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Capítulo 37

—Me costó años hablarle a Harry de la muerte de sus padres.

Violeen miró a Sirius sorprendida, la confesión venía de la nada. Eran las seis de la tarde y estaban en el jardín, Sirius sentando en un banco de piedra y Violeen tirada en la hierba. Harry se había marchado a casa de los Weasley, al otro lado de la colina, donde pasaba la mayor parte del día.

—Lo que intento decir es... que es importante hacer un duelo activo. Aceptar el dolor y no tratar de rehuirlo. Revisar y aceptar cómo cambia tu vida tras perder a esa persona... Y ver qué papel va a seguir jugando en tu vida. Porque quienes nos quieren nunca nos dejan, Violeen. Y necesitas seguir con tu vida.

—¿Y cómo hago eso? —preguntó con un hilo de voz—. No sé... no sé qué hacer... con nada —reconoció superada.

De verdad quería intentarlo, con todas sus fuerzas deseaba evitar el pozo de la desesperanza. Ya fue horrible tras perder a su familia, no podía sufrir así otra vez. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo, cómo seguir.

Sirius lo meditó. Él tampoco era bueno en eso, demasiado bruto; aunque siempre le salvó su impulso de tirar hacia delante y el ansia por proteger a quienes quería. Intentó recordar su propio caso.

—A mí me ayudó hablar de ellos, hablar con gente que también los conoció y los quiso... aunque en el caso de mi prima me temo que no vamos a encontrar a nadie.

Violeen le miró sin decir nada, ovillada en la hierba sobre un costado. Sirius suspiró. En deferencia a Violeen y a la forma en que los había ayudado, decidió sacrificarse y preguntar algo cuya respuesta temía oír:

—¿Qué te gustaba de ella?

La chica siguió contemplándolo sin decir nada. Notó que eso lo ponía ligeramente nervioso; iba a ser verdad que sus ojos eran inquietantes... Aun así Sirius le aguantó la mirada y se mantuvo firme:

—¿Qué tenía Bellatrix de bueno? —insistió y no pudo evitar añadir: —Nunca pensé que alguien pudiera contestarme a eso.

Hubo varios minutos en que Violeen cerró los ojos, mientras la hierba le hacía cosquillas en el rostro y el viento le revolvía el pelo. Sin abrirlos, contestó:

—Su forma de sonreír cuando era sincera... La hacía estar muy guapa, aunque siempre lo estaba, era muy guapa. Y me hacía sentir orgullosa de haberlo logrado, haber conseguido que sonriera de verdad.

Sirius asintió, forzándose a apretar los labios para no llevarle la contraria. Él vivía su propio proceso de duelo: debía perdonar a su familia (a su prima) ahora que ya no estaba.

—Su olor, olía muy bien. Como a fuego y eucalipto, me encantan los olores de la naturaleza, me dan paz. Y era muy buena profesora, aun cuando no quería y perdía la paciencia. Estaba muy graciosa cuando se desesperaba conmigo —sonrió Violeen—, la ponía enferma no conseguir alterarme.

De forma involuntaria Sirius sonrió también. Sí, eso sonaba a Bellatrix.

—Y le encantaba que le dijera que la quería... Me hacía... estar juntas mucho rato para que le dijera que la quería. Y se ponía muy contenta, le brillaban los ojos y no se daba cuenta.

Ante eso Sirius tragó saliva sin decir nada.

—Es ese sentimiento egoísta e infantil que te hace sentir feliz y orgullosa cuando te das cuenta de que eres lo único bueno en la vida de alguien, lo único que la hace feliz —murmuró Violeen girándose para mirar el cielo.

Y entonces dejó de sonreír:

—Hasta que dejé de serlo, claro. Porque quizá no me mató, pero... Tampoco luchó por mí, no huyó conmigo ni dejó a Voldemort. Me abandonó en el bosque tras pararme el corazón con un maleficio. Y cuando me miró antes de hacerlo porque le dije que era una espía... ahí ya no había amor ni nada bueno.

Sirius tardó mucho rato en responder. Al final lo hizo con cautela, tratando de reconfortarla pero sin decir locuras que atentaran contra sus principios.

—Bellatrix era mala persona, pero tú encontraste algo bueno en ella y eso dice mucho de ti. Confiaba en ti, que es algo que muy pocas personas pueden decir, pues nunca confió en casi nadie.

Ambos sabían a quién implicaba ese "casi" y de Voldemort sí que no deseaban hablar.

