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Lo que más odiaba Dasha no era que llegara un viernes y ella no tuviese planes. Le encantaba la incertidumbre de adonde iría hasta último momento. La espontaneidad. Lo que más odiaba era que llegara el viernes y un alumno interrumpiera su carrera hacia la libertad. Y más si era el alumno que más odiaba: Christopher Perkins. Con su apariencia de chico playboy no había quien no reconociera al heredero del gran imperio Perkins Arquitecture empresa valorada en más de 500 millones de dólares con centrales en todas partes del mundo.
El imperio inmobiliario de los Perkins se extendía por todo el país y sus dedos, sucios de dinero, alcanzaban todas las esferas. Christopher, como el heredero de todo ello, tenía todo ese poder a su alcance y le sentaba de lo más bien.
Ahora se preguntarán ¿Qué hace el rico heredero de una empresa de arquitectura en una clase sobre sexo? Dasha se lo había preguntado tantas veces que ya no podía aguantar la curiosidad y sabía que su parte preguntona aparecería muy pronto para meterla en problemas.
El atractivo rostro de Christopher se iluminó con una gran sonrisa que no tenía nada de inocente. El brillo del saber que iluminaba sus ojos mezclado con picardía le puso los pelos de punta a Dasha, y la forma en que la recorrió con la mirada de forma tan intensa hizo que otras cosas se pusieran igual de alerta. ¿Qué podía hacerse si el imbécil era guapo?
Dasha llevaba autocastigándose a sí misma, desde hacía mucho tiempo, por las reacciones de su cuerpo sin conseguir ningún resultado positivo. Al menos podía aliviar su mente recordando que Christopher no era el primero ni el último hombre ante el que reaccionaría de esa manera.
— Señorita Styles. — asintió en su dirección, saludándola.
Los pies de Dasha, que se habían quedado pegados al suelo debido a la sorpresa de verlo siguiéndola en el aparcamiento ya vacío, volvieron a cobrar vida dirigiéndose en dirección de su coche, un pequeño Porsche 911 GT2 del 2010. Amaba ese coche con su vida debido a que este había sido el último regalo que había recibido de su padre.
Ella lamentaba cada día, que las clases de conducir que este le había prometido, no tuvieran tiempo de realizarse.
— Señor Perkins no esperaba que aún estuviera aquí a estas horas. — respondió ella a su saludo sin dejar de caminar. Notó que los pasos de él se aceleraban un poco para darle alcance hasta posicionarse a su lado.
— Esperaba por usted.
Dasha abrió la puerta de su auto y lanzó su bolso al asiento del acompañante. Volteándose, para darle la cara a su alumno, enarcó una ceja indicándole, con el gesto, que continuara. Su curiosidad ganando terreno a la irritación.
— Pensé que podría invitarla a salir. Quizás ir a una cafetería cercana y tomarnos un café. — se encogió de hombros con sencillez mientras Dasha lo miraba anonadada, sin poder salir de su asombro. — Ponernos al corriente de nuestras vidas. He pensado en charlar contigo antes, pero nunca encontraba el momento oportuno. ¿Qué piensas?
La reacción instintiva de Dasha, una reacción arraigada por años después de uno de sus momentos más oscuros, fue decirle que sí. Dasha había dicho que si a muchas cosas cuando estas provenían de un hombre hermoso.
Pero eso había sido antes. El pasado pasado estaba y era el mejor sitio donde este podía quedarse; como cuando un niño crecía y dejaba abandonadas todas sus cosas infantiles en el rincón más oscuro del sótano de su casa. Alejándolas por completo de su vista, como si no pudiera creer que algún día estas habían sido suyas.
— Señor Perkins, nuestra única conexión es que yo soy su profesora. Las relaciones profesor-alumno quedan terminantemente prohibidas y en ellas se incluyen las salidas a tomar un café y hablar de nuestras respectivas vidas privadas. Así que debo de negarme. — la voz de Dasha fue contundente, golpeando con la fuerza de un martillo.
— Antes no fuimos profesor-alumno. — le recordó él, sus ojos volviéndose herméticos, como una caja de seguridad.
— No creo que ni siquiera así hubiera salido con usted, señor Perkins. He dejado muy clara mi posición.
— ¿Y si tengo una duda? ¿Sobre ética?
— No sé si sabrá señor Perkins pero esa no es mi especialidad. Me gradué de Sexología.
— Ni que lo diga. Estoy más que seguro que la ética no es lo suyo. — dijo él con cierto cinismo.
Su sugerencia alteró a Dasha provocando en ella una rabia intensa.
No aceptaba que nadie se metiera en su vida. Para eso era suya para vivir como le diera la gana. Y que alguien sugiriese que no la vivía de forma moralmente adecuada era, por completo, inaceptable.
Mucho menos que lo hiciese ese arrogante hijito de papá de Perkins. Ella sabía con seguridad como eran los hombres que llevaban ese maldito apellido. Dasha cerró de golpe la puerta de su auto y lo miró con furia.
— ¿Qué está sugiriendo Christopher?
— Nada, profesora Styles. — dijo levantando las manos con fingida inocencia y remarcando cada sílaba con provocación.
— Pues yo si le tengo una sugerencia. Sus dudas sobre ética puede preguntárselas al señor Micheals. Para eso es el profesor de esa asignatura.
Dasha abrió de nuevo la puerta de su auto dando por terminada la conversación y entró en este con gracia felina provocando que su falda se subiera un poco hasta dejar descubierta una franja de piel. La mirada de su alumno se dirigió al punto que mostraba la delicada piel de sus muslos sin poder evitarlo.
Dasha miró su reloj. Las 7:34 pm quizás Luke estuviera trabajando hoy y podría pasar unas horas desfogándose del estrés de la semana, pensó ella. Dedicó un gesto de despedida a Christopher pero antes de poder cerrar la puerta este la sostuvo.
Dasha maldijo entre dientes mientras Christopher no despegaba su mirada de ella.
— ¿Y ahora qué quiere señor Perkins?
— Me pregunto... – ronroneó de forma tan sensual que Dasha lo miró de inmediato. El muy estúpido estaba exultante sacándola de quicio. Lo odiaba. — ¿Qué diría el anciano señor Micheals si se enterara de que unos de los profesores mantienen relaciones sexuales ilícitas en esta prestigiosa institución?
La temperatura del cuerpo de Dasha bajó repentinamente. El aire escapó de sus labios mientras una extrema palidez tornaba su rostro. No era posible que lo supiera ¿O sí? Tenía clara la respuesta al verla impresa en la sonrisa satisfecha que lucía el rostro de su alumno.
— Piénselo profesora Styles. — murmuró triunfante Christopher en su oído provocándole escalofríos. Pero no de los buenos que te trae el sexo sino de los horribles que vienen junto al miedo. — Cuando lo tenga claro llámeme.
Christopher sacó de su bolsillo una tarjeta y la dejó descaradamente en el escote de Dasha disfrutando cada segundo de su mudez. Cerró la puerta del auto y se marchó casi pavoneándose.
Dasha casi no podía articular palabra. Tomó la tarjeta con sus manos tomblorosas y la miró desapasionadamente. Una elegante letra cursiva dictaba: Christopher Perkins. Asesor de arquitectura. Debajo aparecía un número telefónico... Y ya estaba. Dasha se preguntó una y mil veces ¿Qué voy a hacer ahora? Pero de esa pregunta no tenía respuesta.
***
Llegar a su casa le costó horrores. No podía creer como fue había sido imprudente. Sus deseos la habían hecho descuidada. Ahora su futuro estaba en las manos de ese mimado niño rico de Perkins. No dudaba que todos le creyeran. Dinero compra verdad como decía su padre.
Sacó una botella de whisky y dio un largo trago a morro. No tenía la paciencia necesaria para servirse como Dios manda. Al menos en ese momento.
Eso era lo que tenía que lograr. Paciencia. Sin eso no era nada. No podía permitirse dar un paso más en falso. Se sentó y encendió un cigarrillo. El delicioso olor picante de las especias lo inundó todo, consiguiendo tranquilizarla. Tenía que evitar a toda costa que Adrik se enterara de ello.
Su hermano, Adrik Styles, había sido el hijo perfecto de la familia. Desde pequeño había demostrado poseer un talento innato para los números y los negocios. A nadie le asombró que al morir su padre los varios miles que este le legó a su hermano fueran invertidos y multiplicados 5 veces en la bolsa, logrando que su hermano se pagara la estadía en una de las mejores universidades de EEUU y se graduara de Administración de Empresas.
Era mucho más de lo que una familia de clase media como la de ellos habría podido permitirse. Y su hermano no había parado ahí. Su dinero había sido invertido en más de 20 empresas. Todas con una taza alta de ganancias para su bolsillo. Ahora a los 30 años de edad Adrik Styles se había convertido en uno de los empresarios más ricos y prósperos de Alaska y los Estados Unidos de América.
En cambio Dasha, siempre había sido la oveja negra de la familia. Había derrochado el dinero de la herencia en bares y fiestas, viéndose obligada a aceptar la caridad de su hermano para pagar los gastos que no cubría la beca de la universidad. Físicamente, era también todo lo opuesto a su madre y hermano.
Larissa Ivanova había emigrado para Alaska a inicios de sus veinte con solo una maleta llena de ropa, sus manos talentosas para la confección y su impresionante belleza rusa. Adrik había heredado todo de ella. El claro cabello rubio y los grandes ojos verdes. Dasha, una belleza morena, de ojos castaños y piel olivácea era la viva imagen de su abuela paterna, Francesca, que había abandonado a su familia por un capo de la mafia italiana.
Así que sí, debía evitar a toda costa que su perfecto hermano, que extrañamente se desvivía por ella, se enterara de como la había cagado.
No quería causarle más decepciones de las que ya le había causado, y que no pudiese evitar abrir las piernas, no sólo le causaría un horrible enfado sino, también arruinaría su reputación personal lo que afectaría a sus negocios.
¿Lo primero que debía hacer? Llamar a Everett y saber si él tenía alguna idea de que Christopher Perkins sabía de sus relaciones a escondidas. Todo, por supuesto, sin darle ninguna pista ni alarmarlo, por si la respuesta fuera negativa y lo segundo... Llamar a ese hijo de puta de Christopher y ver que quería.
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