Capítulo 40
La mano de Violeen seguía en el aire, a mitad de la maniobra para abrir la puerta ya abierta. Pero no era consciente de ello. Bellatrix estaba frente a ella. O al menos una versión de ella, una extraña con ropa muggle y menos seguridad de la acostumbrada.
Ninguna de las dos habló durante casi un minuto, simplemente se contemplaron en silencio. Violeen llegó a la conclusión obvia: era una alucinación. Le sorprendía porque no había visto a Bellatrix con sus filtros, ni siquiera en sus sueños... Igual el cambio de ubicación había alterado también su mente.
Entonces, Bellatrix le cogió la mano que seguía en el aire y la colocó sobre su pecho.
—Soy real —aseguró no con tanta firmeza como debiera.
«Esta alucinación pretende engañarme...» pensó Violeen sorprendida, eso era nuevo. No movió su mano; no la movió porque no se sentía dueña de su cuerpo. Y tras varios segundos se dio cuenta de que la alucinación tenía razón: su corazón latía. Pero no podía ser, la vio morir.
A Bellatrix no le costó imaginar lo que pensaba, por eso murmuró:
—El maleficio que me alcanzó provocó que todos mis órganos fallaran, pero... Dumbledore logró evitarlo —masculló con fastidio por reconocer gracias a quién estaba viva—. Mira, me quedó una marca.
Se subió el jersey y efectivamente debajo del pecho, justo donde Violeen vio impactar el maleficio, había una cicatriz.
«Sí es ella... Huele a ella...» trató de ayudar Aqua. Aun con eso, Violeen necesitó varios minutos para volver a la realidad y aceptar la situación. Bellatrix le dio su tiempo, estaba entretenida mirándola y decidiendo también cómo gestionar aquello.
—Me mataste —sentenció Violeen finalmente, dejando claro su enfoque.
—Dado que estás aquí, no lo hice muy bien, ¿no? —replicó Bellatrix burlona, pareciéndose por unos segundos a la mortífaga que fue.
A Violeen la respuesta no la enfadó, sino que le generó una nueva hipótesis: igual las dos estaban muertas. Tal vez la muerte consistía en seguir profundizando en traumas y fantasías.
—Tú me mentiste y traicionaste desde el principio.
La respuesta de Bellatrix fue demasiado cruda para ser imaginaria. Violeen sintió el rencor y la rabia, no supo discernir si había algo de dolor. Así que solo se miraron en silencio pensando en el daño que se habían hecho y en quién había obrado peor.
Como era la menos sorprendida, fue la mayor quien tomó el control y la invitó a pasar:
—Hay cosas que tenemos que hablar.
Violeen dudó. ¿Sería una trampa? ¿Más mentiras? ¿Lo sabría Dumbledore? ¿Podía marcharse y fingir que nada había pasado? Decidió que quería respuestas y en esa ocasión no huiría. Cruzó el umbral y la puerta se cerró tras ella.
El recibidor daba directamente al salón, dejando a un lado la cocina, a otro una habitación cerrada y en una esquina las escaleras para subir al piso de arriba. El salón era bonito, aunque no estaba terminado de amueblar: con más libros que muebles, lo único que destacaba era un sofá verde oscuro cerca de la chimenea. También parecía muy agradable el poyo de la ventana: un amplio banco de madera cubierto por un cojín mullido sobre el que sentarse a contemplar el paisaje.
—Lo he tenido que decorar yo, por eso está... No está terminado —justificó Bellatrix sin mirarla.
Violeen apenas asintió. Se acomodó en el sofá de tres plazas con las piernas cruzadas y Bellatrix se sentó en la otra esquina. Hubo un nuevo silencio, pero Bellatrix no lo aguantaba tan bien como su invitada, así que se adelantó:
—Voldemort me ordenó matarte, te tenía miedo. Exigió ver el cadáver y me dijo que si no lo hacía, nos mataría a las dos.
Lo que más sorprendió a la chica fue que por primera vez la escuchó utilizar el nombre del mago y no algo como "mi maestro" o "El Señor Oscuro". La muerte nos iguala a todos, pensó Violeen.
