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Capítulo 21


Abrí los ojos sobresaltada, la piel me picaba del sueño o pesadilla que había tenido tan extraño. Era la primera vez que tenía este sueño, la sombra de ojos brillantes que había visto en el bosque la última noche que me escapé de la protección del castillo de mi tío, días antes de que nos atacaran, tenía la misma sensación que me había dejado en el cuerpo esa noche al verla, solo que esta vez, le había puesto voz a esa sombra, la de Romeo nada más y nada menos.

¿Tan obsesionada estaba con él?

Me levanté de la cama y abrí las puertas del balcón notando enseguida el frescor de la noche envolver mi cuerpo y levantar mi cabello con la brisa nocturna, me estremecí como si fuera un mal presagio, pero me deshice de inmediato de ese mal pensamiento, quería dejarme llevar por la tranquilidad que me rodeaba. Salí al exterior y abracé mi cuerpo con mis propios brazos mientras no dejaba de observar el precioso jardín que tenía ante de mí.

Había zonas arboleadas justo enfrente con árboles altos de perfectas copas verdes, aun lado, una fuente con dos sirenas en lo alto mientras dos chorros de agua salían de sus brazos alzados y chocaban en sus colas resbalándose el agua hasta llegar a la pequeña balsa a sus pies, al otro lado una piscina grande y redonda, las luces salían de su interior iluminándola entera y justo por encima a una esquina un pequeño puente blanco con enredaderas de rosas entrelazadas entre sí, con sus capullos abiertos y asomándose por debajo de tanto lio verde como si fueran duendes de cabellos verdes intentando salir de su escondite para descubrir la hermosanoche.

Retiré mi cabello de la cara para colocarlo detrás de la oreja y respiré profundamente. Tenía hambre, no había cenado nada, mehabía dedicado a jugar con la comida y ahora mi estómago se quejaba, no sabíaqué hacer, no quería despertar a Mateo para que me preparar algo de comer, así que,decidí salir silenciosamente de la habitación y bajar a la cocina a por comida yo misma.

Estaba todo silencioso y muy tranquilo, ni siquiera había alguien vigilando en la puerta de mi habitación,parecía que estuviera totalmente sola en esa enorme casa. Habíaalgunas velas encendidas por el pasillo que ya se estaban agotando pero iluminaban lo suficiente para poder ver por dónde iba y evitar posibles obstáculos por el camino. Cuando llegué a la cocina me sorprendí, aunque la casa parecía un antiguo templo espartano por su decoración, la cocina era muy moderna, totalmente distinta al resto de la casa,parecía que te metieras en otra casa distinta, en un templo moderno. Disponía de toda clase de electrodomésticos que existían en el mundo, a un lado había una mesa redonda en metal con seis sillas a conjunto y un hermoso florero lleno de rosas blancas, y al otro, una isla de metal también con la barra en negro. Pasé por su lado tocando la textura y la suavidad en ese tacto frío. Me dirigí a la enorme nevera de cuatro puertas y abrí una para encontrármela llena de cajones, supuse que era el congelador por el frescor helado que salía de ella, el cual alivió parte del bochornoso calor que tenía.Cerré la puerta y abrí la segunda, tampoco era, esta estaba llena de toda clase debebidas, desesperada abrí las dos siguientes a la vez y ante mí apareció toda clase de manjares exquisitos que me convirtieron la boca en agua, al final opté por un trozo de pastel de tres chocolates que parecía que me llamara a gritos.

Cogí el plato con una sonrisilla y me giré.

Y ahí estaba Samuel tan sigiloso y silencioso como un fantasma, muy cerca de mí con una de sus manos apoyada en la puerta de la nevera y la otra en su cadera, un gritito que Samuel cortó con su manosalió de mis labios y el plato que tenía en las manos se me resbaló del susto, pero Samuel pudo rescatarlo a tiempo antes de que se lo engullera el suelo. Retrocedí unos pasos hasta chocarme con las baldas de la nevera a mi espalda.

– ¿Qué estás haciendo aquí? –Le preguntébruscamente con el corazón en un puño.

Samuel frunció el ceño y sonrió mientras se pasaba la mano por el pelo desecho.

–No podía dormir, supongo que como tú.

Me ofreció el pastel perfectamente colocado en el plato y lo cogí separándome de él todo lo que pude, aunque su cuerpo era enorme conseguí pasar por su lado sin tocarlo, Samuel soltó una carcajada y observó cada uno de mis movimientos.

– ¿Por qué me tienes tanto miedo? No cómo y tampoco he sobrepasado la barrera como Romeo.

Volví todo mi cuerpo hacia él con cara de sorprendida.

¿A qué demonios se refería? ¿Es que había notado algo entre nosotros?

No le contesté, pero tuvo que ver algo en mi cara reflejado porque arqueó las cejas y borró su sonrisa de golpe.

–Os he visto hoy en el lago.

¡¿Qué?!

Me quedé blanca, muda y muerta, clavada en el suelo, madre mía, ¿qué habría visto? Me avergoncé notando el calor subir por mi cuerpo hasta llegar a mis mejillas, las cuales estaba segura que estarían ardiendo, no me salían las palabras, es más, creo que no me salía ni la respiración.

–Sabes que estas preciosa cuando te sonrojas.

– ¿Qué vistes? –Pregunté precipitadamente.

–Lo suficiente.

– ¿Qué es lo suficiente para ti? –No estaba muy segura, pero me pareció que estaba tartamudeando.

–Vi a una mujer hermosa, con un cuerpo magnifico brillar debajo del agua, se me hizo la boca agua. Verte mojada, con las gotas de agua resbalando por tu cuerpo desnudo y por el increíble dragón dorado de tu espalda, eras como una diosa prohibida.

Mierda.

–Hasta... –Continuó. –... que él llegó y tú lo correspondieras.

Mierda, mierda y más mierda, había visto demasiado.

–Alaya. –Todavía no había terminado de avergonzarme. –Me molestó que te dejaras llevar de esa manera por sus caricias. Ese hombre nunca te corresponderá, tiene a otra mujer a su lado y a ella no la dejará jamás por ti, solo está jugando contigo, te está utilizando.

Esas palabras también me las había dicho yo misma, pero me cabreaba que él también me las recordara.Primero mi tío y ahora él, estaba harta y cabreada y para colmo él también me había visto desnuda.

