Capítulo 26
—¿Qué sentido tiene lo que hicimos anoche? —preguntó Violeen cuando vio que Bellatrix abría los ojos.
Llevaba despierta media hora y no lograba quitarse esa angustia de la cabeza.
—¿Acostarnos desnudas sin follar? Ninguno. Menudo desperdicio... —gruñó la mortífaga.
La joven no pudo evitar sonreír porque volvía a ser ella misma tras las confesiones de la noche anterior.
—No. Me refiero a lo de atacar el bar ese, enfrentarnos con esa gente... —empezó Violeen mientras la mortífaga le besuqueaba el cuello—. Entiendo que llamamos la atención y la gente tendrá miedo, pero si Voldemort quiere que se unan a él no creo que sea la forma más convincente...
Acarició el pelo de la mortífaga, que seguía muy centrada en explorar su cuello. Con su otra mano le acarició el hombro y ahí notó algo extraño. Conocía muy bien la piel suave e inmaculada de Bellatrix.
—¿Qué llevas ahí?
—Nada —gruñó la mortífaga mordisqueando su cuello.
«¿Cómo que nada?» replicó la chica levantando un poco las sábanas. No pudo evitar soltar un grito al ver el corte que cruzaba el hombro de Bellatrix. Le preguntó cómo se lo había hecho pero ni se acordaba. Estaba acostumbrada a recibir heridas en los combates y nunca les daba importancia, ya sanarían solas. Violeen le advirtió que debían curarlo, pero la mortífaga tenía otras prioridades. A Violeen le costó, pero al final consiguió que de mala gana se separase de su cuerpo.
—Estate quieta —le ordenó.
Colocó la mano sobre su hombro y cerró los ojos concentrándose. Bellatrix notó un cosquilleo y una ligera tirantez en la piel. Cuando un par de minutos después Violeen retiró la mano, no había ni rastro de la herida. La mortífaga se incorporó un poco para mirarse el hombro y no dijo nada, pero besó a su amante con auténtica gratitud. Le gustaba que se preocupase por ella. Y se sentía afortunada por no tener que ir a San Mungo.
—¿Te apetece desay...? Nah, puede esperar —se interrumpió Violeen al ver que Bellatrix ya se había colocado entre sus piernas.
Una vez más, invirtieron en su actividad favorita las primeras horas de la mañana.
«Qué estoy haciendo...» pensó Violeen al terminar, mientras acariciaba el pelo de Bellatrix que tenía la cabeza apoyada en su pecho. No solo no encontraba una respuesta, sino que cada vez se hundía más, cada vez era más difícil salir de su obsesión por la mujer que tenía desnuda sobre su cuerpo.
—El Señor Oscuro se está poniendo nervioso —susurró Bellatrix sin moverse.
—¿Qué? —replicó Violeen interrumpiendo abruptamente su debate mental.
—Lo que me has preguntado antes. Necesita llegar a Potter, pero... no puede mientras Dumbledore le sigua protegiendo. Necesita deshacerse de él primero. Le encargó a Draco la misión, es el único que puede acceder a él en Hogwarts... Pero ahora le ha entrado prisa, de repente, no entiendo bien por qué. Está nervioso y pierde rápido la paciencia...
Hablaba en susurros y Violeen notaba el miedo en su voz. No dijo nada, continuó acariciándole el pelo y Bellatrix prosiguió:
—Lo de anoche era... amenazar a su hermano y avisarle de que volveremos. Y confiar en que cuando volvamos, Dumbledore aparezca para defenderlo y abandone las protecciones de Hogwarts.
—Pero... ¿y qué piensa hacer contra él? —preguntó Violeen entre asustada y desconcertada.
—Matarlo, por supuesto —respondió Bellatrix.
Violeen no supo cómo preguntar sin enfadarla si Voldemort se veía capaz de semejante hazaña. La mortífaga intuyó sus dudas. Aseguró al momento que por supuesto su maestro era el mejor mago del mundo... Y añadió que lo veía muy seguro, como si tuviese algún truco bajo la manga. Violeen no le preguntó cuál porque notó que Bellatrix lo desconocía; y que le dolía que su maestro no confiase tanto en ella.
