Los días van pasando y yo cada vez me siento como un inútil. Desde la distancia la observo como trabaja o habla con algún cliente. Mis ojos están distorsionados de la penumbra de no poder mirar a sus apreciados ojos azules.
La necesito tanto como un pez el agua, la aclamo tanto en la soledad de la oscura noche, qué me ha podido pasar para que ya nada de mi vida tenga sentido.
―Por dios Gabriel, ¿qué haces con esa botella de vino?
―Destruyéndome, no me ves.
―Maldita sea Gabriel, que te está pasando. ¿Dónde tienes la cabeza?
―Sheila, ella es la consecuente de todos mis males.
―¡¡Basta ya!!Gabriel, Sheila no es tú problema. El problema de todo lo que te ocurre eres tú mismo. Tu falta de desconfianza, te lleva a la prevención y el recelo. Eso es lo que hace que trates con conjetura y escepticismo a esa mujer que tanto te ama. Deja de ser un cobarde y si de verdad la amas ve y habla con ella.
―Dé que me sirve amarla si no la tengo, si lo que más deseo se lo está entregando a otro hombre.
―No me puedo creer que estés dudando de Sheila de esta manera. Ahora entiendo por qué está tan dañada. Tú eres el culpable Gabriel, tú y solamente tus actos te llevan a esto. Haz lo que quieras, pero si quieres acabar de destruirte tú mismo, hazlo. Pero no te lleves a otras personas por delante.—Me grita Jorge dejándome solo con este dolor que se va agravando más.
Vencido por no tener a Sheila a mi lado, humillado por pensar lo que no es de mi enamorada siento como mi corazón se rompe en mil pedazos y yo soy un fracasado para intentar reparar todo el daño que estoy haciendo.
Tras un ducha y tratar de ser yo de nuevo, me monto en mi auto lo único que tengo en mente es ella debo hablar o por lo menos intentarlo.
―Buenas noches Sheila. Mi corazón comienza a recuperarse, tan solo con verla ya todo me da igual.
―Qué haces aquí Gabriel.
―Vengo hablar contigo. Si me lo permites.
―Entre tú y yo no nada de qué hablar.
―Yo pienso que sí, no me cierres la puerta, escúchame porque pienso gritar.
―No te das cuenta Gabriel que me estás lastimando, que siento un dolor aquí en mi corazón que es irreparable. Si no me quieres y vas a estar siempre acusándome de lo que pasó aquella noche, haz el favor y déjame con mi vida.
―Tú vida me pertenece.
―Jamás. Nunca entregaré mi vida a nadie. Ya la entregué una vez y no estoy dispuesta a pasar lo mismo.
―Sheila, mírame a los ojos, solo te lo voy a preguntar una vez. ¿Me amas?
―Dejaré de amarte cuando el sol se apague.
―Sheila, mi amor. Yo siempre te amaré, lucharé contra quien sea, para tenerte para mí y devolverte tu alma.
―Gabriel.
―Mami, que está pasando.
―Mira Nico, este es Gabriel, ¿te acuerdas de él?
―Si, hola Gabriel.
―Hola Nico, que grande estás. Me das un abrazo.
Cuando siento ese pequeño cuerpecito entre mi pecho, me doy cuenta de lo miserable que soy, ese niño me acaba de mostrar una luz con su ternura que jamás supiera que existía.
―Qué os parece si vamos a cenar una rica hamburguesa.
―Mami, si, si. Vamos.
Miro con ruego a Sheila intentando convencerla. Su bondad y ese corazón que tanto amo consiguen que mis esperanzas no se pierdan.
Tras terminar de cenar, paseamos los tres por un parque, Nico no para de hablar y contarme cuanto le gustan los animales. Sin pensármelo le invito a pasar el fin de semana en mi finca. Le cuento que tengo muchos animales, tres caballos, algunos conejos, gallinas, patos. El rostro de Nico va cambiando, lleno de júbilo y dando pequeños saltitos intenta convencer a su madre. Lo vuelvo a estrechar entre mis brazos sintiendo esa ternura que tan sólo un niño te puede dar.
