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capítulo 11

Miré a su espalda, el vampiro había atrancado la única puerta de la entrada a la jaula con un hierro doblado, encerrándonos a los dos dentro, como si fuera posible salir de allí, no tenía fuerzas ni para levantarme del suelo, el cuerpo me dolía a rabiar, hasta llenarme los pulmones de aire me costaba, noté el sabor de mi propia sangre en la boca e hice un gran esfuerzo por limpiarla con la mano, pero no tenía fuerzas ni para hacer ese gesto.

El vampiro avanzaba hacia mí con una sonrisa en sus labios que dejaba a entender que se lo iba a pasar muy bien a mi costa. Tenía la cara llena de cortes abiertos en un color rosado que se comenzaban a cerrar, su ojo, que antes seguramente estaría amoratado ahora mismo tan solo estaba más claro, el pecho desnudo brillaba por la sudor y la sangre seca que había pegada a su piel. Llevaba unos pantalones cortos  negros y sus piernas también estaban bañadas en sangre, solo que esta más reciente ya que todavía estaba seca, supuse que era a causa del trozo de carne que le faltaba en uno de sus muslos que permitía verle casi el hueso, era como si le hubieran dado un mordisco, pero a él parecía no afectarle, ya que su paso era muy decidido cuando venía lentamente a mi encuentro.

Me removí desesperada para poder retroceder pero el vampiro apareció delante de mí muy rápidamente, no lo vi venir y me cogió del cuello alzándome por los aires y para estamparme contra los hierros a mi espalda, manteniéndome en esa posición mientras me revisaba el cuerpo con la mirada.

–¿Sabrá tu sangre igual de bien de que como huele? –La pregunta no iba para mí, parecía que hablara solo.

Se acercó más a mí, rozando su nariz con la mía, traté de girar el rostro, pero él tenía más fuerza que yo, aunque en esos momentos hasta un niño de cinco años tenía más fuerza que yo. Mantuvo su rostro bien pegado al mío y no me dejó moverme, sacó su lengua y la pasó por mis labios bordeando cada línea de ellos, cuando terminó se retiró de mí y lamió los suyos propios, me repugnó esa imagen, sentí un asco por el cuerpo que me hizo escupirle en la cara, supe que no debería haberlo hecho por la mirada que me dedicó, ahora sí que estaba cabreado y me lo dijo.

–Has cometido un terrible error, mestiza.

Me tiró al suelo estampándome de nuevo contra el cemento duro y frío, luego se abalanzó encima de mí dejando todo el peso de su cuerpo muerto sobre el mío, cogió mis muñecas colocándolas encima de mi cabeza, unidas entre ellas y calvó sus uñas perforando, clavándome dolorosamente al suelo, sentí el dolor, fue como si me las cortaran en dos, cada vez que me meneaba intentando quitármelo de encima clavaba sus uñas más en mi carne, el muy desgraciado me tenía clavada al suelo, eran como clavos enormes y afilados perforándome la piel, sentía el frío suelo contra ellas, grité de dolor, pero al vampiro no le afectaban nada mis suplicas ni mis gritos de angustia, al contrario, lo excitaban.

–Pronto acabara todo, te voy a dejar seca, te lo prometo. –Ronroneó secamente con una sonrisa maléfica y enseñándome los dientes.

No entendí a qué se refería hasta que agachó su cabeza a mi cuello y lamió la carne de mi escote, antes de que me clavara los dientes, lo supe, sabía a qué se refería, me dejaría seca de sangre, me quitaría la vida vaciándome. Exasperada me removí con brutalidad para quitármelo de encima pero hincó más las uñas a mis muñecas, sentía los huesos rompiéndose en varios trozos y escuché el sonido que hicieron sus uñas al clavarse al suelo.

Pero el dolor no fue nada para el cual sentí nada más sus dientes desgarraron mi piel y se clavaron dentro de ella, nunca me habían mordido y era horrible, notaba como extraía la sangre de mi cuerpo, oí sus gruñidos de satisfacción al beber de ella.

Mientras a mí me torturaba de dolor, él disfrutaba.