—Como con lo de Snape. Le he vuelto a decir que es un traidor, pero no... — se detuvo ahí con tristeza.
Violeen no respondió, depositó un beso en su cabeza y se quedaron ahí en silencio. Poco después apareció Aqua para darle los buenos días. Bellatrix la contempló fijamente pero no se separó, como estableciendo que Violeen también le pertenecía a ella. Cuando la serpiente se marchó, Bellatrix se desperezó.
—Tengo hambre, hazme el desayuno —exigió con alegría.
—Como usted mande, señorita Bella —respondió Violeen incorporándose y haciéndole una semireverencia igual que hacía Kreacher.
Con un gesto de la mano de Bellatrix, un almohadón voló hacia ella. Violeen lo esquivó de milagro, pero la felicitó porque ya ejecutaba magia sin varita sin pensarlo. La mortífaga se dio cuenta y eso también la ilusionó. Mientras ella se duchaba, Violeen preparó zumo y tostadas. Desayunaron juntas, pero después Bellatrix tenía que marcharse, Voldemort seguía necesitándola.
—Te avisaré cuando sea —se despidió la mortífaga.
Violeen asintió y la contempló.
—Bellatrix —la llamó cuando ya salía.
La bruja se giró y la miro.
—Te quiero.
Fue la primera vez que vio a Bellatrix ruborizarse, la forma en que le brillaban los ojos y la comicidad de que tratase de ocultarlo a toda velocidad. Asintió y cerró la puerta sin decir nada y Violeen sonrió.
La joven salió a correr, intentando deducir dónde se había metido. No podía salir bien, nada podía ya salir bien... Si ganaban la guerra, Bellatrix perdía. Si perdían... bueno, el mundo entero perdería. ¿La protegería a ella? ¿Cómo reaccionaría Bellatrix si se enteraba de que era una traidora? La mataría; pese a lo vivido en las últimas semanas, Violeen tenía pocas dudas. Si no la torturaba antes ya se daría por satisfecha.
Lo más desgarrador era darse cuenta de que aunque ocurriera un milagro y lograse convertir a la mortífaga a su causa y que abandonara a Voldemort, nada la libraría de Azkaban. «Podría ir a visitarla...» se dijo. Al momento sintió un escalofrío. No quería ir ahí, la sola imagen de un dementor la paralizaba de terror. Y se tuvo que confesar que, aunque lo mereciera, tampoco quería eso para Bellatrix.
Terminó el ejercicio de nuevo sin conclusiones. Al llegar a casa vio que había llegado correo. Era el ejemplar diario del Profeta. En la portada había una nota escrita a mano: «Soy casi viuda por tu culpa». Violeen leyó la noticia de portada: los aurores habían atrapado a uno de los mortífagos fugados, Rodolphus Lestrange. No pudo evitar sonreír satisfecha al leerlo. La noticia mencionaba el incidente en Hogsmeade y la actuación de mortífagos y aurores. El nombre de Violeen no aparecía, apenas nadie la conocía y eso jugaba a su favor.
Entró a su dormitorio y suspiró. Debía darle a Albus el parte de la noche anterior. Pero le costaba tanto ocultarle cosas...
—No es ocultamiento —razonó consigo misma—, es solo omitir que siento excesivo apego por la asesina a la que me mandó espiar.
Cogió el cuaderno y escribió lo primero que estaba bien. Iba a continuar pero al momento apareció una respuesta:
«Acabo de volver de un viaje y estoy en mi despacho bastante ocioso, ven y me lo cuentas en persona».
Violeen chasqueó la lengua con fastidio. En persona le era más difícil ocultarle cosas... pero aun así lo hizo. Avisó a Aqua de que volvería pronto —la serpiente estaba dormitando en su terrario— y se metió en la chimenea.
El director la recibió con una sonrisa cálida y la hizo sentarse frente a él. Violeen le resumió lo ocurrido. Solo al final se percató de su insensibilidad y le preguntó si su hermano estaba bien.
