
Capítulo 22: Justo donde debe estar
En horas de la madrugada, cerca de Yerkária un pequeño aparato rectangular, delgado y liviano de color gris con franjas amarillas emitía una luz. Esta luz parpadeaba una y otra vez mientras producía un tic tac como si fuese un metrónomo. Al cabo de casi medio minuto, la hija de Zoren al fin abría los ojos y, sin mirar el objeto, llevó su mano hacia ella buscándolo con toda la pereza del mundo.
Por fin lo halló; estaba a un costado de uno de los pequeños bolsillos externos de su mochila. Al mirar, frunció el ceño mientras sus ojos se adaptaban a la luz que producía la pantalla del aparato. Entonces, leyó un mensaje.
—Oh —fue el sonido que expresó con fastidio, como si dijese entre líneas «lo que faltaba».
Tras ello, volvió a mirar la pantalla deseando haberse equivocado; que el hecho de tener sueño le jugara en contra, pero no... así que suspiró con ligero abatimiento y fastidio.
Yer aprovechó la luz en la pantalla para iluminar el interior del campamento. Primeramente, se fijó en Irvin, que estaba acostado de medio lado y disfrutando de un profundo y reparador sueño, luego hacia Kérian, pero él no estaba donde se suponía debía estar. Entonces, en ese instante le pareció escuchar un trueno a lo lejos.
La joven revisó que datos había sobre el clima en su aparato, pero no vio nada inusual que le indicara tormenta esa noche. Por lo pronto, la joven de Inkál guardó el aparato y, como todo estaba oscuro, buscó en otro bolsillo otra cosa. Tras unos segundos sacó un dispositivo redondo del tamaño de la palma de su mano con tres botones en el borde. En cuanto tocó uno de esos tres botones el objeto empezó a emitir una tenue luz blanca, perfecta para no despertar a Irvin.
En silencio se colocó las botas y se envolvió con su manta para evitar que la frialdad de la madrugada la golpeara directamente al salir. Una vez afuera, Yerkária tocó otro de los botones de su lámpara, y la blanca y sutil luz que en un inicio era, pasó a ser una amarillenta; más viva e intensa.
Yer supuso que Kérian estaba cerca del área de la fogata, pero no, tampoco lo vio ahí. Su segunda opción era buscar en el lugar apartado en el que estuvo realizando aquellas katas, así que eso hizo.
Caminó por un rato intentando ser sigilosa; evitando pisar alguna rama o tropezarse con una roca. Una vez estando a pocos metros de llegar a la zona donde esperaba hallar al chico, Yerkária escuchó un sonido contundente pero peculiar, como de algo grande y pesado cayendo.
Yer se detuvo un momento para meditar sobre ello. Frunció el ceño, intuyendo que ese ruido podría repetirse, cosa que sí... en efecto, sonó una vez más. También sospechaba que provenía de justamente la dirección a la que se dirigía.
Se acercó, más despacio y con mayor mesura mientras apagaba su lámpara. Entonces, tras apartar uno de los mechones que tapaba su visión y de rodear un punto en donde la maleza se concentraba, Yer supo de dónde venía ese ruido tan particular.
Kérian, durante el tiempo que estuvo con Sai solía tomarse parte de sus descansos para practicar otras cosas que averiguó sobre el Do-Zen-Tai... Incluso en madrugadas como estas en la que el sueño lo abandonaba.
En alguna de las tantas historias que su maestro alberga en su conocimiento supo algo sobre ciertas "Las Estancias".
En Eraelyr, Latharéin (La Corriente Serena), se muestra como el murmullo de un río tranquilo; suave y dócil. En esta Estancia no existe fuerza bruta; solo el arte de la paciencia que ha trascendido el límite de las palabras, llevándolas a ser parte de lo que el cuerpo expresa... siendo esta la primera Estancia; hecha a la medida para la kata Hálito que Fluye.
La corriente serena del hálito que fluye es la promesa de que la roca más dura puede ceder ante la persistencia de un arroyo calmado.
Como se intuye, dando a conocer solo la primera Estancia se entiende que las otras dos se relacionan con Resaca del Mar y Vaivén. Y aunque esto sea así, como el cuentacuentos de la Rapsoda debo aclarar que estas posturas de combate reflejan el enfoque que comparten con los fundamentos de cada kata..., por eso las Estancias cumplen el designio de acoplarse a cada una de las katas como intuyen; convirtiéndose de ese modo en la guardia predilecta que un practicante del Do-zen-tai toma dependiendo del orientación de su estilo de pelea: si suave como en Hálito que fluye, severa como Resaca del mar, o adaptable y dinámica como Vaivén.