—Empleé ese maleficio porque para cualquiera que lo comprobara estabas muerta.
—¿Y confiaste en que mágicamente apareciera alguien que me salvara? —replicó Violeen.
—¿Tú pensabas matarme en algún momento o solo enviarme a Azkaban? —contraatacó Bellatrix.
—Sabes de sobra que yo no mataría a nadie. No quería Azkaban, se lo dije a Albus. Quería una cárcel buena, sin dementores, que te trataran bien y pudiera ir a verte.
Coincidía con lo que el director le había contado a Bellatrix... así que lo demás también debía de ser verdad. Eso le dio rabia.
—Así que fingiste... todo para poder enviarme a la cárcel.
—¿El qué fingí? —inquirió Violeen con calma—. Te conté que tuve un profesor de joven, que no quería matar ni hacer daño, que Voldemort no me gustaba y me daba miedo, que el resto de mortífagos me caían mal... Te dije específicamente que no había querido herir ni a Albus ni a Sirius, no te dejé matar a tu familia. ¿De verdad es tanta la sorpresa? Desconfiaste de mí en muchos momentos, obviamente tenías motivos porque quise mentir solo lo justo.
Bellatrix había tenido meses para reflexionar sobre todo eso. Y sí, era cierto que Violeen no fingió ser una bruja sedienta de sangre ni le ocultó sus sensaciones respecto a todo lo que las rodeaba. Pero no se refería a eso. Ambas lo sabían. Pero la bruja oscura se veía incapaz de mostrar su indignación porque fingiera estar enamorada de ella. Eso significaría reconocer que le dolía. Y que ella no fingió.
—Sabes a qué me refiero —respondió con sequedad.
—Nací en Inglaterra, no en Italia, en eso sí mentí —reconoció Violeen—. Pero mi padre era italiano y mi madre francesa, siempre me he considerado de todos los sitios por igual.
Bellatrix almacenó la información, pero seguía sin ser lo que buscaba. Lo intentó dando un rodeo para mostrarle la incoherencia:
—Tu misión era ayudar a derrotarnos pero me hiciste celebrar San Valentín.
—Me gustaba hacer planes contigo —respondió Violeen con sinceridad—. Al principio no, claro. Me tratabas mal. Aunque era una espía y desconfiabas, así que supongo...
Se encogió de hombros y no terminó la frase. Bellatrix había olvidado lo que la irritaba la calma de esa chica y lo difícil que era que algo le afectara. Aunque en esa ocasión la ayudó perder la paciencia, porque lo pudo soltar por fin:
—¡Fingiste estar enamorada de mí! ¡Me dijiste que me querías multitud de veces! Y no todas fueron en la cama.
—Porque te quería —aseguró Violeen—. En la cama y fuera. Claro que me enamoré. Supe ver que incluso en ti, había cosas buenas, cosas que amar.
—Mientes —le espetó Bellatrix intentando sonar firme.
—¿Por qué? ¿Para qué iba a mentir? —inquirió Violeen—. No sé qué hago aquí ni qué haces tú aquí ni qué crees que puedo querer de ti. Ya me dejaste todas tus cosas... que fue algo que nunca quise.
La mortífaga ya no la miraba. Su cabeza funcionaba a toda velocidad preguntándose si Violeen estaba siendo sincera y tratando de decidir cómo actuar. De nuevo, optó por salir por la tangente y se aferró a otra de sus dudas:
—Estoy aquí atrapada por culpa de Dumbledore. No puedo usar mi magia, apenas tengo dinero, debo vivir entre muggles en esta casa tan pequeña...
Violeen contempló de nuevo el salón y comentó que no estaba nada mal. Era más grande de lo que fue su casa.
—Me parece un precio pequeño por seguir viva. Y me parece un lugar mejor que cualquier cárcel... ¿Por qué Albus iba a hacerlo? Puedo entender que te salvara, es buena persona, pero no entiendo por qué no te entregó al Ministerio.
