Capítulo 16
A Violeen ni se le ocurrió mencionarle a Bellatrix que había visto a su hermana Andrómeda. Fabricar pociones se le daba muy bien, pero saber cuándo estar callada era otro valioso don. Así que se guardó la información y la añadió a la lista de cosas negativas que sabía sobre su actual maestra.
Una tarde había quedado en acudir a la mansión Black para continuar con el entrenamiento, pero media hora antes empezó a llover. Pronto se convirtió en una tormenta fortísima, con rayos, truenos y una notable bajada de temperatura. A Violeen le gustaba la lluvia, sobre todo cuando podía quedarse en casa y contemplarla. Y esa tarde tuvo claro que no iba a salir.
Pese a lo humilde de su casa, la estructura era sólida y los muros gruesos, no corría peligro del aguacero que embestía contra las ventanas. Así que encendió la chimenea y se dispuso a trabajar con la relajante banda sonora de la naturaleza.
—A ver... Primero el acónito... —murmuró para sí misma.
Pronto se centró en su caldero e incluso dejó de escuchar la lluvia; su concentración era absoluta cuando trabajaba. O lo fue hasta que llamaron a la puerta.
El primer golpe lo atribuyó a la tormenta, el segundo también. No hubo tercero porque una furiosa Bellatrix entró en su casa. Estaba completamente empapada, la melena oscura le caía por el rostro y su capa casi se podía escurrir.
—¿¡Se puede saber qué te pasa!? ¡¿Estás sorda o qué?!
Violeen alzó las cejas apabullada por la entrada. Apenas había abierto la boca para responder cuando recibió la siguiente queja:
—¿¡Y qué haces aquí!? ¡Habíamos quedado hace quince minutos!
—Pero mira qué tiempo hace... Imaginaba que habrías deducido que no iba a ir...
—¿¡Cómo voy a deducirlo!? ¿Crees que dedico mi tiempo a pensar en cómo afectará la meteorología a tus estúpidas decisiones?
—Eh... No, lo sien...
—¡Podías al menos mandar una nota!
—No tengo lechuza, odio que vivan en jaulas... Y me dijiste que si trataba de aparecerme en tu chimenea moriría descuartizada lentamente porque tienes maleficios de seguridad.
—¿Y cómo tritones te comunicas con la gente? —preguntó la mortífaga todavía alterada.
—No me comunico con nadie.
Ante eso, Bellatrix no tuvo respuesta.
—Imaginaba que lo deducirías y como estabas en tu casa, no tendrías problema. Porque... ¿Ves? Estás completamente empapada, ven junto a la chimenea.
Pese a su mal humor, Bellatrix se dejó llevar (porque realmente tiritaba de frío) y le permitió quitarle la capa. Violeen invocó una toalla y se la dejó para que se secara el pelo. También una manta por si se quería tapar.
—Ya te apañas, ¿verdad? Tengo que remover eso antes de que arda.
La mortífaga la contempló todavía con mirada asesina, pero Violeen volvía a estar centrada en su poción. Así que Bellatrix sacó su varita y ejecutó un hechizo de aire caliente en torno a ella. Le costó un rato entrar en calor, pero se quitó también las botas empapadas y se acurrucó en la esquina del sofá, junto a la chimenea y envuelta en la manta.
Se les pasaron los minutos sin decir una palabra pero en absoluto incómodas. Bellatrix nunca había visto a nadie disfrutar tanto del proceso de elaboración de una poción, ni tampoco realizar cada movimiento con tanta precisión y facilidad. Quizá a Snape, pero a él procuraba mirarlo lo mínimo. Sin embargo con esa chica... La forma en que cortaba cada ingrediente, el cuidado con el que los echaba, la manera de remover la mezcla sin necesidad de mirarla... Resultaba hipnótico e incluso relajante.
—¡Oh! Sigues ahí —exclamó Violeen sorprendida cuando terminó y salió del trance.
Bellatrix arrugó la nariz con fastidio.
—¿Te habías olvidado de la asesina en serie a la que tienes en el sofá? —preguntó ofendida.