Pasó su mano libre por debajo de mi cuerpo para incurvarme hacia arriba y apegarme más a él, escuchaba como sus gruñidos se acentuaban, como su respiración se aceleraba y como arañó mi espalda con la mano que tenía debajo de mí, sentí las uñas cortarme la piel provocándome un dolor insoportable, grité y grité sin parar, aunque no podía oírlos, el aliento se me escapaba, no podía más, notaba mis lágrimas frías caer por mi cara, ladeé el rostro a un lado para no ver a ese ser quitándome la vida, notaba como mi espalda se encharcaba con mi propia sangre, ya no aguantaba el dolor, quería que todo esto se acabara, deseaba que el vampiro realmente acabara con mi vida de una vez.

De nuevo el dolor de mis muñecas se acentuó terriblemente y a la vez noté libertad en ellas, también en mi cuerpo, sentí el aire frío caer sobre él, tal vez ya estaría muerta, pero no podía ser, todavía me dolía el cuerpo, abrí los ojos y el vampiro ya no estaba encima de mí.

–Alaya, tranquila no te muevas.

Volví mi rostro cara la voz que me hablaba tan dulcemente, era él, el Victoriano rubio que me había hechizado antes y ahora mismo lo estaba volviendo hacer, esos ojos grises no me miraron más que segundos antes de fijar la vista en mis muñecas heridas, pero basto ese poco para paralizarme. 

Sentí su contacto en mis manos y bajar por ellas hasta sentir el pinchazo de las heridas de mis muñecas, un grito de dolor brotó a mis labios, pero desapareció enseguida, el dolor se transformó en frío, luego en un ligero cosquilleo y para acabar notando el calor de las manos de él rodear las mías.

 Lo vi sonreír y bajar su mirada al mordisco de mi escote, posando de nuevo la mano en él y haciéndome sentir las mismas sensaciones que en mi muñeca, un pinchazo de dolor, frío, un cosquilleo y su calor. 

El alivio vino a mí como el gris de sus ojos a los míos.

–¿Hay alguna herida más en tu cuerpo?

No podía contestar, al igual que no podía apartar la mirada de sus ojos, eran preciosos, le dije que sí con la cabeza, no me salían las palabras, estaba muy cerca de mí, él se relamió los labios y yo inconscientemente intenté acercarme más a él, era muy guapo, irresistiblemente muy atractivo, aunque ese pelo tan largo no se llevara, le quedaba perfecto, dos trenzas rubias le caían por delante, notaba el cosquilleo de ellas a los lados de mis mejillas, pero no lo hacían nada femenino, sino al contrario, era un adonis de la mitología griega, su mandíbula era firme y dura, sus labios un poco carnosos continuaban dedicándome una sexi sonrisa. Estaba bien afeitado y su olor era alucinógeno, me atraía a él sin control.

El dios griego me levantó con cuidado del suelo, pero sin apartarme ni un centímetro de su cuerpo. Un cuerpo que me tenía cogida fuertemente de la cintura con un brazo y la otra mano acariciaba mi cuerpo buscando más heridas, hasta que dio con ellas y las hizo desaparecer de la misma manera, solo que esta vez notaba como curaba mi cuerpo, como me daba fuerzas, como despertaba cada célula débil de mi sangre, como hacía latir mi corazón más fuerte y como a mis pulmones entraba aire sin dolor.

–¿Quién eres? –Pregunté un poco ronca por las sensaciones que me estaba causando ese cuerpo tan cerca del mío. 

Él me miró plácidamente a los ojos.

–Mi nombre es Arín y vengo de la Isla para reclamarte como mi esposa y mi emperatriz.

Dijo mientras pegaba sus labios a los míos, ese contacto me dejó sin fuerzas después de que él se hubiera preocupado en curarme, él mismo me acababa de debilitar y de otra manera muy diferente, las rodillas se me aflojaron pero los brazos de él me mantuvieron en alto, solo que más pegada a su cuerpo.

El suave beso que me daba se volvió más tórrido, abrí la boca para saborearlo como él estaba haciendo conmigo, quería sentir su sabor y enseguida me vi invadida por su lengua, la cual se puso a jugar con la mía, oí un gruñido que procedía de él y noté su abrazo más fuerte, su cuerpo más pegado al mío, como si se unieran en un solo cuerpo. Me sentía como en una nube, era como si estuviéramos solos, como si no hubiera nadie a nuestro alrededor, había silencio menos en mi cabeza, que lo escuchaba a él.

