Capítulo IUn milagro en Junio 1976
Nacimiento Enmantillado
Desde el vientre materno, Sabina llevaba consigo un don tan antiguo como la humanidad: la sabiduría. A diferencia de Salomón, que buscó el conocimiento, ella lo tenía innato. Su belleza, cautivadora y enigmática, era solo una faceta de un ser más profundo. Un enigma que comenzaría a desvelarse a medida que avanzaban los años, y que la llevaría a vivir una vida llena de misterios y desafíos.
Un milagro en Junio 1976
Junio, un manto gris cubría las montañas, el frío se filtraba hasta los huesos en aquel remoto rincón rural. La neblina, como un velo fantasmal, envolvía la comunidad, aislando a una madre que luchaba contra las contracciones. En el hospital más cercano, la espera se hacía interminable. Cada quejido era una súplica muda, un ruego por el encuentro con su hijo.
Y nació ella, una colosal niña de casi cinco kilos. Pero no fue un nacimiento ordinario. Al emerger del vientre materno, su rostro estaba oculto por una membrana translúcida, como un velo de organza que la envolvía por completo. Los presentes, médicos y enfermeras, quedaron estáticos ante aquella visión sutil. Con reverencia, retiraron el delicado velo, revelando un rostro infantil, aún húmedo, resplandeciente, y unos ojos negros que parecían penetrar el espíritu de quien la miraba. Un escalofrío recorrió la espalda de todos los presentes. Era como si hubieran asistido al nacimiento de algo más que un simple bebé. Se podía observar a la bebé dentro de una paz y comodidad que parecía no quería ser interrumpida. Como si quisiera quedarse ahí dentro sin ser molestada.
En ese instante, el tiempo se detuvo. La habitación, sumida en una penumbra tenue, se llenó de una quietud sobrecogedora. El único sonido era la débil respiración de la recién nacida. Su cabecita, cubierta por una suave corona de cabello oscuro, contrastaba con la blancura nacarada de la membrana que la había protegido.
El médico, con ojos llenos de asombro, observaba cómo la pequeña luchaba por su primera respiración. Sus manos, expertas pero temblorosas, la acogieron con cuidado. En ese momento, comprendieron que habían sido testigos de un milagro, un parto velado, un acontecimiento tan raro como hermoso. Un sofoco ahogado escapó de los labios de Rosa. La criatura que emergió de su vientre estaba envuelta en un velo de luz, una membrana translúcida que la separaba del mundo. La sala, antes llena de los habituales sonidos de un parto, se sumió en un silencio profundo.
En ese momento, todos los presentes experimentaron una gran experiencia llena de vida y calma, que transmitía hacia sus cuerpos. Como una energía muy suavemente circulaba por sus venas, al tocar el cuerpo de la bebé, que aún no termina de nacer. De inmediato, proceden a terminar de sacarla del vientre de su madre y descubren su cuerpo y rostro; rompiendo muy sutilmente la mantilla; lo que produce de forma inesperada que la bebé abra completamente sus grandes ojos negros, mirando todo a su alrededor, fijando su mirada en todos los rostros que la veían por primera vez.
Rosa contempla a su pequeña con una mezcla de asombro y admiración en los ojos. Su piel era tan suave como el pétalo de una rosa, y su cabello negro como la noche formaba una corona alrededor de su rostro. El olor a talco y leche materna llenaba la habitación, creando una atmósfera de paz y tranquilidad. De repente, sintió una corriente de aire frío y vio cómo un zamuro, con sus alas negras y su mirada penetrante, entraba por la ventana, revoloteando alrededor de la cuna. El ave se posó en el borde de la ventana y las observó a ella y a su hija con ojos brillantes. Rosa sintió un escalofrío recorrer su cuerpo nuevamente. Además, provocando escalofrío en todos los que ahí estaban. Una de las enfermeras se llenó de susto y salió corriendo de la habitación, a contar a todo aquél que se encontraba a su paso, lo sucedido en el momento del parto. —"He visto nacer a cientos de bebés, pero ninguno como ella. Hay algo especial en su mirada, una sabiduría que no corresponde a su edad. Recuerdo a mi abuela, que decía que algunas personas nacen con un propósito especial. ¿Será que esa beba es una de ellas?" Esto causó una gran impresión en todos, quienes se preguntaban entre ellos si habían sentido lo mismo en su cuerpo, como especie de un brío que fue cedido desde la bebé hacía ellos... y todos entusiasmados declaraban que sí. Que se trató de un acontecimiento, que no habían presenciado nunca.
