
Capítulo 8
Violeen estaba disfrutando de una semana muy tranquila. No había sabido nada de Bellatrix ni de ningún otro mortífago y por la otra parte, Dumbledore le había aconsejado que simplemente esperara. Así que no tenía que hacer nada. Tras el estrés del último mes, citándose con una asesina en serie y cenando con un monstruo genocida, agradecía la calma.
No obstante, tuvo que reconocerse tras una de sus sesiones de meditación que para ella la calma solía ir de la mano de la tristeza. La actividad había desplazado esos sentimientos, pero afloraban en su alma con facilidad.
—Podría quedar con Sirius... —caviló una mañana.
Echaba de menos el contacto humano. Lo había recuperado (casi forzosamente) tras muchos años, se había acostumbrado y ahora deseaba poder hablar con alguien, mirar a otra persona a los ojos y sentir su magia y su energía. Claro que no a cualquier precio, había gente demasiado insoportable para añorarla... En eso pensaba cuando salió a correr la mañana del viernes.
—¡Ah! —gritó con horror cuando lo que parecía una araña gigante se cruzó en su camino.
Al momento le arrojó sin pensarlo un maleficio para asfixiarla. Y se dio cuenta de que sus instintos habían cambiado. O alguien la había obligado a cambiarlos. Hace unos meses jamás hubiese acabado con un ser vivo (por muy asqueroso que fuera), pero ahora... Le dio miedo darse cuenta de que Madame Lestrange había influido en ella y había manipulado su mente más de lo que creía. Por suerte se había librado de ella...
—Me sorprende ver que algo aprendiste.
Ese susto fue superior al anterior. Violeen se giró y ahí estaba la mortífaga, mirándola a cierta distancia con su expresión altiva y despectiva habitual. Comprendió que ella había soltado al bicho ese para ponerla a prueba. Violeen gimoteó con agobio. Ya había vivido esa escena y no deseaba repetirla.
—¿A dónde vas?
—A correr para hacer ejercicio —respondió Violeen con resignación—. Pero en esta ocasión, de haber sabido que estaba usted aquí, sí que hubiese corrido para huir.
Contra todo pronóstico, eso hizo casi reír a la bruja, que también recordaba el encuentro anterior. Dibujó una sonrisa involuntaria que Violeen jamás había visto. Le quedaba bien (como cualquier otro gesto, siendo honesta).
—En fin... Me alegra ver que sigue... viva, pero sigo con lo mío —respondió la chica girándose lo más rápido posible.
—Te acompaño.
—¿Qué?
—Que te acompaño —repitió Bellatrix.
Le estaba costando más que recibir un crucio, pero debía obedecer a su maestro. Y dado que tenía que llevarse bien con la maldita chica, había decidido tomárselo con esperanza. Tal vez ella también podía aprender algo... Al fin y al cabo su extraña discípula usaba magia sin varita; Bellatrix mataría por ser capaz de ello. Quizá podía observarla y encontrar la forma de imitar la parte que le interesaba.
—Pero... —respondió Violeen con voz ahogada—. No lleva ropa adecuada y...
Se interrumpió ahí, contemplando el generoso escote que la mortífaga mostraba en un vestido verde oscuro. No, no podía correr así.
Con un gesto de varita, el vestido se transformó en un conjunto de entrenamiento igual de elegante que práctico. Violeen la miró con admiración.
—Sí que es buena bruja... —murmuro admirada.
Bellatrix abrió los ojos con incredulidad. ¿¡Ahora se daba cuenta la estúpida hippie esa!? Violeen descifró su error en la mirada asesina de la mortífaga y al momento echó a correr. Ese instinto —el de huir— le seguía funcionando igual que siempre. Y se acrecentó cuando escuchó unas pisadas tras las suyas.
