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Capítulo 10

    Salimos de la comisaria custodiados por Andrómeda a la cabeza y cuatro vampiros a nuestro alrededor. Romeo iba a mi lado, pero ni me tocó, ni me miró, ni siquiera cuando montamos en un Toyota plateado que nos esperaba fuera se dignó a comprobar mi presencia, se acomodó en la otra orilla, mirando por la ventana y muy alejado. Uno de los muchachos conducía y Andrómeda iba a su lado, de copiloto. Terminó de hablar por teléfono y acto seguido le dio a Romeo sus efectos personales, los mismos que le había requisado al arrestarlo. Romeo se guardó en el bolsillo la billetera e intentó enchufar un móvil empapado. Al no conseguirlo a la tercera vez, Andrómeda le prestó el suyo. Mientras él hablaba por teléfono con Chilo yo miré en mis bolsillos. Tan solo tenía una chocolatina, una galguería que ni siquiera me podía comer por el estado en el que se encontraba.

-Dame dos horas y ven a recogernos. –Miré a Romeo. Colgó y le devolvió el teléfono a Andrómeda mientras miraba mi chocolatina. –Ahora comeremos. –Ni si quiera me miró en ese momento, estaba dispuesto a continuar con lo mismo y más. –Déjanos aquí, Andrómeda.

-Como quieras, Balsateri. –Nos detuvimos en el arcén, fui la última en bajar, pero antes de que pudiera dar dos pasos para alejarme de esa mujer un brazo me detuvo, me giré y sentí ganas de arrancar esa mano del curvilíneo cuerpo de la capitana. –Espera a Romeo allí, -La mujer señaló la acera de enfrente, donde un escaparate de animales ocupaba toda una gran ventana. –Tengo que hablar con él, no te lo entretendré durante mucho tiempo.

Miré a Romeo pero él no me miraba a mí, miraba hacia todos los lados menos en mi dirección. Esto comenzaba a mosquearme un poco, pero yo me lo había buscado, yo se lo había pedido a gritos, y ahora, mierda, me arrepentía. Me di la vuelta enfurruñada y me alejé de ellos, crucé la carretera casi sin mirar y recibí unos cuantos bocinazos, gestos que me dieron exactamente igual. Ahora entendía porque Chilo se comportaba así, porque cuando tienes algo o a alguien en la cabeza el resto te da exactamente igual, como a mí en ese mismo momento.

Cuando llegué al amplio escaparate clavé la vista en el cristal, un cristal que utilicé como espejo, ya que lo que sucedía a mi espalda se estaba reflejando en él, no tan bien como a mí me hubiera gustado, pero al menos tenía un reflejo de lo que hacían Romeo y Andrómeda, mientras disimulaba en mirar los cachorrillos que habían dentro de las jaulas al otro lado del cristal.

-Oye, perdona, ¿Tienes fuego?

Atentamente y sin pensar en que me lo decía a mí me giré lentamente a mi derecha hasta toparme con un hombre humano, lo miré de arriba abajo, él me dedicó la misma e idéntica mirada que cualquier salido mental con los que me cruzaba últimamente, junto con una amplia sonrisa y luego me señaló con el cigarro que tenía en la mano.

-No, lo siento.

-¿De verdad? –Insistió y lo miré con aburrimiento, el muy creído se había apoyado en el cristal con el brazo y se había acercado un poco más a mí.

-No fumo. –Me giré de nuevo hacia la pareja que me interesaba, solo que estaba vez decidí mirarlos de cara y no a través del cristal y gracias a ello me di cuenta de un pequeño detalle. Romeo nos estaba observando, bueno, más bien al pesado que tenía al lado y que continuaba dándome la tabarra. Aunque tenía que reconocer que esta intromisión había resultado beneficiosa para mí.

Por fin había captado su atención.

Atenta a la mirada que nos estaba echando Romeo me giré hacia mi nuevo no invitado pesado y le sonreí, este abrió los ojos impresionado y se lamió los labios mientras dedicaba un vistazo a los míos, sus descarados pensamientos rebotaron en mi cabeza, con ese simple gesto sabía perfectamente que era lo que estaba pensando el muy cerdo.

-Es una verdadera lástima que no fumes, porque yo estaría encantado de darte de fumar.

El tío estaba pensando en guarradas de las gordas, madre mía.

-Es un vicio asqueroso.

-Tengo más vicios que ese, cariño. –Lo miré a los ojos, la cosa se me estaba escapando de las manos. -¿Te gustaría ver alguno más?

-No creo que sea el momento.

-Tengo el coche por aquí cerca, ven. –Me cogió de la mano e intenté tirar para deshacerme de ella. –Venga no seas tan remilgada será genial, te lo aseguro. –Tiró de mí hacia su cuerpo, su pecho chocó contra el mío, con mi mano libre lo empujé con fuerza y este retrocedió hacia atrás mirándome sorprendido, luego sonrió y alargó la mano de nuevo para cogerme.

No hizo falta retroceder, Romeo apareció delante de mí y lo tiró al suelo de un solo puñetazo. El pesado lo miró con rabia mientras se limpiaba la sangre con el brazo.

-¿Quieres más? –Le rugió Romeo.

El rostro del pesado pasó de la ira al terror, algo que había visto en la cara de Romeo lo había aterrado, asustado de tal manera que se alzó del suelo tropezando, sin controlar su propio aguante para salir huyendo acobardado. Romeo se giró cara mí algo enfurruñando, miró mi cuerpo de arriba abajo para terminar la revisión en mis ojos.

-¿Es que no te puedo dejar sola ni dos minutos? –Su voz rabiosa encajaba perfectamente con ese rostro de depredador.

-Lo tenía todo controlado. –Abrió los ojos como platos y todo el turquesa acaparó su cuenca.

-¿Controlado? No me hagas reír.

-Si...

-Vamos.

Cortó cualquier queja que saliera de mis labios y se dio la vuelta, dándome la espalda para comenzar a caminar, lo seguí aturdida porque de nuevo pasaba de mí. Pero... ¿De qué me quejaba? Si era lo que yo quería. Sacudí la cabeza y apreté mi paso, Romeo caminaba deprisa y no le importaba nada que yo no fuera a su lado.