Mientras que el médico de turno no pronunció ni una sola palabra. Sólo se le notó correr una lágrima por sus mejillas, en medio de un especial comportamiento, que hacía verlo muy feliz de haber estado ahí, en el momento de ese extraordinario nacimiento. Parecía saber el significado de la mantilla que cubría a la bebé, solo por historias contadas por un colega, pero jamás había presenciado uno. El médico se acercó a la ventana y observó cómo los primeros rayos del sol iluminaban la habitación. Tomó un profundo respiro y se dirigió a Rosa. —"Creo que hemos sido testigos de algo extraordinario, señora. El nacimiento de su bebé es un acontecimiento que no olvidaré jamás. He leído sobre casos similares en antiguas leyendas, donde se decía que los niños nacidos con el manto de la Virgen poseían dones especiales. No sé si creer en estas historias, pero algo me dice que la vida de su hija será extraordinaria."
La madre de la recién nacida llamada Rosa no entiende lo que sucede, está muy debilitada por que fue un parto forzado por el peso y tamaño de la bebé, pero observa, que entre los médicos y enfermera discuten por quedarse la mantilla que traía en su rostro, ya que, según ellos él que las conserva no le faltará nada en su vida y la suerte lo acompañará dónde quiera que vaya. Le pregunta con asombro a los médicos ¿qué porque quieren conservar ese pedazo de entretela transparente?, y es ahí donde el médico le explica a su madre el secreto que tiene nacer con un velo en la cara.
Tomó una silla y la acercó a la cama y se sienta, con lápiz y papel para tomar nota de cada una de las indicaciones médicas, que debe seguir Rosa para su pronta recuperación, continúa diciéndole:
—Rosa fuiste muy fuerte a la hora de dar a luz... te felicito... tuviste un parto especial, aunque no lo creas; un tipo de nacimiento donde él bebé nace con una mantilla en la cara llamado el Manto de la Virgen, y eso indica que será de mucha suerte para su vida o para aquel que tome la mantilla... tu bebé nació con el velo de la Virgen...
—¿Y eso que significa doctor? —Pregunta Rosa muy curiosa por lo que está sucediendo.
—Significa que posee dones místicos, y que en algunos países es considerado nacer con la protección de un Ángel de la Guarda.
—¡Está pequeña nació con la bendición de un Ángel!
Rosa admirada por lo contado, suceso que jamás había escuchado le pregunta: —¿Un ángel de la guarda? —Pregunta, — Si Rosa, El Ángel Gabriel, quien es considerado el protector de las embarazadas y el cuidador de los fetos en el vientre de la madre. Además, protege los recién nacidos, bebés y niños pequeños.
Así, continúa contando a Rosa mientras ya decide salir de la habitación, comentando que:
—Ese Ángel del cual te hablo, su nombre significa hombre de Dios, fuerza de Dios y héroe de Dios; — Rosa aún no entiende nada... Sólo está feliz porque, a pesar de ser un parto forzado, logró dar a luz a una bebé muy sana. Sin embargo, las palabras del médico dejarían a Rosa pensando, en que si eso era cierto... sería increíble. ¿bendecida por un Ángel?
