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Juegos Olímpicos

01 de agosto, 1936

¡QUE VIVAN LAS OLIMPIADAS!

Todo el mundo estaba emocionado por los XI Juegos Olímpicos que se celebraban en Berlín. La gente estaba maravillada por el espectáculo que había brindado Alemania. Su estadio era precioso y el Zepelín surcaba los aires de ese lugar para dar la bienvenida a Hitler y las grandes personalidades del Reich. Para sorpresa de Thomas ahí estaba Sieglinde vestida de blanco, sus cabellos estaban sueltos, aunque tenía algunas trenzas, y sus ojos azules claros brillaban como la luz del sol. A su parecer era como una diosa griega que había bajado del cielo para dar un buen augurio a las olimpiadas.


Las trompetas, el fuego, los atletas, todo parecía casi ilusorio, como si estuvieran en la antigua Grecia. Los primeros en entrar fueron los griegos* bajo el efusivo reconocimiento de los alemanes siguiendo varios países. Los italianos desfilaron ante los gritos y cantos de los gemelos Mussolini, después entró la delegación de Reino Unido siendo un efusivo Thomas el que gritaba junto a Cedric, quienes realizaron lo mismo al llegar los atletas de Estados Unidos.

Finalmente, apareció la delegación de Alemania, todo el mundo alzando el brazo derecho, y con una fuerte entonación, Sieglinde comandó un gran Sieg Heil, pero miró por la tribuna un momento y al encontrar la mirada de Thomas quien estaba bastante cerca de donde ella se encontraba, lo saludó con la mano.

La ceremonia de bienvenida finalmente terminó y ya se estaban preparando para las primeras competencias, por lo cual decidieron dar un receso para que los asistentes pudieran caminar un poco e ir al baño. André y Sigi estaban hablando mientras caminaban un poco para estirar las piernas, tanto tiempo sentado era agotador.

—Hace poco vi a la baronesa Felicia entre los invitados italianos, tengo que ir a saludarla. ¿Me acompañas, Sieglinde? —André preguntó. La chica negó.

—No estamos en buenos términos. Por más que intente ser cortés, se notará la tensión en el ambiente. Prefiero evitar problemas —habló con indiferencia.

—No te preocupes, igual te defendería de ella, pero está bien. Si no te llevas bien con la baronesa, entonces la saludaré en otro momento. —Sieglinde sonrió ante la respuesta de André, lo tomaba como un gesto considerado hacia ella.

—Por cierto, André, ¿no has pensado con quién vas a casarte? Ya tienes veinte años. No puedes quedarte soltero para siempre. —Sieglinde decidió tocar el tema, creía que André era el mejor partido para la gran mayoría de las mujeres y cualquiera estaría deseoso de ser su esposa. Era elegante y caballeroso, aunque con ciertos toques de coquetería.

—Por ahora no, tengo que esperar a que llegues a la mayoría de edad para casarnos. —André sacudió su mano con indiferencia.

—¿Aún sigues con ese juego?

—Quién sabe, puede que al final no sea un juego. Aún así, tienes dieciséis años, podríamos casarnos con el permiso de tu padre. —El pelinegro le sonrió coquetamente antes de seguir con su camino.

Al otro lado del Coliseo Olímpico, Flavio entró al baño cuando encontró una de las escenas más raras que había visto en su vida: Cedric estaba acorralando a Pierre en una esquina en el baño. Al ver semejante obscenidad se alteró tanto que alcanzó a soltar un grito.

—¡POR EL AMOR DE DIOS! ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?! —El italiano estaba más que sorprendido, no podía creer nada de lo que presenció hace un momento. Cedric se enderezó y miró al italiano con indiferencia.

—Ah, Flavio, ¿cierto? Este hombre me rasgó mi blusa por accidente y estoy convenciéndolo para que me haga uno nuevo —Cedric le dijo como si nada mientras libraba a Pierre de sus brazos. Flavio miró la camisa del inglés y, efectivamente, tenía un rasguño a la altura del abdomen.

—¡Flavio, viniste por mí! —Pierre logró salir corriendo para ponerse detrás del italiano —. Pensé que Cedric me iba a matar, mejor dicho, ¡lo hubiera hecho si no hubieras llegado!

—¡Por el amor de Dios! Otro los hubiera disparado por creer que son unos malditos homosexuales. Menos mal que no hay nadie más en el baño. —suspiró librando sus tensiones.

—¿No se supone que los homosexuales extranjeros están excluidos del artículo 175?* —el británico preguntó.

—Así es, pero eso no significa que si alguien llega y ve esta situación lo malinterprete y termine en tragedia, así que tengan más cuidado con lo que hacen. Ustedes son normales y lo sé porque conozco el carácter mujeriego de Pierre, no salgan con esas cosas y menos en público —aclaró el italiano.

De algún lugar escucharon cómo sonaba el retrete de un baño y salió Thomas para lavarse las manos. Todos miraban como el rubio actuaba como si nada y eso los sorprendió y les indignó al tiempo.

—Siempre impertinente como siempre, Thomas. —El americano le sonrió a Cedric quien había soltado la frase.

—Sabes que siempre he sido así, Cedric, pero este no es un lugar para que los caballeros conversen, ¿no es así? —La cara de Flavio era un poema, pero al final decidieron salir del baño encontrándose con André y Sieglinde.

—Veo que tenían una conversación interesante en el baño. —El comentario del mayor de los gemelos agradó a la alemana.

—¡Claro que sí! Pero decidimos parar porque se estaba volviendo un poco incómodo —dijo Pierre

—Conozco un buen lugar para conversar, si quieren podemos ir después de la siguiente competencia —habló la mujer.

—Me parece bien, Sigi —Thomas sonrió provocando que la alemana ruborizaba su piel blanquecina, en parte por falta de sol hacía que se notara mucho más que en otras personas. En ese momento un soldado llegó saludando con un fuerte Heil y alzando el brazo derecho mientras se acercaba a Sieglinde.

—Mi señora, el Führer solicita su presencia y la del joven Roosevelt. —Con eso se retiró.

—¿Mi presencia? —Thomas quedó sorprendido por el hecho.

—Parece que le he hablado al Führer tanto sobre ti que le agradó la idea de conocerte . —Sieglinde sonrió, como si hubiera realizado una travesura.

—No deberías perder la oportunidad, Thomas —Cedric habló. También tendría una reunión con él y consideraba que debían tener las mejores relaciones posibles ya que Alemania estaba intentando mostrar su mejor faceta para volver al escenario internacional.

También tenían que estar en buenos términos con el país que decidió romper el tratado y rearmarse a puntos alarmantes para la seguridad de Europa.

—¡Buena suerte Tom! —Pierre empujó a Thomas tan fuerte que hizo que perdiera el equilibrio y cayera al piso, llevándose a Sieglinde con él ya que para evitar perder el equilibrio la había agarrado instintivamente del brazo. Todos estaban sorprendidos mientras que el francés miraba todo con una sonrisa —. ¡Ups!

—¿Estás bien? —el americano se preocupó al ver como la alemana se ruborizaba cada vez más y tenía una cara angustiada. Más que eso estaba nerviosa, pues sentía la respiración y el aliento de Thomas en su cara. No estaba encima de ella, sino al lado, pero no dejaba de ser vergonzoso frente a los hombres. Todos miraban esa osadía por parte de Thomas, algo tan descarado al punto de ser considerado erótico.

El rubio se levantó rápidamente y ayudó a Sieglinde. La alemana se sacudió su vestido y, sin mirar al americano, empezó a caminar mientras Thomas la seguía con mucha vergüenza por lo sucedido anteriormente. Cuando llegaron a la tribuna principal, un brillo los encegueció, pero con el paso de los minutos se iban acostumbrando a la luz natural. Luego fueron aturdidos con los sonidos de las personas cantando y vitoreando. Ludwig los estaba esperando en la entrada para recibirlos.

—Roosevelt, es un placer volver a verlo —saludó al americano con un apretón de manos, después miró a la mujer —Sigi, ¿estás bien?