—¿Preferirías que hubiese hecho eso? —replicó Bellatrix.
—No lo sé, no opino de temas ajenos a mí, sus motivos tendrá. Aunque igual sí, ¿no? Ya que aquí no pareces feliz... Igual en una cárcel mágica...
Bellatrix la miró con furia pero no respondió. Trató de calmarse, no estaban llegando a ninguna parte. Tras varios minutos de silencio, no vio otra salida que dar la respuesta que antes había evitado:
—Sabía que el traidor te encontraría. Me informé sobre el crótalo azul mágico y supe que podría rastrearlo, sobre todo cuando me enseñaste el recuerdo en el que Aqua se enamoraba de él —comentó con desprecio—. Esperé ahí casi todo el rato con un encantamiento desilusionador hasta que apareció.
Violeen la miró sorprendida. Esta vez era ella la que dudaba que fuese verdad. Porque si lo era, para ella sí cambiaba las cosas.
—¿Deseaste matarme al saber que era una espía? —le preguntó.
—Sentí muchísima rabia. Nunca en toda mi vida me había sentido tan traicionada. Y quería hacerte daño y vengarme... pero no, eso no. No quería que murieras.
Fue sincera o al menos así se lo pareció a la chica, que asintió. Quiso saber entonces por qué había incendiado su casa, si había sido también orden de Voldemort. Bellatrix fue sincera:
—Él me exigió que te tuviera vigilada las veinticuatro horas... Y como tú no aceptabas mudarte, no se me ocurrió otra forma. Quizá no fue la mejor idea, pero nosotras estamos vivas y él no, así que no lo hice mal.
Violeen no tuvo claro si estaba de acuerdo. Seguía añorando su casa. Aun así, ahora sabiendo que había sobrevivido, imaginó que para Bellatrix la muerte de Voldemort habría sido muy dura. Así que le dio el pésame. Lo hizo con sinceridad, ella juzgaba que esa cosa estaba mejor muerta, pero aun así comprendía que su relación con Bellatrix fue... intensa. La mortífaga la miró sorprendida y tardó en responder. Al final reconoció:
—No sentí nada. Creí que me dolería cuando Dumbledore me lo contó, pero... La marca desapareció y tampoco sentí nada —murmuró subiéndose la marca y mostrando su muñeca impoluta—. Hacía unos meses que había perdido la fe en Voldemort. Después de todo lo que hice por él, del mayor sacrificio, siguió desconfiando y tratándome mal. Ni siquiera me esforcé en la guerra, no maté a nadie. Está muerto porque él se lo buscó, era débil.
A Violeen le sorprendió la respuesta, pero le agradó también. Le ilusionó pensar que igual el mayor sacrificio fue deshacerse de ella... Pero por si no lo era, no preguntó.
—¿Por qué no me dijiste que estabas viva?
—Solo lo sabía Dumbledore y no se lo dijo a nadie, me encerró en una habitación en una casucha durante varias semanas hasta que me recuperé. Le insistí en que te lo contara pero no quiso.
—¿Por qué no?
Bellatrix deseaba mentir o no responder, pero sabía que Violeen lo detectaría. Además, seguramente el propio mago se lo contaría.
—Para protegerte. Juzgó que serías más feliz conmigo muerta. ¿Lo eras? —inquirió mirándola a los ojos.
Violeen lo pensó.
—No. Igual Albus se dio cuenta —murmuró pensativa—. Aunque dijeras que no te arrepentías de nada, yo...
—¿Qué? ¿Cuándo he dicho yo eso? —la interrumpió Bellatrix frunciendo el ceño—. Me arrepiento de cosas desde que nací. De no haber asfixiado a las traidoras de mis hermanas cuando eran bebés, por ejemplo... —masculló con rabia.
Eso desconcertó a Violeen, que se lo explicó y así aclararon el asunto de sus últimas palabras. Eso sí que provocó que la joven se enfadara con Albus, aunque imaginó que también lo hizo confiando en que fuese menos doloroso. Le confesó a Bellatrix que gracias a él recuperó su cuaderno de pociones y podía volver a consumirlas. La mortífaga se alegró, estaba segura de que de una forma u otra conseguiría recuperarlas; eran una parte de su ser demasiado importante.