Estoy feliz, sí, voy a pasar unos días en compañía de Sheila y su hijo. Pero la llamada de mi madre estropea mi felicidad.
―Dime mamá que quieres.
―Gabriel te llamaba para recordarte que tenemos que asistir a una cena en casa de la familia Senovilla. Además he hablado con su madre referente a su hija. Y bueno no estaría mal que quedaréis algún día.
―Mamá te agradezco que te preocupes por mí. Pero yo ya hecho mis planes. Voy a estar fuera.
― ¿Y qué es eso tan importante para que no puedas asistir a la cena?
―Mi vida, madre, mi vida. Te iré contando.
Tras colgar con mi madre, voy a casa de Sheila a buscarlos. Montados los tres en el coche siento una sensación novedosa y agradable de poder compartir mi tiempo con ellos. Nico habla sin parar de lo emocionado que está. No sé cómo, pero he llegado a cogerle cariño es un niño tan dulce y pensar por todo lo que está pasando para su corta edad me entristece tan solo de pensarlo.
Al llegar a la finca, Nico no se separa de mí. Agarrando su mano le muestro los caballos, una pequeña granja con pollos, gallinas, conejos. El pequeño comienza a jugar con los animales, mientras su madre y yo lo miramos con adoración.
Tras la cena, Nico cae dormido. Mientras tanto yo espero sentado a que Sheila termine de darse una ducha, hasta el momento me mantenido alejado de ella, pero no sé cuánto tiempo podré resistirlo.
Al escuchar sus pasos, me giro, ahí está tan hermosa y radiante. Me acerco a ella, paso mis dedos por su pelo húmedo, directamente la miro a los ojos, nos miramos con deseo.
―Gabriel esto no puede pasar entre nosotros.
―¡¡Shuss!! Sheila quiero suplicarte que no te vayas de mi vida, deseo escucharte esas cosas que nunca dices y te callas yo siempre mantendré la esperanza de ser capaz algún día de no esconder esas heridas que duelen.
― ¿Y cuánto tiempo vamos a esperar?
―Todo el que haga falta, yo muero por conocerte, saber lo que piensas, deseo abrir las puertas de tu corazón para vencer esas tormentas que nos quieran abatir. Quiero poder explicarte que pasa por mi mente cada vez que tú no estás cerca de mí y ser capaz de sorprenderte para volver a ver brillar la luz del sol.
Rozando sus labios me acerco más, inhalo su perfume, cierro mis ojos un momento lentamente voy apreciando el sabor de sus labios, ella me agarra de mis brazos, escucho un gemido que sale de su boca.
La agarro más fuerte para sentir su calor, la deseo más de lo que yo hubiera imaginado.
Despacio la tumbo en la alfombra alumbrandonos por la luz y el calor del fuego de la chimenea para quitarle su ropa, con su piel desnuda me delito mirándola. No dejo de besar cada parte de su piel ardiendo de deseo con cada mirada descubriendo más sobre ella. Me siento tan culpable de mi propia suerte, de tener esta hermosa mujer entre mis brazos y por mis celos la lastimo. Ese es mi castigo, que me odie, pero ahora no. Ahora todo va cambiar, la amo y estoy dispuesto a luchar por ella.
Al día siguiente volvimos los tres a pasear en el campo. Subidos en mi caballo junto a Nicolás le enseño mis tierras contándole aquellas historias que me decía mi abuelo y tanto me gustaba escuchar.
Nico me escucha con atención y sin poder evitarlo miro en dirección a Sheila la cual nos mira en silencio ofreciéndome una bella sonrisa.
Lástima que el día a terminado y debemos de separarnos.
— Gracias por todo Gabriel, nos ha gustado mucho el lugar.
— A mi también me ha gustado estar con vosotros y con Nico. Tienes un hijo maravilloso Sheila se ve que amas mucho y ahora me doy cuenta de todo lo que has debido de sufrir. Espero que algún día me perdones.
— Dejémoslo así. Ahora me marcho quiero descansar.
