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Atrapada y sin salida

—Atrapadla", gritó el hombre.

Los soldados se bajaron de sus caballos y comenzaron a atacar a la joven general con sus flechas.

—"¡Ríndete!", exclamó un niño de unos 12 años, impotente por su arma.

—"¿Eres un niño?", pronuncié.

—"Perra, soy tu hombre", dijo el niño. La madurez puede verse pronto, el problema es cómo aprender de ella.

—"Niño mocoso, soy mucho más vieja que tú. ¿No te enseñaron a respetar?", respondí.

—"Respétame o quieres un agujero en tu cabeza", amenazó él.

—"¿Dónde están tus padres?", pregunté.

El niño comenzó a gritar mientras todos los soldados se acercaban.

—"¡Qué curioso que no escapara!", comentó el hombre al bajar del caballo.

—"Cobarde", le reproché.

—"¿Cómo te atreves a tratar mal a nuestro rey? ¡Puta!", el niño le pegó en la cara.

—"No puedo creer hasta dónde llega la humanidad. Somos buenos influyendo en los niños, por eso nadie disfruta su niñez. Les enseñamos a ser adultos en plena juventud", reflexioné.

—"¿Y qué te importa cómo la gente caiga? ¿Te preocupa?", cuestioné.

—"Sí, eres un rey, pero no piensas en tus herederos. ¿Crees que un niño debe ser adulto cuando apenas está aprendiendo a caminar?", argumenté.

Me acerqué a ella, apretándole el cuello. El problema de una mujer no es que grite, sino que piense que sus palabras son valiosas. "Mírame, cuando tengas estas pelotas en el medio, podemos hablar", le dije.

—"¿Qué vamos a hacer con ella?", preguntó el niño.

—"La atrapaste, es toda tuya", dijo Dang.

—"No iré con nadie", se levantó débil y se apoyó en un árbol. Los hombres se alertaron al no verla cansada; parecía ser una estrategia para engañarlos.

—"¡Quietos!", gritó el príncipe.

Se acercó a ella, creando un espacio íntimo solo para ellos dos. Los sonidos de las hojas se oían.

—"¿Qué estás planeando?", inquirió.

 Ahora entiende que no necesito ser hombre para que me logren escuchar", susurró la joven general. Se acercó más al hombre, sus labios carmesíes rozando la oreja del hombre mientras proclamaba con una sonrisa victoriosa: "Ustedes están en mi trampa".

—"No por mucho", respondió el hombre, atreviéndose a sostener su espada y golpearle en la cabeza a la joven.

—"Debemos irnos. Quiero que la amarren. En cuanto lleguemos al palacio, será ejecutada", ordenó el rey.

—"Mi rey, tardamos mucho tiempo en encontrarla, y finalmente ya la tenemos", comentó uno de los guardias.

—"Aunque fue muy fácil", añadió otro

Ella fue entrenada por su esposo y no hizo nada para liberarse", comentó el rey.

—"¿No vieron que el príncipe fue muy benevolente con ella? Solo la golpeó", agregó otro soldado.

—"¿Ambos tienen la misma marca en la cara? ¿También lo vieron?", preguntó alguien más.

—"Sí, es extraño. Nadie hace salir al príncipe del palacio, y lo logró una simple general", observó otro miembro de la tropa.

—"Es una lástima. Si no tuviera esa cicatriz, sería una mujer muy hermosa. Hasta yo la despojaría", murmuró otro soldado.

—"Esa mujer necesita un hombre. Se le nota", añadió alguien más.

—"¡Ya basta!", interrumpió el rey.

"Los rumores sobre ella pueden ser ciertos o no, pero eso no debe importarnos. Pronto llegaremos a la capital, y no quiero desórdenes cuando lleguemos. No sabemos si nos emboscarán".

—"Entendido, señor", respondieron los soldados.

La tropa se organizó de menor a mayor rango. Para la guerra, morirían los más jóvenes, y los de mayor rango tendrían más posibilidades de sobrevivir.

—"¿Mi señor, no deberíamos tomar un descanso?", preguntó el niño.

—"¡Pareces una niña! Solo las niñas descansan", replicó el rey.

—"Pero la señora no ha estado respirando desde ayer", señaló otro soldado.

Dang se acercó, sacó a la joven de la jaula y la acostó en su carruaje. La joven tenía mucha fiebre, y ellos ya habían agotado toda el agua.

—"¿Qué vamos a hacer?", preguntó otro soldado.

—"Quiero que todos orinen en un lugar apartado. En cuanto se enfríe, le haremos compresas a la dama", ordenó Dang.

—"¿No deberíamos dejarla morir?", cuestionó un soldado.

—"Ella puede ser una mujer mala, pero entiendo mi ética de ayudar a los demás", respondió Dang.

La joven murmuró: "Déjenme morir". Sus ojos conectaron con los del príncipe, quien parecía frío por fuera pero cálido por dentro.

—"Yo no soy quien para dejar que mueras así. Solo necesito bajar la fiebre", dijo el príncipe.

—"¡Ya se enfrió, tome!", ofreció otro soldado.

—"¡Cállense! Déjennos solos", ordenó el príncipe.

La fiebre era muy alta, y ella comenzó a convulsionar.

—"¡Hermano, no me dejes solo!", exclamó el príncipe.

El grupo militar se quedó atónito. Era la primera vez que veían llorar a un príncipe. Su pasado estaba lleno de secretos.

—"¡Tu trono te espera, hermanito!", resonó una voz en su mente.

—"¡Yo nunca lo quise! ¡Odio este trono!", pensó el príncipe.

—"¡Por favor, despierta!", rogó en voz alta. La respiración entre ellos era intensa, pero no fue suficiente para que él cayera junto a la dama.

De lejos, se podía observar cómo sus cuerpos estaban tan cerca el uno del otro, sin mostrar ninguna señal de vida.

—"¡Llamen a un médico!", gritó el eunuco.

La gente se movió rápidamente. En menos de un día, llegaron al palacio del señor. Los manteles coloridos y el olor a ciruelas llenaron la mañana. Cuando un doctor llegó a la recámara del príncipe y utilizó una aguja de acupuntura, logró que el joven despertara.

—"¿Qué me pasó?", preguntó con dificultad. Habían pasado días desde que no sabía nada.

—"Usted sufrió de pánico. Su respiración se agitó y se desmayó", explicó el médico.

—"¡Mi cabeza!", tocó su frente con delicadeza y cerró los ojos. Luego, con urgencia, preguntó: "¿Y la general?"

—"Ella murió en el camino; hicimos todo lo que pudimos", dijo alguien.

—"No puede ser. Sabes el conflicto en el que voy a estar con mi padre", respondió otro.

—"¿Para qué la quería?", preguntó alguien más.

—"La necesitaba para llegar a un acuerdo. Si ella se ofrecía a cuidar el palacio, no la asesinaría. Si ella me daba sus tropas, tampoco. Y ahora no sé qué decirle a mis padres", explicó el primero.

—"¡Señor! ¿Por qué la general no se opuso a usted? Entiendo que tiene muchas tropas y no fue capaz de llamarlas antes. Estuvo sola", señaló otro miembro de la conversación.

—"Ella es muy astuta. Siempre va un paso adelante", comentó el segundo.

—"¿Qué quiere que hagamos?", preguntó alguien más.

—"Quiero que incendien la isla. Vamos a sacar a sus empleados de ese lugar", ordenó el líder.

—"¡Sí, señor!", respondieron los soldados.

—"¡Señor!", interrumpió un guardia.

—"¿No cree que si lo hacemos, nos ganaremos más enemigos?", cuestionó.

—"Estoy dispuesto a hacer todo por mi país", afirmó el líder.

Continuará...

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