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Capítulo 30

    Me encontraba en un pasillo alargado, antorchas que colgaban de las paredes se encendían una a una a cada lado y en línea, miré en una dirección y luego en la otra, el pasillo era largo, no podía ver el final, ni puertas que ocuparan esas paredes color miel, tan solo mas pasillo en línea recta similar uno del otro. Por inercia y dejándome llevar por mi instinto tomé una de las direcciones y avancé, las antorchas continuaban encendiéndose a lo lejos mágicamente, tocaba las paredes, arrastraba a mis manos por ellas, avanzando lentamente mientras mi pulso no vacilaba.

La sensación de vacío y nostalgia estaba actuando de una manera extraña sobre mí. Buscaba una salida, algo que me sacara de ese interminable pasillo, pero no había nada más que paredes y paredes. Sentí la vibración de una presencia a mi espalda y me giré, una sombra pasó rápidamente y atravesó una de las paredes, decidí retroceder y seguirla, un nuevo pasillo en otra dirección se abría ante mí, la sombra había pasado por aquí, una salida que antes no había estado ahí, ahora la tenía ante mí apareciendo mágicamente. Dudé si continuar y adentrarme en ese nuevo pasillo, temía a lo desconocido y a lo que me podía encontrara en ese lugar, pero al ver a la sombra de nuevo, corriendo en su interior me incitó a seguirla. Anduve detrás de ella persiguiéndola pero cada vez que se abría un nuevo pasillo desaparecía, así que, decidí correr detrás de ella como una señal extraña que me atraía, cada vez que la tenía, casi rozándola con mis dedos volvía a desparecer, cansada me detuve, había vuelto a desaparecer, no sabía por dónde se había metido, este lugar era un laberinto de pasillos y más pasillos, todos del mismo color y en todos las antorchas se encendían intermitentes a mi paso, no sabía si estaba dando vueltas o estaba en otro pasillo diferente. Apoyé la espalda en la pared y tomé una bocanada de aire, sonreí, me acababa de dar cuenta de que podía respirar y que escuchaba el sonido de mi corazón latir bajo mi pecho.

Tal vez no estaba tan muerta como pensaba, pero si no estaba muerta ¿Dónde demonios estaba? Y ¿Por qué estaba aquí?

–¡Cogerla!

El grito de una mujer de fondo me sobresaltó, alcé la vista y ante mí se alzaba un impresionante comedor muy iluminado en tonos dorados, un siniestro salón que había aparecido de la nada, como todo el mundo que había en él. Miré cada rincón de exótica belleza y ricas decoraciones hasta posar mis ojos en el centro, donde se acumulaba la gente, mis pies comenzaron a moverse solos, avanzando hacia delante, donde estaba el barullo de gente aglomerado en un corrillo, gritando mientras miraban al centro del coro que ellos mismos habían formado. Me detuve al notar el olor, un aroma que reconocía, el comedor estaba atestado de Narcisos, una legión de demacrados y revolucionarios Narcisos, solo que, vestían de otra época, una antigua, muy antigua, similar a la de mi nacimiento. Tuve que esquivar a muchos de ellos, apartándolos de mí camino, para ver qué era lo que atraía sus atenciones tan atentamente hacia delante, choqué con algunos, pero parecía como si no existiera, como si tan solo fuera uno de ellos, una de su clan, toqué a uno que tenía delante y ni se inmutó, me dieron ganas de pegarle una patada.

Ahora era invisible podía aprovecharme.

Continúe caminando hasta que llegué casi al centro, donde se habría un hueco espacioso por el cual se encaminaba por uno escalones en bajada para acceder a él, todos rodeaban dicho escenario desde arriba, nadie se atrevía adentrarse abajo. En el centro dos hombres que me daban la espalada sujetaban a una mujer de cabellos negros que estaba arrodillada en el suelo con la cabeza agachada, mirando el blanco mármol y sin moverse, había otra mujer en ese mismo centro, de cabello castaño, rizado, largo, con una corona sujetando la mitad del pelo, el resto se enrollaba en caracoles hacia su rostro, vestía elegantemente de terciopelo granate y caminaba alrededor de la otra mujer mientras jugaba con una preciosa daga dorada en la mano y miraba a la rehén con ira. Miré atentamente el rostro de lo que mi mente describió como una reina y me resultó muy familiar, como si ya la hubiera visto antes, pero no sabía dónde.