— Nos vemos mañana mi amor que descanses. — La beso con pena por tener que separarme de ella.
En ocasiones nos dejamos de llevar por los comentarios sin molestarnos en averiguar las razones del porqué una persona actúa de ese modo. Juzgamos sin conocer y cuando hemos visto que nada es lo que creímos viene el arrepentimiento, tarde y difícil de olvidar aunque se llegue a perdonar.
Sheila me ha perdonado pero no estoy seguro de que haya olvidado mis palabras.
Cuánto daría por tener una máquina del tiempo y poder echar el tiempo atrás y hacer las cosas de otro modo.
Nada más levantarme me pongo mi traje mirándome al espejo apenas me reconozco. Mis ojos brillan y una sonrisa aparece de la nada en mi rostro y todo esto me lo produce el amor recibido por parte de mi amada.
Mi alma gemela.
Termino de vestirme y me marcho hacia el buffet donde busco a Jorge para contarle todo.
―Buenos días primo, ¿qué tal estás?
―Vaya y ese cambio.
―Jorge, la amo, la amo y estoy dispuesto a luchar por ella.
―Así me gusta Gabriel que todo haya cambiado entre vosotros.
Pero mi felicidad no es eterna, mi madre aparece por la puerta y no precisamente con cara de haber dormido bien.
―Vaya, veo que estás muy feliz, con qué mujerzuela has estado para verte así tan contento.
―Madre, qué quiere.
―Decirte que me dejaste en vergüenza con la familia Senovilla y más para organizar una cita con su hija.
―Ya se lo he dicho madre, soy muy mayor para buscarme mi propia mujer.
― ¿Qué vas hacer búscate otra Clara?
―Basta madre, no quiero que la vuelva a mencionar.
―Con quien has estado Gabriel, con qué mujer has estado. Dime.
―Con Sheila Kiroga. La amo madre y si ella me acepta me casaré con ella.
― ¿Qué? Estas demente, loco. Esa mujer, esa mujer tiene un hijo.
―Y tú como lo sabes.
―Me llevo bien con la familia Villegas, y sé qué hace años esa mujer estuvo con Ernesto para quitarle parte de su dinero., mientras se acostaba con un empleado de la casa, incluso la alojaron en su casa tratándola mejor de lo que valía. Y ella tuvo ese hijo para sacarle dinero a Ernesto y casarse con él. Ya ha ido varias veces a sacarle dinero, me contó Natalia que hace poco estuvo pidiéndole mucho dinero.
―Eso es mentira. — Alzo la voz molesto.
―Mentira, ¿entonces dime de qué tiene la carrera una mujer que nunca ha sido nada en la vida? Acostándose con unos y otros. Esa mujer no tiene ni donde caerse muerta porque es una manipuladora.
―¡¡Basta ya!! No quiero escucharte hablar de ese modo de Sheila.
―Pues aléjate de esa mujer, y cumple con tus obligaciones y deja de andar de perrito faldero detrás de ella. Ten tus propios escrúpulos y abre los ojos.
Al salir mi madre por la puerta me encontraba furioso no podía creer como una familia tan distinguida como los Villegas hablen de eso modo sobre Sheila. Pero entonces, no comprendo porqué Sheila le ha pedido dinero a Ernesto.
Inmediatamente voy hacia la ofina de Sheila para escuchar su versión.
―Hola mi amor.
― Sheila tenemos que hablar.
― ¿Qué te ocurre Gabriel?
― ¿Quién es el padre de Nico?— Suelto la pregunta sin andarme con rodeos.
― ¿Por qué quieres saberlo?
―Qué me lo digas Sheila. ¿Quién es?
― Ernesto Villegas — dijo murmurando.
Por la expresión de sus ojos se veía avergonzada.
Mi madre llevaba razón en todo lo que me dijo.
Mis puños me dolían de lo apretados que estaban, mi furia corría por mis venas, mi pecho se alzaba cada vez más.
En ese momento la miraba con desprecio, sin saber si debía escucharla o creerla.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro