Capítulo 4
Me desperté con los rallos del sol perfilando mi silueta debajo de las sabanas, miré a mi alrededor desorientada y entonces vino todo a mi cabeza como un dolor punzante. Me levanté de la cama sin hacer ruido para que Kira, que dormía plácidamente en la cama de al lado no se despertara y fui directa al cuarto de baño, pero nada más abrir la puerta me quedé congelada al encontrarme lo que vi.
–Lo siento –me disculpé dándome la vuelta.
Había visto muchos torsos desnudos en el patio del castillo de mi tío cuando los hombres se ejercitaban y luchaban entre ellos, pero nunca un desnudo integro.
–Tranquila mujer. No estoy acostumbrado a que nadie de esta casa se despierte tan temprano, por eso no cerré el pestillo dijo Mikael a mi espalda–. Te puedes girar ya estoy cubierto con la toalla.
–No tranquilo. Entraré cuando hayas terminado.
Concluí con la voz cortada mientras cerraba la puerta de nuevo, pero terminé escuchando su profunda carcajada a mi espalda, que provocó que me muriera de la vergüenza y notara mis mejillas arder.
Kira me dejó un vestido blanco de tirantes con encajes y puntillas por todos lados, pero me quedaba tan corto para mi gusto que casi lo rompo intentándolo bajar un poco, la tela no cedía ni un poco, encima marcaba cada curva de mi cuerpo de lo ceñido que me quedaba. Luego la ropa interior era demasiado atrevida e incómoda, perdí casi media hora intentándomela poner hasta que lo conseguí.
Estaba tan acostumbrada a mis vestidos, fáciles de poner y sin complementos. Tenía la espalda al aire y escotes pronunciados, pero todas las mujeres lo llevaban y era algo normal.
–Ten, ponte esto en los pies –dijo Kira pasándome unas sandalias de tiras.
–Me siento extraña, me siento desnuda y la ropa interior es muy incómoda, ¿De verdad es necesario que me ponga todo esto?
–Alaya es la moda de este siglo, te tendrás que acostumbrar, no puedes ir vestida con esos vestidos, la gente te miraría mal y te puedo asegurar que esas miradas son muy crueles, con lo cual, haz el favor y no te quejes tanto. –Me miró de arriba abajo–. Estas monísima.
– ¿Lo sabes verdad? –pregunté refiriéndome a mi pasado.
–Sí, mi abuelo nos lo contó todo anoche, durante la cena. Pero tranquila, sabemos guardar un secreto, más aún cuando depende la vida de una persona y sobretodo la tuya. Mi abuelo te aprecia mucho, no dejará que nada te pase, estas a salvo –dijo dedicándome una sonrisa tranquilizadora.
¿Y vosotros? Me pregunté yo misma.
No me gustaría que les pasara nada, pero estando cerca de mí ellos también estaban en peligro.
–Ven he traído unas tijeras, necesitas un corte de pelo y a mí se me da de maravilla.
– ¿Cortar? ¿Estás de broma? –pregunté con los ojos muy abiertos.
–No, tranquila, solo voy a cortarte un poco las puntas y darte forma, te verás guapísima. Confía en mí, se lo que me hago. Ahora deja de mirarme con esa cara y ven aquí. –Sin embargo, mientras hablaba no podía quitar la vista de esas tijeras que se contoneaban en el aire como una amenaza directa para destrozar mi cabello–. Venga no seas cobarde, no voy a clavártelas, solo a cortarte un poco, pero, que muy poco el pelo.
Me lo pensé durante largo rato, me encantaba mi cabello, era como mi tesoro, negro con bucles ondulados, largo hasta la cadera, era de lo único de lo que mandaba, lo llevaba como quería suelto o recogido y me recordaba tanto a mi madre, lo tenía igual que ella, era mi herencia. Pero no estaba en mi siglo y no pasaría nada por cambiar un poco, al fin y al cabo el pelo crecía de nuevo.
Respiré profundamente y me senté delante del espejo, preparada para dejar a Kira que hiciera lo que quisiera con esas tijeras.
Después del corte de pelo bajamos a desayunar.
