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Capítulo 39

—¿Tenéis hoy algún plan? —preguntó Sirius mientras Harry y Violeen desayunaban.

—Los padres de Hermione nos van a llevar al parque de atracciones. Los Weasley están muy emocionados... el señor Weasley sobre todo —respondió Harry dándole un mordisco a su tostada—. ¿Tú sales con la tatuadora?

—No, Kat está estos días en una convección de tatuajes en Irlanda. Gana una pasta ahí... ¿Y tú, Violeen? —quiso saber Sirius.

—Nada... Tengo que ir a vender mis pociones, haré eso. ¿Puedes acompañarme?

Sirius respondió muy contento que por supuesto. Le gustaba sentirse útil y acompañado, Harry últimamente nunca estaba en casa. Siempre hacía planes con los Weasley y aunque a Sirius le caían bien e iba a comer los domingos a la Madriguera, le incomodaba meterse tanto en otra familia. Por su parte, a Violeen últimamente le daba casi miedo estar sola y sobre todo salir de casa. Por eso Sirius y ella hacían un buen equipo.

Llegaron al callejón Diagon y mientras Violeen visitaba la botica, Sirius fue a Gringotts a sacar dinero. Cuando terminaron, visitaron la tienda de artículos de quidditch: se aproximaba el cumpleaños de Harry y Sirius quería hacerle un buen regalo. Encontró varias opciones pero no se decidió por ninguna, tenía que pensarlo.

—Vamos a tomar algo a la cafetería —decidió Sirius.

Violeen asintió. De camino, se quedó mirando el escaparate de la librería Flourish y Blotts.

—Mira, tienen peluches.

—Y... ¿te gustan los peluches? —hiló Sirius desconcertado.

—Sí, necesito uno para dormir, vamos a entrar.

El mago asintió, no iba a juzgar los gustos infantiles de nadie, su mentalidad tampoco era la más madura del mundo mágico. Violeen se acercó a una estantería en la que había cuatro modelos de peluches, todos con bufandas de colores.

—¡Tienen una serpiente! —comentó cogiéndola de la estantería.

—Sí, pero... es verde, no se parece a Aqua.

—Ya, pero aun así...

—Puedes crearle complejos a Aqua, creerá que te gustaría más si fuese verde —explicó Sirius muy serio—. Sin embargo mira el león, es mucho más bonito.

Violeen dejó la serpiente y contempló el león que le entregó Sirius. También era adorable. Las otras dos opciones eran un águila y un tejón. «Qué pena que no tengan osos...» murmuró la chica. Sirius la miró con ligera incredulidad, realmente no sabía (ni le interesaba) nada del mundo mágico británico. Le explicó que eran las mascotas de las cuatro casas de Hogwarts y por eso llevaban bufandas de colores. A Violeen le resultó curioso.

—Tú hubieras sido Ravenclaw, eres creativa y brillante... —aventuró el mago—. Aunque lo del trabajo duro no te va mucho, ¿verdad?

—No, prefiero disfrutar o hacer el vago —aseguró Violeen sin complejos.

—Entonces igual Hufflepuff, adoran la naturaleza y son buenos y generosos —comentó mientras Violeen observaba el peluche del tejón.

—Peeero... si lo que querías era un oso, lo más parecido es el león. Ambos son animales salvajes y grandes, casi familia. Además por su diseño es mucho más fácil de abrazar que los otros.

—Sigues igual que a los diez años... Deja a la chica decidir por sí misma —respondió una voz ligeramente altiva a sus espaldas.

Sirius se giró y sonrió sorprendido al ver a su prima Andrómeda. Fue la única con la que siempre se llevó bien, aunque durante la guerra no habían mantenido mucho el contacto. Pero Sirius solía preguntar por ella a través de Nymphadora y de su padre. Se le hacía extraño que ahora pudieran encontrarse libremente en el mundo mágico, sin miedo a ser atacados o espiados.

—No tengo culpa de que los leones seamos superiores, Andy —respondió mientras se abrazaban—. ¿Cómo estáis? Esta es Violeen, por cierto.

La chica dejó los peluches y aceptó la mano que le ofrecía con ligera incomodidad. Así, de acerca y mirándola a los ojos, no le recordaba en nada a Bellatrix. Sí, tenían rasgos similares, pero... a la vez todo era diferente. Al menos para Violeen. Andrómeda la observaba sin decir nada, sin elegir qué decir. Dumbledore nunca le contó que esa fue la chica bajo la capucha que les salvó la vida a ella y a su hija. Y Violeen lo prefería así.

