Capítulo 28
Hubo varios segundos de silencio, un silencio pesado, expectante e inquietante. Una docena de magos y brujas paralizados con la varita alzada y la boca a medio abrir, pero incapaces de reaccionar.
Fue Sirius el primero que recuperó el movimiento. Corrió hacia Dumbledore y se arrodilló para tomarle el pulso. El resto —unos y otros— seguían inmóviles.
—Está muerto.
Fue apenas un susurro en la voz grave del mago, pero todos lo escucharon con perfecta claridad.
El miedo de Violeen creció. No supo si Sirius era un gran actor o si había matado sin querer al mago más poderoso del mundo. Quiso creer que lo primero, los Black eran muy dramáticos. Pero dentro de ella sentía que algo no había ido bien. No había actuado según lo acordado, sino guiada por la furia: Violeen jamás vio a Dumbledore usar un maleficio tan cruel como el que le había lanzado a Bellatrix y lo había hecho para presionarla a ella. Eso no le había gustado.
Voldemort soltó una risa estridente que quebró el silencio. Bellatrix chilló también con placer victorioso y alzó su varita invocando en el cielo la marca tenebrosa. Harry gritó con dolor, pero McGonagall lo agarró y desapareció con él. Al momento Sirius hizo lo mismo aferrado al cuerpo de Dumbledore.
—¡Tú! ¡Has matado a mi hermano! —bramó Abeforth señalando a Violeen, que lloraba de tensión bajo la capucha.
El hechizo del mago apenas logró salir de su varita porque una bombarda de Bellatrix le ganó el terreno haciéndolo saltar por los aires. Al momento la mortífaga cogió a Violeen del brazo y las apareció.
La aparición fue brusca y repentina, Violeen se sintió más mareada que de costumbre al entrar en los terrenos de la Mansión Black. No quería estar ahí. Deseaba irse a su casa para que a través del diario Dumbledore le confirmara que estaba bien. No pudo manifestarlo porque Bellatrix la besó. La besó con una intensidad con la que nunca la había besado, pegándola a su cuerpo con todas sus fuerzas y logrando que Violeen se sintiese incluso más abrumada.
La mortífaga solo se detuvo cuando notó que su boca sabía salada.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó preocupada.
—He matado a... he matado a una persona —susurró Violeen.
Bellatrix la miró desconcertada. Para cualquiera sería un honor, una hazaña por la que pasar a la historia. Le costó recordar que para su discípula no. Intentó hacérselo ver, explicarle que iban a ganar la guerra gracias a ella y el hombre estaba ya muy mayor, mejor que descansara. Pero Violeen, entre lágrimas, solo negaba con la cabeza.
—Él nos hubiera matado —intentó razonar la mortífaga—, no había otra opción.
Violeen siguió llorando. No sabía si era por el miedo, por la tensión o por la incertidumbre, pero cuadraba con su historia, lo hacía más realista.
Bellatrix la contempló unos minutos sin saber qué decir. Aqua apareció descolgándose de un árbol y trepó a su cuello intentando animarla. Violeen se dejó caer, sentándose en la tierra intentando —sin éxito— serenarse.
—Ya mataste a un hombre. En el Foro, el día en que te conocí.
A Violeen le parecía que hacía tres vidas de su visita al club de duelo ilegal. Pero recordaba cuando mató a Goyle porque no le dejaron otra opción, porque era él o Milo y ella y no tenían huida ni elección. Y ese mortífago era deleznable. Pero no podía confesárselo así a Bellatrix, por eso simplemente susurró que no quería matar más.
—¿Por qué lo has hecho entonces? —insistió Bellatrix mirándola de brazos cruzados—. Uno no lanza la maldición asesina por error, no funciona así. Hay que desearlo.
—Te estaba haciendo daño —susurró Violeen con la vista fija en el suelo.
No vio la reacción de la mortífaga, pero sintió que esta se agachaba y le sujetaba la barbilla para obligarla a mirarla. Sus ojos oscuros seguían poniendo nerviosa a Violeen.