La mujer alzó los brazos y cesó su paseo, la multitud que me rodeaba dejó de vocear y prestó total atención a lo que se concernía en medio de ellos.

–Tú pagaras el error que cometió mi hermano en el pasado. –Decía la reina a la mujer que había en el suelo. –Te mataré y luego encontraré a tu mocosa, de donde la tengas escondida y la mataré también, la descuartizaré y después tiraré vuestros cuerpos inertes a las puertas del castillo de mi hermano, para que os vea muertas, sin vida. Estoy segura de que ha Efrain no le hará ninguna gracia ver a su esposa y su querida niña desapreciada muertas, a las puertas de vuestro hogar, ver a lo único que ha amado sin vida tirado en la tierra sin respirar. –Y comenzó a reírse mientras avanzaba hacia la mujer. –A mí me encantaría poder ver su rostro, el dolor, el miedo y luego la ira de haberlo perdido todo. –Puso cara de lastima fingida y unos mohines falsamente escabrosos. –Que rabia, siempre me pierdo lo mejor. Mi preciosa venganza hecha realidad y no podré ver la reacción de Efrain.

Eutropia.

Ese nombre vino a mi cabeza como una exhalación del viento y en un sonido de voz que no procedía de mí.

La miré de nuevo, repetí mentalmente todo lo que había dicho y caí, lo entendí, esa mujer era mi tía, entonces la mujer que había en el centro era...

–Mamá.

Boté al centro del círculo y me coloqué delante de mi madre, arrodillada como ella estaba, ella alzó la vista como si me sintiera en ese momento pero no me veía.

–Podrás matarme, arrebatarme la vida mil veces pero nunca, jamás, encontraras a mi hija, antes Efrain te matará como te atrevas a tocarla. –Voceó mi madre con valor.

–Eso ya veremos querida, tu, sin embargo, ya no lo verás. –Señaló a mi madre con la daga y luego le dedicó una mirada asesina. –Verás desde el cielo o el infierno, allá donde estas, como la encontraré, como la mataré y como tú no estarás ahí para protegerla y poder impedirlo.

–Siempre estaré ahí, Eutropia, cerca de mi familia.

Eutropia bufó y la miró con indignación, como si se tratara de un insecto repugnante.

–Matarla de una vez, me aburre tanta seguridad de una moribunda. –Ordenó al hombre que había a la derecha de mi madre mientras le ofrecía la daga, este cogió el afilado acero y alzó a mi madre del suelo, la alzó para que todos la vieran bien, para que nadie pudiera perderse ningún detalle. –Hazlo, tengo ganas de disfrutar de este momento.

El hombre la mantuvo alzada y sonrió, mi madre no se asustó, ni bajo el rostro, miró a los ojos a su asesino, sin temor alguno en su semblante, intenté frenar a ese hombre, detener esa daga pero mi cuerpo traspasaba el suyo, no podía detener ese destino, iba a presenciar la muerte de mi madre en primera fila.

–Y vosotros dos, –Señaló a dos hombres que había en primera fila. –Ir en busca de la mocosa, quiero terminar con esto cuanto antes, Efrain se arrepentirá toda su vida de lo que me hizo.

Eutropia subió lentamente con seducción los escalones del centro del salón donde se hallaba mi madre y tomó asiento en un trono dorado de cojines rojos, haciendo conjunto con su vestimenta y una corona roja en lo alto del respaldo. Todo ello para poder observar mejor la muerte de mi madre.

La ira de ver tal despliegue de ambición me hirvió en la sangre, tenía impotencia dentro de mí, no podía detenerlo, no podía hacer nada por la mujer que me dio la vida, la iban a matar delante de mí y no podía hacer nada por remediarlo porque estaba viviendo en el pasado, estaba viendo lo que le sucedió a mi madre, dio su vida por salvar la mía, por mantenerme alejada de todos ellos y a salvo.

Era demasiado tarde.

