1. La empanada de la discordia
La mañana del veinticinco de agosto se presentaba pálida y fría.
Nuestra protagonista, Raia Paredes, dormía plácidamente cual foca tendida en playa rocosa. No mostraba el más mínimo indicio de querer espabilarse. Se sentía como un esponjoso pancito en el horno. Nada la haría levantarse de tan acogedor lecho.
—¡Empanadas, lleve sus empanadas! De queso y carne...
La potente voz y el aroma a carbohidratos altos en grasa fue suficiente para sacarla de su ensoñación. Se asomó a la ventana, lanzó un chiflido y un posterior grito:
—¡Empanadero! ¡Espere!
Abrió la puerta, presa de los antojos. Se detuvo a medio camino y regresó a ponerse un pantalón al darse cuenta que estaba en tanga. Podía ser peligroso que el vendedor la viera así, corría el riesgo de que se enamorara de ella. Ya tenía demasiados pretendientes.
Bajó corriendo las gradas, saboreando el banquete calórico que se iba a echar.
—Buenos días, señorita —saludó el chef ambulante—. ¿Lo de siempre?
—No, esta vez solo deme cinco. Estoy a dieta.
El señor le entregó el pedido, Raia lo revisó y al ver una empanada extra preguntó curiosa:
—Aquí hay seis.
—Es un obsequio. Gracias a usted ya he logrado ahorrar bastante dinero para la escuela de mis hijos. —El vendedor se marchó con una sonrisa.
Raia frunció el ceño haciendo cálculos de cuánto ha sido la inversión que ha hecho en empanadas. Casi al instante abandonó la operación. Sus neuronas se resintieron por el esfuerzo.
Tiempo después, Raia estaba sentada en el desayunador lista para degustar el alimento que cazó a primera hora de la mañana, cuando una voz ronca la interrumpió.
—¡Raia, ya volví! Abre por favor.
No reconoció a la persona tras la puerta. Temiendo que fuera un secuestrador agarró el bastón de su abuela y preguntó con recelo:
—¿Quién... es?
—¿Cómo qué quién? Soy Concha.
—¿Concha qué...?
—Concha, tu madre. ¿Quieres abrir ya?
Raia soltó el aire contenido y abrió enseguida.
—Lo siento, mami. No te reconocí, tu voz suena diferente.
—Debe ser por el karaoke de anoche —respondió la madre.
Los sentidos de Raia se pusieron en alerta. Sus oídos aún recordaban los gritos de las amigas de su mamá, parecían vacas siendo sacrificadas en el matadero.
—¿Esta noche también van a cantar? —indagó.
—No, hija. Claudia y Juli no podrán hoy.
—Oh, qué lástima. —Fingió preocupación.
Concha al mirar a su hija decaída (algo que era puro teatro), dijo emocionada porque alguien de la familia admirara sus dotes artísticos:
—No te preocupes, el sábado haremos otro recital privado. Puedes unirte. —Le guiñó un ojo, para luego irse al segundo piso cantando—: Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida, si nos dejan...
Carbón, el perro de la casa, pegó un aullido y salió a toda prisa con rumbo desconocido.
Raia Paredes sacudió la cabeza. Debería aprender a cerrar la boca. Y hablando de lo último, recordó las suculentas empanadas que esperaban por ella.
—Mis bocadillos harinosos, ¡allá voy!
Si había algo que amara más después de ese famoso cantante pop, eran las empanadas de carne. No obstante, al cruzar la puerta de la cocina una escena terrible la sobrecogió. Lanzó un alarido que fue escuchado más allá de los confines de la estancia.
—¡Quita tus manos de mis preciadas empanadas!
Eduardo pegó un brinco por el enajenado grito de su hermana.
—Casi me dejas sordo con tu berrido —protestó—. Tanto escándalo por una empanada, te quedan cinco para ti sola. Dame una, no seas egoísta.
—¡No! Ni un pedacito te voy a dar —dijo indignada—. Tú no me diste helado la otra vez que te pedí.
—No quería que engordaras, me sacrifiqué por ti, ¿y así me lo agradeces?
Raia movió la cabeza, su hermosa cabellera enmarañada ondeó en el proceso, pidiendo en silencio una cepillada.
—Eso es una mentira. Yo como de todo y no engordo.
—Espérate que salgas de la adolescencia —contradijo Eduardo—, tendrás que empezar a cuidarte si no quieres parecer una ballena con patas. Y cuando eso suceda y me pregunten si eres mi hermana, te negaré tres veces.
La aludida lo miró incrédula por la desfachatez con que se refirió a ella.
—¡No, pues! Habló Justin Bieber —rio sarcástica.
—¡Pffffff! Ese man es una ameba a lado mío. Ya quisiera él parecerse a mí.
En realidad Eduardo no era muy agraciado pero tenía un gran amor propio, que era lo importante.
La jovencita se desesperó al no hallar argumentos con que rebatir a su hermano. Y cuando dio con la respuesta ideal entró en la cocina, Concha, su madre.
—¡Dios mío, ese grito! ¿Qué ha pasado? ¿No me digan que su padre al fin atrapó al gato de la vecina que le roba la leche todas las mañanas. ¡Ay, pobre minino!
—No. Ese gato es astuto. —Se carcajeó Eduardo alabando la genialidad del criminal gatuno.
—Entonces, ¿quién gritó?
—Fui yo, mami. —Raia aprovechó la situación para hacerse la víctima—. El atrevido de mi hermano que siempre se come mi comida y el nunca comparte nada de la suya.
—¿Otra vez peleando por comida? Habiendo cosas más importantes, como el calentamiento global, por ejemplo.
—Ma, esto también es importante —se quejó—. Eduardo siempre me hace lo mismo
—¡Mentira, mami! No le creas nada. Una vez le ofrecí un chocolate y la muy soberbia lo rechazó.
—¡Porque lo lamiste antes de dármelo!
—Bueno, ya... No peleen por tonterías. Ahorita mismo les preparo una docena de empanadas y asunto arreglado.
Los hermanos se miraron horrorizados por el ofrecimiento culinario.
—¡Nooo, mamá! —exclamó Raia—. Eduardo y yo lo pensamos mejor. Compartiremos mis empanadas, verdad naño* lindo? —Esbozó una sonrisa hipócrita.
Eduardo sonrió. Sacaría provecho de la situación.
—Sí, mami, Raia me va a dar tres empanadas. ¿Verdad ñañita* hermosa?
Raia lo miró con odio. Sin embargo, compartir era mejor que sufrir una indigestión por las empanadas caseras de su madre.
—Sí. Así es —murmuró entre dientes.
—Ah, bueno. Me alegro que lo hayan resuelto. Buen provecho. —Se despidió la mujer.
Eduardo se sentó en el desayunador, contemplando con verdadero amor a las tres empanadas que estaban en su plato.
En el otro extremo, Raia le obsequiaba miradas asesinas. Rogó en silencio para que el narrador le leyera la mente y le permitiera vengarse de su hermano en otro capítulo.
* Naño/naña: hermano/a
O una forma cariñosa de referirse a alguien con quien se tiene mucha confianza.
♧ Naño/naña: hermano/a
O una forma cariñosa de referirse a alguien con quien se tiene mucha confianza.
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