Cap. 2: El día de la boda.
Unas semanas después, Mike se miró al espejo una última vez. Su reflejo le devolvía la imagen de un hombre elegante, con el cabello perfectamente peinado, sus ojos azules llenos de determinación, y el traje hecho a medida que resaltaba su porte distinguido. Era un genio, un hombre que había dedicado su vida a las ciencias, creando productos revolucionarios en el campo de la cosmética, especialmente en el desarrollo de cremas que desafiaban el envejecimiento. Pero hoy, no estaba pensando en ninguna fórmula química o investigación. Su único pensamiento en su mente era la mujer con la que estaba a punto de casarse.
El escenario no podía ser más perfecto. La boda se celebraría en Newport, en uno de los más exclusivos hoteles boutique frente al mar. El Ocean House, con su fachada impecable de estilo clásico y vistas panorámicas al océano, era el lugar soñado para cualquier boda de lujo. Las olas rompían suavemente contra la orilla, y la suave brisa marina acariciaba el entorno mientras los preparativos finales se llevaban a cabo.
Los invitados, una lista selecta de familiares y amigos cercanos, ya comenzaban a llegar. La ceremonia se llevaría a cabo en la terraza del hotel, con una vista ininterrumpida del mar y el cielo azul que se extendía hasta el horizonte. Las flores blancas adornaban cada rincón, y las luces cálidas empezaban a encenderse, creando un ambiente romántico y exclusivo.
Mike respiró hondo mientras ajustaba los últimos detalles de su corbata. Todo parecía perfecto en el papel, el lugar, la gente, y por supuesto, la mujer con la que había soñado pasar el resto de su vida. Sin embargo, en el fondo de su corazón, algo lo inquietaba. No podía deshacerse de una sensación incómoda, una duda que lo atormentaba en los momentos más inesperados.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo con tonos rosados y dorados, y los invitados tomaban sus asientos frente al altar al aire libre, con la promesa de una celebración inolvidable. Mike dio un último vistazo a su reflejo, ajustó su chaqueta, y salió de la habitación, convencido de que estaba a punto de vivir el día más importante de su vida.
Lo que no sabía era que su mundo estaba a punto de dar un giro inesperado.
—¿Listo para el gran día, hijo? —le preguntó su padre con una sonrisa cálida mientras se acercaba para darle una palmada en el hombro.
Mike asintió, aunque sentía un nudo en el estómago.
—Listo. Solo espero que Eva no se arrepienta en el último momento —expresó con una sonrisa nerviosa, intentando calmarse.
Los minutos pasaban, y los murmullos en la sala empezaban a intensificarse. La música suave que tocaba la orquesta de fondo comenzaba a perder su efecto relajante en Mike, que no podía dejar de mirar el reloj. Los invitados intercambiaban miradas incómodas, y Luciana, desde la primera fila, notaba la tensión en el aire.
Finalmente, el coordinador del evento se acercó a Mike con el rostro pálido y nervioso.
—Le dejaron esto —mencionó.
Tenía un sobre cerrado entre sus manos. Lo entregó en silencio, como si temiera lo que estaba a punto de suceder. Mike, confuso, lo tomó sin pensar demasiado.
—¿Qué es? —preguntó, frunciendo el ceño.
El silencio en la sala se volvió denso, pesado. Mike abrió el sobre con manos temblorosas. Era una carta.
"Lo siento, Mike. No puedo hacerlo."
Cada palabra era como un golpe que lo dejaba sin aliento.
"No puedo casarme contigo. Eres un buen hombre, de verdad lo eres, pero este no es mi lugar. No estoy lista para esto. No puedo dejar mi carrera de modelo, no quiero perder lo que he construido ni mi figura llenándome de hijos. Mi vida no es la que tú te imaginas, y no soy la mujer que crees que soy."
Mike sintió que el papel temblaba entre sus manos mientras continuaba leyendo. No podía creer lo que estaba leyendo. Todo su mundo, sus planes de futuro, se desmoronaban en ese momento.
"Sé que esto te dolerá, pero no puedo seguir con esta farsa. No quiero una vida de esposa tradicional, ni una familia que me ate. Quiero seguir con mi carrera, seguir siendo libre, y lo más importante: no te amo, Mike. No de la manera que mereces. Lo siento tanto."
Las últimas palabras eran casi un susurro en el papel, pero el impacto en Mike fue devastador. El amor que había creído verdadero, la mujer con la que había planeado su vida, todo se desvanecía con esa fría carta. No había despedidas, no había explicación en persona. Solo un adiós escrito con tinta.
Su corazón destrozado latía con fuerza. Las palabras se desdibujaban en su mente, y un zumbido sordo llenaba sus oídos. Alzó la vista, buscando algo, alguna señal de que esto era solo una pesadilla de la que pronto despertaría. Pero no. Eva no estaba allí. La mujer que debía convertirse en su esposa acababa de dejarlo plantado frente a todos, frente a su familia, frente a sus amigos... frente al mundo.
El murmullo de los invitados se volvió un susurro ensordecedor. Luciana se levantó de su asiento, alarmada al ver el rostro desencajado de su hijo. Juan Miguel fue el primero en acercarse.
—Mike, hijo, ¿qué ocurre?
Pero Mike no pudo responder. Las palabras no salían de su boca. Con un gesto brusco, le entregó la carta a su padre y, sin más, se abrió paso entre la multitud. No quería escuchar consuelo. No quería ver a nadie. El aire en el salón se sentía sofocante, cargado de miradas curiosas y compasivas. No quería ni necesitaba lástima.
Salió rápidamente del lugar y, sin detenerse a escuchar las voces de sus padres que lo llamaban, se dirigió a uno de los autos de la familia estacionados en la entrada. El chofer, confundido, intentó acercarse para ofrecerle las llaves, pero Mike las arrebató de sus manos.
—No necesito que me lleves, lo haré solo —murmuró antes de meterse en el auto.
Con el corazón apretado, pisó el acelerador y se lanzó a la carretera. No tenía un destino en mente, solo sabía que necesitaba escapar de todo. El paisaje pasó rápidamente frente a sus ojos mientras la velocidad aumentaba. La furia y la tristeza se mezclaban, creando un torbellino de emociones que no podía controlar.
Cuanto más aceleraba, más borrosos se volvían sus pensamientos. Las lágrimas llenaban sus ojos, pero él las apartaba con rabia. No quería sentir nada. No quería recordar cómo Eva lo había humillado frente a todos. Y entonces, en medio de su desconcierto, perdió el control.
****
A pocos kilómetros de la fallida boda de Mike Duque, Stella se miraba al espejo, soltando un leve suspiro. No había permitido que la maquillaran demasiado; no quería verse producida. Julián se había enamorado de ella tal y como era, y así quería mostrarse en su boda: natural, sin esconderse tras capas de maquillaje.
La ceremonia se celebraría en los jardines de su majestuosa mansión en Newport. Todo estaba dispuesto: las flores, las sillas blancas, el altar frente a la fuente principal, y los empleados de confianza que habían sido su única compañía desde que quedó huérfana. No tenía familia que la acompañara en ese día, salvo aquellos que habían estado a su lado desde su infancia.
Pero algo le resultaba extraño. Los padres de Julián, ni él, aún no habían llegado, y la ceremonia estaba a punto de comenzar.
A pesar de la belleza del día y de lo grandioso que todo se veía, un nudo de incertidumbre comenzó a formarse en su estómago. El vacío que sentía no era de emoción, sino de nervios. ¿Por qué no estaban allí? Julián, tan seguro y encantador, le había prometido que todo saldría bien, que el amor que compartían era suficiente.
Se apartó del espejo, alisando el sencillo vestido que había elegido para la ocasión. No era una mujer de lujos exagerados, a pesar de tenerlos al alcance de la mano, y su atuendo reflejaba esa simplicidad que tanto valoraba. Sin embargo, por primera vez en su vida, la inseguridad comenzó a ganar terreno en su mente.
Las risas y murmullos de los empleados resonaban en el jardín mientras tomaban sus posiciones, pero Stella apenas los escuchaba. Todo parecía perfecto, pero esa pequeña inquietud crecía cada segundo.
«Quizás solo están retrasados» se dijo a sí misma, tratando de calmar sus pensamientos.
—¿Estás lista? —le preguntó su asistente personal, Verónica, desde la puerta del enorme vestidor donde Stella estaba terminando de arreglarse.
Stella sacudió la cabeza, saliendo de sus cavilaciones.
—¿Ya llegó? —preguntó sintiendo que el corazón se le aceleraba.
Verónica negó.
—No —respondió observando a Stella con tristeza.
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