Capítulo 7: Interrogatorio.
Dexter
Creo que debí tomar una taza de café cargada y darme una ducha antes de aceptar ayudar a Venus, pues ahora que he empezado a recorrer Tweak Falls en mi bicicleta, empiezo a sentir las horas de sueño que me hacen faltan.
Anoche, antes de medianoche, estuve pegado al ordenador haciendo una investigación para mi clase de tecnología y luego jugué Blastcore II toda la madrugada en mi vieja y fiel consola. La verdad, los domingos en la mañana no suelo hacer nada más que dormir hasta el mediodía, por lo que la repentina y nada esperada visita de Venus me ha tomado por sorpresa.
Mi abuela es consiente de mi rutina de los domingos, así que cuando la vi irrumpir en mi habitación alegando que una «niña bonita» me estaba buscando, me quedé en blanco. No tenía idea de quién podría ser. Esperaba encontrarme con una de esas niñas exploradoras vendiendo galletas, pero al ver a Venus todo cobró sentido.
Ella propuso comprar todos los periódicos de Tweak Falls y luego quemarlos en un claro en el bosque, así que entre los dos juntamos una cantidad de dinero considerable. Yo ofrecí el dinero que me sobró después de comprar mi nueva laptop, la cual adoro. En realidad, ninguno de los dos está seguro si es suficiente dinero, pero tampoco sabemos cuánta demanda de periódico hay en este remoto pueblo.
Ganar ese premio significaba mucho para mí y sin ella nunca lo hubiera conseguido. Ayudarla es lo menos que puedo hacer después de haberla afectado de una manera que aún no comprendo, a parte de que es la mejor oportunidad, si no la única, que tendré para resolver mis dudas.
Pedaleo con fuerza hasta la estación de gasolina cerca de TWF Square y dejo la bicicleta recostada a una pared descolorida. Entro en el local y de inmediato localizo el estante de periódicos. Sin pensarlo, me acerco, tomo todos, y camino hacia la caja llevándome la atención de algunas personas en el local.
Venus me dio claras indicaciones de que este era el primer lugar al que tenía que venir y que antes de hablar con la chica detrás del mostrador, debía girar los periódicos de modo que la portada no fuera visible.
Me pregunto como supo que era una chica.
Dejo caer la pila de periódicos sobre el mostrador con la portada hacia abajo y me llevo una mano al bolsillo trasero para tomar mi billetera. La chica observa la pila antes de empezar a marcar el precio.
—¿Coleccionista? —pregunta mientras desliza sus dedos sobre la pantalla frente a ella.
—Algo así —respondo sin tener una mejor excusa.
La observo durante un momento y no puedo deducir su edad con facilidad. No es una adolescente, eso lo tengo por seguro, pero tampoco se ve como una adulta. Es delgada, tiene el cabello corto y unos deslumbrantes ojos marrones parecidos a los de Pebelle. Quizás por eso me resulta familiar.
—Son trece dólares —dice con indiferencia.
—Vaya, qué caro está el periódico —me quejo y le entrego un billete de veinte.
Comprar todos los periódicos del pueblo va a ser más costoso de lo que calculé.
—Solo cuando compras dos docenas —señala y me entrega mi cambio.
Asiento, guardo los dólares en mi bolsillo y tomo las tres bolsas llenas de periódicos. Camino hacia la salida con prisa, pero la voz de la chica me detiene.
—Oye, ¿qué dice la portada? —recuesta sus brazos sobre el mostrador y me mira con atención.
Finjo echarle un vistazo a uno de los periódicos y le regreso la mirada.
—Algo sobre el presidente y los impuestos —respondo de manera automática, justo como me indicó Venus, antes de salir del local.
Al parecer no solo sabía que era una chica.
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Recorrí todas las tiendas y supermercados de Tweak Falls en cinco horas, comprando todos los periódicos en los que saliera la foto de Venus. Cuando tenía una cantidad acumulada que no me permitiera seguir conduciendo debido al peso, pedaleaba hacia uno de los límites del bosque, en donde Venus me estaba esperando. Le hacía una entrega de no más de treinta periódicos y luego volvía a andar, en busca de más. Eso hice durante cinco horas sin parar y en el camino, anoté mentalmente nunca aceptar un trabajo como repartidor de periódicos.
Al terminar, estoy exhausto y acabado. Mis piernas piden auxilio, mis pulmones aire y me duele el trasero al levantarme del sillín. Lanzo la bicicleta a un costado y me acuesto sobre el pasto seco a las afueras del bosque, mientras siento como las gotas de sudor que emanan de mi cuerpo se vuelven heladas gracias al frío. Mi pecho sube y baja, pero cierto sentimiento de alivio se expande por toda esta zona cuando veo a Venus de pie frente a mí, extendiéndome una botella de agua.
Yo la tomo con frenesí y le doy un largo trago, sin apartar los ojos de ella.
—¿De dónde la sacaste? —pregunto cuando separo mis labios de la botella. Entrecierro mis párpados en un intento por leer las letras pequeñas en la etiqueta.
—Tengo muchas en la... mi casa —dice y hace un ademán con sus manos hacia el bosque.
Yo le doy las gracias e intento levantarme, pero ella se apresura y se arrodilla frente a mí. Me mira con esos grandes y profundos ojos azules, luego deja su mano sobre mi hombro. Me reconforta saber que ya no tiene miedo de acercarse, ni de tocarme.
—No, gracias a ti —por un momento me mira con suavidad y me sonríe, muy diferente a cuando llegó esta mañana a mi casa vuelta una fiera.
De pronto, ella parece percibir un aroma peculiar ya que comienza a olfatear a su alrededor y termina arrugando el rostro con gracia.
—¿Eres tú quién apesta así? —me mira y aparta su mano de mi hombro mientras intenta contener una sonrisa.
Yo levanto uno de mis brazos y olfateo mi axila. Sacudo mi mano frente a mi nariz y tenso mi rostro. En serio, debí haber tomado una ducha antes de aceptar hacer esto.
—Qué asco, ¿no?
Ella se ríe muy fuerte y me gusta como suena.
—Demasiado.
—Bueno, lamento que tengas que soportar mi aroma varonil, pero tú me debes muchas explicaciones —me levanto del pasto y me sacudo el pantalón.
—No, espera aquí. Ya vuelvo.
Ella corre hacia el interior del bosque y desaparece sin más. Después de diez minutos, siento que me he quedado plantado al no ver señales de vida por el área. Qué escurridiza es, debí esperármelo, pues no es la primera vez que lo hace. De todas formas sé en donde vive así que puedo ir a reclamar mis explicaciones cuando quiera y cuando esté más limpio. Tal vez mi hedor es muy fuerte y dañino para ella, por lo que se vio obligada a escapar del suplicio de mis axilas. Yo también huiría si fuera ella.
—¿A dónde vas? —escucho su voz a mis espaldas cuando estoy levantando mi bicicleta del suelo, así que vuelvo a dejarla en donde estaba y me giro con rapidez.
—A ningún lado —contesto con firmeza.
Noto que trae algunas cosas. En su mano izquierda tiene una toalla húmeda y en la derecha una prenda que no logro distinguir con certeza.
—Toma —me extiende la toalla que aún gotea— y aquí te traje algo para que te cambies —levanta su mano derecha y veo que es una sudadera negra de su talla. No estoy seguro si me quede, pero no pierdo nada con intentarlo.
Yo acepto la toalla y en el instante que lo hago, ella me da la espalda y cubre sus ojos.
—¿Qué haces? —pregunto, desconcertado.
—Ya puedes limpiarte —anuncia y yo me río de mi mismo.
Creo que debería sentirme avergonzado, pero por alguna razón no lo hago. Es casi como si con ella tuviera el mismo nivel de confianza que con Lywn y no lo comprendo. Le doy la espalda, me saco mi sudadera de encima y la dejo en el suelo. Al instante el frío impacta contra mi pecho haciéndome estremecer. Con el torso al aire, me giro un poco y noto que ella trae una delgada camiseta blanca.
—¿No tienes frío? —pregunto y ella parece vacilar con su respuesta.
—Algo —dice, sin embargo, no suena certera.
—No vas a espiarme, ¿no?
—¡Claro que no! —se defiende y no puedo evitar sonreír ante lo ofendida que suena.
Comienzo a limpiarme con la toalla mojada mientras tiemblo y suelto pequeños quejidos por lo bajo. Cuando estoy terminando, una fuerte brisa del polo aparece y no puedo soportarla, así que lanzo la toalla al suelo y me giro hacia ella.
—Oye ya, ya terminé. Dame lo que sea que tengas allí —le pido desesperado y tiritando.
Venus se gira, aún cubriendo sus ojos con su mano, y me lanza la sudadera. En un dos por tres me la coloco y me aseguro de empezar a entrar en calor frotando mis manos y abrazándome a mi mismo. Me queda un poco ajustada, pero es mejor que estar expuesto al frío.
—Ya —aviso y ella se descubre los ojos—. Vamos, explicaciones, explicaciones. Las necesito. He gastado mucho dinero en eso —señalo la pila de periódicos.
—Calma, primero tenemos que quemarlos.
De uno de los bolsillos de su short extrae una caja de fósforos que me lanza y la cual yo atrapo con torpeza. Ella le echa un vistazo a la gran pila que hay junto a nosotros. Por suerte, estamos en un área del bosque en donde no hay acceso por carretera, así que es poco probable que alguien nos encuentre.
Nos toma unos veinte minutos mover toda esa montaña de noticias hacia un claro en medio del bosque, lejos de la civilización y de cualquiera que pueda pensar que estamos iniciando un incendio forestal. Si nos encuentran tendremos que pagar una multa muy alta y no pienso gastar más dinero en esta chica. Desde que las irreparables consecuencias del calentamiento global empezaron a ser evidentes hace un par de años atrás, el presidente tomo medidas radicales con respecto al medio ambiente.
Una vez hemos movilizado cada uno de los diarios, yo tomo uno de la pila y lo enrollo de modo que entre en el bolsillo de mi pantalón. Venus me dedica una mirada.
—Quiero guardarlo de recuerdo —explico—, ya sabes, para que mi abuela lo vea. Ella sí lee estas cosas. Además, no todo los días apareces en el periódico —me encojo de hombros cuando noto que ella ni siquiera se inmuta.
Después de asegurarnos de que alrededor no haya hojas ni pasto que puedan continuar con un incendio, prendo uno de los fósforos, lo lanzo en medio de la pila y una pequeña llama comienza a arder con fulgor.
Ambos nos sentamos sobre un tronco a varios metros de distancia de nuestra fogata de papel y no puedo negar que es reconfortante sentir el calor. Cuando saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón para revisar la hora, noto como Venus pone una pequeña distancia entre nosotros, pequeña.
—¿Todo bien? —la miro con el ceño fruncido y vuelvo a guardar mi teléfono.
—Sí, todo bien —asiente, pero tampoco parece muy convencida—. ¿Qué hora es? —pregunta y no sé por qué percibo cierta timidez en su voz, como si hubiéramos vuelto a ese día en el que nos conocimos.
—Las 3:55 de la tarde —me saco las gafas y limpio el vidrio con el borde de la sudadera antes de volver a colocármelas.
Ella no me quita la mirada de encima en ningún momento.
—¿Para qué las usas? Me refiero a que... sé que son para ver, pero... ¿Por qué las necesitas?
—Pues verás, Venus —me inclino un poco hacia ella como si estuviera a punto de revelarle un secreto privado—, tengo astigmatismo y realmente apesta.
—¿Qué es estigmasismo?
Le sonrío de manera abierta porque me hace gracia su pregunta y pienso que está bromeando, pero ella continúa mirándome a la expectativa. No sé si está siendo sarcástica o si realmente no lo sabe, aunque por el tono que le imprime a su pregunta, puedo deducir que no tiene ni idea de lo que le estoy hablando. Lo cual es raro ya que desde el 2023 el porcentaje de adolescentes con casos de miopía y astigmatismo incrementó, por lo que en casi todas las secundarias a nivel nacional se implementó un programa dirigido al cuidado de la vista... que yo no me molesté en seguir.
—Astigmatismo —aclaro—. Es una enfermedad molesta que no me deja ver bien las cosas. Como cuando estoy leyendo, todo se vuelve borroso y me da dolor de cabeza.
—¿Entonces estás enfermo?—su voz se vuelve opaca.
—No, no. No me refería eso —me acomodo las gafas—. Es una enfermedad de la vista, eso es todo. El resto de mi está saludable —afirmo y ella asiente.
—¿Duele? —hace esa pregunta con evidente curiosidad y ya no sé si se está burlando de mí.
—No tienes ni idea —comento con sarcasmo y ella vuelve asentir. Creo que no lo entendió.
—Lo lamento —dice con compasión.
—Y bien, ¿cuándo tendré mis explicaciones? —doy un largo suspiro mientras me enderezo en mi posición.
De inmediato, noto como su semblante se endurece. Baja su cabeza y reúne sus manos sobre su regazo. Ella intenta esconderse dentro de su pequeño caparazón, al igual que un armadillo en mecanismo de defensa. La verdad, no parece muy dispuesta a explicarme algo, así que antes de que se levante y comience a huir por la espesura del bosque, decido ayudarla a responder mis curiosidades.
—Puedes empezar por tu verdadero nombre —sugiero.
Ella levanta su cabeza bruscamente y me mira a través de sus pestañas.
—Venus —reafirma, remarcando cada sílaba.
Admito que me siento un poco intimidado. Esos ojos pueden ser tanto endebles, como agresivos.
—De acuerdo, Venus. Veamos, ¿qué tal si me dices tu nombre completo?
—¿Por qué debería decírtelo? ¿De qué sirve? —se muestra a la defensiva—. Yo no sé el tuyo.
—Dexter William Folley, encantado —extiendo mi mano a modo de saludo y ella solo la observa, vacilante. A diferencia de ella, yo no tengo problema con darle toda mi información—. Tienes que saludarme y decir tu nombre —le indico en un susurro, así que ella termina rodando los ojos y estrechando mi mano.
—Venus Kerenor Bleiv —dice resignada.
—Bien —asiento con la cabeza repetidas veces. Suena como un nombre extranjero—. ¿Eres canadiense?
—Pues mi madre era judía y yo nací aquí, así que supongo que soy ambas cosas, ¿no? —suelta mi mano y regresa la mirada hacia la fogata.
No puedo decir que su confesión aclare alguna de mis principales interrogantes, pero sí explica aquellos rasgos peculiares.
—¿Quién es la chica de la gasolinera? —pregunto, continuando con mi interrogatorio e intentando indagar un poco más.
—¿Qué chica? —se revuelve en su puesto y aparta el rostro—. Apuesto a que viste muchas chicas en todas esas tiendas —chasquea la lengua.
Claramente está nerviosa, pero hace un patético intento por disimularlo.
—¿Cómo sabías que era una chica la que trabajaba allí? Me dijiste que girara los periódicos antes de hablar con la chica detrás del mostrador —le recuerdo.
Su respiración se vuelve pesada mientras empieza a buscar la respuesta en los árboles. Pasan varios segundos, luego ella se coloca de pie y comienza a alejarse. Como siempre, interfiero en su camino. Le sostengo la mirada durante unos segundos antes de comenzar a hablar.
—Escucha, no tengo idea de por qué he insistido tanto contigo, pero ya estoy harto de esto. Si quieres, puedes marcharte y seguiremos con el plan principal que era olvidarme de todo. ¿Pero sabes lo que creo que eres? Una farsa. Pretendes ser tan misteriosa y reservada, pero tal vez solo lo haces para llamar la atención. Ya no lo sé. Ni siquiera sé tu edad. Puede que aparentes menos cuando no es así. ¡No tengo idea de quién eres! Lo que sí sé, es que eres un molesto dolor de cabeza que no para de huir y estoy cans...