Tanta preocupación por mi nuevo look para nada, no se notaba mucho ya que solo habían sido tres o cuatro dedos de largo y ahora me llegaba por la cintura. El cambio había sido por delante, me lo había escalonado dejándolo más corto, de una forma que se enrollaba alrededor de mi rostro, dándole un toque más sensual y marcando mis facciones.
La verdad es que me gustaba, le daba otro estilo a mi cabello, me veía más guapa y el color de mis ojos destacaba sobre mi cara.
Aparte, Kira me había dicho una y otra vez lo guapa que estaba y cuando bajamos abajo, Mikael no me quitó la mirada de encima durante todo el desayuno, cosa que me incómodo y a la vez me puse roja como un tomate recordando lo sucedido esta mañana en el cuarto de baño.
– ¿De quién has sacado esos ojos violetas? Son preciosos, nunca he visto en mi vida a alguien con un color así –me preguntó Kira.
La verdad es que sabía bien de quien eran, era lo único que me lo recordaba cada día que me miraba en el espejo y los veía.
–De mi padre.
Sonó como si fuera una desgracia que tuviera algo igual que él, como si me molestara llevarlos, y así era, no quería tener nada que me lo recordara, no me gustaba la idea de tener algo que demostrara que era hija suya.
Después del silencio que procedió a mi respuesta y que todos notaron el tono que había utilizado, nadie preguntó más.
–Bueno chicos, recoger que nos marchamos –ordenó Drumon dándole un pequeño golpe a Mikael para que reaccionara.
Si me quedé paralizada cuando vi el automóvil por primera vez, creo que mi estado de shock al ver un avión por primera vez fue para llamar a un médico.
Ese aparato era una bestia voladora, y aunque Mikael me dijo que era el transporte más seguro del mundo, cosa que a mí no me lo parecía, estuve todo el vuelo cogida fuertemente de su mano.
Y para cuando conseguí bajar de ese pájaro me volví a quedar en shock al ver los edificios que rodeaban la ciudad, y fue tan tremendo el golpe de alucinación que no podía hablar ni caminar, solo sabía que Mikael continuaba cogiéndome de la mano y arrastrándome todo el camino para que avanzara. Cuando llegamos al hotel para dejar las maletas no me dio tiempo ni a lavarme la cara para que reaccionara mi cuerpo de una vez.
Drumon cogió un coche de alquiler del hotel y fuimos directos al piso que tenía alquilado durante un breve tiempo en la ciudad Epicydes, pero su mayordomo nos dijo que no estaba, Epicydes había ido a la mansión del consejo, ya que estaban todos reunidos desde hace unos días.
No obstante, Drumon sabía dónde se encontraba ese lugar y no hubo ningún problema. Remontamos el viaje, solo que, en dirección a la mansión del consejo que se encontraba a las afueras de la ciudad, rodeada por jardines y vallas eléctricas de protección de unos quince metros de altura abarcando toda la propiedad, era imposible entrar ahí sin ser visto o sin ser gravemente electrocutado.
Cuando atravesamos miles de barreras de protección y llegamos a una amplia y blanca caseta de vigilancia llena de televisores donde se podía ver cualquier rincón del grandísimo territorio, Drumon tuvo que dar tantas explicaciones a los guardias de seguridad que se nos hizo de noche cuando por fin nos abrieron las puertas, pero cuando entramos a la mansión el recepcionista que había en el hall no tenía muchas ganas de escucharnos.
–Le digo por favor, que necesito hablar con lord Epicydes. Tengo un mensaje muy importante para él. Se trata de alguien de su familia, podría estar en peligro.
Había insistido Drumon una y otra vez sin que el recepcionista, que era vampiro nacido, se interesara lo más mínimo.
–Le he dicho... caballero, que lord Epicydes está ahora mismo reunido y no puede atenderle, debería haber llamado para coger cita con él. Por ese motivo, tendrá que esperar y enseguida lo atenderá. Y por cierto, no debería haber traído a una humana aquí.
Eso último lo dijo refiriéndose a mí.
Drumon había decidido que camuflara todos mis poderes desde que salimos de casa para no hacerme notar, con lo cual, solo me veían y olían como a una humana. Yo a cambio lo había convencido en traerme las pistolas conmigo, aunque en el aeropuerto había sido muy chistosa la situación, pero al fin habían pasado conmigo.