Torcimos por la esquina siguiente y nos adentramos en un amplio aparcamiento de coches al aire libre, Romeo continuó recto y entró en el enorme centro comercial de cuatro plantas que había en el centro de esa explanada, nos dirigimos a la segunda planta, ropa, textil de alta gama, moda joven de mujer y de hombre. Mi guía continuó recto, pasando por los percheros de ropa colgando mientras escogía dos o tres conjuntos de mujer, luego se dirigió a la sección de lencería e ejecutó la misma maniobra escogiendo dos conjuntos lenceros. Los colocó en mis brazos en el mismo momento que una de las dependientas se nos acercaba.

-¿Les puedo ayudar en algo? –La mujer elegantemente vestida me miró y luego miró a Romeo, sus ojos se agrandaron y sus mofletes se tiñeron de rojo, le dedicó una radiante y seductora sonrisa a mi compañero dejándome a mí por excluida de su apoyo.

Ya no existía, solo Romeo estaba en su vista de arpía.

Me dio tanta rabia que arranqué con ira la ropa de las manos de Romeo, el cual no le importó, le sonrió a la dependienta haciendo que esta soltara un gran y lento suspiro que me atravesó la piel como frío acero.

-Podría ayudar a mi hermana por si necesita algo. Tengo que dejarla sola y no me gustaría que le sucediera nada.

¿Hermana? Sera cabrón.

-Por supuesto caballero, nosotras nos encargaremos de ella. –La morena y exageradamente pintada como una puerta dependienta se giró a su espalda y comenzó a buscar con la mirada, yo me dediqué a taladrar con la mirada lanzando llamaradas de fuego al perfil de Romeo, el muy cerdo le estaba echando un buen vistazo a la dependienta, mi ira ya no alcanzaba limites, se estaba burlando de mí, delante de mis narices sin cortarse ni un pelo, estaba ligando con esa mujer descaradamente y ella encantadísima de la vida, por supuesto. –Leonor, -Gritó con un sonido autoritario la arpía descarada. –ven por favor, y acompaña a la señorita a los probadores. –La dependienta, con el nombre de Anna etiquetado en su pecho se giró de nuevo hacia Romeo y se mordió el labio. – ¿Le gustaría conocer nuestra nueva colección de caballero?-Le preguntó, Romeo le sonrió más ampliamente y a esta le temblaron las rodillas, ya no podía más, pasé por el medio de los dos y me adentré hacia los probadores sin Leonor y sin que Romeo me ordenara nada, ya que estaba demasiado ocupado con Anna.

Llegué a los probadores y tiré la ropa encima de un amplio sofá, la zona parecía un saloncito de té. Era tan amplio que abarcaba tres enormes espejos en tres de las paredes, dos sofás colocados estratégicamente para ver la perspectiva de los tres espejos, un pedestal redondo en el centro y tubos de luces claros en el techo, un largo y delicado perchero ocupaba una zona despejada de pared al lado de la puerta y las paredes eran de un tono caramelo suave, el mejor ambiente para relajarse y probarse la ropa con tranquilidad.

Lo que más necesitaba en este momento.

Después de echar un vistazo al lujo que me rodeaba mi ánimo había mejorado pero nada más ver la ropa que Romeo había elegido para mí, mi enfado se disipó del todo y sobre todo la egocéntrica cantidad de dinero que valía cada prenda, me animó a fastidiarlo y escoger el más caro, solo que los tres eran insultantemente carísimos.

Observé los tres conjuntos alzándolos a tras luz, los tres eran vestidos morados oscuros, elegantes y sexis pero recatados, sus telas parecían algodones de lo suaves y delicados que parecían, los coloqué estirados en cada zona del sofá ocupando todo el amplio de los sillones y me dediqué a observar la ropa interior, los dos conjuntos eran en negro y su costura era salvaje, atrevida, delicada y perfecta. Por lo visto Romeo entendía perfectamente el cuerpo de una mujer, ni siquiera yo no me hubiera decantado el elegir esas prendas pero él las había elegido en segundos y lo había acertado, hasta la talla.

Me desnudé rápidamente deseando sentir la textura de esos tejidos sobre mi piel y tiré mi ropa húmeda al suelo en una bola. El primer conjunto que me puse consistía en unas bragas y un sujetador de encaje, el típico equipo carísimo que tan solo salía en las mejores pasarelas y llevado por las mejores modelos.

Quería disfrutar de esa prenda y antes de colocarme el vestido me miré una y otra vez en el espejo, me recogí el cabello en una coleta para verme mejor y me veía fascinante, explosiva y una ama de la noche. Después de pasar unos minutos observando mi reflejo y el resalto de cada zona de mi cuerpo decidí probarme los vestidos.

Opté por el número dos, de punto fino, manga corta y por la rodilla, era el más recatado, decidí que con la prenda de encaje negra que escondía ya tenía suficiente, este vestido no tenía ningún escote ni súper raja y era flexible, aun lo ajustado que me quedaba donde esa fina tela marcaba descaradamente cada curva de mi cuerpo, pero me gustaba y era cómodo, me permitía moverme con facilidad.

Miré desde todos los ángulos mi nueva adquisición hasta que la puerta del probador se abrió. Romeo entró como si fuera el amo con unos zapatos de tacón en la mano. Lo evité como pude mirando a todos los lados menos a él, el cual se acercó y dejó los zapatos en el pedestal, a mi lado y luego me dio la espalda para sentarse en uno de los sofás, me senté en ese pequeño escenario y me coloqué esos taconazos, cuando me alcé observé la mirada dudosa de Romeo.

-¿Desde cuándo un hermano puede entrar en el probador de su hermana sin llamar?

-No soy un hermano cualquiera. -Alzó las cejas de una forma seductora y me miró, esos ojos escondía una burla que me irritó.

-Has terminado muy pronto. Por lo visto Anna, -Ese nombre lo pronuncié sarcásticamente. –te ha ayudado muy bien en tu selección.