—Tal vez quiso matarte, tal vez no. Pero aun así, consumió tus pociones contigo, compartió recuerdos... Ya siempre formará parte de ti. Hay personas que siguen vivas (como Dora y Andrómeda) gracias a la influencia positiva que tuviste en Bellatrix. Valora eso cuando pienses en ella. Si has conseguido que yo piense que igual no fue tan, tan, tan despreciable como pensaba... créeme, es una gran victoria.

Violeen asintió lentamente y le miró con intensidad. Era su forma de darle las gracias sin palabras, porque en ese momento las palabras no acudían. Compartieron el silencio varios minutos hasta que Violeen murmuró:

—¿Podrás hablarme de ella? ¿De cómo era de joven? Sé que os llevabais cinco años y no os veríais mucho... pero algo habrá, ¿no?

Sirius asintió con rapidez sin mirarla.

—Pero otro rato. Ahora tengo algo que hacer y me vais a acompañar —sentenció levantándose.

Se acercó a un roble cercano, extendió el brazo a la rama más baja y Aqua se enroscó en él. Violeen se lo agradeció, pero no tenía ganas de excusión. Al mago le dio igual:

—Es culpa tuya y vas a venir.

Ante el tono imperativo y sintiendo una punzada de curiosidad, Violeen se levantó. Se sacudió la hierba, invocó una capa y permitió que Sirius la apareciera.

Se sorprendió cuando aparecieron en el Callejón Knocturn. Creyó que Sirius no querría volver a ese lugar tan oscuro ahora que ya no necesitaban infiltrarse en el campo enemigo para obtener información. El callejón estaba sumido en un silencio monótono, como de luto, preguntándose cuál sería su función ahora que quienes lo frecuentaban se hallaban muertos o en la cárcel.

Sirius sacudió la cabeza, probablemente eliminando los pensamientos funestos, e hizo a subir a Violeen por una escalera hasta una tienda que había sobre un bar. Era un estudio de tatuajes.

—¡Sirius, guapo! ¡Cuánto tiempo! —exclamó la dueña, una bruja rubia cuyo cuerpo era un muestrario de su trabajo.

—He tenido problemillas estos años, ya sabes —ironizó Sirius—. Esta es Kat, mi tatuadora favorita, me hizo varios diseños hace años. Ella es mi amiga Violeen, viene de testigo.

—Encantada —sonrió la jovial bruja—. ¿Y qué puedo hacer por ti esta vez?

—Esto —suspiró Sirius.

Colocó a Aqua sobre el mostrador y la tatuadora la contempló con interés. Aqua también la miraba con curiosidad.

—¿Es venenosa?

—Mucho —declaró Sirius y al momento Kat retiró la mano con la que iba a acariciarla—. Quiere que me la tatúe. En color. ¿Puedes hacerlo?

—Por supuesto —declaró Kat cogiendo un cuaderno y una pluma muy elaborada.

Empezó a garabatear con rapidez sin dejar de contemplar al animal. Se detuvo cuando Aqua siseó algo y ladeó la cabeza.

—Es su perfil bueno, quiere que le saques ese —tradujo Violeen.

—Uh, sí, claro —respondió Kat como si fuese lo más normal.

Tatuaba a toda clase de criaturas, pocas cosas le sorprendían ya. Y era muy buena en su trabajo. Quince minutos después, les enseñó un dibujo que casi parecía una fotografía. Era realista pero a la vez rezumaba una magia que denotaba que ese animal era especial.

—¿Qué os parece?

—Es precioso —murmuró Violeen admirada, siempre deseó saber dibujar.

Aqua asintió con su cabeza mostrando su aquiescencia. Sirius no respondió. Lo cogió y lo contempló lentamente, al fin y al cabo era en su piel en la que iba a vivir. Y quería que fuese algo especial.

—Prueba a ponerle los ojos violetas —le pidió devolviéndole el cuaderno.

Kat, que ya se había fijado en los ojos de Violeen, lo comprendió y asintió al instante. Cambió el color y se lo volvió a enseñar.

Perfecto... —siseó Aqua pese a que sus pupilas eran de un dorado rojizo.

Sirius estuvo de acuerdo con la serpiente. Violeen sonrió emocionada y asintió también. Eligieron entonces el lugar (la parte del brazo derecho en la que Aqua solía enroscarse) y Kat hizo la copia en el papel especial para tatuar. Lo colocó sobre su brazo y fue repasando cada milímetro con su varita para que quedara perfecto. Violeen no supo si era indoloro o si Sirius lo toleraba muy bien, no hubo ninguna protesta.

Cuando terminó, el tatuaje resplandecía en azul zafiro, exactamente igual que el modelo original. Contrastaba muy bien con todos los demás en negro que tenía el mago. A Violeen nunca le habían emocionado pero ese le pareció precioso. De haber tenido patas, Aqua hubiese dado saltos de alegría.

—¡Dejadme haceros una foto! —pidió Kat invocando una cámara.

Sirius colocó a Aqua justo debajo del tatuaje y ambos posaron para la foto.

—Gran trabajo, Kat, como siempre. ¿Cuánto es?

—La cena que me debes.

—¿Eh?

—Me invitaste a cenar hace quince años y me lo retrasaste por la guerra y por tener que cuidar a tu ahijado. Creo que ya has solucionado todo eso, ¿no?

Sirius la miró sorprendido, pero reaccionó pronto, ilusionándose con recuperar un poco del chico que fue, del que entró por primera vez en ese cuartucho a tatuarse un león.

—Mañana. A las ocho, te pasaré a buscar cuando cierres.

—¡De lujo! —exclamó Kat—. Encantada de conoceros —se despidió de Aqua y Violeen.

—Ah y ponte elegante, será un sitio caro —le advirtió Sirius antes de salir.

—¡Yo siempre estoy elegante! —protestó la tatuadora que en ese momento lucía unos pantalones de cuero y un top granate con calaveras sonrientes.

Sirius le guiñó un ojo y salió de la tienda.

Cuando al día siguiente salió para su cita, Violeen se alegró por él. Porque recuperara su vida, porque quizá encontrase a alguien con quien pasar el rato y disfrutar del amor. No sintió envidia, nunca la había sentido; sus padres le enseñaron que no aportaba nada. Pero sí una tristeza contra la que no pudo luchar.

Se quedó sola en casa, pues Aqua salió de caza y Harry pasaba la noche con sus amigos. Sirius le repetía que podía quedarse indefinidamente, el tiempo que hiciese falta, y ella lo agradecía. Pero no se sentía muy cómoda ahí, invadiendo la vida de esa familia... Aun así se le antojaba imposible buscar su propio lugar para vivir. Desde que se quemó su casa, su hogar ya no existía. Y tampoco tenía dinero para ello. Aunque quizá eso estaba a punto de cambiar...

A la mañana siguiente Violeen se despertó porque escuchó a Sirius discutir con alguien. Era una voz masculina que no conocía. Aguzó el oído y escuchó su nombre. Sirius insistía en que o le decía el motivo o no le dejaba pasar. Mientras la chica se incorporaba, el extraño mencionó a Dumbledore; él le había dicho dónde encontrarlos.

—¿Qué pasa? —preguntó Violeen.

En el recibidor estaba Sirius con un mago que se presentó como Philgus Dort, un trabajador del Ministerio de Magia. Era pequeño, delgado y nervioso, poca cosa; su maletín con el emblema del Ministerio parecía más grande que él. Tras comprobar que efectivamente era conocido de Dumbledore, Sirius le dejó pasar.

—Vengo a verla a usted, madame —informó Dort mirándola—. Si pudiéramos pasar...

—Vamos a pasar, sí. Los tres —aclaró Sirius denotando que no le iba a dejar a solas con Violeen.

El mago dudó, pero comprendió que no había opción a replica, así que asintió. Sirius y Violeen se acomodaron en un sofá y el hombre en un sillón. Abrió el maletín y empezó a sacar papeles de forma desordenada.

—Es en referencia a Madame Lestrange...

Sirius y Violeen se tensaron al momento. Dort no se dio cuenta.

—A su herencia —puntualizó.

Sirius miró a Violeen, queriendo asegurarse de que estaba bien con eso. Él no tenía problema en gestionarlo por ella. Pero Violeen lo contemplaba sin ninguna emoción. Ajeno a ambos, Dort apilaba carpetas sobre la mesita del café:

—Dos cámaras de Gringotts... La mansión Black... El palacio en los Alpes Franceses —enumeraba el hombre sin dejar de sacar documentos—. Una cámara en el Banco Mágico de París, otra en el de Berlín... El elfo doméstico Kreacher... Ah, el castillo de los Black en Gales, lo olvidaba.

—Oiga, ¿qué...? —empezó a preguntar Sirius.

—Todo esto es ahora suyo, madame.

—¿Qué? —replicó Violeen.

—Aparece usted en el testamento como heredera única y universal de Bellatrix Black Lestrange. Aquí tiene toda la documentación y llaves de sus propiedades. Solo tiene que firmar aquí.

Violeen lo contempló todo impactada de que alguien pudiera poseer tantas cosas. Desde luego los Black habían sido ricos... y la hija mayor lo heredó todo.

—Yo no... yo no quiero todo esto... —susurró Violeen.

Le horrorizaba la idea de tener que gestionar todo aquello. No solo porque ella siempre prefirió vivir con poco, sino porque... porque era de Bellatrix. No era justo.

—Es suyo ahora —insistió Dort.

—Pero... ¿seguro que ella quería que yo...? ¿Y su familia?

—Esta es la última versión del testamento, elaborada el primer mes de este año y se lo deja todo a usted. Es un contrato mágico vinculante y Madame Lestrange sabía de sobra cómo funcionaba. Es suyo —aseguró el hombre con firmeza por primera vez.

—Yo no... yo no quiero esto... —repitió Violeen, siendo consciente de que fue mucho antes de su discusión.

—Mejor tú que cualquier otro —sentenció Sirius invocando una pluma y tendiéndosela.

De forma mecánica, Violeen garabateó su nombre en el contrato. Era la primera vez que firmaba un documento oficial, siempre vivió al margen de todo eso.

Dort pareció sentir alivio al completar la transacción. Sirius le imponía, Violeen le inquietaba y a Bellatrix la temía incluso muerta; estaba deseando zanjar el asunto. Tras dejarles otro montón de papeles, abandonó la casa lo más rápido que pudo.

Violeen y Sirius se quedaron en el salón contemplando todo aquello. El mago eligió una carpeta al azar y la abrió. Contenía la información de registro y los conjuros para acceder a un castillo en Gales.

—Veranaban aquí de pequeñas, con sus padres —murmuró Sirius—. A Bellatrix no le gustaba, era un castillo enorme y le recordaba a Hogwarts. No le gustaba que su lugar de vacaciones se pareciese al colegio. Aun así valdrá millones.

La chica atesoró la nueva información sobre Bellatrix. Sirius fue comprobando cada cosa y relatándole a Violeen lo que recordaba de su prima respecto a cada propiedad. Cuando terminó, en lugar de preguntarle qué prefería hacer, decidió darle un plan ya elaborado:

—Vamos a visitar la mansión Black, ¿vale? Viviste ahí unas semanas y puedes despedirte. Y quizá aún queda algo tuyo...

La chica lo pensó y asintió. Había una razón por la que quería hacerlo:

—Así puedo hablar con Kreacher.

—No hace falta ir hasta ahí: llámalo y aparecerá.

—No, llamarlo como a un perro me parece una falta de respeto dadas las circunstancias. Vamos a su casa y le pregunto qué quiere hacer.

Sirius estuvo a punto de replicar, pero se aguantó. Descubrió años atrás que su hermano murió por proteger a su elfo y este le ayudó a conseguir el guardapelo que buscaba Dumbledore, así que le perdonó un poco la devoción que le tenía a su odiosa madre.

Al estar a nombre de Violeen, las verjas de la propiedad se abrieron ante ella y Sirius pudo acceder también sin problema. La que más se alegró de volver a la mansión fue Aqua, que partió para asegurarse de que sus árboles favoritos seguían en su sitio. El reencuentro con Kreacher fue triste, Sirius se alejó porque le incomodaba ver al elfo llorando. Violeen esperó a que se calmara y le preguntó qué quería hacer.

—¡Quedarme aquí! Kreacher tiene que cuidar la mansión —declaró al momento.

—Pero estarás solo... —respondió Violeen.

—A Kreacher le encanta estar solo, es la gente lo que no le gusta a Kreacher.

—Vale... Pero si en algún momento te aburres o quieres hablar, puedes venir a buscarme a donde esté. O ir a Hogwarts, en las cocinas hay más elfos y puedes hablar o... lo que quieras.

El elfo la miró con sus grandes ojos y le dio las gracias con una reverencia. Seguidamente desapareció por los pasillos. Violeen subió a la habitación que había ocupado. Estaba todo como el día en que... casi murió: la cama deshecha, su ropa de entrenar sobre una silla, su libro en el escritorio... Sintió un nudo en el estómago al verlo todo y le costó reaccionar.

—¿Qué haces? —le preguntó Sirius cuando se agachó a mirar bajo la cama.

—Nada. Perdí algo, pero no está.

Probablemente Bellatrix habría quemado a Señor Panda... y esa idea la hizo volver a llorar. Sirius salió del dormitorio para darle intimidad y que pudiera despedirse. Poco después, Violeen salió con un libro bajo el brazo.

—¿Solo te llevas eso? —le preguntó Sirius contemplando la portada con un dragón de ojos azules.

La chica asintió y se marcharon. Al salir de la mansión, Violeen se giró y contempló el imponente edificio que Bellatrix había destrozado y reconstruido. El lugar donde la entrenó y tantas horas pasaron juntas. Ahora podía volver cuando quisiera sin ningún peligro, pero... algo le decía que pasaría mucho tiempo antes de que eso sucediera. 

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