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Capítulo 8

Quedaban 13 días para la fecha que aparecía en ese pergamino. 13 días... El 13 siempre había sido el número de la mala suerte, al menos, esto se le pasaba por la cabeza en bucle a Nerea mientras se daba cuenta de ello.

Nerea se había preparado una infusión y se había ido a la terraza, lugar donde había vivido tantas cosas... lugar que le daba paz. Algo que necesitaba en ese momento. Miraba la profundidad del mar, junto aquel atardecer, y se preguntaba si se suponía que tendría que saber controlarlo, dominarlo o al menos, conectar con él. Le parecía tal locura, que estaba empezando a llegar a la conclusión que, la única forma de conseguirlo era estando fumada. Era el momento de iniciarse a las drogas.

En ese momento, Sibila salió a la terraza con otra infusión y se sentó al lado de su amiga, la cual se notaba que toda aquella situación la estaba superando. Puso su mano en el brazo de su amiga.

-Tranquila, no estás sola – intentó consolarla

-Eso es lo que más miedo me da, Sibila. Eso es lo que más miedo me da...

Nerea resopló mientras miraba el paisaje. Sentía que, de un día para otro, todo estaba en peligro. Ella misma, su familia, su amiga, su casa... todo lo que le rodeaba. No estaba preparada para eso. ¿Por qué su única preocupación no podía ser qué hacer con su futuro? Si esa era la llamada de su gran destino, pagaría millones para cambiarla. En aquel pergamino le daba la enhorabuena, pero sentía que era de todo menos un logro. Sentía que era una maldición. Sentía la muerte de todos los que había rechazado sobre sus hombros. De ahí, que mientras miraba el infinito mar, su pensamiento en bucle fuese: "Puto sireno, maldito sireno, en qué follón me ha metido el subnormal ese. No me sabe mal morir si me llevo a ese cabrón violador conmigo".

-Tu madre podrá con todos, Nerea. Estarán bien. Ya verás- su amiga intentó animarla

Sin embargo, no le estaba mintiendo. Su madre podía con todos. No había rival para ella. Ni el dios Poseidón era rival para ella... Hasta que intentó entrenar a su hijo, el cual tenía mucho músculo, pero todo, de mentira.

Ahí se hallaba ella, en su despacho, con todo apartado para entrenar a su hijo en las artes marciales. Tenía que haber visto venir que no tenía ningún equilibro, ninguna concentración ni ninguna elasticidad. De repente, no vio tan claro que fuese buena idea llevarse a su hijo.

-Te lo dije, es una decepción – le comentó el dragón amarillo a Nanami, viendo como Rubén se caía con facilidad

Sin embargo, ella no necesitaba más motivación que esa. Callar de una vez a ese dragón era una gran meta que pensaba conseguir. Sobre todo, porque, o lo conseguía, o hacía lagarto a la plancha.

-Hijo, vamos a hacer una cosa. - empezó a decir Nanami, mientras levantaba a su hijo del suelo. Rubén estaba agotado. Dándose cuenta de que tanto tiempo en el gimnasio sólo le había servido realmente para ligar- ¿Por qué no sujetas un momento esta espada?

Entonces, Nanami empuñó la espada que se había iluminado esa mañana. Se la acercó a su hijo. Rubén, dudoso, la agarró. Una brisa de viento brotó de ella e hizo que el pelo de Rubén se revolviera. No sabía que había pasado, pero de repente, se sentía distinto, muy distinto. Nanami se giró hacia el dragón, satisfecha. Este farfulló que había sido pura suerte. Sin embargo, no lo había sido. Eso significaba que Kuan Kong lo había elegido ya como guerrero, sin necesidad de pruebas ni nada. Había mirado frente a frente a su corazón y había decidido que era digno de sobra. Nanami se lo había jugado todo a una carta. Menos mal que le había salido bien. Si no le hubiese elegido ya... hubiese tenido problemas para hacerlo luego. Después de todo, una buena impresión lo era todo.

Rubén con cuidado, dejó la espada en su sitio y volvió a intentar lo que le habían indicado anteriormente esos dos. Ahora, sí que le salía. Ahora, su cuerpo y su poder le ayudaban. El dragón amarillo se sorprendió, pensando que, finalmente, sí podía valer la pena. Rubén se relajó, finalmente, podría proteger a su hermana si hacía falta.

