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Capítulo 2

  No entendía que me pasaba, me sentía extraña, notaba como mi cuerpo se activaba y cogía fuerzas poco a poco. No sabía dónde estaba ni quien eran ellos, solo sabía que eran vampiros, porque los olía y había algo en ese aroma diferente que no lo relacionaba con nada.

Miré una de las bolitas plateadas que tenía justo delante de mí y levanté la mano para tocarla, pero la retiré enseguida, quemaba. La bolita cayó sobre mi regazo haciendo que me meneara violentamente al notar el calor que desprendía en mi muslo, provocando que rozara las otras bolitas que aún estaban paradas en el aire y cayeran en la cama a mí alrededor.

Las observé detenidamente durante un rato hasta que por fin me digné y cogí una, ya no quemaba pero continuaba caliente. La rodé por mis dedos y cerré los ojos para ver que era. La visión acudió a mí en segundos; vi su fabricación, su encajamiento, su distribución y su venta. Esas bolitas eran balas de titanio, fabricadas en Suiza, especialmente para matar a vampiros y lobos, y esta bala exactamente pertenecía al vampiro que estaba a mi derecha.

Comencé a hiperventilar, mi corazón no respondía, un sudor frío me caía por la frente y la habitación comenzó a dame vueltas. Me tumbé de nuevo para relajarme y meditarlo todo detenidamente.

Tiene que haber un error.

Miré a los vampiros que me rodeaban y sus ropas eran extrañas, nunca en mi vida las había visto, y sus cabellos, tan cortos e incluso uno de ellos tenía diferentes tonalidades, luego llevaban algo en la cara oscuro que les tapaba los ojos.

Me levanté y apoyé los pies en el suelo sintiendo enseguida el frío de la piedra. Avancé torpemente, dando pasos lentos hacia el vampiro que tenía delante mientras miraba fijamente el objeto plateado que todavía me apuntaba a la cabeza. Tenía unos grabados en su mismo color solo que más intensos. Era de un material brillante y extraño. Era el aparato del cual había salido la bala y lo toqué. La misma visión; su fabricación, su distribución, su venta, su manejo a la hora de disparar, como se limpiaba y todas las vidas que había arrebatado y lo peor de todo, el mismo siglo, el mismo año.

¿Pero, cómo era posible?¿Cómo podía ser?

Lo último que recordaba era el ataque que sufrimos por la mañana, a Epicydes acostándome en mi cama dulcemente, dándome un beso cariñoso en la frente y dormir en un sueño profundo y tranquilizador, y ahora he despertado en un lugar desconocido, en una especie de cama que es un altar con un colchón blando encima y diez siglos más tarde.

Me desplomé en el suelo sentada y me abracé las rodillas contra el pecho, cerré los ojos y noté como se escapaba una lágrima por ellos.

Habían pasado mil años, diez siglos y yo los había pasado durmiendo.

La pena y la confusión que tenía dentro de mí fueron remplazadas por la ira. No sabía quién me había hecho esto ni para qué, pero algo tenía claro, me habían robado mil años de mi vida y no pensaba quedarme con los brazos cruzados.

Quería venganza.

Me levanté y miré al vampiro que tenía delante.

Era extraño, seguía paralizado y yo casi no notaba mi desgaste de energía, sabía que el poder salía de mí, lo notaba, pero no me agotaba, no notaba ningún cansancio.

Me acerqué a él, a escasos centímetros de su frío cuerpo, quería ver sus ojos y de pronto los vi, aquello oscuro que tapaban sus ojos, salieron volando y se quedó flotando en el aire. Sin más.

Me quedé alucinada, acababa de conocer otro nuevo poder venir de mí.

Centré mi vista en sus ojos, eran negros y me trasmitían muerte, ese vampiro deseaba matarme, como los otros que me rodeaban.

Mi ira aumentó haciendo que vibrara la energía por mí interior y casi sin darme cuenta les arrebaté las armas con la mente y las encaré flotando en el aire apuntando a cada uno de esos bastardos a sus cabezas. Respiré hondo y las hice disparar escuchando el chasquido de cada una de ellas. Las balas cortaron el aire con rapidez hasta clavarse en sus cráneos y los vampiros se convirtieron en polvo delante de mis ojos, desapareciendo de mi vista.