–Y tú eres un mirón que se quedóa ver lo que pasaba y...

Sus carcajadas me callaron y su cercanía, la cual acortó con dos pasos poniéndomemás nerviosa, estaba claro que debería de haberme quedado en mi habitación muriéndome de hambre.

–No soy un mirón, me marché nada más os vi besándoos. Deseé ser yo el que te estuviera llevando al borde del ocaso del placer e incluso se me pasó por la cabeza bajar abajo y partirle la cara a Romeo por tocarte de esa manera pero es tu decisión, tú se lo permites.

Dejó de sonreír y bajó su vista al suelo, como dudando o pensando, luego volvió su vista a mí y pude apreciar un tormento en ella que me descolocó.

–Alaya, eres la mujer más hermosa y valiente que he conocido en mi vida, me gustas y mucho, nunca me había pasado en mi vida, nunca una mujer me había marcado tanto, pero necesitas tiempo y quiero ir despacio contigo, no deseo obligarte a nada que no quieras.

Sus palabras sonaban tormentosas y a la vez eran tan dulces, era el único hombre que me trataba con tanta dulzura, un sentimiento de culpa se arremolinó en mi interior, el saber que en todo momento estaba pensando mal de él y a la vez era el único que me trataba tan bien.

Mi cabeza era un mar de dudas.

–Alaya, yo te podía hacer muy feliz. –Samuel se acercó a mí y levantó una mano para acariciar mi mejilla.

–Samuel –Me quejé mientras me apartaba de ese contacto, no sabíaqué hacer. –Esto no está bien, alguien podía despertar y pensar algo que no es.

–No me importa lo que piense la gente, solo me importa lo que pienses tú y si me dejaras...

–Samuel...

Samuel me calló de nuevo colocando sus dedos encima de mis labios, sus palabras sonaban tristes, apagadas y me dolió mi propio rechazo.

–Piénsalo, me vuelvo a la cama, buenas noches.

–Samuel espera.

No séqué intentaba hacer pero no podía dejar que se fuera de esa manera, sus palabras habían tocado una fibra en mí que estaba muy escondida, sabía que era el rechazo, yo misma lo había vivido con la manada en un tiempo anterior y dolía, me hacía parecer igual que ellos con este comportamiento y yo no era ni de lejos como ellos.

Samuel se giró haciamí con una mirada de tristeza que me llegó al alma, quería hablar con él, borrarle esa mirada de encima para que se sintiera bien, darle lo que necesitaba para hacerlo feliz, pero lo que él quería yo no podía dárselo, no podía prometerle nada, no podía darle ilusiones de algo que no iba a suceder jamás pero deseaba borrar esa pena de su cuerpo, unas pocas palabras consoladoras de que fuera hay alguien mejor para él...

Una extraña corriente de energía me recorrió de pies a cabeza y sentí a alguien observándonos, no sabíapor qué, pero estaba casi segura que ese alguien era Romeo, lo sentía y el saber eso hizo que merecorriera un calor abrasador por todo el cuerpo de pensar que nos estaba observando. Involuntariamente mis pies comenzaron a moverse en dirección al cuerpo de Samuel y mis manos se apoyaron en su pecho, notándolo tembloroso y duro en segundos, miré esos ojos verdes que me miraban abiertos y extrañados. No lo pensé más y me alcé de puntillas para rozar sus labios con los míos en un beso que Samuel aceptócon un intenso gruñido y abriómás su boca para sacar su lengua y lamer mis labios, yo lo imité y le abrí mis labios sintiéndome invadida por su lengua de inmediato, la cual comenzó a jugar con la mía. Samuel cogió mis manos apartándolos de su pecho y las colocó alrededor de su cuello para luego él rodearme con sus brazos mi cintura y pegarme totalmente a su cuerpo.

Besaba bien, muy bien pero no me hacía sentir lo que me hacía sentir los besos de Romeo, ni si quiera como cuando me besó Arín, ellos me habían vuelto loca de deseo, habían conseguido que el cuerpo me ardiera e incluso Arín, me hizo perder la noción del tiempo, pero Samuel no provocaba ninguna reacción en mí, no sentía nada parecido ni de lejos de lo que había sentido con ellos dos.

Esto no está bien, me advirtió una vocecilla en mi cabeza, estaba haciéndolo mal, todo mal, quería animarlo no darle esperanzas, pero ahí estaba dejándome comer por Samuel.

De pronto una energía de rabia me atravesó entera y un fuerte golpe contra una pared nos hizo separarnos el uno del otro, alcé la vista a Samuel y este, estaba mirando con intensidad hacia la entrada de la cocina.

– ¿Qué sucede? –Le pregunté disimuladamente sabiendo que él también se había dado cuenta de quien se trataba.

Samuel me miró y me sonrió.

–Sera mejor que te marches a dormir. –Acercó sus labios a mi oreja. – Si te quedas muchomás aquí conmigo no sé sillegaré a controlarme y haré algo esta noche de lo que no puedas perdonarme mañana.

Instantáneamente lo solté y me retiré de su contacto, le di las buenas noches y hui de la cocina subiendo las escaleras corriendo pero, al llegar al pasillo de mi habitación noté que alguien me seguía, escuchaba los pasos a mi espalda al ritmo de los latidos de mi corazón.

Aceleré mi paso mientras intentaba controlar mi desbocado corazón apretando una mano en mi pecho.

Que no sea él, que no sea él, recé en mi mente mientras acortaba la distancia para llegar a mi cuarto.

Cogí la manivela con toda la rapidez que pude para rodarla pero en el momento que la puerta se abría un poco una mano encima de la mía la volvió a cerrar de nuevo. Nada más notar el contacto de esa mano sobre la mía sentí la electricidad que tanto había evitado. Me giré cara él con la piel de gallina y el pulso acelerado, deseé sacar la rabia de mi cuerpo pero al ver esos ojos turquesa amenazadores contra mí me dejó totalmente sin palabras.

Estaba tan cerca de mí que podía ver las motas grises que centelleaban en su mirada mezclándose con su azul. Estaba aturdida y a la vez intrigada.

¿Y ahora que quería?

– ¿Tienes por costumbre besar atodos los hombres que acabas de conocer? –Su voz salió mordaz y su sonrisa era demasiado falsa. –O ¿es que te gusta ir calentándolos?

– ¡¿Qué?! –Dije sorprendida.

Desde luego una pregunta como esta no me la esperaba de parte de él y menos después de lo sucedido en la laguna.

–Sabes bien de lo que te estoy hablando. Por lo visto te gusta que los hombres estén muy cerca de ti.

–Eres un cerdo.

–Si, tal vez, en eso no te llevo la contraria pero si tú no fueras tan fácil de manejar... –Decía mientras acariciaba mi mejilla con sus dedos. –...Yo, como el resto de los hombres que estamos aquí, en esta casa, no te tendríamos tan al alcance de nuestras manos.

Retiré esa mano que rozaba mi piel de un manotazo, estaba harta de sus comentarios ofensivos y para colmo me estaban poniendo de muy mal humor, lo que parecía que iba a ser una noche tranquila se estaba convirtiendo en el comienzo de una gran batalla. Había hecho todo lo posible por evitarlo, me había marchado de la mesa sin cenar por no verlo y ahora lo tenía delante de mí comenzando una guerra que yo no podía ganar.

–Desde que te conozco te has dedicado a besar al primero que se te ha puesto al alcance sin pensar en las consecuencias...

–Mientes, –Lo corté. –Solo he besado a Samuel y a...–Me callé porque iba a decir que a él también pero preferí no recordárselo y continúe, intentando cambiar de tema. –No entiendo por qué te molesta tanto, no estu problema, si no el mío.

–No me molesta. –Dijo con una sonrisa ladeada muy mal interpretada.

–Entonces déjame en paz y no te metas en mi vida y menos aún te acerques a mí.

Me di la vuelta con la barbilla bien alta para poder entrar en mi cuarto pero Romeo me cogió de los brazos y me giró de nuevo con violencia cara él, solo que esta vez su cuerpo estaba más cerca del mío.

–No quiero que te acerques a Samuel.

Fue una orden directa y con la mirada cargada de odio. No sé si me sorprendiómás sus palabras o la ira que había en ellas cuando las dijo pero por varios segundos me quedésin palabras y con la boca bien abierta.

– ¿Esta claro? Ni tú te vas acercar a él ni vas amantener ningún contacto con él. –Insistió.

Reacciona, le grité a mi estupefacta mente.

–Eso no lo decidestú.

–Te he dicho qué no te vas acercar más a Samuel. ¿Me oyes bien?

Los dientes le chirriaban y apretaba más su contacto sobre mis brazos, intentédeshacerme de ese agarre pero sin ningún éxito visible, estaba irritado, sus ojos se habían oscurecido de una forma que parecía que fuera a morderme, me recordó a la sombra de mi sueño.

–Y yo te he dicho que eso no es asunto tuyo, tú no mandas sobre mí y no decides lo que debo hacer. ¿Está claro? –Le contesté de la misma forma que él lo había hecho conmigo.

– ¿Cómo debería decírtelo para que lo entendieras? Por lo visto parece que no hablas mi lengua o es que eres demasiado ingenua.

–Lo he entendido a la primera. Ahora bien, dime tú una cosa ¿Por qué debo alejarme de Samuel?

<<Porque eres mía>>

Lo escuché en mi mente tan nítido y claro que parecía que lo hubiera dicho en voz alta, pero no podía ser, mi mente me estaba jugando una mala y dolorosa pasada, él no podía haber dicho esas palabras y menos dedicadas a mí, estaba alucinando.

Me quedé callada y con los ojos muy abiertos mirándolo, todavía retumbaban sus palabras por toda mi cabeza.De pronto el comportamiento de Romeo cambió, abrió los ojos sorprendido y soltó mis brazos con rapidez como si mi piel le quemara mientras daba unos pasos hacia atrás torpemente como si alguien le hubiera dado una patada. Pasó su mano por la cabeza y me dio la espalda.

–Mierda. –Susurró mientras le daba un fuerte golpe a la pared que tenía delante.

Aproveché esa ira repentina, que no sabía de donde nacía y rápidamente me escabullí al interior de mi habitación cerrando la puerta con el pestillo y asegurándome que estaba bien cerrada, avancé hacia la cama y centré mi atención en el cabecero mientras apoyaba una mano en uno de los blancos pilares de alrededor de ella. Cerré los ojos intentando relajar a mi corazón con respiraciones marcadas, el corazón que latía violentamente contra mi pecho fue cogiendo su ritmo normal poco a poco.

–Relájate, ya se ha marchado, no está. –Me dije a mí misma.

Pero de pronto todo lo bueno que había conseguido con mi terapia de relajación se fue al traste cuando escuché el feroz sonido de la puerta desquebrajarse y vi el pestillo salir volando por la habitación para chocar contra unas de las paredes que había detrás de mí y acabar por el suelo rodando, alcé la vista al culpable de tal desastre y el impacto del guerrero que ocupaba toda la puerta abierta de par en par me dejó sin aliento. Romeo parecía fuera de sí, estaba de pie, con las piernas abiertas, los brazos apegados a los laterales de su cuerpo con los puños cerrados y me miraba con los ojos entornados a través de unas pestañas largas y pobladas.

Era un guerrero antiguo preparado para abalanzarse contra su presa.

–Sal ahora mismo de mi cuarto.

Me hubiera encantado que mi voz saliera más amenazadora pero ahora mismo la amenazada era yo y así me sentía, totalmente acobardada ante su presencia.

–No me has dado una respuesta.

– ¿Qué respuesta? –Estaba aturdida, no podía seguir con la misma tontería.

–No te hagas la tonta. –Dio un paso hacia mí. –Dime lo que quiero oír y me marchare de aquí tranquilamente.

O si, por lo visto continuaba con lo mismo pero me daba igual, no iba a darle el placer de obedecerlo.

– ¿Y si no?

–No juegues conmigo Alaya, no te conviene tentar al demonio. –Dio dos pasoso más en mi dirección, cada vez lo tenía más cerca.

–Márchate ahora mismo y te prometo que nadie se enterará de lo que le has hecho a la puerta.

–Te crees que me preocupa que se lo digas a alguien. –Decía con la maldita sonrisa ladeada de superioridad, aunque parecía que con su cercanía se convirtiera en diabólica.

Romeo dio otro paso más, casi podía tocarlo y esa cercanía comenzó a perturbarme.

