Xiao
Las pisadas largas y ruidosas resonaron en mis oídos. No soportaba la lucha entre espadas y caballos. La mayoría luchaba por sobrevivir; era el precio que pagábamos en la guerra, aunque nadie entendía su verdadero propósito. Algunos nos mantenían en campos de concentración. ¡Joder! —murmuró una chica.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—¡Xiao! —sus ojos se abrieron de par en par—. Buscan oro.
—¿Y? —me hice la tonta.
—Recuerdo que el verano pasado encontramos instrumentos amarillos. ¿Es eso lo que ellos buscan?
—Zhao, no lo sé. Y tampoco me importa.
—¿Qué hiciste con todo? —frunció el ceño.
—Lo arrojé al mar.
—¿Todo? —casi se atraganta.
—Solo conservo una parte para mí. Además, no estoy segura.
—¿De qué no estás segura?
—Es un material muy duro y tiene números tallados.
—¿Tienes uno ahora?
Nos escondimos detrás del establo. Mientras yo vigilaba, ella intentaba encontrar esas letras en el diccionario. Pasó un tiempo hasta que me miró a los ojos.
—¡Este nombre es de un caballero! —exclamó—. Se llama Dang.
—¿Y qué significa eso?
—No lo sé, pero te recomiendo estudiar. Al menos aprende a leer.
—La última vez que intenté, me cortaron la espalda. Ahora entiendes por qué me oculto.
Pasó otro tiempo, y ella supo que el oro venía de varios continentes de China. La disputa más absurda era pelear por ese dinero. ¿Qué haces ahí? —murmuró un soldado, uno de esos hombres gordos y viejos.
—No encuentro mi pendiente —dije, mirando al suelo.
—¿De dónde los sacaste? —preguntó él.
—Me los obsequió mi hermana.
—¡Señor, mire! —señaló.
—¿Qué? —se acercó en su caballo.
—Ella tiene los mismos pendientes que le robaron la otra noche a su madre —dijo el muy idiota.
—¿Eres la ladrona? —ambos fruncimos el ceño.
—¡No! —respondí—. Yo no robaría, señor.
—¡Príncipe! —me corrigió.
—Usted piensa que voy a ir a su palacio y robar unos pendientes. Primero robaría comida. Lo material que lo hace poderoso me vale mierda —afirmé.
Esto provocó que el joven se bajara del caballo, se pusiera en modo rudo, empuñara su daga y me cortara la cara sin piedad. ¡Ni me importa quién eres ni de dónde vienes, pero yo merezco respeto! —¿Entendiste, niñita?
Sus ojos eran los de un hombre asesino. A pesar de ser alguien muy atractivo, era una persona despiadada.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó el esclavo.
—¡Venderla al barco de prostitutas!
Las miradas se desviaron. La chica estaba escapando, sus ojos llenos de sangre y su ropa igual. Su amiga se había ido. Asegurándose de que no atraparan a Ju, decidió cambiar de callejón. La sangre no paraba, y la joven empezó a perder la conciencia. Su cuerpo fue encontrado por el príncipe, quien retomó su plan, la cosió y la arrojó al barco de esclavos.
—Tiene fiebre, necesito más agua —murmuró la niña.
—¿Dónde estoy? —empecé a mirar a todas partes.
—Nos vendieron —dijo la joven.
—¿Qué? —¡No puedo estar aquí! ¡Mi hermana!
—Ya pasó una semana. Aún no nos detenemos. La guerra comenzó, y muchas personas se están alejando del conflicto.
—Todo por ese maldito oro.
El conflicto se agravó aún más: varios ejércitos codiciaban una montaña donde se encontraron diamantes.
—Necesito salir de aquí.
—No puedes. Ya lo intentamos todo. No sabemos en qué tipo de comercio nos veremos obligadas a trabajar.
—No somos prostitutas.
—Pero si no lo hacemos, no podremos obtener dinero. Y el dinero está por encima de todas las cosas.
—Por favor, no digas eso.
El silencio se apoderó del ambiente cuando abrieron la puerta hacia la libertad. Miles de hombres y mujeres las apuntaban con espadas.
—¡Salgan todas! —gritó la mujer desde su lado.
—Ellos serán sus esposos. Deberán servirles, darles de comer y tener hijos perfectos para ellos. Cualquiera que intente escapar verá a su familia ejecutada.
—¿Mi familia? —preguntó Xiao—. ¿Ustedes trabajan para el rey?
—Sí, él nos permitió hacerlo. Así que durante 15 años, todas deberán trabajar y ayudar en el hogar. El príncipe les dará su tatuaje hacia la libertad.
—¿Y mi familia? —preguntó Xiao.
—Llegarán en unos días. —dijo la joven.
El barco se estacionó y todas fueron sumergidas en el mar. Sus caras estaban llenas de pus, la infección y los largos días sin comida ni agua las estaban matando.
¡Ahora mismo voy a sacarte esa materia! —se sintió como un pinchazo, lo peor es que cuando lo hizo, la herida se abrió y comenzó a sangrar más.
—Debo coser. —la chica utilizó un hilo de su ropa y lo mojó con agua para evitar la infección.
—Gracias.
—Un gusto, Xiao. Me llamo Jia Li.
—Lo mismo. Te saludaría, pero tengo media cara dormida. Supongo que cuando hay mucho dolor, esa parte se adormece.
—A todas nos pasó. Es un milagro que estemos vivas.
Cuando comimos, vimos a lo lejos al grupo de hombres con los que nos casaríamos. Eran unos ancianos de 67 años, como mínimo. Los llamaban los grandes guerreros de las islas chinas. Supongo que debieron haber sido exiliados.
—¡No puede ser! —dijo la joven.
—¿Qué? —preguntó Xiao.
—Debemos servirles a esos.
—Sí.
Lo peor no eran los hombres. Lo más difícil era aceptar que muchas niñas estarían con ancianos. En especial porque en todas esas niñas, veía a mi hermana. Aún no llegaban, y la desesperación se apoderaba de mí. Gran parte de ella me hacía falta. Porque en ese tiempo perdí muchas cosas valiosas: mis padres, mi hermana y yo.
—¡Levántate, mi amor! —dijo el anciano.
—Respete a su mujer. —lo miré con ganas de ahorcarlo.
—Está embarazada de su tercer hijo. Esa niña que llegó inocente pronto tendrá a su otro bebé, todos seguidos. Malditos tiempos de crueldad y miseria son los que pagamos las mujeres como nosotras. Y todo por dinero.
—¡Están aceptando mujeres para la guerra! —corrió mi amiga embarazada.
—¡No corras!
—Es algo nuevo. Tu esposo muerto, dijo riéndose, te dio el amuleto de oro para unirte al príncipe y luchar por las tierras.
—¿Y? —me quedé observándola.
—Puedes entrar al palacio. Esta vez, con ayuda de todas, robaremos la corona de plata. Eso nos dará para pagar el barco.
—Es muy estúpido eso.
—Entonces puedes ir y preguntarle qué hizo con tu hermana.
Ella estaba desesperada. Su hermana nunca llegó en el barco. La incertidumbre y el miedo se apoderaron de su corazón mientras observaba el horizonte, esperando ver la figura familiar de su querida hermana. ¿Dónde estaría? ¿Habría enfrentado el mismo destino que ellas? Las lágrimas se mezclaron con la sal del mar en su rostro, y su mente se llenó de preguntas sin respuesta.
—...Pensándolo bien, iré. Pero esta vez, iré como princesa.
—¿Qué? —gritó.
—Mi ex esposo fue general, así que yo iré como representación de él. Pero cambiaremos la historia.
—Ya pasé 13 años obedeciéndolo. Es momento de que nosotras, las mujeres, busquemos nuestro propio mundo de paz y libertad.
Continuará...
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