Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Amores y corazones confundidos

Sieglinde estaba algo sorprendida por esa prohibición, Ludwig ni se inmutó ante eso, la verdad ni le importaba. Por algún motivo el corazón de la chica le dolía. De un impulso que salió de la parte sentimental de su ser, Sieglinde imploró ante Hitler.

—Mi Führer, mi amado líder. No me desviaré del camino que eligió para mí, pero me gustaría conocer a ese chico un poco más. No tengo ningún conocido de las Américas. Quiero saber qué hacen, qué comen, cómo actúan.

Hitler suspiró y miró a Ludwig, se dio cuenta que el teniente estaba un poco escéptico a lo que Sieglinde decía. Miró el reloj, su cliqueo sonaba fuertemente en la gran oficina produciendo algo de eco, luego miró a la chica a los ojos.

Mientras que los ojos de Sieglinde reflejaban la más tierna pureza, los de él parecían los de una bestia que en cualquier momento podría devorarla.

—Un motivo —Sieglinde lo miró extrañada ante lo que dijo su Führer —. Dame un motivo para permitir que puedas verlo.

Sieglinde se quedó en silencio y miró al piso, luego al techo. Ese acto reflejo siempre lo hacía cuando intentaba encontrar motivos para justificar algo, tal vez buscando la ayuda desde lo divino sea que estuviera arriba o abajo. Cuando creyó que podría tener una buena respuesta, finalmente suspiró y abrió sus labios cereza.

—Porque es el hijo del presidente de los Estados Unidos. Me gustaría conocer su cultura y si logro que conozca la nuestra, podríamos generar un acuerdo entre Alemania y Estados Unidos. Sé que esos países se encuentran en continentes diferentes, pero no podemos limitar nuestras mentes únicamente a Europa.

Hitler sonrió y se relajó en su silla.

—Maravillosa idea, Sieglinde, por eso es que siempre que tengo dudas sobre la juventud y las relaciones sociales acudo a ti. Eres pequeña, pero muy inteligente, estoy seguro de que serás una gran esposa y madre a futuro. Está bien, te autorizo a que puedas estar con él, pero si llega a pasar algo más me lo tienes que notificar de inmediato.

—¿Algo más? —Se volvió a sonrojar, lo sabía porque sus mejillas ardían con fuerza —. Lo dudo mucho, en algún momento tendrá que regresar a Washington. Creo imaginarme a que se refiere con algo más, pero no creo que resulte, se perfectamente mi rol en el Reich. Además, una relación a distancia es imposible, con que seamos amigos para mí es suficiente. —le dijo con total sinceridad, aunque algo dentro de ella no quería asimilar en lo que había acabado de decir. No lo diría, pero había sentido una muy buena conexión con Thomas.

—Por mí, mejor. —Hitler se paró y se acercó a ambos chicos, primero acarició la cabeza de Ludwig y luego la mejilla de Sieglinde —. Ustedes dos son absolutamente todo lo que tengo. Lo que hago es por su propio bien. —Sonrió.

Escucharon que la puerta fue golpeada un par de veces y el mayor volvió a su faceta seria, le estaban informando sobre su próxima reunión. Suspiró porque no se acordaba de eso y no tenía muchas ganas de encontrarse con los oficiales. Era muy poco el tiempo que compartía con Sieglinde y Ludwig y eso no le gustaba para nada.

—Eso era todo lo que tenía que contarles. Retírense. —Los jóvenes se acercaron a la puerta, pero un carraspeo les interrumpió el camino —. Cuídense, tengan un buen día.

Ambos chicos sonrieron, Sigi rápidamente salió corriendo hacia el mayor y le dio un beso en la mejilla, y volvió con Ludwig.

—También, ten un buen día.

Ahí ambos se retiraron del lugar. Ludwig tenía algunos asuntos pendientes mientras que Sieglinde tenía clases, pero antes de dividir sus caminos, el rubio se detuvo frente a ella.

—No sé qué tienes en mente, Sieglinde, pero quiero que sepas que cualquiera que sea la decisión que vayas a tomar siempre te apoyaré. Solo no realices nada indebido. —Sieglinde le sonrió.

—Gracias, Lud.