—Sí, me ha escrito esta mañana. Hay algunos daños en el bar, pero casi mejor, a ver si así limpia algo —sonrió Albus tras sus gafas de media luna.
—¿Y ese tal Snape? ¿Es un espía?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó sorprendido.
—Bellatrix lo sabe. Se lo dice a todo el mundo, pero Voldemort no la cree.
—La arrogancia de Voldemort nos salvará —respondió el director—. Kingsley me ha relatado su parte esta mañana y he deducido que fuiste tú quien aturdió a Rodolphus Lestrange.
—Ah, sí... Quise salvar a la chica, la hija de la hermana de... La auror.
—Nymphadora Tonks.
—Sí, eso.
Dumbledore asintió y la contempló sin decir nada. Para paliar el silencio, Violeen le contó lo que le había confesado Bellatrix esa mañana: que tenían razón en la misión de Draco y que Voldemort tenía prisa por matarlo pero no sabían por qué.
—Oh, por un buen motivo —aseguró Dumbledore abriendo un cajón de su escritorio.
Ante el desconcierto de Violeen colocó ante ella cinco objetos: un diario, un anillo, un guardapelo, una copa y una diadema. Los cinco rotos, estropeados. La joven cogió la copa y la contempló. No dedujo qué era.
—Curiosamente, ese objeto que tienes entre tus manos es lo que Bellatrix quería comprobar que estuviera a salvo el día en que la acompañaste a Gringotts. Hasta ese día lo estaba.
—¿Lo robó usted? ¿Cómo? —preguntó Violeen dejando la copa—. ¿Y para qué?
—Te confieso, querida, que soy un mago bastante bueno —sonrió el director—. Además, tengo amigos entre todas las razas... Fue arduo, pero pudimos hacerlo sin dejar rastro. Lo mismo con los demás. Sirius me ayudó con alguno... Y respecto a su función...
Dumbledore le habló a Violeen de los horrocruxes que Tom Ryddle creó para dividir su alma y lograr la inmortalidad. A la chica le resultó nauseabundo, pero escuchó con atención.
—Solo faltan dos. Uno es Nagini, estoy seguro tras lo que Aqua te comentó sobre ella. Y el otro... tengo ideas y estoy en ello.
Violeen asintió sobrepasada por la información y contenta de no tener que intervenir en ello.
—¿Voldemort lo sabe y por eso le ha entrado prisa?
—Eso sospecho —confirmó el director—. Por eso mandó a Bellatrix a comprobar que siguiera en su sitio.
—Pero si se entera de que no es así le hará daño.
—¿Y eso te preocupa? —preguntó Dumbledore con curiosidad.
—Sí. No me gusta que nadie sufra —respondió Violeen sin dudar. Era así y siempre había sido así.
El director asintió lentamente.
—No creo que lo haga. Lo comprobaron hace muy poco y no creo que él nos crea capaces de robar en Gringotts sin causar un alboroto. Sabe que hemos neutralizado el diario, el anillo y quizá el guardapelo... Seguro que no sabe lo poco que nos falta, pero aun así, siente miedo. Con cada parte de su alma, la muerte le susurra más cerca.
Tras analizar la información e intentar incorporarlo todo, Violeen le preguntó cuál era el plan. ¿Iba a aparecer él en el próximo ataque en Hogsmeade tal y como Voldemort deseaba? ¿Y cuál era el as bajo la manga que podía tener el mago oscuro?
—Eso último no lo podemos saber, pero sí que apareceré. Si hay oportunidades de que esté la serpiente, tenemos que intentarlo. Además, nos conviene que se confíe, que se apresure, porque es entonces cuando se cometen errores...
—Vale, tiene sentido... —murmuró la chica—. ¿Pero cuál es el plan entonces?
—Me temo que, si la situación se tuerce y alguien corre peligro, necesitaré que me mates tú Violeen.
—¡Ya te dije que no iba a hacer eso!