<<Alaya te necesito>>

No me sorprendí de oírlo, ni me asusté, no quería romper el encantamiento que nos envolvía.

<<Alaya serás  mía y yo tuyo para siempre, déjate llevar>>

Gruñí a ese comentario, porque lo deseaba, deseaba ser suya y huir con él a cualquier parte que me llevara, era como una droga a la que me estaba haciendo adicta.

Lo tenía fuertemente cogido de la camisa cuando de pronto noté un raspado y un arañazo, sentí el frío en mis labios y gruñí al sentir el vacío en mi boca, Arín se había apartado de mí bruscamente, haciendo que perdiera el calor de su cuerpo, abrí los ojos para buscarlo desesperadamente, pero un tirón me hizo salir de la jaula velozmente y chocarme contra un pecho duro a mi espalda, Chilo había enrollado su cadena a mi cintura para sacarme de allí, arrastrándome a su lado.

–Alaya ¿Estás bien? –Preguntó desenrollando la cadena de mí.

No le podía contestar,tenía la mente nublada, estaba afectada por el beso de Arín que me hacía volar a otro mundo, me había dejado atontada. Chilo me zarandeó cogiéndome de los brazos haciendo el esfuerzo para que volviera en sí, pero no había manera, mi cerebro no recibía las instrucciones necesarias para hacerle caso.

–¡! Alaya!! ¿Qué coño te pasa? Espabila.

Aunque sabía que estaba delante de mí, lo oía muy de fondo, no podía centrarme, ni enfocar bien lo que tenía a mí alrededor. 

Me sentí arrastrada de un lado a otro, pasaba de unos brazos a otros, solo podía atinar a correr, era como si no me diera cuenta de lo que pasaba a mí alrededor, no sabía si nos atacaban o si estaban peleando todavía, no me enteraba. 

Ni siquiera me di cuenta de que habíamos salido fuera hasta que estaba dentro del coche que Chilo conducía a toda velocidad y a su lado Romeo, que tenía la vista fija en mí a través del retrovisor, yo se la retiré de inmediato, no me afectaba ni su ceño fruncido, ni su mirada cargada de ira, pero aun así, la seguía notando clavada en mí, hasta Mikael que estaba sentado a mi lado y Chilo, me miraban cabreados, pero sus miradas no me afectaban nada en absoluto, solo podía pensar en Arín y su beso, mi primer beso, mi corazón no podía parar de latir a gran velocidad, su sabor lo tenía clavado en mis labios, su imagen venia como a flases a mi cabeza, recordándome esos ojos grises.

–Alaya ¿Qué te ha hecho? –Me dijo Mikael mientras alargaba el brazo hacia mi mano.

Pero no pudo tocarme, solo sentí el aire rozarme. En ese momento Romeo me sacaba del coche con rabia y sin ningún sentimiento de caballerosidad. 

Me arrastró hasta el interior del hotel a un paso rápido, casi tuve que correr para poder ir a su paso, además, su mano me apretaba muy fuerte el brazo y descalza tampoco podía caminar muy bien, pero por lo visto eso a él no le importaba, ni siquiera que todos en el hall nos miraran alucinados al pasar por sus lados, y uno de los motivos y el más principal, aparte del trato que él me daba era la sangre que cubría nuestros cuerpos, que no era poca.

Entramos en el ascensor y me soltó empujándome al interior, colocándose él a mi lado, Chilo y Mikael optaron por ponerse delante de nosotros.

Me apoyé en la pequeña barandilla que rodeaba las paredes de metal blanco y dejé caer mi cabeza hacia atrás, reposándola en una de ellas, sentía la mirada de Romeo en mí, cerré los ojos y lo primero que vi fue la mirada gris de Arín, a mi mente acudieron sus palabras;

''Alaya serás mía'' 

Recordaba el sonido de su voz recorriéndome la piel, solté un suspiro sin darme cuenta, a lo que le siguió un gruñido atroz que resonó por todo el ascensor, abrí los ojos y vi a Romeo delante de mí, tenso y con los puños cerrados, tenía un fuego ardiendo en su mirada que hacía que el color de sus ojos aumentara, me extrañó ese comportamiento, no sabía que le cabreaba tanto, pero la causa era yo, porque tiraba toda su ira hacia mí.

