Capítulo 31
El aire cesó, se esfumó y me noté caer suavemente en algo blandito, suave y limpio, escuché el sonido de mi corazón latir nuevamente con normalidad y la respiración llegar perfectamente a mis pulmones, vislumbré sombras interponerse delante de mí y voces llamarme pero sin fuerza.
–Abre los ojos mi niña. –La voz de mi madre continuaba en mi cabeza y la obedecí.
Lo primero que apareció en mi campo de visión fue la cara de mi padre, preocupada y desencajada por el temor, me habló pero sus palabras no llegaban a mí, era como si mis oídos estuvieran tapados, mi tío también apareció a su lado, con la misma preocupación grabada en el rostro. Comencé a mirar a mí alrededor, Mikael, Chilo, Samuel y Romeo, todos ellos estaban conmigo, mirándome con una extraña atención.
–Mi niña, Leonard está aquí, abajo en el salón. Baja, búscalo y mátalo.
Eso sí que lo escuché perfectamente.
Noté la energía vibrar por mi cuerpo, más deslumbrante que nunca, preparada para salir de mí. Me incorporé sentada en la cama, retirando todos los brazos que me detenían e insistían en que continuara acostada, pedí que me soltaran e intenté retirarlos con mis manos pero insistían y no me dejaban salir de allí, así que opté por hacer algo radical. Concentré el poder interno que se movía inquieto en mi interior y lo expulsé de mí contra ellos, haciendo que salieran volando y se estamparan contra las paredes. sin mirarlos me levanté de pie encima de la cama y di varios pasos hasta la orilla, boté al suelo casi flotando y salí fuera de la habitación.
–Búscalo Alaya y acaba con su miserable vida.
Esa petición se repetía una y otra vez en mi cabeza, la voz de mi madre se hacía eco en mí, atravesaba mis oídos con ira, la misma que nacía de mi interior mientras avanzaba hacia la presa. Caminaba descalza por el pasillo, expulsando de mi cercanía a cada Dragón, vampiro o lobo que se me acercaba para poder atraparme sin éxito. No podía explicarlo pero notaba una fuerza extrema salir de mí, sentía por mis venas las ganas de matar e incluso notaba como un invisible aire acompañaba cada uno de mis pasos, revoloteando mi cabello en ondas terroríficas. Mi mirada se oscurecía pero mi vista era muy buena, notaba como ardían mis ojos dilatando las pupilas.
Bajé las escaleras dando pasos lentos y marcados, un grupo de hombres se atravesaba en ellas, cortándome el paso y preparados para detenerme, escuché a mi padre gritando de fondo que me detuvieran, pero justo en el momento que pasaba por sus lados el grupo que venía a por mí salió volando violentamente por todos mis lados y rompiendo cosas al caer al suelo. Llegué al salón y comencé a buscar con la mirada, había mujeres corriendo para escapar y gritando pidiendo ayuda, los guerreros miraban alucinados, pero nadie podía escapar de ese lugar, los había encerrado en el interior de la casa y aquellos que se atrevían a ir a por mí con sus armas para detenerme salían volando con ellas detrás, ninguno podía acercarse, me sentía superior a ellos, más fuerte que nadie, más poderosa que todos los seres que me rodeaban.
–Alaya, está justo delante de ti.
Me giré en esa dirección y lo vi, justo delante de mí, con las piernas separadas y mirándome, me acerqué unos pasos con la vista clavada en él, lo notó, notó mi amenaza sobre él y sacó una pistola para apuntarme con ella directamente a la cabeza, esa arma no me asustó, continúe caminando en su dirección, acercándome cada vez más a él. Cargó su arma y disparó, la bala desapareció, cargo de nuevo y volvió a disparar, esta vez vacío todo el cargador pero todas las balas desaparecieron como la primera, no llegaban a acercarse ninguna a mí.
Él comenzó a asustarse, yo sin embargo, continúe ahí, a centímetros de él, tan cerca que podía oler su sangre correr por sus venas a gran velocidad.
–¿Quién coño eres? –Preguntó histérico y mirándome fijamente.
–Soy Alaya Verona Milano.
Su rostro plasmó de la sorpresa a quedarse totalmente blanco, pálido, sus ojos se agrandaron y retrocedió un paso, pero era imposible escapar de mí. Noté la presencia de la gente a mi alrededor, observando la escena con atención, mi padre, mi tío, Romeo y el resto también estaban, nos observaban sin comprender nada de lo que sucedía, pronto lo entenderían todo. Alcé la mano donde tenía la daga dorada que él utilizó para matar y torturar a mi familia, cogida con fuerza y se la mostré.
–¿La recuerdas? Leonard Medinote.
–Alaya suelta eso, no cometas ninguna estupidez.
Decía mi padre de fondo pero su insistencia no valía la pena, mi cerebro no lo quería escuchar, sentía como si alguien gobernara mi mente y se encargara de recordarme la muerte de mi madre, su rostro al caer al suelo, su sangre manchar mis manos y él matarla.
No iba a soltarlo, solo quería venganza.
Su respiración aumentó y escuché el latido de su corazón, rápido y fuerte contra su pecho, un vampiro maestro, con vida dentro, melodía gloriosa para mis oídos, olí su miedo, aquel que yo le infundía y me animó, estaba aterrado y ese sentimiento me dio más fuerza y confianza.
Saqué de mí una energía diferente a mi colección que nos rodeó a los dos en una especie de burbuja roja, brillante y cristalina. Escuché los golpes que daban Efrain y Romeo contra la burbuja, otros más se les unieron pero ni siquiera consiguieron abrir una minúscula brecha, no había escapatoria para ninguno de los dos, solo la muerte nos liberaría y tenía claro que la mía no iba a ser.
–Deberías estar muerta, Esbeltina nos prometió tu muerte. –Estaba desesperado y su voz sonó rabiosa.
–Os mintió. Esbeltina tenía otros planes de futuro para mí, aunque alégrate, a ella también le salieron bastante mal. –Le dije sonriéndole. –Pero ahora mismo no estamos aquí para hablar de ella, estamos aquí para hablar de mi madre, de cómo la mataste y de cómo torturaste a mi padre.
–Te equivocas de persona, yo no fui. –Leonard comenzó a mirar a mi espalda preocupado mientras intentaba pedir ayuda.
Los golpes cesaron, dejaron de producirse, pero la energía que sentí en el ambiente, rodeando todo el salón me dio a entender que mi padre había escuchado cada palabra que yo había dicho.
–Mientes. –Insistió aún más desesperado viendo como todo se descubría.
–No, no miento Leonard, lo he visto todo. –Susurré como en una canción mientras acortaba la poca distancia que me quedaba hasta él.
Leonard comenzó a desesperarse e intentó golpear la burbuja para salir de allí con los puños mientras que al mismo tiempo pedía ayuda a todos los que nos rodeaban.
–No hay escapatoria parea ti, Leonard, hoy vas a morir y a pasar toda tu eternidad marchitándote junto a Faranbel, en una tumba de piedra, de la que jamás podrás salir.
No tenía ni idea de donde había sacado ese nombre pero salió de mis labios como algo muy natural, como si lo conociera muy bien.
Sus ojos se fijaron en mí, miel brillando con una pupila grande y negra, lo había comprendido, sabía lo que se le avecinaba, su cuerpo comenzó a temblar como en mi visión, sintiendo el miedo del futuro que le esperaba. Gritando y desesperado se avecinó contra mí, yo lo esquivé dando una suave vuelta sobre mí, el muy idiota lo intentó de nuevo, solo que esta vez, lo dejé pasar para darle una sorpresa que no esperaba. Tan rápido como sus movimientos, lo cogí del cuello con una mano y lo alcé en vilo, sus piernas comenzaron a dar patadas que no me llegaban y sus manos fueron directas a por mí agarre. Sentía una fuerza sobrenatural correr por mi cuerpo, era como si su peso fuera una pluma y sus uñas contra mis manos simples cosquillas.
–Adiós.
Le susurré sin ningún sentimiento de culpa, mirándolo como si fuera un insignificante insecto molesto que deseaba aplastar. Alcé la daga y la clavé lentamente en su cuerpo hasta atravesar el corazón, asegurándome que sería su último respiró, noté la sangre derramarse por mi mano, giré la daga de lado para que notara el metal desgarrar su carne y la saqué soltándolo a él también de mi agarre, Leonard cayó al suelo y se convulsionó de dolor desapareciendo, convirtiéndose en humo negro, dejando una bolita roja en el suelo que aplasté con el pie justo en el momento que la bola se desvanecía.
Retiré la vista de ese efecto humeante para alzarla, la burbuja estaba desapareciendo poco a poco y me permitió ver a Romeo que se encontraba delante de mí, observándome, un pinchazo en el corazón atravesó mi cuerpo al verlo, pero algo llamó más mi atención, algo que había detrás de él, un espejo con mi reflejo grabado en él, una imagen que me cortó el aire.