–La humana es un regalo para lord Epicydes –dijo Drumon mirándome, yo lo sonreí con burla y luego le hice un baile de pestañas al recepcionista, Don estirado se quedó embobado mirando y con los ojos como platos.
–Ahora iré a avisarlo –dijo el recepcionista marchándose por el pasillo de la derecha.
Vaya, por lo visto el juego de pestañas que le había dedicado le había gustado, pensé sonriendo en mi interior.
A los diez minutos apareció de nuevo el recepcionista acompañado por dos gorilas enormes y vestidos totalmente de negro. Su aroma reflejaba que no eran nacidos, eran vampiros convertidos, por mi tío tal vez.
–Señor Drumon, lord Epicydes lo atenderá enseguida. Acompáñeme, por favor.
Puntualizó, vampiro mandón, señalándole el pasillo para que lo precediera, nosotros nos levantamos para seguirlo, pero los dos vampiros postrados a cada lado del pasillo nos bloquearon el paso.
–Van conmigo –recalcó Drumon dándose cuenta de las intenciones de los gorilas.
–Solo ira usted, ellos tendrán que esperar aquí. Luego llevaré personalmente el regalo a lord Epicydes. Vamos caballero, sígame.
Drumon no parecía muy convencido, pero no dijo nada más y se marchó justo detrás de él, dejándonos a solas junto con los dos gorilas que bloqueaban totalmente la entrada con sus enormes cuerpos y sus miradas fijas al frente.
Kira y Mikael se sentaron de nuevo, yo sin embargo, me fui paseando de un lado a otro de la sala nerviosa. Era increíble que tuviera tantos obstáculos para llegar hasta mi tío.
Unas risas de fondo me hicieron girar la vista hacia el otro pasillo que no ocupaban los gorilas.
Había dos mujeres vestidas con trajes de noche muy elegantes que desaparecieron tras una puerta de donde salía música. Nada más se abrió la puerta sentí una sensación extraña, como una vibración que salía de esa instancia y me rodeaba. No sé el por qué pero tenía que entrar a esa sala, algo que había ahí dentro me atraía y me llamaba en silencio.
– Jovencita, siéntate, enseguida conocerás a tu futuro amo –ronroneó Don estirado nada más entrar y unirse a nosotros.
Lo miré con ira."Inútil", pensé mientras me sentaba de nuevo en el sillón junto a Kira.
–Tranquila, deja de preocuparte, mi abuelo está con tu tío, estará contándole todo. Pronto lo verás y todo se solucionará –susurró Kira intentando tranquilizarme.
Yo en cambio, no podía quitarle la vista de encima al recepcionista desde detrás de su grandísima mesa de mármol rojizo, que le cubría medio cuerpo. En el impecable momento que él por fin me quitó la mirada de encima lo paralice, me giré cara los gorilas para prestar atención a sus reacciones, pero no se habían dado cuenta de nada a su alrededor, seguían con la vista al frente, así que los paralice a ellos también sin perder tiempo. A continuación, me levanté y fui directa al pasillo donde había visto a las mujeres.
–Alaya ¿Dónde vas? Quédate aquí quieta –rogó Kira cogiéndome del brazo.
– ¿Qué coño...? –Se oía de fondo a Mikael–. Estos están muy quietos, ¿Has sido tú? –preguntó mirándome.
–Quedaos aquí –les ordené.
–No. Alaya, esto es peligroso, ven aquí, esperaremos a mi abuelo que venga con tú tío. Y quítale a estos dos lo que les has hecho, harás que nos metamos en un lio. –No le hice caso, me di la vuelta y continúe caminando, adentrándome en el pasillo–. ¡Mierda! Está bien iré con vosotros.
Maldijo echando a caminar detrás de Mikael y de mí.
Llegamos por fin al final del pasillo y giramos. Dos enormes puertas blancas se interponían entre nosotros y la sala de donde salía la música. Cogí los pomos, los rodé y abrí las puertas.
Sentí la vibración más intensa que antes llenarme entera y envolverme para atraerme a ella.
Me adentré en el gran salón oliendo el aroma de los que me rodeaban. Eran vampiros, lobos y dragones, notaba sus mezclas de olores por todos lados.
Cada uno de ellos iba elegantemente vestido con traje chaqueta y vestidos largos despampanantes. Con sus copas en las manos dejaban de hablar o reír para girarse y mirarnos, especialmente fijaban la vista en mí, en la humana que se adentraba entre ellos sin temor alguno avanzando con paso firme.
No me acobardé, continúe caminando, haciendo que ellos se apartaran a mi paso. Caminé sin vacilación llegando casi al centro de la sala con todos ellos rodeándome y mirándome intensamente.
Inesperadamente noté una mano que me cogió del brazo y me hizo retroceder, me giré cara su dueño y vi que era otro gorila como los que había dejado paralizados en el hall, dos más se llevaban a Kira y Mikael fuera del salón a rastras. Traté deshacerme de esa mano que me cogía cada vez más fuerte, pero no podía. Otro gorila más se acercaba por detrás hacia mí con cara de pocos amigos.
Una corriente de energía empezó a vibrar por mi interior saliendo al exterior como un aura dorada, expulsando a los gorilas contra las paredes, llevándose algún que otro invitado que se interponía en su camino.
Todos a mí alrededor se me quedaron mirando alucinados e incluso la música había dejado de sonar.
Miré cada una de sus caras esperando el siguiente ataque. Entonces todo pasó muy deprisa.
Se me abalanzaron cuatro vampiros desde detrás del público que me observaba, pero estos iban bien vestidos con sus impecables trajes en negro.
No eran seguridades, supuse que eran invitados.
Esquivé los puños de uno, paralice a otro que comenzó a dispararme y tiré volando por la ventana a los otros dos.
Me encantaba mi nuevo poder, me quitaba a mis enemigos de la vista en un segundo.
Me giré cara el que aún me quedaba y esta vez, en vez de utilizar los puños tenía en la mano una cadena larga con dos navajas afiladas en forma de media luna en cada extremo de la cadena. Era alto y guapo, tenía el pelo negro y largo por la barbilla, sus ojos eran rasgados, tenía que ser japonés o koreano, decidí retrocediendo varios pasos sin apartarle la vista de encima.
Comenzó a rodar la cuchilla a su alrededor y entonces empezó a lanzármela en líneas perfectas que a duras penas esquivé, pero el vestido de Kira no salió tan bien parado, la cuchilla lo rajó por la espalda en una de sus estocadas.
No paraba de darme cuchilladas, era rápido y controlaba cada uno de mis movimientos atacándome una vez detrás de otra. Mis golpes no le hacían nada, ningún daño y empezaba a cansarme de esquivar.
Un ataque de sus cuchillas fue directo a mi pierna y no me dio tiempo a esquivarla, noté la navaja afilada cortar mi muslo en un corte limpio, profundo y doloroso, del cual comenzó a manar mucha sangre empañando el suelo color crema que pronto se convirtió en mármol rojo.
Lo miré a él y luego a esa bestia de metal asesina. La cadena la tenía enrollada a su cuerpo y brazo, acabando en su muñeca, preparándose de nuevo para atacarme, lo noté en su sonrisa y su mirada, así que esta vez ataqué yo primera. Estaba harta de esquivar y que jugara conmigo de esta manera, no quería matarlo pero me lo estaba suplicando con esa chulería.
Corrí hacia él y me tiré al suelo de culo justo en el momento que volvía a lanzar la cadena hacia mí, la cuchilla me pasó por encima de mi cabeza, escuché el siseo del acero cortar el aire en mis oídos y el aire levantar mi cabello siguiendo el rastro de esa navaja.
Tomé la dirección del puente que me dejaban sus piernas abiertas y, justo al pasar por debajo de su cuerpo le pegué un puñetazo con todas mis fuerzas en sus partes, el punto débil del hombre, lo oí maldecir y vencerse para delante por el dolor. Me giré rápidamente contemplando su espalda encorvada y le di una patada con las pocas fuerzas que me quedaban, pero al menos lo mandé volando al otro extremo del salón.
Traté de incorporarme pero una mano más rápida me cogió del cuello y me alzó manteniéndome en los aires sin que mis pies pudieran tocar tierra.
De pronto, y como una extraña sacudida, corrió por todo mi cuerpo un escalofrió que me desarmó, intenté mirar el rostro del dragón que me tenía cogida del cuello, pero la punta de una espada brillante apuntando directamente a mi cabeza no me dejó ver más allá.
Sin embargo, sentía esa mano alrededor de mi cuello, su calor que me recorría de una forma extrañamente salvaje y electrizante, su tacto áspero, su fuerza que la notaba como en caricias en mi piel, provocando que enroscara los dedos de mis pies por esas vibraciones.
¿Quién eres?
Mi respiración comenzó a alterase e incluso le ofrecí más mi cuello como rogándole que presionara más su piel contra la mía.
Notaba sus dedos acariciar mi garganta en movimientos sensuales.
No entendía que me estaba pasando, mi cuerpo estaba reaccionando de una forma extraña a este desconocido.
De una forma placentera.
– ¡Basta! –gritó una voz grave de hombre al fondo, justo a mi espalda.
Sabía que se acercaba por detrás de mí, porque notaba sus pasos, los oía al compás de los latidos de mi corazón que se había alterado frenéticamente al oír esa voz tan segura, como de realeza, de autoridad.
–Suéltala Romeo –repitió esa voz justo detrás de mí, pero el dragón que me tenía cogida no me soltó, es más, apretó un poco más su contacto–. Romeo –insistió, pero esta vez su orden se convirtió en un rugido.
Entonces Romeo me soltó.
Caí de pie y me tambaleé dando unos pasos hacia atrás, una vez ya repuesta me atreví a alzar la vista y lo miré.
Mis pulmones se quedaron sin aire.
Continuaba con la espada en la mano, pero no me apuntaba a mí, sí no al suelo.
Observé cada rincón de su cuerpo disfrutándolo.
Era muy alto, un metro noventa por lo menos, de espalda ancha y cintura estrecha, y aunque llevara traje tapándole todo el cuerpo, estaba segura de que debajo de esa tela oscura había un cuerpo fibroso, perfecto, con cada músculo bien definido, la muñeca que sujetaba su espada era fuerte y se marcaba cada una de sus venas. Continúe subiendo la vista a ese espectacular espécimen.
Tenía el pelo rapado, pero no al cero. Sus rasgos eran muy duros y marcados dándole un toque malévolo y dominante. Pero lo que más me fascinó fue el color de sus ojos, eran turquesa y me miraban de una forma extraña, me hipnotizaban.
Noté un sudor extraño por mi cuerpo.
Deseaba acercarme a él y tocarlo, olerlo mejor. Su aroma, un olor delicioso. Era como si hubieran mezclado todos los mejores perfumes existentes del mundo en una coctelera, la hubieran meneado con frenesí, mezclando cada aroma inteligentemente y su resultado era el perfecto, el mejor y el más idóneo para mi olfato.
Romeo.
Me mareaba y me provocaba dos cosas a la vez; Primero, una atracción imparable hacia ese ser y segundo, algo totalmente distinto, terror, un terror que convertía a mi cabello en escarcha, frío helado recorriendo eróticamente mi piel hasta hacerla arder de una manera diferente. Una combinación peligrosa y excitante.
Era el hombre perfecto, más guapo y atractivo que jamás había visto en toda mi vida.
Hice el intento de acercarme a él como un imán, sin darme cuenta, pero entonces él rompió el hechizo apartándome la mirada y dejando en la mía un escozor horrible por la necesidad de volver a ver ese turquesa de nuevo.
– ¿Quién eres?–preguntó esa voz autoritaria que se había mantenido todo el rato a mí derecha, muy cerca de mi espalda.
Me giré lentamente cara él y lo miré.
Mi corazón se paralizó e incluso creo que la sangre dejó de circularme por un momento. Dejé de respirar como si me doliera hacerlo. Sentí frío y calor a la vez recorrer mis venas y las cinco armas que llevaba a mi alrededor se dejaron ver, todas apuntándolo a él directamente a la cabeza.
Las cargué escuchando el chasquido del hierro preparando la bala para disparar y solté la respiración de golpe notando el vacío que dejó en mis dolorosos pulmones.
Noté como todos a mi espalda y alrededores cargaban las suyas propias y me apuntaban con ellas, también vi el brillo de la espada de Romeo apuntándome de nuevo y esta vez el filo no me asustó, no me importaba.
Si yo moría hoy, Efraín Verona también vendría conmigo.
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