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Imperio

La noche envolvió la isla, y las mujeres se congregaron en un rincón oscuro del campamento. Jia Li, la joven que había compartido su hilo y agua para coser la herida de Xiao, se acercó a ella.

—Xiao, sé que estás preocupada por tu hermana. Todas lo estamos. Pero debemos mantenernos fuertes. No sabemos qué nos espera en este lugar, pero debemos luchar por nuestra libertad.

—Jia Li, hemos esperado mucho tiempo. Creí que cuando llegáramos aquí, todas construiríamos escudos impenetrables alrededor de nuestras vidas. Me equivoqué.

—Eso no significa que, al ser madres, dejemos de ser mujeres. De hecho, todas te estábamos esperando... Hay algo en ti que me convence de ganar esta guerra de espadas entre hombres y mujeres.

—Además, nosotras, las mujeres, podemos hacer las mismas cosas que los hombres, y viceversa —dijo Mehilen.

—Chicas, tengo tanto miedo. Ponerse en los zapatos de otra persona no es tan sencillo. No quiero vengarme; quiero que esto pare. Las mujeres tenemos derecho a elegir sobre nuestras propias vidas. No debería ser un gobernante quien tome las riendas de nuestros destinos. Un país se mantiene fuerte no por el rey, sino por el pueblo. Al final, nosotros contribuimos a la economía del estado.

—Cada persona elige cómo vivir —dijo Jia Li.

—Pero cada persona también merece una buena vida, llena de bienestar y oportunidades. 

—Xiao, me gustaría ser como tú —repitió el niño.

—Ojalá nunca fueras como yo, Mustafa. Si entendieras que hombres y mujeres enfrentamos luchas internas, estarías al tanto de que estamos destrozados y agotados. Nos preocupa la excelencia, la supervivencia y el trabajo, pero también anhelamos la paz, la igualdad y la libertad. A veces, incluso en medio de la oscuridad, encontramos la fuerza para luchar por un mundo mejor

—Únete al ejército —se acercó un joven.

—¿Yo? —abrió los ojos de par en par.

—Te ayudaremos a infiltrarte en el palacio. Si logras robar armamento, entonces confiaremos en ti.

—¿Sola?

—Veo que todo el mundo te está apoyando. He visto que practicas capoeira en el agua. Incluso vi una fotografía tuya en los antiguos libros de mi maestro.

—Me confundes. No estoy segura de esa información...

—¿Qué dice? ¿Se unirá al ejército? —preguntó el joven, con una mezcla de curiosidad y desdén.

Xiao asintió, sintiendo la determinación crecer dentro de ella. Había perdido tanto en su corta vida: su familia, su hogar y ahora, posiblemente, su hermana. Pero no podía permitirse rendirse.

—Con una condición —dijo ella, firme.

—¿Cuál? —el joven se cruzó de brazos, evaluándola con escepticismo.

—Todas entraremos al ejército, sin importar etnia, religión o incluso la cantidad de hijos que tengamos. La igualdad debe ser nuestra bandera.

—Bien. —El joven asintió—. Saldremos en la madrugada.

Al día siguiente, las mujeres fueron llevadas al palacio. Los ancianos guerreros las miraron con ojos cansados y desinterés. Xiao se esforzó por mantener la cabeza en alto mientras caminaba junto a Jia Li. El príncipe las esperaba en el gran salón, rodeado de lujos y riquezas.

Antes de llegar, todas se habían bañado en una tina llena de rosas. Sus cabellos largos olían a sandía, sus pieles suaves desprendían fragancias de miel.

—Bienvenidas, damas —dijo el príncipe con una sonrisa fría—. Hoy comienza una nueva etapa en sus vidas. Aquí, servirán a la corona y al imperio.

—¡Les presentamos a nuestra general! —anunció Mehilen con orgullo.

—¡Señorita, podría quitarse el velo de su cara! —exigió el príncipe.

—Para mí, sería un halago que usted lo quitara por mí. Como ve, estoy cargando mis maletas —respondió Xiao con una chispa de rebeldía.

El príncipe se colocó frente a ella, retirando suavemente el velo y dejando al descubierto su hermosa cara pálida. Sus miradas se encontraron, y en ese instante, el príncipe pareció momentáneamente intimidado. El salón se llenó de un silencio tenso, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos dos. 