–Márchate ya. –Le insistí en un ronco gritito.

–No. –Su contestación fue seca y directa.

–No te acerques más a mí, bastardo.

–No aprendes nunca ¿Verdad? –Ronroneó. –Creo que necesitas una lección de obediencia.

– ¿Así? –Pregunté con ironía. –Y me la vas a dar a tú. –Lo afronté con valentía.

No tuve tiempo de reaccionar, toda la valentía (que era poca) que había nacido de mí se esfumó nada más noté su mano cogiendo mi barbilla fuertemente y alzándola cara él, el cual estaba demasiado cerca, su aliento cálido caía sobre mis labios como agua caliente quemándolos poco a poco.

– ¿No sabes parar? Eres desobediente, maleducada y te encanta enfrentarte contra los demás en una batalla que no puedes ganar. –Acercó su rostro al mío rozando nuestras mejillas y haciendo que se me erizara la piel. –Dame las palabras que quiero escuchar. –Parecía que su ira se fuera marchitando, apagando. Se retiró un poco de mí pero no mucho, solo lo suficiente para sacar su lengua y rozar muy levemente mis labios, el cuerpo me tembló compulsivamente. –Dime que no te acercarás a Samuel.

No me salían las palabras, tenía que centrar mi atención, la cual estaba muy ocupada en esa deliciosa y afrodisiaca lengua que en ese momento me estaba volviendo loca.

–Alaya dímelo, quiero escucharlo de tus labios, obedéceme.

Palabra errónea.

Tal vez si no hubiera dicho que tenía que obedecerlo en el estado en el que me encontraba le hubiera dicho todo lo que él quería escuchar pero esa palabrita me había activado algo en el cerebro que no me había gustado nada y así se lo di a entender con mi siguiente comentario.

–No me doblegaras.–Tragué saliva y alcé la barbilla cara él. –Tú no mandas de mí, haré todo lo que me dé la gana y cuando me dé la gana.

– ¿Esa es tu última palabra?

Había hecho un grandísimo esfuerzo por desafiarlo y ahora ya no me salían las palabras, su cuerpo se había puesto muy tenso y su mirada se había oscurecido totalmente, por lo tanto, opté por decirle con la cabeza que sí.

–Como siempre, gran error.

Y todo el caballerismo se esfumópor su parte.

En cuestión de segundosme tiró violentamente encima de la cama boca arriba y antes de que me pudiera incorporar su cuerpo apareció encima delmío.

–Ahora sabrás lo que les pasa a las niñas desobedientes como tú.

Comencé a luchar con las manos y las piernas para quitarme ese peso de encima, arañándolo, pegándole con todas mis fuerzas y por todas partes pero lo único que conseguía era irritarlo más y que terminara apoyando todo su peso encima de mi cuerpo, dificultándome la poca respiración que me había dejado la pequeña lucha de autodefensa.

–Suéltame. –Le pedí casi sin respiración mientras me abría un hueco para darle en toda la cara con el puño cerrado.

Nosé si a él le dolió pero a mísí y mucho, el golpe se había escuchado alto y claro por toda la estancia poniéndome los pelos de punta. Me mantuve quietecita para ver su reacción y viendo su cara supe que no le había gustado nada de nada y antes de que mi corazón diera el siguiente latido Romeo cogió mis manos, colocándolas a cada lado de mi cuerpo en forma de cruz, estirando mis brazos y haciendo presión en mis muñecas para que no me soltara mientras él se colocaba a horcajadas encima de mis caderas.

Acercó su rostro al mío, a escasoscentímetros con la respiración acelerada y clavó su mirada turquesa en la mía, había algo en ella que me aterrorizó.

Uno de los dos iba a terminar muy mal esta noche y seguramente esa iba a ser yo.

– ¿Qué piensas hacerme? –Le pregunté con la voz quebrada.

–Castigarte, te lo mereces. –Decía mientras acariciaba con su nariz mi mejilla. –Darte una lección.

– ¿Qué clase de lección? –Estaba aterrada y excitada al sentir su voz caer sobre mí.

–Una que no olvidarás jamás y para que aprendas a obedecer la próxima vez que se te pida algo.

Otra vez la maldita palabra y con ella mi irritación volvía a salir de nuevo, dejando a un lado o intentando dejar a un lado el magnífico cuerpo del Adonis que tenía encima.

–Como te atrevas a tocarme te arrepentirás infeliz, como me pongas las manos encima mi padre te matará. –Le escupí a la cara con ira.

– ¿Tú crees? Estas muy equivocada en eso.

–Y tú contigo mismo, te crees demasiado de lo que eres.

–Y me lo dice la mestiza de la familia.

–Basura, no me toques, me da asco tu contacto, prefiero mil veces que Samuel me toque.

Esas palabras lo tocaron muy hondo, pude apreciar un brillo en su mirada que me heló la sangre, tal vez debería haberme callado, mi soberbia me iba a costar muy cara.

El cuerpo de Romeo se endureció tensándose por momentos y el agarre de sus muñecas se intensifico, su silencio me asustó y su mirada taladrándome como dagas me dio escozor en el lagrimal. No aguantaba más, quería que acabara de una vez y romper este silencio que poco a poco se iba apoderando más de mi terror.

–Lo que tengas planeado hacerme hazlo de una vez...–No pude acabar la frase.

Romeo giró todo mi cuerpo contra la cama, colocándome boca abajo con la misma violencia que me había tirado encima de ella, cogió mis brazos y los estiró por encima de mi cabeza, escuché un sonido metálico y enseguida noté algo rasposo enrollarse en mis muñecas, alcé la vista a tal revuelo y vi que estaba atando mis manos al cabecero de la cama con su cinturón negro de piel, intenté impedírselo pero él apretó más el nudo dañándome las muñecas y dejándolas casi dormidas.

Me encontraba boca abajo, tirada en la cama, con la respiración a mil por hora, el corazón retumbando en mis tímpanos y con él sentando en mis piernas a horcajadas de nuevo atrapando mis piernas con las suyas propias para poder bloquearlas y que no me moviera, estaba totalmente inmóvil y a su merced.

La sensación de no poder menearme y la incertidumbre de saber que era lo que quería hacer conmigo provocaron en mi cuerpo unas pequeñas sacudidas de terror.

Me mantuve quieta, decidí que no podía permitirme el lujo de continuar provocándolo.

Noté sus manos colocarse a cada lado de mi cuerpo presionando suavemente mientras que con su respiración acarició mi oreja, luego me retiró el pelo de la cara con cuidado para acariciarlo hasta enrollárselo en la mano y tiró hacia atrás. Sentí el primer tirón y gruñí mientras alzaba mi cabeza del colchón, él la mantuvo de esa manera.

Estaba muy cabreado y yo lo había provocado, era demasiado tarde para rectificar, lo único que tenía que hacer era aguantar el castigo que me merecía por haberlo incitado a tal extremo pero algo dentro de mí me decía que no era culpa mía, que yo no era la responsable, no obstante, me mantuve callada por temor.

El silencio llenaba la habitación haciéndolo todo insoportable. Repentinamente Romeo se movió y dejé de notar su peso, sentí un gran alivio aunque todavía mantenía mi cabello enredado en su mano, solo que ya no tiraba más. Comencé a buscarlo con la mirada a mis lados hasta hallarlo, estaba sentado en uno de mis laterales y contemplaba mi cuerpo acariciándolo con la mirada. De improvisto, como una intensa corriente de electricidad, sentí el tacto de una caricia por mi muslo que subía por mi trasero y espalda mientras en su camino subía para arriba mi camiseta dejando la mitad de mi espalda al aire. Esos dedos torturadores bajaron de nuevo, volviéndome loca y siguiendo el mismo camino, solo que esta vez optó por el interior de mi muslo pero en una caricia más lenta. Un gruñido salió de mis labios al notar lo cerca que estaba de tocar algo prohibido, todo el terror que había sembrado se convirtió en un deseo loco. Romeo subió hacia arriba otra vez con sus caricias y esta vez se mantuvo en mi trasero dándole unos toquecitos suaves para luego volver a sus ardorosas caricias en círculos por la zona de mi nalga mientras retiraba la braguita a un lado, dejando total libertad a mi nalga y a sus dedos en poder abarcar más terreno. Mí respiración se aceleró y sin darme cuenta me contraje para que no se detuviera, mordí la almohada para que no me oyera gritar de satisfacción por esa mano poderosa.

– ¿Te gustan mis caricias? –Preguntó en un tono ronco. – ¿Ahora no te da asco mi contacto?

–Noooooo. –Gruñí contra la almohada.

– ¿Te gusta cómo te toco? –Ronroneó cada palabra como si fuera un bálsamo erótico sobre mi piel.

–Mmm...

– ¿Deseas que me detenga?

No por favor, que no se atreviera a parar, me estaba volviendo loca, esos dedos parecían gotas de cera sobre mi nalga, sabía perfectamente por donde tenía que tocar y por donde tenía que retrasar su caricia para que ansiara más su cercanía.

–No.

–Siempre te tendré a mi merced.

No sabía si había oído bien pero cuando decidí preguntarle mis palabras se atragantaron al sentir una palmada fuerte en mi trasero. No me lo podía creer, acababa de azotarme fuertemente en la zona que segundos antes había acariciado con ardor, una zona que había ardido por su contacto ahora ardía por otra cosa, por una palmada que aún retumbaba en mis oídos pero no tuve tiempo de quejarme, dos más la siguieron igual de fuertes y sonoras, esta vez sí que grité, me ardía de dolor la zona golpeada. Intenté menearme violentamente pero lo único que conseguí fue que el nudo de mi muñeca me apretara más y que Romeo agarrara mis piernas con fuerza.

– ¿Por qué lo has hecho? –La rabia y el dolor se mezclaban entre sí haciendo que de mis ojos comenzaran a salir lágrimas. – ¿Cómo te has atrevido?

–Te lo merecías sirena.

–Eres un bastardo sin corazón.

Me esforcé por levantar la cabeza para mirarle la cara pero parecía que un manto negro se la cubriera, no había luz en ella que me dejara ver sus gestos, ni si quiera cuando acercó su rostro al mío y me habló al oído.

– ¿Volverás acercarte a Samuel?

Esa voz amenazante aparecía de nuevo y su mano acariciando mi nalga dolorida dejaba bien claro que esto no había terminado, que me daba la oportunidad de terminarlo si quería, solo tenía que contestar a su pregunta.

Cosa que no me daba la gana.

– ¿Por qué me haces esto? –Callé para no ahogarme con mis propias lágrimas. – ¿Por qué me odias tanto? –Mi voz sonó quebrada y rota.

Lo noté tensarse y contener la respiración, dejó de acariciar mi nalga pero aun así mi trasero ardía como lava recién nacida. Romeo se acercó de nuevo a mi oído pero sin tocarme, sin rozarme esta vez, lo escuché rechinar los dientes y soltar la respiración.

–Te odio por lo que me provocas, porque cada vez que te veo sacas la bestia que anida dentro de mí y ni siquiera mi mente la puede controlar haciendo que desee lo que no quiero tocar. Haces que todo mi mundo gire en torno a ti, que mi corazón lata al ritmo que el tuyo y que mi sangre arda haciendo que todo el cuerpo me duela por dentro. Pero sobre todo te odio por qué no puedo sacarte de mi cabeza ni de mi interior.

Era anhelante escucharle decir esas cosas que hubieran sida halagadoras si sus manos no estuvieran una en mi cabello y la otra en mi nalga, manteniendo su amenaza, tampoco podía dejar pasar la ira en cada una de sus palabras, el odio que sentía hacia él mismo y sobre todo la carga de culpabilidad que lo recomía por dentro como si sufriera la peste y esa bacteria agresiva fuera yo.

– ¿Vas a volver a golpearme? –Pregunté al notar el temblor en su mano.

Su cuerpo se tensó y se apartó de mí como si le hubiera quemado con mis palabras pero entonces, noté sus manos deslizándose por mi cintura, rodeándola y girándome cara él con suavidad de espaldas a la cama provocando que de inmediato notara la presión del colchón en mis nalgas, solté un gruñido y me incurvé de mala manera para no tocar una suavidad que se había convertido en una cama de clavos clavándose en mi piel. Romeo reaccionó enseguida a mis quejas y me cogió de la cintura de nuevo alzándome encima de él, en su regazo con las piernas rodeándolo y arqueándome en una postura bastante extraña y erótica para él y para mí.

