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Capítulo 13

—¿Cómo va con la chica?

—Bien. Creo que confía en mí.

—¿Y va mejorando?

—Sí. Se defiende muy bien y también ha aprendido varios maleficios que usa con fluidez.

Voldemort apenas respondió con un murmullo. Caminaban presurosos de noche por un barrio de las afueras de Londres: tenían gente a la que amenazar.

Hacía tres días que Bellatrix no veía a Violeen, desde la experiencia con la poción onírica. Aquello además de ser una vivencia demasiado íntima que, de haberlo sabido, Bellatrix quizá hubiese preferido no compartir, había suscitado demasiadas dudas en ella.

Entendía que se trataba de un recuerdo que el cerebro modificaba, parecido a lo que hacían Voldemort y ella introduciendo recuerdos y visiones falsas en las memorias de sus víctimas para torturarlos. Aceptaba también que, de alguna forma, la sensación era más tangible e inmersiva. Y como ocurría con los retratos mágicos, la gente del recuerdo era capaz de conversar con la experiencia y carácter que tuvo en vida. Lo que no entendía era por qué Violeen lo compartió con ella (estaba segura de que no la soportaba). Ni tampoco por qué lo había sentido de forma tan profunda.

—Ah, aquí estamos —murmuró Voldemort devolviéndola a la realidad.

Bellatrix contempló la casucha de piedra ante la que se encontraban. Parecía una casa de labranza, no apta para vivienda, pero una débil luz escapaba bajo la puerta. Como acostumbraban a hacer, entraron sin llamar.

Efectivamente dentro había una pareja cenando, tendrían unos treinta años. Habían adaptado el lugar para poder vivir o, más bien, para poder esconderse. Al ver a Lord Voldemort comprendieron que no había sido suficiente.

—Anuka Abott... —siseó Voldemort dirigiéndose a la chica—. Cuando tu abuelo me juró fidelidad comprometió a ello a toda su estirpe... Lo sabes, ¿verdad?

Anuka gritaba horrorizada. Tenía la varita agarrada, al igual que su marido, pero no se atrevían a atacar a un enemigo del todo superior.

—Y sin embargo aquí estás... Escondida como una comadreja con tu marido sangre sucia, emponzoñando el legado de tu familia.

—¡No! ¡Déjenos en paz! —gritó la mujer en una súplica desesperada, tratando de arrojar un maleficio que Voldemort desvió al momento.

Bellatrix se mantenía en un segundo plano. Conocía a la chica de vista, era unos años más joven que ella y coincidieron en Hogwarts. Iba a la misma clase que su hermana Andrómeda (exhermana, más bien). Se dio cuenta de que estaba en la misma situación que Andrómeda: huyendo para proteger a su marido tras traicionar a su familia por amor. «Qué ridículo...» pensó Bellatrix.

La pareja temblaba y a la vez estaba completamente paralizados, parecían incapaces de responder. La mera presencia de Voldemort ponía los pelos de punta a cualquiera.

—Soy un mago clemente. Os perdonaré la vida si me juráis lealtad. No puedo prometer nada contigo... —murmuró mirando al chico con desprecio—. Pero la otra opción es la muerte.

La pareja se miró y como si ya lo tuvieran planeado, echaron a correr. Llegaron justo para ver como su armario evanescente (la forma que tenían de huir) explotaba entre llamaradas.

—Ah, gracias, Bella —murmuró Voldemort.

Ella se había fijado antes en el artefacto y era muy rápida haciendo estallar las cosas.

—Supongo que eso es un no... —siseó el mago oscuro—. ¡Avada kedrava!

Lo repitió de nuevo y la pareja quedó en el suelo. Salieron de la casa y Bellatrix la hizo arder. Se alejaron de ahí con la misión cumplida.

Bellatrix no pudo evitar imaginar que en lugar de esa pareja, hubiesen sido Andrómeda y Ted Tonks. ¿Qué habría pasado? ¿Habría actuado igual? «No...» murmuró para sí misma, «Los habría matado yo».

—Tendrás oportunidad —aseguró Voldemort.

A Bellatrix ni le extrañó ni le molestó que hubiese leído su mente; nunca ocultaba esos pensamientos a su maestro. Así que asintió satisfecha. Pensó que Voldemort se despediría ahí, pero antes tenía una nueva misión para ella:

—Mañana por la noche tú, Lucius, los Lestrange, Avery y Dolohov os colaréis en el Departamento de Misterios. Necesito que robéis una cosa para mí.

—Muy bien, ¿qué es? —respondió Bellatrix solícita.

Voldemort le explicó que necesitaba recuperar una profecía que solo él y Potter podían recoger. Engañaría a Potter y se la entregaría él mismo. Forzándose a dejar la mente en blanco, Bellatrix asintió.

—Llévate a la chica, debemos probar su lealtad.

