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7. Un pavo para Navidad

La familia Paredes Blanco se preparaba para celebrar la Nochebuena. Y Pedro, consciente de esto, optó por quedarse en su habitación y así eludir el ajetreo navideño y las miradas indiscretas de las vecinas chismosas, a quienes les habían dado suficiente material para criticarlos, solo por haber puesto el árbol de navidad en septiembre.

En el balcón de una de las casas aledañas, dos cámaras de vigilancia humanas no perdían detalle de lo que sucedía en la casa de los Paredes; aunque estuvieran perdidos en el tiempo, se habían esforzado en las decoraciones navideñas.

—¿Ves esa esfera roja que los Paredes han puesto en la entrada? —rio doña Mirna—. Le da un aspecto de cabaret a la casa.

—Cada loco con su tema —respondió doña Delia, sin dejar de mover el crochet. La mujer había desarrollado la capacidad de tejer sin mirar sus obras maestras (que eran de un estilo abstracto, podían pasar como bufanda, pantalón y otras formas), lo cual le permitía estar al tanto de los chismes de temporada—. Después se quejan de que hablamos de ellos. Y mira que a mí no me gusta el chisme

—Ni a mí. —Mirna compuso una mueca de rechazo—. ¿Te enteraste que la hija de la Jenny va a ser mamá?

—¿Mamá? Pero si es una niña. ¡Qué horror la juventud de hoy en día! En mis tiempos no pasaba eso. A mí me tocó esperar a la noche de bodas. —Delia suspiró, recordando sus tiempos mozos.

—Ah, yo aún no pierdo la esperanza —dijo su amiga.

Mirna era una solterona que aún no había probado el fruto prohibido. En su juventud, soñaba con que un gallardo hombre viniera a buscarla en un caballo blanco, luciendo una sonrisa colgate y una brillante melena pantene. Ahora, a sus setenta años, se conformaba con que el susodicho tuviera la dentadura completa.

Las ancianas continuaron echando lengua, el chisme era su alimento, lo que las mantenía vivas.

Ellas no eran las únicas atentas a los movimientos de los Paredes. Gladys, oculta tras las cortinas de su casa, miraba fijamente la habitación de Pedro, interesada en el inquilino que compartía morada con él. Llevaba varios días aguardando a que Fernán, el vampiro, pusiera un pie fuera del domicilio para caerle encima. Cuando le dio la noticia de que iban a tener un vampirito, Fernán había desaparecido cual murciélago al llegar el alba. ¡Pero pobre de él cuando lo agarrara! Era su deber hacerse cargo de Draculín Junior.

—Tu chica me da miedo. —Pedro cerró la cortina—. Si el sol no te achicharra, Gladys lo hará.

—Mmmm... —siseó Fernán, se tapó la cabeza con la sábana y siguió durmiendo.

Pedro intentó continuar la siesta, pero no pudo, el jaleo en el hogar se había incrementado. El Alzheimer le había dado a su abuela un respiro, pero en su mente, ella creía que era Navidad. Y su padre, feliz de saber que lo recordaba a él y al resto de la familia, no le importó que tuviera una confusión con las fechas. Él y su madre se precipitaron con las decoraciones, y en unas horas comerían el clásico pavo, un ave que prácticamente estaba extinta en los supermercados, la cual encontró de milagro en el frigorífico.

Se oyeron voces afanadas gritando por toda la casa, señalando la proximidad de la fiesta. Una voz chillona sobresalía por encima de todas. Su hermana Carina cantaba fuera de su habitación, el tono era fastidioso como el sonido de un mosquito.

—¡Deja de berrear! —exigió Pedro, asomándose por la puerta.

—No me hables así, que soy tu hermana mayor —respondió ofendida.

—Lo sé, eres más vieja que yo —dijo él, malicioso.

Carina entró al cuarto, dispuesta a desquitarse, mas su deseo de venganza fue extinguido cuando Pedro le pidió con señas que hiciera silencio para no despertar a Fernán, quien dormía plácidamente en la litera de arriba.

La aludida fijó la vista en el lugar señalado y todo rencor desapareció.

Observó hipnotizada a Fernán, el turista colombiano que habían acogido en la casa; tenía una imagen angelical y masculina... La sexy pierna peluda colgaba a un lado de la cama; el pelo largo enmarañado como nido de gorriones; esos ojos cafés que retorcía como si estuviera poseído, fue demasiado. ¡Era tan bello!

—Me callo, solo porque no quiero despertar a Fernán, es un angelito durmiente —compuso una mueca amorosa—. Mi mamá te llama.

—¿Para qué?

—Averígualo tú mismo —siseó Carina.

—Qué genio, por eso no tienes novio. —Pedro no obtuvo ninguna reacción de ella. Sin duda, la imagen de Fernán debió darle una gran dosis de buen humor. Rio para sí.

Tiempo después, Pedro estaba frente a su madre. El rostro masculino reflejaba un insondable dolor.

—Mamá, no me hagas esto. Tengo un partido de fútbol con mis amigos dentro de un rato. Que Carina se quede a cargo...

—Ella va a cuidar a tu abuela en nuestra ausencia. Tu papá y yo tenemos unas compras que hacer, y tú tienes que vigilar el pavo —sentenció la mujer—. Voy a dejar puesto el cronómetro en el horno, así no será mucho trabajo para ti. Sin embargo, no se te ocurra irte con tus amigotes y dejar la cocina encendida —advirtió la madre, con una expresión que no auguraba nada bueno.

—Está bien —refunfuñó Pedro, sintiéndose devastado por dentro.

La mamá de Pedro partió feliz con el resto de la familia, confiada en que había dejado el pavo en buenas manos.

Para hacer más llevadera la espera, Pedro encendió la televisión, buscó el canal de fútbol y lo dejó en un partido en vivo. Al lado izquierdo, una gaseosa y un sándwich lo acompañaban en su triste agonía.

Minutos después, se le unió Fernán, quien ya bajaba vestido con un atuendo deportivo. Al ver a Pedro tendido en el sofá preguntó sorprendido:

—¿Qué hace ahí? Tenemos un partido de fútbol en dos horas, y es lejos.

—No iré, tengo que vigilar el pavo. —Exhaló, infeliz ante su destino—. Discúlpame con los muchachos.

—¡Nada de eso, llave! Tiene que venir —insistió Fernán—. Hoy es la final, ¡no se la puede perder!

—Ya te dije que no puedo. Mi mamá me mata si dejo esa ave cocinándose sola. Aaaah, ¡por qué a mí! —Miró al techo, lamentando la injusticia.

—Debe haber algo que podamos hacer... —Fernán se acarició el mentón en modo reflexivo—. ¿Cuánto le falta?

—Como tres horas.

—¡Lo tengo! —La cara pálida de Fernán adquirió un brillo inusual, los colmillos se asomaron por la boca, sonriendo—. Subamos la temperatura del horno y asunto arreglado.

—¿Pero eso no lo quemará o dejará crudo? —preguntó Pedro, dudoso.

—No lo creo. Al subir la temperatura, la cocción obviamente aumentará —dijo, sintiéndose sabio en las artes culinarias.

—Está bien, hagámoslo.

—Deje, yo me encargo. Usted vaya a vestirse. —Fernán se dirigió a la cocina.

Pedro asintió y subió presuroso a su habitación. ¿Qué podría salir mal?

Fernán silbó, contento por la solución que había encontrado. Tarareaba una melodía mientras subía los grados, entonces recibió un mensaje de Gladys que lo distrajo de su objetivo; la llama se apagó, mas no el gas que alimentaba el horno, el cual siguió fluyendo libremente, aunque en baja cantidad.

Fernán se metió de lleno durante diez minutos en una conversación con Gladys, cansado de decirle que no pensaba hacerse cargo de Draculín Junior. Era muy joven para ser padre, apenas tenía veintinueve inviernos, no estaba listo para esa responsabilidad. Sin mencionar que su madre lo asesinaría si volvía a Colombia con esa sorpresa.

Él había llegado a Ecuador a vacacionar y con la intención de fundar una nueva célula vampírica, para luego evangelizar al resto de países de Sudamérica. Pedro era su primer apóstol, luego vendrían más.

Por lo tanto, ¿cómo les explicaría a sus compañeros de la Asociación Colombiana de Vampiros que tenía un hijo? Era inadmisible, dado que debía mantenerse puro y casto... pero las mujeres, ¡oh, esos seductores y malignos seres, siempre se las ingeniaban para hacerlo pecar!

Gladys no entendía de razones. No quería ser madre soltera, era una feminista de pensamientos contradictorios. Y ahora lo había amenazado con enviar al hermano, un gorila de casi dos metros, para hacerlo entrar en razón.

Tembló un poco por lo que el hermano de su ex le haría, pero en cuanto le explicara, él entendería que las exigencias de Gladys eran descabelladas. Estaba seguro que de estar en su lugar, él tampoco se haría cargo de esa criatura, que era feo a más no poder.

Fernán sacó un cigarrillo, fumar le ayudaba a aclarar las ideas; fue a la cocina al no hallar el encendedor. Arrugó la nariz, un olor raro había en el ambiente. Presionó un botón que encendía las hornillas y un boom se oyó a continuación.

La tapa de vidrio de la cocina estalló en pedazos y la puerta del horno se desprendió en algunos extremos.

Fernán pegó un salto a un costado del mesón, asustado por lo ocurrido. Esta vez su palidez tenía un buen motivo.

—¿¡Qué fue ese ruido?! —Pedro entró en la cocina con una toalla amarrada en la cintura—. ¡Qué rayos! —Vio cómo la puerta del horno desprendía jugo y pedazos de pavo.

—Creo que... la hornilla del horno se apagó y el gas...

—¡Ay no...! —Pedro sudaba frío—. Debiste cerciorarte que la llama hiciera contacto con el gas. ¿Y ahora qué voy a hacer? ¡Cuando mi mamá vea esto me matará!

—Tranquilo, compremos otro pavo, su mamá ni cuenta se dará.

—¡No hay pavos, se agotaron! Ese era el último —señaló los pedazos esparcidos por el suelo.

—¡Debe haber alguno por ahí! —Fernán se desesperó. La madre de Pedro era muy brava y él tampoco se salvaría de su ira—. No perdamos tiempo, ¡vamos a buscar un pavo!

Pedro y Fernán recorrieron las tiendas y supermercados buscando la ansiada ave, los esfuerzos no rindieron frutos. Ningún lugar disponía de pavos, ya sea crudos u horneados. Cerca de perder las esperanzas, un evento público llamó la atención de los amigos. Pedro estacionó el auto y corrieron en busca del premio que anunciaban.

—Señor, le estoy ofreciendo más dinero de lo que vale el pavo que está rifando, ¿cómo puede rechazar mi oferta? —Pedro rogaba internamente que el hombre cambiara de opinión, no tenían tiempo que perder.

—Ya dije que no. —El organizador no cedió—. Si no hay premio mayor, la gente pedirá la devolución de sus boletos y perderé más plata de la que me ofrecen. Si quieren el pavo, deberán competir con el resto de participantes —zanjó.

La frustración embargó a Pedro. Fernán lo arrastró a una esquina, detallando un plan.

—Pedro, no quería recurrir a esto, pero es la única manera —le habló al oído, para que nadie escuchara el plan.

—¿Lo morderás? —preguntó con sorpresa.

—No, cómo cree —replicó, indignado—. Ese sangre sucia no merece ser uno de los nuestros.

—¿Entonces qué harás?

—Usted solo sígame.

Había una aglomeración de gente vitoreando a los participantes que iban a competir por el único pavo disponible en toda la ciudad. Hombres y mujeres debían subir un palo encebado y tomar la bandera que estaba en la cúspide, quien lo hiciera, se llevaba el pavo.

Los asistentes y el organizador se concentraron en la competencia que descuidaron la enorme caja ubicada tras la tarima. Fernán arrebató la sábana que cubría la caja y dejó al descubierto una jaula con un animal regordete que glugleó enseguida. Por suerte, la bulla del evento era tan retumbante que no lo escucharon.

—El pavo... ¿está vivo? —acotó Fernán, boquiabierto.

—¿Qué demente rifa un pavo vivo? —cuestionó Pedro—. No es justo. Y la gente matándose allí, pensando que solo lo tendrán que cocinar.

—Pedro —llamó el vampiro—. ¿De casualidad usted sabe descuartizar y preparar pavos?

—No, pero tendrás que poner en práctica esas habilidades culinarias que presumiste, y por las cuales estamos aquí robando un pavo vivo un veinticuatro de septiembre —reprochó Pedro—. De lo contrario los descuartizados seremos nosotros a manos de mi madre.

—Alabado sea Youtube, de seguro debe haber algún video tutorial sobre cómo hacerlo.

—Pues bien, que así sea.

Con su sorprendente fuerza vampírica, y la ayuda de una piedra, Fernán rompió el candado de la jaula.

—¿Qué demonios? —Pedro palmeó su frente—. ¿No hubiera sido mejor llevarnos la jaula? Cargar el pavo en nuestros brazos llamará más la atención.

—Por Drácula, tiene usted razón...

—¡Se roban el pavo! —acusó una anciana desde la esquina, a punto de desplomarse por tan vil crimen.

De inmediato todos los concursantes los rodearon, como si se tratara de una turba furiosa.

—¡Sabandijas! —gritó el presentador—. Cómo se atreven a robarse el pavo.

—Pedro, asegure el animal, yo me encargo de ellos.

—Son demasiados, ¡te matarán!

A los segundos, todos les saltaron encima. Fernán se las arregló con sus habilidades vampíricas para defenderse. Llovieron puños y patadas.

Cuando el presentador fue tras él, el joven pálido descargó toda su furia. Con una mano bloqueó un golpe de gancho del hombre, con la otra le dio un puño directo al rostro, luego lo tomó del brazo y lo obligó a dar un giro en el aire hasta que cayó al suelo como arepa al ser volteada en el tiesto.

Los jóvenes terminaron exhaustos. Pedro, mucho más cansado; Fernán no tanto, dado que estaba por finalizar su proceso para convertirse en vampiro.

—¿Y el pavo? —preguntó Fernán.

De repente escucharon la bocina de un auto. El pavo había huido durante la pelea. Sin embargo, su final fue igual de peor que ser la cena de cualquier familia: el vehículo lo aplastó.

—Y ahí iba nuestro pavo —susurró el vampiro.

—¡Mamá me matará! —Pedro se llevó las manos a la cabeza con desespero.

Los jóvenes regresaron a casa, cabizbajos. Como si no fuera suficiente con su desgracia, Gladys esperaba a Fernán en la puerta, con Draculín Junior en brazos.

—¡Ahí estás, sinvergüenza!

—Ay, no... —murmuró aterrorizado.

—¡Responde por nuestro bebé, desgraciado! —exclamó a todo pulmón, sin importar que la escucharan.

Sin duda, las viejas chismosas tendrían nuevo material.

—Gladys, tranquilícese, entremos a la casa, por favor, y hablemos de forma civilizada —pidió Fernán.

La alterada mujer accedió y resopló, pero al ingresar hizo un gesto digno de ser un meme viral.

—¿Qué sucedió aquí?

—¡El pavo, Gladys! —respondió Pedro—. Se desintegró y casi explota la cocina. Mamá ya casi llega... mejor despídete de nosotros, hoy mismo será nuestro funeral.

—Hoy nadie morirá mientras esté aquí para salvarles el trasero. Tengo un pavo en mi nevera, sin embargo, les pongo una condición.

—¡La que sea, por favor! —suplicó Pedro.

Fernán amplió los ojos con terror mientras negaba, ya sabía lo que diría.

—Fernán debe responder por Draculin Junior.

—¡Él acepta encantado! —afirmó Pedro.

Miró a su amigo y pasó su dedo por el cuello, amenazándolo en caso de que no aceptara.

—¡Perfecto! —manifestó Gladys, dichosa—. Ten al niño mientras traigo el pavo. —Se lo entregó a Fernán en los brazos—. Se hizo popó.

Fernán hizo una mueca de asco. Draculín Junior, inocente de la irresponsabilidad de su padre, lo lamió con amor y ladró afectuoso, no era fácil ser un chihuahua sin padre.

Gracias a Gladys, Pedro y Fernán se salvaron de que la jefa de la familia Paredes Blanco descargara su ira sobre ellos. La chica preparó y horneó el pavo en tiempo récord, mientras Pedro arreglaba el desorden en la cocina y, por supuesto, Fernán cuidaba de su bendición.

Horas más tarde, cuando la familia estuvo reunida, la navidad dejó de ser un momento importante para la abuela. El Alzheimer hizo de las suyas y borró aquel recuerdo, pero no sin darle uno nuevo: la semana santa.

—Pedro, olvida el pavo —dijo la madre—. Es hora de preparar los siete potajes.


Quiero agradecer a @RonaldoMedinaB por su colaboración en esta historia. Cñor, fue un gusto escribir contigo jajaja. ¡Un abrazo grande!

¡Felices fiestas a todos! 😊

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