Aturdida por este cambio repentino de humor de él lo miré a los ojos para leer dentro de ellos pero, una neblina cubría mi pupila recordándome que aun salían lágrimas de mí. Noté la calidez de los dedos de Romeo limpiándome las lágrimas de mis mejillas y cerré los ojos a su tacto suave, delicado e incluso parecía que hubiera ternura en ese acto, estuve a punto de preguntarle que le sucedía pero como por arte de magia, como si hubiera leído mis pensamientos posó sus dedos en mis labios acallando cualquier pregunta que pudiera salir de ellos.Abrí mis ojos para poder verlo y vi tristeza en su mirada, tanta que me sorprendió y sentí pena por él, quise consolarlo, borrar esa pena que me estaba atravesando como una espada afilada el pecho pero de nuevo silenció mis palabras, aunque esta vez con sus labios.

Fue un beso extraño, delicado y muy dulce, como el mejor chocolate del mundo derretirse en mis labios, no pude rechazarlo y me abrí para saborearlo mejor. Sus movimientos eran más lentos más hipnotizadores, me alababa con su lengua como si fuera un tesoro, la cabeza me daba vueltas, nunca me había besado así como si tuviera todo el tiempo del mundo en probarme y me encantaba, me hacía arder igual, solo que, de una manera diferente.

Una de sus manos acariciaba mi cabello como si fuera seda delicada mientras que la otra masajeaba mi espalda en caricias tranquilizadoras, pero no había tranquilidad en mí, deseaba tocarlo como él me estaba tocando a mí, apegarme a ese cuerpo, el problema es que mis muñecas continuaban atadas en un nudo que ya no sentía al cabezal de la cama. Como una reacción de desesperación por querer tocarlo mis piernas cogieron vida propia y se enrollaron en su cintura, recibí un gruñido de Romeo que mi boca silencio y selló para guardármelo en el interior.

Estaba desesperada, necesitaba sentirlo bajo mi piel, necesitaba sentir su calor traspasarme, su suavidad, lo necesitaba a él.

Y lo necesitaba ya.

Un quejido salió de mis labios cuando Romeo liberó mi boca para bajar con la punta de su lengua por mi garganta haciendo un camino donde marcaba cada trozo de mi piel con su nombre, dejando un rastro de fuego insoportable.

Aproveché esa liberación para hablar, pedirle que me soltara pero no conseguí soltar ni una silaba, las palabras no salían, solo podía abrir la boca para gruñir, me estaba llevando al límite de la locura de algo inexplorado para mí. Notaba mi respiración al compás de la suya, muy acelerada y entrecortada. Romeo comenzó a besar mi mejilla hasta llegar al lóbulo de mi oreja y besarlo, morderlo, lamerlo, haciendo que me incurvara violentamente contra él.

–Suelta mis muñecas. –Le pedí al fin casi a gritos desesperados.

–Sí. –Rugió.

Comenzó a menear las manos rápidamente por mis brazos hasta llegar a mis muñecas y desatar el nudo con maestría y rapidez, caí al colchón sintiendo de nuevo el dolor de mi trasero pero, de inmediato fue remplazado por la necesidad que tenia de sentirme libre y poder tocarlo, devolvió sus brazos a mi cintura y me cogió de nuevo sentándome a horcajadas en su regazo, enrollé las piernas a su alrededor pero esta vez aprisionándolo y recibí una sonrisa de diablo a cambio mientras me deleitaba con la oscuridad profunda del deseo en su mirada. Él estaba arrodillado conmigo en brazos y notaba su excitación demasiado dura contra mí, comenzó a devorar mi boca hambriento como si no tuviera suficiente de ella, rodeé con mis brazos alrededor de su cuello y acaricié su cabeza rapada, sus manos subieron por mi espalda, por dentro de mi camiseta en movimientos tan sensuales que hizo que mi sangre se moviera con ellos en una danza erótica.

Me estremecía de placer cada vez que notaba como su lengua entraba y salía de mi boca, como la provocaba dándome y quitándome al mismo tiempo, me sentíaal borde de un edificio a punto de caer por él, me estaba llevando a un placer sin censura y con un final prometedor.

Retiró sus labios de los míos hinchados y me miró a los ojos.

–Tengo que quitarte esto, llevas demasiada ropa. –Dijo roncamente posando sus manos en la orilla de mi camiseta y subiéndola hacia arriba. –Necesito sentirte, saborear lo dulce que eres, necesito ver la belleza que escondes.

Quitó del todo mi camiseta y la tiró al suelo a un lado de la cama como si fuera un trapo maldito, me retiró un poco del contacto de su cuerpo y observó cada parte de mi desnudocuerpo con los ojos muy abiertos provocando que la zona de mi cuerpo que rozaba su mirada se pusiera roja y ardiera a la misma vez. Sin pensarlo mis manos volaron a los botones de su camisa para desabrocharlos pero con sus manos acariciando mi espalda y sus labios besando mi cuello el pulso me temblaba tanto que no podía coger el botón, gruñí de impotencia y noté el suspiro de Romeo en mis pechos, apoyó mi espalda en la cama con cuidado para no perderme deencima de su regazo y se retiró de mí para arrancarse la camisa de un tirón, los botones saltaron volando por todos lados. Luego tiró su camisa al lado de la mía de la misma forma.

Abrí los ojos contemplando de nuevo ese torso tan perfecto y bronceado que se alzaba al ritmo de su respiración y revisé cada parte de su cuerpo con placer, y otra vez, para mi mala suerte, al llegar a la cintura no pude ver más, sus pantalones me lo prohibían.

Ojala pudiera arrancarlos de la misma manera que él se había arrancado la camisa, con el mínimo esfuerzo.

Me alzó de nuevo contra su pecho sintiendo de inmediato su calor que hormigueó todo mi cuerpo y escuchando un gruñido que venía deél al sentir mi piel.

–Eres demasiado hermosa y adictamente deliciosa, tu sangre retumba en mis oídos como un canto devastador. Me alteras de tal manera Alaya, que ya no me puedo controlar contigo.

Susurró sin apartar la vista de mis labios los cuales comenzó a lamer y luego besó con un hambre insaciable, yo seguí su ritmo con la misma intensidad deseando que esto no se acabara, que él no se marchara, que no abandonara mis labios y el calor de mi cuerpo, porque yo no tenía ganas ni fuerzas para dejarlo marchar.