En esa ocasión Violeen no corrió para entrenar ni para despejar su mente: corrió como si la vida le fuese en ello. Ignoraba si Bellatrix solo la acompañaba o planeaba matarla cuando la alcanzara, pero prefería no comprobarlo. Lo que sí pudo notar fue que la bruja era ágil y veloz, no la perdió en ningún momento.
Corrieron por la ribera, sobre la hierba alfombrada de hojas que crujían bajo sus pies, entre árboles que danzaban con el viento. Bellatrix no llegó a alcanzarla; probablemente por decisión propia, prefería ser ella la que la tenía a tiro y no al revés. Violeen lo agradeció, hubiese sido más violento de haber tenido que conversar o incluso mirarse y trotar juntas. Se sorprendió al regresar de que hubiese transcurrido más de una hora: se le había pasado mucho más rápido, probablemente por la tensión.
—Se le da bien para no haber corrido nunca —reconoció Violeen cuando Bellatrix se detuvo frente a ella.
Notó, no obstante, que la mortífaga estaba agotada. Jadeaba ligeramente, sudaba y se notaba que no deseaba dar ni un paso más; pero a diferencia del resto de los mortales, a ella le aportaba un brillo atractivo, casi erótico y no le restaba ni un ápice de atractivo.
—No corro sin motivo, eso solo lo hacéis los tontos —respondió Bellatrix intentando fingir que todavía podía respirar—. Pero sí que me gusta perseguir a gente y lo practico mucho.
Violeen sacudió la cabeza. Esa mujer era muy mala persona.
—Bueeeno... —murmuró Violeen deseando poner fin al encuentro—. Ha sido divertido, me voy a duchar. A no ser que quiera acompañarme también en eso...
La propuesta fue y sonó casual, despreocupada. Hasta tal punto que Bellatrix se preguntó si ducharse con desconocidos era algo que esa chica solía hacer. No respondió, solo la miró fijamente. Obvió la proposición y le dijo:
—Mañana hay una cena en la mansión Malfoy, algo pequeño e informal, pero tienes que venir.
—¿Por qué tengo que hacerlo?
—Porque yo he corrido contigo.
Violeen la miró confusa por unos segundos.
—¿Me ha acompañado a correr contra mi voluntad y a cambio yo tengo que aguantar una cena también contra mi voluntad?
—Te está costando, pero estás aprendiendo a complacerme por fin —respondió Bellatrix satisfecha—. A las ocho, te pasaré a buscar. Más te vale ser puntual y ponerte algo digno.
Ni media réplica hubo porque la mortífaga desapareció. «Pero qué ha pasado...» se preguntó Violeen desconcertada mientras entraba en su casa. Había salido a correr y había vuelto con una cita para cenar en familia. Bueno, al menos ya no echaba de menos ver gente.
—Oh, no... Necesitaré un estúpido vestido... ¿O podré ponerme el que me dieron la otra vez? —se preguntó.
Le dio bastantes vueltas y decidió que no, seguro que a las hermanas Black les resultaba vulgar que repitiera vestido y más siendo uno de segunda mano.
—Tendré que comprarme algo —murmuró apenada revisando su armario.
No tenía nada elegante y no le gustaba gastar dinero en cosas que solo se iba a poner una vez. Recordó entonces los cincuenta galeones que ganó en el Foro. Le daba tan poca importancia al dinero que ni los recordaba.
A la mañana siguiente fue de compras. Para eso sí que le hubiese venido bien una amiga, no tenía ni idea de qué se llevaba o qué era elegante para la gente de sangre pura. Visitó primero un par de tiendas en el Callejón Diagon y se probó varios vestidos que las dependientas le sugirieron, pero con ninguno se sentía cómoda. Entendía que a Madame Lestrange le gustasen los escotes (tenía motivos para ello), pero a ella no. Acabó en el Callejón Knocturn, mirando el escaparate de una boutique con tintes góticos. No era para nada su estilo, pero estaba ya tan desesperada que entró.
—¿Te puedo ayudar en algo, amor?