El hombre que empuñaba el arma del asesinato, levantó la daga en alto con el brazo estirado, haciendo que el sol que entraba por las ventanas alumbrara ese dorado soltando destellos por todo el salón, mi madre la miró y cerró los ojos. Como a cámara lenta vi esa daga bajar, rasgar el aire y clavarse en el corazón de mi madre, atravesarlo, no gritó, no lloró, no suplicó por su vida, aceptando de esa manera su muerte, su horrible destino a manos de ese carnicero. La vi caer al suelo con una sonrisa en los labios, parecía estar en paz, mi cuerpo tembló al verla caer, la sangre, su sangre llegó hasta mí, me rodeó en un círculo rojo y denso mientras lagrimas rojas caían de mí sin control, silenciosas de un dolor intenso e insoportable, no se movió, ya no respiraba y a los segundos desapreció como todo a mi alrededor, abandonándome en la soledad de aquel lugar.

Me tumbé donde había estado su cuerpo y cerré los ojos para poder sentirla, recordaba el sonido de su voz cantándome nanas para dormirme entre sus brazos, la ternura y el calor de su mano acariciar mi mejilla, el sabor salado de sus lágrimas derramadas el día que me dejó con Epicydes, pero ya nada existía, todo se había esfumado como la luz brillante que iluminaba el gran salón, aun así, no me apetecía moverme de ese lugar, no tenía fuerzas para continuar.

–Levanta mi niña, tu camino no ha terminado todavía.

Abrí los ojos de inmediato al escuchar el sonido de su voz, miré a mi alrededor buscándola, pero no había nadie conmigo, ni nada, todo el salón había desaparecido, solo existía el hueco de escalones donde estaba, el cual comenzó repentinamente abrirse por la mitad, paredes altas comenzaron a crecer a mi alrededor impidiéndome una salida, provocando que al final cayera por la boca abierta del centro que me engulló sin escapatoria.

Caí de boca dentro, dándome en las rodillas con el golpe y raspándome las palmas de las manos al intentar apoyarme de la dura caída.

Si esto era solo una ilusión ¿Por qué demonios me estaba haciendo tanto daño?

Había caído en una especie de fosa húmeda que olía como a muerto descomponiéndose, me tapé la nariz pero el fétido olor ya había penetrado en mí y las arcadas fueron inevitables, intenté ver a mi alrededor pero había muy poca luz, tan solo una habitación al otro lado proyectaba la poca cadencia iluminadora, iluminando lo mínimo de ese lugar, así que, decidí indagar e ir en esa dirección.

La puerta estaba medio abierta e intenté abrirla del todo para entrar pero algo la bloqueaba, no podía tirar de ella ni para delante ni para detrás, no se movía.

–No lo mates, la reina lo quiere vivo, quiere que sufra la pérdida de su esposa durante el resto de su vida. –Escuché la voz de un hombre en su interior y me acerqué para ver que sucedía a través de la rendija que me permitía la puerta. –El muy idiota se pensaba que viniendo él solo, sin nadie más al reino buscando venganza podía acabar con todo un ejército y con nuestra reina Eutropia.

–La ira te ciega, amigo mío... –Otra voz diferente. –Y ahora déjame torturarlo a mí, deseo verlo retorcerse de dolor mientras lo haga sangrar.

Al fin pude ver con claridad, habían dos hombres con cuchillas afiladas en las manos y un tercero tumbado, atado de pies y manos a una mesa alta y grande, una mesa bañada del rojo por la sangre que derramaba, lo miré, estaba lleno de sangre por los cortes profundos que marcaban su piel, definí su cuerpo hasta terminar en el rostro, justo en el momento que caía hacia mí. Se me escapó un grito de horror, era mi padre, estaban torturando a mi padre, lo estaban llevando a la muerte los muy cabrones. Forcé la puerta para menearla con rabia, pero no cedía, grité de angustia llamando a mi padre mientras metía la mano por dentro buscando aquello que la bloqueaba, pero no había nada, era otra visión y no podía menear nada que en el pasado no había sido menado.

–Marchaos de mi vista, dejármelo a mí, yo me encargaré de él.

Otro nuevo hombre se acababa de unir a ellos, otra voz nueva. Me asomé a la rendija para verlo, era el mismo bastardo que había matado a mi madre. Una creciente ira me atravesó como un frío aire marcando mi piel, mi vista estaba clavada en esa basura, en un asesino, el cual tomó un cuchillo que estaba bien colocado al lado de un amasijo de aceros afilados en una mesa que había detrás de mi padre y comenzó a jugar con ese acero mientras daba vueltas alrededor de la mesa donde se hallaba mi padre medio muerto, creo que ni siquiera se había dado cuenta de su presencia, ni de lo que estaba sucediendo, no se movía, su respiración era muy suave y su pecho casi no se alzaba con ella.