Cuando una Estancia se compenetra con el practicante del Do-zen-tai, quiere decir también que su Jisei es el correcto... por lo tanto: la mente, el cuerpo y el espíritu están en armonía. Con ello, el practicante de este místico arte de combate podrá hacer de su cuerpo la herramienta ideal para el propósito con el que actúa según cada Estancia... y según cada kata.
Por supuesto... todo esto en teoría se oye muy bien, pero otra cosa es ponerlo en práctica y alcanzar la eficacia del arte. Aunque, en este sentido particularmente, Kérian intentaba percibirlo como mejor podía entenderlo mientras le daba su propio toque.
A lo anteriormente explicado, mis curiosos y atentos amigos, nuestro joven Kérian añadió lo que estaba aprendiendo con Helen hace tiempo. Recordó lo que hablaron sobre la Hadamorfosis y supuso que ambas cosas se podrían ensamblar entre sí como parte de los fundamentos del Dozentai... como si todo ello fuera una relación simbiótica entre distintos conocimientos.
Yerkária vio a Kérian mover los brazos y las piernas de una manera... melódica. O al menos esa fue la manera en la que lo interpretó.
A veces, en lo que duraba un parpadeo, el chico rotaba sobre su propio eje alternando entre posiciones suaves y tranquilas, transformando la ejecución de cada pasa en una cadenciosa en cascada de movimientos similares al Taichi.
Pero de pronto, esos movimientos fluidos y hasta cierto punto, balanceados, pasaron abruptamente a una más tosca y férrea. Esto ya no era la corriente serena del hálito que fluye; Latharéin... Sino el oleaje rugiente tras la resaca del mar; Rhaénvor.
Ahora, la base de sus pies estaba en una postura cómoda y ligeramente baja y abierta, con la pierna dominante detrás apuntando hacia afuera en un ángulo de cuarenta y cinco grados, mientras que la delantera estaba girada levemente hacia dentro. Se sumaban a ello rodillas flexionadas de manera pronunciada; listas para lanzar un ataque repentino. Y su cadera volteada un poco hacia la pierna trasera, revelando que era una posición dispuesta a manejar el peso corporal hábilmente.
Desde esa postura Kérian movió sus brazos trazando ampliamente y semicírculo hasta que sus manos se encontraron en el centro de su pecho. Se quedó así un par de segundos, luego lanzó un golpe al aire con la mano abierta como si apuntara a la luna que, en lo alto, le hacía imaginar que se trataba del ojo del cielo observándolo.
Tras la ejecución del golpe se produjo el mismo sonido que Yerkária escuchó hace rato... como si algo muy grande cayera causando un sonido pesado.
A la distancia en la que Yer se hallaba, ese mismo sonido adquirió matices de un trueno. Y si se están preguntando por qué Yerkária los distinguió como truenos, eso se explica porque el Taifem de Kérian forma parte de lo que con su cuerpo trasmite; porque en él está impreso la energía que usa para mover su ser... tan simple como eso.
Y como el sonido de ese golpe es el resultado de algo que el ser llamado Kérian creó: un ataque que dio forma usando el Dozentai, mientras su Taifem estaba en armonía por el Jisei, y aplicando conceptos de la hadamorfosis que implica mayor manipulación del Taifem: Kérian hizo de su brazo la herramienta ideal para golpear más fuerte y contundente que un mazo. En otras palabras: los sentidos de Yerkária entendieron que ese era el ruido del Taifem de Kérian rugiendo, enunciando la energía que se generó y se expulsó tras ello.
Yerkária se estremeció en ese instante con leve temor.
Entonces, Kérian reclinó la pierna delantera a medida que se agachaba en la trasera, y mientras estaba en esa postura se llevó la punta de los dedos de su mano derecha hacia la frente. Yerkária, más curiosa que antes, se desplazó unos metros a un costado para ver qué era lo que Kérian pretendía con esa postura.
Cuando estuvo en el ángulo correcto notó un brillo intenso e inusitado que aumentaba en la punta de los dedos. Debido a esa luz, el rostro del chico era visible..., ahí fue cuando Yerkária notó que se estaba esforzando con demasía.
Por el cuello, la frente y cerca de la comisura de sus labios se repintaban venas sobre su piel. Kérian se concentraba, canalizando la energía en la punta de sus dedos mientras mantenía ambos parpados cerrados. Tras unos segundos, abrió los ojos, luciendo una mirada furiosa mientras los músculos de su brazo; desde la muñeca hasta el hombro, se marcaban exageradamente dejando en evidencia todo el empeño y trabajo que puso en sus entrenamientos con, primero sus padres adoptivos, luego con maestros de menor rango y Helen en los alrededores de Colinas, y, por último, Sasai.