—¿Y lo hiciste? ¿Las usaste para verme?
—No —reconoció Violeen notando ahora con claridad que a Bellatrix le dolía—. No había asumido tu muerte todavía, haberlo hecho lo hubiese convertido en real y no estaba preparada.
Eso suavizó un poco a la bruja que asintió. Violeen pensó en más preguntas, era todo tan confuso que le costaba asimilarlo. Al final le preguntó qué hacían las dos ahí. Bellatrix le explicó que a ella Dumbledore la había trasladado dos semanas antes, tras advertirle que no podría usar la magia ni huir de ese lugar ni hacer daño a nadie.
—No sé cómo espera que haga eso sin magia, pero aun así estoy segura de que me vigila. Tendrá algún pájaro, elfo o lo que sea espiándome —masculló—. Es provisional, hasta que mejoren Azkaban. Respecto a ti... No me dijo nada, pero imaginé que igual... ¿Qué haces aquí?
Violeen le habló de los niños de su tribu que sus padres salvaron y de las investigaciones de Dumbledore. Terminó confesándole que le había dicho que tenía una casa para ella... y era esa. Por tanto, confiaba en que se reencontraran; lo que no estaba claro era el motivo. ¿Tener la conversación pendiente? ¿Despedirse? Ninguna de las dos lo sabía. Lo meditaron en silencio sin alcanzar conclusión.
—Entonces... ¿te vas a quedar aquí? —preguntó Bellatrix.
—No lo sé... Supongo que no, es tu casa ahora.
—Solo es temporal. Estoy segura de que la escritura está a tu nombre —replicó Bellatrix burlona.
—Bueno, aun así...
—No me importa —se adelantó Bellatrix—. Hay bastante espacio... Aunque solo una cama, pero... puedes apañarlo, tú todavía eres bruja.
—Que no tengas varita no haces que dejes de ser bruja.
La bruja apartó la mirada, era consciente de ello. Aun así, la chica seguía sin estar segura de si era adecuado quedarse ahí.
—Tengo algo tuyo —recordó Bellatrix entonces.
Molesta por no poder ejecutar un accio, se levantó y Violeen la escuchó subir por las escaleras. Al poco volvió con un peluche en su mano.
—¡Señor Panda! —exclamó Violeen emocionada.
Abrazó al momento a su peluche, que seguía teniendo el olor tranquilizador que la envolvió durante toda su vida, aunque ahora mezclado con unas notas salvajes que recordaban a Bellatrix. Lo abrazó durante largos minutos con los ojos cerrados por la emoción y fue la primera vez ese día que Bellatrix la vio sonreír.
—Te tengo que presentar a Leoncho. ¿Cómo has llegado hasta aquí? —le preguntó con cariño al peluche. Mirando de nuevo a Bellatrix murmuró: —Fui a buscarlo, pero no estaba.
—¿Fuiste a mi casa? —inquirió Bellatrix, obviando el hecho de que ya no era su casa.
—Sí, para hablar con Kreacher. Quiso quedarse ahí, le dije que me avisara si necesita algo. Le alegraría mucho saber que estás viva, ¿no se lo puedes decir?
—No. Tu querido amigo y mentor me prohibió decirle a nadie absolutamente nada —respondió con mordacidad—. Pero... gracias por preocuparte por Kreacher. ¿Te vas a quedar entonces? ¿O tienes otro sitio al que ir? —preguntó con rapidez para evitar responder a la cuestión del peluche.
—Bueno, podría quedarme con la gente de la tribu, pero... no los conozco, no sé si...
—No me importa que te quedes unos días —respondió Bellatrix con tono neutro—, supongo que yo pronto tendré que irme a Azkaban o dónde sea, así que...
Violeen meditó por unos segundos cuál de las dos opciones resultaría menos violenta. Probablemente la de quedarse en una tienda de campaña con desconocidos. Pese a eso, optó por quedarse ahí con Bellatrix.