—Míralo de esta forma: tú has matado a Dumbledore por mí y yo no he matado a mi exhermana por ti. Un alma por otra —añadió con sorna-. Incluso dos, porque a su bastarda también le tengo ganas...
La joven lo meditó, aunque le costaba concentrarse en algo que no fuesen los ojos de Bellatrix. Pensó en replicar que estaba segura de que la siguiente oportunidad de matar a Andrómeda no la dejaría pasar... Pero dado que ella no había matado de verdad a Dumbledore (o en eso confiaba), al final asintió. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y se levantó.
Solo entonces se fijó en Bellatrix. Su rostro seguía muy pálido y sus labios y manos ligeramente azulados.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, sí —aseguró la mortífaga quitándole importancia con un gesto de la mano.
Seguía un poco mareada, el maleficio de Dumbledore había sido muy fuerte. «Ven» murmuró Violeen cogiéndola por la espalda para servirle de apoyo. «¿Vienes o te quedas, Aqua?» le preguntó a la serpiente. El reptil optó por volver a su árbol favorito y Violeen le dio las buenas noches.
Mientras entraban en la mansión, Violeen le preguntó si en esa ocasión no debía reunirse con Voldemort. Bellatrix negó con la cabeza; podía esperar a la mañana siguiente, su maestro estaría demasiado ocupado gestionando la noticia. Confiaba en que eso mejorase su humor.
Una vez en el dormitorio, hizo tumbarse a Bellatrix. Le ordenó que cerrara los ojos (se tuvo que ordenar tres veces porque a la mortífaga no le gustaba bajar la guardia) y colocó las manos sobre ella, sin llegar a tocarla pero lo suficientemente cerca para que Bellatrix sintiese el calor que emanaban.
—No es estrictamente un conjuro sanador... pero mi padre lo utilizaba para hacer sentir mejor a los pacientes.
La mortífaga no respondió. Meditó si hubiese preferido que su padre fuese sanador como el de Violeen y no un hombre de negocios solo preocupado por multiplicar su dinero. No llegó a una conclusión porque la calma se adueñó de ella. Sintió como sus miembros se relajaban y un calor agradable recorría su cuerpo. El mareo se pasó pronto. Lentamente el color volvió a su rostro y a sus labios.
Cuando abrió los ojos, Violeen retiró las manos. Bellatrix la hizo tumbarse junto a ella y la besó. Le devolvió el beso, pero cuando empezó a desnudarla murmuró:
—Bella, no...
—Déjame darte las gracias. Nunca nadie había matado por mí.
—No quiero que me des las gracias... Solo dormir... ¿Mañana? ¿Por favor?
Lentamente y con dificultad, la mortífaga asintió. Se separaron, se desnudaron y se metieron bajo las sábanas. Apenas llevaban dos minutos cuando Bellatrix preguntó:
—¿Te importa si me...?
Violeen se giró hacia ella. Por su voz y su respiración comprendió que seguía muy excitada tras lo sucedido. Esa mujer canalizaba la adrenalina de forma peculiar. Le pareció un detalle que le pidiera permiso para masturbarse, que le preocupara que eso la hiciera sentirse desplazada. Los valores tradicionales de Bellatrix salían a la luz en los momentos más insospechados.
—Adelante. Es lo más sano del mundo.
La respuesta de Bellatrix fue un gemido satisfecho. Continuó con su labor, pero Violeen sintió su frustración conforme pasaban los minutos. La mortífaga era demasiado exigente incluso para ella misma y no lo conseguía.
Violeen se giró hacia ella. La besó y le susurró en parsel que era tremendamente sexy (o que las puertas del infierno olían a manzana, seguía sin dominar la lengua). Al momento la respiración de Bellatrix se aceleró.
—Sigue —le pidió.
Pese al agotamiento, Violeen se compadeció. Deslizó su mano entre las piernas de Bellatrix mientras se besaban enroscando sus lenguas. En lugar de permitir que Bellatrix retirase su brazo, agarró su mano y así introdujeron un dedo cada una. La mortífaga ahogó un grito entre el placer y un ligero dolor que al momento desapareció. Violeen marcó el ritmo, sabiendo que para Bellatrix era más fácil complacer a otros que a ella misma. Y así, pronto consiguió que su amante llegase al orgasmo.
—Buenas noches, Bella —susurró mientras la mortífaga ejecutaba un hechizo de limpieza sobre ambas.
Se giró hacia su lado, pero como le pasaba siempre, necesitaba abrazar a Señor Panda para dormirse. A falta de su peluche, atrapó a Bellatrix y suspiró satisfecha. Así sí podía dormir.
Pasó una hora completa en la que la mortífaga se dejó abrazar, sintiendo la respiración de su novia sobre su cuello y sus manos sobre su estómago. «Te quiero, Violeen» susurró justo antes de quedarse dormida.
* * *
A Violeen la despertó un cosquilleo en su cuello. No necesitó abrir los ojos para saber que era Bellatrix besuqueándola. La mortífaga estaba tan excitada tras la muerte de Dumbledore que apenas había dormido. Había tenido el detalle de respetar el sueño de su novia, pero ya eran las ocho de la mañana y no tenía más paciencia. Sabía que Voldemort la llamaría y antes tenía un asunto pendiente.
—Buenos días —murmuró Violeen.
La respuesta fue un gruñido, su amante no pensaba separarse de su piel. La joven le acarició el pelo mientras se frotaba los ojos para desperezarse. Bellatrix seguía entretenida con su cuello, entre mordiscos y lametones. Cuando juzgó que esa zona ya estaba, se deslizó a su pecho. A esa parte le dedicó mucho más rato. Violeen siguió jugando con su pelo hasta que sonrió y murmuró:
—Creía que se trataba de darme las gracias... No de que me comieras las tetas como un bebé glotón.
Su comentario le valió un mordisco y no pudo ahogar el gemido. Apenas llevaba unos meses como lesbiana, pero Bellatrix ya era la mejor en su campo. Dedicó unos minutos más a su parte favorita y finalmente serpenteó entre sus piernas. Ambas estaban muy húmedas, así que fue más rápido de lo que hubieran deseado. Pero fue mejor así.
—Me está llamando —comentó Bellatrix mirando como la marca tenebrosa se dibujaba en su brazo.
Fue la primera vez que Violeen la escuchó comunicarlo con fastidio. Una vana esperanza nació en su interior.
Bellatrix se vistió deprisa y ella se incorporó para recuperar también su ropa.
—Quédate. No sé cuándo volveré, pero...
—Prefiero ir a mi casa —se apresuró a responder Violeen—. Tengo que fabricar unas pociones para el boticario y necesito comprar ingredientes.
La respuesta no satisfizo a Bellatrix, que aun así asintió.
Violeen sintió vértigo cuando vio en el recibidor El Profeta en cuya portada se anunciaba la posible muerte de Dumbledore. No quiso mostrar interés y realmente prefería no leerlo.
En el jardín recogieron a Aqua, se despidieron ante las verjas y cada una se apareció por su cuenta. En cuanto llegó a su casa, Violeen corrió a por su diario bidireccional.
«¿Estás bien?» escribió con una letra terrible porque primó la velocidad.
Esperó ansiosa varios minutos, no hubo respuesta. Se fue a duchar y tampoco la hubo.
Se llevó el cuaderno a la encimera donde fabricaba sus pociones y se puso a trabajar. Dos horas después tenía una docena de filtros adelgazantes pero ninguna respuesta. Volvió a escribir un par de líneas más insistiendo en que necesitaba saber cómo se encontraba.
Miró la hora. Dumbledore debía de estar en su despacho... O quizá para ocultar la noticia de su no-muerte prefería esconderse. Pero seguro que se habría llevado el cuaderno, tenía que saber que Violeen le escribiría como siempre después de una misión... No quería molestar y por eso esperó hasta la tarde. Pero ahí ya no pudo más.
Se metió en la chimenea e indicó que deseaba aparecer en la del director de Hogwarts. El viaje fue rápido e incómodo, como de costumbre. Surgió en el lugar habitual. Nada parecía haber cambiado, todo estaba en su sitio... Excepto Albus, que no estaba ahí.
Violeen se acercó al escritorio, sintiendo que estaba violando la intimidad del director. No le gustaba cotillear en su ausencia. Pero necesitaba una señal, cualquier cosa que indicara que estaba bien.
Sobre el escritorio solo había informes académicos y publicaciones sobre magia. Buscó el diario, para saber si estaba ahí o con su dueño, pero no lo encontró. Trató de abrir los cajones pero no había manera; debían de estar protegidos.
—¡Quién eres tú!
Violeen levantó la vista sobresaltada. Estaba tan centrada en la búsqueda que no había oído llegar a la mujer que la apuntaba con la varita. La recordó de la noche anterior. Dumbledore le había hablado mucho de ella: Minerva McGonagall, una de las mejores brujas del país y subdirectora de Hogwarts. Por la tensión en su rostro y la desconfianza en su voz quedó claro que atravesaba malas horas.
—¿Dónde está Albus? —replicó Violeen.
McGonagall la miró sorprendida de que usara el nombre y no el apellido, pero su hostilidad no se redujo ni un poco.
—Quién eres tú —repitió—. No eres una estudiante... ¿Cómo te has colado aquí?
Viendo que no iba a obtener respuestas, Violeen la desmemorizó con un gesto de su mano. Todos los magos y brujas en ese país se confiaban al ver que no llevaba varita... A nadie se le ocurría que no la necesitara.
—Lo siento —murmuró mientras la subdirectora miraba a su alrededor intentando recordar dónde estaba.
Violeen desapareció por la chimenea mientras daba gracias a que Bellatrix la hubiese obligado a practicar los conjuros desmemorizantes. No obstante, le dio miedo darse cuenta de que cada vez se le pegaban más sus costumbres. Todavía le dio más miedo no haber dado con Albus. Necesitaba resolver aquello antes de que Bellatrix volviera.
Volvió a casa muy alterada. ¿Qué podía hacer? Pensó en preguntarle a Sirius, pero no tenía forma de contactar; siempre era él quien la encontraba a ella. No tenía ninguna dirección para escribirle, seguramente habría eliminado su rastro para evitar a los mortífagos. No conocía a nadie más en la Orden. Así pues, solo cabía esperar.
—¡Eh! —gritó con emoción al ver aparecer por fin la ansiada contestación.
«Estoy bien, tranquila».
Violeen sintió un gran alivio y contempló la página esperando a que continuara. Pero pasaron un par de minutos y no hubo más palabras. Así que al momento respondió agradecida y le preguntó dónde estaba, cómo podía verlo. No hubo respuesta.
Imaginó que Albus estaría ocupado. Aun así se quedó muy intranquila, temiendo que algo fuese mal. Decidió salir a que le diese el aire para distraerse. Se iba a llevar el cuaderno, pero se dio cuenta de que podía aparecer Bellatrix, así que lo dejó confiando en encontrar la contestación al volver.
—Vamos, Aqua —la invitó acercándose al terrario.
La serpiente se enroscó en su brazo y salieron de casa. Dieron un pequeño paseo por la ribera, Violeen tratando de respirar y tranquilizarse en contacto con la naturaleza. Cuando Aqua encontró un árbol que le gustaba, ella se sentó a la orilla del río contemplando el agua correr con un agradable murmullo. Cogió una piedra blanca porque le pareció bonita. Recordó cuando de pequeña hacía pulseras transformando piedrecitas y las vendía para comprarse helados. Sonrió con añoranza.
Acumuló un puñado de ellas y las transformó hasta componer un brazalete. Se lo puso con tristeza y cuando su serpiente se descolgó del árbol le preguntó:
—¿Te gusta?
La serpiente frotó la cabeza contra su mano, lo cual podía significar que sí le gustaba o que quería caricias. Por si acaso la acarició.
Volvieron a casa cuando empezaba a anochecer. Violeen estaba preparando la cena cuando apareció otra línea en el cuaderno. La leyó con el corazón acelerado: «Número 12 de Grimmauld Place». No sabía dónde estaba eso, pero quería ir inmediatamente. Tendría que coger un taxi. Aunque ya era de noche, prefería no salir a esas horas...
—Aqua, tengo que ir a un sitio. ¿Podrías venir conmigo? Me siento más segura.
Pese a no habérselo dicho en parsel, la serpiente pareció entenderla, porque se acercó a su brazo y se acomodó ahí. Violeen juzgó que a esas horas Bellatrix ya no aparecería. Así que salió de casa y caminó hasta la avenida más próxima donde paró un taxi y le dio la dirección.
—Grimmauld Place, aquí es —anunció el taxista.
Estaban en un vecindario muggle de casas de ladrillo estrechas y apretujadas. No parecía el lugar más seguro de Londres ni mucho menos el más lujoso. Como Violeen vio que al taxista el lugar no le daba buena espina e iba a esperar a que entrase, le dijo que iba a pasar a buscarla un amigo en un par de minutos. Le dio las gracias y una propina y observó como se marchaba.
—Aquí está el once... Ah, esta debe ser —murmuró Violeen.
Se extrañó al ver el número trece. ¿Dónde estaba el doce? Miró la fachada y entonces vio como entre ambos números, otro bloque se abría hueco y desplegaba unos escalones de piedra muy gastados. Los subió y vio que no había forma de llamar, solo un timbre. A Violeen no le gustaba llamar al timbre, lo veía demasiado intrusivo y le molestaba el ruido, así que primero probó a llamar con los nudillos.
Como no había respuesta, iba a pulsar el timbre, pero entonces la puerta se abrió. Lentamente y con desconfianza.
—¡Hola, Sirius! Soy Violeen —saludó la chica—. Albus me ha mandado esta dirección.
—Al menos no has llamado al timbre —gruñó el mago haciéndola pasar y mirando de reojo un retrato de una mujer que dormía.
—¿Cómo está Albus? ¿Dónde está?
Sirius no respondió. Se adelantó por el pasillo y Violeen lo siguió hasta un salón al fondo de la planta baja. El corazón de Violeen saltó de alegría al ver a Albus de pie junto a una estantería. Iba a correr hacia él, pero alguien le cortó el paso. Snape también estaba con ellos. Miró a Violeen entre despectivo y desconfiado.
—Antes de nada, debemos comprobar que... —empezó Sirius.
—¡Quitad de ahí! —protestó la chica.
Con un gesto de su mano ambos salieron despedidos unos metros. «Sí que se le están pegando las artes de mi prima» masculló Sirius. Violeen lo ignoró y corrió a abrazar al director. Albus parecía cansado, pero sonrió lentamente y respondió al gesto.
—¿Estás bien? ¿Fue todo bien? No sé si lo hice bien... ¡No quería hacerlo! —protestó la chica alterada al recordarlo.
—Lo sé y lo lamento. Era la mejor forma de avanzar... y más ahora que hemos perdido a Severus como espía.
El aludido miraba fijamente un desconchón en la pared, como si le diera rabia recordar que no había jugado su papel con Voldemort tan bien como creía.
—¿Pero estás bien? —insistió Violeen—. ¿Te hice daño?
Snape y Sirius contemplaban al director con tensión palpable, ninguno de los dos decía nada, tenían los labios firmemente apretados y la mirada dura. Entre ellos no se dirigían ni una mirada.
—No me hiciste daño —aseguró Albus—, fue solo un desmayo de pocos segundos.
¿Entonces por qué Violeen tenía la sensación de que algo no iba bien? Miró al director como haciéndole esa misma pregunta. Se conocían desde hacía muchos años y sabían leer sus gestos.
—Estoy bien —repitió el director—, no tengo ningún daño físico. Pero he perdido mi magia.
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