En fin...
Lo que Yerkária presenció lo describía como: Fue certero como una flecha y llena de gracia como una espada tizona. Solo que el filo de su espada y la punta de su flecha eran una estrella fugaz... eran metal al rojo vivo y pólvora que explotaba.
La punta de los dedos del chico resplandecía envueltos por diminutos hilos eléctricos que se movían de manera aleatoria. El sudor sobre la piel y su respiración forzada aseguraban lo mucho que le constaba mantener esa energía fulgurando en la mano.
Y solo entonces... golpeó el aire.
A diferencia de los golpes anteriores, este no daba la impresión de sonar más o menos a un trueno. Definitivamente este era un ruido pronunciado y claro en contraste, era exactamente el mismo eco de un pequeño relámpago reventando delante de los ojos de la hija de Zoren.
Incluso Irvin se rebulló, aún acostado dentro de la alejada tienda.
Luego, el cuerpo de Kérian se relajó cuando el estruendo concluyó. Y nuevamente la brisa era tranquila y el sonido del bosque volvió a la fluidez de antes... En ese instante los oídos del chico percibieron el suspiro que dio Yer, tras presenciar lo que hizo, como si estuviese reteniendo el aliento. Ahí fue donde Kérian volteó y la miró, pero de estar fijos en sus miradas rápidamente pasaron a estar cerca de la orilla del rio y su suave caudal.
—Es que... tuve un sueño —explicó Kérian sentado—. Intenté dormir de nuevo, pero no pude. Así que vine un rato aquí.
Yerkária pensó en decirle algo como «es mejor que descanses, nos espera un día largo», o, «luego lo vas a resentir», pero no. De hecho, su pensamiento cambió cuando vio el rostro de Kérian; en especial su mirada; porque ya no eran los ojos que ella vio delante de la fogata durante la cena.
En realidad, por paradójico que suene, era una mirada cansada, pese a que Kérian mismo alegara lo contrario.
—No pasa nada, a mí también se me fue el sueño —dijo ella para luego sentarse al lado de Kérian. Cuando se sentó, puso la lámpara entre ellos, pero no sin antes bajando la intensidad de la luz—. Aunque está haciendo frío... podrías enfermarte.
—Desde que llegué a este... mundo —comenzó a decir el chico—, no me ha costado nada conciliar el sueño y tampoco me he enfermado, además, estoy acostumbrado al frio de la intemperie. Elyas me dijo en broma que no debería dormir tanto; que se estaba convirtiendo en rutina.
Yerkária emitió un ruido que bien pudo ser una risotada que amortiguó cerrando la boca, o una inoportuna tos... Pero Kérian no le dio tanta importancia.
—Pero hoy ha sido tan difícil... como solía serlo en mi mundo —dijo Kérian mirando hacia el frente; hacia el caudal del río con la figura iluminada de la luna que se movía como espejismo sobre las aguas.
—El lugar de dónde vienes —agregó la hija de Zoren como si recordara algo—. Por un momento olvidé ese detalle... hasta me siento un poco tonta. Aunque no lo creas, Kérian, muchas personas en Inkál prefieren no creer que vienes de fuera.
—¿Por qué? —preguntó Kérian con voz suave.
—Se nos hace muy... inusual, sí, esa es la palabra —explicó Yer—. Inusual porque aceptar la idea de que alguien como tú, un Epítome, provenga de afuera es... desconcertante. Simplemente no lo creemos posible.
—A pesar de que lo pongas así, yo no tengo la menor idea de lo que representa ser un Epítome, como dices —alegó Kérian, mirando ahora la luna en el oscuro cielo—. A ver, he escuchado una que otra cosa de varias personas, pero yo no tengo idea.
—Justo a eso me refiero, los humanos de afuera no saben cómo empezar a comprender cosas que para ellos no tiene ninguna lógica, y qué, por ende, no existen —dijo Yerkária.
Kérian permaneció callado, pero dejó caer suavemente la cabeza tras relajar los hombros. Yer observó eso, así que agregó
—Cambiando de tema, debo confesarte que yo y otras cuantas personas más, saben que pasaron ciertas cosas antes de que mi tío y Demíra te trajeran a Inkál. Claro, hay detalles que no me han quedado despejados.