Mi mirada era de color roja, mis colmillo, aquellos que nunca había visto estaban en todo su esplendor, alargados y afilados, y mi cabello volaba en ondas como las llamas del fuego ardiendo, era como si el aire me rondara solo a mí, un aire que no había en una habitación silenciosa y sin embargo si existía en torno a mí. El espejo reflejaba a una mujer salvaje y terrorífica diferente a mí, no me reconocía, pero sabía que era yo porque justo detrás de mí comenzó aparecer el ser de las cuevas y ahora sabia como se llamaba.
Faranbel, él me lo había dicho, él me lo había susurrado al oído.
Escuché gritos a mi alrededor y el terror de los presentes introducirse en mis entrañas, Romeo alzó un brazo en mi dirección para sacarme de allí pero un aro transparente le cortó el paso, lo intentó de nuevo con su cuerpo pero el aro lo lanzó muy lejos, como si una mano invisible lo hubiera abofeteado, intenté ir en su ayuda pero el aro tampoco me dejaba salir de allí.
–Alaya Verona Milano.
La voz de Faranbel sonó risueña y su eco rebotó por todo el salón.
El reflejo de mi imagen en el espejo fue tornando a la normalidad, mi cabello cayó delicadamente en mis hombros, mis ojos volvían a ser violetas, mis colmillos se escondieron y la sensación de que alguien controlaba mi cabeza se esfumó. Me giré lentamente cara él, comprendiendo por fin lo que me había sucedido y lo miré a los ojos, dándome de lleno con el mismísimo infierno.
–Eres muy hermosa, tus padres deben de estar muy orgullosos de ti. En todos estos años nunca en mi vida me he cruzado con una belleza que pueda competir con la tuya. Me alegra haber dado contigo, princesa.
–¿Lo has hecho tú? –Pregunté sin temor alguno.
–No, lo has hecho tú. Yo solo te he ayudado, bueno y tengo que reconocer que tu madre me echó una mano, pero has sabido hacerlo muy bien.
Su contestación fue alegre, sonreía de oreja a oreja como un niño, solo que esa sonrisa no era nada alegre, más bien escalofriante, aunque a mí no me afectó pero a los presentes que había detrás de mí sí, cada vez estaban más asustados y agitados.
–Entonces... ¿No era mi madre la que escuchaba en mi cabeza?
–Parte de ella, sí. El resto era yo, era la única manera de que pudieras hacerme caso. Lo siento mucho. –Sonó arrepentido pero su rostro era impasible.
–Pero, ¿Por qué?
El demonio dio dos pasos acercándose, no retrocedí, ni siquiera me retiré cuando alzó la mano hacia mi rostro y acarició mi mejilla con sus dedos largos. Sentí cierta suavidad familiar en esa caricia que me hizo cerrar los ojos, no me asusté al notar la uña haciéndome cosquillas, por muy extraño que fuera no era a él al que sentía, era a mi madre.
Abrí los ojos y lo miré. Estaba jugando conmigo.
–Basta. –Le grité. –¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? Eres un demonio, podrías haber escogido a otra persona.
–No, nunca habría encontrado a otra persona que lo hubiera hecho tan bien como tú. –Ladeó su cabeza sin dejar de mirarme, por un momento vi un brillo de admiración en ese negro tan intenso. –Te elegí a ti por la humanidad que corre por tus venas, necesitaba el alma de Leonard, se estaba convirtiendo en un gran estorbo y deseaba que desapareciera de la faz de la tierra. Solo aproveché el veneno que te incrustó Omar en los pulmones, un despiste del destino y que el camafeo de tu madre te sacara de ese lugar para traerte con ellos, entonces aproveché ese invisible coma al que te indujo el toxico y te mostré las visiones, te ofrecí la venganza y el hombre con el cual tenías que acabar, el hombre que a mí me interesaba.
–Jugaste conmigo como un peón.
–No, te di algo que dentro de ti deseabas saber, las respuestas que en todos estos años no te han dejado dormir, la gran pregunta contestada de lo que realmente le sucedió a tu madre y yo saqué algo a cambio, el alma de ese infeliz.
De repente pensé, algo se cruzó en mi mente, si todo había sido una alucinación, tal vez lo de Omar entraba dentro del plan. NO. Él había dicho que me sacó de ese lugar y de...
–Entonces lo que sentí estando con Omar era real.
Pronuncié en susurros para mí mientras la piel se me ponía de gallina con tan solo pronunciar su nombre en voz alta. Sentí un estremecimiento de terror al recordar su rostro y sus manos encima de mi cuerpo, era como hielo que quemaba mi piel.