Los siguientes dos meses eran considerados los mejores para la joven pareja. Sieglinde le enseñaba a Thomas todo lo que creía que debería conocer de Berlín: sus parques, museos y jardines. Hacían muñecos de nieve, también peleas de nieve, tenían citas e iban al cine. Durante ese tiempo tuvieron la oportunidad de conocerse un poco más.

El norteamericano había estudiado leyes en Yale, era procedente de Nueva York y le gustaba jugar polo. La alemana recibía clases privadas, amaba los cítricos y los postres, practicaba la equitación y había logrado convertirse en parte de la logística de Hitler. Por eso era que estaba todo el tiempo en la cancillería, tanto que incluso vivía en ella. Según la alemana, él Führer la podría requerir en cualquier momento además de que era la hija de un gran amigo de él.

Conforme el tiempo iba pasando, los dos se acercaban cada vez más el uno al otro, generando sentimientos que cada vez eran más difíciles de describir, pero que se sentía agradable para el alma.

—¿Cómo es Estados Unidos? —Sieglinde preguntó.

Ambos estaban en una cafetería tomando una malteada, chocolate para Sieglinde y vainilla para Thomas. Una clásica cita donde cualquiera que los viera juraría que eran un par de novios enamorados. ¿Y no era así? Los dos se consideraban amigos, pero había momentos en que creían y deseaban ser algo más.

—Es un gran país, y no me refiero solo al territorio, sino a su gente. Es un lugar agradable para vivir, clima perfecto y paisajes hermosos. Claro, sin demeritar Alemania, que es igual a los cuentos de hadas de los hermanos Grimm —respondió Thoma.s

—¿En serio? Me gustaría conocerlo algún día y sí, creo que aquí se pueden vivir cuentos de hadas —El rubio sonrió ante lo que dijo Sieglinde. Cada vez que lo hacía, Sieglinde sentía unas pequeñas cosquillas en el estómago. No podía negar que tenía una sonrisa muy bella a su parecer.

—Claro que sí, te llevaré a New York, viajaremos a muchos lugares y comerás pie de manzana. ¿Te gusta la idea? —propuso Thomas

—Me encantaría. —Sieglinde sonrió mientras sus ojos brillaban.

Los dos quedaron en silencio durante un tiempo, no era incómodo, pero a Thomas le surgió una pregunta que quería hacer desde hace mucho tiempo.

—¿Te gustaría tener una familia? —La menor asintió mientras tomaba un poco de su malteada de chocolate. Esas preguntas ya eran normales para la edad de ambos —. Espero no ser imprudente con lo que diré, pero ayer en la noche estaba soñando cómo sería si formara una familia con usted.

Sieglinde se ruborizó demasiado, no esperaba tal afirmación. Fue algo que la avergonzó demasiado, aunque no podía demostrarlo. Sentía todo su cuerpo arder, pero decidió seguirle el juego.

—¿Cómo se imaginaba esa familia?

—Una bastante grande. —El rubio pagó la cuenta mientras que Sigi limpiaba el labial del vaso —. Yo sería el amoroso de la familia y tú la seria, era un sueño hermoso del que no quería despertar.

La menor soltó una pequeña risa para luego retirarse del lugar, Thomas pensó que había sido por el comentario, motivo por el cual salió corriendo detrás de ella.

—Sieglinde, perdón por lo que dije, no lo decía en serio. —La mujer detuvo su camino y giró un poco, apenas lo suficiente para poder verlo —. ¿Por qué saliste así del lugar?, ¿tenías pensado dejar a este caballero atrás?

—Nein*. —Sonrió —. Lo hice porque sabía que, apenas salieras, vendrías detrás de mí. —ambos sonrieron.

A Thomas le encantaba mirar esos ojos tiernos llenos de vida, sentía que si los miraba viajaría a un mundo totalmente desconocido, un mundo puro donde creía que los cuentos de hadas existían y podría encontrar la paz.

Aunque ambos lo desearon, la realidad golpeó la puerta cuando llamaron a Thomas desde Washington. Se había quedado más tiempo de lo que tenían planeado en Alemania y tenía que regresar por orden del presidente Roosevelt.

Ambos se encontraban en el aeropuerto, Sieglinde había decidido acompañarlo hasta que el avión despegara. Se sentía triste, no lo podía negar, era su amigo quien se iba, pero, aunque ambos lo negaran, los sentimientos florecieron más rápido de lo pensado.