—Es verdad... Estuve a punto de morir —repuso Kérian sin agregar algo más, por lo que Yer aprovechó el breve silencio que se creó una vez más.
—¿Podrías contarme qué sucedió? —preguntó Yerkária con cierta duda, como aceptando un posible no—. Mi padre me dijo que estuviste a nada de que te mataran unos sujetos. ¿Recuerdas sus nombres?
—Phill y Mark... —añadió Kérian, casi susurrando—. Por supuesto que recuerdo sus nombres; el primero fue el que marcó mi cara —agregó Kérian volteando hacia Yer, señalando las cicatrices en su rostro.
—Ya veo... Eso no lo sabía —añadió Yer mirando con detenimiento las huellas de esas viejas heridas en la cara del chico—. Llegué a oír que tu rostro fue marcado por el tacto del relámpago... pero nada como saber la verdad tras los rumores que se dicen.
—Me da risa escuchar cosas así —respondió Kérian sonriendo— Marcado por el tacto del relámpago —repitió—, suena a cuento de hadas.
—Todo lo que pasó esa noche fue por un algo bueno, ¿no es verdad? —preguntó Yer.
—Por algo bueno... —agregó Kérian, luego suspiró—. Esa noche apenas logré salir con vida, pero hubo alguien que no corrió con esa suerte. —Recordó el rostro de Lucy cuando se vieron por última vez... cuando se despidieron sin decir palabra, pero sintiéndolo todo—. Conseguí salvar a la persona más importante de todas las que formaron parte de esa noche.
—Mi padre dice que lo que hacemos con nuestra juventud determina en qué nos transformaremos cuando adultos, y del legado que dejaremos al mundo —repuso Yerkária, siendo ahora ella quien mira la luna.
—Me gusta eso —repuso Kérian mirando sus manos—. Es raro, siento que oí eso en algún lugar... pero de todas formas creo que es la verdad. Creo que esa es una buena razón con la podemos juzgar lo que hacemos.
—No sé si lo sea —añadió Yer resuelta—, pero para mí, al menos, es una verdad que trato de seguir.
—¿Qué dijiste? —Preguntó Kérian mostrando extrañeza en su semblante con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Podrías repetir eso, por favor?
—Me refiero que para mí es una verdad, y que la trato de seguir día con día —explicó Yerkária—. ¿Por? ¿Sucede algo?
Kérian miró a los ojos de Yerkária durante unos segundos en completo silencio, luego, su mirada pasó a esquivar la de ella, yendo lentamente hacia un lado, bajando hasta la débil luz de la lámpara de Yer. Luego...
—No, no pasa nada —repuso el chico, reviviendo en su mente las palabras que la abuela de Lucy dijo aquella tarde, cuando la esperanza se reencontró con Kérian en un mundo que le había arrebatado justamente eso—. Solo quería estar seguro de lo que oí.
—¿y ya lo estás? —Insistió Yer con otra pregunta.
—Totalmente... —contestó Kérian dibujando apenas una sonrisa sin mostrar los dientes—. Ahora puedo decir que sé que estoy en el camino correcto —murmuró.
Luego de eso, Kérian se puso en pie mientras se palmeaba las piernas para librarse del césped y el polvo. En su mente reparaba en que justamente pensaba en ella cuando estaba concentrando su Taifem hacía un rato... De la abuela de Lucy.
—Creo que intentaré dormir un poco más antes de irnos —repuso.
—Yo haré lo mismo —añadió Yer tomando la lámpara, pero cuando estaba por levantarse, alzó la vista un instante y vio la mano de Kérian delante de ella. Yerkária tomó el brazo del chico para ponerse de pie—. Gracias —dijo.
Entonces, ambos jóvenes se retiraron de la orilla del río, aguardando que nuevamente el sueño llegase a arroparlos.
—Kérian... lo que estabas haciendo cuando llegué, ¿qué era? —preguntó Yerkária mientras se alejaba junto a Kérian.
—Sasai me dijo que todo lo que viniera de mí debe tener un nombre —contestó el chico—. Así que lo que hice, lo llamo... Palma de Zeus. Es el dios de una de las mitologías de mi mundo.
—Ah, sí, sabemos quién es... De hecho —repuso Yerkária— muchos por aquí piensan que sí existió, otros no. Curiosamente, la mayoría de los que no provienen de tu mundo.
—Tiene como símbolo un relámpago —agregó Kérian—. Pero para que sea su símbolo debe ser capaz de tomarlo con sus manos, o eso me digo yo, entonces de ahí el nombre.
Yerkária bajó la cabeza levemente mientras chitaba con sus labios.
—¿Te parece gracioso el nombre? —Preguntó Kérian con leve inocencia—. Sinceramente habría preferido no darle un nombre.
—No, de hecho, es un nombre que me gusta —repuso Yer.
Pero... Ni Kérian o Yerkária se dieron cuenta de que alguien estaba muy cerca de ellos, observándolos como si se trataran de hormigas en una caja de vidrio.
Un ser sombrío oculto por las sombras de la noche y la quietud que existe en el silencio del bosque. Aquella cosa que atacó a Kérian mientras viajaba oculto en los carromatos estaba ahí, justo en la copa de un árbol muy alto.
Kérian no pudo verlo aquella vez de manera concisa, pero de haberlo hecho, no solo habría reparado en las garras negras en sus pies, sino también en sus manos, que eran lo mismo. No solo habría reparado en la incertidumbre de su figura, sino en que su forma se acercaba más a la del humano que la de un monstruo de odio, aunque sea como sea... era el ente capaz de llevar a cualquier rival a un final atroz y sanguinario.
Habría reparado en que era muy parecido a esas pictográficas que vio en las pirámides de Inkál, especialmente dentro de aquel recinto donde estuvo ante la prueba de los Adalides cuando recién llegó... de esa leyenda de la que nadie o pocos quieren decir en voz alta.
Un enemigo imbatible, un ser de poder incalculable... un hombre con otro nombre.
Era alguien con una elegancia intimidante, de movimientos medidos y una voz que suena como un secreto susurrado al borde de un abismo. Era alguien que ha vivido casi desde el principio de la historia, que vio con sus propios ojos los primeros paisajes del mundo... alguien que está por encima de todos y de todo.
Lanz, el último Rrándil.
Muchos han tratado de explicar cuál es su Taifem, y aunque la gran mayoría se alejan demasiado de lo que es realmente, hay textos arcaicos en ruinas de Zelster y la Zona Sacra que revelan vestigios de la verdad. Dos escritos en especial, el primero siendo: "Un poder que corre por sus venas, porque por sus venas está la humanidad que son las mismas que mancillaron las flamas que ardieron en las cavernas, y que aún están ardiendo en los ojos de los que buscan darle sentido a la vida. La sangre que tejió con las risas de los bienaventurados y los lamentos de los desafortunados, y de cada efímero momento que ha logrado trascender en las Eras". Y el segundo que dice breve, pero significativamente: "Ostenta la presencia de las heridas que nos hace doler y el amor que nos hace sanar".
—Es justo como dices, vieja tempestad —susurró Lanz para sí mismo con voz suave como una caricia, pero tan fría como los vientos que llegan más allá de las tierras del norte—. Es el camino correcto..., porque estás donde yo te he puesto.
Mientras el chico se alejaba junto a Yerkária hacia el campamento, Lanz extendió su mano con la palma mirando hacia ellos como atrapándolos en el aire. Miraba lúgubre con sus ojos ambarinos que resaltaban a los jóvenes entre sus dedos... esos ojos que parecían destacar en la noche y que se colaban a través de sus largos mechones de cabello oscuro. Ojos que poseen una profundidad antinatural, como si al mirarlos se pudiera vislumbrar algo que no debe ser conocido.
Lanz, alto y esbelto, su cuerpo estaba esculpido a la perfección, denotando tanto la gracia de un pavo real y la belleza tácita en su contorno; como la dureza misma de quien ha peleado y ha curtido su cuerpo venciendo en miles de batallas a muerte. Y sobre su cabeza, dos ondulados cuernos salían de su frente, casi acostados.
Su vestimenta parecía mezclarse con el pelaje oscuro de su cuerpo, sobresaliendo un detalle rojizo en el pecho. Su porte y su apariencia no mostraban debilidad, sino una soberbia que no necesitaba expresar adrede o en palabras... porque está incrustada en su misma existencia, desprendiéndola en su aura.
—Estás en el ojo del huracán, Kérian, solo debes salir de él para ser consciente de todo el desastre que pronto conocerás —dijo Lanz cerrando su mano abruptamente en un puño. Al apretar el puño, todo su brazo se mostró tenso, y cada pequeño músculo en él se reflejó con finura.
Su rostro está marcado por una belleza inquietante, casi sobrenatural: de líneas finas y definidas que parecen esculpidas con precisión. Sin embargo, su expresión está velada por un aire de desdén y un conocimiento que trasciende lo común.
De pronto, Lanz extendió sus brazos a cada costado, se agachó apenas un poco para tomar impulso y saltó hacia arriba, desapareciendo en un instante, como si su cuerpo fuera tragado por el firmamento... como si su figura se desvaneciera en el aire, como una gota de tinta negra es llevada por la corriente de un río.
Y así; pasaron las pocas horas que quedaban antes de que el sol se alzara por el este. Pero, por ahora, nos alejamos de estos tres jóvenes y su viaje, y nos desviaremos un momento hacia los Mayers.
El atardecer había llegado, y toda esa nieve que cubría la zona norte del territorio de Rázdergan cobraba un ligero tono sepia con matices semejantes al rosado. Esta vez no estamos en las profundidades de algún punto de los frondosos bosques congelados de Zelster, sino cerca de las costas más allá de las cordilleras que resguardan un lugar que, en antaño, era la ciudad de los Mayers: "La Puya Blanca" ... Donde Érikas, la madre de la Hija del Fuego murió.
La brisa helada de Zelster era llamada "El aliento de la muerte" por los forasteros. Es obvio suponer que por ser un lugar gobernado por la nieve y el hielo debía ser así, pero lo cierto es que los mismos Mayers empezaron a llamarla así en el auge de la Ritta "La Reina del Hielo" ... la antítesis de Ygvarr "El Rey de las Flamas". Ritta fue tan poderosa como ladina, tan osada como malévola, tan...
El hecho de que los mismos Mayers adoptaron ese epíteto para los vientos del norte, fue porque la Ritta había impreso su Taifem en el mismo aire en todo Zelster, y a causa de su perversidad provocó la muerte de cientos y cientos de inocentes al azar durante su reinado... Un reinado de terror. ¿Y saben de quien se inspiró para hacer algo como eso? Pues del mismo Ygvarr, que dejó impreso su Taifem en el código genético de los Mayers para que sus cuerpos fuesen inmunes al cuerpo... así como él lo fue. Pero, en fin, esa es otra historia muy larga que contar en otro momento.
Por lo pronto, sepan que pese a que solo unos cuantos saben el cómo la Reina Ritta llegó a su fin, para el resto esa leyenda aún perdura en un miedo que fue capaz de trasmitirse de un corazón a otro desde entonces.
Y así, una ruina al final de un cerro, donde este se volvía más angosto. Suspendido sobre un mar congelado que en sus mejores días fue una ruta transitada por los pueblos originarios de Rázdergan, aquel enigmático castillo destruido se erguía como la sombra de un pasado con el que se sueña.
Ahí, de pie yacía la misma persona que se había revelado ante Airdo el "Urisháma" (Hado del Destino), contemplando la altitud en soledad y con solemnidad en su mirada. Aunque, tampoco estaba tan sola... ya que a una distancia considerable se distinguía la figura fácil de reconocer: Bérik.
Bérik estaba sentado de manera casual en los restos de una pared destruida con su distinguida hacha larga descansando sobre su hombro. Sus ojos estaban cerrados, pero no por estar agotado, sino porque meditaba en su cabeza las memorias de este lugar cuando era un pueblo donde los suyos caminaban libremente.
Pero su meditación fue interrumpida por alguien que se aproximaba que, a pesar del sonido del viento en sus oídos, el ruido de los pasos de esa persona llegaba hasta el Dahiú Mayer. Entonces Bérik abrió sus ojos y se puso en pie con soltura, pero siempre manteniendo la alargada hacha sobre sus hombros.
Con resiliencia aguardó que aquella persona llegara ante él, ya que sabía perfectamente de quien se trataba. Esa silueta emborronada por la pálida ventisca se volvía más y más grande, incluso superando en estatura y corpulencia al mismo Bérik. De piel grisácea y de apariencia tan dura y tosca, y esos ojos que rojos que siempre resaltaban en cualquier ambiente; brillando; ahora miraban a Bérik de cerca.
—Si vienes a conversar con ella, entonces espera aquí —dijo Bérik manteniendo la misma postura, sin mostrar un ápice de hostilidad o desafío.
Era ese hombre enviado por aquel Hemle que en sus aposentos cortó la mano de un sirviente.
Boris, giró lentamente su cabeza para mirar los ojos del Dahiú Mayer, pero no hubo palabra alguna que saliera de sus labios. Puso su vista hacia el frente y caminó, dispuesto a pasar a un costado de Bérik... pero este Mayer no se lo iba a permitir. Y tan pronto como Boris estuvo a punto de pasarlo, Bérik sostuvo su hacha con una mano y la colocó en el camino de uno de los miembros de "El Brazo Ejecutor".