-Excepcionalmente sí, esa mujer tiene buen gusto, pero, no me gusta tu elección. –Hablaba en serio y me miré el vestido que llevaba puesto con extrañeza, él lo había elegido.

-¿Qué le pasa al vestido? A mí me gusta.

Romeo pasó totalmente de mi sugerencia y se alzó, cogió el vestido número uno y me lo tendió.

-Pruébate este. –Lo miré y luego al vestido que cogí, él simplemente se sentó de nuevo en el sillón tranquilamente, yo me quedé con el vestido en la mano esperando. -¿A qué estas esperando?

-A que te marches de una vez.

-No pienso irme Alaya, conozco tu cuerpo mejor que tú misma.

Estaba segura de esa afirmación, yo también pensaba lo mismo pero no tenía ninguna intención, ni en lo más remoto de reconocérselo.

-¿No tienes otras cosas mejores que hacer? Cómo por ejemplo, ¿buscar a tu dependienta y agradecerle su ayuda personalmente?

-No, ya se lo he agradecido. –Sonrió con una amplia burla mostrando unos dientes perfectos y una exuberante sonrisa que me dejó tonta e irritada.

-Oh, que caballeroso.

Cabrón mal nacido, pensé a gritos en una cabeza que estaba a punto de estallar de rabia, ardía por tirarle el vestido en toda la cara. Me fastidiaba ese comportamiento. Había tonteado con la dependienta en todos mis morros como si yo no existiera y ahora estaba tan tranquilo sentado delante de mí, recordándomelo y ordenándome que me probará otro vestido como si solo se tratara de un juego.

-¿Qué pensará Anna de tu comportamiento?

-Que cuido de mi hermanita.

Bufé, tenía contestación para todo, no dejaba de provocarme en ningún momento, tenía que recordarme que me había convertido en su hermana y encima en diminutivo.

-No te vas a ir ¿Verdad?

-No.

Le di la espalda, que más me daba, él no vería nada nuevo que no hubiera visto bien antes, pero el problema es que yo no quería tenerlo cerca. Mi enfado, solo parte de él, se había esfumado y mi barrera contra Romeo había bajado un poco. Tenía las defensas bajas, tenía hambre y quería terminar con esto de una vez. Seria rápida, me dije, solo quería que me cambiara de vestido, podía conseguirlo.

Tenía que ser fuerte.

Me saqué el vestido por la cabeza dándole la espalda a Romeo, pero era una tontería, se había colocado de una manera que los tres espejos me lo reflejaban y con eso a mí también a él, el cuerpo me tembló de pensar que estaba viéndome con la ropa interior de encaje que él me había elegido, evité su mirada ya que de pronto ese gran espacio se había convertido en un pequeño horno donde se concentraba toda la electricidad del enorme centro comercial.

Aguanté la respiración y con torpeza me coloqué el vestido que él me había dado, uno de tirantes y seda fluida que me llegaba hasta las rodillas, era precioso, pero yo no lo había elegido porque parecía un vestido de noche y la ocasión no lo merecía.

Miré mi aspecto en el espejo y cuando alcé la vista vi a Romeo detrás de mí, muy cerca, observando mi cuerpo a través del espejo, esos oscuros ojos me atravesaron la piel que tocaban y me quemaron lentamente.

-Tenías razón, el otro es más apropiado. Si sales ahí fuera con eso puesto... -Su voz sonaba exageradamente ronca. –Cámbiate Alaya, ponte el que llevabas puesto, si no, tendremos problemas.

Su sonido salió en suplica y escucharlo me puso muy nerviosa, tanto, que el cuerpo ya comenzaba a temblarme de una forma extraña, mis ojos se iban a su cuerpo, la camisa blanca medio abierta enseñando parte de su torso y la cadena dorada que siempre colgaba de su cuello haciendo juego con el tono de su piel, las mangas dobladas hasta el codo enseñándome la mitad de esos brazos fuertes, esas manos que sabían cómo acariciar convertidas en puños fuertes, y lo peor de todo era ver su rostro, hermoso a través de las luces blancas del probador.

Era la perfecta creación del hombre, un guerrero de la noche, salvaje, valiente, atrevido, fascinante, un hijo del dios del sol con tanta piel dorada bañándolo, un cuerpo donde todo lo que tocabas era puro músculo, puro afrodisiaco, pura perfección, puro magnetismo, suavidad aun tocando esas abultadas curvas que tanto me marcaban lentamente, haciéndome adicta a él. Y su belleza, era un hombre con tantas divinidades que daba miedo pensar en él, podías caer en una celda de excitación de la que jamás podrías ni desearías salir.

Me mantuve calmada, intenté esconder todo lo que ese hombre me provocaba y no fue fácil, mi esfuerzo me ocasionó un gran enredo en el vestido al quitármelo por la cabeza, la cremallera de la espalda se quedó atrapada en mi cabello, estiré de él varias veces pero temía estirar demasiado fuerte y romper esa preciosa tela carísima, me impacienté y comencé a ponerme más nerviosa, respiré agitadamente mientras farfullaba palabras sin sentido.

-Tranquila sirena. –Sentí las manos de Romeo traspasar la tela y posarse en mis axilas, que era donde el vestido se había quedado enredado. –Levanta los brazos y déjame a mí.-Su voz sonaba de lo más suave y me dejé llevar por ese increíble sonido.

Hice lo que él me pidió y noté como el vestido salía poco a poco, como esa suavidad iba rozando mi piel y saliendo a la perfección, cuando la tela salió de mi vista y yo de la oscuridad que me había provocado, me topé con el pecho de Romeo justo delante de mí, agaché los brazos lentamente, sin retirar la vista de ese enorme cuerpo mientras él tiraba el vestido a un lado como si fuera un trapo barato, no se retiró de mi cercanía en ningún momento y pude apreciar como su pecho subía y bajaba por la tranquila respiración de su dueño. Sin embargo, mi respiración en ese preciso momento estaba desbordada, el corazón ya me latía como una locomotora y la sangre de mi cuerpo corría en una loca carrera de fórmula uno.