La que no estaba relajada era Paula. Esta en la cocina, agobiada y sola. Esa era muy mala combinación. Cuando eso pasaba cocinaba y mucho. Cuando digo mucho, digo muchísimos platos a la vez, sin parar ni un momento. Estaba haciendo comida para todo el pueblo. Igualmente, no se le pasaba ese nivel de agobio. Sólo podía ponerse a mirar como los demás entrenaban y se preparaban. Sólo podía hacer cuenta atrás hasta el 13 de Julio. Sólo podía mirar al cuadro de la Virgen del Carmen y rezarle, cada vez que se acordaba. Al menos, que tuvieran fuerzas con su comida, ¿no?

Paula se acordó en la situación tan peligrosa que se encontraba Nerea y casi se le queman las croquetas por ello. Eso era lo que domesticaba a aquel dragón, no podía cagarla. Era su rol en esa tesitura. No podía cagarla.

En ese momento, entró Nerea a la cocina y miró todo a su alrededor. "¿Qué ha montado aquí? ¿Quién se casa?": se preguntó mientras observó a su madre cocinando tanta comida. Se fijo directamente en su madre y se dio cuenta de lo agobiada que estaba. Ella era quién necesitaba ahora el abrazo. Se acercó a ella, y, cuando estaba a punto de abrazarla, Paula la apuntó con la espátula y Nerea se echó para atrás.

-Ni se te ocurra abrazarme, decirme frases reconfortables ni cosas de esas. Tengo una espátula y no duraré en utilizarla.

-Pero, mamá... ¿Estás bien?

-Perfectamente, ¿no ves lo bien que estoy? Anda tráeme romero de la planta para esta lasaña- dijo echando bechamel en un cuenco de horno

- ¿Seguro que no quieres...? - empezó a decir Nerea

- ¡Qué me traigas romero he dicho! - gritó su madre, cual dictadora

Nerea, abrió los ojos de par en par. Sí, Nanami podía ser guerrera de Kuan Kong, pero su madre Paula siempre había sido quién le había dado más miedo cuando se enfadaba. Dio media vuelta y fue lo antes posible a por romero. Sibila se quedó extrañada al ver a su amiga salir así de la cocina, ¿qué estaba pasando?

Mientras Nerea volvió rápidamente para entregarle el romero a su madre, Sibila aprovechó para entrar. Al ver la cocina hasta arriba de comida, se quedó perpleja, pero emocionada. Toda esa comida tenía buena pinta.

- ¿Vamos a hacer una fiesta? ¡Qué bien! ¿En qué ayudo? - comentó Sibila emocionada

Al escuchar esto, Paula se giró con la mayor mirada de odio que os podéis imaginar. Por poco no transformó a Sibila en piedra. Nerea movió los brazos, indicándole a su amiga que parase y que huyese ella que podía. Sin embargo, ella no podía ni moverse.

- ¿Qué fiesta ni qué fiesta? Vamos a comer sólo nosotros. ¡¿No ves que esto es comida sólo para nosotros?!- exclamó Paula, súper a la defensiva

Nerea le indico a su amiga que asintiera y se fuese de allí. En cambio, Sibila quería aportar más. Respiró hondo, para poder enfrentarse a esa situación.

-Perfecto. ¿Me podrías avisar para poner la mesa cuando ya esté listo? – preguntó Sibila, con la mayor de sus sonrisas

-Me parece bien- le contestó Paula, intentando dejar a un lado su tono borde – Aprende, Nerea. ¡Hay que ofrecerse a poner la mesa!

-Sí, mamá- asintió Nerea, como si su madre fuese una capitana del ejército

Paula intentó dejar a un lado su tono borde, que lo intentase, no significaba que lo consiguiese. De hecho, no lo hizo. Ambas amigas aprovecharon para salir de ahí. No quería ver esa comida hasta que no fuese necesario.

Unas horas más tarde, estaban sentados todos en el porche, con una mesa perfectamente puesta y llena de comida delante. Estaba tan llena de comida que, Sibila, que solía hacer ayuno intermitente por las noches, no sabía como huir. Cuando creía que había conseguido despistar, una Paula con una amplia sonrisa, le acercaba un plato de comida.