¿Amigo? Podría ser, pero sentía que había algo más, pero que la vida le dio una mala jugada y al final no lo pudo demostrar.

Demostrar que se había metido de más en ese juego y terminó ardiendo en el infierno del desamor.

—¿Por qué no te puedes quedar más tiempo? —Thomas soltó una risa al escuchar esa voz tierna. Cuando quería, Sieglinde podía ser bastante caprichosa.

—Mi padre me necesita, ahora que está gobernando el país, y ya terminé mi carrera tengo que ser más responsable. —Sigi bajó la cabeza a lo que Thomas la levantó agarrándola suavemente del mentón —. Quiero que me escuches, estos dos meses contigo han sido los mejores de mi vida. Volveré a ti, te lo prometo.

—¿Puedo ser sincera contigo? —El norteamericano asintió —. El día que te conocí, no iba a ser yo la que iba a ir, pero el delegado enfermó y al escuchar la noticia me ofrecí a reemplazarlo. No me arrepiento de haber ido, porque pude conocerte, Thomas. —La confesión invadió el corazón del rubio de alegría.

—Me emociona escuchar eso, hace que nuestra amistad sea más especial. —Cuando Thomas lo dijo, sintió un pequeño pinchazo en el pecho. Su cara reflejó ligero arrepentimiento al decirle que era amiga cuando en verdad deseaba ser mucho más que eso.

La chica sonrió y mostró su dedo meñique derecho. El americano estaba confundido. El día estaba acabando y los tonos anaranjados bronceaban sus cuerpos, el viento era fuerte, sus cabellos se movían al compás de la sinfonía que la naturaleza les brindaba.

—Hace poco hubo una reunión en la cancillería con unos japoneses —habló Sieglinde —, y me enseñaron que, si entrelazamos los dedos meñiques y hacemos un juramento, estábamos obligados a cumplirlo.

El rubio sonrió y entrelazo su dedo con el de Sieglinde. En ese momento, un corrientazo se sintió en sus cuerpos, pero no era incómodo, aun así, estaban sorprendidos. Pensaban que tal vez era el frío.

—Ya tengo mi juramento. Te juro que te llamaré semanalmente, y volveré a ti. Regresaré a Alemania y lo primero que haré será buscarte.

Sieglinde sonrió al escuchar eso, Thomas se ruborizó al ver tan semejante belleza que formaba la curva de sus labios, nunca la había visto sonreír tan tierna, tan hermosa. Maldecía el tener que regresar a su hogar.

—Si miento tragaré mil agujas y me cortaré el dedo. —La chica lo cantó con naturalidad y retiró su dedo. Thomas lo miró un poco extrañado y luego a ella.

—Eso fue...siniestro.

—Lo sé, pero no tienes que preocuparte, porque sé que cumplirás esa promesa.

Al escuchar el último llamado para abordar los dos se miraron con tristeza, como si rogaran para que el tiempo se detuviera y pudiera quedarse, pero la razón los golpeó y ambos se abrazaron, el rubio fue quien había tomado ese impulso, Sieglinde le correspondió con algo de tristeza, pero tenía que confiar en que esa promesa se cumpliría.

Cuando el avión despegó, dos oficiales de alto rango de las SS se acercaron a Sieglinde por detrás.

—El Führer ya no tendrá que preocuparse de nada —afirmó Sieglinde a los oficiales.

—¿Por qué lo dice, señora?

—Thomas ya se fue —hablaba sin mirar a los oficiales —. Las historias que tuve con él, al igual que las palabras, son efímeras. Todo se fue volando en ese avión. Me gustaría abrir las alas y volar junto a él, pero no puedo. Por ahora solo haré lo que el Führer considere lo mejor para mí.

Los oficiales solo podían ver a Sieglinde de espaldas, algo beneficioso para ella porque, por primera vez en mucho tiempo, su rostro reflejaba la más profunda tristeza. Al final de todo seguía sonriendo, porque la última frase que dijeron le llenaba de esperanza de volver a verlo.

Nos vemos en los Olímpicos.


Nein: no

No hay más que explicar jaja, decidí enfocarme en las relaciones interpersonales e iremos avanzando mientras el tiempo corre. Los espero en los Olímpicos de Berlín con muchas referencias.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro