CAPÍTULO 4: LA DECEPCIÓN
Natalia despertó en la madrugada y preparó sus cosas para el día que se avecinaba. Tanto ella como Eduardo debían estar alertas en el hotel Mirage para la recepción de los presidentes en la Cumbre y mezclarse con los invitados, principalmente ministros y secretarios de cada uno de los líderes mundiales. Atrás había quedado el enojo que sentía por Carlos, pensando que luego de que se completara la misión, tendría tiempo de lidiar con él. Ahora lo más importante, era estar en alerta ante el ataque de Fabián, que podía ocurrir en cualquier momento. Aún no le había dicho nada a nadie, mucho menos a Rentería, que seguramente le daría una reprimenda explosiva antes de sacarla del caso, o peor aún, expulsarla de la División por complicidad. Confrontarlo era su prioridad, y su pistola cargada diría la última palabra de ser necesario.
Desayunó de forma frugal y partió de inmediato al edificio donde vive Eduardo para darle un aventón. En otras circunstancias, le reclamaría que no tuviera vehículo propio para moverse, pero considerando que adquirir un auto en tiempos actuales se les había hecho imposible a todo el mundo, prefirió no hacerlo. Era afortunada de tener su propio vehículo cuando Carlos, en su época de bonanza como nefrólogo (mucho antes que el incendiario discurso del presidente arremetiera contra los pudientes) había aportado parte del dinero para su compra. Ahora tendría que acostumbrarse a andar en transporte público una vez que lo mande a la porra.
Eduardo se montó en el auto después de lanzar su maletín en el maletero, saludando con un beso en la mejilla a Natalia.
- Hoy es el día. ¿Estás listo? –dijo Natalia mientras aceleraba rumbo a la autopista.
- No soy tan nuevo cómo crees –replicó él después de ponerse el cinturón de seguridad.
Aunque había cosas que le exasperaban de Eduardo, en general es un buen policía. Eduardo era nuevo en la división de homicidios, pero ya tenía experiencia como oficial y obtuvo su grado de detective con muy buenas calificaciones. Adaptarse al humor de Rentería no había sido fácil en los primeros días, pero se acostumbró bastante rápido. Su mala costumbre de acariciarse una barba inexistente cuando está pensando era un mal menor, pero a ella le parecía ridículo en extremo.
Llegaron al hotel en poco tiempo y el personal, al reconocerlos, los condujo a una sala aparte, donde Manuel los estaba esperando junto a su personal seleccionado de Informática.
- ¡Hola, buenos días! –Se apresuró a saludarlos a ambos-. Vengan conmigo. Tienen que ponerse sus dispositivos.
Manuel les extendió unos pequeños auriculares que se colocaron en los oídos. Una vez puestos, notaron que eran imperceptibles.
- Con esto podemos mantener comunicación constante, y también podrán avisarme de lo que ocurra. Así yo le comunicaré las cosas a Rentería de forma directa.
- ¿Y no tienes relojes que disparan láser o un paraguas que sirva de ametralladora? –Eduardo reía solo con su ocurrencia.
- ¿Dónde crees que vives? ¿En el primer mundo?
Mientras repasaban las salidas del hotel por última vez, veían en diversas pantallas de televisión los discursos del presidente y los mandatarios durante la cumbre. Por supuesto, el verbo incendiario del presidente era lo que más destacaba, en comparación a los discursos moderados de los demás asistentes. Debido al alto nivel de los mandatarios, los servicios de inteligencia eran los encargados de la protección en aquella sala de conferencias. Pronto se dirigirían al hotel para la recepción cultural, que es donde estarían infiltrados. Natalia observó que Baptiste no estaba por ningún lado, y concluyó que debía estar junto al presidente de Francia en la sala de conferencias. De momento, no había señal de Fabián, al que debía referirse como "Marcos" para que no descubrieran la conexión.
Las horas pasaron, y finalmente, la recepción estaba iniciando. Eduardo estaba elegante con un traje negro y corbatín de lazo, mientras que el vestido de Natalia, de color rojo brillante y minifalda, contrastaba fuertemente. Eduardo le susurró al oído su estilo salvaje, a lo "femme fatale". Natalia hubiera olvidado el comentario de no ser porque las comunicaciones seguían abiertas y Manuel había escuchado todo, haciéndola enrojecer de la vergüenza. Natalia contestó pisoteándole con su tacón.
- Ojos en tu entorno, y no en mi escote. ¿Está claro?
Más risas por parte de Manuel. Ella lo anotó en su lista imaginaria de cosas por resolver.