—Por supuesto, señor.

Cuando su maestro desapareció, se permitió mediarlo: si él podía tocarla, ¿por qué no iba directamente a recuperarla? Eso sería mucho más sencillo que ir un grupo de mortífagos: cuanta menos gente, más discreta la operación. «Además, con lo inútiles que son la mayoría...» pensó Bellatrix. No obstante, esas ideas no podía comentarlas con Voldemort. Ya no era como antes, cuando él consultaba sus planes con ella y tenía en cuenta sus ideas. Desde que resucitó, se había vuelto más paranoico, más despectivo incluso con ella... Pero era su maestro y lo adoraba igual.

Hablando de maestros, tenía que comunicarle el plan a su discípula. No tenía muchas ganas de verla tras su última experiencia juntas, no sabía bien si debía abordar ese tema o dejarlo pasar. Por eso, pospuso la visita hasta la mañana siguiente.

Como ya conocía sus hábitos, apareció a la hora en que volvía de correr: tenía menos energía y menos capacidad para huir de Bellatrix.

—¿Te has planteado que igual no avanzáis en la guerra porque os pasáis el día molestando a gente que solo queremos vivir en paz? —le preguntó Violeen jadeando.

Ese fue el saludo y el tono fue el habitual. Pese a lo esperado, Bellatrix sintió alivio al ver que su relación no había cambiado. Respondió también en el tono acostumbrado:

—O puedo matarte a ti y ver si con eso avanzamos.

Violeen se encogió de hombros e hizo amago de entrar en casa. Bellatrix se interpuso en su camino:

—Seré breve: esta noche tenemos una misión y has tenido el honor de ser la única invitada que todavía no ha tomado la marca.

—No creo que entendamos lo mismo por honor.

—Te pasaré a buscar a las ocho —la ignoró Bellatrix.

Violeen suspiró, como resignándose y respondió:

—Pero no quie...

—No vamos a matar a nadie —la interrumpió Bellatrix, familiarizada con sus límites morales—, se trata de recuperar una cosa.

—Ah, bueno —respondió Violeen aliviada—. ¿El qué? ¿Dónde?

—Ya lo verás.

—¿Es algún sitio oscuro e inquietante que acabará en llamas? Porque no me gustan esas cosas.

—Es un edificio normal —le espetó Bellatrix cansada—. Y no habrá llamas.

—Bueno... De acuerdo... Tienes suerte de que no tenga otro plan.

—¿¡Qué yo tengo suerte de que una simple...!?

Bellatrix no pudo terminar la frase porque Violeen se despidió con un «Hasta la tarde» y se encerró en casa. La mortífaga la maldijo en voz alta, pero se marchó con la misión cumplida.

Pese a su apariencia despreocupada, Violeen entró a casa nerviosa. ¿Debía comunicárselo a Dumbledore? Dudó, pero al final decidió que sí, aunque no tenía mucha información.

Utilizó la red flu y apareció en el despacho del director de Hogwarts. Dumbledore la saludó con cariño y ella le explicó lo que sabía.

—Así que lo harán esta noche... Y él no irá, por supuesto, la cobardía es lo que tiene —murmuró Dumbledore.

—¿El qué? —replicó Violeen sorprendida de que ya estuviese informado—. ¿Qué quieren?

—Una profecía del Departamento de Misterios, en el Ministerio de Magia. Algo que atañe a Harry y a Voldemort.

—El ahijado de Sirius, ¿no?

Dumbledore asintió con una pequeña sonrisa. Le sorprendía que alguien conociese a Harry únicamente por su relación con Sirius; esa chica realmente vivía de espaldas a la realidad.

—¿Debo evitar que la consigan? La profecía o lo que sea...

—No creo que eso esté en tu mano y dudo que la consigan. No obstante, si sucediera, tampoco supondría mucha pérdida.

La joven asintió procesando la información.

—Pero si vosotros estáis ahí... Soy la única no-mortífaga que va a ir, así que si sospechan de un traidor, seré la única candidata.

El director apenas asintió, pues llevaba desde que se lo había contado pensando en eso. Al final optó por su solución favorita:

—Lo mejor será no hacer nada. Tampoco quiero darte a ti más información de la que necesitas para que no sospechen que ocultas algo... Pero digamos que necesitarán un par de gestiones para recuperar la profecía y en cuanto las hagan, quedará justificado que aparezca la Orden.

Violeen asintió. No preguntó, confiaba en él y ella era la primera que prefería saber lo mínimo.

Esta tarde se vistió con su uniforme negro habitual de pantalón y jersey y esperó a Bellatrix.

—Ponte esto —le soltó la mortífaga en cuanto apareció arrojándole una capa oscura.

—¿Qué es? —replicó Violeen nada sorprendida porque no hubiese ni saludo.

—¿También tienes problemas de visión?