–Me temo que sí princesa, en ese lugar yo no actué, solo te escondí de él para que no te encontrara hasta que el veneno desapareciera de tu organismo. Ese hombre es como imaginas e incluso más oscuro de lo que te pareció.
¿Todavía más?
Temblé de nuevo y me abracé con los brazos en torno a mi cuerpo, como intentando sacar un escudo contra ese ser. Casi te mata, dijo una vocecilla en mi cabeza, pero... Otra duda. Miré a Faranbel.
–Dices que me envenenó, pensé que me quería viva.
–Y sí, te quiere viva, el veneno solo era una distracción para dejarte fuera del alcance de tu familia, durante un prudente tiempo, para que ellos creyeran que estabas muerta, el tiempo suficiente para poder llamarte, llegar hasta él sin el obstáculo de tu madre y arrancarte el camafeo del cuello sin que el poder de esa joya pudiera surgir su efecto sobre ti, al estar teóricamente muerta por fuera.
–Entiendo. Y ahora ¿Qué?
–Alaya, estoy en deuda contigo. Me tienes a tus pies.
–¿Cómo? –Susurré sorprendida. –No quiero que estés en deuda conmigo, no quiero que me debas nada.
–Pues lo estoy, te debo un favor que cumpliré cuando llegue el momento. Por ahora te compensaré dejándote los poderes que has podido degustar en tu interior, te los mereces, tu humanidad me sorprende y que seas el único ser con esa mezcla de genes únicos y con un corazón entre ambas, me ha impresionado tanto que seré desde este momento tu más fiel aliado para toda tu eternidad.
–Pues termina con la vida de Omar y no estaremos en deuda. –Le lancé un grito sobresaltada.
A mi alrededor el espanto por mi osadía era total, pero no sentía temor alguno por el ser que tenía ante mí, al contrario, nacía un valor de mí que no podía explicar.
–No puedo matarlo, aunque me encantaría hacer realidad ese deseo pero eso es algo que debes solucionar tu sola, en esto ni yo ni nadie puede ayudarte.
–Pero...
–Lo siento mi pequeña diosa de la noche. –Acalló mi replica con uno de sus dedos sobre mis labios. –Y ahora debo marcharme. –Cogió una de mis manos y le dio un suave beso mientras alzaba su mirada hacia la mía. –Hasta nuestro próximo encuentro.
Faranbel me hizo una reverencia y desapareció en un remolino de humo negro delante de todos nosotros, lo observé desaparecer del salón a través de una pequeña rendija de una de las ventanas que había en lo alto de la sala.
Solté la daga de mis manos, la cual pareció pesar una tonelada, escuché el sonido del metal al chocar contra el mármol y caí de rodillas, a su lado y abatida, de repente todo el cuerpo me pesaba demasiado, estaba cansada, cerré los ojos notando el pinchazo que me daba el cráneo. La energía que me rodeaba desapreció también, como la adrenalina que me había mantenido en pie. La gente que quedó en libertad huyó, salió corriendo de ese lugar que por un momento se había convertido en el infierno.
Noté la respiración de mi padre caer sobre mi cabeza y rodearme el cuerpo con el calor de sus brazos, su aroma me derrumbó en su abrazo, me recogió del suelo y tomó mi cuerpo contra su pecho, atrapándome con fuerza para que no desapareciera de nuevo, me pegué a su pecho inconscientemente, encerrándome en esa oscuridad llena de paz mientras me llevaba por el salón y subía las escaleras. Entramos a una habitación y me acostó en una blandita cama, no alcé el rostro, me hundí de lado en la almohada sin abrir los ojos, noté el peso del cuerpo de Efrain a uno de los lados y la energía de la habitación al llenarse de gente, mi gente, mi única familia de la Alianza Real.
–¿Qué demonios ha sucedido ahí abajo? –La voz de Epicydes sonaba histérica, estaba de los nervios. –¿Alaya ha hecho algún tipo de trato con Faranbel?
–Cállate Epicydes. –Le ordenó Efrain con la voz alterada.
–¿Que me calle? Lo siento pero no puedo. No entiendo que ha sucedido, me ha dado un infarto. Y ¿Quién coño es Omar?
–Pronto lo averiguaremos todo, Alaya debe descansar, cuando este recuperada ella misma nos lo contará. Y ahora deja de preocuparte, no podemos hacer nada más.
–Sí que podemos, no, debemos hacerlo, tenemos la obligación de protegerla ante todo, es lo único que nos queda a los dos y casi se nos muere, no pienso ver como se le va la vida de nuevo. –Insistía Epicydes cada vez más cerca de mi padre.