Subí la mirada por su atlético cuerpo a la suya y cuando nuestros ojos se fijaron mutuamente me derretí de placer ante ese color intenso, todo mi cuerpo tembló necesitándolo y él, como escuchando mi plegaria me rodeó con sus brazos para apegarme a su cuerpo, ese enfrentamiento me hizo soltar un generoso gruñido, uno que chocó contra Romeo y éste me lo devolvió con una seductora y malévola sonrisa.

Apoyé mis manos temblorosas en su pecho y enrollé mis dedos en su camisa, las piernas me temblaban tanto que temía caerme al suelo, aunque el aguante de sus brazos lo impediría. Estábamos tan pegados que nuestros pechos chocaban en extremo, nuestras respiraciones estaban alteradas, desenfrenadas por un torbellino de emociones que reflejaban sus ojos y estaba segura que los míos también.

Bajó sus manos por mi espalda hasta estar en la curva del trasero, presionó sus dedos como si se tratara de un masaje y acercó su rostro al mío, con su nariz comenzó acariciar la mía en movimientos lentos, sus labios estaban tan cerca de los míos que notaba esa calor penetrar en mis sentidos, un cálido sentido que tan bien recordaba y que por desgracia tenía bien grabado.

Por un momento llegué a pensar que me besaría pero sus labios ni siquiera me rozaron, se mantenían cerca, flotando en el aire, húmedos por su lengua y tentadores con los míos, pero no llegaban a tocarme y comenzaba a morirme de ganas por que se acercaran y me besaran, aunque esa no era su intención.

Dejó de torturarme con esa cercanía tan tentadora para pasar la caricia de su nariz en movimientos circulares por mi mejilla, donde se entretuvo mientras respiraba con más intensidad.

-Me encanta la elección que has tomado con la ropa interior. –Me dio un casto beso en la mejilla y pasó su nariz por toda ella hasta llegar a mi oreja. –Aunque tengo que reconocer que estas mejor sin tanto encaje, mucho mejor. –Me estremecí, el sonido de su voz sonaba sensualmente ronco. –Me pones muy caliente, estoy hechizado de ti. –Bajó las manos a mi trasero y lo ahuecó con fuerza, deliberadamente mi doloroso cuerpo se apegó totalmente al suyo. –Soportar el aguante por no arrancarte esa pequeña tela negra que te tapa me está costando un tremendo esfuerzo. –Sus labios tornaron de nuevo a bailar delante de mí, cerca, atormentando a los míos y esta vez fue peor, ya que sentí su roce varias veces pero en el momento que yo me acercaba para sentir su calor él se retiraba de mí hacia atrás. Estaba torturándome, disfrutaba con ello, sabía que lo deseaba en ese momento, sabía que me moría de ganas por besarlo, mis quejas y gruñidos subían de volumen con cada cercanía de las suyas, pero de nuevo se retiraba. –Te deseo tanto... -Calló y me miró, una mirada que me calentó de una manera dolorosa, estaba jadeando, mi pecho subía y bajaba desesperadamente. –Me manejas, te metes en mí de una manera furtiva, mi vida pende de un hilo, con el inimaginable y nefasto resultado de una muerte segura, algo que ya no puedo controlar. Por una vez en mi vida, una mujer me tiene perdidamente a sus pies. –Trazó con sus dedos muy lentamente la forma de mis labios, la curva de mi mandíbula, a lo largo de mi cuello hasta la exuberancia de mis pechos que formaban un perdido valle con ese escote. – Que me maten si yo solo lo puedo parar. Que me arrebaten el alma si el demonio se la quiere llevar y que alguien grite si he hecho alguna vez esto, que mis demonios internos se atrevan a juzgarme, porque este es mi fin. -Me informó con la voz tensa. –Yo nunca me he arrodillado ante nadie. –Acto seguido hincó las rodillas en el suelo a mis pies y apoyó esas manos grandes en mis caderas, acaparándolas enteras y presionando para que no me alejara de él.

Jadeé varias veces en entrecortados sonidos, no podía creerme lo que estaba sucediendo, sentía que me fallaban las fuerzas y el exótico olor de él me invadía las fosas nasales dejándome mareada y un poco aturdida, el cuerpo me temblaba más violentamente y una nube negra llena de ardiente pasión se posó en mi mirada, tuve que apoyarme en los hombros de él y al hacerlo lo mire desde arriba, una belleza que me dejó anonadada.

Arrodillado entre mis piernas, sumiso me observaba con esa profundidad oscura en su mirada, donde el turquesa brillaba con intensidad. Verlo en esa postura me estaba excitando hasta tal punto que sabía lo que Romeo descubriría en unos segundos si continuaba con este jueguecito hasta el final, estaba mojada, tanto que casi sentía vergüenza. No había utilizado ningún preliminar, ni beso, ni caricia intima, simplemente su cercanía me había puesto a mil.

No podía dejar de mirarlo, me sentía drogada, ebria, intoxicada por la pasión. Estaba completamente expuesta a ese hombre medio desnuda....

Oh madre mía.

Los labios de Romeo se posaron en mi estómago y comenzaron a besarlo, luego trazó un ligero sendero mojado con su lengua por todo el alrededor de mi ombligo, hizo una pausa para mordisquearme con pequeños mordiscos amorosos que se esparcieron sobre mi piel e hicieron que una oleada tras otra me subiera por toda la espalda, ¿Cómo podía evitar esto? No podía, estaba deseosa por él, no tenía ni idea de cómo alejarlo de mí, era demasiado tarde, me gobernaba de nuevo.

Comenzó de nuevo hacer honor a sus promesas, con largas caricias aterciopeladas de su lengua a lo largo de la parte interior de los muslos, ni siquiera me había dado cuenta de que ya se encontrara por ese camino de atrayente deseo, estaba ciega de placer y solo podía prestarle atención a esa peligrosa boca que ahora se encontraba dando lánguidos mordiscos sobre la generosa curva del interior de mis piernas, largos besos con la boca abierta sobre la delicada piel de mis caderas, no dejaba ni un centímetro de piel por recibir un beso o un suave mordisquito de los suyos.

Las fuerzas me fallaban con rapidez y las piernas me temblaron bajo las manos de Romeo.

-Sirena, mantente en pie. Si esas preciosas rodillas tuyas se dan por vencidas y acabas en el suelo, no me controlaré y te follare ahí mismo.

No sabía si fue su voz o la tentación de hallar lo que escondían esas palabras pero mis rodillas cedieron y caí, caí encima de él sin darme cuenta.

-Oh, mi pequeña princesa del demonio. Deseaba que esto durase, tenía toda la intención de saborearte y disfrutar de ti, embriagarme de ti, volverte borracha de mí. –Rápidamente me tumbó y se colocó encima de mí, extendiendo su cuerpo cual largo era y separándome las piernas con las rodillas para tener más espacio mientras se sostenía con los antebrazos. –Pero como siempre, tú lo tienes que hacer tan difícil, tan sumamente complicado. No puedo más, mi control ya se ha agotado. –Tomó mis caderas y consiguió con un empujoncito que nuestros cuerpos encajaran a la perfección. –Bésame Alaya, ruégame antes de que suelte a la bestia de mis pantalones y ella te gobierne. –Siseó con los ojos oscurecidos y la mandíbula tensa.

Acostada con las piernas abiertas y con él entre ellas ya no podía espera ni un segundo más, me apreté contra él hasta que esa erección, que se marcaba entre los pantalones estuvo donde justo yo quería tenerla, en el sitio donde más podía disfrutar de la deliciosa fricción que me hacía sentir.

Romeo se acercó a mis labios, esperando a que yo lo besara, aguardando esa petición suya y yo deseosa me lamí los labios y acorté la poca distancia para llegar a sus labios, saborearlos. Aun no los había tocado y ya sentía su calor, un calor que desapareció cuando sentí un violento tirón en el cabello que me incurvó el cuello hacia atrás, gruñí de dolor, no me esperaba ese cambio, pero algo sucedía, el tacto de Romeo se había endurecido, sus manos en mi cuerpo me apretaban con fuerza y la mano que sostenía mi cabello continuaba tirando de él.

Intenté incorporarme un poco para verle el rostro, pero no me dejaba.

-Romeo, me haces...

El nudo en mi cabello se aflojó solo un poco, sin embargo, sus dedos se mantuvieron en el mismo lugar, controlando el movimiento de mi cabeza y de mi cadera, pero al menos, pude ver esos ojos, un turquesa que me miraba irritado.

¿Qué había cambiado? ¿Qué había hecho mal? Quise preguntárselo pero Romeo, adelantándose a mis palabras tiró de nuevo de mi cabello.

-Jamás en tu vida vuelvas a prohibirme que te toque, nunca, odio que no me dejes tocarte, que no me dejes acercarme a ti, cuando me lo has negado hoy, cuando he escuchado esa prohibición en tus labios casi... -Se calló y apretó los labios con rabia.

Ya lo entendía, esto era una venganza, un juego sucio para que entendiera que no podía ordenarle nada, para que me quedara claro que él ejercía más poder sobre mí del que yo me imaginaba, que supiera alto, claro y a las malas que con ese hombre nunca ganaría. Pero una cosa estaba clara. No compartía su opinión, él tampoco podía ordenarme nada a mí.

Tiró más de su amarre y acercó su rostro al mío, sus labios volvieron a flotar delante de los míos.

-No puedes negarme nada, si deseo acercarme a ti, tu no me lo prohibirás jamás, ¿Esta claro?

Ffmm. Quise gritar, insultarle, decirle donde se podía meter sus estúpidas y machistas órdenes, pero se me ocurrió algo mejor.

-No. –Le respondí y antes de que él actuara contra mí, yo me adelanté a sus pasos de contrataque, coloqué con rapidez una de mis piernas flexionadas en su pecho y empujé con fuerza, Romeo salió volando por todo ese saloncito hasta frenarse y caer de pie en el suelo. Lo miré mientras me incorporaba sentada –Ten tu claro una cosa, jamás vuelvas a darme órdenes.

Lentamente cada gesto de su cara fue adquiriendo una suavidad extraña, hasta que soltó una carcajada con la cabeza en alto, me sorprendió ese cambio y a la vez me irritó. Sus malditos cambios de humor me trastornaban.

Una vez terminó me miró, sus ojos habían adoptado un color natural y todo su cuerpo estaba relajado, piernas separadas y brazos caídos a cada costado, no se preparaba para saltar de nuevo sobre mí, aun habiéndolo atacado como lo había hecho, simplemente parecía estar ahí esperando, esa tranquila fachada me permitió mirarlo bien, hacerle mi habitual revisión y por primera vez en toda esta intromisión pude comprobar cómo iba vestido, lo habitual y lo que más sexi le quedaba; tejanos oscuros ceñidos a esas esbeltas y fuertes piernas y camisa clara, parecía que fuera en un tono violeta claro, similar al color de mis ojos.

Conclusión, tremendamente guapo y salvaje. Me gustaba.

-Sinceramente esto no me lo esperaba. Me has sorprendido mucho, Alaya. –Mi cabeza se ladeó hacia un lado inquisitiva, su voz había sonado socarrona y su comentario algo dudoso, no estaba segura si estaba jugando conmigo de nuevo. –Por lo visto puedes controlarte más de lo que me imaginaba. O, simplemente te irritas con facilidad.

Estaba claro, estaba jugando y no tenía pensado cortarle el rollo.

-Simplemente no me gusta que me toques cuando te da a ti la gana. –Le dediqué una de mis mayores sonrisas falsas mal fingidas.

-Entonces tendremos más conflictos de este tipo.

-Pues esto es solo el principio. –Le recordé la misma frase que él me había dedicado cuando ayer llegamos a la casa de mi tío y me había besado delante de todos. Romeo se rascó la barbilla y ladeó los labios, se lo estaba pasando genial, y para que engañarme, yo también e incluso me coloqué en una postura muy sexi, doblando las rodillas y colocando mis brazos a la espalda, estirándolos y apoyándolos en el suelo de la tarima, deseaba tentarlo, añadir a mis palabras un plan de acción.