Unos minutos después, mientras vestían a la recién nacida, una enfermera de unos 50 años apareció de repente. Su cabello corto y algo ondulado mostraba algunas canas, y su rostro, marcado por arrugas, estaba bien disimulado con maquillaje y lentes de lectura. Se acercó a la camilla donde estaba Rosa y, en un tono muy bajo, le comentó:
—Su bebé... será una mujer muy sabia. El parto velado indica que nació con un don que deberá descubrir a lo largo de su vida. En eso solo se queda en silencio dialogando con ella misma, — "He visto muchas cosas en mi vida, pero nada como esto. Esta niña es especial, muy especial. Creo que está destinada a grandes cosas.
Luego, la enfermera se retiró de la habitación para continuar con sus labores, pero con una gran sonrisa en su rostro. En sus años de servicio, era la primera vez que presenciaba un nacimiento tan extraordinario como el de un bebé con su cara velada. Para su suerte, se quedó con la mantilla o el velo de la recién nacida.
Así llegó al mundo la pequeña, con el asombro y la característica de un parto especial, lo que le daba un significado de que sería una niña o mujer maravillosa, sabia y culta. Pero Rosa no imaginaba el impacto que esto tendría en la bebé, tanto emocional como espiritualmente, y mucho menos en la vida de sus hijos. Sobre todo, no podía prever lo que esa pequeña e indefensa bebé significaría para ella y todos los que la conocerían en el futuro.
Rosa, debilitada por el parto, sufrió un desgarro debido al peso y tamaño de la bebé, por lo que debía permanecer varios días bajo vigilancia médica hasta su recuperación.
Carlos, el padre de la bebé, era un hombre de rasgos españoles, alto, de piel muy blanca y ojos grandes marrones. Vivía lejos de casa porque tuvo que salir del pueblo para trabajar y conseguir el dinero necesario para alimentar y vestir a sus cinco hijos. Con la llegada de esta pequeña y hermosa bebé, estaba fuera de la habitación esperando saber si había sido una niña o un niño. Horas más tarde, la madre que estaba ya bastante recuperada le lleva la bebé para cargarla en sus brazos y darle pecho. Carlos entra con ella a la habitación y le explica que ya está todo listo y presentada. La madre le pregunta: —¿Qué nombre le pusiste a la niña?
—El de mi madre ¡Sabina! Se llamará como su abuela —contestó Carlos.
Rosa, no muy contenta con el nombre, le comentó que ya tenía un nombre pensado para la bebé. Sin embargo, su molestia no era realmente por el nombre, sino porque la madre de Carlos nunca la aceptó como esposa de su hijo, tanto que no quiso acompañarlo el día de su boda.
Doña Sabina, la abuela, jamás estuvo de acuerdo con que su hijo se casara con una mujer de piel oscura. El día que decidieron unirse en matrimonio, ella le dijo unas palabras a su hijo que Carlos jamás olvidó:
Madre: —"Mi'jo, ¿qué te pasa con esa niña Rosa? ¡Pero si tienes para escoger! No es que Rosita sea fea, pero... ¿tú has visto a Carolina? ¡Esa sí que te hace caso! Y es tan buena conmigo, te trata como a un rey. Piénsalo bien, mi'jo. Casarte con Rosita es cometer un error. ¿No te acuerdas lo que decía mi abuela? Que mezclar las sangres no es buena idea. ¿Has pensado en las dificultades que podrían enfrentar tus hijos? Mejor búscate una mujer de tu raza, que así no hay problemas. Ya te lo digo yo, cuando tengas hijos y veas cómo son, te vas a acordar de mis palabras. ¡No quiero que te arrepientas toda la vida!"
—Mamá, ¿por qué siempre me insistes en que salga con Carolina? Sé que es una buena mujer, pero mi corazón pertenece a Rosa. No entiendo por qué te preocupa tanto nuestra diferencia de orígenes. ¿Acaso el amor tiene que ver con el color de piel?" — contesta Carlos.