–Deberías haber visto como gritaba la zorrita de tu mujer cuando le clavé la daga en su palpitante corazón. –Se acercó más a él para hablarle al oído. –Suplicaba con lágrimas en los ojos por su miserable vida.

Mi padre tumbado se removió pero continuaba con los ojos cerrados, vi como apretaba el puño con muy poca fuerza y pude apreciar como su cuerpo expulsaba una energía muy débil en un aura borrosa. Mi ira subía como la espuma al ver tal sanguinaria escena, ese hombre era un mentiroso, mi madre no había suplicado por su vida, ni había llorado, ni una sola lagrima había caído de sus ojos, aquellos intensos ojos se habían quedado mirando el cielo de la ventana, al contrario de todo lo que ese ser decía, ella lo había aceptado con valentía, pero ese cobarde quería hacerle creer a Efrain todo lo contrario para que su pena y culpabilidad fueran más intensas y que viviera con ese recuerdo toda su vida.

–Ojala pudiera marcar tu piel para toda la eternidad, dibujar mi marca en ti para que de esa manera jamás te olvidaras del hombre que mató a la mujer que amabas y del hombre que te venció en esta batalla, el hombre que continuará con vida y tu jamás conocerás.

Después de hacer su declaración comenzó a clavar la daga dorada en todas las partes del cuerpo herido de mi padre, podía ver en su rostro la euforia, la alegría de lo que estaba haciendo, le causaba un gran placer torturar al hombre que yacía en la mesa. Comencé a golpear la puerta, aporrearla mientras gritaba el nombre de mi padre, desesperada la zarandeé con furia, intentando mover lo inamovible, esa maldita barrera me impedía llegar hasta mi padre, pero no decaí, hasta que en un último impulso la puerta desapareció, mi agarre se desvaneció y yo caí hacia atrás, dándome de espaldas contra el suelo en un golpe muy violento.

Grité de impotencia mientras aporreaba el suelo con los puños cerrados, las lágrimas acudían a mis ojos sin remedio, respiré varias veces y alcé la vista. Estaba en otro lugar, otro viaje por el tiempo hacia un lugar oscuro. Me encontraba en una especie de cueva, en la entrada, podía apreciar el débil sol al fondo, olía fatal, peor incluso que en el otro lugar, esta vez era más fuerte la putrefacción, sentí que me podía ahogar y alcé la mano para taparme la nariz, mi sentido del olfato amenazaba con dejarme muerta por soportar tal peste, pero cuando mi mano rozó mi piel estaba húmeda y pegajosa, aturdida la miré, era algo rojo, lo acerqué a la nariz para olerlo pero lo retiré de inmediato de mí, era sangre. Intenté limpiármela en el vestido pero este estaba empapado de ella, toda una nueva capa roja cubría la fina y delicada tela, la cueva estaba rodeada de ella, las paredes, el techo y el suelo, había sangre por todas partes, no había ni un hueco limpio. Intenté levantarme histérica varias veces pero en todas caía de nuevo impregnándome más de sangre, tenía hasta el rostro bañado en ese rojo.

Respiré, tratando de normalizar mi corazón y comencé a escupir con asco aquella sangre que se había metido en mi boca, el sonido de mi garganta fue interrumpido por unos pasos que se acercaban a mi espalda, me di la vuelta y casi me muero del susto pero evité que saliera un grito más de mi garganta. Un ser deforme, con la cabeza alargada, los ojos negros, un cuerpo grisáceo, con extremidades delgadas y alargadas, un ser medio humano me miraba con la cabeza ladeada, sus ojos eran redondos y sus manos amparaban unos seis dedos largos con enormes uñas afiladas terminando esa extremidad, estaba a cuatro patas y se alzó, dejándome ver un torso casi humano, ladeó la cabeza varias veces y absorbió el aire por un agujero que tenía en el centro, luego clavó la vista de nuevo en mí y llegué a ver esa mirada brillar más intensamente, retrocedí lentamente sin dejar de observarlo, el ser alargó un brazo hacia una de las paredes de piedra y rascó con la uñas la piedra, un sonido horrible rebotó en mis tímpanos y grité tapándome los oídos, el ser también gritó enseñándome unos dientes puntiagudos, comencé a retroceder más deprisa, desesperada, arrastrarme por el suelo hacia la salida pero el ser me cogió del pie y me arrastró de nuevo a él, comencé a golpear ese agarre en balde, porque la nueva especie que acaba de conocer paraba cada uno de mis golpes con sus largos brazos. Harto de mis golpes, efectuó una maniobra que no vi venir hasta que atrapó mi cabello con esos largos dedos tirando de él, grité de nuevo y el ser gritó también, solo que esta vez de una manera diferente, algo que comprendí demasiado tarde, dos más igual que él aparecieron, él los había llamado en su último grito, estos dos me cogieron de las manos que intentaban dar al primer engendro y bloquearon mis golpes dejándome indefensa. Tenía miedo, estaba aterrada pero, por una maldita razón no cesaba en mi intento de salir de esa trampa.