No sentí ningún remordimiento por la muerte de cada uno de ellos, me sentí libre y con muchas ganas de salir de esa celda donde me habían tenido encerrada. Me puse en marcha y comencé a mirar a mí alrededor buscando una salida, pero no había ninguna puerta, ni ventana, era como si me hubieran enterrado bajo tierra.

Empecé a tocar las paredes desesperadamente intentando encontrar una salida, pero nada, no había forma de salir de ese lugar.

Me desplomé de rodillas en el suelo sin ánimo, pero algo llamó mi atención. Me acerqué al altar donde estaba la cama y en una esquina había una pequeña humedad. Quité el colchón de encima y me di cuenta de que la tapa estaba un poco suelta, use todas mis fuerzas para moverla hasta que cayó al suelo, se partió por la mitad en un feroz sonido que retumbó en un espantoso eco por las cuatro paredes de roca fría que me tenían catapultada.

Con nerviosismo me asomé por el agujero que se escondía en su interior, era como un pozo, oscuro y antiguo de piedra gris. Escuchaba el agua chocar contra ella y el vapor de su frescor se elevó hacia mí, enseñándome la salida de esta maldita celda de mármol.

Posicioné las pistolas a mí alrededor flotando en el aire y las hice invisibles, miré el fondo del pozo y no lo pensé, me tiré al agua fría y nada más tocarla sonreí. Dicha agua pertenecía al lago Terciopelo y sabía hacia donde me llevaría, cerca de casa, de mi hogar.

Nadé y nadé hasta que por fin hallé una luz, una luz cálida que me mostraba una salida, me moví ansiosa en esa dirección hasta que por fin salí a la superficie soltando un grito. Por suerte, había unas rocas cerca de mí y con ofrenda me agarré a ellas para coger aire.

Miré a mi alrededor y todo estaba muy cambiado, casi no podía reconocer nada.

Llegué a la orilla haciendo un grandísimo esfuerzo con los brazos que casi no me respondían a causa del agua tan congelada y cerré los ojos nada más tocar tierra firme, donde me tumbé boca abajo con la respiración acelerada.

Tenía una sensación extraña en el cuerpo, aunque hubiera estado dormida todo este tiempo y no me hubiera enterado del paso de los años, era como si mi cuerpo agradeciera el haber salido al exterior.

Fue una dicha que aumentó según se sucedían los actos.

Noté el aire por mi cuerpo y como dejaba volar mi vestido en ondas acariciando mi piel, noté las piedras en mis pies, calientes por el sol y levanté el rostro al calor solar para notar su calor.

Me encantaba el sol, mi piel siempre había estado bronceada, me pasaba horas y horas bajo el sol leyendo, disfrutando de su calor, me daba tranquilidad y serenidad, pero en ese momento tenía que continuar adelante.

Miré hacia delante. Sabía dónde estaba, cerca de mi hogar. Saberlo me animó y eché a correr en esa misma dirección, sorteando los árboles que se interponían en mi camino y aguantando los arañazos de las rocas en mis pies.

Justo al llegar al castillo de mi tío me paralicé al ver su estado, estaba totalmente destruido.

Avancé pasando por lo que deberían de haber sido las murallas que rodeaban el castillo, esas murallas tan altas que eran imposibles de traspasar, ahora eran cuatro piedras y polvo.

Seguí avanzando, no quedaba nada, algún techo que daba sombra, pero era una ruina, mi hogar no era nada más que un montón de piedras destruidas.

Me agaché y alargué una mano para tocar una piedra. Me daba miedo el saber qué había sucedido, pero tenía que saberlo, tenía que entender. Con más decisión acerqué la mano temblorosa y la toqué.

Avancé directamente mi visión aquel día. Vi el ataque que yo misma había presenciado aquella horrible mañana, luego vi como mi tío me llevaba en brazos, vi caer la noche y otro ataque, más silencioso, más devastador, más horrible.

Había sangre por todos lados. Un horror. Mataban sin piedad, pero no pude ver los rostros de los que nos atacaron, ni cómo se me llevaron, nada.

Seguí tocando más piedras y las mismas visiones, las mismas carnicerías y ni una sola cara, ni una sola pista de quien había hecho todo esto. Me sentía hundida, no les pude ayudar, no sabía que había pasado y ahora todos estarían muertos.

–Epicydes –susurré en un suspiro lastimero mientras, me imaginaba cual hubiera sido su fin.

Solo deseaba que estuviera bien...

Me incorporé de inmediato al sentir una fuerte energía. Había alguien más conmigo, un ser que se avecinaba a mi espalda. Aspiré el aire a mi alrededor y vino a mí su aroma.

Un lobo y muy antiguo.

Lo sentí acercarse, escuché los pasos lentos y dudosos que daba acercándose más a mí. Sin girarme mostré las cinco armas que tenía a mí alrededor y las apunté directamente al intruso, listas para disparar por si se trataba de algún amigo sorpresa de los vampiros que había matado en la jaula de piedra y que habían decidido esperarme en el exterior.

– ¿Alaya? –preguntó la voz a mi espalda.

Me quedé paralizada y mi corazón comenzó a martillear violentamente en el pecho. Esa voz. Me giré hacia él y lo reconocí enseguida. Era Drumon, el general de mi tío, uno de sus mejores guerreros y uno de mis protectores.

Y si él estaba vivo... tal vez mi tío también lo estuviera.

Drumon comenzó hablar con aspavientos, mirando de reojo las armas que lo apuntaban. Preguntó y entendí mi nombre e tanta verborrea desesperada. Pero nada más.

No entendía ni una sola palabra que decía, sabía que habían pasado muchos años pero es que Drumon ya no hablaba mi lengua. ¿Tanto habían cambiado las cosas?

–Drumon, lo siento, pero no entiendo ni una sola palabra de lo que me estás diciendo –le contesté, desesperanzada en mi lengua y la suya antigua.

–Lo siento pequeña, pensaba que entendías este idioma, nuestra antigua lengua se perdió hace siglos. ¿Alaya dónde has estado?–Esta vez sí que entendí todo lo que me dijo y le contesté.

–Dormida. ¿Drumon que paso aquí?

Drumon se me quedó mirando sin entender.

– ¿Dormida? ¿A qué te refieres? Alaya, pensábamos que estabas muerta, no había ni rastro de ti por ningún lado.

–Drumon, aquella noche alguien se me llevó, me encerró bajo tierra y me echó un encantamiento o algo parecido, no lo puedo explicar bien porque no lo sé, pero te aseguro que me he pasado mil años de mi vida durmiendo y enterrada bajo tierra muy cerca de este lugar. Con lo cual, dime que sucedió aquella noche, porque yo no recuerdo nada.

Esta vez me miró alucinado.

La verdad es que si no es porque yo misma lo había vivido no me lo creería, era una historia difícil de digerir, pero por lo visto Drumon la estaba digiriendo bien ya que, me miraba de otra manera, como si creyera en mis palabras, aunque de su boca no salía ni una palabra y comenzaba a impacientarme tanto su silencio que lo animé.

–Drumon, estoy esperando.

Drumon sacudió la cabeza y se pasó la mano por el cabello largo que llevaba recogido en un coleta baja, luego clavó su mirada en mí con más seriedad.

–No sé mucho de lo que pasó, lo que me cuentas ahora cambia mucho las cosas. Cuando sufrimos el primer ataque, Epicydes decidió que era hora de contarle tu existencia a tu padre. Epicydes pensaba que venían a por ti, que te habían encontrado y temía que vinieran de nuevo con más hombres y se te llevaran.

–La bruja Esbeltina –lo corté yo afirmándoselo.

–En el primero no, pero tal vez en el segundo.

– ¿No fueron los mismos?

–No. Creo que fue una terrible coincidencia que ese día nos atacaran dos grupos diferentes.