El director le explicó que llegado el momento, fingir su propia muerte no sería mala estrategia: Voldemort se confiaría, cometería errores al creer el camino despejado. Pero no era estúpido ni fácil de engañar.
—Tú eres la única que puedes hacer magia sin varita, sin pronunciarla y dándole el efecto que tú quieras. Si deseas que parezca inconsciente y que de tu mano salga una luz verde que emule a un avada kedavra, sucederá así. Y Voldemort lo creerá. Nos encargaremos de que así sea, actuaremos rápido, la Orden recuperará mi "cadáver"... Aunque cuanta menos gente lo sepa, mejor. Hablaré con Sirius sobre esto.
—Habla lo que quieras, pero yo no lo voy a hacer, Albus. Me da miedo que algo salga mal y te mate de verdad.
—No deseas matar a nadie, Violeen, no te sería fácil.
—Tú mismo lo has dicho: no utilizo la misma magia que vosotros. No necesitaría desearlo para que funcionara, podría matarte por error. Vi a gente hacerlo cuando era pequeña, Albus.
El director la miró con ligera duda. Aun así insistió en que era su mejor baza, la única que podría convencer a Voldemort. Violeen repitió que buscase otra forma.
—¿No puedes matarlo tú y ya?
Violeen jamás pensó que suplicaría que matasen a un ser humano... pero había decidido que Voldemort no entraba en esa categoría.
—No debemos antes de haber destruido todos los fragmentos de su alma —le explicó Dumbledore—. O regresará de nuevo. Además... No sé si es a mí a quién corresponde acabar con él.
Violeen sintió un escalofrío ante la idea de que ese ser no desapareciera nunca.
—Y cuando eso suceda... ¿Qué pasará con el resto? Con los mortífagos.
—Irán a Azkaban, naturalmente.
—Eso es cruel. Tienen dementores y he leído que es peor que el infierno.
—Eso mismo le he transmitido en numerosas ocasiones al ministro, pero me temo que su miedo supera a su raciocinio —suspiró Dumbledore—. No obstante, si tras la guerra el Ministerio se siente menos amenazado y se abren al diálogo, nos aseguraremos de que expulsen a los dementores.
Violeen asintió, algo era algo...
En ese momento llamaron a la puerta. Dumbledore le dio paso y entró un chico de quince años y cabello oscuro despeinado. Violeen lo contempló, le sonaba de algo...
—Ah, Harry. Permíteme que te presente a Violeen, una gran bruja que por fortuna es amiga mía y también de tu padrino.
En cuanto escuchó la mención a su padrino, el chico sonrió y le tendió la mano.
—Encantado, soy Harry.
Violeen se la estrechó y le contempló. Parecía un chico normal, no muy alto y no especialmente fuerte... aunque en sus ojos verdes había determinación y coraje. Aun así a Violeen le resultaba absurdo que toda esa guerra se hubiese montado por el chaval que tenía delante. Si Voldemort no se hubiese obsesionado con él ahora ella estaría... «Bueno, yo estaría exactamente igual» se reconoció Violeen, «Aislada en mi casa consumiendo pociones para revivir el pasado». No habría conocido a Bellatrix.
—¿Qué tal van las clases? —le preguntó con educación.
—Bien, bien... —respondió Harry—. Pociones me sigue costando, pero los TIMOS me saldrán bien... Espero. ¿Qué tal está Sirius?
—Muy bien —aseguró Violeen—. La otra noche salimos a beber y dentro de la situación en la que estamos, está bien.
El chico asintió y la miró con curiosidad. Violeen sospechó que probablemente creía que Sirius y ella estaban liados. «Black equivocado» pensó Violeen. Pero en lugar de verbalizarlo, se despidió para que Dumbledore pudiera atender a Harry.
—Violeen, recuerda lo que me has prometido.
—No, Albus. Recuerda tú que no te lo he prometido —replicó ella, que no pensaba fingir intentar matarlo ni nada similar—. Me alegra conocerte Harry, le daré recuerdos a Sirius cuando lo vea.
—Muy bien, igualmente, gracias —respondió el chico con una sonrisa.
Dumbledore le pidió al joven que no le hablará de Violeen a nadie y Harry lo prometió. Violeen se marchó por la chimenea y volvió a su casa. Se acercó al terrario y Aqua se enroscó en su muñeca, así salieron a dar una vuelta.
* * *
Bellatrix entró en la mansión Malfoy muy sonriente, cosa inédita en ella. Le sorprendió que en cuanto puso un pie dentro, su hermana corrió hacia ella.
—¿¡Estás bien, Bella!? ¿Cómo te encuentras?
Bellatrix se sorprendió ante la intensa bienvenida. Miró a Narcissa desconcertada y murmuró que bien.
—Pero de verdad, ¿necesitas algo? —insistió Narcissa—. ¿Podemos hacer algo?
—¿Respecto a qué? —frunció el ceño su hermana.
Empezaba a asustarla tanto cariño por parte de Narcissa. La rubia la miró primero con desconcierto y luego con incredulidad. Sin decir nada, con un giro de varita, el periódico del día voló hasta Bellatrix.
—Sí, ya lo he leído —replicó cogiéndolo—. ¿Pone algo nuevo? ¡Ah! ¿Te refieres a lo de Rodolphus?
—¿A lo de que tu marido está en la cárcel? Sí, Bellatrix, me refiero a eso —respondió Narcissa con más calma y frialdad.
—Cosas que pasan, gajes del oficio —declaró Bellatrix fingiendo gran pesar—. ¿Me lo puedo quedar?
Le había enviado su copia a Violeen y quería guardarlo como recuerdo de esas semanas en las que iba a tener paz conyugal. Porque estaba segura de que Voldemort los liberaría antes de la guerra, pero hasta ese momento...
—No pongas esa cara, Cissa —le espetó Bellatrix al ver el desprecio en su mirada—. Te he dicho mil veces que no siento nada por ese señor con el que fui obligada a casarme.
—Pensé que en las últimas semanas tu relación con "ese señor con el que fuiste obligada a casarte" había mejorado.
—¿Por qué pensaste tal locura? —replicó la mortífaga desconcertada.
Narcissa señaló su cuello y trazó en el aire una línea recta hacia su escote. Bellatrix bajó la vista y no vio nada extraño. Lo de siempre. Solo que "lo de siempre" últimamente incluía pequeñas marcas de arañazos y mordiscos y zonas enrojecidas.
—¡Ah! No, esto no es... Fue anoche, en la batalla en Hogsmeade, ya sabes, daños colaterales.
—¿Con un vampiro, Bellatrix? —se burló su hermana dejando claro que no la creía.
La mortífaga chasqueó la lengua divertida. Hizo ademán de marcharse del salón, tenía que ver a Lucius para definir la estrategia de la próxima batalla (ella no deseaba hacerlo partícipe pero el Señor Oscuro lo exigía). Narcissa la frenó:
—No puedes hacer esto. No puedes serle infiel a tu marido.
—¡Vaya que no! —exclamó divertida.
—Si se entera...
—¿Qué? ¿Qué me hará? ¿Cómo va a joderme la vida más de lo que ya está?
Narcissa respiró agitadamente, ese tema le molestaba y la indignaba como pocos otros.
—Sería una deshonra, Bellatrix, una falta de clase y de decoro...
—Me sobra de todo eso, puedo permitirme perder un poco. Ahora tengo que hablar con tu marido. A no ser que por fin quieras involucrarte de verdad en la causa...
Ante la última frase, Narcissa cerró la boca. Ella nunca tomó la marca y trataba de mantenerse lo más alejada posible de Voldemort. Bellatrix la dejó sola en el salón y mientras buscaba a su cuñado, volvió sobre sus palabras.
«Estúpida Narcisa... Con lo contenta que estaba yo y tiene que venir a echarme el sermón» pensó con rabia. Odiaba ese discurso, le recordaba a sus padres y le daba escalofríos. Por suerte, pronto se le ocurrió la solución: «Tendré que volver a tirarme a mi mascota hippie para animarme».
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