—Tengo problemas de confianza. No parece una capa normal...

Bellatrix suspiró con hartazgo. Le explicó que los mortífagos llevarían máscaras, pero como ella no tenía, esa capa estaba encantada y no permitía ver el rostro de quien la portaba. Aceptando la explicación, Violeen se la puso. Bellatrix la agarró del brazo y las apareció. Al verse ante el Ministerio de Magia, Violeen celebró internamente que Dumbledore hubiese acertado. Eso la tranquilizó bastante.

Se reunieron con el resto de mortífagos y Bellatrix y Lucius susurraron cosas entre ellos. Violeen se limitó a quedarse detrás de la bruja y a seguirla cuando se internaron en el edificio.

Violeen nunca había visitado el Departamento de Misterios y las salas por las que pasaron la inquietaron: la cámara del Tiempo, la del Espacio, la del Amor, la de la Muerte, una sala repleta de tanques con cerebros... El silencio en todas ellas solo roto por el sonido de sus pisadas resultaba inquietante. Sintió escalofríos y deseó no estar ahí.

La sala de las profecías no resultó más alentadora, todo pasillos repletos de miles de esferas brumosas. Violeen contemplaba a Bellatrix y admiraba que ella no tuviese miedo; porque en el resto de los mortífagos (pese a que trataban de disimularlo) sí que lo notó. La mortífaga parecía segura y confiada en que saldría bien, pero a la vez alerta y preparada con la varita en alto. Al verla, Violeen sentía que igual sí que salía bien, igual cogían la profecía que correspondiese y se marchaban tan tranquilos.

—¡Por ahí!

En cuanto Violeen escuchó al otro lado de la sala el grito de un chico supo que no iba a ser así. No se equivocó. Hubo primero un intercambio de palabras e insultos entre Lucius, Bellatrix y el que Violeen dedujo que era Harry Potter. Después, empezó el caos. El chico y sus cinco amigos se enfrentaron a los mortífagos y así los maleficios y las profecías empezaron a estallar y rebotar por toda la sala. Violeen no intervino, centró todos sus esfuerzos en calmarse y en evitar que le cayese encima alguna estantería.

Siguió a los combatientes, pero a una distancia prudente. Veía duelos entre unos y otros, amenazas por doquier... Recorrían las cámaras corriendo y destrozando todo a su paso. Como consecuencia, a Ron Weasley lo atacó un cerebro y se le adosó a la piel de forma muy desagradable, Rabastan se golpeó con una campana y su cabeza se convirtió en la de un bebé, Neville Longbottom fue torturado por Bellatrix, Rodolphus petrificado por Harry...

Violeen no sabía a dónde mirar. Realmente no sabía que hacer, odiaba el conflicto. Se sintió inútil, aunque nadie le había dicho qué se esperaba de ella. Solo sabía que buscaban la profecía que el tal Harry Potter llevaba en la mano.

—¡Habéis caído bajo, atacando a unos adolescentes!

Violeen casi sintió alivio al oír la voz de Sirius, al menos alguien familiar, igual así se calmaba la cosa.

La cosa solo empeoró. Más duelos, más gritos. Miró a Bellatrix y vio que de nuevo se estaba enfrentando a su primo. El odio que esos dos se tenían era una fuerza colosal. Para evitar agobiarse, Violeen decidió centrarse en la profecía; esa fue su snitch y a nada más prestó atención.

Diez minutos después, comprobó que los Black seguían enfrentándose; ambos eran magos brillantes y no había claro ganador. Hasta que Sirius se burló de Bellatrix y Violeen vio que era un error que le iba a costar la muerte.

—¡Bellatrix! —llamó su atención tirándole del brazo.

Gracias a ese movimiento, el conjuro se desvió y no alcanzó a Sirius. El mago sintió alivio, pero Bellatrix miró a Violeen con tales ansias asesinas que asustó a la chica.

—¡La tengo! —exclamó mostrándole la profecía en su mano. A uno de los chicos se le había resbalado en medio del caos y ella había estado ahí para atraparla—. ¡Vámonos!

Eso alivió ligeramente a la mortífaga, que suavizó un poco su expresión. Aun así respondió:

—Espera, me da tiempo a matar a este.

Intercambiaron un par de conjuros más, pero Violeen solo deseaba irse.

—¡Por favor, Bellatrix, vámonos! ¡Se la puedes dar tú! ¡Te felicitará! —insistió Violeen entregándosela.

Bellatrix la miró dudando mientras guardaba la profecía en su túnica.

—Yo no soy tan poderosa como para aparecerme desde aquí, por favor, vámonos —suplicó Violeen mientras desviaba un hechizo de Sirius que seguía intentando acabar con su prima.

Tras arrojar un último maleficio que Sirius esquivó de milagro, Bellatrix suspiró de mala gana. Sin avisar a nadie, agarró a Violeen del brazo y desaparecieron justo cuando aparecía Dumbledore.

