Capítulo 4
"Las siguientes semanas fueron las peores de mi vida. Mi hermana, mi madre y mi padre, las personas que más quería, habían fallecido aquella noche y jamás volvería a verlas.
Tardé una semana en despertar, pero casi hubiera preferido no hacerlo. Mi vida, la de apariencia perfecta, llena de lujos y vicios, nunca volvería y debía enfrentarme a algo aún peor que la muerte: la soledad.
Si la pérdida de mis padres y de mi hermana fue algo que creía que no podría superar, no era lo único, ya que mis amigos o los que consideraba amigos, no volvieron a cruzarse en mi camino.
Al parecer, mi padre era uno de los mayores traficantes de droga de la zona y para muchos, "el rey del contrabando". Su afán por superarse le llevó a deber una cantidad inmensa de dinero a alguien que no pretendía quedar por debajo de él, y que decidió acabar con nuestras vidas a pesar de nuestra inocencia e ignorancia.
Este cargo peligroso de mi padre -como muchos lo denominan- fue lo que llevó a mis conocidos, amigos e incluso familiares a desaparecer de mi camino. No les culpo. Supongo que tendrían miedo. Yo era la única superviviente de aquel ajuste de cuentas y la única persona que podría identificar al agresor, lo que podría llevarme a la muerte junto con los de mí alrededor, como pasó con mi padre.
Mis familiares, a pesar de no querer saber nada de mí, tenían que decidir con quien me quedaría debido a que aún no cumplía la mayoría de edad. Carmen, la hermana de mi madre, accedió a ser mi tutora salvándome de la ruina y carga que me dejó la avaricia de mi padre. Pero decidió mandarme a un internado en el que apenas podría recibir visitas y que ella justificaba como el lugar donde aprovecharía todo mi intelecto en cuanto me dieran el alta medica.
Pasé dos meses en aquella fría sala de hospital, vacía la mayoría del tiempo de no ser por los pequeños momentos que pasaba en compañía de mi tía o de las enfermeras que entraban a comprobar mi estado.
Mi cuerpo se estaba recuperando perfectamente, pero yo pasaba los días llorando y lamentando la pérdida de mis seres más queridos, hasta que una noche todo cambió.
El momento que viví en aquel túnel era algo que no podía explicar. No lograba entender lo sucedido y por más que recordara perfectamente aquel lugar, no conseguía situarlo en ningún sitio conocido hasta entonces.
Si algo aprendí de lo ocurrido, fue que el vivir en la ignorancia tal vez no fuera tan buena opción, y me prometí a mi misa que jamás ignoraría la verdad.
Esta promesa fue la que me llevó a investigar. Relacioné sucesos similares al mió; experiencias cercanas a la muerte, sucesos paranormales... hasta reunir las suficientes pruebas de que aquel túnel en el que estuve por un tiempo existía en algún lugar, lejos de lo que el ser humano ha logrado conocer.
Nadie podía explicarlo, ni siquiera entenderlo, pero todos o la mayoría de los que habían estado en él, decían haber encontrado la fe y que desde entonces creerían en dios y en el cielo.
A mi no me bastaba con suposiciones ni con la idea de que todo fuera obra de un solo ser, al que los humanos denominamos dios. Yo quería poder explicar y entender lo que realmente sucede al finalizar nuestras vidas, saber si es cierto que hay algún otro lugar a donde nuestras almas, como muchos las llaman, se dirigen al abandonar nuestro cuerpo, un lugar llamado cielo o de cualquier otro modo.
Seguí investigando, hasta crear mis propias hipótesis sobre la vida y la muerte relacionadas con las de escritores y científicos que creen que la vida tan solo es una etapa y que al morirnos nos está esperando otra diferente que desde esta somos incapaces de ver.
Me agarré a esa idea para seguir investigando, y logré incluso superar en cierto modo la supuesta pérdida de mis seres queridos. Ya no lloraba por su muerte ni pensaba que no les volvería a ver, ahora tan solo los añoraba, ya que sabía o quería creer, que algún día nos volveríamos a encontrar.
Dibujé miles de túneles en cuadernos que me traía mi tía. Todos estaban dibujados con una línea tumbada que acababa en una estrella grande y con una interrogación en el centro, señalando el lugar al que todos nos dirigimos al morir.
Al pasar los días, cambié su forma. Ya no estaban de manera horizontal, sino de una forma irregular, debido a que pensé que avanzar y retroceder en él no seria tan fácil si no se inclinaría hacia los lados, por lo que decidí no darle una dirección exacta. El destino al que nos dirige, ya no lo señalaba con una estrella, sino con una esfera que simbolizaba un nuevo mundo.
Decidí guardar en secreto mis pensamientos y mi experiencia en aquel lugar, temiendo que me tomaran por loca."
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