Los tres seres comenzaron a tirar de mí, sujetándome de pies y manos, arrastrándome hacia el interior de la cueva, con cada paso que daban se oscurecía más, al igual que el olor fétido, era más intenso cuanto más nos adentrábamos, me mareaba haciendo que me entraran arcadas pero las cosas esas tenían toda mi atención, me estiraban con más intensidad, no me dejaban menearme casi, la bestia que me mantenía cogida del pelo tiró con mayor fuerza haciendo que me incurvara de dolor, me revolví con agresividad, tanta que conseguí la libertad de una de mis piernas y fue la que utilicé para darle una fuerte patada al que tenía delante, luego el ser que tenía a uno de mis lados tomando mis brazos, le di un tremendo cabezazo donde vi unas pequeñas estrellitas, el ser jadeó de una forma espantosa y se echó para atrás soltándome un brazo, al tercero y último, le doble el brazo, llevándome unos cuantos arañazos por el camino y lo estampé contra la pared. Libre me alcé del suelo rápidamente para salir de ahí, pero escuché un tenebroso rugido a mi espalda, cuando me giré hacia atrás, cara el que le había dado la patada, cosa que no le había gustado mucho ya que me enseñó los dientes abriendo una enorme boca, fue demasiado tarde, me propinó una patada en el estómago, haciendo que perdiera la respiración y callera hacia atrás donde resbalé, perdí el equilibrio y caí por una grieta rodando hasta estamparme contra el suelo, un suelo lleno de partes humanas descompuestas, cráneos y esqueletos, miles de huesos habían parado mi caída, retiré esas partes del cuerpo humano y me levanté del suelo rápidamente mirando hacia todos los lados desesperada, buscando una maldita salida antes de que los seres me encontraran pero no vi nada y mi perdición estaba en lo alto, mirándome y preparándose para atacarme de nuevo.

Observé como los seres trepaban hacia abajo por la alta pared directos a por mí con más amigos que salían de las grietas de la cueva, eran seres feos, asquerosos, se amarraban a las rocas como aves carroñeras, parecían arañas rápidas que se movían entre ellos, cruzándose y gritando a su paso, me quedé paralizada, cada vez estaban más cerca y aumentaban saliendo de todos los lados. Comencé a retroceder, dando pasos hacia atrás, pero al estar atenta a esos bichos tropecé con un hueso y caí, no tenía muchas opciones, solo podía arrastrarme hacia atrás, retrasar el ataque mientras retiraba de mi camino cráneos y otros huesos, el corazón me latía a gran velocidad y la respiración se había vuelto incontrolada, los tenia encima. Grité cuando uno de ellos calló sobre mí y me cogió de una pierna para que me estuviera quieta, con la otra mano, en un acto veloz y rabioso, clavó sus uñas en mi muslo, retorciéndolas con placer mientras me miraba a los ojos, salió un grito espeluznante de su boca, era como un chirrido que casi hace explotar mis tímpanos.

La carnicería estaba a punto de comenzar pero de pronto, cuando todos ellos ya me tenían rodeada se frenaron, se mantuvieron quietos y alzaron la vista a mi espalda, el ser quito sus manos de mí, las uñas las fue sacando más lentamente de mi carne, desgarrándome de dolor y dedicándome un último vistazo antes de marcharse con todos sus amigos. En un segundo después todos se alejaron de mí gateando hacia atrás y escondiéndose en las grietas de donde habían salido.

