15
Dasha bajó del auto en la dirección que el GPS había marcado como su destino y si la asombró que la elegante pero familiar fiesta de compromiso de Indiana se realizara en una cómoda mansión a las afueras de Seattle, no lo demostró. El mensaje de invitación había llegado un par de días antes con la dirección de la fiesta y a pesar de que ella no supo que pensar había finalmente decidido que debía de asistir, al menos para no hacerle en desaire a su ex-amiga y arruinar la oportunidad que esta le había dado.
Así que allí estaba, como congelada ante la puerta de la gran casa, sin saber qué hacer. Tomando una profunda respiración se armó de valor para tocar la puerta. La espera no duró mucho, pero cuando esta se abrió la sonrisa agradable que Dasha había ensayado quedó congelada. Igual le sucedió a la madre de Indiana, Adrienne, cuando vio quien había llamado a la puerta.
— ¿Tú? ¿Qué haces aquí? — finalmente reaccionó esta. Su rostro tornándose rojo de la furia. — ¿Quieres arruinarle a mi hija su fiesta de compromiso? No te bastó con romperle el corazón una vez y vienes a repetir tu hazaña.
— Señora York. — dijo la aludida con lentitud. — Podría decir que es un placer volver a verla pero no estoy segura de que lo sea. Y acerca de Indiana, ella misma me invitó aquí. Así que sí me disculpa tengo que pasar.
— Por encima de mi cadáver. Siempre supe que eras una descarada, pero cuando te conocí pensé que eso se debía a la adolescencia y a la pérdida de tu padre. Pero una chica que se le ofrece a un hombre mayor y luego destruye la vida de su hija cuando este la rechaza no vale nada. — la mirada de odio y rabia en su rostro dejó en shock a Dasha, pero lo que más la impresionó fueron las palabras de la madre de Indiana.
— Siempre me pregunté si lo sabrías. — dijo Dasha dando un paso atrás, su boca torcida en una mueca de asco. Tuteándola sin dudar. No sentía ningún respeto por Adrienne York. — Traté de convencerme a mi misma de que no serías capaz de dejar que tu marido se lanzase a las camas de las jovencitas solo porque no lo querías en tu cama. Porque ¿sabes? Eso fue lo que me contó. Que tú no lo soportabas en tú cama y él daba gracias por no tener que ir pues se aburría mortalmente contigo.
Dasha vio venir la bofetada y la detuvo. Su cuerpo vibraba de ira y odio. La mano de Adrienne se cerró en un puño y su mirada se encontraba repleta de vergüenza, rabia y miedo.
— Y ahora es mejor que te calles y me dejes entrar. Indiana me invitó y no quisiera decepcionarla y no creo que sería conveniente que te metas en mi camino nunca más si no quieres que todo el cuento de hadas en el que vives se derrumbe. A tus hijos y amigos no le gustaría enterarse de en qué tú y tu marido ocupan su tiempo. Él metiéndose en las camas de las jovencitas, y tú dejando que tú mejor amiga te coma el coño. — dijo gélidamente Dasha.
La expresión del rostro de Adrienne se congeló de miedo e impotencia confirmando algo que Dasha había presenciado sin querer y de lo que nunca había hablado pues en ese momento no era de su incumbencia y creía a pies juntillas en la ignorancia de Adrienne a los hechos de su marido. Al parecer se había equivocado y ahora tenía la confirmación de que la suciedad y la mentira venía de ambas direcciones.
— No te atreverías. — musitó temblorosa Adrienne tratando de parecer digna.
— Pruébeme y no le gustarán los resultados. Ahora ¿tenemos un trato?
— Si. — escupió con rabia la madre de Indiana.
Dasha dejó libre la mano de Adrienne y esta se la acercó a su cuerpo con celeridad acariciando su muñeca adolorida. Con un poco de la compostura y la arrogancia de antes habló la señora York.
— Pero no crea que lo haga a gusto. No me agradabas antes y ahora lo haces menos.
