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Capítulo 1


Mi nombre es Alaya Verona, nací a las afueras de Esparta en una humilde choza sin ningún recuerdo de nuestro paso, ni ningún material familiar que arrastrar de nuestros días de vida. La pequeña choza ni siquiera tenía algo de valor que nos acompañara. Nuestras pertenencias eran escasas, así que solo vivíamos rodeadas de lo más necesario.

Viví dos años de mi vida escondida para el mundo, mi madre me tenía encerrada, solo me sacaba fuera de la casa cuando viajábamos a otro poblado, que se convirtió en algo constante.

Viajábamos de pueblo en pueblo huyendo de algo o de alguien. Yo era muy pequeña y no me enteraba de nada. Solo recordaba estar entre sus brazos, escucharla llorar en silencio y sentir como sus lágrimas caían sobre mí. La sentía temblar y suspirar mientras yo jugaba con sus mechones en bucles negros y brillantes que caían hacia mí, acariciando mi nariz o mi mejilla regordeta. Ella me miraba y besaba mi carita mientras me decía que me quería una y otra vez.

Cuando cumplí cuatro años mi madre me dejó en los exteriores de Grecia, en los brazos de un hombre que decía ser mi tío, con un camafeo enrollado en mi pequeña manita y un tierno beso en mi moflete donde sentí sus lágrimas cálidas caer sobre mí por última vez.

Epicydes Verona, mi tío, me crió con su gran familia en su gran castillo. Él era príncipe, hermano de mi padre y aunque no me conocía me acogió con cariño.

Ese día dormí en sus brazos y ese día me enteré de quién era yo, porque mi vida era tan importante y porque mi madre me había traído a él.

Mi padre era futuro rey de Roma y mi madre era hija del emperador del Olimpo y yo, era la heredera de estos dos reinos. Sólo que, no era una realeza normal. No como la que se conocía.

Mi padre pertenece a la Alianza Real, los Dragones, mitad vampiros mitad licántropos. Y mi madre pertenece al lado Celestial, los Victorianos, dioses y semidioses.

Mi padre es nacido de maestros Dragones, portando sangre real y mi madre es nacida de dioses portando sangre celestial, y yo soy mitad de cada uno.

Tengo la fuerza y la vista de un vampiro, pero no su sed, tengo la rapidez y el olfato de un lobo, pero no me transformo, tengo el poder de un dios, pero no conozco toda su magnitud, y tengo, extrañamente, una de las cosas más importantes de todas ellas, el corazón de un humano, lo que me convierte a la vez; en una destructora y en un ser débil de éstas razas.

Olvidada por mi padre y abandonada por mi madre, crecí junto con mi tío Epicydes.

Él nunca me hablaba de ellos, no supe si se habían casado, si mi padre había amado a mi madre o si simplemente fui el fruto de una noche de calurosa e incontrolable pasión. Yo le preguntaba pero él me cambiaba de tema o simplemente no contestaba, con lo cual, al cabo del tiempo dejé de preguntar. Al menos, sabía quiénes eran, los tenía retratados en el camafeo que mi madre me había dejado y que siempre llevaba al cuello.

Crecí sin sus amores y un rencor y dolor creció dentro de mí, me habían olvidado, era lo único que tenía grabado en mi corazón.

Era una extraña donde me crié, todos eran lobos, menos mi tío que era un Dragón. No sabía a qué mundo pertenecía yo, todos me daban de lado, nadie quería estar conmigo, era el bicho raro de la manada. Por lo cual, me pasaba todo el día sola menos cuando mi tío o Drumon (su general) me entrenaban para aprender a manejar mi fuerza, a saber defenderme, a ser más rápida y aumentar mis reflejos. O también, estaba con él cuándo, me hablaba de nuestra descendencia, los seres que había a mi alrededor, los tres mundos que nos rodeaban.

Uno era el lado Celestial, los dioses, donde los más ancianos se hacían llamar Baurones, ellos eran los Emperadores. Luego estaban sus descendientes, de sangre celestial, los cuales se les llamaban los Victorianos, y por último; los nacidos de dioses y humanos que se llamaban los Nepturones.

Mi madre era una Victoriana, hija de un Emperador Bauron muy antiguo.

El otro mundo era la Alianza Real, son los vampiros, licántropos y los Dragones, éstos últimos son la mezcla de estas dos sangres, que son los antiguos, los más poderosos y de sangre más pura. Y aquí pertenece mi padre, él es un Dragón, de linaje de reyes antiguos.