Madre: —"Mi'jo, es que... en aquella época se pensaba que era mejor que las familias fueran homogéneas. Pero ahora las cosas han cambiado mucho y la gente es más abierta. Lo importante es que seas feliz con tu elección... Mi'jo, sé que te quiero mucho y solo quiero lo mejor para ti. Crecí en un tiempo donde se creía que era mejor que las parejas fueran de la misma raza. Sé que esas ideas están equivocadas y que el amor no tiene color, pero no puedo evitar sentir cierta preocupación.
Carlos: —Mamá, sé que te preocupa mi felicidad, y agradezco tu cariño. Pero mi corazón ya está decidido. Rosa y yo hemos construido una vida juntos llena de amor y respeto. Al crecer, he visto cómo el mundo se ha vuelto más abierto y tolerante. Quiero que nuestros hijos crezcan en un entorno donde se celebren las diferencias y se fomente la unión. Sé que esto puede ser difícil de aceptar, pero confío en que con el tiempo comprenderás.
Madre: — (Suspira) "Tienes razón, Mi'jo. Quizás esté siendo un poco antigua. Solo quiero lo mejor para ti. Pero prométeme que pensarán bien las cosas."
Carlos: —"Claro que sí, mamá. Y gracias por escucharme."
La abuela de Sabina, una mujer de ascendencia española tenía prejuicios arraigados hacia las personas de ascendencia africana, producto de las creencias de su época. Su nuera, la madre de Sabina, era una joven mujer con una mezcla de herencias indígena y africana por parte de su padre. Las palabras hirientes de la abuela hacia su nuera, basadas en creencias sobre la pureza de sangre, dejaron una profunda herida en la madre de Sabina, quien nunca llegó a perdonarla. Mientras tanto, el padre de Sabina, Carlos, guardaba con dolor en su memoria las palabras de su madre.
—Bendición, mamá. ¿Cómo se ha sentido? —Llegué a casa de mi madre de sorpresa ese día. Estaba en su fogón cocinando y, al verme, de la alegría dejó caer al piso la arepa que tenía en su mano.
—¡Mi'jo, llegaste! Dichosos estos ojos que te ven, Carlitos —dijo, corriendo a abrazarme, limpiando sus manos llenas de masa de maíz en las largas faldas que vestía, llenas de cenizas del fogón donde cocinaba.
—Llegué ayer —respondí y pregunté cómo estaba, mientras le daba un abrazo y un beso en la frente, justo sobre sus arrugas, observando sus ojos agachados y algo hinchados.
—Estoy bien, mijo —respondió muy feliz de verme — Ya te sirvo tu café con leche de cabra fresca... ordeñé esta madrugada —contestó mientras apuraba su paso y se acercaba al fogón. Tomó café que aún se mantenía caliente al lado de las brasas encendidas. Me senté en su sillón a echarme aire con un pedazo de trapo y así espantaba los zancudos y plagas que pinchaban mi piel. El calor estaba fuerte ese día. Me llevó el café y acercó un pedazo de tronco de madera, usado como silla, para sentarse a mi lado.
—¿Cómo han estado las cosas por acá... y Reyes? —curioseé por mi única hermana, quien cuidaba de ella.
—Anda por ahí comprando telas e hilos para coser sus trapos... ya la conoces, eso es lo de ella... coser —me manifestó, tomando una de mis manos para darme un beso muy suave. Tomé sus manos fuertes y las sentí frías como hielo, a pesar de estar en el fogón, cosa que me inquietó un poco.
—¿Mamá, usted se siente bien? —pregunté nuevamente, ya insistente, y ella contestó después de callar por unos segundos.
—Allá por el monte, ayer por la mañanita salí a buscar agua en el pozo y, ya de regreso, sentí que todo me daba vueltas. También quería vomitar. En eso, se apareció una oscuridad en mi vista y un desmayo en mis piernas. Solo recuerdo que me caí... Abrí mis ojos y ya serían como las 4 de la tarde. Estuve inconsciente por un largo rato... Llegué a casa y he sentido un dolorcito en el pecho... mijo, creo que algo me sentó mal... — Me dijo, respuesta que de inmediato me preocupó, me levanté de la silla y le contesté de inmediato:
Mañana bien temprano la vengo a buscar para que vayamos al médico, ya está mayor y te la pasas sola por estos campos. Ya debes estar conmigo; estos calores no le hacen bien. Mañana bien de madrugada la vengo a buscar, me espera lista me oyó... — le decía mientras saca de su bolsillo unas monedas para dejarle como siempre.