-Interesante, estoy deseando ver tu siguiente paso. –La voz de Romeo sonaba de nuevo ronca y mi plan había salido a la perfección. Su mirada estaba fija en los movimientos de mis piernas que ahora mismo caían a un lado lentamente.

-Que no te quepa duda de ello. –Le contrataqué y me lanzó su última sonrisa y comenzó a caminar hacia la puerta.

-Te esperaré fuera. –Tomó la americana que había dejado en el sofá y se la colocó, estaba guapísimo, tenía que admitir que Anna había elegido bien. Cuando llegó a la puerta se frenó y antes de salir del probador se dio la vuelta y me miró. -No tardes sirena, o vendré a buscarte y pondremos a prueba tus palabras.

Burlonamente acepté su amenaza y lo despedí con una sonrisa socarrona y diciéndole adiós con la mano, tan solo meneando los dedos.

Después de unas cuantas miradas, sonrisas seductoras, gruñidos excesivos, papelitos doblados con números de teléfono (Unos seis) y argumentaciones halagadoras hacia Romeo, estábamos saliendo del centro comercial, donde justo en la entrada tropecé, gracias a los tacones que Romeo había escogido por mí para torturarme seguro y poder tocarme, ya que sus manos fueron a mi cintura para alzarme pero con un tremendo esfuerzo me retiré y rechacé esa mano que se alzaba hacía mí para ayudarme a caminar. Me jugaba todo lo que tenía en esta vida a que lo de los tacones lo había hecho con toda la intención de demostrarme que él podía hacer lo que quisiera, pero mi rechazo no se lo esperaba y su exagerado bufido me lo demostró, pero mis argumentaciones sobre que tenía que aprender a caminar encima de ellos yo sola lo calmó y continuamos caminando.

Pasamos dos calles más y nos introducimos con los caminantes habituales que caminaban hacia su trabajo o simplemente se dedicaban a dar un paseo. Fui observando escaparates y a la gente que pasaba por mi lado. Jamás había hecho esto, pasear al lado de un hombre sin que la gente me mirara con preocupación, con terror alguno en unas miradas, unas miradas que me analizaban, con repulsión unos y otros, con desconfianza, habían momentos que podía ver como las madres retiraban a sus hijos asustadas de mí camino por miedo a que los tocara y les contagiase una enfermedad mortal. No encajaba, era la peste de la manada y tener siempre a un corrillo de guardias a mi espalda tampoco me beneficiaba. Nunca había paseado simplemente con un hombre y tan tranquilamente como si solo estuviéramos recorriendo las calles como turistas. Un hombre que me miraba de todas las formas y me incitaba a desear cosas que nunca en mi vida había imaginado.

Era sorprendente como había cambiado mi vida y como había cambiado el mundo.

Cruzamos de calle atravesando varios coches parados por el semáforo en rojo y nos colocamos por una menos transitada donde pudimos caminar con más lentitud. Dos chicas que pasaron por nuestro lado se quedaron mirando a Romeo descaradamente, lo miraron con tanta hambre que me irritaron esos ojos fijos en él, sentí el impulso de coger la mano que antes había rechazado y pegar a su dueño a mi cuerpo, estuve muy tentada de actuar con esa posesividad sobre el hombre que caminaba a mi lado, pero me controlé, frené a la fiera que ardía dentro de mí y esperé a que esas dos pasaran de largo.

-Creo que nos están siguiendo.

Me giré hacia Romeo y me topé con su precioso perfil. Era normal que las mujeres lo miraran, que se quedaran embobadas mirándolo, yo, con tan solo echarle un pequeño vistazo ya estaba babeando, ardía en deseos por acercarme a su cuerpo, al calor que trasmitía, a la electricidad que me provocaba y tanto me gustaba. Él era un pecado, un tentador e irresistible pecado. Detenidamente lo observé deleitándome con el placer de tenerlo tan cerca y poder ver aquello que muchas deseaban. Romeo continuaba mirando a nuestra espalda, hacia todos lados, hasta que sus ojos por fin se quedaron fijos en un punto y al igual que yo, ninguno podíamos retirar la mirada de aquello que nos atraía, la comisura de sus labios se abrió en una amplia sonrisa picarona. Atraída por ese gesto seguí la dirección de su mirada...

No me lo podía creer.

Las dos mujeres que tanto me habían perturbado se habían detenido y le estaban mirando mientras le dedicaban la misma sonrisa que él les había dedicado. Muy elocuente, pensé, y esta era la forma que tenía Romeo de adivinar quién nos seguía.

-¿Nos siguen? –Le recordé furiosa.

-Sí, eso creo. –Me contestó él aun con la vista fija en ellas y sin expresión en su voz.

-¿Cuál? ¿La rubia o la morena?

Mi pecado andante por fin se giró cara mí bruscamente con la sonrisa en esos deliciosos labios y con las cejas alzadas. Yo lo miré, escondiendo a través de una máscara de aburrimiento el efecto perturbador que me provocaba su sonrisa y señalé a las mujeres con la cabeza.

-¿Una broma? –Preguntó con la sonrisa más amplia.

Las piernas me temblaron, tenía que parar o me volvería loca.

-Eres tú el que ha dicho que nos están siguiendo, ya que las has observado tan detenidamente, pensé que te referías alguna de ellas.

Soltó una carcajada que me dejó sin aliento, antes en los probadores no lo había podido ver bien, solo lo había escuchado y me había parecido un sonido tan terrorífico como sexi, pero ahora que lo estaba viendo con la luz del día y tan cerca, pensé que me caería allí mismo, al suelo medio muerta de ver esa preciosa sonrisa. Estaba lleno de vida, calmado y esto era para mí, toda esa belleza me la estaba dedicando a mí. Entender eso me mareó, Romeo me tenía cautivada, embaucada por todo su ser y desgraciadamente enamorada.