Y el último mundo son los humanos, ajenos a estos reinos menos unos pocos que son los que utilizan estos dos reinos como siervos.

Entonces comprendí porque mi vida era tan valiosa. Soy única.

Nunca ha existido un descendiente con mi mezcla de sangres, aunque se hubieran unido estas dos razas la mujer nunca se había quedado en estado. Eran sangres incompatibles, se destruían mutuamente.

Yo era la excepción de la regla, la única superviviente y a la vez una bomba.

No se sabía hasta donde podía alcanzar mi poder o si alguien quisiera utilizarme para destruir o hacer daño. Luego también era la única mujer que tenía los genes de los Dragones. Había vampiras nacidas y lobas, pero no había en el mundo una mujer Dragón. Y eso me hacía aún más valiosa.

Por eso mi tío no quería que saliera del recinto, me tenía clausurada, encerrada entre las murallas, pero me quería, me adoraba y me daba amor mientras que el resto me daba la espalda.

Fui creciendo y aprendí muchas cosas sobre mí, aunque mi tío no quería que utilizara mi poder Victoriano para no despertarlo yo lo usaba pero con cuidado para no llamar la atención, ya que nadie sabía lo que era realmente.

Era la mejor tirando al arco sin entrenarme. Sabía montar y controlar a un caballo sin haber montado nunca en él. Sabía que ponía en cada libro de la grandísima biblioteca del castillo sin haber leído ninguno. Eso lo sabía con solo tocar, cuando quería saber algo, aprender a usarlo, o aprender una nueva lengua, tocaba el objeto que precisaba y a mi mente venían en imágenes toda su historia. Controlaba la visión hasta encontrar lo que quería y obtenía el resultado que necesitaba (esto no funcionaba con los vivos ni con los animales).

También podía hacer invisible un objeto grande o pequeño solo con la mente sin necesitar tocarlo.

Me encantaba, era poco lo que sabía pero lo ejercía e intentaba averiguar que más poderes tenía escondidos en mi interior.

Pasaron los años y mi cuerpo iba cambiando, donde antes había carne y nada de formas, ahora había curvas y piel suave, dorada y sin ninguna marca o cicatriz. Mi cuerpo se había reformado y atenuado cada forma perfeccionándolo, lo que provocaba que las miradas de los hombres se posaran en mí de otra manera. Ya fueran jóvenes o ancianos, sus miradas se hacían más lascivas, me miraban tan fijamente que a veces me asustaban.

Ningún hombre se me acercaba, dos guerreros me seguían a todos lados e incluso ellos se quedaban embobados mirándome y eso me ponía nerviosa. Aunque no me tocaran notaba como se contenían.

Intentaba salir lo mínimo para no cruzarme con esas miradas y no lo entendía.

¿Por qué?

Evitaba mirarme en un espejo, me sentía un monstruo y aunque mi tío me decía que era la mujer más hermosa que él había visto en su vida yo no me veía así, me veía diferente.

En esa época mi tío me tenía más controlada, más vigilada y eso me agobiaba, me sentía enjaulada como las águilas que habitaban por el castillo y solo salían de sus jaulas para enviar un mensaje algún reino vecino, pero luego regresaban a su humilde y pequeña habitación de hierro.

No podía vivir así y comencé a escaparme algunas noches al exterior de las murallas, en los bosques, donde había un lago escondido entre los árboles llamado Terciopelo.

Lo llamaban así porque decían quela luna se miraba por las noches en su capa cristalina y lo alumbraba dándole un brillo especial y un color mágico.

Una de las noches que me escapé y me dirigí al lago, era luna llena y el agua brillaba en magníficas burbujas, dándole vida a todo a su alrededor.

Me agaché y vi mi reflejo en el agua, metí la mano en ella y estaba tibia, atrayente para darse un corto baño. De pronto, debajo del tranquilo silencio escuché un crujido a mi espalda y sentí un escalofrió recorrer mi espina dorsal. Me giré y me levanté lentamente.

Una sombra alta y con los ojos brillantes me miraba fijamente. Su mirada me hipnotizó atrapándome intensamente. El corazón comenzó a bombearme muy deprisa y mi respiración se aceleró sin control. La sombra avanzó hacia mí y me asusté de su cercanía. Estaba aterrada y comencé a correr hacia el castillo lo más deprisa que pude sin mirar atrás.

No sabía quién era, solo sabía que no era humano y olía como mi tío, como un Dragón.

Llegué al castillo y me encerré en mi habitación, me dije que nunca más volvería a salir del castillo. Fuera quien fuese, esa mirada se grabó en mi mente y el cosquilleo que me había provocado no se fue de mi cuerpo en toda la noche. Recordé a esa sombra hasta en mis sueños.

Una semana después del incidente en el bosque todo cambió.

Nos atacaron al caer la luna y salir el sol, vampiros, lobos y alfas.

No entendía que estaba sucediendo, nuestras propias razas nos atacaban sin compasión.

Yo me encontraba en el patio de fuera protegida por cuatro guerreros lobos del ejército de mi tío a mi alrededor, viendo a cámara lenta como masacraban todo sin poder hacer nada. Veía como atacaban, dañaban y quemaban todo lo que había visto crecer conmigo, como intentaban destruir a la única familia que tenía y el alma me dolía.

–No permitáis que nadie se acerque Alaya. ¡Protegerla con vuestra vida! –gritaba mi tío una y otra vez, sin que nadie se opusiera a su orden y arriesgando su vida por mí.

Los guerreros se acercaban más a mí, cerrándome dentro de un círculo perfecto que me protegía como una muralla fuerte y alta e imposible de derrumbar, con sus espadas en las manos mataban a todo aquel que se atrevía acercarse tan solo a un metro, yo, sin embargo, no podía retirar la mirada del poderoso cuerpo de Epicydes.

– ¿Os envía la maldita bruja Esbeltina?–preguntó Epicydes, a un vampiro que acababa de derribar.

¿Esbeltina?, pero ¿quién era esa bruja? me pregunté.

Ni siquiera sabía que existieran brujas.

De pronto, dos lobos atacaron a Epicydes por la espalda hiriéndolo, Epicydes cayó al suelo desarmado. Los lobos atacaron de nuevo como traidores acechando a su presa. Al verlo grité angustiada, extendiendo mi brazo hacia él mientras dos de los lobos que me protegían me cogieron intentándome mantener dentro del círculo.

Silencio.

Todo se quedó congelado.

Todos e únicamente los que nos atacaban se quedaron congelados en el tiempo.

Mi tío se giró sorprendido hacia mí, sus ojos brillaban, yo lo miraba con lágrimas en los míos y el corazón en un puño sintiendo esos mismos latidos en mis propios tímpanos retumbando como tambores.

– ¡Matarlos a todos, rápido, no dejéis uno vivo! –gritó Epicydes.

Notaba como mi energía me agotaba, no podía aguantar mucho, pero sacaba fuerzas de mi interior pensando que yo era la última oportunidad para que mi gente ganara ésta batalla. No los podía dejar sin mi ayuda, no los podía abandonar ahora, cada uno de ellos dependía de mí, de mi poder.

Caí al suelo de rodillas, la pelea terminaba, estaban acabando con todos. Mi tío se acercó a mí y me cogió justo en el momento que caía, le sonreí y él alzándome en sus brazos me sonrió, me llevó a mi cuarto, me acostó en la cama y me dio un beso en la frente. Alcancé a escuchar los vítores de fuera. Habíamos ganado, todo había acabado.

–Todo se ha terminado, ahora descansa pequeña. Te quiero.

Le sonreí y le cogí la mano para que se quedara un rato conmigo, se apoyó en un lado de la cama y me dio el amor del padre que nunca tuve, aunque, jamás me hizo falta estando él conmigo.

–Yo también te quiero –le dije y, a los segundos me dormí.

Ahora acabo de despertar con la voz de un hombre que no sé quién es y que nunca había escuchado en mi vida, un sonido que aún retumbaba en mi cabeza y que me llamaba su estrella, en un lugar que no conocía y en una cama donde no me acosté y, donde por supuesto, no recuerdo haber llegado.

Me sentía entumecida, con el cuerpo engarrotado y dormido. Rodeada de cinco vampiros, apuntándome a la cabeza con algo plateado del que salía humo y cinco bolitas plateadas, a seis centímetros alrededor de mi cabeza paralizadas en el tiempo, como los vampiros.

Y sobre todo, con dos preguntas en mi cabeza.

¿Quiénes son? Y ¿Cómo he llegado a este lugar?

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