Violeen se giró sorprendida, no había visto a la dependienta, una mujer pelirroja de cintura estrecha y curvas marcadas. Tenía un aire a Bellatrix, le pareció una señal... de algo.
—Eh... Yo... Tengo una fiesta y necesito ropa...
—Muy bien. ¿Algún estilo en particular?
—No me gustan mucho los vestidos...
La dependienta la miró ladeando la cabeza. Seguidamente le tomó un par de medidas con su varita y le ofreció un par de vestidos. Eran más discretos y menos escotados que otros que se había probado, con eso la chica se sintió más cómoda. Aunque tampoco acababan de emocionarla...
—Y esta sería una opción bastante más arriesgada... —comentó la dependienta mostrándole un conjunto de pantalón, blusa y americana—. Las brujas no suelen llevar esto, es más muggle... pero es de primera calidad, pantalón de escamas de dragón, blusa de seda de hadas y la americana tiene conjuros térmicos que regulan la temperatura corporal.
Violeen lo miró con curiosidad, eso tenía mejor pinta.
—Vale, me lo pruebo.
Con los pantalones estaba más familiarizada que con los corsés y los vestidos de cinco capas en los que no sabía ni meterse.
—Parece que este está mejor, ¿no? —le preguntó a la dependienta.
La mujer la miró abriendo los ojos con sorpresa.
—Estás impresionante, cielo —aseguró ajustándole los volantes de la blusa para que se vieran bajo la americana—. Pero te tendrás que poner tacones.
—¿Qué? Nunca he llevado, no sé andar con eso...
—Entonces mejor en botín.
Le sacó un par de botines negros de tacón fino. A Violeen le resultó extraño y complicado para andar, pero en cuanto se le ocurrió probar con un conjuro locomotor, todo se volvió más sencillo.
—Estupendo, me llevo esto entonces.
—Muy bien —respondió la dependienta satisfecha.
Violeen se cambió de nuevo. La mujer se lo envolvió todo, ella pagó y se marchó por fin. Le había llevado toda la mañana, pero había merecido la pena.
Por la tarde empezó a prepararse bastante pronto, Bellatrix era muy obsesiva con la puntualidad (o quizá ella era demasiado laxa). Se duchó y se puso su ropa nueva. Iba todo bien hasta que intentó ajustar los adornos de la blusa como había hecho la dependienta. «Estúpida blusa...» masculló tironeando de ella. Esa batalla la perdió y optó por quitársela. Le hizo gracia pensar que a Bellatrix le gustaría ver que había algo que sí que la hacía perder la paciencia...
—Esto requiere llevar sujetador, a ver si tengo alguno —murmuró cuando decidió ir solo con la americana entallada.
Tuvo suerte y encontró uno negro que casi nunca usaba. Se vio mejor (al menos más cómoda) sin la blusa, juzgó que así estaba perfecta. Confió en que el resto de invitados pensasen lo mismo. No quería destacar, solo encajar, no llamar la atención y que terminara lo antes posible.
Como había imaginado, Bellatrix llamó a su puerta diez minutos antes de la hora acordada.
—Ya estoy —proclamó la chica satisfecha.
—Ya podrías haber...
Bellatrix se interrumpió. La miró de arriba abajo lentamente. Era algo que acostumbraba a hacer, a Violeen no le sorprendió. No obstante, en esa ocasión hubo algo diferente —no supo discernir qué— que la puso nerviosa. Observó a la mortífaga, llevaba un vestido negro de terciopelo, con adornos de encaje en escote y mangas que le sentaba espectacular. Desde luego no se parecía a ella...
—¿No estoy bien? —preguntó dudosa cuando llevaban ya demasiado tiempo en silencio—. Tengo el vestido que me dio usted, pero creí que...
—Es igual, ya es tarde —la interrumpió Bellatrix—. Vamos.
Extendió su brazo y Violeen se agarró. Aparecieron ante unas verjas similares a las que protegían la mansión Black, solo que este lugar parecía una mansión solariega y la otra era más similar a un castillo. En lugar de bosques había jardines, pulcramente cuidados y con una familia de pavos reales campando a sus anchas.
—¿Es de Eleanor?
—¿Perdón? —replicó Violeen desconcertada.
—El traje, ¿es de la boutique del callejón Knocturn? ¿La de Mrs. Lovett?
—Ah, sí, creo que sí. Una mujer muy amable de aspecto gótico y buenas tetas. Se parecía a usted.
Bellatrix la miró enarcando las cejas y preguntó:
—¿A mí me describirías igual?
—Jamás —respondió Violeen al punto—. Ni bajo tortura la describiría a usted como muy amable.
La mortífaga no pudo evitar reír. Ignoró el comentario y murmuró que se llevaba bien con Mrs. Lovett. A Violeen le extrañó que Bellatrix se llevase bien con alguien, pero no replicó.
En cuanto un elfo les dio la bienvenida en el recibidor, Violeen retrocedió de forma inconsciente. La descripción de fiesta "pequeña e informal" no cuadraba en absoluto con lo que veía. No menos de cincuenta personas con túnicas y tocados brillantes bebían champán en un opulento salón al fondo del pasillo. Se oía música en directo y flotaba un aroma de rosas y narcisos distribuidos en jarrones por todo el pasillo.
—¡Vamos! —la llamó Bellatrix cuando vio que se quedaba atrás.
—Creo que prefiero no...
—No te puedes ir —se adelantó Bellatrix—. Ni tú ni nadie. Todo esto está protegido con maleficios y las verjas no se vuelven a abrir para salir hasta las tres de la mañana. A esa hora, tras un control de seguridad, se marcha todo el mundo.
Violeen calculó con horror que faltaban siete horas.
—¿No me dijo que era algo pequeño? —replicó.
—Lo es. Lo normal en las fiestas de mi hermana son trescientos invitados en cenas y bailes progresivos a lo largo de ocho salones. Esto es solo medio centenar con un catering barato —comentó despectiva.
En cuanto probó un bocado, Violeen dudó que fuese barato. Las minihamburguesas de caviar de kraken estaban deliciosas, lo mismo que la crema batida de calabaza maldita y los sorbetes especiados de mandrágora. El alcohol también se presumía exquisito, pero Violeen no bebía. Aceptó la copa que le ofreció un elfo pero no la llevó a sus labios.
—Estos son los señores Parkinson —le presentó Bellatrix a un matrimonio.
A la joven le sorprendió lo engañosamente amable que podía ser la mortífaga cuando lo deseaba. Se notaba que la gente le profesaba en igual medida admiración y miedo, por ello fueron amables y se interesaron por Violeen. Ella trató de responder lo mejor que pudo. Se sintió peor al darse cuenta de que todas las brujas llevaban vestidos, era la única con pantalones. Rezó por pasar desapercibida, pero esos detalles jamás escapaban a Madame Malfoy...
—Bella... Has venido —comentó Narcissa sorprendida.
—El Señor Oscuro me lo ha pedido. Le viene bien el dinero de toda esta gente y necesitamos seguir reclutando —suspiró Bellatrix.
—Por supuesto. Y veo que te has traído a tu...
—El Señor Oscuro quiere que la introduzcamos en nuestros círculos —se adelantó la mortífaga.
—Ajá —respondió Narcissa con desinterés—. ¿Por qué llevas eso? ¿No sabes nada de etiqueta?
Violeen, agobiada, no supo cómo responder sin quedar mal. No fue necesario porque Bellatrix se adelantó:
—Es italiana. Ahí la moda es diferente.
Narcissa respondió con un murmullo y se alejó comentado que debía recibir a más invitados. Violeen agradeció la justificación, ni a ella misma se le habría ocurrido. Pronto se quedó sola porque Bellatrix también tenía gente a la que seducir para la causa. La chica comió un poco y contempló a los invitados, pero ni deseaba integrarse ni veía cómo hacerlo.
—Violeen, ¿verdad? —se le acercó un hombre con una distinguida túnica de gala bordada en oro—. Rodolphus Lestrange, ¿me recuerdas? ¿Bailas?
La joven lo miró a él y luego a la gente bailando. Ese baile lento y tan ceremonioso no sabía hacerlo, así que le dio las gracias pero declinó su invitación. Él insistió con amabilidad hasta que a Violeen no le quedó otra que aceptar.
Trató de imitar lo que veía hacer a otras parejas con bastante torpeza. Después observó el rostro del hombre. Era guapo, derrochaba arrogancia, aunque no tanta como su mujer. Se preguntó qué clase de matrimonio serían, no parecían muy enamorados...
—¿Qué hacéis?
Violeen se giró para ver a una muy indignada Bellatrix.
—Bailar, querida —replicó Rodolphus burlón.
—¿Crees que te he traído para que bailes con mi marido?
—¡No tengo ni idea de para qué me ha traído! —protestó Violeen.
Rodolphus rio y Bellatrix siguió mirándola con dureza. En ese momento, los señores Greengrass se acercaron a saludar a los Lestrange y Violeen aprovechó para escabullirse. Aguantó unos minutos más en la fiesta, escuchando conversaciones ajenas para recopilar información útil que pasarle a Dumbledore: alianzas, posibles ataques, rencillas entre familias, candidatos a mortífagos... Pronto dio la misión por finalizada y salió del salón.
Estaba cansada, esa vida social tan impostada la agotaba. Su intención era irse a casa, pero entonces recordó lo que Bellatrix le había advertido sobre el horario de las verjas. Eran las once, faltaba todavía bastante para que se abrieran.
Valoró durante unos segundos colarse en cualquier habitación vacía de la mansión y echar una siesta, pero lo descartó rápido. Esos edificios tan grandes, caros y fríos le generaban mucha inquietud. Por eso prefirió los jardines. Se descalzó y con los botines en la mano se internó en ellos.
Eligió una zona de hierba mullida desde la que se escuchaba el rumor del agua de una fuente de piedra unos metros más allá. Estaba rodeada de setos y un par de árboles centenarios y aunque hacía frío, estaba más protegida del viento. Con un gesto de su mano la hierba se compactó en una suerte de colchón mullido y Violeen se tumbó encima. Ahí, dormitando y contemplando las estrellas se sintió por fin en su hábitat.
Hasta que fue interrumpida y ya ni siquiera se sorprendió.
—¿Cómo puede ser que me encuentre siempre?
—Te lo dije: se me da muy bien rastrear... y perseguir —respondió Bellatrix burlona.
Violeen puso los ojos en blanco.
—¿Se puede saber qué haces aquí? Mi hermana y el idiota de su marido han gastado cientos de galeones en comida, entretenimiento y decoración para que tú te vengas a dormir al suelo del jardín. Que mira, es práctico porque perro todavía no tenían.
La chica la ignoró de nuevo. Había decidido dejar de responder a sus insultos. En lugar de ello le preguntó si podía dejarla irse a casa. De mala gana Bellatrix le confesó que ni ella misma podía; el Señor Oscuro establecía las normas así por protección. Violeen empezó a comprender por qué la Orden no conseguía detener a la cúpula del otro bando: su paranoia los protegía.
Se quedaron varios minutos en silencio, con Bellatrix contemplándola de pie de brazos cruzados y Violeen con la mirada perdida en el cielo nocturno.
—¿Se puede saber por qué sonríes? —le preguntó Bellatrix al rato.
—La constelación del gorila —comentó Violeen señalando un grupo de estrellas—. Es de mis favoritas junto a la del oso panda.