—Dios te lo multiplique Mi'jo y te bendiga con una larga vida... aquí te espero y así veo a los nietos que deben estar grandes. Me contesta con una sonrisa larga que jamás borraré de mi memoria.
—Están creciendo rápido mamá. —Contesté y así pasé la tarde con mi madre hablando y conversando, comiendo dulce y arepas con queso de cabra. Me fui temprano a la casa ya que, el día siguiente debería regresar a buscarla
...Al amanecer, una mariposa grande de color negro entró a la habitación revoloteando y chocando con las paredes, como si estuviera ciega y no supiera por dónde volar. Me levanté de inmediato con un susto en el pecho, lo que hizo acelerar mi corazón. Llamé a Rosa y le dije que preparara el desayuno porque iba de salida a buscar a mi madre. Ella se levantó y, mientras me estaba vistiendo, tocaron la puerta. Era mi hermano mayor. Al abrir, sin dejar que pronunciara una palabra, le dije:
—¿Mi mamá murió, ¿verdad?
(Con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando) "¿Mi mamá...?"
Y él, con la cabeza baja y los ojos llenos de lágrimas, solo murmuró en voz baja:
—Sí... (Apartando la mirada, incapaz de sostener la mía)
Eso me partió el alma de inmediato, recordando sus palabras el día que me casé:
—Si te casas... cuando me muera no me verás.
(Con un nudo en la garganta) — "¿Y si hubiera ido a visitarla más seguido? ¿Si no me hubiera casado tan lejos?" (Cayendo de rodillas) No debí haberla dejado sola.
Hermano: (Poniendo una mano en mi hombro) —"No te culpes. Ella te amaba tal como eras."
Volví a la realidad y le pedí a mi hermano que me llevara a hacer la sepultura. No quería ver a mi madre muerta, así que decidí ocuparme de cavar su tumba. Pasé todo el día sin comer; el hambre había desaparecido. Al recibir la noticia de la muerte de mi madre, decidí ocuparme personalmente de cavar su tumba. No quería ver su cuerpo sin vida, así que preferí concentrarme en esta tarea. Mi hermano me llevó al cementerio, y allí, con una pala en mano, comencé a cavar.
El sol del mediodía caía implacablemente sobre mí, proyectando largas sombras que se extendían por el cementerio. El olor a tierra húmeda y hojas descompuestas se mezclaba con el aroma acre del sudor que resbalaba por mi frente. Con cada palada, sentía el peso de la tierra sobre mis hombros, un peso que parecía simbolizar el dolor que cargaba en mi corazón. Pero a medida que la tumba se profundizaba, sentía una sensación de paz extraña. Como si, al liberar a mi madre de este mundo, también estuviera liberándome a mí mismo del dolor. Pasé todo el día en esa tarea, sin comer ni beber. El hambre y la sed desaparecieron, reemplazados por una profunda tristeza y un sentido de deber. Finalmente, cuando la tumba estuvo lista, me senté a un lado, exhausto y con el corazón roto.
Mi hermano y algunos familiares se encargaron de preparar el cuerpo de mi madre para el entierro. La envolvieron en una sábana blanca y la colocaron en el ataúd. Luego, con mucho cuidado, llevamos el ataúd hasta la tumba que había cavado. Con lágrimas en los ojos, nos despedimos de ella, sabiendo que su espíritu siempre estaría con nosotros.