Para cortar el momento, Sirius le preguntó cómo estaba Dora. La mujer suspiró con fastidio. Le comentó que veía mucho a Lupin y eso no le hacía mucha ilusión. Al momento Sirius defendió a su amigo y aseguró que tenía la licantropía totalmente bajo control. Andrómeda masculló que más valía que fuese así. Entonces, su primo, muy dudoso pero a la vez sintiendo que debía hacerlo murmuró:

—Lamento lo de...

—Gracias —le interrumpió Andrómeda.

—¿Cómo lo llevas?

—Sin más. Hace mucho que no la consideraba mi hermana, así que... Con la otra tampoco me hablo, mi familia es otra.

—Está bien saberlo.

—Te incluyo en ella, Sirius —respondió burlona.

El mago sonrió y asintió. Se despidieron y antes de irse Andrómeda le preguntó a Violeen qué peluche iba a elegir. Violeen tomó uno de la estantería con resignación:

—Tiene razón, es el mejor para abrazar.

Sirius rio victorioso y al momento sacó cinco galeones para pagar el león antes de que Violeen cambiase de opinión. Ya con el peluche en la bolsa, salieron de la tienda. Sirius le preguntó a Violeen si se había sentido incómoda y ella respondió que poco, no le interesaba mucho esa mujer.

—Igual con el tiempo podéis ser amigas. Andy es buena persona, aunque tenga cosas en común con sus hermanas, ella también defendía los ideales de sangre y el orgullo familiar... Hasta que se enamoró de un muggle.

Violeen asintió y no hizo preguntas, no quería saber más de ella. Fueron a la cafetería más cercana y tomaron el segundo desayuno. Sirius le contó cosas sobre Harry y sus amigos y ella se esforzó en escucharle, pero le costaba centrarse. Una vez más, el mago la invitó a comer el domingo en la Madriguera, pero Violeen rechazó la oferta. Seguía sin ganas de socializar.

Optaron por volver a casa dando un paseo, al menos un tramo. A ambos les venía bien que les diese el aire.

Casi habían logrado salir del callejón Diagon cuando Violeen vio de frente una cara conocida. La hermana que le faltaba por ver. No sabía nada de Narcissa desde la guerra, su marido estaba en prisión preventiva a la espera de juicio. Violeen se había negado a declarar, no quería saber nada de los Malfoy. Por eso bajó la vista y rezó porque ella no los viera. Sirius estaba distraído mirando los escaparates y no se había fijado.

Pero Violeen no tuvo suerte. No habían logrado esquivar a la hermana intermedia y tampoco pudieron con la pequeña.

—¡Tú! —exclamó Narcissa con una mezcla de rabia y odio.

A Violeen le sorprendió el tono. Nunca habían sido amigas, pero tampoco se consideraba merecedora de ese odio. La matriarca de los Malfoy se lo explicó con desprecio en la voz: toda la herencia y posesiones de los Black que por línea directa debían haber ido a parar a su cámara (ya que Andrómeda fue desheredada) habían ido a Violeen. A Narcissa su hermana no le había dejado nada. Y estaba muy furiosa.

—Es lo que hay, te aguantas —respondió Sirius con frialdad, viendo que Violeen no parecía capaz de responder.

—¡No me aguanto! ¡Esta chica envenenó la cabeza de mi hermana para que le dejara nuestra herencia y...!

En ese momento, Violeen estalló:

—¿¡Que yo hice qué, maldita imbécil!?

El grito fue tal que Narcissa Malfoy se asustó. Incluso Sirius la miró inquieto, nunca había visto a Violeen alzar el tono, mucho menos en la calle más transitada del mundo mágico.

—¡La dejaste morir, desgraciada! ¡No hiciste nada! ¡Te vi ahí y lo único que hiciste fue largarte con el inútil de tu marido y el cobarde de tu hijo! ¡Al que por cierto fui yo quien libró de la tarea esa por la que ambos os measteis de miedo!

—Violeen... —susurró Sirius en voz baja intentando frenarla.

La gente los miraba y cuchicheaba, pero a la chica le dio igual.

—¡Nunca la ayudaste en nada, ni de pequeña ni de mayor! ¡Solo te quieres a ti misma! —continuó escupiéndole Violeen—. Así que ahora, ¡sorpresa, no tienes nada! ¡Y yo sí! ¿Y sabes qué? ¡Me pienso gastar hasta el último knut en lo que a ti más pueda desagradarte! ¡Igual adopto un montón de niños muggles y los llamo a todos Narcissa!