Miré a mí alrededor, asegurándome de que todos se habían ido y gracias a los dioses estaba sola.

O no.

–¿Quién eres? Y ¿Qué haces en las profundidades de mi reino?

Una voz a mi espalda me puso los pelos de punta, ese sonido era oscuramente atroz, horrible y aterrador, el eco de tal influencia de terror rebotaba por todas las paredes, hasta las piedras parecían callarse y el viento esconderse. Sentí como mi mandíbula comenzaba a temblar, los dientes chocaban unos contra otros y todo mi cuerpo temblaba como si estuviera helada.

–¿Quién osa interrumpir mi descanso?

No tenía el valor ni para darle la cara, ni siquiera podía moverme, hasta el intenso dolor del muslo había desaparecido, el terror del ser que había a mi espalda había influido en mí.

–Hablad de una vez. –Repitió en forma de rugido.

Giré mi cuerpo poco a poco, con la cabeza gacha, sin dejar de temblar en ningún momento, no sabía con lo que me iba a encontrar.

–Me llamo Leonard... Leonard Medinote. –Dijo una voz tartamudeando a mi derecha.

Alcé el rostro para ver a mi compañero, el hombre que hablaba y todo el temblor que tenia se esfumó al ver de quien se trataba, el miedo fue intercambiado por una feroz ira, ese hombre era el mismo que había matado a mi madre y torturado sin piedad a mi padre, ese hombre era el mismo que me había quitado lo que más quería en este mundo, el cual se había burlado de nosotros, un bastardo sin corazón que ahora le ponía nombre y apellido.

Leonard Medinote.

–Leonard, sabes que hay mucha gente que desea tu muerte. –Dijo la voz, provocándome un escalofrió tan igual como el que le había notado a Leonard.

Por primera vez me fijé en esa cosa y como su voz me había resultado aterradora, su imagen no tenía nada que envidiar, su sonido y él estaban muy bien caracterizados y el resultado notablemente acertado. El ser tenía el mismo aspecto que los seres que me habían atrapado, solo que más bestial, era una impresionante mole al lado de ellos, más grande, más fuerte y con el porte de un rey, con dos metros y medio de altura y cada músculo voluptuoso de su cuerpo muy marcado.

–¿Me has oído Leonard?

El cuerpo de Leonard tembló compulsivamente, lo miré atentamente, vestía de otra manera, más moderna pero no de este siglo, su pierna derecha sangraba de una herida que podía ver a través de su pantalón rasgado y era muy similar a la mía.

–Si mi señor, os he oído bien. Por ese motivo estoy aquí. –Le contestó Leonard agachando la cabeza en sumisión.

Me dieron ganas de partírsela en dos.

Por extraño que pareciera creo que no me veían a mí, Leonard estaba a mi lado, justo a dos metros de distancia y tan sucio de sangre y tan herido como yo... entonces caí al ver la semejanza entre los dos, estaba viviendo un momento del pasado de la vida de Leonard, pero ¿Por qué?

–Matasteis a sangre fría a la esposa de un rey y luego disfrutasteis torturándolo. ¿Por qué debería ayudaros? ¿Qué sacaría yo a cambio?

–Mi alma.

El ser comenzó a reírse como si el alma de Leonard fuera insignificante, como si para él no valiera nada, Leonard se tensó pero no dijo nada.

–Tengo todas las almas que deseo a mi alcance, para que iba a desear la vuestra.

–Porque dentro de mí corre sangre de la bruja Esbeltina.

Titán, el nombre acudió a mi cabeza con el sonido de la voz de Lucius.

El ser se cayó y se silenció como todo aquello que nos rodeaba, lo miró más intensamente, tomó asiento en su trono de piedra y comenzó a traquetear con los dedos en la piedra, luego la rasgó varias veces con sus uñas afiladas haciendo que un sonido inquietante y doloroso acudiera a mis oídos, los cuales, al igual que Leonard tuvimos que tapar.

El ser sonrió y se levantó de su trono de nuevo, algo en esa información lo había acallado y parecía que de pronto le interesara mucho esa alma.

–¿Qué quieres a cambio? –Preguntó al fin después de meditarlo.

–Otra cara, otro cuerpo y otro aroma. Uno que nunca nadie pueda reconocer.