Surgieron a la entrada de la mansión Black, donde Bellatrix había quedado con Voldemort. Iba a regañar a Violeen por obligarla a irse (pese a que sabía que urgía poner a salvo la profecía, había estado a punto de romperse un par de veces), pero se contuvo. En el rostro de la chica vio que no estaba bien. Se la veía completamente alterada, pero no de la forma habitual que Bellatrix veía en otros mortífagos y que siempre solucionaba dándoles una bofetada. Violeen simplemente parecía fuera de sí mientras su cuerpo aparentaba calma absoluta, como si fuese su cerebro el que trataba de huir.

Bellatrix la miró sin decidir qué hacer. Igual le había afectado algún objeto de las cámaras... Iba a abrir la boca para preguntarle cuando para su incredulidad, Violeen le colocó la mano sobre el pecho. La mortífaga sintió un escalofrío al notar la mano sobre su escote, sobre su piel inmaculada de sangre pura que jamás permitía rozar a nadie.

—¿Se puede saber qué haces? —le preguntó con voz gélida.

No obstante, no le apartó (ni le cortó) la mano, porque sorprendentemente parecía que el rostro de Violeen iba volviendo a la normalidad.

La chica no respondió. Había cerrado los ojos y parecía estar realizando algún ejercicio de respiración. Casi un minuto después, los abrió y respondió con voz suave y algo ausente:

—Tu corazón late. Eres real, esto es real.

Bellatrix la miró frunciendo el ceño, dejando claro que eso no era explicación suficiente. Violeen se hizo cargo:

—Un efecto secundario de consumir pociones psicotrópicas prácticamente a diario es que a veces no separo bien realidad y ficción. No estaba segura de que esto hubiera sucedido de verdad porque es completamente contrario a mis rutinas.

La mortífaga asintió lentamente, como manifestando que la escuchaba pero sin quitar el gesto frío.

—Lo que distingue a la gente a la que visito en mis viajes de la gente real es que a ellos no les late el corazón.

Tras pensarlo unos segundos, Bellatrix preguntó:

—¿Cómo vas a confundirlo? Tú fantaseas con praderas de hippies, esto no ha tenido nada que ver.

—Mis fantasías son muy diversas —aclaró Violeen—. Y a veces tengo pesadillas... muy vividas, es otro efecto secundario.

Bellatrix tomó nota mental de investigar si eso era cierto. Esas pociones ya no resultaban tan atractivas... No obstante, como ella sabía bien lo que eran las pesadillas asfixiantes y paralizantes, se limitó a asentir.

—Ahora, si pudieras quitar tu...

La mortífaga no terminó la frase porque en ese momento apareció Voldemort. El mago oscuro las contempló extrañado y aun así, Violeen aún tardó unos segundos en retirar su mano del pecho de Bellatrix, ella no consideraba estar haciendo nada malo o raro.

—Señor, la hemos recuperado —se apresuró a anunciar Bellatrix entregándole la profecía.

Voldemort pareció sorprendido de que hubiesen tenido éxito, o esa impresión le dio a Violeen. Aceptó la esfera y en contacto con su piel, reveló su contenido. Violeen escuchó el mensaje de que alguien debía morir para que otro viviera sin entender nada. Pero como tampoco le importaba, no le supuso inconveniente. No obstante, tuvo la impresión de que Voldemort parecía decepcionado.

—Tengo que descifrar el significado —murmuró para sí mismo. Y con eso, desapareció.

A Violeen le sorprendió que ni Bellatrix ni Voldemort estaban preocupados por el resto de mortífagos que habían dejado atrás. No había honor entre esa gente...

Cuando se quedaron solas, se miraron sin decir nada. Fue Bellatrix la que rompió el silencio y comentó:

—No has sido muy útil en la batalla.

—No me habías dicho que fuese una batalla. Ni que hubiese que engañar a un niño de quince años y perseguirlo por un montón de habitaciones raras.

Como era cierto que se lo había vendido como algo fácil y sencillo (sabiendo que nunca lo era), Bellatrix no replicó. Tampoco asintió ni dio su brazo a torcer.

—Me marcho a casa —se despidió la chica.

—Bien. Pero deberías dejar de tomar esas pociones, los efectos secundarios son asumir un riesgo innecesario.

—Cada uno decidimos qué riesgos son necesarios —replicó Violeen esta vez con frialdad—. A ti también te sentaría bien dejar de torturar, pero me abstendré de repetirlo igual que tú evitarás hacer comentarios negativos sobre mis pociones.

A Bellatrix la impresionó el tono, supo que había tocado hueso. Por eso se limitó a contemplar a Violeen mientras se marchaba a su casa probablemente decidiendo qué poción elegiría esa noche.

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