Pese a que el último comentario le había hecho gracia, Sirius decidió poner fin a eso. «Ya la has derrotado» le susurró a Violeen. Efectivamente la altiva bruja deseaba morirse de la vergüenza y la rabia. No se atrevía a decir nada porque se sentía bochornosamente retratada por sus palabras. Tratando de calmar su respiración, Violeen permitió que Sirius la cogiera del brazo para aparecerla. No obstante, sintió la necesidad de añadir:

—¡Y además tu marido es muy feo! ¡Y tú calva!

Lo último hubiera sonado absurdo de no ser porque con un movimiento de la mano de Violeen, el pelo de Narcissa cayó al suelo. Ahí sí que soltó un grito tremendo, eso fue lo que más le dolió. Pero no pudo vengarse porque Sirius y Violeen ya habían desaparecido.

—Te pega el león —sentenció Sirius al aparecer en casa—, te hubiéramos aceptado en los merodeadores.

Violeen asintió forzando una sonrisa, pero seguía muy alterada. Sirius lo notó y le dio su espacio. Ella entró a su dormitorio y saludó a Aqua que acababa de despertarse. Le enseñó el peluche, la serpiente lo observó pero no hubo comentarios. Violeen lo dejó sobre la cama preparado para la noche, cogió un filtro onírico y salió con él al jardín para relajarse. Se tumbó en la hierba y Aqua sobre su estómago. Emprendió así el viaje emocional y poco a poco se fue calmando.

Esa noche durmió bien con su león; no era Señor Panda, pero se dejaba abrazar. El domingo Harry la re-invitó a la comida con los Weasley y ella declinó la invitación con amabilidad una vez más. Casi agradeció quedarse sola y tranquila. Sabía que Sirius y Harry no volverían hasta la noche, las comidas en la Madriguera siempre derivaban en partidos de quidditch, juegos y charlas eternas. Así que Violeen pasó el día sin hacer gran cosa.

Por la tarde, cuando Aqua se despertó, salieron las dos al jardín. Violeen estaba a punto de disfrutar de otro de sus filtros cuando vio aparecer a Dumbledore. Le saludó y le advirtió que Sirius estaba fuera. Creyó que el director se marcharía a la Madriguera, pero se sentó junto a ella.

—¿Puedo unirme?

La chica lo miró sorprendida. Hacía años que no consumían una poción juntos, de hecho Dumbledore insistía en que debería recudir su uso. Pero aun así asintió, le gustaba compartir la experiencia.

—¿Quieres solo o los dos? —preguntó la chica mientras preparaba la poción.

El mago la cogió de la mano manifestando que mejor juntos. A Violeen le pareció bien. Cerró los ojos e imaginó el bosquecillo junto al río a las afueras del Valle de Godric donde conoció a Dumbledore. Ahí estaban riendo y relajándose sus padres, sus amigos y ella misma, que se entretenía cavando un hoyo con una manada de escarbatos.

—Creo que hoy no te vas a saludar, estás demasiado ocupada —sonrió su padre contemplando a lo lejos a la niña de cinco años.

—Sí, recuerdo ese día. Quería adoptar a los siete escarbatos —recordó Violeen con añoranza.

—Qué sorpresa tenerte de vuelta, Albus, ¿cómo estás? —preguntó Serenity.

—Sorprendido una vez más del poder de estas pociones —comentó el mago con verdadera admiración.

—¿La guerra ha terminado? —preguntó el padre de Violeen.

Violeen asintió. No le preguntaron qué tal estaba o qué pensaba hacer ahora; eran sus padres y aunque solo fuesen recuerdos mezclados con fantasía, la conocían mejor que nadie. Por eso hablaron los cuatro de la vida, recordaron anécdotas y tiempos pasados. Hasta que Violeen fue interrumpida:

—¡Mira, Vio! ¡Mira mis amigos, me los voy a quedar a todos! —exclamó la pequeña Violeen apareciendo con un escarbato gordinflón entre sus manos.

Su versión adulta sonrió y la acompañó a que le presentara a los demás. Dumbledore se quedó solo con el matrimonio, aunque el padre estaba ocupado contemplando a su hija. Serenity, sin embargo, le miraba fijamente con la misma expresión calmada que poseía su hija. Pasaron así varios minutos de silenciosa meditación. Hasta que la bruja le advirtió con amabilidad:

—Recuerda tu promesa, Albus.