La voz de Leonard sonó ilusionada, sabía que le concedería ese deseo, el rostro del ser reflejaba una alegría que no cabía en su interior.

–Trato hecho.

Le bestia alargó un brazo largo y plateado, con el dedo señalando a Leonard, súbitamente, este se contrajo hacia delante y comenzó a gritar de dolor, sus manos fueron directas al estómago, una neblina oscura lo envolvió y comenzó a moverlo por los aires en posiciones poco naturales para un cuerpo con huesos por muy inmortal que fuera, escuchaba el sonido de sus huesos al romperse en miles de trocitos, uno a uno de fondo se mezclaban con los gritos de dolor de él. No quise perderme ningún detalle de lo que le pasaba, pero ver eso estaba haciendo que me doliera todo el cuerpo a mí también.

–Recuerda Leonard, tenemos un trato, cuando mueras vendrás a mí y serás mi esclavo en esta cueva. Nunca podrás salir de este lugar, me pertenecerás para toda tú eternidad.

La neblina que envolvía a Leonard desapareció junto con el ser, abriéndose pasó como en un aire negro al interior de la cueva, a la oscuridad de donde habían salido los otros seres. Una vez solos en la cueva me acerqué a Leonard, estaba todavía tirado en el suelo, hecho un ovillo, temblando todavía y con la respiración acelerada, intenté girarlo pero como todo lo que tocaba, mi mano traspasó su cuerpo, irritada bufé y como si me hubiera escuchado, él se giró y miró el techo, tranquilo, ya todo había pasado y su dolor había desaparecido.

Al ver su nuevo aspecto me quedé impresionada, era increíble, el ser lo había transformado en otra persona, cambiando totalmente su aspecto, otro cabello, otro color de ojos e incluso sus gestos era diferentes, su deseo estaba cumplido favorablemente, jamás nadie lo reconocería. Un ruido a mi espalda me hizo girarme, la cueva se abría y dejaba entrar la luz del sol en ella iluminando cada roca y señalándonos la salida.

Leonard se levantó del suelo y comenzó a caminar hacia la salida, yo lo seguí hasta fuera, la cueva se cerró a mi espalda, justo a mi salida en un golpe seco, Leonard se giró hacia mí, para dar el último vistazo a su futura tumba y sonrió.

–No olvides esa cara mi niña, no olvides a ese nuevo hombre, grábalo en tu memoria.

Decía la voz de mi madre a mi espalda. Sabía que no estaba, que ella no continuaba con vida pero cada una de sus palabras se me clavaba a fuego lento en la mente como la cara de su asesino, la tenía totalmente memorizada, nunca la olvidaría.

–Y ahora es hora de volver a casa. Te quiero Alaya, y sigue a tu corazón, él sabrá guiarte bien, él sabrá ayudarte a elegir tu camino.

Como un aire blanco y hermoso se apareció delante de mí y acarició mi mejilla, dulce ternura sentí en ese roce, no había frío en su tacto, era aire pero cálido, era mi madre, lo sentía y lo aprecié pero por desgracia no duró mucho esa imagen preciosa para mis ojos, se fue desvaneciendo y mezclándose con el azul del cielo, el color blanco de las nubes y los seres vivos y felices que volaban a su alrededor dándole la vida a un cielo soleado. Noté algo frío en mi mano y la miré, era la daga dorada que había atravesado la carne de mis padres, que había dado la muerte de uno de ellos y la tormentosa y dura tortura del otro. El arma de la venganza estaba en mí poder y las ganas de matar corrían como la sangre por mis venas.

–Te quiero mamá. –Le dije al cielo en susurros con todo el cariño que salía de mi interior.

Solo tenía una cosa en mente, acabar con Leonard primero y luego buscar y matar sin piedad a Eutropia Verona, la venganza corría por mi sangre como la mezcla de sangres partían mi cuerpo. Esta vez tenía un propósito que nadie se atrevería a negarme.

La venganza, mi propia venganza.

Tranquilamente todo a mí alrededor comenzó a desaparecer y me sentí flotar por el cielo, el aire me hacía rodar sobre mí misma en círculos perfectos, enrollando mi cabello y haciendo danzar mi vestido, relajando mi cuerpo, pero algo me decía que esto todavía no había terminado, que mi historia no tenía su final acabado.

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