–No lo hagas. –Le supliqué contra sus labios rozando con mis dedos su sólido y suave pecho.

– ¡¿Romeo?!

Noté el cuerpo que me cogía tensarse y retirar sus labios de los míos, fijé la vista en lo que Romeo miraba tan intensamente a mi espalda para ver a una Drusila con la mandíbula desencajada y los ojos muy abiertos observándonos, estaba de pie al lado de la puerta de mi cuarto de baño con un finísimo camisón rojo adherido a su pálida y perfecta piel, era tan trasparente que dejaba mucho a la vista de cualquiera que lo mirara.

–Dru. –Pronunció Romeo en susurros.

La aludida lo miró con intensidad, se dio media vuelta y desapareció por el cuarto de baño, Romeo me soltó sin ningún miramiento encima de la cama y como un borrón se fue detrás de ella dejándome sola, como si no existiera. Escuché el sonido de una puerta cerrase con un gran golpe que lo siguieron unos gritos a todo volumen muy irritados.

Aturdida me levanté de la cama, recogí mi camiseta hecha un trapo del suelo y me la coloqué, seguí la dirección de ese jaleo hasta llegar a la famosa puerta que Mikael había descubierto y no sabíamos dónde daba, ahora lo sabía, daba a la habitación de Romeo y Drusila.

Extraño.

Me acerqué y planté el oído en la puerta para escuchar mejor ya que se habían silenciado. Tan solo llegaba a escuchar el llanto de Drusila que al igual que su risa ese sonido me puso los pelos de punta, decididamente ese sonido me aterró más que su risa.

–Dru, no llores, lo siento. –Decía Romeo con pena en sus palabras.

–Basta, no te me acerques más, no quiero que me toques. –Le gritaba ella entre suspiro y suspiro. –Estoy harta Romeo, desde que estamos aquí no he presenciado otra cosa más que verte a ti con ella o aguantar las miradas que le dedicas. No vine aquí para verme tan insultada por ti, vine aquí por ti, porque te quiero pero cada vez que me doy la vuelta estas con ella o...

–Cállate. –Gritó Romeo.

–Tranquilo, me callaré porque hoy mismo me marcho de aquí.

Se escuchó un barullo de golpes de puertas abriéndose y cerrándose junto con el horrible llanto de Drusila que a ese punto ya me estaba poniendo enferma.

–Dru espera, maldita sea, escúchame un momento. –Suplicaba Romeo.

–No, escúchame tú a mí, me voy, está decidido. –Silencio y varios suspiros. –Romeo si de verdad me quieres ven conmigo, acompáñame y si no... –Más silencio. –Déjame ir, no te molestaré más, te dejaré vivir tu vida junto a ella si así lo quieres.

–Drusila sabes que tengo un compromiso, no puedo irme.

– ¿Un compromiso? Y una mierda. Mejor dicho que no quieres irte porque no puedes alejarte de ella.

–Te equivocas, no es lo que tú te piensas.

–Pues entonces ven conmigo, decide, te esperaré en el coche si no vienes en diez minutos me quedará claro y desapareceré de tu vida para siempre, todo depende de ti.

La precedió un silencio sepulcral y luego el sonido de una puerta cerrarse junto con un golpe en la pared que hizo que los botes que habían biencolocados encimadel mármol del lavabo de mi cuarto temblaran. También ocasionó que yo me retirara de la puerta.

Ya no había nada más que escuchar.

Volví de nuevo a mi habitación la cual se había quedado solitaria y fría. Comencéa caminar de un lado al otro hasta que opte por asomarme al balcón y pensar en todo lo que había escuchado, en las palabras de Drusila y en su amenaza. Ella se marchaba por fin, ya no teníapor qué cruzármela por la casa, no tenía por qué preocuparme por ella.

Pero ¿y él? ¿Se marcharía con ella?

No, seguro que no se marcharía.

Pero si se marchaba...

Me rompería el alma y demostraría que verdaderamente la ama y que yo simplemente había sido un juguete más en su vida, un capricho inalcanzable que él con tan solo menear un dedo lo había tenido, una futura reina que había conquistado y con la cual se había divertido riéndose de ella y de sus sentimientos, como él me había dicho en tantas ocasiones.

Decidí no atormentarme más, la habitación de al lado estaba silenciosa, él todavía estaba en ella, no se había ido a ningún lado, lo sentía por el momento. Mañana sabría la verdad.

Me acosté en la cama con cuidado y colocándome de lado ya que todavía me dolían los golpes recibidos por el castigo de Romeo, aunque si a eso se le podía llamar castigo, estaba deseando recibir más de vez en cuando, el dolor había merecido la pena.

Cerré los ojos para poder descansar, deseando que llegará la mañana y que el sol llenara de color la habitación oscura que daba vueltas a mi alrededor pero el cuerpo me ardía, cada vez que cerraba los ojos lo tenía a él encima de mí. Estábamos a punto de empezar una experiencia nueva para mí y un poco vergonzosa pero no me arrepentía, deseaba a Romeo con toda mi alma, el llenaba cada uno de mis pensamientos y aunque deseara odiarlo no podía y me odiaba a mí misma por ser así, por ser tan débil.

Estuve dando vueltas en la cama y quejándome cada vez que mis nalgas tocaban las sabanas hasta que conseguí dormirme, para pasarme toda la noche soñando con él, reviviendo la escena del lago y la de la cama una y otra vez desde otras perspectivas, y en todas, él acababa por desaparecer, abandonándome sola en la oscuridad. Me desperté tan acalorada y sudada como me había acostado la noche anterior, ni siquiera el baño de agua fría que me había dado me calmó un poco el calor de mi cuerpoe incluso, antes de bajar volví a remojar mi cuerpo en esa agua helada que para cuando me senté en la barra de la mesa central de la cocina parecía que me hubiera tomado tres cafés seguidos.

–Vaya, por fin apareces.

Mikael entró por la puerta y fue directo a la enorme nevera para coger una botella de agua, estaba sudado y con la respiración agitada, se apoyó en la encimera y me miró.

– ¿Qué hora es? –Pregunté sin ganas.