–Basta, cállate de una maldita vez. –El grito de Efrain fue atroz. –Acabo de vivir el peor momento de mi vida, ver como mi hija se moría delante de mí, como no respiraba para despertar de nuevo, siendo otra muy diferente y solo para verla matar al asesino de mi mujer, un hombre que he tenido delante de mis narices toda la vida, escondiendo su verdadera identidad y nunca me he dado cuenta de quién era. Y por último, ver a Faranbel en medio del salón, hablando con ella, sonriéndole, acariciándola mientras ella se enfrentaba a él con valor, tentando a la maldita muerte. –Efrain estaba histérico, al punto de que la vena de su cuello fuera a explotar. –Creo que acabo de envejecer cien años de golpe, así que, deja de ponerme más nervioso. Alaya debe descansar, haremos guardias para mantenerla vigilada y no llevarnos más sorpresas, por hoy tengo más que de sobra. –Eso último se lo dijo en susurros para él. –Y cuando ella despierte y se encuentre con fuerzas suficientes, ella nos contará la verdad. Confió en mi hija.
–Está bien. –Aceptó a regañadientes Epicydes. –Pero yo haré la primera guardia con Samuel, el resto se puede ir a descansar, y tú tienes que hablar con Yulian del desastre del local, que no es poco. Aunque sea uno de tus hombres querrá una respuesta. –Noté el aire que levantó mi padre al moverse y alzarse de la cama. –Ah, –Continuó Epicydes con voz amenazante. –Tendrás que contarle algo sobre porque un demonio tan poderoso se ha presentado en su casa.
–Ya lo sé Epicydes, soy rey, es mi deber.
–Solo te lo recordaba.
Tensión, mucha tensión.
Mi padre depósito un beso en mi frente y por un momento sentí la caricia de su frente contra la mía.
–Te quiero, Alaya.
Casi no pude escuchar tal susurro, quise contestarle pero un recuerdo vino a mi mente, me había engañado y aunque me doliera pensar que lo había vuelto hacer, algo dentro de mí me gritaba que había sido por mi bien, que es mi padre y que no quería perderme el día que me lo dijo.
Escuché sus pasos al salir de la habitación con varios más diferentes, noté una extraña corriente de aire eléctrico y un calor que me acariciaba el cuerpo, quise abrir los ojos, sabia quien provocaba esa reacción en mí, sabía que estaba ahí, mirándome, lo notaba, pero estaba muy débil y ni siquiera pude menearme, ni siquiera pude echar un pequeño vistazo, hasta que escuché el débil portazo de la puerta cerrarse y al mismo tiempo el escalofrió marcharse junto con el hombre que me lo provocaba, Romeo.
Mi tío se tumbó a mi lado, lo sentí respirar y noté su mirada en mí mientras me rodeaba con sus brazos, atrayéndome a su cuerpo. Comencé a relajarme de inmediato.
–Mi niña, casi te pierdo, nos lo has hecho pasar muy mal. –Decía contra mi oreja. –Que te ha sucedido, Alaya, que te han hecho.
Suspiré.
Lo sentí respirar más fuerte y apretó más su abrazo, me dejé llevar. No sé cuándo, ni en qué momento pero sentir la protección de sus brazos en mí, me hizo entrar en la oscuridad, en un sueño profundo.
Soñé con él, con Omar. Surcando con sus dedos en mi cuerpo, diciéndome que pronto me haría suya, susurrándome al oído palabras escabrosas de todo lo que deseaba hacer conmigo, la piel que él tocaba se tornaba fría, hasta mi aliento salía congelado, la oscuridad me rodeaba y el terror de no despertar me asistía, me acunaba en el peor sueño de mi vida.
Estaba perdida, si Omar me encontraba estaba perdida.
Todo se complicaba...
Mi tía me quería matar.
Me acababa de descubrir ante mucha gente.
Estaba enamorada de dos hombres completamente diferentes que me estaban volviendo loca.
Y un demonio poderoso del cual no sabía si podía confiar, me acababa de adoptar.
La cosa se complicaba.
Ahora sabíaquién me despertó, quien me durmió y con qué propósito, supe quién mató a mi madre, e incluso la he vengado, pero me queda un largo camino por delante, una larga cruzada que pienso emprender.
Este es mi principio, voy por delante de ellos, voy a luchar y no pienso dejar a nadie vivo. Ahora sí que he despertado y mi cuerpo clama venganza.
No voy a dejar a nadie vivo.
Esto no ha terminado.
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