Bellatrix alzó los ojos y de un vistazo replicó:
—Eso es Acuario. Y tampoco hay ninguna de un oso panda.
—¿Sabe cómo se llaman de verdad? —le preguntó Violeen con admiración.
—Cualquier persona que haya estudiado magia debería saberlo.
—Ah, claro... —murmuró la joven—. ¿Y sabe cuál es esa estrella tan grande? Yo la llamo Mickey.
De muy mala gana, Bellatrix respondió:
—Sirius.
Violeen la miró con sorpresa:
—¿Le pusieron el nombre de su primo a una estrella?
—¡Por supuesto que no! —protestó la mortífaga al punto—. A todos los Black nos ponen nombres de estrellas.
—Oh, qué bonito. ¿Dónde está la suya?
—No se ve esta noche.
—¿Y la de su hermana?
—No, ella no tiene.
—¿Por qué? ¿Es adoptada?
—Eso explicaría que eligiera a Lucius... —masculló Bellatrix.
Eso hizo sonreír a Violeen. Tampoco le caía bien Lucius y le hacía gracia tener eso en común con la mortífaga. Bellatrix sonrió también de forma involuntaria. Miró hacia la mansión como dudando y al final se acercó a la hierba. Se quitó la capa para tenderla sobre el suelo (a ella no le valía la hierba) y se tumbó junto a Violeen sin decir nada.
—Mire, esa es el gusano.
—Es Escorpio —la corrigió de nuevo Bellatrix.
—Nunca había conocido a nadie que se supiera los nombres de verdad —comentó Violeen—. O igual todo el mundo se los inventaba para no desilusionarme...
—¿Quién se los inventaba?
—Mi madre. Desde que era un bebé me enseñaba las estrellas y les poníamos nombres. Mi favorita es la del oso panda porque me gustan mucho los pandas. Son adorables... creo, nunca he visto uno en realidad.
—Son igual de agresivos que cualquier otro oso, no saldrías bien parada en caso de cruzarte con uno —apuntó la mortífaga.
—Usted también lo es y voy sobreviviendo.
Eso hizo reír a Bellatrix. Enseguida se arrepintió y replicó muy seria que no se confiara, eso podía cambiar en cualquier momento. Se quedaron en un agradable silencio hasta que Violeen, empezando a sentir frío, invocó una manta. Apareció desde la mansión una blanca peluda de piel de yeti. Violeen la atrapó al vuelo mientras Bellatrix trataba de ocultar la fascinación que sentía cada vez que la veía hacer magia sin varita.
—Venga, péguese más.
La mortífaga sintió un cosquilleo que no supo identificar (por lo inusual) cuando Violeen se aseguró de taparla a ella también. Desde luego así se estaba mucho más agradable. Además, la chica le había contado su historia con las estrellas, algo que sospechó que era muy valioso para ella. Así que intentó corresponderla:
—En la mansión Black se ven mucho mejor. Por eso me la quedé, está completamente aislada y no hay contaminación lumínica. La reconstruí hace poco, pero... Tendría que comprar más muebles, organizar bien los espacios y todo eso... pero ahora mismo no tengo tiempo para el interiorismo —ironizó Bellatrix.
—No puedo ayudarla en eso, tampoco se me da bien.
—No, desde luego —respondió Bellatrix sin dudar—, no querría vivir en un sitio decorado por alguien que duerme en el suelo.
Pese al insulto, Violeen sonrió. Y Bellatrix sonrió también. Sin darse cuenta, un par de minutos después estaban las dos completamente dormidas.
El despertar fue más incómodo que dormir en el suelo, sobre todo para Bellatrix. Sucedió sobre las siete de la mañana y únicamente porque empezaba a salir el sol. Comprobaron que las verjas volvían a abrirse. Violeen se despidió contenta de poder volver a casa y Bellatrix apenas hizo un gesto antes de salir del jardín a toda velocidad.
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