—¡Me llamo Dang! —extendió su mano.

—¡General Xiao! —recibió su mano con firmeza.

—Les presentaré a mi futura esposa en unos meses. Ella está recibiendo educación en las artes curativas —anunció el príncipe.

—¿Meses? —interrumpió Jia Li.

—Es muy joven, no le gusta estar con mucha gente —explicó el príncipe.

—¿En serio? ¿Qué edad tiene? —preguntó Jia Li.

—Diecisiete años —respondió el príncipe.

—Muy joven para usted —comentó Xiao con una sonrisa irónica.

Xiao miró a su alrededor. Las otras mujeres parecían asustadas, pero también decididas. Jia Li le dio un apretón en el brazo, recordándole su promesa de robar la corona de plata.

— Xiao —dijo el príncipe, mirándola directamente a los ojos—. Tu esposo, el general, murió en la última batalla. Pero su legado vive en ti. Te ofrezco la oportunidad de unirte a mí en la lucha por nuestras tierras. Serás mi representante, mi voz en el consejo.

—Mi esposo fue un gran hombre, pero no permitiría que me pusiera en su lugar. Vengo por mi pueblo.

Xiao sintió el peso de la decisión. Si aceptaba, podría obtener información sobre su hermana. Pero también significaba traicionar a las mujeres que habían sufrido tanto. Jia Li le susurró al oído:

—Hazlo por todas nosotras. Por la libertad.

Xiao miró al príncipe y asintió.

—Acepto. Pero cambiaremos la historia. Las mujeres también lucharán por su lugar en este mundo.

El príncipe sonrió, ajeno a las verdaderas intenciones de Xiao. La corona de plata brillaba en su cabeza, y Jia Li le guiñó un ojo. Juntas, comenzarían una revolución silenciosa desde dentro del palacio.

—¡Amor! —murmuró una joven. El príncipe se giró para recibirla; era la primera vez que sonreía por alguien.

La joven se abalanzó sobre él, sus brazos rodeándolo con fuerza. El príncipe, sorprendido, la sostuvo en sus brazos, y por un instante, el peso de la lucha y la traición se desvaneció. La chica sonrió, sus ojos brillando con determinación. El príncipe, a pesar de todo, no pudo evitar sonreír también.

—¡Disculpen! —les presento a YouMing —dijo él joven.

—¿YouMing? —pregunté.

—Sí, la persona que me lo puso fue mi difunta hermana.

—¿Y de qué murió? —preguntó Jia Li.

—No lo sé, un día se desapareció. Supongo que la asesinaron.

—¿Ya comieron? —dijo YouMing.

—¡Puedo ir al baño! —dije un poco ahogada.

Jia Li me acompañó mientras las demás estaban comiendo en el salón. Me estaba sofocando con tanto calor; el cambio de temperatura se había notado.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien?

—Esa chica... no debe estar aquí —dije.

—¿No estoy entendiendo nada? ¿Te gustó la chica?

—¡No! —Las lágrimas se mezclaron con el aroma a flores frescas, su mente volvió a entrar en trance.

—¡Espera! —Tú me contaste una vez sobre tu hermana. Fuiste tú quien le colocó el nombre.

—Tenías razón, Jia Li.

—Yo siempre tengo la razón. Te dije que la encontrarías. Pero esto puede cambiar nuestros planes. A menos que saques provecho. Si ella se une a nosotros, podríamos obtener información valiosa.

—Ella no lo hará, está muy enamorada de ese hombre.

—¿Qué harás entonces?

—Debemos acabar esto pronto.

Al salir, el príncipe, en su frenesí asesino a todas las mujeres de la sala, había dejado un rastro de sangre y dolor. Las mujeres caídas yacían en el suelo, sus sueños truncados por la crueldad del imperio. 

—¿Qué hiciste?

—Eres tan tonta que iba a dejar a una mujer liderar mi palacio. ¡Puta! —Me gritó YouMing, ella estaba al lado de su amado. 

—Empuñé mi espada con fuerza, olvidé a la joven frente a mí, incluso olvidé que éramos hermanas.

Jia Li tenía razón: A veces, la sobreprotección puede cegarnos ante las verdaderas intenciones de aquellos a quienes queremos



Continuará...

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