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『 CAPITULO VIII 』

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Los cabellos de Izuku Midoriya se habían erizado y una pequeña ola de viento se había generado alrededor de él en forma circular y desapareció al instante en que las raíces se hicieron trizas. En ese momento el de hebras verdes no había percibido ese cambio, se encontraba molestó de no tener a su lado a su amiga, de tener la preocupación de que su vida corría peligro.


Una vez que ya no escuchó la cansada y antipática voz del mago, se dirigió hasta la puerta principal de la casa de tres pisos y dando una patada fue como se abrió la gruesa puerta de madera. Notó que había unas cuantas velas iluminando el lugar, pero aun así todo era oscuro y no se veía con claridad los alrededores.

Por otro lado, Ochako Uraraka estaba en su habitación mientras que su largo cabello castaño era cepillado con delicadeza por una mujer. La niña de tan solo siete años de edad sonreía y tarareaba una canción mirando el espejo, después se giró para ver a la mujer de cabellos rubios. Pero, algo lucia diferente, su rostro, estaba completamente vacío, era como un cuadro en blanco esperando ser pintado.

Y la niña no se percataba de ese detalle. Porque en sus sueños todo era perfecto.

—Tienes un cabello muy hermoso, Ochako —dijo en un tono suave continuando cepillando su cabello.

—Gracias maestra, es porque usted lo cepilla diariamente —dijo tocando su cabeza y sonrió apenada, se levantó de la silla y la abrazó hundiendo su cabeza en el vestido rojo de seda.

La mujer se hincó ante la pequeña y dio una suave caricia a su frente.

—Es hora de ir a cenar, tu hermana nos espera —se reincorporó y estiró su mano para que la niña la tomara.

Salieron de la habitación y caminaron hasta llegar a un gran comedor que estaba repleto de comida. Candelabros de oro de tres brazos y un largo mantel blanco con bandejas de plata decoraban los alimentos y las frutas.

De junto a una de las sillas grandes de madera oscura estaba una joven adolescente, usando un vestido color verde y alzaba la mano saludando viendo como ambas bajaban las escaleras, pero, esa joven igual que la mujer no tenían rostro.

—Ochako —llamó la joven caminando hasta ella, —ya te he dicho que no uses libremente tu magia sin nuestra supervisión, aún la estas dominando y puedes hacer que otra torre del castillo se derrumbe —comenzó a reír haciendo sonrojar de la vergüenza a la pequeña y la mujer también rió.

—Ya no lo volveré hacer, hermana —dijo en un susurro débil.

La hechicera se encontraba reviviendo sus recuerdos mas felices antes de tener que partir su viaje en solitaria, se encontraba dormida, de sus ojos tenía un hilo carmesí, la sangre se había secado tornándose un poco café, pero a diferencia de los otros habitantes del pueblo ella no mostraba una sonrisa, su semblante no reflejaba alguna paz o calma en su corazón.

Cuando la escuchó susurrar, el mago rechistó y la miro frunciendo el ceño. Era la única que estaba con él, en esa habitación, en el taller donde el mago tenia sus instrumentos para crear las pociones y la flor con la que había combinado su magia dando así un potente hechizo somnífero. A lado de él, en la mesa de madera donde tenia un libro de pociones estaba una bola de cristal, la lacrima para espiar a otros, la imagen mostraba al chico Izuku Midoriya recorriendo la casa entera.

—Es hora de una charla, hechicera —se acercó hasta la joven que estaba siendo sujetada aún en ese capullo de raíces y tallos. Toco su mentón y la examino, —«no se puede negar su belleza» —pensó para después pasar su dedo pulgar por el labio inferior de la chica, —realmente seria un desperdicio tenerte como enemiga. —Soltó un suspiro cansado y retiró su mano de la cara de la chica. —Inducción mental: cierre forzoso.

Poco a poco sus ojos se abrieron y se cerraban para acostumbrarse a la poca luz que iluminaba la habitación. Frente a ella estaba un chico de su misma edad de cabello desordenado color índigo que se ensanchan en grandes mechones a los lados de su cabeza, de mirada cansada, ojos de color púrpura y debajo de ellos unas remarcadas ojeras.

—¡Tú! —Gritó molesta la hechicera mirando al joven frente a ella, intento moverse, pero le era inútil —¡eres un cobarde! —Seguía insistiendo la castaña moviendo su cuerpo —¡libérame y tengamos un combate mágico como se debe, ojos caídos!

El de hebras índigos se acercó un poco mas a la hechicera, sus caras estaban a tan pocos centímetros, por un momento la castaña guardo silencio por el repentino acercamiento del mago, él por su parte achicó mas los ojos y tocó su barbilla pensativo.

—Ya veo —desvió su vista hasta el báculo de la hechicera que estaba en el suelo muy lejos de la chica y regresó su mirada a los ojos chocolates de ella —es posible que este en desventaja contigo —sonrió con sorna y se alejó de ella. —Se un par de cosas de ti Ochako Uraraka, dices ser una hechicera, ¿verdad? —Se cruzó de brazos.

La castaña frunció el ceño y apretó los dientes, pero después sonrió de lado haciendo que la sonrisa de victoria por parte del mago se desvaneciera.

—¿Y qué hay de ti? —Encaró sonriente —el pueblo dice que eres un brujo.

El de hebras índigos arrugó las cejas y apretó su mano formando un puño.

—Se que ese pueblo te dio una amable bienvenida —la sonrisa triunfante de la hechicera se borró y lo miró molesta, ante eso el mago sonrió de lado —. No tienes porqué sufrir por ese mal trato, Uraraka. Únete a mí, juntos recorremos cada tierra y uniremos a todo en un dulce sueño, dónde repetirán sus recuerdos más valiosos y felices. —Extendió su mano hacia el capullo y ahora solo había dos pares de raíces y tallos sujetando el cuerpo de la chica. —Demostremos que la magia no es mala.

Ochako Uraraka bajo la cabeza mirando el suelo de madera y mordió su labio inferior. Ahora justo en ese momento estaba dudando.

—¿Por qué me eliges a mí? —Preguntó en un tono de voz débil. —¿Qué me hace especial?

—M-maestra —lloraba la niña de seis años mirando sus manos sin contener las lágrimas —¡no quiero este poder, no lo quiero, no quiero usar magia!—sollozaba y gritaba para después correr hasta los brazos de la mujer. —¡Quiero ser normal!

Un viejo recuerdo vino a la hechicera cuando se encontraba en el estudio practicando su magia, pero cada vez que la usaba, imágenes de su pueblo envuelto en llamas la atormentaba y también la sombra de una persona siguiéndola mientras huía.

"Ochako, mi niña, nunca olvides que..."

—La magia no es malvada, es solo simple energía; un poder que no es ni el bien o el mal. Son las personas quienes eligen como usar esa fuente de poder, ya sea para ayudar o perjudicar —dijo mirando al mago molesta recitando las palabras que un día su maestra le dijo mientras le daba suaves caricias en sus largos cabellos castaños. —¡Jamás me uniré a ti!

—Entiendo —soltó un suspiro el chico y alzo sus hombros, —al ser un mago no tengo tanto poder mágico, pero tú, una hechicera si, te usare a ti junto a tu báculo como una batería y así todos encontraran la felicidad en sus propios sueños —después miro la lacrima, —empezando por ese impertinente chico de pecas.

—¿Chico de pecas? —Miró a todos lados y al fin se había dado cuenta que su amigo no estaba con ella, no fue hasta que vio la bola de cristal, la imagen de Izuku subiendo las escaleras. —¡Si te atreves a lastimarlo juro que yo...! —Fue interrumpida cuando las raíces y los tallos que se dirigieron a la chica estaban a pocos milímetros de sus ojos.

—¡OCHAKO, ¿DONDE ESTAS?!

Escuchó el grito de Izuku y sonrió de lado.

—¡En la tercera planta! —Gritó y las raíces envolviéndola fue lo último que vió.

Izuku Midoriya se la había pasado media hora recorriendo cada habitación de la casa, subió al primer piso y aunque había tantas habitaciones, una en particular era decorada con osos de felpa, caballitos de madera alguna que otra pelota pequeña de colores, esa habitación tenia una muy pequeña cama y estaba cubierto cada mueble por el polvo. Al subir el segundo piso encontró una habitación normal con uno que otro libro sobre hechizos de hielo y fuego, justo en esa habitación se había encontrado una espada, la hoja no estaba tan afilada pero, le funcionaria para cortar los tallos y las raíces.

A medida que el chico de hebras verdes recorría la gran casa notaba en las paredes tenían historia. Cuando él gritó preguntando por su amiga y ella respondió comenzó a correr hacia el tercer piso mientras que al mismo tiempo cortaba los tallos de las plantas que se filtraban por las grietas de las paredes impidiendo su paso.

Miró a la hechicera acostada en el suelo de madera y su báculo estaba a centímetros de su cuerpo, fue hasta ella y tomó su cuerpo entre sus brazos. Se encontraba dormida e Izuku frunció el ceño.

—Tiene rastros de lágrimas de sangre —dijo en un tono de voz entre molesto y preocupado, dejó reposar la cabeza de la castaña en su mano, soltó la espada en el suelo y con su mano libre sacó de la mochila un frasco con agua y humedeció la tela que había roto de su camisa limpiando así las lágrimas secas de sangre. —Ochako, despierta, por favor —le dio suaves caricias en su mejilla izquierda y poco a poco la chica abrió los ojos.

—¡Izuku! —Se reincorporó y lo abrazo mientras hundía su rostro en el chaleco verde del chico —al fin estas aquí... conmigo. —Con su mano libre tomo su báculo sin dejar de abrazarlo.

Izuku Midoriya se dejo abrazar ya que fue repentino, incluso pensó en besar la cabellera de su amiga y darle suaves palmaditas dándole cariño por haber llegado tarde, pero había un inconveniente. Había pronunciado su nombre y su voz no era para nada parecida a cuando lo llamo por primera y segunda vez, y el no sentía ese sentimiento de alegría y calma. La tomó de los hombros y la apartó del mirándola.

Abrió su boca sorprendido y después apretó los dientes molesto. Los ojos de Ochako no tenian pupila, simplemente estaba su iris color chocolate, sus ojos no tenían vida y su mirada estaba distraída.

—¡Te diviertes jugando con el corazón de los otros, ¿no?! —Gritó al aire mirando a todas partes buscando al mago. —¡No metas a Ochako en esto!

Escuchó nuevamente esa risa molestando mas al chico. Salió de las sombras, el mago de cabellos desordenados color índigo usaba una capa color vino con bordes al final color plateado y un pantalón negro del mismo color que sus botas de cuero.

—Le pregunte como todo un caballero si podía ayudarme a que todos llegaran a un sueño eterno y se negó, pero la necesito, tiene un gran poder mágico que me puede ayudar cumplir mi mas anhelado deseo —dijo en un tono cansado.

—¡Piensas usarla como una fuente de poder! —Miró molesto al mago.

—Decirlo de esa forma es feo, pero —tocó su mentón y sonrió de lado, —sí, es justo eso.

—¡Si te atreves a tocarla yo...! —Calló al sentir como era tomado de la mano por la hechicera y la miro confundido.

El mago rió.

—Curioso. Ella dijo casi lo mismo —se cruzó de brazos y mostraba una expresión juguetona a pesar de su rostro cansado, —se tienen un gran cariño, me pregunto si serás capaz de lastimarla para llegar a mí —Izuku miró al mago sin entender sus palabras, —Uraraka, déjalo inconsciente y después ven al sótano escaleras abajo.

«¿Escaleras abajo? Todos saben que los sótanos están abajo —pensó mientras veía como el mago bajaba las escaleras, después se enfocó en su amiga, —Está siendo manipulada. ¿Será por el sueño o esta es una magia?»

—Ochako regresa. No te quiero hacer daño —le dijo tocando suavemente sus hombros, pero la hechicera puso su báculo en le pecho del chico y lo apartó de ella con una ráfaga de viento.

Izuku chocó su espalda con la pared de madera y así como él y los muebles recibieron cortes debido a la ráfaga. Su chaleco verde y la camisa estaban rasgados y de su brazo comenzó a sangrar, un corte leve, pero aun así la sangre comenzó a caer en gotas al suelo. Ochako levanto su báculo y lo apuntó directo al chico, ella seguía en la misma posición con sus rodillas tocando el suelo de madera.

—Debo de pensar en como romper ese hechizo —tocó su brazo izquierdo manchando su mano con su sangre, vio como el báculo brillaba de color rojo y la ráfaga de aire se dirigía a él, pero justo antes de dañarlo dio un salto al lado derecho, los vidrios de la ventana se rompieron, se dejo caer al suelo y miro la espada. —¡Ochako, detente!

La castaña se puso de pie y comenzó a flotar, Midoriya trago seco, nunca se había enfrentado a una persona ni mucho menos a un ser que use magia, no quería lastimar a Ochako, que fue una de las pocas personas que lo había tratado bien, que se volvió su amiga.

—¡Esta bien, Ochako! —Gritó él llamando la atención de la castaña, se puso de pie, tomó la espada con ambas manos, podía ver como del báculo un tornado de viento comenzaba a formarse, —¡te dije que nunca te dejaría sola! —el tornado de viento se dirigía a él y detuvo su ataque con la espada como si tratara de cortar algo. De los brazos del chico salieron pequeños rayos esmeraldas que eran conducidos hacia la hoja de la espada. —¡Te salvaré!

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>>Supongo que con esto, ya saben quién es el mago.

No sé realmente cuando actualice el capítulo 9, ya está algo escrito, pero posiblemente para la siguiente semana, no prometo nada.

Sin nada más que decir, espero y les haya gustado.

Eclipsa, fuera.

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