-No debes temer por ellas, son simplemente humanas ajenas a nuestras razas, ellas no nos siguen. Y...ninguna de las dos es mi tipo. –Esto último lo dijo con picardía y remarcando cada palabra. Esto solo reflejaba que sabía bien de que hablaba, él mismo me tiraba mis estúpidos celos a la cara, me los recordaba descaradamente y como tomándoselo a risa.

Desgraciado.

Alargó su brazo para tomar el mío pero me retiré hacia atrás bruscamente, mirando esa mano con espanto. No podía dejar que me tocara, ahora no, estaría perdida si su mano tocaba mi piel, si su calor traspasara mi cuerpo. No podía permitirlo aunque me costara una furiosa reprimenda. Y no estaba lejos de ello, cuando miré a los ojos a Romeo su rostro había cambiado y la ira retornaba con fuerza, esta vez no tenía excusa para apagar ese fuego.

-¿Otra vez, Alaya? –Rugió con los ojos en llamas. –Pensé que te lo había dejado claro, no era una puta broma. Odio que no me dejes tocarte. –Se pasó la mano por la cabeza con furia mientras maldecía, luego clavó la mirada en mí de nuevo, estaba rabioso y yo en un tremendo lio.

No tuve tiempo para poder decirle nada, ni pedir perdón, en cuestión de segundos me agarró de la mano, me metió en un callejón sin salida y solitario, y me aplastó con su propio cuerpo contra la pared colocando cada una de mis manos a mis lados, haciendo fricación con las suyas para que no pudiera menearme de esa improvisada cárcel erótica, cuando pude respirar, mi aire sé quedo dentro porque sus labios aprisionaron los míos con furia marcándome en un posesivo beso, uno que me quemó entera, la urgencia que antes me había provocado vino a mí de nuevo renovada y con más éxtasis que antes.

Su lengua no vacilaba, sabía lo que quería y yo se lo di, todo aquello que él me pedía mi traicionero cuerpo se lo dio sin objeciones. Cuando sus labios por fin dejaron de atormentar a los míos, su respiración estaba tan alterada como la mía y la presión de su cuerpo continuaba restregándose sin piedad. Pero ya no hubo más besos, solo juntó su frente a la mía y cerró los ojos.

-No lo olvides. Eres mía Alaya, puedo y podré tocarte cuanto me dé la gana. No me lo niegues más, por favor. Solo por tu bien, verdaderamente no me conoces realmente enfadado y no te gustaría conocerme. Así que, no me tientes. –No le contesté, estaba obnubilada con ese agresivo beso, un beso que me había encantado, lo único que pude hacer fue mirarlo. Él por fin más relajado me soltó y tomó mi mano, enredando sus dedos con los míos. –Vamos, tengo que alimentarte.

No me soltó de la mano hasta que llegamos a la mesa del restaurante Italiano que había elegido, solo en ese momento se atrevió a soltar ese agarre, pero su silla fue arrastrada para acercarse más a mí. Había sido magnifico ir cogida de la mano de él por la calle, por un momento había soñado con un final así junto a él, pero era imposible, Romeo estaba con Drusila, no era para mí, jamás lo seria.

Esa lucidez me abrió los ojos y cambió el gesto de mi rostro, uno que atrajo la mirada de Romeo, una mirada preocupada.

-¿Qué sucede? –Preguntó con interés y en un tono de voz calmado.

-Nada.

El camarero nos puso delante los platos y sirvió en cada copa el vino, le agradecí al joven chico ese gesto y tomé mi copa para darle un gran trago, Romeo me miró extrañado y cuando dejé la copa en la mesa me cogió de la mano, poco a poco la retiré y miré hacia todos los lados para evitar su mirada.

-Sé que algo te preocupa. La sonrisa que brillaba en tus labios ha desparecido de golpe y creo que la causa soy yo. Quiero saber el motivo. –Me tomó de la barbilla y giró mi rostro para que lo mirara. –Te he dicho mil veces que me mires cuando te hablo. –Su voz estaba tensa de nuevo, estaba cabreado, tragué saliva porque no estaba segura de cómo se iba a comportar delante de tanta gente, ese gesto provocó cierta duda en su mirada. -¿Me tienes miedo?

Su voz salió entrecortada y ahora parecía contener la respiración. Por lo visto le preocupaba mi respuesta.

-¿Me vas a golpear como has golpeado a los policías? –Sus ojos se agrandaron y me miró con preocupación.

-A ti jamás en mi vida te golpearía de esa forma.

Por extraño que pareciese ese comentario me recordó de golpe en imágenes muy reales los azotes que él mismo me dio. Como podía ser tan cínico.

-Oh si, perdona, a mí me golpeas de otra forma.

-No recuerdo haberte golpeado...

-Estuve toda la noche con el trasero dolorido, tengo, bueno... perdona, tenía una gran prueba que ya se ha curado, claro, pero te puedo asegurar que estaba al rojo vivo, tus manos lo dejaron rojo como un tomate. –Romeo sonrió, aparcó su ira a un lado y me dedicó una sonrisa de lo más natural.

-Tú lo provocaste, me provocaste...

-¿Te hace gracia? –Estaba irritada, furiosa de ver su sonrisa.

-No, pero solo recuerdas lo que te interesa. Sabes bien porque sucedió y también lo que sucedió después.

-Estamos hablando de tus azotes. –Le recordé, no quería que cambiara de tema y recordar lo que sucedió después de su castigo me trajo un mal presentimiento. -¿Lo disfrutaste?

-¿El qué? –Aún conservaba la sonrisa en sus labios.

-Pegarme ¿Qué va a ser?

-¿Mi contestación va hacer que cambie tu opinión sobre mí? –Su pregunta sonó con mucha suavidad, ese sonido me dio escalofríos cálidos por todo el cuerpo y más aún, al ver que su sonrisa había desaparecido y había sido remplazada por una intensa y diabólica mirada.

-Tal vez. –Mis palabras sonaron entrecortadas.

-Entonces será mejor que no conteste. –Pasó de mí y bajó su vista al plato para comenzar a comer.

No, esto todavía no había terminado.

-Contesta. –Lo cogí de la mano y frené su tenedor lleno de Lubina, a mitad de camino de su boca. Romeo me miró con la boca abierta, esperando su bocado que no llegaba. -¿Te puso caliente pegarme?

Apretó el tenedor con fuerza e inspiró una intensa bocanada de aire.

-Sí, me la puso muy dura.

Tragué saliva.

-Así que... ¿Volverías a golpearme? -Mis palabras salieron estranguladas como mi cuerpo tembloroso, que parecía arrepentirse de haber formulado esa pregunta.

Una parte de mí no quería escuchar la respuesta pero la otra estaba más que ansiosa.

-Si me provocas, sí, lo haré. –Se calló y dejó el tenedor encima del plato, luego se pasó la mano por la cabeza y me miró, sus ojos brillaron brevemente por un sentimiento que no pude reconocer. –Nunca antes le había pegado a una mujer, tú eres la primera.

La sangre dejó de circularme al escuchar ese comentario. ¿Qué pretendía?

-¿Es un halago? ¿De verdad piensas que debería sentirme afortunada?

-Lo que de verdad no entiendo es porque estamos teniendo esta conversación.

-Tú la has sacado. –Decidí entonces comer algo de mi plato, aunque más bien comencé a jugar con el contenido mojado en salsa.

-No te confundas. Yo simplemente he contestado a tus preguntas.

-Sí, me lo has dejado muy claro. –Le hablé sin mirarlo.

-Alaya. –Bufó con rabia y lo miré, me estaba poniendo muy nerviosa pero no quería tentarlo y que se cabreara más o que decidiera alzarme él mismo el rostro.

Que no te toque, gruñó una vocecilla en mi cabeza. Sí, lo sé, le repliqué a ésa metiche voz.

-¿Qué se supone que te he dejado claro? –Continuó.

-Es obvio.

-Para mí no. –Bufó y sacudió la cabeza al mismo tiempo. -Joder Alaya, se más clara.

-Que te gusta pegarme... -Romeo me tomó de la barbilla y se acercó a mí.

-No solo eso, me gusta hacerle más cosas a tu cuerpo que azotarte, solo que ese acto no lo había descubierto antes, o tal vez sí, no lo sé, solo que contigo es diferente, todo es diferente, tú haces que me excite de tal manera que me vuelva loco y desee hacerlo continuamente.

-Tenías razón, no deberíamos continuar con el tema. –Podía reconocer que se me había quitado el hambre.

-Alaya, yo nunca te haría daño. –Su voz sonó rota pero las palabras ya estaban dichas.

-Lo recordaré la próxima vez que tu mano acaricie mi trasero.

Sentí el calor de su mano encima de la mía que estaba apoyada a un lado de la mesa, una caricia suave junto con un apretón cariñoso, todo el ambiente que nos rodeaba había desaparecido, la gente ya no existía, ese tacto actuó de una manera radiante sobre mí y de una manera tan cálida que dudé en la verdadera identidad del hombre que me cogía. Romeo jamás me hubiera cogido de esa manera y jamás había sentido esa sensación con él, pero era él, no me equivocaba, ni lo estaba soñando. Estaba sucediendo de verdad.

-Yo no soy Omar.

Todo se vino abajo, la oscuridad se posó sobre mí convertida en un frío irracional, separé esa mano que me mantenía cogida y temblé al escuchar ese nombre. El terror me atacó de una manera incontrolable, la respiración no llegaba a mis pulmones y las manos me sudaban mientras las retorcía. Cerré los ojos intentando hacer desaparecer todo ese miedo, un miedo que me perseguía y me atraía a un futuro nefasto, un adversario contra el cual no podía enfrentarme porque no sabía cómo ganarle, era una batalla perdida para mí.

-Alaya. –Sentí los brazos de Romeo rodearme en un fuerte abrazo, intentando devolverme a él, me agarré a su cuerpo, a su cercanía para atraer a mi cuerpo a su lado y lo conseguí, poco a poco fui sintiendo ese calor electrizante, la textura de su piel, su aroma tan delicioso y las caricias de su barbilla sobre mi cabello. Inspiré y me apoyé en su pecho. -¿Qué fue lo que no le contaste a tu padre?

-Le dije toda la verdad. –No podía contárselo, tenía que evitarlo, ahora me sentía vulnerable y Romeo lo utilizaría en mi contra para sacarme la verdad.

-Sé que le escondiste una cosa, algo importante. ¿Qué quiere Omar verdaderamente de ti?

-Ya lo escuchaste todo. No hay nada más. –Intenté deshacerme de su abrazo, retirarlo de mí, pero resultó imposible, Romeo me apretó más contra su cuerpo.

-¿Por qué no me lo quieres contar?

-Porque no confió en ti. –El cuerpo que me cogía se tensó visiblemente, lo sentí aguantar la respiración y soltarla con lentitud. Sus manos se convirtieron en puños cerrados y acto seguido me giró bruscamente cara él. Su rostro estaba deformado por la ira y varios sentimientos más, solo pude identificar uno, dolor.

-¿Qué hace falta para ganarme tu confianza? –Siseó con rabia.

-Que por una vez en tu vida fueras sincero.

-Cásate conmigo.

-¡¿Qué?!

No podía ser, me quedé petrificada en la silla, observándolo con los ojos como platos, estaba casi muerta, mi cuerpo parecía haber perdido la temperatura ambiental, la sangre se había quedado paralizada en el tiempo y el cerebro no ayudaba mucho a mandar las órdenes adecuadas a todo mi cuerpo para que reaccionara.

¿Romeo me había pedido la mano?

-Estoy siendo sincero. –Tomó con sus manos mi rostro y lo alzó para que lo mirara. -Quiero que te cases conmigo, quiero que seas mi mujer, que seas mía para siempre.

-Que enternecedor. –Susurró una nueva voz justo en nuestra mesa. El cuerpo de Romeo se tensó y clavó la vista en quienes había a mi espalda.

Problemas, gritó la voz histérica y nerviosa de mi cabeza.

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