Cubrir el ataúd con tierra fue el último acto de amor que pude hacer por mi madre. Cada palada de tierra era un adiós, un reconocimiento de que su tiempo en este mundo había terminado, pero su legado viviría en nuestros corazones. Un cielo plomizo se cernía sobre el cementerio, reflejando la tristeza que embargaba mi corazón. La lluvia comenzaba a caer en suaves gotas, mezclándose con las lágrimas que silenciosamente resbalaban por mis mejillas. En ese instante, una mariposa negra revoloteó alrededor de la tumba recién cavada, sus alas oscuras como la noche. Parecía bailar al compás de la lluvia, como si estuviera consolándome en mi dolor. Cerré los ojos, imaginando que aquella mariposa era el espíritu de mi madre, que había venido a despedirse y a llevarse consigo una parte de mi tristeza.
Mamá se había levantado bien temprano ese día, arregló y acomodó su bolso con algunos trapos para usar. No quería esperar a que la fuera a buscar, quería llegarme de sorpresa. Pidió a mi hermana que fuera a la carretera a ver qué carro pasaba o esperar el transporte, mientras ella se acostaba en su chinchorro a descansar. Al cabo de un rato, llegó el transporte. Reyes salió corriendo a llamarla:
—Mamá, levántese que ya están esperando por nosotras, el transporte está aquí.
Pero, para mi tristeza, mi madre se había quedado dormida y, en medio de ese profundo sueño, murió de un infarto. Así pues, no pude verla antes de partir...
El hecho de colocarle a su hija recién nacida el nombre de su madre, le trajo muchos recuerdos de ella, pero sobre todo sus palabras y sus consejos antes de morir, llenando aquel momento tan especial, pero a la vez en tristeza reflejada en sus ojos humedecidos, exhalando suavemente un hondo suspiro desde su pecho digno de resignación, al cargar a su pequeña hija por el pasillo. — "Mi madre siempre fue una mujer fuerte, pero también muy estricta. A veces siento que nunca la conocí realmente. ¿Qué pensaría de Sabina? ¿Estaría orgullosa de mi pequeña? Ojalá pudiera preguntarle, pero sé que nunca tendré esa oportunidad." —en medio del silencio del largo pasillo recordaba a su madre.
La mamá y la pequeña Sabina deben permanecer unos días más en el cuidado y vigilancia médica. Al día siguiente, se corre la voz en las instalaciones del hospital del nacimiento de una niña con el velo en su cara y fueron muchos los curiosos que entraron en la habitación a conocer la bebé y darle sus bendiciones, muchos llevaron comida, ropa y detalles para la bebé, ya que sabían que era una madre de bajos recursos.
Pero, eso es sólo el comienzo de una gran aventura llena de retos y obstáculos, Rosa debe tomar una gran decisión por medio de una mística visita a su bebé, y que ella no imagina y la llenará de asombro, pero también de miedo, mucho miedo.
Ese mismo día, casi a la misma hora nace otra niña, su madre fue compañera de cuarto de Rosa, por nacer las dos niñas el mismo día, casi al mismo tiempo, la madre llamada Miriam, decide llamarla como la bebé Sabina también, pero, con la V pequeña... Savina. Miriam, al ver todo el alboroto de ese extraño pero mágico nacimiento, decide formar parte de él y coloca el mismo nombre a su hija.
De esta forma, Miriam le toca compartir la misma habitación de Rosa y se hacen muy amigas. Imaginando y comentando entre ellas, que harán todo lo posible porque las dos niñas se visiten a menudo, para que se conozcan y crezcan en medio de una gran amistad en un futuro.
Mientras que, las palabras de la enfermera resonaron en la mente de Rosa: "Su bebé será una mujer muy sabia. El parto velado indica que nació con un don que deberá descubrir a lo largo de su vida". Rosa recordó las palabras de su abuela, quien le había contado historias de mujeres nacidas con dones especiales, mujeres que habían cambiado el curso de la historia. ¿Sería Sabina una de ellas?
"Hermanos, el pasado puede doler, pero no puede definirnos."
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