CAPÍTULO 6: LA LIBERACIÓN
Todos tardaron en regresar a la normalidad luego del incidente del Mirage y el secuestro del presidente.
Las fuerzas de asalto lograron controlar la situación, abatiendo algunos terroristas y arrestando a los pocos que se rindieron. Esto provocó la ruptura de las relaciones internacionales con Francia hasta que se determinara la responsabilidad del grupo terrorista. Con la muerte de Baptiste Letelier, se perdió el cabecilla más importante y por ende, el enlace con la célula terrorista que organizó el atentado. El Comandante Marcos había escapado, y en los medios se anunciaba que sería buscado arduamente con el apoyo de la Interpol, para así desmantelar este escuadrón de la muerte de una vez.
La División Antiextorsión y Secuestro no recibió ningún reconocimiento por la labor cumplida. Pese a la labor de Rentería al mando de las negociaciones, la muerte de tres ministros durante la crisis le pasó factura. Aunque no fue suspendido, recibió la orden de jubilación antes de lo previsto. Era una manera de barrer la basura debajo de la alfombra a ojos del público. El reemplazo llegaría en unos días, pero mientras, el cuerpo policial sería comandado por personal elegido por el Presidente mientras se realizan las investigaciones acerca de las filtraciones.
Manuel fue liberado luego de que se demostrara que Informática no tenía relación. Todo indicaba que el servicio de Inteligencia cercano al presidente había sido infiltrado desde el principio, y se enfocaron en ese cuerpo, arrestando a algunos directivos. Todo era anunciado como una "reestructuración del cuerpo policial desde sus cimientos", como declaró el presidente luego de decretar tres días de luto por los fallecidos durante el secuestro.
Eduardo estaba recuperándose lentamente de su herida en la pierna y pronto volvería al trabajo, mientras que Natalia seguiría en su misma posición. No le sorprendió no haber sido ascendida. Más bien, estaba preparada para recibir la carta de suspensión. Por lo menos, ella seguiría con la misma vida rutinaria de siempre.
Para ella, Fabián estaba muerto. Encontrarlo cara a cara le bastó para aniquilar cualquier posibilidad de redención que pudiera recibir de su parte. Él había tomado su camino desde el momento que comenzó con las estafas menores, y ella ahora era estaba del lado de la ley. No perdonaría jamás a un hombre sin escrúpulos que solo buscaba su propio beneficio. Su camino lo había convertido en un mercenario que no dudaría en matarla si formaba parte de su presupuesto.
Por lo menos, pudo sentir ese fardo levantarse de sus hombros. Cualquier duda que hubiera tenido, ya estaba disipada.
Solo quedaba atar un último cabo antes de retomar el control de su propia vida.
Dejó a Carlos al poco tiempo de haber terminado el caso, recogió sus pertenencias y se fue a vivir con sus padres. No hubo peleas de por medio, ni reclamos. Ella no estaba dispuesta a formar ningún escándalo que pudiera dificultar el papeleo del divorcio. Él intentó convencerla de lo contrario. Rogó todos los días, le compró regalos, y trató de darle todos los gustos posibles, pero a ella nada de eso le importaba. El amor había muerto hace mucho tiempo, y solo necesitaba un leve empujón para tomar la decisión de divorciarse. Una decisión que tenía nombre de mujer, y que ella ya conocía de antemano. No se había quedado de brazos cruzados desde que terminó la fatídica emboscada, y con la ayuda de Manuel, había completado su propia investigación.
Dar con Amanda Rodríguez no fue muy difícil. Había cumplido hacía unos meses los veinticuatro años, dedicada a la enfermería en la clínica donde Carlos trabaja. No era ilógico pensar que un hombre tan entregado a la nefrología como su exmarido no se interesara en otra mujer fuera de su entorno. Sus guardias coincidían con las de Carlos al menos dos veces por semana, por lo que tendrían tiempo para encontrarse con ella. Manuel usó sus habilidades de informática para ingresar a la base de datos de la clínica en secreto y le entregó el modelo de auto, la placa registrada, y la dirección de su casa. Sin casos que resolver, y con el caos que era la división en ese momento, tomarse una mañana para seguirla y conocer sus hábitos no sería complicado. No podía negar que Amanda era atractiva, con el cabello corto hasta los hombros, piel blanca y con unas pocas pecas en el rostro. A veces la veía con anteojos y otras veces sin ellos, por lo que dedujo que usaba lentes de contacto la mayoría de las veces. "¿Algún complejo de inferioridad por los lentes?" pensó Natalia mientras la investigaba. No cabía duda que era capaz de enamorar a cualquier hombre si se lo proponía, aún si este fuera casado.