— Sea sincera señora York, usted me odia. Pero su odio no se compara al mío. Solo no le vomito en sus zapatos del asco que siento por usted porque al parecer tengo más clase de la que usted tendrá jamás. No soy quien para hacer juicios de moral, pero si fuera por mi usted iría al infierno por hipócrita. Y ese es uno de sus pecados menores. — sanjó Dasha la conversación dejando impactada a Adrienne justo a tiempo ya que en ese momento la puerta se abría por segunda vez.
Era Indiana que se veía deslumbrante con un vestido color oro que iluminaba su piel. Su mirada pasó del rostro de su madre al de Dasha llenándose de inquietud y preocupación.
— Dasha no sabía que habías llegado. Mamá ¿está todo bien?
— Todo está bien mi amor. Estaba dándole la bienvenida a Dasha. No sabía que vendría, pero me alegro de que ya todo esté bien entre ustedes. — sonrió falsamente Adrienne y abrazó a su hija por la cintura. El rostro de Indiana no tardó en relajarse.
— Gracias de nuevo por invitarme Indiana. — sonrió sinceramente Dasha y sacó de su cartera un sobre con un pequeño lazo azul eléctrico. — Son entradas para el nuevo concierto de reunión de The Cure. Creo recordar que te encantaba ese grupo. Un amigo consiguió dos boletos en asientos VIP para mi. Espero que tú y tú prometido lo disfruten.
— Miles de gracias. The Cure sigue siendo mi favorito. — sonrió Indiana aceptando el regalo de Dasha. — Ahora sígueme dentro seguro reconocerás a unos cuantos.
Ignorando la mirada envenenada de la señora York Dasha siguió a su ex-amiga-casi-nuevamente-amiga dentro.
— Entonces ¿a cuál de los futuros novios conoces? — preguntó una señora mayor con mirada especulativa a Dasha.
Cuando esta fue a responder una voz sensual y muy masculina habló a sus espaldas.
— Dasha es una vieja amiga de mi hermano Mrs Castle. Aunque también compartió el instituto con Robert y entre ambos nació una relación muy estrecha.
El cuerpo masculino de Robinson el hermano menor de Indiana se detuvo codo con codo con el de Dasha y la incomodidad llenó el cuerpo de esta última. Nicholas y Adrienne York se habían conocido en el estreno de Los buscadores del arca perdida y eran fans del género aventura de la literatura y el cine por lo que habían llamado a sus dos criaturas como sus personajes favoritos: Indiana Jones y Robinson Crusoe. La que peor lo había llevado era Indiana al llevar el nombre de un personaje masculino muy conocido. Robinson desde que tenía memoria se hacía llamar Robin.
— Dasha, es bueno verte por aquí. — dijo este sin sonreír pero con la sinceridad impresa en sus rasgos.
— Robin. Hacía mucho que no te veía. — Dasha le devolvió el saludo alzando su copa de vino.
— Ahora si nos disculpa Mrs Castle Dasha y yo tenemos mucho de lo que ponernos al tanto. — se giró en dirección a la ex amiga de su hermana y mirándola directamente a los ojos con los suyos tan parecidos a los de Indiana y señaló una puerta casi escondida entre unas cortinas. — ¿Me acompañas?
— Claro.
Dasha dejó su copa a un lado y lo siguió dejando detrás a una muy curiosa Mrs Castle. Ambos entraron en la cocina que se encontraba extrañamente vacía en un incómodo silencio. Robinson se encaminó al frigorífico y sacó una manzana con la que empezó a jugar sin una palabra.
— ¿Me odias? — preguntó Dasha sin poder aguantarlo más.
Robin se lo pensó unos segundos.
— No, no te odio. — terminó él diciendo con una sinceridad que Dasha no esperaba. — En su momento, cuando heriste a Indi no puedo negarte que tuve ganas de hacerlo, pero no pude hacerlo. Como que me rompiste el corazón en ese tiempo, tenía este loco amor adolescente por ti.
Bromeó él sonriendo, Dasha no dijo ni una palabra solo sonrió tímidamente de vuelta.
— Pero luego todos se enteraron y te hicieron la vida un infierno. Pagaste por ello con creces.
— No lo creo así. Todavía me martirizo. — admitió ella. — El lugar en el que vivíamos no era demasiado grande, no habían tantas personas para que considerara sus burlas y desprecios un infierno. Apenas lo recuerdo.