Le bastaron cuatro palabras para manifestar que su hija no era feliz y él era el único que podía hacer algo al respecto. O al menos intentarlo. El director asintió ligeramente avergonzado y reconoció que no era una tarea sencilla. Serenity no respondió. Dumbledore fue consciente de que cuando él acudió a ella para reconciliarse con su hermana muerta, tampoco se lo puso fácil.

El mago miró a su alrededor, contemplando a los niños corriendo y jugando en libertad. Y eso le dio una idea. Por eso, en cuanto el efecto de la poción terminó, se despidió de Violeen y se marchó a investigar.

Transcurrieron los meses y la situación cambió para Harry, que empezó a preparar las pruebas para entrar en el cuerpo de aurores con Ron. Para estar más cerca del trabajo alquilaron un piso en el Callejón Diagon. A Sirius lo contrataron como asesor experto en el Ministerio para que ayudara a restablecer el orden en el mundo mágico. También hubo cambios en su vida personal: como su enorme casa se notaba vacía sin su ahijado, invitó a Kat a mudarse y así se evitaba vivir en el diminuto y oscuro apartamento encima del local de tatuajes. Ella aceptó y la convivencia fue muy buena. Incluso con Violeen, que se llevaba bien con la tatuadora pese a que por sus horarios se veían poco.

No obstante, pese a la amabilidad de ambos y que en ningún momento la hacían sentir incómoda, Violeen deseaba marcharse. Tenía que encontrar su propio hogar y volver a ser independiente, no podía esconderse con cada nuevo trauma y confiar en que la tierra se la tragara (ya había comprobado que no sucedía). Llevaba ya semanas intentando decidir a dónde le gustaría mudarse cuando recibió otra visita de Dumbledore. Solían hablar por el diario bidireccional, pero no se habían visto desde que consumieron juntos la poción.

—Qué bien que estés en casa, quería charlar contigo. ¿Serías tan amable de invitarme a un té?

—Claro —respondió Violeen.

La chica preparó té, se sentaron en el salón y Dumbledore le preguntó si había tomado alguna decisión respecto a su futuro.

—No lo sé... Igual me voy de Inglaterra, las cosas aquí no me han salido bien —murmuró con pesar.

—Te vendría bien un cambio de aires, coincido. ¿Me permites una sugerencia? —preguntó el mago extrayendo algo de su bolsillo.

Violeen asintió con curiosidad y el mago le mostró una fotografía. Eran tres chicas y dos chicos jóvenes sentados al borde de un lago rodeado de montañas. Al fondo se veía a muchas más personas de diferentes edades sentadas en círculos y tumbadas en la hierba. Los cinco protagonistas reían y sonreían a la cámara mientras un perro correteaba a su alrededor. Violeen los contempló con atención pero no reconocía a nadie.

—El lugar es muy bonito, ¿dónde es?

—Un pueblo de Austria, muy cerca de la frontera con Italia.

—¿Y quiénes son? —inquirió Violeen.

—Quienes tú consideraste tu familia —respondió Dumbledore—. Los niños cuyas vidas tus padres salvaron aquella tarde.

Por unos segundos, la chica le miró incrédula, después volvió a contemplar la fotografía. Y entonces lloró durante varios minutos.

Cuando se tranquilizó un poco, Dumbledore amplió la información: tras verlos en su recuerdo, se le ocurrió que tal vez podría rastrear a alguno. Le había llevado tiempo, pues no tenía ninguna información. Hasta que empezó a investigar las tribus nómadas mágicas. Empleó lechuzas rastreadoras, expertas en localizar a gente perdida, y dieron con media docena de grupos así en diferentes países de Europa. En cada uno entregaron una carta escrita de puño y letra de Albus Dumbledore.

Les preguntaba si alguno de ellos perteneció a la tribu que se escindió tras un incendio en la Bretaña francesa seis años atrás. En caso negativo, les pedía que —aprovechando su situación nómada e itinerante— repitieran la pregunta a los grupos con los que se cruzaran. La fama de Albus Dumbledore se extendía por el mundo entero y raro era que alguien no estuviera dispuesto a ayudarle.

—Hace dos semanas por fin recibí contestación: una chica llamada Hope aseguraba haber vivido en ese campamento. Me mandaba esta foto con la ubicación escrita por detrás.

—¿Cómo sabes que no lo hace para conocerte porque eres famoso o algo así? —preguntó Violeen.

