Capítulo 24
Su cuerpo se incorporó rápidamente ante aquel grito de pánico. Miró a su alrededor. La puerta de su habitación estaba abierta, algo que le asustó, ya que ella recordaba haberla cerrado antes de irse a dormir.
La poca luz de la luna que entraba desde el salón y llegaba hasta su cuarto, le permitía ver a su alrededor, por lo que pudo observar el reloj de su mesilla, cuyas agujas marcaban las doce de la noche.
Volvió a escuchar aquel grito inconfundible. A pesar de llevar años sin oír esa voz, no dudó ni un instante en saber quien era, de modo que sin pensárselo dos veces se levantó de la cama y salió corriendo de la habitación.
Por increíble que pareciese, era cierto. La joven que le pedía desesperadamente ayuda, era Lucy, su hermana pequeña que a pesar de haber pasado tantos años, seguía completamente igual. Su cabello rubio, sus ojos azules... y algo que confundía aún más a Alex: llevaba el vestido de la comunión.
A pesar de saber que aquello era imposible, parecía demasiado real para ser un sueño, y el rostro asustado de su hermana la inundaba de pena y dolor. Su hermana pequeña estaba ahogándose atrapada dentro de aquel enorme acuario redondo situado en el centro de la sala.
En aquella situación de pánico, Alex dejándose llevar por sus sentimientos y dejando a un lado la lógica, corrió hacia ella. Al llegar al cristal que las separaba, comenzó a golpearlo con sus puños fuertemente.
No lograba romperlo y no había manera de abrir aquel acuario. Envuelta por una fuerte impotencia se echó a llorar, pero no se rindió, e incluso con las manos doloridas de tanto esfuerzo siguió intentando salvar a su hermana.
Esta también intentaba salir de ahí, pero la fuerza que ejercía el agua no la dejaba golpear muy fuerte, por lo que comenzó a patalear levantando una gran nube de barro desde el suelo del acuario que la cubrió por competo.
Alex ya no podía verla, y de pronto, su hermana paró de pegar al cristal, de modo que se temió lo peor. Cuando la nube de barro se disolvió, ya no había nadie allí y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Alex entonces se tumbó en el suelo. Su rostro mostraba un gran terror, y sus manos temblorosas eran incapaces de secarle las frías lágrimas que recorrían su cara.
Entonces, sin ni siquiera haber pasado medio minuto, volvió a oírla. Miró a la terraza, y allí estaba su hermana mirándola fijamente. Presa del pánico echó a correr, pero Lucy no parecía moverse y cuando estaba a menos de medio metro de ella, chocó contra la gigantesca cristalera que separa el salón de la terraza.
No tardó en convertirse en pequeños trozos de cristal, y la silueta de su hermana que tan ciegamente la había atraído, desapareció. El cuerpo de Alex calló rendido al suelo, clavándose así decenas de pequeños cristales y rebotando contra la madera, lo que la llevó a acabar en la piscina, la cual no tardó en convertirse roja debido a la sangre que fluía desde sus heridas.
Intentó alcanzar la escalera, para salir de ella, pero el cuerpo le pesaba demasiado y se estaba hundiendo cada vez más al fondo. Miró hacia arriba, la luna brillaba fuertemente sobre ella, mientras esta estaba rodeada de agua ensangrentada que poco a poco la estaba ahogando. Pensó en rendirse como ya hizo la noche de Abril de 2009, pero que después, por suerte o desafortunadamente, regresó a la vida.
Tal vez entonces no debía morir. ¿Pero ahora? Apenas le quedaban fuerzas y las heridas le escocían cada vez más. Llevaba demasiado rato sin respirar oxígeno, a si que debía pensar rápidamente que hacer, ya que no estaba para perder el tiempo.
Hizo un último esfuerzo para llegar a la escalera y usando sus ensangrentados brazos, consiguió salir. Sacando fuerzas de algún lugar de su interior logró levantarse y caminar hasta el salón. Un enorme trozo de cristal se le había clavado en la pierna, y sin pensárselo dos veces, decidió sacarlo, a pesar del dolor que le causaba hacerlo.
Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Claudia y la aporreó con todas sus fuerzas. No tuvo respuesta alguna. La puerta estaba cerrada con llave, y no parecía haber nadie dentro. Confundida y temiendo por su vida, se acordó de Roy, a si que se dirigió hacia el teléfono y tras pulsar el botón verde esperó a que le respondiera.
- ¿Diga?
- Roy, Roy... soy Alex –dijo sin apenas poder hablar.
- ¿Alex estas bien? ¿Qué os ocurre? –le preguntó asustado al oír su temblorosa y débil voz.
Alex no podía hablar, ahora más que nunca sentía un gran dolor que le recorría todo su cuerpo. Se fijó en sus manos, llenas de pequeños tajos causados por los trozos de cristal, e inexplicablemente, pudo ver como de una de las heridas ya no caía sangre, y que poco a poco se estaba cerrando y cicatrizando. El dolor estaba desapareciendo, al igual que el resto de las heridas de su cuerpo, las cuales en menos de un minuto, se habían sanado.
- Roy, ven cuanto antes.
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