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Capítulo 34

No tardó en ver el letrero marcado por la suciedad y el paso de los años. ¿Seguirían despiertos los Simons? ¿Seria bien recibida a esas horas de la noche? Aparcó el coche y se dirigió hacia la puerta principal de aquella pequeña casa. El cielo estaba despejado y se podía apreciar una enorme luna llena, que daba luz a aquel oscuro entorno marcado por los árboles y plantas descuidadas que parecían estar a punto de engullir a la casa. Subió el escalón que separaba el suelo de la puerta, y con la mano envuelta en sudor y el corazón encogido, reunió todas sus fuerzas para llamar al timbre. Quería salir corriendo, como esos niños que le tocaban el timbre y huían cuando vivía en su antiguo piso, pero debía saber quienes eran los Simons, y lo más importante, debía dar un paso más en aquel laberinto de preguntas. La puerta no tardó en abrirse y una señora de aproximadamente cincuenta años la recibió.

- Perdone. ¿Puedo ayudarla en algo?

- Soy Alex, Alex Lawson, y estoy interesada en hablar con algún miembro de la familia Simons.

La señora de piel morena se le quedó mirando, hasta que decidió dejarla entrar. Una vez dentro la guió hasta el salón.

- Señora, tiene usted visita -Le dijo a una mujer de unos noventa años que descansaba en un viejo sillón rosa mientras veía la tele, ya que como Alex se imaginó, no lograría conciliar el sueño.

- ¿Quien eres?

- Soy la reportera Alex Lawson, señora. Estoy haciendo un reportaje... en el cual hablo del caso de su hija.

La mujer la miró y sonrió misteriosamente.

- Has tenido suerte de que no me haya ido ya a dormir -le dijo con una fría sonrisa-. Estas perdiendo el tiempo querida. A nadie le interesó ni le interesara como una joven es asesinada violentamente por sí misma.

- A mí si que me interesa -le respondió Alex intentando ganarse su confianza.

La Señora Simons se levantó y ordenó a la empleada que preparara dos cafés, ya que la noche iba a ser larga. Apenas cinco minutos más tarde, las dos se encontraban sentadas en la mesa redonda del salón, con sus cafés y unas pastas que la mujer de piel morena y pelo rizado había traído como aperitivo.

- Debes tener mucho interés en lo que le pasó a Ana para venir a estas horas de la noche, pero debo advertirte que no eres la primera que intenta investigar este caso.

- Nunca he oído hablar de él en los medios.

- Han sido muchos los valientes que se han enfrentado al diablo, pero ninguno ha logrado derrotarle. Es un juego, y nadie consigue salir ganando. Pero tu ya estas dentro de él, de modo que te contaré lo que sucedió -la señora cogió aire y continuó-. No es fácil conocer a las personas, pero sé, que los días de Ana finalizaron antes de su muerte. Estudiaba periodismo y estaba muy interesada en la pintura, hacia autenticas obras de arte sobre el lienzo. Era muy alegre y nunca tenía una mala respuesta. Su novio, era un joven muy atractivo y simpático, con el que incluso tenía planes de boda. Su vida era perfecta, hasta que un día no vino a cenar y no supimos nada de ella hasta tres días después. Para entonces, el mal ya estaba en ella. Su carácter comenzó a cambiar, y la dulce chica desapareció. Al principio eran pequeños detalles, como la pintura, que decidió dejarla a un lado, pero con el paso del tiempo su vida entera se vio modificada. Dejó los estudios y se deshizo de todas aquellas novelas que tango le gustaba leer. Se pasaba los días caminando por el monte y la ciudad, observando todo aquello que la rodeaba, sola, y sin necesidad de compañía. La relación que teníamos se enfrió, e incluso me amenazó con matarme si seguía tratando de que volviera a retomar sus estudios, la pintura... su vida en general. Aquella no era Ana, lo sé. Pero todo llegó a su fin cuando una tarde llegué a casa y me encontré con aquel asesinato a sangre fría, obra del diablo.

- ¿Obra del diablo? Tal vez fue algún profesional que no dejó huella...

- No querida -le interrumpió-. Las ventanas estaban cerradas desde dentro, y el conserje, un señor en el cual confiaba plenamente, me dijo que nadie había entrado ni salido de aquel edificio en las ultimas horas.

- ¿Entonces Ana se suicido? ¿Por que haría algo así?

- Aquella no era Ana. Era un cuerpo en el que habitaba un gran mal. No quedaba rastro de ella en su interior, y la prueba esta en el modo en el que se quitó la vida. Hizo varias cosas que ningún ser humano sería capaz de hacer. No fue un suicidio como otro cualquiera, fue especial, y dejo como prueba de ello un cuerpo destrozado que jamás conseguiré olvidar -la señora hizo una pequeña pausa, y continuó-. Se bebió la lejía que había en casa tras engullirse los botes de todo tipo de pastillas y medicinas que guardaba en el salón. Con aquello su vida ya tenía un final asegurado, pero no le fue suficiente y continuó clavándose todo tipo de objetos puntiagudos a lo largo de su cuerpo, manchando con sangre las paredes, ventanas... convirtiendo aquel piso en un claro lugar: El infierno. Pero por si eso no fuera lo suficiente, decidió ahogarse en el lavabo, apenas cubriendo con el agua su nariz y boca, mientras se desangraba y se retorcía de dolor por todos aquellos productos químicos que acababa de tragarse. Es imposible que alguien haga algo así, y el simple hecho de ser capaz de ahogarse de ese modo, es algo imposible para el ser humano, ya que el mismo cuerpo es el que no te deja hacerlo. Pero como la forense indicó, todo aquello fue obra de ella, ya que las heridas estaban echas por sí misma, por lo que Ana debió reunir todas sus fuerzas para hacer todo aquello. Bueno, Ana no, el diablo.

- ¿Y usted no sabe ningún motivo por el que Ana pudiera hacer algo así?

- Yo y mi marido le dimos muchas vueltas a ese tema, pero no encontramos nada que le pudiera llevar a hacer algo así. Nos volvimos locos, y tras años marcados por el estrés y el sufrimiento continuó, mi marido falleció de un ataque al corazón dejándome sola en aquel frió piso que tantos recuerdos me traía. No pude seguir viviendo allí. Veía a Ana por todos los rincones de la casa. El diablo estaba empezando a jugar conmigo, por lo que decidí comprar esta casa lejos de la ciudad, y vender aquel piso maldito.

- ¿Y a quien le vendiste la casa?

- A una pareja de Edimburgo. No recuerdo sus nombres, y prefiero no saberlos, quien sabe lo que les habrá podido pasar en aquel piso. Se que no hice bien en deshacerme de él pasándoselo a aquella pareja feliz, pero debía alejarme cuanto antes. 

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