–Medio día. Yo de ti no comería nada, el cocinero a preparado algo muy especial para ti, dice que desde que tiene visitas Efrain de gente que come comida normal solo desea meterse en la cocina para dejarnos fascinados, y anoche le rompiste el alma al no comer nada, con lo cual deja la glucosa de ese donuts en el plato y aguanta un rato.

Lo miré mientras le daba un bocado lento al donuts de chocolate provocándolo y la verdad es que estaba delicioso, casi sin masticar le di otro.

–Bien, tu misma.

Estaba agotado, con la respiración descontrolada y se le veía bastante agobiado, era como si se hubiera pegado la carrera de su vida.

– ¿De dónde vienes? Tienes una pinta horrible.

–Estoy entrenando con Chilo desde bien temprano de la mañana.El tío me ha dado una paliza de miedo, llevaremos como unas seis horas sin parar y el muy cabrón esta como nuevo mientras que yo, sin embargo estoy hecho una mierda, te digo que si me pegas una patada ahora mismo me matas. –Se detuvo para darle un trago a la botella y continúo. –Sabes, deberías probarlo.

– ¿El qué? ¿Darte la patada?

–No, entrenar. Te enseñaría a defenderte y sería bueno para todos nosotros que supieras algunos truquitos de auto defensa.

–Sí, estaría bien.

De pronto entró Chilo por la puerta como una bala y se puso a lavarse las manos en la pila sin dejar de mirar en ningún momento la entrada de la cocinacon una mirada perturbada y preocupada. Ese nerviosismo me preocupó.

– ¿Qué te pasa? ¿Es que te siguen? –Le pregunté girando a mi espalda, donde no había nada ni nadie y luego le devolví la vista.

–Yo de ti no me acercaría hoy por nada del mundo a Efrain, esta de un humor de perros por culpa de Romeo.

Mal rollo.

– ¿Por qué? –Pregunté ansiosa.

–Se marchó con Drusila al anochecer, no tengo ni ideadel motivo.

Yo sí, pensé.

– ¿Estás seguro? –Preguntó esta vez Mikael.

–Claro que estoy seguro. Esta mañana Romeo ha llamado a Efrain por teléfono y tu padre al colgar casi rompe el inmobiliario de la casa y ahora mismo está ardiendo Troya en su despacho. Romeo la ha cagado a base de bien.

Algo tuvo que ver en mi cara de póquer que en esos momentos tenía, porque Chilo se acercó a mí y acarició mi mejilla mientras me sonreía con cariño.

–No te preocupes por nada, puedes estar tranquila, no lo necesitamos, somos suficientes para protegerte.

Le dediqué mi mejor y más natural sonrisa pero me pareció que no salió tan sincera como me hubiera gustado, al menos,él no le dio importancia ya que se sentó a mi lado y cogió un donuts de chocolate que quedaba en mi plato, yo continúe comiendo del mío, atragantándome con cada bocado mientras disimulaba el nudo que se juntó en mi estómago, ya no tenía hambre, ya no me entraba la comida.

No era mi protección lo que me preocupaba, estaba tranquila en ese tema, confiaba en ellos pero me dolía el rechazo de Romeo. Se había marchado con ella sin decirme nada y a escondidas para que nadie lo viera, lo había dejado todo claro, demostrando lo que yo ya pensaba, simplemente había sido su pasatiempo, un simple juguete nuevo.

Se terminó, no iba a llorar por él, ni a pensar, tenía que quitármelo de la cabeza ahora que no lo iba a ver, ocupar mi tiempo en algoparaque no se me hiciera eterno y me hundiera en un pozo sin fondo del que luego no podría salir.

Me giré hacia Chilo y lo cogí del brazo.

– ¿Podrías entrenarme a mí también? Me gustaría.

Chilo me miró con una de las cejas levantadas y con sorpresa, yo forcé la sonrisa falsa más radiante que jamáshabía conseguido y le supliqué con la mirada.

–Por mí, encantado pero tendrás que comentárselo tú a tu padre, que es una idea tuya y no mía, pero hazme el favor y déjaselo bien claro.

–Por supuesto, yo hablaré con mi padre. –Le aseguré.

–Pero hoy no le digas nada, no creo que este para razonar mucho.

–Y si no, yo estaría encantado de entrenarte en todas las artes que te sean necesarias para enfrentarte a cualquiera que se atreva acercarse a ti.

Tan sigiloso y silencioso como siempre Samuel entró en la cocina lanzando un típico comentario donde quería esconder otras palabras que no se atrevía a decir delante de todo el mundo. Me fijé en él y en su atuendo informal e inesperadamente me vino a la cabeza el beso que le di anoche y el comienzo de la guerra con mal final que había tenido con Romeo.Sacudí mi cabeza intentando retirar esos pensamientos de mi cabeza para la soledad de mi cuarto y lo miré atentamente, estaba sonriendo y sus ojos los tenia fijos en los míos.

–Ta vez. –Le contesté.

–Bueno ya veremos que dice nuestro rey. –Se entrometió Chilo con un tono de advertencia.

–Si claro, la decisión es suya por supuesto, pero yo no cierro mis puertas. –Estas últimas palabras las dijo mirándome a los ojos con más intensidad.

Retiré la mirada de esos ojos tan penetrantes y me levanté para marcharme y encerarme en mi cuarto durante el resto del día, lo necesitaba, necesitaba la soledad que tan poco había disfrutado en estos días.

Si, tal vez, tal vez Samuel seria buen entrenador.

Romeo no estaba y tampoco le había prometido nada, podía acercarme todo lo que quisiera a Samuel, no tenía que darle explicaciones, no teníapor qué rechazar a un hombre atractivo y sexi que se preocupaba por mí, que me trataba con tanta delicadeza y que estaba aquí, conmigo pero no me podía engañar yo misma, no sentía más que atracción por Samuel, nada más y por Romeo era...

Tenía que olvidarlo.

Él me había abandonado.

Me había destrozado el corazón, habíadespertado algo muy fuerte en mí que nunca había sentido por nadie para luego pisarlo y tirarlo como si no valiera nada.

Todo había salido mal, mi vida había salido mal siempre, por fin me daba cuenta...

Y por primera vez me daba cuenta de una cosa más y muy dolorosa. Por fin podía ponerle nombre a todo este dolor interno.

Me había enamorado.

Amaba a Romeo.

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