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Capítulo diez:


No recomiendo en lo más mínimo... lo que sea que acabásemos de hacer.

Todo lo que me rodeaba era oscuridad, escalofríos recorrían mi columna, se escuchaban ruidos extraños viniendo de ningún lado en particular y nos movíamos a una velocidad tal que sentía que la piel se me iba a pelar de la cara.

No veía absolutamente nada. Sólo notaba el pelaje de la Señorita O'Leary mientras me aferraba a su cuerpo y gritaba aterrado. Casi me hizo extrañar el nivel de conducción del tío Randolph.

Casi.

De golpe, las sombras se disolvieron para mostrar otro escenario: hileras de bloques de pisos, ferreterías, tiendas y restaurantes hindúes. Caía una mezcla de aguanieve y lluvia del cielo, cerca de nosotros, estacionado debajo de un árbol de Júpiter, había un antiguo Prius azul. El capó tenía lo que parecían abolladuras de los cascos de un caballo, lo que sorprendentemente era lo menos raro que me había pasado ese día.

Frente a nosotros había una casa adosada de ladrillo con cinco plantas y aparatos de aire acondicionado oxidados colgados de las ventanas.

—Hogar, dulce hogar—murmuró Percy. Desmontó de un salto, cargando a Annabeth consigo—. Tengo algo de ambrosía adentro, necesitamos arreglarte esa contusión.

Ella miró a los alrededores, un tanto confundida.

—¿Por qué nos trajiste aquí?—preguntó—. Creí que iríamos al campamento.

—Y lo haremos pronto—prometió él—. Pero no podía sólo irme dejando a mi madre con la intriga.

—Tiempo muerto—pedí mientras desmontaba—. ¿Dónde estamos? ¿De qué campamento están hablando? ¿Y por qué...?

La Señorita O'Leary se dejó caer como un tronco al suelo, haciendo temblar toda la calle, y se puso a roncar con tanta violencia que se encendieron las alarmas de varios autos.

—¿Está bien?

—Sólo se encuentra agotada—respondió Percy—. Los viajes sombra, especialmente durante el día, la consumen mucho. Se pondrá bien luego de una buena siesta y comer un poco.

Se encaminó hacia el edificio de apartamentos, y no me quedó más remedio que seguirlo.

—Y contestando a tus otras preguntas, esto es Upper East Side, Manhattan. Y el campamento es ese sitio seguro que mencionamos antes. Tiene barreras mágicas que evitan que los monstruos entren.

—¿Barreras mágicas?—sacudí la cabeza—. Da igual, ¿y por qué no fuimos allí de inmediato?

El chico nos guío hacia una de las puertas.

—Ya lo he dicho, no podía irme sin avisar a mi madre.

—¿Y no podías sólo llamarla por teléfono o algo así?

—Los teléfonos son peligrosos para los semidioses—explicó Annabeth—. Atraen a los monstruos, es cómo lanzar una bengala que invita que vengan a comernos.

—Y aunque no fuese así, las comunicaciones han fallado los últimos meses—añadió Percy—. Teléfonos, correo, Mensajes Iris...

—¿Mensajes qué?

—El punto es que estamos incomunicados. Sólo recibí el mensaje de ayuda del doctor Chase porque llamó a mi madre y ella estaba conmigo en ese momento. De no haber sido así...

Dejó la posibilidad en el aire, pero ya sabía yo que nada bueno podría haber pasado.

—Entonces... ¿qué hacemos ahora?—quise saber.

Percy empujó la puerta y nos hizo entrar.

—Ahora, tratamos las heridas de Annabeth, tomamos un respiro y con suerte también comemos algo.







Acogedor, eso es lo que tengo que decir al respecto del apartamento de los Jackson.

Tenía una pequeña sala de estar con una cocina contigua y un pasillo que llevaba a lo que supuse eran los dormitorios. Detrás de la encimera de la cocina, había una mujer de unos cuarenta años. Su largo cabello castaño tenía unas cuantas canas, pero sus ojos brillantes, su sonrisa fácil y su alegre vestido desteñido la hacían parecer más joven. Lo que más resaltaba a la vista era su vientre, hinchado por siete meses de embarazo.

—¡Mamá, ya regresé!—anunció Percy nada más cruzar la puerta.

Ella se apresuró a recibirnos, con alivio y preocupación a partes iguales en su rostro.

—¡Percy, Annabeth! Y... esto.

—Magnus—me presenté—. Soy primo de Annabeth. Y... esto, ¿felicidades?

Ella sonrió y me estrechó la mano.

—Muchas gracias, cariño. Llámame Sally.

Sus ojos se entornaron mientras nos observaba con detenimiento, reparó de inmediato en nuestras ropas chamuscadas, cuerpos llenos de ceniza y hollín y por supuesto en las heridas de Annabeth.

—¿Qué fue lo que pasó?

Intenté decir algo, pero se me trabó la lengua. Fisicamente y en actitud, Sally Jackson era muy distinta a como era mi madre, pero había algo en su forma de ser amable y fácil trato que me recordaba a ella.

—No es para tanto, Sally—intervino Annabeth, tratando de sonar tranquila—. Sólo son unos golpes...

—Querida, no digas eso—le reprendió Sally, en un tono de madre preocupada—. Percy, recuesta a Annabeth, iré por algo de ambrosía y néctar. Magnus, tú estás...

—Estoy bien—aseguré—. De alguna manera... da igual, si pueden ayudar a Annabeth.

Percy se la llevó hacia un sillón y la dejó con una delicadeza que me sorprendió, especialmente después de verlo derrumbar un puente y enfrentarse a un hombre de fuego satánico.

Claro que también era raro ver a Annabeth tan cómoda con él, cualquiera que la hubiese visto enfrentando a Surt pensaría que es mala idea el simple hecho de acercársele. Pero se les notaba a ambos con mucha familiaridad, como si no fuese la primera vez que alguno de ellos era herido de gravedad en combate. La sola idea hizo que se me revolviera el estómago.

Sally llegó casi de inmediato y le ofreció a Annabeth un sorbo de una extraña bebida y un pequeño trozo de algo similar a una galleta, o quizá una barrita energética. Casi de inmediato Annabeth recuperó el color, me maravillé al ver cómo sus quemaduras se curaban a un ritmo lento pero seguro y dejaba de sangrar.

—¿Cómo hiciste eso?—pregunté.

—Néctar y ambrosía—respondió Percy—. La bebida y comida de los dioses. Tiene un efecto curativo en los mestizos, siempre que la consumamos en una cantidad moderada. No significa que Annabeth no valla a necesitar algo de atención médica, pero el peligro más urgente ya pasó.

Sally me tomó por el hombro.

—Deben estar cansados, les prepararé algo de comer. Mientras tanto, quizá Percy tenga algo de ropa que pueda prestarte, y... ejem.

—Me imagino que ya notó que no me he bañado en... esto, la verdad es que no lo recuerdo.

Ella frunció el ceño con preocupación.

—¿A qué se debe eso? ¿Dónde habías estado antes de que Percy y Annabeth te encontraran?

Se me hizo un nudo en la garganta, sentí que se me empañaban los ojos.

—Yo...—traté de hablar, pero estaba sufriendo de una sobredosis de amabilidad. Después de vivir por dos años en la calle, había perdido casi por completo la noción del trato humano y hogareño—. Mi madre... una explosión... habían lobos y... soy vagabundo desde entonces.

Probablemente no se me entendió nada por cómo arrastré las palabras, pero Sally pareció captar el mensaje.

—Pobrecillo...—murmuró—. Escucha, Magnus, tienes que saber que ya no estás sólo. Mis padres murieron en un accidente aéreo cuando yo tenía cinco años. Annabeth estuvo viviendo por dos años en las calles, huyendo de monstruos, y Percy... bueno, es una larga historia, el punto aquí es que todos estamos contigo para lo que necesites.

Noté la mano izquierda adolorida. Sólo entonces reparé en que aún estaba aferrado a la espada que había sacado del río Charles.

—¿Puedo?—preguntó Percy.

Aflojé el agarré y él tomó el arma.

—Es increíble—murmuró—. Bien equilibrada, buen peso, demasiado grande para mi gusto personal, pero objetivamente tiene que ser una de las espadas más hermosas que he visto en mi vida.

—Parece... parece que has visto muchas espadas—dije, tratando de llevar la conversación lejos de mis desgracias, no quería echarme a llorar enfrente de esos desconocidos, incluso si eran los desconocidos más amables (y aterradores) con los que había convivido.

Percy hizo un esfuerzo por sonreír.

—Más de las que me gustarían—admitió—. Luego te cuento alguna historia.

Apoyó la espada en una esquina de la habitación. Annabeth nos miraba en silencio, tenía una pequeña sonrisa en los labios, pero su mirada estaba más bien ausente.

—Conozco esa expresión, Listilla—dijo Percy—. Estás pensando en algo. Suelta la sopa.

Ella me miró detenidamente.

—Sólo... me preguntaba sobre estos dioses nórdicos—respondió—. Creo que quizá pudimos poner en marcha algo peligroso. Con Carter y Sadie... bueno, algo nos obligó a juntarnos, la amenaza nos concernía a los dos panteones. Pero con Magnus...

—Era un monstruo nórdico atacando a un mestizo nórdico—comprendió Percy—. En teoría, no teníamos motivos para intervenir.

—Bueno...—murmuré, sin comprender del todo lo que me decían—. Si no hubiesen llegado, yo estaría bastante muerto. Así que, gracias.

Sally sonrió.

—De acuerdo, entonces—dijo—. Aprovechen para descansar. Prepararé la comida y cuando terminen pueden partir inmediatamente hacia el Campamento Mestizo. Pero, Percy...

—Lo sé—la detuvo él—. Estaré aquí para el nacimiento de Stelle, no pienso volver a desaparecer.

En ese mismo momento, se escuchó el sonido del timbre. Sally se mostró extrañada, claramente no esperaba ninguna visita. Aún así se acercó al micrófono del mismo y habló a través de él.

—¿Sí?

Una voz respondió desde la bocina integrada:

"Hola. Soy Apolo".

Se hizo un silenció sepulcral.

—Podría ser cualquier Apolo...—murmuró Percy, esperanzado.

Un momento de interferencia.

"El dios Apolo"—añadió la voz del timbre—. "¿Está Percy en casa?"

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