Visitas incómodas
Dos días después del encuentro entre Thomas y Sieglinde, el norteamericano se encontraba junto al nuevo embajador de Estados Unidos en Alemania, pues el último iba a entregar sus credenciales diplomáticas y decidió invitar a Thomas a la ceremonia en la Cancillería del Reich. Mientras estaba mirando el paisaje otoñal a través de la ventana del carro en movimiento, se acordó de la última conversación que tuvo con su padre antes de partir de Washington.
Quiero que tengas muy en claro, Thomas que no vas a viajar por vacaciones. Estarás trabajando en todo lo que te corresponda en la embajada y lo que yo necesite desde la Casa Blanca. Cualquier cosa que suceda con Alemania que tenga relevancia para nuestro país o a nivel internacional tendrá que ser notificado de inmediato. Además, necesito que busques toda la información posible sobre esa chica, Sieglinde y su relación con el mando alemán. Si me entero que por tus estupideces románticas le dices algo de esto a ella, me veré obligado a devolverte y con sanciones bastantes fuertes. No me temblará la mano ante nadie, y menos ante mi hijo.
A Thomas le rondaba todos esos pensamientos en la cabeza y lo carcomía. No quería hacer algo que pudiera perjudicar a su amada. Sentía que ella era tan honesta con él que sería demasiado injusto hacer siquiera algo parecido a lo que se le proponía.
Sus pensamientos fueron interrumpidos al escuchar cómo la puerta fue abierta. El embajador ya había bajado del carro mientras lo miraba preguntando si iba a bajar. El rubio salió del vehículo y el sol abrasador besó su rostro. No era tanto el sol, se podría decir más que el frío golpeó su rostro, generando una cierta sensación de quemadura.
Miró a todos los alrededores del lugar, les recordaba a todos esos libros que había leído sobre la cultura grecorromana y sentía que estaba viviendo esa época. Incluso, había dos estatuas de hombres de cuerpos gloriosos que intentaban recrear la perfección humana.
La más imperfecta de las perfecciones salió de esa puerta custodiada por las estatuas. con un vestido sencillo de falda lápiz vino Tinto con un escote recto y manga larga farol, Sieglinde se acercó a los hombres acelerando el corazón del joven americano. Thomas detalló cada paso que ella daba, que sin duda había estudiado años para lograr ese agraciado movimiento que hacía. No importaba que mínimo acto iba a realizar, era como si todo estuviera perfecta y milimétricamente calculado.
—Su excelencia, Herr. Roosevelt, les doy mi más cordial y sincera bienvenida. Por favor, acompáñenme. El Führer los está esperando.
Todos caminaban por los pasillos llenos de cuadros y decoraciones bastante ostentosas, pero no significaba que no fueran hermosas. No podían evitar quedar deslumbrados ante todo lo que veía, aun así, el rubio no podía quitarle los ojos de encima a la chica que estaba estableciendo una conversación amena con el embajador y con él en inglés.
Los tres llegaron a una puerta bastante grande, de hecho, era la más grande de todo el lugar. En la parte superior se encontraba el águila alemana tallada en madera y la puerta estaba custodiada por dos oficiales de las SS, era la oficina principal de Hitler. Sieglinde entró primero para anunciar la llegada de los americanos y al salir indicó a los dos hombres que ingresaran a la oficina del alemán, mejor dicho, del austriaco.
La ceremonia de entrega de credenciales fue corta pero bastante agradable. Hubo un intercambio de palabras por parte de Hitler y del embajador, y la entrega de la credencial al Führer de Alemania. Cuando acabó la ceremonia, Hitler le pidió a Sieglinde el guiar al embajador a uno de los jardines ya que deseaba hablar con él de manera más informal, pero quería darle un par de consejos a Thomas a solas, pues creía que le podría servir a futuro si quería dedicarse a lo diplomático. Dicho y hecho, Sieglinde y el embajador salieron de la oficina quedando solos Hitler y Roosevelt.
El silencio que había en el recinto era bastante incómodo para Thomas. Sentía que Hitler no hablaba a propósito, con el fin de examinarlo y detallar cualquier acción que el jóven americano pudiera realizar.
—¿Sucede algo, my Führer? —Thomas decidió cortar cordialmente el ambiente tenso. Sentía que había algo en ese hombre que lo incomodaba, y el hecho de que estuviera solo con él en su oficina sin que nadie hablara no mejoraba la situación.
—Siéntese, me gustaría hablar con usted. —Su voz era seria, pero amable al mismo tiempo. Aun así, Thomas sintió que había algo más detrás de esa cordialidad.
Thomas se sentó lo más erguido que podía, no quería demostrar miedo, pero la situación sí era bastante rara.
—¿Cuántos años tiene exactamente? —preguntó el Führer.
—Veintiuno, su excelencia.
—Eres bastante joven para trabajar en una embajada en un país extranjero. —Hitler tomó un sorbo de agua y volvió a mirar a Thomas—. La primera vez que vino a Alemania me comentaron que vino de vacaciones. No me importó, como cualquier turista no había ningún problema. La segunda vez, los Olímpicos, un joven rebelde iría a unos olímpicos que su propio padre boicoteó. Pero una tercera vez siendo el hijo del presidente Roosevelt ya es sospechoso y más que empezará a trabajar en la embajada. ¿Por qué esta vez decidió venir a Alemania, Thomas?
La pregunta tomó de imprevisto a Thomas. El rubio tragó en seco antes de hablar.
—Me gusta mucho este país y me comentaron que necesitaban americanos que trabajaran en la propia embajada, así que accedí. Me enamoré de Alemania y quise venir a comprobarlo.
—¿Te enamoraste de Alemania o de una mujer? —El mayor sonrió asustando un poco a Thomas, ¿acaso había sido tan obvio que le gustaba Sieglinde? Tenía entendido que ella era muy cercana a Hitler, y de alguna forma él se dio cuenta de todo —. No sé si lo sepas, y te lo contaré porque eres un buen chico. Si te vas a casar con una alemana, tendrás que comprobar que eres puramente ario. Tenemos una cuestión bastante fuerte con la genética que espero que comprendas, además en tu caso, me gustaría que la mujer con la que te vayas a casar tenga mi aprobación, ¿entendido?
—Si, my Führer. Comprendo perfectamente la situación. —Sonrió para aliviar el nerviosismo que había en su interior.
—Me encantaría seguir hablando con usted, pero tengo que encontrarme con el señor embajador, espero me disculpe.
—Lo entiendo perfectamente. —Thomas se levantó y se despidió del hombre realizando una reverencia.
El norteamericano estaba a punto de salir cuando un carraspeo le llamó la atención. Giró para ver a Hitler, pero encontró sus gélidos ojos azules. ¿En serio ese hombre como Hitler podía tener si quiera alguna relación con Sieglinde más allá de lo profesional? Ambos tenían el mismo color de ojos, pero lo que expresaba cada uno era algo completamente diferente al otro.
—Antes de que te vayas, Thomas, espero que un hombre veterano como yo en la política le pueda dar un consejo para que le vaya bien en su trabajo. Tengo entendido que es su primer empleo en este ámbito.
—El que sea. Estaré honrado de recibir un consejo de su excelencia —habló Thomas condescendiente para salir en buenos términos.
El semblante de Hitler se volvió oscuro y serio. Al abrir su boca, Thomas se dio cuenta que había sido descubierto sin ni siquiera empezar a hacer el trabajo que pidió su padre.
—No se meta en lo que no le concierne. Así no tendrá problemas innecesarios.
El americano sintió que lo que le había dicho era más una amenaza que un consejo. Thomas solo quería salir corriendo de ahí, pues nunca pensó que un hombre común y corriente -a su punto de vista-, podría tener un alma tan oscura y pesada.
Ya Hitler comenzó a poner los puntos sobre las ies a Thomas. ¿Qué hará nuestro americano favorito?
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!
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