–Salid del ascensor. –Ordenó con la mandíbula apretada.

Miré por encima del hombro de Romeo, fijando la vista en Chilo y Mikael, que me miraban un poco preocupados, reacción que provocó que mi cuerpo se tensara.

–He dicho que salgáis.

–Romeo creo que no es aconsejable que tú trates este tema, ha tenido bastante con esta noche, no la atormentes más. –Le dijo Chilo intentando apaciguar su furia.

Pero Romeo no le hizo ni caso.

 Las puertas del ascensor se abrieron y salieron a regañadientes sin apartar la vista de mí, me retiré de Romeo para salir junto a ellos, pero Romeo me cogió del brazo empujándome y me dejó donde estaba.

–Tú no vas a ningún lado.

Lo observé y luego miré las caras de Chilo y Mikael antes de que las puertas se cerraran y me dejaran dentro con él. 

Me retiré de su alcance lo máximo que pude y apoyé de nuevo las manos en la barandilla, fijé la vista en el suelo reviviendo el beso de Arín para no pensar en la presencia de Romeo, la cual comenzaba a perturbarme y no era el momento, estábamos los dos solos en el ascensor.

–¿Te gusto que te besara?

Alcé la vista de golpe para verlo y lo tenía otra vez delante de mí, muy cerca, taladrándome con una mirada asesina.

–¿Qué? –Pregunté incrédula.

–Has oído bien Alaya ¿Te gustó? 

Esta vez me lo dijo mirándome a los labios y más irritado.

Notaba su rabia, su cuerpo irradiaba de ella, pero, ¿y a él que más le daba? 

Me estaba poniendo nerviosa. Me retiré de él hacia atrás hasta toparme totalmente con la pared de metal, pero no me sirvió de nada, porque él se acercó de nuevo a mí, esta vez casi tocándome. Sus manos las apoyó en la pared a cada lado de mi cabeza y acercó más su mirada a la mía, tuve que levantar la cabeza para poder mirarlo, intentaba intimidarme y lo estaba consiguiendo, me sentía enjaulada entre su cuerpo y la pared a mi espalda.

– ¡Dilo!

Gritó mientras daba con su puño en la pared perforándola justo al lado de mi cabeza. Salté del susto e intenté apartarlo, pero no se movía, luché contra él con mis manos pero las cogió y las colocó a cada lado de mi cuerpo aguantándolas con fuerza, me hacía daño y me irritó tanto que no aguanté más y le contesté en su mismo tono.

– ¡Sí, Me gustó! Y me gustó que Arín fuera el primer hombre en besarme, espero que vuelva a besarme de nuevo. ¿Contento?

Romeo se retiró de mí bruscamente, se dio la vuelta dándome la espalda y pasó su mano por su cabellera rapada mientras maldecía en esa maldita lengua que no entendía. Volvió a golpear la pared de enfrente con la misma fuerza que antes, dejando un agujero grande y profundo, cuyo destrozo no le iba a gustar nada verlo mañana al dueño. A continuación, se dio la vuelta hacia mí, su mirada me penetró dentro cortándome la respiración y asustándome, corrí los tres pasos velozmente al mando de la pared de enfrente, para apretar los botones y salir de allí antes de que las cosas se pusieran peor, pero calculé mal y solo pude rozar los botones con los dedos.

Romeo me cogió de la muñeca y me giró cara él violentamente, en un acto de defensa le intenté dar un golpe directo a su cara sacando toda la fuerza que me quedaba, el cual él cogió velozmente parando el golpe con la mano y aprisionándola rápidamente, luego la colocó a mi espalda y comenzó a retorcerla sin control alguno sobre su fuerza, gruñí de dolor, sentía que me rompía la muñeca y él me la soltó enseguida retrocediendo hacia atrás dejándome libre de su agarre. 