Con todos esos datos, decidió que era hora de confrontarla y agarrar al toro por los cuernos. Después de eso, podría seguir con su vida sin ningún lastre que la ate al pasado.
Una mañana, Natalia tocó a la puerta del apartamento de Amanda. Se aseguró de que estuviera en casa aprovechando el patrón de guardias de la enfermera. Su investigación no resultó en vano. Ella entreabrió la puerta lentamente, asomando apenas el rostro.
- Buenos días, ¿es usted Amanda Rodríguez?
- Sí, soy yo –contestó ella con suspicacia. Natalia sacó su identificación del bolsillo de su pantalón.
- Soy Natalia Castañeda, de la Policía Judicial. Me gustaría hablar unos minutos con usted. ¿Está disponible?
- ¿Qué ocurre? –preguntó un poco más alerta, como si el agotamiento de la guardia en la clínica se hubiera disipado de un golpe-. ¿Está pasando algo?
- Serán solo unos minutos. Le haré unas preguntas y me iré. ¿Puedo pasar?
- Sí, claro –contestó Amanda sintiendo los nervios a flor de piel. Era la primera vez que hablaba con una oficial de la policía.
Natalia caminó unos pocos pasos en el apartamento y recorrió con la mirada los muebles. No eran precisamente lujosos, pero tampoco vivía en la miseria. Se notaba que la enfermera estaba bien acomodada en el apartamento. Vio en la pared un retrato de ella abrazando a una mujer mayor, posiblemente su mamá. Algunas plantas aquí y allá le daban un poco de vida al lugar.
Se dio la vuelta para ver a Amanda a la cara, manteniendo un semblante de seriedad que incomodó a la enfermera.
- No vengo a formar un escándalo, ni a insultarte, pero se que estás viéndote con mi marido –Amanda se notaba aterrorizada al recibir esa información-. Solo quiero hablar contigo unos minutos, y después que me contestes unas preguntas, me iré y no volverás a saber más de mí. ¿Estás de acuerdo?
Amanda miró en el cinto de Natalia, notando que aún tenía su arma de reglamento. La detective soltó un suspiro de frustración al haber llevado consigo el arma. Tomó la pistola y sacó el cargador, además de vaciar la bala que estaba aún en la recámara. Dejó todo sobre la mesita de centro del apartamento, y luego levantó las manos para demostrarle que no cargaba ninguna otra arma. La enfermera la miró en silencio unos pocos segundos, antes de volver a hablar con aprehensión.
- ¿Quiere un poco de café?
- Está bien. Tomate tu tiempo –contestó Natalia mientras se sentaba en el sillón de la sala.
Al cabo de unos minutos, el aroma del café llegó desde la pequeña cocina del apartamento. Amanda se acercó con la taza humeante, para luego buscar un pequeño recipiente con azúcar.
- No sé cuánto quiere de azúcar...
- Yo le pondré al gusto. Gracias –respondió Natalia tomando la taza y colocando un par de cucharadas de café. Amanda se sentó frente a ella en el sofá, con su propia taza-. Quiero que hablemos sobre conociste a Carlos Fonseca. Cuéntame cada detalle de la relación que mantienen y desde hace cuánto tiempo se ven. ¿De acuerdo?
- Si, está bien –Amanda tomó un pequeño sorbo de su café-. Empezamos a salir hace unos cinco meses, más o menos, pero ya lo conocía desde que empecé a trabajar en la clínica hace un par de años. Carlos era muy amable y siempre me saludaba con los buenos días cada vez que coincidíamos en alguna guardia. El... a veces me daba algún dulce con una sonrisa. Recuerdo que siempre dice "para endulzar la dureza de una guardia".
- ¿Cuándo te diste cuenta que te enamoraste de él?
- No estoy segura. Creo que simplemente sucedió. A veces lo notaba frustrado y le brindaba un poco de compañía cuando teníamos tiempo de charlar entre las diálisis que el vigilaba. Me dijo que estaba pasando por momentos complicados con su esposa, es decir, con usted.
- ¿Qué clase de momentos complicados mencionó? –Natalia terminó su último sorbo de café y sobre la mesita, cruzando los brazos sobre su pecho.
- Dijo que apenas conversaban debido a que usted siempre estaba fuera, en su trabajo, y que no le dedicaba tiempo o atención. Eso lo hacía sentir abandonado.
"Bastardo", pensó Natalia mientras recordaba las veces que perdió horas de sueño arreglando la casa luego de una guardia en la División.
- Entre una cosa y otra, empecé a sentir otros sentimientos por él, y simplemente ocurrió.
- ¿Estuviste en la casa de Carlos? Ya sabes que era también mi casa –Natalia sacó un cigarrillo y lo encendió. Amanda tartamudeó al ver ese gesto.
- Yo no fumo. No tengo ceniceros.
- Usaré la taza. Ya terminé mi café –prosiguió Natalia mientras dejaba caer un poco de ceniza en la taza vacía-. Continúa.
- He pasado la noche con él en un par de ocasiones. No vi ninguna fotografía suya por ningún lado, así que asumí que ya se habían separado.
Natalia exhaló un suspiro profundo, que incomodó a Amanda.
- De haber sabido que seguían juntos, no hubiera seguido. No se qué decir...
- No digas nada más –dijo Natalia levantando la mano en señal de "alto"-. Francamente, lo que ocurra entre ustedes dos, ya no tiene relevancia para mí. Me estoy divorciando de él, y lo que haga con su vida me tiene sin cuidado. Pero no puedo dejar de sentirme insultada, no por ti, sino por él.
Natalia se levantó del sillón y recogió su arma. Amanda sintió la garganta atenazada por su actitud, pero luego se relajó al ver que la guardaba en su funda.
- Si él fue capaz de hacerme esto, no dudo que sea capaz de hacértelo a ti también. Si al final ustedes dos terminan juntos y son felices, bien por ambos. Pero no podía quedarme callada ante sus mentiras. Puedo garantizarte que no me verás nunca más en tu vida, así que ahora, Carlos es tú problema.
Amanda no supo contestar. La miró en silencio, abrumada por el peso de sus palabras.
- Muchas gracias por el café –concluyó Natalia mientras salía del apartamento.
En cuanto salió del edificio, la detective sintió como una pesada carga se levantaba de sus hombros. Ya no tenía ninguna atadura que le impidiera avanzar en su vida, y la incertidumbre de las mentiras de su exmarido había desaparecido. Ahora solo le quedaba seguir adelante, como siempre había hecho desde que incursionó en la División.
Se dirigió al auto que estaba conduciendo ahora, un cacharro viejo propiedad de su padre, estacionado frente al edificio. Eduardo estaba sentado en el asiento del copiloto jugando con su celular.
- ¿Todo bien, Natalia? –dijo apenas ella cerró la puerta y se acomodó frente al volante. Ella le sonrió levemente, aunque aún podía notar la frustración en su mirada.
- Si, ya estoy mejor. De hecho, mejor que nunca.
- Si quieres hablar de lo que sea, sabes que cuentas conmigo.
- Por ahora solo quiero olvidar todo. Pero gracias por acompañarme. ¿Cómo sigues de la pierna?
- Pronto me quitarán la férula –Eduardo señaló su pierna inmovilizada por el dispositivo ajustable-. Apenas cumpla el reposo, vuelvo a la comisaría.
- Me parece bien.
- ¿Y ahora, que hacemos?
- Te invitaré a almorzar. Yo cubro los gastos –Natalia encendió el auto, con un mejor ánimo-. ¿Qué te gustaría comer?
- ¿Nos vamos al puesto de sushi cercano a mi casa? Hace tiempo que no como, y se me antoja unos roles tempurizados.
Natalia giró los ojos aparte, pensando en lo poco que le quedaba en la cuenta bancaria antes de su próxima quincena.
Ella arrancó el auto y ambos detectives se perdieron en el pesado tráfico de la ciudad.
FIN
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