-¿Qué tal? ¿No está bueno? – le preguntó Paula, con una sonrisa muy dulce que escondía una gran maldad

-Sí, está buenísimo. Es que, no me cabe... más... -empezó a decir Sibila

Entonces, se dio cuenta que Paula la miraba con odio y que todos la miraban asustados. Empezó a devorar lo que le había ofrecido, sin pensar en que iba a explotar. Paula volvió a sentirse satisfecha. No podía luchar, pero al menos podía llenarles la tripa con sus deliciosos manjares. Sin embargo, lo que no sabía es que Sibila no cenaba porque cuando lo hacía... era sonámbula. Esa noche iba a estar divertida.

El dragón amarillo devoraba las croquetas, aunque los demás hubiesen llegado a su límite hacía tiempo. Nerea y Rubén habían aprendido a echarse poco a poco vino para despistar sobre que ya no estaban comiendo. Nanami, le piropeaba a su mujer por la comida, aunque realmente hubiese probado solo la mitad, conocía de sobra la gran habilidad de su mujer. Paula los miraba feliz, contenta consigo misma. Poco a poco, empezaron a tener una conversación amena, entretenida. Eran felices en aquel momento, como si nada hubiese pasado. Entonces, el dragón amarillo, estropeó el momento.

-Nerea, mañana entrenaremos en la playa, contactando con el mar. Nuestro entrenamiento empezará con el alba

Nerea se quedó pensando en lo que le había dicho. ¿Con el alba? Eso sonaba muy bien... como de película... ¿A qué hora era exactamente eso? Sacó su teléfono para comprobarlo: 6:30. Su entrenamiento iba a empezar más temprano que a la hora que volvía ella de fiesta. Eso no le parecía nada bien.

-¿No es, un poco, temprano? – preguntó en chino al dragón, mientras tomaba un sorbo a la copa de vino

-Hija, los entrenamientos debes tomártelos en serio. Es una hora perfecta, de hecho, tu hermano y yo empezaremos el entrenamiento a la misma hora- contestó Nanami, bastante firme

Entonces, Rubén abrió los ojos de par en par. A esa hora era cuando huía de la casa de sus respectivas amantes. Era muy temprano para él para entrenar. Sin embargo, algo le decía que no tenía opción, así que optó por tomarse la copa de vino que llevaba en la mano, por si así lo asimilaba mejor. Paula no entendía nada, pero pensó que eran una familia muy feliz que se entendía muy bien. Es lo que pasa cuando no entiendes un idioma.

Unas pocas horas más tarde, Nerea y Sibila estaban en pijama en la habitación de Nerea. Habían sacado el colchón de invitados. Sibila miró a su amiga, intentando asimilar lo que había pasado en ese alocado día.

-Nerea, tengo algo que contarte- le empezó a decir Sibila, ella la escuchó atentamente – Cuando ceno, puede que sea sonámbula

-¿Cómo que puede? – le preguntó su amiga

-Sí, hace tiempo que no me pasa, pero quiero que lo sepas por si acaso.

-Bueno, si pasa, haré lo posible para que no saltes por la ventana- bromeó Nerea

-Eso sería todo un detalle- le siguió la broma Sibila y ambas amigas empezaron a reírse, como si no pasase nada

Horas más tarde, en mitad de la noche. Nerea descubrió que Sibila no bromeaba. Se despertó al ver a su amiga de pie, con los ojos en blanco, señalando las estrellas. Ella se levantó, sin saber muy bien que hacer. No tenía que despertarla, pero... ¿y si saltaba de verdad por la ventana? Cuando Nerea creía que no podía estar más confundida, Sibila empezó a narrar lo siguiente:

"Los dioses, el final.

Venganza, no vayas.

Mortales, erramos.

¿Por qué buscándote están?

Juicio final, quieren.

Mortales, no quieren.

Nerea, hija de deidad,

protege al mortal.

Salva a tu perdido,

que te ha querido.

Solo tú, nos darás,

nuestro feliz final."

Tras decir esto, volvió a la cama como si nada y se volvió a dormir, como si nada hubiese pasado. Nerea se quedó mirándola, extrañada. Tras intentar asimilar esa situación varios minutos, su única conclusión fue gritar:

-¡Hay que joderse!

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