Capítulo 2 El Secreto de la Mantilla
El nacimiento velado en las instalaciones del hospital causó una gran curiosidad en los pobladores. Se corrió la voz en el pueblo, y llegó a oídos de una familia de hacendados muy ricos, dueños de tierras y de ganado, donde la señora de la casa, llamada Doña María, no podía tener hijos. Llevaba años de casada con Don Pedro, anhelando tener una hermosa familia, pero con el vacío en su corazón por no tener la dicha de ser padres.
Una de las trabajadoras de la hacienda, que había estado en el hospital por motivos de salud y malestar, se enteró del nacimiento de esta bebé y, al llegar a casa de Doña María, donde labora en los oficios domésticos, le comenta lo que escuchó en el hospital.
Y ella, quien estaba sentada en un sillón de cuero frente a su alcoba, se levanta en silencio y fue hacia su habitación. Doña María acarició suavemente las páginas amarillentas de su grimorio. Cada símbolo y palabra inscrita en el pergamino era un recordatorio de su poder. Conocía los secretos más oscuros de la magia y había dominado hechizos capaces de alterar la realidad. Sabina era la pieza que faltaba en su plan, la llave que abriría las puertas a un poder ilimitado.
En las sombras de su mansión, Doña María realizaba rituales oscuros, invocando a entidades antiguas. Sus ojos brillaban con una luz sobrenatural mientras pronunciaba palabras en una lengua desconocida. El poder que buscaba estaba al alcance de su mano, pero a un precio terrible.
La sangre de su familia corría por sus venas, cargada de una magia ancestral. Desde niña, Doña María había sido consciente de sus habilidades. Había pasado años estudiando los antiguos grimorios de su familia y perfeccionando sus hechizos. Ahora, con la bebé a su alcance, podía llevar a cabo sus planes más ambiciosos.
Al cabo de un rato, se coloca su sombrero tornasol y toma el paraguas y sale de su casa.
Lugar que era muy grande, con pasillos llenos de flores aromáticas, entre ellas prevalecen el jazmín, la lavanda y la gardenia, convirtiendo esas fragancias encontradas en poemas olfativos y emocionales, invocando el amor hacia la vida, para quien entraba en ese misterioso lugar.
Se dirige al hospital a conocer a esa niña a quien llamaban y se comentaba que nació bajo la magia de un nacimiento extraordinario.
Doña María era una mujer misteriosa para los habitantes de la localidad, hablaba o se relacionaba muy poco con las personas y, de vez en cuando, se desaparecía sin dejar rastro por varios días y regresaba de igual manera de forma inesperada, como si se transportara a un lugar desconocido.
Todos comentaban en el pueblo que aquella vieja mujer algún secreto escondía por su extraño comportamiento, otros decían que ella podía ser una hechicera, pero no tenían prueba de ello.
La madre de la bebé esperaba en la habitación la orden del médico de turno para darla de alta y así dirigirse a su casita donde ella vivía alquilada, ya que no poseían una casa propia, la había tocado mudarse de lugar ya tres veces. En casa, la esperaban sus cuatro hijos, a quienes les dejó al cuidado su madrina.
Estaba preocupada porque sus cuatro niños estaban al cuidado de su madrina Mary, pero la Doña tenía sus propios hijos y con ellos eran más la responsabilidad, pero confiando en que su hija mayor, llamada Antonieta, con tan solo 7 años, estaría protegiéndolos y dándoles de comer mientras ella estaba ausente.
En horas de la tarde, mientras Miriam descansa, Rosa toma una silla que está en la habitación y se dirige a la ventana; quiere observar el paisaje y respirar aire fresco de las montañas que rodean el pueblo de Churuguara. Mientras que la brisa fresca entra por la ventana e infunde una agradable y rica fragancia a mandarina que impregna toda la habitación.
Estando ahí, observa un pequeño clavo que alguien dejó puesto en el marco de la ventana; tal vez cuando colocaron las cortinas olvidaron ese clavo. Lo toma y decide escribir la fecha del día que nació Sabina. Toma el clavo y comienza a esculpir en el pedazo de madera que forma parte del marco de la ventana y coloca: —¡"junio 1976"!
En eso observa un señor que limpia los alrededores del hospital, notando sus manos muy desgastadas, llenas de sucio y callosidades... cicatrices dejadas por el delgado y largo trozo de madera que sostiene su escardilla, instrumento para arar la tierra, también observa su blanca y brillante cabellera que combina muy bien con el color de su barba, siempre con la mirada hacia abajo, ¡no logró ver sus ojos...!
Le pregunta:
—¿Señor, usted sabe qué hora es...? —él, amablemente le contesta.
—"Joven, según este aparato son las 4 y 34 de la tarde. —Menciona al observar un viejo reloj que sacó de su bolsillo.
Es así como le agradece la hora y termina de esculpir en la madera.
"junio 1976. 4:34 pm"
Nuevamente observa un rato cómo el viejo limpia lentamente la tierra y hojas secas de todo el jardín, —preguntó, como una forma de entablar una conversación—. —¿Lleva tiempo trabajando en este hospital? ... ya quisiera yo trabajar aquí, siempre he querido curar a los enfermos, —Él detuvo lo que hacía y respondió, pero esta vez voltea lentamente a observar a Rosa—. Llevo siglos —y sonríe—. Así Rosa pudo observar un fascinante brillo en sus grandes ojos azules como zafiros. Después de pronunciar esas palabras, se retira hacia los árboles que rodean el lugar.
Al día siguiente, caracterizado por la presencia de mucha lluvia, entra a la habitación una hermosa señora, muy bien vestida, con gestos muy amables y un tono de voz muy fino y adecuado. De antemano, Rosa se da cuenta de que se trata de alguien importante en el pueblo por la vestimenta y los collares de oro que cuelgan de su cuello y los anillos en sus dedos... Pero, no pudo pasar desapercibida una llave de oro puro que brillaba colgada de su cuello.
Se acerca a la madre de Sabina y le entrega una cesta de frutas que pidió recoger a sus trabajadores en su hacienda antes de salir, y aparte le entrega una cesta de ropa muy fina para la bebé como regalo.
Rosa se muestra muy agradecida con esta desconocida señora, quien le pide si puede cargar a su bebé.
Doña María: —"¿Puedo cargar a tu bebé un momento?, es tan hermosa...", —y entusiasmada por los obsequios y ropa le responde:
Rosa: —Claro que sí, se ve usted muy amable, bella persona, "¿acaso usted me conoce?" —Preguntó, respondiendo de inmediato y con algo de melancolía: —No, jovencita... es primera vez que nos cruzamos en este camino de vida solitario...
Miriam, desde su cama que se encuentra frente a la de Rosa, sólo escucha muy atenta sin decir ni una palabra lo que cuenta la extraña Doña.
Doña María toma a la bebé en sus brazos y no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, ella no podía tener hijos. Rosa observa una gran tristeza en el alma de Doña María, un vacío de que a pesar de tener tanto dinero y todo en abundancia no tenía lo que más ansiaba, un hijo. Al caer sus lágrimas sobre el rostro de la pequeña bebé, la dejó impregnada de una rica fragancia a mandarina.
Doña María toma una silla que había en la habitación, la coloca mirando hacia la ventana cerca de la cama donde está Rosa con su bebé y comienza a cantarle lo que le pasa y todo lo relacionado a su vida. En medio de una larga conversación, le dice a la madre de Sabina que su propósito al ir a conocer a la bebé es proponerle un intercambio de lo que ella pida, a cambio de que le regale la bebé o la cambie por tierras o ganado, lo que ella considere necesario para salir de la pobreza y criar a sus hijos que esperaban en casa.
Rosa, entre el asombro y el miedo, le dice a la señora que no, que ella no cambiaría a ninguno de sus hijos por dinero o tierras a pesar de la necesidad que están pasando. Doña María le explica que no quiere causarle daño a ella ni a su familia, solo que considere su situación económica, y le recuerda que ya tiene cuatro niños en casa en comparación con ella, que no tenía. Y a cambio, le daría unas tierras con una casa cómoda, ganado para trabajar, tener una vida cómoda con sus hijos y salir de la pobreza, además, le ofrece monedas de oro que para la época eran llamadas morocotas de oro.
Rosa, al final del discurso de Doña María, comenta con mucha preocupación, que entiende su situación, pero que los hijos no son objetos para regalar, como la ropa o los trapos, los hijos son regalos de Dios para dar sentido a la vida y continuidad a la familia.
Doña María acarició suavemente el rostro de Sabina. Sus ojos, oscuros y penetrantes, parecían leer el alma de la niña. Un escalofrío recorrió la espalda de Rosa. ¿Quién era realmente esa mujer? ¿Dónde había adquirido ese conocimiento sobre los partos velados? Tal vez doña María no era sólo una rica terrateniente, sino alguien con un pasado misterioso y una profunda conexión con lo sobrenatural.
Doña María al oír esta respuesta le dice que lo piense, saca de su bolso un pequeño papel y un bolígrafo de tinta azul y escribe una nota.
Así, le entrega la nota y con esa fragancia cítrica de mandarina que jamás olvidará; le señala su dirección y dejando entre dicho, que lo considere cuando esté sola y si llega a cambiar de opinión la buscará y allí la estaría esperando, para cambiar el futuro de su niña recién nacida y su familia. La nota que dejó doña María era más que una simple propuesta. Era una invitación a un mundo oculto, un mundo donde la magia y la realidad se entrelazaban. Rosa guardó la nota con cuidado, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad. ¿Qué secretos escondía aquella mujer? ¿Y qué destino le esperaba a su hija?
-Sólo tienes que leer la nota en voz alta, para que el viento lleve cada palabra y la pase al acertijo e invoque mi presencia, y allí estaré inmediatamente. - susurró la Doña casi al oído.
La Doña se levantó sin decir otra palabra y sin despedirse, se retiró muy lentamente de la habitación.
-Qué señora más rara... primero por su ropa parece de otra época, y qué locura pedir que te cambien a tu chica por dinero. ¿No te parece extraño Rosa? - argumenta Miriam.
Pero Rosa no contesta, aún no puede creer lo que le acaba de pasar y muy sorprendida por la misteriosa visita de la Doña, se dirige a la puerta de la habitación para detallarla bien y es así como, no la observa por el largo pasillo. Ella ya no está allí.
Miriam aprovecha y se levanta sin que Rosa se dé cuenta y revisa su cartera y lee la nota. Dicen que la curiosidad mató al gato... la verdad es que ella se lo llevó.
Mientras Rosa en la puerta de la habitación, observa en silencio que solo caminaba una niñita de unos 4 años con un vestido de color vino, estampado con unas preciosas flores blancas... muy bonitas, por cierto, y el pelo largo, la niña se gira y mirando a Rosa a los ojos sonríe. Rosa solo se preguntaba... - ¿De dónde ha salido esta niña y con quién está...?
Doña María desapareció en la oscuridad, dejando a Rosa con más preguntas que respuestas. ¿Era posible que hubiera presenciado un encuentro con una bruja? ¿O tal vez Doña María era simplemente una mujer desesperada, que buscaba un hijo a cualquier precio? Cualquiera que fuera la verdad, una cosa era segura: la vida de Sabina nunca volvería a ser la misma.
De esta manera se retiró por los pasillos caminando lentamente con su hermoso y largo vestido de seda color vino, con encaje blanco... Rosa no sabe de donde salió la muchacha y donde estaba la Doña que acababa de salir de su habitación, solo desapareció entre los pasillos del hospital como por arte de magia, dejando todo el pasillo con una fresca fragancia.
Carlos había salido en busca de comida para Rosa, sin percatarse de la extraña visita que ésta había recibido. La joven dudó en contarle lo ocurrido; el temor de preocuparlo la paralizaba. La imagen de doña María desapareciendo en la oscuridad la perseguía, y una sensación de frío le recorrió la espalda. Con voz temblorosa, le dijo: -Carlos, deberías volver a casa con los niños. Creo que me quedaré aquí un día más. -Y así, Carlos se fue, mientras Rosa se sumía en una profunda reflexión, atormentada por la duda y la incertidumbre. Sólo se escucha el canto de los pájaros que visitan a la niña desde la ventana, adornada con finas cortinas de tela transparente.
La oscuridad se apoderó de la habitación, interrumpida sólo por el suave resplandor de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Rosa y Miriam, agotadas pero vigilantes, observaban dormir a los bebés. La pequeña Sabina, con sus mejillas sonrosadas y sus largas pestañas, parecía un ángel. Rosa, sin embargo, no podía sacarse de la cabeza el encuentro con doña María. Cerró los ojos con fuerza, tratando de evocar aquellas imágenes perturbadoras. Al final, el sueño las venció, llevándolas a un mundo de sueños donde la realidad se mezclaba con la fantasía.
Afuera, el jardín estaba bañado por la luz de la luna, que hacía brillar las gotas de rocío sobre las hojas. Los árboles susurraban al viento, y el lejano canto de los grillos añadía un toque de misterio a la noche. Dentro de la habitación, el reloj de la pared, marca que ya es medianoche despierta y sobre la cuna del bebé se encuentran unas pequeñas y misteriosas hadas o ninfas que iluminaban como luciérnagas en medio de la oscuridad la habitación, con tonos verdes y azules con un brillo mágico que se extendía por todo el entorno del bebé. Todo el lugar estaba envuelto en un crepúsculo mágico, con sombras danzantes proyectadas por la luz de las hadas. El aire estaba impregnado del aroma de menta y hierbabuena, mezclado con el dulce olor de las flores nocturnas.
El manto del parto velado no era simplemente una membrana que rodeaba a Sabina al nacer. Era un velo que la separaba del mundo ordinario y la conectaba con una realidad más profunda. Esta energía, emanada del manto, atraía a las hadas, que sentían en Sabina un potencial extraordinario. Ellas, como guardianas de este poder, serían las encargadas de protegerla y guiarla en su crecimiento.
Doña María no sólo deseaba a Sabina por el simple hecho de tener un hijo. El manto del parto velado le indicaba que la niña poseía un poder único, un poder que podía aumentar el suyo. A lo largo de los siglos, había buscado hijos como Sabina, pero ninguno había sido tan poderoso. Con Sabina, creía que por fin podría alcanzar la inmortalidad, la cura para la peor enfermedad para la que ni siquiera la ciencia médica había encontrado la solución que ella tanto anhelaba.
Las hadas, al percibir la codicia de doña María, se convirtieron en las protectoras de Sabina. Sabían que la muchacha estaba destinada a grandes cosas y que su poder no debía caer en manos equivocadas. Se prepararon para defenderla de la oscuridad que la acechaba. La nota que dejó doña María era más que una simple oferta. Era una declaración de guerra. Sabía que las hadas protegerían a Sabina, pero estaba dispuesta a enfrentarse a ellas para conseguir lo que quería. El destino de Sabina y el equilibrio del mundo estarían en juego.
Las hadas parecían flotar en el aire, sus alas transparentes vibraban suavemente, creando un sonido casi imperceptible. Sus ojos brillaban con una luz propia, y sus movimientos eran gráciles y etéreos. Una de ellas toca suavemente el delicado rostro de la pequeña bebé, de sus dedos sobresalían unas largas uñas en forma de pico y de color verde brillante... entonando una hermosa melodía de bienvenida, similar al canto de los pájaros Turpiales.