– ¿Cómo estáis tan seguros que fueron dos grupos?

–Alaya, cuando nos atacaron por la mañana eran revolucionarios, de los primeros en existir.

– ¿Revolucionarios? ¿A qué te refieres?–volví a interrumpir.

No entendía que intentaba explicarme.

–Los revolucionarios son vampiros, lobos, alfas, todos aquellos que se rebelaban y se rebelan contra sus amos. Antes los revolucionarios no tenían líderes y atacaban por placer a cualquier aldea que se les cruzaba en su camino y ese día fue la nuestra. Ahora siguen un líder y aunque luchamos contra esa peste cada vez son más, se duplican y son más fuertes.

– ¿Y quiénes nos atacaron entonces y se me llevaron?–insistí, necesitaba respuestas.

Drumon se me quedó mirando y agachó la cabeza, parecía como si no supiera que contestar, pero él seguía vivo, el sabría algo más.

Me acerqué a él para animarlo a seguir y entonces él se sentó encima de una roca un poco abatido.

–Alaya, te prometo que no lo sé, pero fuera quien fuera ahora sé que venían a por ti. Y si alguien te echó un encantamiento tiene que ser la bruja Esbeltina, tal vez ella participó. O tal vez alguien que te quería esconder de este mundo.

–Tal vez, pero nadie sabía de mi existencia. Epicydes siempre me ha escondido y nunca utilicé mi poder, ni la manada sabía quién era yo realmente, ¿Cómo alguien de fuera pudo enterarse de que existía?, hasta mi madre me escondió del mundo.

Te equivocas–dijo mirándome fijamente a los ojos–,Alaya, durante el primer ataque cuando paralizaste al enemigo, desprendiste una energía desbordante. Te aseguro que ese día te distes a conocer por muchos–. Me senté al lado de Drumon, tenía razón, ese día yo misma me descubrí. Drumon me cogió de la barbilla y me la alzó para que lo mirara–. Fue en ese momento cuando tu tío Epicydes, tres hombres más y yo, fuimos a por tu padre, pero para cuando regresamos con todo un ejército encabezado por tu padre, el pueblo estaba masacrado, solo quedaban las ruinas quemadas del castillo y tú desaparecida, como si no hubieras existido nunca, no estaba en el ambiente ni tu aroma. Estuvimos meses buscándote como locos, pero no aparecías por ningún lado. Tu tío se volvió loco, se echó toda la culpa de tu desaparición, él te había dejado sola.

Pero él no sabía que esto iba a suceder. Yo no lo veo culpable de nada de lo que me sucedió, él no tiene la culpa. –Agaché la vista mientras pronunciaba en susurros las últimas palabras y suspiré con fuerza porque ahora iba hacer la pregunta más dura de mi vida–; ¿Sigue vivo?

–Sí, y te voy a llevar con él. Ellos te ayudaran más de lo que yo te puedo ayudar.

Drumon se levantó y me ofreció la mano para ayudarme, yo se la acepté y lo seguí fuera de tanta ruina que me rodeaba. Mi antiguo hogar ya no existía, ni nada para recordar. Al menos, sabía que Epicydes estaba vivo y que iba a volver junto a él.

No obstante, tenía miedo.

Había despertado en un mundo diferente, que no conocía, donde los Emperadores y Reyes eran más fuertes, donde se libraba una batalla contra revolucionarios descontrolados con un líder preparando un ejército y donde el misterio me perseguiría.

Esto no es lo que yo esperaba de mi vida.

Me consideraba un bicho raro, pero no perdía la esperanza de enamorarme de un guerrero, ser amada, tener hijos, criarlos y amarlos, ser feliz, aunque sólo fuera un poco, no pedía mucho, solo un precio muy bajo por la más mínima felicidad.

Pero no, tal vez, aquella noche hubiera preferido que me mataran con la manada porque ahora eso ya no lo tendría.

No quería esta vida, quería volver a mi vida donde todo lo conocía, donde era feliz, a mi manera, por supuesto, pero ajena a todo.

Ya no podía.

Alguien me lo había arrebatado.

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