—Es mi hermana —me interrumpe con calma.
Sus ojos se clavan en los míos, de una manera inexpresiva y serena. Los ruidos del bosque y de la fogata se cuelan en nuestra conversación, así que aguardo en silencio e intento recuperar el aliento mientras observo partes de su rostro en los que nunca antes había reparado. Contemplo los lóbulos de sus orejas, los cuales están vírgenes y sin rastro de perforación. Admiro sus oscuras cejas pobladas y el aleteo de sus pestañas.
—Ella es mi tutora legal, mis padres fallecieron antes de que pudiera conocerlos —continua y por lo que veo, se le complica explicarlo—. Ella no sabe que me escapé de casa para ir a tomarme las fotos contigo. Es demasiado —remarca esa palabra— estricta y se iba a enojar mucho si me veía en la portada de ese periódico. Podía castigarme varios meses sin salir. Por eso te pedí que me ayudaras a quemarlos todos.
Asiento. Eso sí que es algo de información útil.
—No se ve como alguien que haría eso —meto mis manos en los bolsillos de la sudadera—. ¿Vive contigo en esa cabaña?
Venus asiente.
—¿Qué edad tienes?
—Dieciséis.
—¿Y ella?
—Treinta y cinco.
—¿Por qué viven en medio del bosque? ¿Siempre han estado allí? ¿Porqué no te deja salir?
—Nos gusta ese estilo de vida, es mejor estar alejadas de todo el ruido y los demás. Nos mudamos hace unos cuantos años —contesta de manera precipitada.
—¿Te gusta ese estilo de vida? —cuestiono.
—Sí —responde con firmeza.
Me está dando información sin poner peros. Lo que me parece sospechoso, así que decido ser menos específico.
—¿Por qué me pediste que te olvidara? —doy un paso hacia adelante cuando ella evita mi mirada. Esta vez, se toma su tiempo antes de abrir la boca.
—Porque es mejor así —se abraza a sí misma.
—No entiendo —murmuro.
—Mi hermana y yo nunca hemos sido —comienza, sin apartar los ojos del suelo—... muy sociables. Siempre somos ella y yo y nadie más. Ella cree que todas las personas son muy peligrosas y que es mejor vivir alejadas de ellas. Por eso me ha educado en casa todo este tiempo. Hannah es una persona complicada y pues, estamos bien así.
—¿Y tú crees eso?
Vacila, pero termina asintiendo con la cabeza.
Eso tiene bastante sentido y explica su rara manera de comportarse cuando nos conocimos o como a veces no parece entender lo que intento decirle. Es una chica con problemas de socialización, eso es todo. Ha crecido en un ambiente apartado gracias a su cruel hermana mayor y nunca ha tenido la oportunidad de conocer a personas de su edad. Suelto un profundo suspiro y aprieto con suavidad el costado de su brazo, intentando reconfortarla. Está claro que esto ha sido difícil para ella y yo no se lo he puesto nada fácil, pero necesitaba saberlo. Ahora podré dormir más tranquilo en las noches.
Después de unos segundos, nos damos cuenta de que la fogata ya se ha apagado. Los periódicos ya no son más que cenizas que cubren la superficie del claro y Venus se acerca para comprobar que sea así.
—Gracias, otra vez, por esto —dice y apenas logro escucharla. Su ojos yacen sobre el claro.
—Espera —llamo su atención, cuando una idea repentina me llega a la mente—, ¿entonces nunca antes has tenido, ya sabes... amigos?
Ella se voltea y deja su peso sobre una pierna mientras me examina.
—No, ¿por qué?
—¿Te gustaría tener uno?
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Dexterrrr! ¿Cómo les va pareciendo la historia? ¿Debería Venus entablar una amistad?
¿Quién narra el siguiente capítulo? ¿Dexter o Venus?
Besos!
-1dairymoon.
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