—Perdona, me concentro mucho —sonrió Violeen—. ¿Quieres tomar algo? No tengo mucho, pero... Espera que limpie esto primero.
Bellatrix la contempló recoger los ingredientes y se preguntó cuándo había empezado a tutearla. Hizo memoria y estaba casi segura que después del recuerdo que vivieron juntas. Mientras Violeen lavaba el caldero con esmero (se notaba que cuidaba mucho sus cosas), Bellatrix se levantó y examinó las pociones ya embotelladas. Habían quedado perfectas, de un tono azul brillante que denotaba su pureza.
—Me las ha pedido el boticario al que le vendo las cosas —murmuró Violeen.
Bellatrix se fijó entonces en el cuaderno en el que tenía apuntada la receta. Le sorprendió ver que estaba escrito a mano, eran recetas caseras. Se fijó en que el cuaderno estaba dividido en dos secciones. Hojeó recetas de ambas y dedujo que la primera —la más breve— eran las tradicionales, las que vendía; la segunda eran las pociones oníricas que consumía ella misma.
—¿Estás no las vendes?
Violeen se giró y le echó un ojo para ver a qué se refería. Negó con la cabeza y le explicó que no: eran demasiado peligrosas si no se consumían bien y la regulación del mercado las catalogaba como ilegales y requerían una licencia especial. Era mucho más rentable vender las habituales.
—¿Para qué sirve esta? "Persona de Poder" —leyó Bellatrix—. ¿Te hace más poderoso o aumenta tu magia de alguna forma?
—No. Es algo... mental. Es para crear una figura de apego, para convertirte en tu propia figura de apego y tener el poder de sanarte a ti misma. En sentido emocional, claro. Nada físico —explicó Violeen—. A ti te ayudaría.
—¿Ah sí? —replico Bellatrix con sorna—. ¿En qué?
—En reconciliarte contigo misma, con tu pasado.
—Estoy genial con ambas cosas —aseguró la bruja.
—Muy bien, entonces no la necesitas.
Violeen guardó las últimas cajas y se acercó al fuego para avivarlo. Bellatrix no pudo aguantar la curiosidad y le preguntó cómo funcionaba, si se desdoblaría o algo así.
—No, es un proceso que tienes que hacer tú a través de tus recuerdos. ¿Quieres probar?
La mortífaga dudó. Pero como no tenía nada mejor que hacer (había huido de casa porque su marido acababa de volver) y seguía pensando que igual no era cierto y sí que aumentaba su poder, se encogió de hombros.
—No tengo nada mejor que hacer, tristemente.
Violeen asintió. Fue a su armario, abrió su compartimento secreto y extrajo una poción espesa y blanca como la leche. Bellatrix la miró con desconfianza, nunca había visto una así.
—No me pienso beber nada que...
—No se bebe. Las pociones oníricas no se beben, hay que inhalarla. Aquí.
Colocó sobre la mesita del salón un difusor con forma de media luna, lo abrió y vertió la poción. Le indicó a Bellatrix que se acercara y dudosa pero con gran curiosidad, la bruja lo hizo.
—Remuévelo tres veces con tu varita en la dirección que quieras —le indicó Violeen.
Como no vio riesgo en ello, la mortífaga lo hizo. Al momento, el líquido blanco empezó a oscurecerse hasta terminar de un negro casi opaco. Entonces, Violeen dudó.
—Igual es mejor no hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque vas a sufrir. Cambia de color según tus recuerdos y... nunca la había visto tan oscura.
—¡Qué voy a sufrir yo por una estúpida poción! —protestó la bruja—. ¡Vaya tontería! Venga, hazlo.
Violeen cerró el difusor y le indicó que se tumbara en la alfombra, era la posición más segura. Bellatrix colocó una manta y se tumbó encima. Como vio que Violeen se quedaba de pie, le exigió que se acomodara también.
—Es algo muy personal, son tus recuerdos. Preferirás no tenerme ahí —le aclaró Violeen.
—Ni de broma. Por Circe que quiero tenerte ahí —replicó con ironía, pues sus sospechas de que trataba de envenenarla seguían ahí.