De normal no era desconfiada (al menos no antes de infiltrarse en los mortífagos) y además, el nombre de Hope le era remotamente familiar. Pero aquello sonaba demasiado bonito para ser verdad.

—Porque me contó que un mago llamado Harper le salvó la vida y la mujer de este, Serenity, le entregó un cuaderno y un peluche para que se los diera a su hija —respondió el director con calma—. Se acuerdan de ti, Violeen. Y de lo que hicieron tus padres.

De nuevo con los ojos encharcados, volvió a comprobar la foto. Reconoció a la adolescente rubia de pelo casi blanco que ahora tendría unos quince años. Con la perspectiva de que habían transcurrido seis años y en esas edades cambian muy rápido, empezó a situar a los otros cuatro en sus recuerdos.

—Durante un par de años nadie supo qué hacer, cómo seguir con sus vidas —explicó Dumbledore—. Algunos quedaron al cargo de familiares lejanos, otros se integraron en tribus similares... pero transcurrido un tiempo sintieron la necesidad de volver a juntarse. Formaron su propio grupo en el que por supuesto acogen a cualquiera que se quiera unir. Y les encantaría volver a verte.

Violeen lloró y le hizo preguntas durante más de una hora. Dumbledore le contó todo lo que sabía, los había visitado un par de veces y había hablado con muchos de ellos. Le parecía que sería un buen entorno para Violeen.

—Estarán en Austria al menos lo que queda de año, según me explicaron. Luego igual pasan a Italia, pero van con calma, no tienen prisa ni preocupaciones.

La chica asintió, eso sonaba muy bien. No obstante, tenía dudas sobre el alojamiento:

—¿Siguen en tiendas de campaña?

—Algunos sí, tiendas de campaña mágicas. Otros construyen cabañas de madera porque les da más sensación de hogar.

Violeen asintió pensativa. Reconoció que tras haber tenido su propia casa (y haber disfrutado de los lujos y comodidades de la de Sirius) no estaba segura de adaptarse bien a algo tan sencillo.

—Yo también lo pensé. O más bien pensé que querrías un poco de privacidad y quizá más infraestructura para fabricar tus pociones. Por eso conseguí una casa de piedra a las afueras del pueblo y a cinco minutos de la pradera donde viven ellos ahora.

La chica no supo qué decir ante eso, cómo darle las gracias. No le dio tiempo a ofrecerse a pagar:

—Es lo mínimo que puedo hacer tras la misión en la que te metí —sonrió el mago—. Puedes ir, conocer el lugar, charlar con los lugareños... y decidir si es lo que quieres. Te vendrá bien cambiar de aires y reencontrarte con gente a la que quisiste.

Desmenuzaron detalles durante toda la tarde, pero Violeen ya había aceptado. Dos días después, preparó su maleta (una mochila medio vacía) y se despidió de Sirius.

—Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí.

—A ti —sonrió el mago dándole un abrazo—. Pero tendrás que venir a visitarnos con frecuencia, ¿eh? Aqua siempre tendrá aquí su mejor terrario.

La serpiente se frotó contra su cuello con cariño y Violeen le aseguró que por supuesto le visitarían. De Harry, Kat y Albus ya se había despedido, no le quedaba nada por hacer en Inglaterra. Activó el traslador que el director le había entregado y desapareció.

Reapareció en un hermoso paisaje natural, cerca de un bosque y junto a un puente que lo separaba de un pueblo de casitas de piedra. Aqua sacó la cabecita y pareció que el lugar también le gustaba, aunque por si acaso no se separó de Violeen.

—Es muy bonito —susurró la chica echando a andar en dirección al bosque, alejándose del pueblo.

Pronto atisbó una casa de piedra de dos plantas, de aspecto engañosamente humilde pero sin duda muy bien diseñada. Violeen supo que esa construcción no cedería ante ningún tipo de fuego. Y sonrió ilusionada. ¿Podía estar ante su nuevo hogar? ¿Volvería a ser feliz ahí?

Al llegar ante la puerta temblaba de la emoción. Entonces se dio cuenta de que Albus no le había entregado la llave. Comprobó que no había cerradura e imaginó que se abriría con algún conjuro. O quizá simplemente... Acercó su mano al pomo y la puerta se abrió. Solo que Violeen ni siquiera la había rozado.

Entonces, sintiendo auténtico miedo, se encontró ante la última persona a la que esperaba volver a ver.

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