—Ustedes y esos Adalides de mierda se parecen tanto, ¿no crees? —Espetó Bérik con ligero fastidio, sin mirarlo directamente—. Van a donde les plazca, hacen lo que les venga en gana y no les importa nada más que a sí mismos—. Bérik volteó e hizo contacto visual, luego, procedió a escupir el suelo.
—No sigo las ordenes de la mascota de una niña, apartate y dejame en paz —dijo Boris quitando de un manotazo el hacha de Bérik.
El hacha fue movida con brusquedad por el colosal y pesado brazo de Boris, acto seguido, dio unos pasos más; dispuesto a llegar ante la mujer en las ruinas. Pero, de nuevo... Bérik, la mano derecha de Khénya, se interpuso.
El filo del hacha de Bérik se postró cerca del cuello de Boris. La hoja brillaba como si hubiese estado al fuego por largo tiempo.
—Agradece mi obediencia a las consignas de mi reina... pero te advierto que mi paciencia se pone a prueba con tu puta actitud petulante —añadió Bérik con desdén—. Solo quedate aquí un momento, o sigue con tu necedad y llenaré esta nieve de la inmundicia que corre por tus venas.
—Amenazas, amenazas —contestó Boris sin voltear—. Un perro encadenado que solo sabe ladrar —añadió girando lo suficiente para observarlo de reojo.
Conservaron la misma posición durante unos segundos, sin apartar sus miradas por ninguna razón. Luego, Bérik empezó a retirar su hacha lentamente hasta colocarla en su hombro, como en un principio. Dio media vuelta y se acercó al lugar donde estuvo sentado..., y cuando se postró en esas ruinas por segunda vez, Boris en cambio permaneció completamente quieto en donde estaba.
La piel del bisonte que daba cobijo a Boris se llenaba de diminutos copos, y su rostro, curtido y maltratado, permanecía con un gesto inexpresivo. Ambos hombres, Bérik y Boris parecían haber llegado a un acuerdo silencioso en el que cada uno iba a retroceder y no llevar las cosas a un extremo que no era conveniente para ninguno.
Por un lado, Bérik que, pese a su severidad, la fidelidad a su joven reina era mayor. Y por el otro lado estaba Boris que, aunque fuerte y poderoso, no iba a tentar a la suerte sabiendo en donde y con quienes se encontraba. Así que ambos esperaron: Bérik regresando a su intima meditación, y Boris, inmóvil como una estatua hasta que Vaelyn Khénya bajara. Aunque lo que Boris no sabía era que... esa mujer en la cima no se trataba de la hija del fuego.
Estuvieron así durante unos minutos, mudos, hasta que...
—Por fin —dijo Boris con el rústico acento que lo caracterizaba, en donde la "r" se marcaba —. No me gusta esperar. —Su ceño se frunció cuando se percató que no se trataba de Khenya.
—Eso pasa en las personas que procuran saciar sus exigencias al instante en el que surgen —repuso esa mujer, que ya estaba lo suficientemente cerca de Boris—. Un típico defecto que también tienen los niños y sus inoportunos berrinches.
Bérik, que oyó su voz, abrió uno de sus ojos. Cuando su vista dio con ella se puso en pie y se acercó, aunque seguía manteniéndose al margen de ellos.
—Dime ya qué quieres —añadió "ella".
—De qué se trata esto... qué hace alguien como tu con ellos —preguntó Boris sin mostrar perturbación alguna.
—He sido uno de ellos desde que nací, ¿acaso no lo parezco? —contestó esa mujer.
—Ahora ya veo mejor las cosas, entiendo cómo se las arreglaron para sacar a la niña de esa cueva... Una muy buena jugada de parte de ustedes haber hecho que tú te infiltraras por tantos años... —Añadió Boris— ¿Y tú verdadero nombre es Anaír? —Añadió Boris.
—Nah... es un poco diferente, pero no tengo por qué revelarte eso —repuso Anaír... una Adalides de Inkál—. Pero ya, anda. Dime para que viniste a buscarme.
—Pensé que eras esa niña —contestó Boris.
—Ella me puso a cargo —añadió Anaír—, y no te molestes en preguntar dónde está ella por si acaso... no te lo diré. Así que escupe rápido a qué has venido.
—Vine por mi regalo... y si te pusieron a cargo ya debe saber de qué se trata —dijo Boris dando unos pasos a un costado para mirar el paisaje congelado desde la altura.
—Sí lo sé... quieres que te los de para que sean una carnada para ese chico —agregó Anaír acercándose desde la espalda de Boris—. ¿Estás seguro de eso? Porque si me lo preguntas, cosa que no creo que hagas, creo que esa trampa puede causarte problemas al final.