—Parece que tuvieras exceso de maquillaje, Sieglinde. ¡Estás toda roja! —Una mujer alta y rubia se acercó a la menor. Parecía ser ligeramente mayor que Sieglinde y era muy simpática, además de tener un cuerpo atlético.

—Siempre diciendo cosas impertinentes, Braun. —Se acercó a su oído susurrando —. ¿En serio me veo tan roja?

La mayor soltó una risa ante ese comentario.

—¿No me vas a presentar a tu amigo? —Thomas miraba confundido. Sieglinde suspiró.

—Thomas, ella es Eva Braun, la secretaria personal del Führer. Eva, este es Thomas Roosevelt. —Los presentó rápidamente y con desgana. Esa actitud sólo lo tenía cuando estaba Eva presente y tenía que involucrarse con ella directamente

—Un placer, señorita Braun. —El rubio le besó delicadamente la mano.

—El placer es mío, Thomas. —Eva soltó una risilla haciendo que Sieglinde rodara los ojos.

El estadio estalló en un sonoro Heil Hitler al ver como el líder de Alemania entró a la tribuna junto con varios soldados y sus dos grandes compañeros. Todos los que se encontraban en la tribuna principal realizaron el mismo saludo. Hitler saludó primero a Sieglinde y Ludwig.

—¿Están disfrutando de los juegos? —Puso sus manos en sus hombros.

—Así es, mi Führer. —contestaron al unísono —. Hoy va a ser una gran competencia. —habló la mujer.

—No lo dudo, Sieglinde. —Quitó las manos y se dirigió al estadounidense. El rubio se sorprendió al ver como se acercaba a saludarlo efusivamente —. Por fin conozco a uno de los hijos del presidente Roosevelt. Es un placer y un honor recibirlo, Thomas. Espero se sienta bienvenido en mi país.

—El gusto es mío, My Führer. —El mayor sonrió ante la modales que tenía el estadounidense.

—Lamento que su padre no haya podido venir a presenciar los juegos. Sabe perfectamente que la sangre estadounidense es muy fuerte al igual que nuestros puros alemanes.

—Muchas gracias por su comprensión. Gobernar un país tan grande es muy duro y no puede darse un descanso, ni siquiera para los Olímpicos. Le agradezco por entender el motivo de su ausencia.

—No es problema, hijo. Le presento a los que se encuentran aquí, primero al ministro de Propaganda, Joseph Goebbels. —El par se saludaron cortésmente —. También se encuentra un gran arquitecto y amigo mío, Albert Speer. A él le debo la construcción de este hermoso estadio. —El mencionado lo saludó.

—Es un placer conocerlos a todos —saludó Thomas con formalidad.

—Me imagino que ya debiste conocer a mi secretaria personal Eva Braun y al jefe de escoltas de la cancillería, el teniente Ludwig von Wolffen. —Roosevelt sonrió al escuchar el último apellido.

—Así es, el señor Von Wolffen y mi persona nos conocimos seis meses atrás.

—Y no puedo dejar atrás a mi hermosa Sieglinde von Wolffen, es técnicamente mi mano derecha en la logística. Puede que sea menor, pero hace un trabajo impecable. —Sigi simplemente sonrió, amaba ser halagada por su jefe —. Hay mucho de qué hablar, Herr. Roosevelt. —Los dos se sentaron a hablar y el resto los imitó. Sigi hablaba con Ludwig y muchas veces sonreía con confianza. En un momento, abrió su abanico y se cubrió media cara.

—¿Sucede algo, Sigi? —preguntó Ludwig

—Mi corazón está latiendo demasiado fuerte, pero no me duele. —Miró un momento a Thomas quien estaba hablando con Hitler y se sonrojó más —. ¿Tendré fiebre o algo?

El teniente negó.

—Ya me di cuenta el por qué —Ludwig susurró mientras sonreía.

Thomas en un momento desvía su mirada a Sieglinde quien estaba mirando la competencia. A su consideración, le parecía demasiado tierna y hermosa al tiempo. Solo deseaba que lo mirara con esos ojos hasta el fin de sus días. 

Un par de días después, Sieglinde y Ludwig se encontraban en uno de los jardines de la cancillería, consideraban que el clima era perfecto para almorzar al aire libre acompañado de las flores y las mariposas que volaban en el lugar. Nada más que el canto de la naturaleza y los rayos del sol para hacer ese encuentro mejor. Al escuchar el anuncio del chalet del Führer, ambos se levantaron al ver entrar al mayor de todos. Hitler realizó un ademán para que ambos se sentaran, un mesero le llevó su almuerzo y se retiraron quedando solo los tres.

—Pensé que estaría en una reunión de Estado —habló Ludwig.

—Decidí posponerlo para la noche. Las competencias son entretenidas, pero al mismo tiempo son agotadoras estar en todas, por lo cual decidí faltar a algunos eventos para tomar un respiro.

—De todas formas, nos alegra mucho a los dos contar con su presencia, mi Führer —Sieglinde habló y el hombre mayor le acarició el cabello.

—Estamos solos los tres, no es necesario que me llame Führer en este momento. —Sieglinde sonrió ante lo que dijo Hitler.

—Está bien, padre. Me encantaría decir esa palabra en público. —Los hombres sonrieron al escuchar esa palabra que muy pocas veces Sieglinde podía pronunciar en privado, y que estaba completamente prohibido en público —. Quisiera saber qué has pensado sobre Thomas. —Hitler seguía comiendo su almuerzo mientras meditaba. No sólo podía ver la situación como la de un padre intentando saber si el pretendiente de su hija tenía buenas intenciones, sino saber qué consecuencias podría llevar al país tener dicha relación.

—Mi querida hija. La verdad no considero que sea una muy buena idea que te sigas relacionando con él, pero tengo que admitir que es una muy buena fuente de información.

—¿Desea sacarle información a Thomas? —Sieglinde estaba un poco confundida. Entendía la preocupación de su padre, no se sabía que tan bueno o malo era tener dentro del país al hijo del presidente de Estados Unidos.

—¡Exacto! No creo que sea contraproducente, solo quiero saber que piensan los americanos de nosotros, y así poder corresponder de la misma manera. Si tiene buenas intenciones de relaciones amistosas con Alemania entonces no hay de qué preocuparnos.

—No sé si sea una buena idea...—Sieglinde jugaba con el tomate cherry que tenía en su plato, aprovecharse de la amabilidad de Thomas no consideraba algo correcto. No quería que su primer interés romántico en sus dieciséis primaveras fuera afectado por ella.

—Sieglinde. —Ludwig agarró delicadamente su mano —. Es por el bien del Reich, además, es la única forma en que puedas estar con él.

La alemana pensó un momento y sonrió con dulzura, así podría estar todo el tiempo con el hombre que le gustaba. Era un pequeño sacrificio y trabajo, pero los beneficios superan con creces. Era una situación donde todos ganaban, o eso era lo que Sieglinde creía.

—Eso significa que podré estar con él durante el tiempo que desee. —Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro asombrando a ambos hombres. ¿Acaso Sieglinde se había encaprichado tanto con ese americano? —. No deseo hacerle eso a Thomas, pero si es por un bien mayor del Reich lo haré con mucho gusto.

—Te darás cuenta que habrás tomado la decisión correcta —Hitler habló antes de llevarse un bocado de ensalada a su boca.

Los tres continuaron almorzando en calma bajo el sonido de la admiración y el futuro incierto. 

Y ahora, la lección del día de historia: 

*Griegos: al ser los antiguos griegos los fundadores de las Olimpiadas, en todos los juegos Olímpicos, sin importar la sede, los primeros en desfilar son la delegación de Grecia, luego desfilan los países por orden alfabético y finalmente el país anfitrión. 

*Artículo 175 del código penal alemán: el contenido del artículo penaba los comportamientos homosexuales entre hombres, solo hasta 1989 fue que se eliminó este artículo 

Y esto es todo por ahora, ah cierto ¿Qué piensan sobre que Hitler es el padre de Sieglinde? los leo. 

Bye bye! 

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