Los reporteros comenzaban a agolparse a las entradas del hotel y uno a uno, los mandatarios comenzaron a llegar para cumplir con las fotos de rigor y continuar sus reuniones de una manera más informal. El salón de fiestas elegido era amplio y organizado con múltiples mesas llenas de bebidas y bocadillos de nombres impronunciables. En un auditorio organizado para tal fin, se organizaban los espectáculos culturales que habían sido preparados para darles la bienvenida. Los meseros que rondaban aquí y allá con las bandejas habían sido cuidadosamente revisados y registrados en una base de datos de empleados que Manuel podía acceder, además que entre los invitados distinguidos, habían miembros de la División de Antiextorsión y Secuestro seleccionados por Natalia para estar de incógnito y vigilaran a los invitados de cerca. Por supuesto, no impedía que alguno se distrajera y comiera un poco de los bocadillos caros que el dinero público de los contribuyentes podía comprar.
Natalia y Eduardo se separaron para rondar entre los diversos ministros que compartían copas de vino o champagne, y hablaban en diversos idiomas que ella no entendía. Con la mirada, ella trataba de memorizar los rostros de los invitados, o al menos fijarse en cada detalle que pudiera recordarle a Fabián. Aún no había encontrado nada. Baptiste seguía ausente, aun cuando el presidente de Francia, hablando con otros mandatarios con su copa de champagne, estaba tranquilo y ajeno a cualquier situación de peligro. Trataba de mantener sus sentidos en alerta en caso que Fabián hubiera logrado entrar al recinto. En teoría no debería ser posible, considerando los francotiradores que vigilaban desde edificios aledaños. Mientras no ocurriera nada, la misión podía considerarse cumplida.
Un mesero pasó delante de Natalia, y al instante, comenzó a mirarlo con una mezcla de sorpresa y temor al momento que su rostro pasó de perfil frente a ella. No estaba muy segura por lo rápido que había pasado, pero tenía una certeza muy aproximada de que se trataba de Fabián. ¿Acaso se había infiltrado en la reunión?
Natalia comenzó a seguirlo, mientras se llevaba el dedo al auricular. No estaba aún segura de lo que hacía, pero no podía pasarlo por alto.
- Tengo a un sospechoso.
Manuel, del otro lado de la línea, contestó de inmediato.
- ¿Dónde está? ¿Lo confirmaste?
- Es solo una corazonada. Voy a acercarme.
Natalia sabía que su mensaje puso en alerta a todos y cada uno de los agentes encubierto. Era mejor eso, a permitir que llevara a cabo su plan. Pasaba al lado de cada uno de los invitados ofreciendo disculpas, mientras se aproximaba al mesero que se perdía en ocasiones en la multitud.
Conforme se acercaba, su corazón latía a mil pulsaciones por minuto. La garganta se le atenazaba conforme se acercaba al misterioso mesonero, que se confundía entre los demás invitados. En su pequeña cartera tenía guardada su arma cargada. Había sido pasada por los controles de seguridad como parte del operativo y nadie sospechaba nada, por lo que sería su factor sorpresa. Cada vez más se acercaba, y estiro la mano con cautela, para luego tomarlo del hombro y darle la vuelta en un giro súbito.
El rostro del mesonero mostraba sorpresa. Era un rostro totalmente desconocido.
- ¿Puedo ayudarla, señorita? –dijo el mesonero mientras trataba de mantener la calma. Natalia negó con la cabeza.
- No, lo siento... Lo confundí con otra persona. Mil disculpas.
Natalia esbozó una sonrisa nerviosa mientras se alejaba, tratando de sacudirse la vergüenza ajena. No le duró mucho, porque dada las circunstancias, un momento incómodo era el menor de sus males.
- Falsa alarma. Repito. Falsa alarma –dijo ella en susurros por su auricular, deambulando por el salón mientras seguía mirando los rostros.
- ¡Que no se repita o tendrás un reporte directo a la oficina del fiscal general y el alcalde! ¿Entendido, Castañeda? –La voz de Rentería rugía a través de su auricular. Seguramente los demás agentes lo habían oído.
- Si señor –contestó ella a secas, mientras quitaba el dedo de su auricular.
En un par de ocasiones, Eduardo y Natalia se cruzaron y compartieron una copa de vino simulando una conversación cuando alguien se aproximaba, pero en susurros, se reportaban mutuamente. Él no había visto ningún movimiento extraño en los más de cuarenta minutos que llevaban en la fiesta. Natalia le preguntó por Baptiste, y él respondió negativamente. Nadie lo había visto desde que comenzó el día.
Al poco rato de separarse, Natalia retomó su vigilancia. Fue abordada por un hombre de mediana edad que ella conocía de las noticias. Era uno de los tantos ministros nombrados por el Presidente para manejar alguna oficina inútil. Le siguió la corriente unos minutos, asintiendo lo mejor que pudo para no sonar ruda, pero a lo lejos, atravesando una puerta que daba hacia los pasillos de mantenimiento, vio a otro mesonero escabullirse. La forma en que abrió la puerta, con mucha cautela, puso su instinto detectivesco a tope una vez más. Se disculpó lo mejor que pudo, y dejó al ministro con la palabra en la boca.
Pensó en alertar una vez más a los agentes, pero en el último segundo optó por no hacerlo. No quería ser humillada en público por Rentería otra vez.
Mirando sobre su hombro, abrió la puerta y entró sin que nadie se percatara.
