengo ganas de terminar con esto cuanto antes.

Tenía ganas de aclarar unas cuantas cosas con ellos y al ser la primera vez que yo sabía más que ellos, me estaba sintiendo de maravilla, esta vez los tenía yo a ellos bien cogidos, esta vez ellos me darían respuestas si querían respuestas mías y si no... Pues que se buscaran la vida, esta vez no iba a dar mi brazo a torcer.

Caminamos por el largo pasillo hasta llegar a las escaleras, en ese momento Mikael me soltó del brazo y yo apoyé mi mano en la barandilla. Sentí la energía de mi padre y Epicydes antes incluso de pasar por el siguiente pasillo y cruzar el salón que había visitado Faranbel, pero ellos no estaban en ese lugar, se encontraban en otro salón más hacia dentro, los sentía, los olía. Miré por un momento el salón, silencioso, vacío y casi a oscuras, las imágenes de aquello que había sucedido vinieron a mi mente y el cuerpo me tembló ligeramente al recordar al demonio de las cuevas en el centro, mirándome.

-El estilo de vestir de los Victorianos es extrañamente celestial. –La voz de Mikael me sacó del trance, casi no me daba cuenta de lo que me decía. –Tan blanco, tan clásico. –Estaba mirando la ropa que llevaba puesta y ya que todavía conservaba el traje de Victoriana comprendí a que se refería. –Parece que se trate de un vestido de...

-Novia. –Terminé la frase por él.

Sus ojos se agrandaron como pelotas de golf, estaba alucinado, sus labios se abrieron pero no dijeron nada, parecía estupefacto, una reacción muy extraña por su parte, ya que ahora no entendía que demonios le sucedía.

-Te has casado con él. –Gritó deduciéndolo él solo.

-¿Qué? –Susurré.

Ahora la conmocionada era yo.

-Por ese motivo vas vestida de esa manera, te has casado con Arín.

-Mikael... -Intenté cortarlo.

-¿Cómo que te has casado con el Victoriano? -Esta vez participó Chilo desde detrás de nosotros, con un grito de sorpresa y una mirada incrédula donde brillaba un tanto la ira y la desconfianza, parecía que la cosa se estaba complicando. –Cómo has podido hacer eso y con un maldito Victoriano, es...

-Tampoco es para que insultes. –Le critiqué, me parecía insultante que se comportaran de esa manera y no me dejaran explicarme, habían sacado sus propias conclusiones sin antes preguntarme. –Recuerda que yo también soy una maldita Victoriana y estoy orgullosa de serlo.

Las palabras que tal vez iban a salir de mis labios en ese mismo instante se quedaron en la garganta, al principio porque una bestia con la mirada bañada de rabia me miraba desde detrás de Chilo con tanta intensidad que en ese momento los recuerdos de Faranbel o Omar no tenían nada que temer comparado con lo que se avecinaba como no aclarara mi situación de soltería en ese mismo instante antes de que toda la energía que desprendía Romeo hacia mí me dejara en estado de shock, pero como nunca las cosas me salen bien, una voz a mi espalda la fastidio del todo.

-¿Que significa todo esto?

La pregunta de Efrain fue seca y autoritaria, siempre su timbre de sonido hacia que el mínimo hombre con el que se topara se diera prisa en contestar, y no falló mi instinto.

-Alaya se ha casado con el Victoriano, por ese motivo va vestida de esa manera. –Dijo irritado el maldito de Mikael.

Los ojos de Romeo ardieron a fuego lento, estaban completamente oscurecidos en un turquesa profundo y sus labios parecían guardar unos colmillos completamente estirados, conteniendo la ira que estaba al borde de un abismo sin retorno. De un momento a otro sentía que la sangre iba a correr. Como pude, con el cuerpo temblando me giré cara Mikael, el tremendo bocazas y lo fulminé con la mirada.

-¿Eso es verdad, Alaya?

Tuve que girarme cara la autoritaria voz de mi padre, el cual había preguntado con los dientes apretados y su mirada parecía tornarse al violeta más oscuro que jamás había conocido en él.

-No. –Contesté secamente.

-Pero ¿Por qué vas vestida de esa forma?

Estaba aguantando la respiración, estaba tenso y con los brazos apretados fuertemente contra su cuerpo.

-Porque esa era la intención pero... -Un frío rozó mi espina dorsal al recordar el oscuro ser que impidió esa unión, cerré los ojos controlando mi reacción y los abrí de nuevo para continuar, mi padre continuaba con la misma expresión, esperando. - ...Omar me llamó y lo impidió.

El cuerpo de mi padre y unos cuantos más que tenía a mi espalda se relajaron visiblemente, noté como la habitación dejaba de vibrar por la energía que uno de ellos, especialmente, había arrojado por todo lo que nos rodeaba.

No solo Romeo me intimidaba con su mirada, hasta que toda su energía no desapareció mi cuerpo no dejó de temblar.

-¿Quién es Omar?

Mi cuerpo se giró hacia la nueva voz que había aparecido en el umbral del siguiente salón donde íbamos a cruzar, el mismo donde se suponía que ellos me estaban esperando. Miré ese rostro familiar y de pronto sentí nostalgia y pena, una tristeza extraña se arremolinó en mi corazón evaporando el miedo, la rabia y cualquier sentimiento que momentos antes había sentido, caminé sin hablar y me lancé a los brazos de Epicydes, su sorpresa por mi gesto duró segundos, sus brazos terminaron abrazándome con la mayor de las ternuras, su abrazo me trajo todos los recuerdos de mi pasado y de mi presente, todas las desgracias que había vivido y todas las muertes que había ocasionado.

-Fue culpa mía. –Sollocé, mi tío me abrazó más fuerte. –Todo fue culpa mía. Yo los maté.

-No mi niña, - Me consoló, sabía perfectamente de que hablaba. -No digas eso, tú no sabías lo que iba a suceder, tú...

-Sí. –Mi garganta ardía y las lágrimas estaban cayendo demasiado deprisa, lo miré a los ojos, los suyos también brillaban del mismo sentimiento que los míos, de impotencia, de pena, de no saber cómo poder ayudarme. –También la maté a ella...

-No, tu madre murió por...

-¡No! Ella dio su vida por la mía, lo vi, estuve presente cuando la mataron, vi a Eutropia, vi ese puñal atravesar su corazón, vi su rostro caer al suelo, lo vi todo...

Me atragantaba con las palabras, con los sollozos, quería gritar, pegar, matar a alguien, todo a la vez se mezclaba por mi cuerpo como si me hubieran inyectado algo horrible en las venas. Mis manos se enrollaron en la camisa de Epicydes, mi frente se apoyó en su pecho y cerré los ojos, solo quería que todo desapareciera, que se esfumará de mis recuerdos, pero dentro de mí sabía que era inútil, que algo así me seguiría para toda la vida por muy lejos que intentara huir, la maleta en estos momentos estaba llena de esos recuerdos, aquellos que en el pasado ansiaba pero ahora mismo odiaba haberlos recibido.

Mi tío tiró de mí con suavidad colocando un brazo alrededor de mis hombros y me sentó en un cómodo sofá a su lado, noté la presencia de más personas. No alcé la vista para saber quiénes eran, lo sabía, los olía, el único nuevo que había en la habitación era Yulian, que ahora mismo nos estaría observando cómo cada uno de ellos, pendientes de mis movimientos. Aun así, preferí ignorarlos, no tenía muchas ganas de hablar y menos de dar la cara, solo necesitaba unos minutos en los brazos de mi tío, aunque los minutos se hicieron horas y las horas un sueño profundo, no sé cuánto tiempo dormí pero para cuando desperté era de día y estaba sola en el salón, tapada con una suave sabana. 

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