Y en la ventana de la habitación observa a una más grande sentada... parecía la reina de todas. La reina de las hadas tenía una presencia imponente. Sus alas, aunque delicadas, emitían un brillo que iluminaba la habitación. Su voz, cuando hablaba, resonaba como un suave eco, llenando el aire con una melodía hipnótica. Parece una mujer pequeña de cabello rizado y amarillo. En su frente lleva una corona muy detallada de flores y hojas verdes y su vestido es de hojas frescas verdes con tonos anaranjados, que impregna un olor a menta y hierbabuena. La brisa mueve su cabello mientras está posada con las piernas cruzadas... detallando unos delicados pies descalzos. Uno de sus pies está adornado con raíces estampadas con flores rojas y violetas y alrededor de su percha se posan mariposas de diferentes colores. Sus alas son transparentes entre finos hilos brillantes.
La madre muy asustada se levanta rápidamente para observar más de cerca a las pequeñas hadas y las asusta y las alejas del bebé.
—¡Salid... salid de aquí...!
Se van volando, dejando un largo camino lleno de purpurina por donde pasan hasta salir por la ventana. La madre se acerca a la ventana y la cierra. Todavía no entiende cómo se abre, si una enfermera ha entrado horas antes para cerrarla.
Regresó a la cuna para ver cómo estaba su bebé y para su gran sorpresa la cuna estaba vacía. El corazón de la madre latía aceleradamente, mientras buscaba desesperadamente a su bebé. La cuna vacía parecía un abismo, y el silencio de la noche se hizo ensordecedor. Afuera, las sombras parecían moverse, y un susurro inquietante llenó el aire. Ella soltó un grito lleno de desesperación y miedo:
—Dios mío, ¿dónde está mi niña...?
Rosa se sobresaltó ante el grito desgarrador de Miriam. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras se incorporaba en la cama, con la mente nublada por el sueño. Cuando encendió la luz, la habitación se iluminó revelando a Miriam pálida y temblorosa, con los ojos muy abiertos. Un frío helador envolvió la habitación, y Rosa sintió como si una presencia invisible los estuviera observando. - ¿Qué te pasó? - preguntó Rosa, su voz apenas un susurro. Miriam tragó saliva y respondió con la mirada fija en la ventana, donde los árboles se sacudían violentamente, a pesar de la calma de la noche. - Creo que vi... algo o estaba soñando... no sé, — susurró. Rosa tomó la mano de Miriam y la apretó con fuerza "Estoy contigo, tranquila, solo tenías una pesadilla", —dijo, tratando de tranquilizarla. Ambas mujeres se quedaron en silencio, escuchando los latidos de sus corazones, unidas por un vínculo más profundo que la amistad. Un débil resplandor se filtró por debajo de la puerta y fugazmente desapareció, como si alguien hubiera encendido una vela en el pasillo y el viento la apago. Rosa y Miriam se miraron, sus ojos llenos de temor y asombro.
Al día siguiente, cuando Rosa se disponía a cargar a su bebé, notó un detalle que la heló por completo. En la cuna de Sabina, había una pequeña pluma negra, con características de un ave majestuosa y enigmática: el zamuro o cóndor andino. La pluma tenía un brillo extraño y siniestro, como si estuviera impregnada de una energía ancestral. Rosa la tomó con cuidado, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. La pluma era un presagio, una señal de que el destino de Sabina estaría entrelazado con fuerzas poderosas y misteriosas. ¿De dónde había salido esa pluma? ¿Y qué secretos ocultaba? Rosa no podía imaginar que aquel pequeño objeto sería el inicio de una aventura llena de desafíos y revelaciones, donde la magia y la realidad se conectan.
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