Masajee mi muñeca lastimada mientras lo miraba a la cara, su rostro reflejaba angustia, como si se arrepintiera de lo que me había hecho. Aproveché su estupor y me tiré de cabeza de nuevo al mando de botones, pero sus brazos me rodearon el cuerpo bloqueándome cualquier movimiento y apretándome a su cuerpo, me removí histérica para deshacerme de su abrazo sin conseguirlo.

– ¿Qué voy hacer contigo? –Dijo para sí mismo en susurros contra mi oído.

Ese comentario en ese tono de voz me hizo paralizarme y desplomarme en sus brazos, fue como si me quitara la fuerza de mi cuerpo de golpe como si me inyectara una amarga sensación de culpabilidad. Había notado un deje de sufrimiento en el sonido de sus palabras que no hizo otra cosa más que llegarme al corazón.

Aturdida por el cambio de humor y por las sensaciones que ese hombre me provocaba ladeé mi rostro un poco para poder girarme cara él, pero no me lo permitió. Apoyó su frente sobre mi cabello, cerca de mi cuello, lo sentí suspirar varias veces, su respiración cayó sobre mí cuerpo en escalofriantes cosquillas, él lo notó y apartó su rostro para girarme cara él, sin apartar su contacto de mí cuerpo, me miraba de una forma que no llegaba a descifrar. Pero me gustó, esa mirada despertó algo en mí derritiéndolo, pero de pronto, algo se cruzó por ella, por su cabeza y sentí que su abrazo desaparecía y él retrocedía de nuevo separándose de mí.

NO, gritó mi mente azorada y desesperada.

Algo había pasado en ese momento y no quería que desapareciera, todavía no, deseaba su abrazo, deseaba esa mirada, lo deseaba a él. Esto no podía acabarse todavía, algo había sucedido entre él y yo, algo que no quería perder, me había arañado mi ser y no lo podía dejar marchar, no así, lo necesitaba, necesitaba sus caricias, necesitaba probar su sabor y él no me lo iba a impedir.

Me armé de todo el valor de mi ser y comencé acercarme a él dando pasos muy lentos y sin apartar la mirada de la suya, cuando lo tuve delante le apoyé las manos en su duro pecho y lo sentí temblar bajo mi tacto dándome más voluntad para continuar, me puse de puntillas y lo besé.

 Noté como su cuerpo se tensaba, como se paró su respiración, fue un simple roce, una caricia que me recorrió de pies a cabeza, la textura de sus labios era seda para los míos.

Retiré mis labios de su contacto para ver su reacción ya que continuaba parado, no hacia ningún movimiento, su cuerpo seguía tenso como una tabla. Observé su rostro, principalmente fijándome en sus ojos turquesa y tenía las pupilas tan dilatadas y oscuras como la noche.

–No deberías haber hecho eso. –Fue lo único que dijo, pero su voz fue dura, la pude ver rebotar de pared a pared haciendo que temblaran cuando las rozó.

Lo miré bien mientras retrocedía, la ira y el calor brillaron en sus ojos que repentinamente habían adoptado el color de una tormenta. No me esperé su reacción siguiente, en un momento todo cambio, de estar casi un metro apartada de él a estar totalmente pegada a su cuerpo, atrapada con la pared a mi espalda, con uno de sus brazos alrededor de mi cintura y su otra mano la fue deslizando por mi hombro hasta la nuca, con sus dedos retiró mi cabello para acariciar mi cuello con la yema, en caricias suculentas y circulares. Mi mente ya no gobernaba mi cuerpo solo pensaba en que lo hiciera, deseaba sentir esos labios carnosos adueñarse de los míos.

Se inclinó colocando firmemente mi cuerpo contra el suyo, acercó mi cara más a la suya hasta que noté su aliento caer en mis labios, los cuales ahora él fijaba la vista, inclinó su cara de lado para tener un mejor acceso y me besó.

Una presión tan perfecta sobre mis labios, era increíble, pude saborear la dulzura de un licor de manzana que él había tomado, sentí el roce de su lengua perfilando mis labios y me abrí para él, dejándolo acceder al interior de mi boca, primero con vacilación, luego atrayéndolo más profundamente, él se estremeció y jadeó, me abrazó con más fuerza, atrayéndome más a su cuerpo, notando cada uno de sus músculos. 

El beso se convirtió en más salvaje, Romeo me devoraba con hambre, moviendo su boca sobre la mía con lujuriosas caricias. Sus manos bajaron en caricias hasta mi trasero el cual ahuecó y luego apretó para pegar mi cuerpo contra el suyo en una fusión de un solo cuerpo, no había ni un solo hueco que nos separara. 

Pero aún necesitaba sentirlo más. Mis manos enrollaron su camisa para apretarla y empujarlo más contra mí, acercar su cabeza y sentir más su beso, ese cuerpo duro se convirtió en músculo sólido y suave contra el mío, bajé mis manos por sus bíceps para sentir esos brazos tensarse con cada una de mis caricias, el bajo una mano a mi muslo, provocándome un estremecimiento y lo agarró levantándolo y colocándolo alrededor de su cintura, le enrollé mi pierna a su cadera y friccioné para apretarlo y que no pudiera escaparse de mí. 

Se frotaba en círculos contra mí, haciéndome notar su excitación, mis pezones se endurecieron causándome un dolor horrible con el roce del vestido, me incurvé contra él y comencé a frotarme lujuriosamente contra su muslo, estaba fuera de sí, mis jadeos se juntaban con los suyos, el beso se convertía en una desesperación de devorarnos mutuamente, me movía cada vez con más urgencia necesitando más de él.

–Romeo... –Mi voz sonó ronca, desesperada. –Te necesito.

Y en un abrir y cerrar de ojos todo se desplomó, todo desapareció, Romeo se apartó de mí fugazmente, dejando un frío horrible por todo mi cuerpo, con la necesidad de algo, con la tentación de llegar a algo intenso, a un final maravilloso, pero no sabía cuál. Había despertado en mí a una bestia lujuriosa que se quería satisfacer.

Algo había hecho mal, algo lo había apartado de mí, un error que no comprendía, un error que ni siquiera lo dejaba mirarme a la cara. Mi corazón todavía latía violentamente, mi respiración al igual que la suya estaba alterada, su cuerpo estaba tenso, nervioso y ardiendo, podía sentir el calor de su cuerpo venir a mí en olas eléctricas.

Romeo me dio la espalada, girándose y alejándose de mí, alargó el brazo y le dio a los botones para que se abriera el ascensor, una vez se abrieron las puertas se adelantó para salir, pero se quedó en medio de ellas, bloqueándolas y lo oí suspirar.

Por un momento sentí que algo lo retenía, que yo lo retenía.

–No te vayas. –Le supliqué acercándome a él, a escasos centímetros de su cuerpo.

Romeo se tensó al sentirme tan cerca, giró tan solo un poco la cabeza pero sin llegar a mirarme y fijó la vista en el suelo.

–Esto no volverá a pasar jamás. –Dijo.

La voz era áspera pero no del todo firme, aun así no me detuve, no quería que se fuera así y me dejara sola, le coloqué una mano en su espalda y lo sentí vibrar bajo mi tacto, yo también note la electricidad que su calor me provocó.

–No me toques. –Lo escupió con rudeza, tal fue su ira que retiré la mano enseguida, su voz había cambiado y ese tono me dolía. –Eres igual que cualquier otra mujer, te he probado y sabes igual que una cualquiera. –Lo decía sin mirarme y como con asco en cada una de sus palabras hirientes. –Así que, como te he dicho, por mi parte no volverá a suceder y espero que por la tuya ni siquiera te acerques a mí. –Y se marchó, desapareciendo de mi vista en segundos, como si no hubiera estado nunca ahí, parado, insultándome con sus palabras.

Me sentó como una patada en el estómago, las puertas se cerraron dejándome sola, miré al vacío sintiendo como mi cuerpo se había convertido en un torbellino de emociones mezcladas entre sí.

–Idiota. –Susurré.

No sabía si se lo decía a él o me do decía yo misma, ni siquiera sabía cómo sentirme en ese instante, si cabreada o dolida.

Bien, esto es lo que me faltaba, el primer hombre que me gusta en mi vida y del cual me siento terriblemente atraída sin control, me odia y parece sentir un asco terrible por mí, pero lo peor de todo es que no me lo puedo quitar de la cabeza y su beso se ha grabado en mí como hierro ardiendo marcándome entera.

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