—Entonces... ven, te enseño la casa.
—Vale, un momento.
Mientras Bellatrix la observaba, Violeen se quitó la chaqueta con cuidado: Aqua se había dormido en su bolsillo y no quería despertarla. La acomodó en una esquina del sofá y siguió a Bellatrix.
—Esto es el salón, como ya has visto, es la habitación más grande. Aquí la cocina...
Era pequeña y de nuevo con el mobiliario justo, pero con una ventana que aportaba una agradable luz dorada. A Violeen le gustó. No pudo evitar preguntarle a la bruja si la usaba, si sabía cocinar. Sabía que antes de aquello, jamás había cocinado. Bellatrix negó con desinterés.
—No. Compro cosas que ya estén hechas o... como ensaladas y cosas así que no tenga que hacer nada.
Se la notaba incómoda hablando de esos temas, como si la cocina fuese algo indigno de alguien de su sangre. Pasaron al cuarto de baño —bastante amplio, con bañera y tocador— y subieron a la planta de arriba.
—Aquí hay una habitación pequeña que no he usado para nada, suelo pasar el tiempo en el salón —indicó enseñándole un cuarto vacío—. Y aquí mi dormitorio, que al menos tiene su propio baño.
El dormitorio era grande, con paredes blancas y suelo laminado de madera como el resto de la casa. La cama era doble pero no muy grande, el armario ocupaba una pared lateral y el escritorio con su silla no parecía haber sido estrenado. Paradójicamente, era el desorden (o más bien la dejadez) lo que daba humanidad a ese lugar: las sábanas moradas de la cama sin estirar ni planchar, la ropa tirada por el suelo y un par de vasos vacíos en la repisa de la ventana.
—No esperaba tener visita —se disculpó Bellatrix avergonzada.
—No te preocupes.
Con un gesto de la mano de Violeen, la cama se hizo, la ropa se colgó y ordenó en el armario y los vasos volaron limpios a la cocina. Bellatrix la contempló fascinada (y con clara envidia).
—No supe hacer esos hechizos ni cuando tenía varita —reconoció.
—Porque nunca te interesaron ni los necesitaste —razono Violeen.
Bellatrix le dio la razón.
—¿Tú has comprado algo de esto?
—No, los muebles (los tres que hay) ya estaban. El viejo me dijo que comprase lo que hiciera falta, pero con la miseria que me dio es imposible. Compré las sábanas porque no había y tenía frío y nada más. Salvo la ropa, claro... Solo tenía el vestido con el que casi muero y para camuflarme aquí... —terminó casi con resignación.
Violeen se mordió la lengua para no pedirle que evitara insultar a Albus, entendía que le molestara que su vida hubiese empeorado tanto (aunque ella no lo consideraba así). Le preguntó en su lugar dónde iba de compras y Bellatrix respondió que solo le estaba permitido ir al pueblo vecino dos veces por semana —lunes y jueves por la mañana—.
—Aun así tampoco querría ir más, odio estar rodeada de muggles, me dan escalofríos y asco.
—No son malos, van a lo suyo y bastante mal viven sin magia...
—Sí, eso lo entiendo —respondió con amargura mientras volvían al salón.
—¿Entonces solo puedes salir dos días? ¿El resto estás obligada a estar en casa?
—No, puedo pasear por aquí fuera, por el bosque y esta zona. Pero no me gusta, no salgo nunca, suelo quedarme en el salón y leer o... rezar a la muerte para que llegue pronto.
Violeen sonrió con tristeza, comprendía ese sentimiento. Hubo unos segundos de silencio que Bellatrix rompió carraspeando y preguntándole cómo lo harían para dormir. Era extraño. Habían compartido cama y se habían querido hacía apenas unos meses y ahora eran casi dos desconocidas. O peor, porque no eran desconocidas, sino examantes que se habían mentido y traicionado. Era terreno inexplorado para ambas, raro e incómodo. Tenían que decidir cómo navegarlo.
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