Natalia deambuló por el pasillo por unos minutos mientras miraba a los trabajadores del hotel y otros encargados, pero estos eran escasos en número y no reparaban en su presencia. Era una de los tantos accesos que habían cubierto, pero ahora estaba inusualmente vacío. Pensó que se cruzaría con parte de su equipo en cualquier momento. Sin embargo, no veía a nadie. Estaba sola contra el sospechoso, que había desaparecido de su vista.
Al doblar por una esquina, vio entrar por una puerta al misterioso mesero. Natalia sacó su arma, se colocó a un lado de la puerta, y con un rápido movimiento de su mano, la abrió de par en par, apuntando hacia el frente.
Pero no había nadie frente a ella. La pequeña habitación estaba vacía, o eso pensaba. Un fuerte golpe en su mano la hizo soltar el arma, deslizándose por el suelo. Los brazos de un hombre la sujetaron desde atrás. Natalia forcejeó contra él con todas sus fuerzas, pero su agarre era fuerte. Estaba a merced de su captor.
- Tranquila, Naty. Si te quedas quieta, no te haré daño.
Natalia se paralizó al escuchar la voz de Fabián, susurrándole al oído.
- Te soltaré, y quiero que te quedes tranquila. ¿Está claro? Si no lo haces, no tendré más opción que matarte.
Natalia asintió, y Fabián la soltó. Ella se giró y lo confrontó cara a cara. Él la miraba con su sonrisa lobuna, la misma que terminó cautivándola años atrás, pero que ahora provocaba un profundo rencor en ella.
- Malnacido hijo de puta...
- No te recordaba con ese vocabulario, Naty –Fabián exhaló un suspiro-. Te recordaba mucho más amable.
- Después de lo que hiciste, no esperabas que te recibiera con los brazos abiertos, ¿verdad? –Los ojos de Natalia estaban clavados en él-. Te burlaste de mí, te aprovechaste del amor que te tenía y jugaste conmigo. ¿Esperas que corra a darte un beso?
- Francamente, no –Fabián se pasó la mano por el cabello-. Supongo que vienes a arrestarme, ¿verdad?
Natalia no contestó. Su mente procesaba toda clase de insultos contra él, pero su garganta estaba cerrada y las palabras no fluían.
- Lamentablemente, no puedes arrestarme. Tengo un trabajo pendiente, y cuando lo cumpla, me iré tan rápido como llegué. Pero al menos me gustó haberte visto una vez más.
Fabián se acercó a ella y estiró su mano para acariciarle el rostro, pero Natalia evadió su caricia y contestó con una sonora bofetada. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos producto del rencor que sentía por él. Si alguna vez hubo alguna pizca de amor, se había desvanecido de ella hace mucho.
Él pasó su lengua por el labio donde recibió el impacto de la bofetada, y levantó las manos en señal de rendición.
- De acuerdo, oficial. Arrésteme –dijo esbozando la misma sonrisa lobuna.
Natalia se acercó a él con la intención de detenerlo, pero él le sujeto los brazos y la hizo trastabillar contra la pared. Fabián la mantuvo sujeta firmemente, mientras ella buscaba soltarse de su agarre. Sus rostros estaban a milímetros de distancia.
- No me iba a dejar arrestar tan fácilmente, Naty.
- ¡Deja de llamarme así! –decía Natalia con la voz quebrada. Su cercanía aún la afectaba, aunque ahora era más repudio lo que sentía.
- Estoy seguro que aún sientes algo por mí.
- ¿Qué te hace pensar eso? –Natalia seguía forcejeando.
- Porque viniste sola y sin refuerzos que te ayuden. Querías confrontarme sola. Te conozco demasiado bien, Naty. Tanto por dentro, como por fuera.
Natalia apretó los dientes por la ira que crecía en ella, mientras seguía forcejeando.
- ¿Por qué? –Las lágrimas de Natalia comenzaron a caer. Fabián la miraba directo a los ojos.
- Este es el camino que elegí, Naty, y era obvio que no me seguirías, aunque me hubiera encantado seguir disfrutando de tu cuerpo un poco más. Creo que éramos el uno para el otro. Pero hacías demasiadas preguntas sobre mis asuntos, y en el mundo en el que me muevo, las preguntas pueden responderse con la muerte.
- ¿Te fuiste porque pretendías protegerme? ¡No seas cínico!
- No importa si me crees o no. Ahora, solo me interesa una cosa, y es completar mi trabajo.
Fabián la soltó y dio unos pasos hacia atrás. Ella no perdió tiempo y lanzó varios puñetazos a su rostro que él pudo evadir con facilidad. Intentó sujetarlo con llaves de artes marciales que había aprendido en sus entrenamientos de defensa personal, pero él era más experimentado. Con un movimiento rápido, la lanzó contra el suelo. El impacto fue intenso y la dejó aturdida por unos segundos.
- No me busques más, Naty –concluyó antes de darle un puñetazo en el rostro, dejándola inconsciente.
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