Sin título
Nadie lamenta mis heridas.
Gritas marcando tu espacio
que es el hundimiento del vórtice.
Tu reflejo crepita entre el oscuro líquido
vertedero del suicida
sin saber qué sucederá al llegar
a la otra tierra.
La de corales y cuervos.
Tal vez ángel.
Estalla tu voz en medio de la tétrica bandada
sin augurar que tu destino
es ser acústicas péndolas.
Deseando sentir
el latido del aire
Resurge entre arrecifes
como un sol de viento
y te posas como gárgola
entre las espinas de una ceiba
exhalando
olor a mariposas que es como decir
el de los ángeles.
La sombra no quiere despegarse
de tus alas:
velamen impulsado por el defecto
de mi inocencia
hasta la biblioteca
que ahora y siempre
es el habitáculo que me pertenece.
Ovillada en el dienteperro
que es el piso de mi círculo,
escupo la sustancia que pudre
la entraña.
Ningún infierno se hace real
hasta que mancha los quilates
pernoctados en el punto frágil
(entre la soledad y los esqueletos que barajan el mazo)
Sabiendo que soy tu semejante
desglosas insaciable
una por una
cada página de mis libros.
No pertenezco a este lugar.
Graznas incesante.
El péndulo se devora
el tiempo
que levita
mientras trazo la estrategia
para que no escapes del presente.
Otro cuervo es el ángel que desglosa mi alma.
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