Boris volteó lentamente para mirar a la Adalid con esos ojos rojos tan penetrantes y tenebrosos.
—No estoy diciendo que eres un debilucho ni nada por el estilo, pero no olvides que él es una Epitome... tomarlo a la ligera sería una estupidez —explicó Anaír—. Bueno, a quien engaño... en ese caso sí serías un debilucho. —amortiguó una pequeña risa con una mano.
Boris volteó del todo y dio un paso hacía Anaír. Ella levantó ambas manos y:
—Accederé... pero solo te daré a uno, ¿te parece? Dime a cuál.
Boris entrecerró los ojos un instante antes de responder.
—¿Qué nombre tiene el varón? El molesto parlanchín —Preguntó Boris.
—Elyas —añadió Anaír con resolución—. Entonces será el pobre desafortunado que será decapitado... una pena por su mujer.
—¿Cuándo? —Repuso Boris sin más.
—¿Cuándo te lo daré? Será pronto... muy pronto. Te haré llegar un mensaje para decirte en donde te lo dejaré, ¿ok?
Entonces... y solo entonces... Boris sonrió de manera tétrica. Era una sonrisa que desencajaba completamente no solo en su rostro, sino de todo su ser.
A continuación, dio media vuelta y comenzó a bajar por donde había llegado, pero Anaír lo llamó.
—No le vayas a decir de mi a nadie —con seriedad en su voz.
—No soy un tonto —se limitó a decir Boris.
Y así siguió su camino una vez más, alejándose por un camino que atravesaba los restos de una vieja ciudad que se alzaba a lo largo de todo el cerro.
—Claro que lo eres —dijo Anaír en un susurro, luego de que Bérik se colocara a su lado para ver como Boris se alejaba de la cima.
—¿En serio estás pensando dárselo? Eso no le gustará nada a tu prima —agregó Bérik.
—No, tonto... claro que no lo haré. Solo creo que esta es una muy buena oportunidad para deshacernos de un miembro del brazo ejecutor; así provocar un conflicto directo contra Inkál; y asegurar nuestro objetivo —explicó Anaír—. Ese Boris es el perfecto costal de basura que Kérian no va a soportar
—Sigue habiendo algo en tu plan que igualmente molestará a Khénya —agregó Bérik.
—Ah sí, ¿qué? —preguntó la Adalid con ligero desazón.
—Estás incluyendo a Kérian en eso... ella no quiere que se le ataque directamente. Desde la última vez que se vieron en esa aldea se dio cuenta que debe tener cautela con él.
—Ah, ya veo. En ese caso ya sé qué hacer... solo necesito hacer que crean que los Mayers no tienen nada que ver en esto —repuso Anaír sacando un aparato tecnológico rectangular en donde empezó a escribir—. Y será con esto.
—¿Acaso piensas que ese chiquillo le podrá ganar? —Preguntó Bérik.
—Decirme eso es como si me preguntaras que si Khénya puede llegar a perder contra Boris —agregó Anaír, aun escribiendo—. Vamos... es una Epitome elemental, puede rebasarlo si se lo propone. Pero si no lo logra igualmente nos sirve, ya que nos estaríamos deshaciendo de un arma que los Inkális planean apuntar contra nosotros, mientras que les haríamos creer que los Hemle son los que están detrás de ese desafortunado descenso. —Anaír miró brevemente a Bérik y le guiñó con un ojo—. Mi preciada prima no tendría que pasar por el riesgo de lidiar directamente con Kérian. Tienes que aceptar que esa idea también te gusta.
—Pues es cierto... me parece una opción estratégicamente propicia —acordó Bérik dando media vuelta, dispuesto a irse—. Pero sea como sea, a Khénya tampoco le gustará.
—A ver, ¿por qué esta vez? —preguntó Anaír luego de hacer una mueca y chasquear con sus labios.
—Sus ojos no miran al chico como el enemigo a vencer, sino como alguien que ha pasado por lo mismo que ella —dijo Bérik.
—Pues es mejor que deje esos pensamientos... debe crecer —repuso Anaír con ligera molestia, aunque mayor que la que mostró en un principio.
Bérik oyó sus palabras en la misma posición, pero esta vez no hubo una respuesta. Se limitó a emitir un sutil gruñido y a cabecear de un lado a otro mientras daba un paso, y otro, y otro más... hasta que por fin se fue, dejando sola a la prima de su líder: La traidora Anaír, Adalid de Inkál.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro