En la vuelta a casa, Roy no decía nada, pero seguía con aquella cara de mal humor. Alex, cansada de aquel absurdo silencio, decidió romperlo.

-¿Podría saber que es lo que era tan urgente?

Roy parecía enfadado, y por algún motivo decidió ignorarla.

- ¿Acaso estabas celoso? –preguntó Alex buscando su repuesta.

Entonces Roy quitó la vista de la carretera y la miró fijamente. Alex no lograba entender lo que ocurría pero este, parecía dispuesto a explicárselo.

- ¿Qué es lo que no entiendes de ir con cuidado? Primero decides sentarte sola en un sofá, a la vista de todos los invitados, que seguramente se estarían preguntando quien seria esa joven que estaba aburrida y desaprovechando la magnifica oportunidad que el señor y la señora Heurtin le habían dado. Y después, te pones a hablar con un joven que casualmente sabía quien eras. ¿No te has parado a pensar en que podría ser un agente de Castro? Espero que no decidas llamarle. Tienes que ser más consciente de que en este momento de tu vida no debes fiarte absolutamente de nadie. De nadie Alex -le dejó claro.

 Esto último preocupó a Alex. Se sentía sola, perdida, tan solo estaba buscando divertirse, pero no había pensado en las consecuencias que le podría traer. Al ver que el origen del enfado de Roy era por la poca atención que ella prestaba a su propia seguridad, decidió no hablar en el resto del viaje, y se juró a si misma, que andaría más despierta hasta que acabara con el proyecto que tantos problemas le estaba trayendo. Al llegar a casa cada uno se metió en su habitación, sin dirigirse la palabra, y con intención de irse a dormir para poner fin a aquel día.