Ella mintió. Por supuesto que lo recordaba. Lo recordaba todo en aquel pequeño compartimiento de su mente en el que escondía todo la suciedad que cubría su pasado.
— Se supone que si quieres mi perdón no debes mentirme. — se burló él. — Aunque mi perdón no importa. Indiana ya te dio el suyo y está intentándolo, ella es la que importa. Si ella ya te dio el suyo mi perdón ya lo tienes Dasha. Solo, por favor, no hieras de nuevo la confianza de mi hermana. No sé si lograría superarlo otra vez. Robert la ama y jura no hacerle daño, pero desde entonces una parte de ella que antes confiaba ciegamente en él sigue dudando.
Los ojos de Robin tan llenos de honestidad y seriedad llegaron a una parte rota de sí misma que siempre sangraba y se culpaba por el daño que le había hecho a su amiga. Dasha no sabía que decir. Su garganta no podía emitir sonido.
— Gracias. — fue la única y entrecortada palabra que pudo escapar de sus labios.
— No me debes agradecer nada. Que te dé mi perdón no significa que confíe en que no traicionarás a mi hermana otra vez. No te doy nada libremente. Haz feliz a mi hermana o tan feliz como puedas hacerla con tu presencia, no la engañes y lo tendrás para siempre.
Robinson caminó hacia la puerta que lo dirigiría nuevamente al salón donde se celebraba la fiesta de compromiso de Indiana. Giróse antes de salir.
— Si quieres quédate aquí un rato. Sé cuán difícil es estar alrededor de tantas personas de tu pasado y que estas no siempre tengan elogios para uno. — sonrió Robin y se volvió repentinamente un estudiante universitario muy guapo.
Prácticamente tenía la misma edad que Christopher pensó con asombro Dasha. Luego de esa conversación nunca más vería al hermano menor de Indiana como debería ser: solamente un alocado estudiante universitario. Como Christopher tampoco solo era un divertido y apuesto chico (con habilidades casi sobrenaturales en la cama) que se acostaba con ella. Eso también debía recordarlo.
— ¿Por qué no te quedas? — preguntó Dasha a sus espaldas pues ya él había continuado su camino a la puerta.
— Apoyo moral. — respondióle él riendo sobre su hombro antes de salir.
Dasha tomó par de respiraciones profundas y salió por la puerta trasera que daba a un largo porche. Inclinándose contra la barandilla sacó un cigarrillo que tenía guardado en el bolsillo en caso de emergencia, lo encendió y dio una larga calada. Exhalar el humo hizo que todo su cuerpo que desde el momento en que había entrado por la puerta estuvo en tensión se relájase.
Desde que había llegado, empezando con el encontronazo con Adrienne y todas las verdades de las que se había enterado el día no había mejorado. Saludar a Robert fue más incómodo de lo que había imaginado, y eso era mucho decir. Además había estado esquivando todo el tiempo a Nicholas con el que por ningún motivo quería encontrarse. Solo tenía que decir que una labor como esa era mucho más difícil en un espacio limitado y cerrado.
Cerró los ojos y sacudió la cabeza con astío cuando oyó unos pasos a sus espaldas. El destino era una mierda pensó con desagrado sabiendo con antelación quién era la persona que se acercaba. Piensa lo peor siempre y acertarás. Si no lo haces estás de suerte, declaró ella su nuevo lema. Y ella definitivamente no tenía nada de suerte.
— Esto es absurdo. — dijo ella sacudiendo la cabeza mientras le ofrecía su cigarrillo a Nicholas que acababa de detenerse a su lado.
— ¿Qué? — preguntó él arrugando las cejas con desconcierto y curiosidad y aceptando su ofrenda de paz.
Ambos sin mirarse aún contemplando lo que parecía un infinito y hermoso valle.
— Estamos festejando el compromiso de Indiana en una casa de campo. Mi nombre significa “casa de campo”. Mi padre tenía un horrible sentido del humor cuando decidió ponerme el nombre del lugar en el que me concibieron él y mi madre. En ruso porque se veía mucho mejor que en inglés.
— A veces los padres tenemos los peores gustos para escoger el nombre de nuestros hijos. — simplemente dijo él apagando el cigarrillo. — ¿Desde cuando fumas Dasha?
La seriedad de su voz tan parecida al tono que usaba para regañar a sus revoltosos alumnos cuando Dasha estaba en la escuela y que más tarde usaría en la intimidad la dejó sin habla. Cerró los ojos y se concentró en la tibieza del sol sobre su piel. No quería verlo. No quería recordar más del pasado de lo que ya lo hacía.
— ¿Fui la primera? — las palabras escaparon de la boca de ella antes siquiera que pensara en ellas.
Nicholas titubeó durante unos segundos sin saber si debía responder. Hasta que finalmente lo hizo.
— No. Pero puedo asegurarte que fuiste la última.
— ¿Quién? ¿Por qué? ¿Por qué yo? — barbotó ella y se giró en dirección a él con furia contenida. Sus manos apretadas en puños.
Él lucía exactamente igual que hacía 10 años, fue lo primero que pensó Dasha. Lo segundo es que no lo hacía en absoluto. Nicholas había sido un hombre de belleza tranquila y relajada con cabellos del color de la miel y ojos chocolates. No demasiado alto, pero con la altura adecuada. No musculoso, aunque sí en forma. Años después sus sienes se habían encanecido ligeramente, pero el color de su cabello lo disimulaba. Arrugas pequeñas alrededor de su boca y ojos declaraban una vida entera de risas y felicidad. Dasha odió verlo tan bien por más que ese sentimiento la corroyera por dentro.
— La primera chica... Ella lo quería. — cuando Dasha bufón con sarcasmo él la miró con los ojos llenos de arrepentimiento y honestidad. — Sé que suena como si me estuviera justificando, pero no es así.
» — Fue par de años antes de... Lo que pasó entre nosotros. Adrienne era una buena esposa. Es una buena esposa. — rectificó para sí. — Pero las cosas entre nosotros se habían enfriado. Ella solo ponía pretextos para no tener sexo conmigo. No me dejaba tocarla. En la escuela sabía que las jovencitas me hallaban atractivo. D.I.L.F dirían ahora.
Él sonrió pero sus ojos no reían con él. Dasha no habló, tampoco sonrió con él. Solamente se limitó a escuchar.
— Entonces esta chica se mudó a la ciudad. No sería por mucho tiempo. Ella parecía tener algo de experiencia y empezó lo que yo definí en su momento como “la caza”. Esperaba que terminara las clases y se acercaba a mi escritorio, se inclinaba constantemente para mostrarme sus pechos. Usaba faldas diminutas y blusas con escotes profundos. Al inicio me divertía su empecinamiento. Yo nunca habría caído en eso me dije... Pero lo hice y no me justificaré por ello. Sé qué me equivoqué y cargaré con eso por siempre.
— ¿Y yo? — la voz de Dasha no era más que un susurro roto.
Algo en el interior de Nicholas, esa parte llena de culpabilidad y asco de sí mismo, creció un poco más añadiendo grietas de podredumbre y odio a sus acciones egoístas. Trató de llegar a Dasha, acariciar su mano, decirle cuánto lo lamentaba.
Pero no pudo. No pudo porque sabía que ella no lo perdonaría así como no soportaría su contacto, que cuánto menos le darían ganas de vomitar. Nicholas no sabía que consecuencias le había traído a Dasha su “relación” y estaba seguro de que ella nunca se lo diría, pero de lo que sí estaba seguro es de que estas existían. Lo mínimo que podía esperar era que después de esta platica al menos la parte de ella que quería conocer los hechos, sus razones por malas que estas fueran, la ayudaran a reparar un poco de ese daño.
— Fui egoísta por primera vez en mi vida y lo arruiné de modos que nunca me podré perdonar. Estabas tan triste que me dije a mi mismo que podrías necesitarme y eso degeneró en un deseo enfermizo y en una culpabilidad que aún hoy día no he podido apagar. La verdad era que yo era el que necesitaba que alguien me necesitase. Y tú lo hacías. Tú habías sido tan luminosa. Llena de esa chispa que nace de la vida misma. Y luego ya no lo eras. Yo me sentía así también. Quién había sido ya no estaba. Solo una sombra llena de hambre del toque de alguien.
Se giró para mirarla de frente y ver los ojos de ella tan llenos de lágrimas no derramadas hizo que supiera la respuesta al ruego que iba a hacerle.
Dasha se sentía como que acabara de unir el millón de piezas de un rompecabezas y aun así no saber las respuestas a aquello que tanto la atormentaba.
— Dasha sé que no tengo perdón ni forma de justificar mis acciones, pero...
— No, no las tienes. — cortó ella con odio en su voz. — No sé si algún día podré darte mi perdón Nicholas, porque para eso tendría que perdonar todas las cosas que he hecho y no sé si estoy preparada para eso tampoco. Una persona que ha vivido tanto tiempo autocastigándose por hechos que estuvieron, sino fuera de su alcance, sí impulsados por el deseo de un hombre lo bastante cobarde como para no abandonar un matrimonio de mentira para vivir su propia vida es difícil de rencaminar a la senda correcta.
— Mis hijos... — trató de justificarse él. Dasha lo silenció nuevamente.
— No me vengas con esa escusa de mierda Nicholas. Si fuiste lo suficientemente egoísta para follarme y usarme como te dio la gana podrías haber sido un hombre divorciado con custodia compartida. Tus hijos lo hubieran entendido. Sé que cometí errores, entre ellos dañar a Indiana porque me heriste, y eso nunca me lo perdonaré. Hay momentos que marcan vidas. No sé lo que hubiese sucedido si entre tu y yo no hubiera pasado nada, pero lo que si sé es quién nació debido a ese momento. Porque esta persona... Esta persona que vez frente a ti, que tú creaste... Tiene un ansia insaciable que no puede borrar o ocultar por mucho tiempo. Y soy yo la que debe cargar con las consecuencias. No quiero verte otra vez Nicholas. — finalizó Dasha con lágrimas corriendo por su rostro.
Salió de la fiesta de compromiso de Indiana sin ver y oír a nadie. Tratando de pasar desapercibida todo el tiempo posible. Se marchó de allí tratando de olvidar el rostro lleno de arrepentimiento de Nicholas. No le importaba, no debía de hacerlo.
***
“El sexo es como una droga” pensó Dasha recorriendo el cementerio en el que descansaba la tumba de su padre. Las margaritas que llevaba en sus manos esperaban ser una pizca de alegría y color en un lugar tan lúgubre. Su padre había sido todo alegría y color.
“Quizás una de las droga más peligrosas del mundo, después del poder y el dinero” siguió pensando ella. “Con sexo podías comprarte una casa en Malibú o conseguir el trabajo de tus sueños. El acto en sí era como un chute de adrenalina en el que dos cuerpos parecían realizar fotosíntesis. Intercambiando placer entre ellos hasta conseguir la explosión definitiva.”
Dasha aún podía recordar, de la manera en que solo la memoria del cuerpo lo hacía, el suceso acaecido ayer. Por eso ahora se encontraba frente a la tumba de su padre depositando un ramo de margaritas. A su papá le daban lo mismo las flores, pero las margaritas tenían un encanto especial.
Dasha se sentó sobre sus rodillas, sin importarle el dolor, y recorrió con sus dedos el nombre de su padre tallado en la roca. Una lágrima escapó de sus ojos y recorrió con exorbitante lentitud el camino de su mejilla hasta perderse en el vacío. Se había equivocado tanto.
Ayer Christopher la había compartido de nuevo. Esta vez había sido un hombre, pero Dasha no pudo verlo porque tenía los ojos vendados, solo sabía que era amigo de Christopher y que este lo llamaba J. Ambos la habían follado hasta que no pudo respirar y el placer lindaba con el dolor. Lo había disfrutado tanto que sus ojos finalmente se habían abierto.
Había recaído en el peor vicio de su existencia. En la adicción que la arrastraba a problemas y miserias.
El sexo... Pero ya sabía que debía hacer para acabar todo eso.
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