Sin decir nada, Violeen se tumbó a su lado. Activó el difusor y este empezó a dispersar en el aire partículas oscuras. Como la vez anterior, Violeen la guio en el proceso. Primero fue un ejercicio sencillo de respiración y conciencia de su propio cuerpo para centrarse y relajarse. Después le pidió que dejase la mente en blanco y se concentrase únicamente en el momento presente. Sabía que a la mortífaga le costaba mucho, así que iban despacio.
—Visualízate a ti misma —empezó Violeen—. Imagínate como una versión de ti muy sabia... Con la apariencia que tú consideres, con la ropa que vaya más con la imagen que estás creando... Céntrate en todo el poder que tienes y el lugar destacado que eso te hace ocupar.
Bellatrix se imaginó a sí misma tal y como estaba en ese momento. Ya se consideraba una sabia muy poderosa. Y con un gran estilo de vestir.
—Piensa ahora en un momento duro que hayas vivido hace poco. Un momento en el que te hayas sentido triste, dolida, furiosa...
Le dejó unos segundos. Bellatrix no abría la boca, pero Violeen la sentía a su lado y sabía que la escuchaba y la seguía.
—Ahora en otro momento similar que vivieras en la adolescencia —le pidió con voz suave y pausada—. Y por último, uno en la infancia.
Le dio de nuevo unos segundos. Después, le preguntó si los tenía. Bellatrix respondió que sí. Violeen la cogió de la mano.
—Vamos a empezar por el de en medio, por el recuerdo de cuando eras adolescente. Recuérdalo, recuerda cómo te sentiste...
Al igual que el día en que viajaron al recuerdo de Violeen, Bellatrix no estaba segura de si se había quedado dormida, alucinaba o era sugestión, pero pronto se vio en Hogwarts. En este caso fue Violeen la que se quedó unos pasos detrás de ella.
Se hallaban en el aula de pociones. La clase acababa de terminar y los alumnos salían en un bullicioso caos. Solo una quedaba en su pupitre, una chica de melena oscura, piel pálida y rasgos marcados. Pese a su indudable belleza, Violeen pensó que Bellatrix había mejorado con los años.
—Profesor... ¡Profesor Slughorn!
La joven Bellatrix tuvo que llamar de nuevo al esquivo profesor que trataba de escabullirse. Slughorn se giró hacia ella con una sonrisa tensa, sabiendo lo que le iba a decir. Bellatrix le mostró el examen corregido que les acababa de entregar.
—¿Por qué no tengo la máxima calificación? Está todo perfecto.
Slughorn dudó. Empezó a balbucear excusas pero estaba claro que la alumna no se creía ni la mínima. Así que se rindió y confesó con agotamiento:
—Si te pongo la máxima calificación, te tendrán que dar el Premio Extraordinario que ya sabes que incluye una beca en el Ministerio de Magia... La junta directiva prefiere dárselo a alguien con menos medios que tú, no lo necesitas en absoluto, tu familia puede...
—¡Pero eso no es justo!
—Lo sé, Bellatrix —reconoció el profesor—. Pero me lo han pedido de arriba... Además, dado tu carácter no...
—¡¿Qué tiene que ver mi carácter en esto?!
—Que se te tendría más en cuenta si no fueses tan conflictiva y...
—¡Eso son tonterías! ¡Mis notas son las mejores!
—Lo siento, de verdad.
Entonces, el tono de Bellatrix varió. Tras la furia empezó a surgir un miedo mal disimulado:
—Mis padres se enfadarán. Son muy exigentes conmigo, profesor, no les gusta que...
—Bah, eres una estudiante magnífica, estarán encantados contigo. Ahora vámonos que llegamos tarde al quidditch. ¡Adiós!
Slughorn abandonó la sala a una velocidad indigna. Bellatrix se quedó ahí unos segundos, tratando de recomponerse.
Su versión adulta la contemplaba sin dejar entrever ninguna emoción en su rostro. A su vez, Violeen las observaba a ambas con curiosidad.
Pronto la joven Bellatrix abandonó la clase y se dirigió a su sala común. Ahí, buscó a sus hermanas:
—¡Andy! ¿Vienes al quidditch? —preguntó intentando sonar alegre y despreocupada.
La chica de cuarto curso la miro con culpabilidad y respondió que ya había quedado con un... amigo. Bellatrix asintió y le deseó que lo pasara bien como si no le afectara. Vio entonces a su hermana pequeña, que ese año había comenzado en Hogwarts.
—¿Qué tal, Cissy? ¿Vamos las dos al partido?
—Eh...
La niña rubia la miró y se separó un poco de su grupo de amigos para hablar en privado. Era muy popular desde el primer día.
—Es que la gente dice que eres rara, Bella...
—¿Qué?
—Que no pasa nada, yo sé que eres así, pero dicen que eres rara y no quiero que lo piensen también de mí. Prefiero que no nos vean juntas, pero nos vemos otro rato, ¿vale?
En esa ocasión Bellatrix solo asintió, no pronunció una palabra. Abandonó el castillo con rapidez y en lugar del campo de quidditch, caminó hasta el Bosque Prohibido. Por el camino tuvo que limpiar a manotazos unas pocas lágrimas que acudieron a sus ojos. Finalmente, se sentó junto al tronco de un roble y sacó un libro de aspecto siniestro de su mochila.
—Él me ayudará —susurró para sí misma acariciando el libro—. Seré la mejor de todos los Black, ya lo verán...
En ese momento, la escena se congeló: la joven dejó de mover las manos, el viento dejó de mecer los árboles y los gritos lejanos del partido se apagaron. La Bellatrix adulta miró a Violeen desconcertada. Y también resentida y enfadada, no veía en qué la ayudaba eso. La había engañado para que le enseñara sus traumas y ver sus debilidades y...
—Consuélala —le indicó Violeen interrumpiendo su tren de pensamiento.
—¿Qué? —replicó la bruja con frialdad.
—Dile lo que querrías decirte, lo que querrías que alguien te hubiese dicho. Lo que necesites para sentirte mejor.
Bellatrix la miró sin comprenderlo. Violeen no se movió, pero le indicó con un gesto que se acercase a la chica.
—No te juzgues, solo cuídate.
«Estás zumbada» le espetó la bruja. Deseaba que eso acabara, pero no sabía cómo salir. Y a la vez, no podía moverse. No quería dejarse así...
«Esto es absurdo» masculló, pero se acercó a su versión adolescente y se agachó frente a ella. La escena recuperó el movimiento entonces, aunque más despacio, como a cámara lenta. A Bellatrix se le removió todo cuando su versión anterior le devolvió la mirada y vio la tristeza en sus ojos. Tardó mucho en atreverse a hablar y seguía sintiéndose un poco tonta, pero al final lo hizo:
—No... no hay ningún problema contigo... No estás loca ni eres rara. Has sobrevivido a tu situación lo mejor que has podido y... es culpa del resto del mundo no entenderlo.
La chispa de esperanza que vio en los ojos de la chica le dio fuerzas.
—Eres perfecta, Bella. Por supuesto que eres la mejor de los Black y de cualquier otra familia. Y es verdad, tu maestro te ayudará. Serás la mejor bruja del país y el mundo entero conocerá tu nombre. El mundo entero te temerá.
Ante eso, los ojos de la Bellatrix adolescente brillaron con emoción, absorbiendo y haciendo suya cada palabra. Finalmente asintió con convicción.
Bellatrix sintió un chisporroteo en su interior, una sensación cálida y sanadora y supo que ya estaba, no hacía falta más. Se incorporó y la escena recuperó su ritmo habitual. La joven retomó su lectura como si nada hubiese sucedido. Y antes de que Bellatrix pudiese preguntarle a Violeen, desaparecieron de ahí.
Cuando vio la mansión Black —la antigua, la que ella hizo arder hasta los cimientos— sintió un escalofrío y comprendió que ese era el recuerdo infantil. Tras lo que había sentido con el anterior, se dio cuenta de que no podría asumir ese. Pero no quiso reconocerlo ante Violeen. No logró reunir palabras y ya fue tarde.
Pese a que los niños no le gustaban desde que dejó de serlo, Violeen tuvo que reconocerse que esa mini Bella era una monada. O quizá era el contraste ahora que conocía a su despiadada versión adulta.
Bellatrix tenía cinco años en ese recuerdo. Estaba en su habitación aunque no parecía un cuarto infantil, pues no había colores ni juguetes, solo libros y los muebles imprescindibles. La niña estaba sentada en una esquina de la cama, abrazándose las rodillas y claramente asustada. El motivo llegó medio minuto después:
—¡Eres un monstruo! ¡Estás loca!
Druella Rosier era una mujer muy delgada, de rasgos afilados como un halcón y un aura que daba miedo. A su lado, su marido, alto y grande también parecía peligroso, pero no agresivo, si no la amenaza de quien tiene dinero para pagar a alguien que te haga desaparecer.
—¡Yo no he sido! —trató de defenderse la niña.
—Has hecho arder el salón, Bellatrix —manifestó su padre.
—¡No lo he hecho queriendo! ¡No tengo varita! —insistió.
—Lo haces tú y lo sabes.
Claro que lo sabía. Le sucedía cuando estaba furiosa o nerviosa, no podía controlar su magia en esos momentos.
—Nos has hecho quedar muy mal con los Lestrange —añadió su madre.
—Estaban diciendo cosas asquerosas —se defendió Bellatrix.
—Te casarás con su hijo cuando termines el colegio. Quieras o no —manifestó su padre.
Violeen vio que la niña estaba completamente desolada, sin embargo, en un acto de rebeldía, trataba de aguantar las lágrimas. No iba a darles ese gusto a sus padres, fue algo que Bellatrix se prometió desde muy pequeña: nadie la vería llorar. Y no lloró. No lloró ni cuando le pegaron ni cuando la encerraron en el sótano.
Violeen sí. Violeen tuvo que taparse la cara para sofocar las lágrimas y porque esa imagen era algo que ella —con su infancia perfecta— no podía comprender.
Cuando la escena se paralizó, estaban en un sótano frío y tétrico. La niña se había hecho una bolita en un rincón y ahora sí que lloraba desconsoladamente. Violeen se dio cuenta de que estaban llorando las tres, aunque en el caso de la Bellatrix adulta solo fuese una lágrima silenciosa que discurría por su mejilla.
Violeen no le dijo que actuara, pero en ese momento Bellatrix no dudó, lo tuvo claro. Ni siquiera estaba segura de que se pudiera hacer, de que ese recuerdo fuese palpable... Pero se acercó a la niña, se arrodilló y la abrazó. No solo era palpable (casi igual al contacto humano real), sino que al momento la niña le devolvió el abrazo de forma torpe pero con intensidad. Bellatrix la estrechó junto a su pecho y le acarició el pelo con cariño.
Estuvieron así varios minutos y al final, cuando Bellatrix por fin soltó a su versión infantil, la niña ya no lloraba. Seguía triste, pero más tranquila y sobre todo había nacido en sus ojos una nueva determinación: convertirse en la bruja que tenía frente a ella. Cuando dibujó una sonrisa solo para Bellatrix, el recuerdo recuperó el ritmo y ellas dos se marcharon.
Violeen aún seguía secándose las lágrimas cuando se vio en un escenario conocido. Era el pueblo muggle al que Bellatrix la llevó en su primera misión. El recuerdo doloroso que había elegido era el momento tras el conjuro de Dumbledore, cuando se vio en el suelo sangrando y sola pese a estar rodeada de gente.
Aun viéndose ahí a sí misma paralizada desangrándose, Bellatrix tardó en actuar, seguía afectada por el recuerdo anterior. Pero en cuanto se recuperó, se acercó a sí misma y la escena empezó a deslizarse a cámara lenta. Se susurró algo al oído, apenas unas palabras. La Bellatrix del recuerdo la miró sorprendida pero finalmente asintió y el recuerdo recuperó su ritmo. Conforme se separaba de ella, la escena continuó y Violeen se vio a sí misma corriendo a su lado y suplicándole a Lucius y a Rodolphus que las ayudaran. No llegaron a ver escabullirse al segundo porque la misión estaba cumplida.
El viaje terminó ahí.
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