
Capítulo 18
Hacía unos doce años, Adaego se encontraba en una iglesia. La luz triste de Inglaterra pasaba por las vidrieras, iluminando todo de una forma realmente impactante. Ella no era creyente, pero buscaba un milagro. Buscaba una respuesta. Buscaba un dios al que rezar, al que culpar y al que consultar. Su familia la había mandado a estudiar a Inglaterra, lejos de su pueblo, lejos de quién era. Necesitaba culpar a algo más por aquello, por sentirse tan distinta, tan perdida en aquel frío lugar.
Mientras observaba las vidrieras, en búsqueda de aquel dios, empezó a escuchar a una mujer pidiendo ayuda. No hablaba inglés. Hablaba, de hecho, su lengua materna. Ella se giró, ilusionada al oír el idioma que le recordaba a su hogar.
Se acercó a aquella mujer que tan sólo estaba pidiendo ayuda para encontrar la parada de autobús. La acompañó hasta ella. La mujer era bastante interesante, tenía unos sesenta años y su hijo había conseguido traerla después de tener un trabajo allí. Estaba ilusionada por el cambio, pero apenada por no entender nada. Adaego, en ese corto tiempo, le intentó explicar lo básico para sobrevivir.
Finalmente, el autobús que la mujer esperaba llegó. Antes de montarse, como agradecimiento, le dio a Adaego un amuleto. Una pequeña figura Orungán. Mientras la mujer entraba al autobús, Adaego se quedó observando el amuleto, preguntándose si aquel era el dios que estaba buscando. Metió su mano en la mochila y sacó otra figura, otro dios de la religión yoruba. El dios Changó. La figura que le había dado su madre, diciendo que le rezaría todos los días para que él le protegiera. "No sé si podrías escucharlos antes, pero ahora sí podrás": comentó aquella mujer, con una amplia sonrisa. Adaego la miró extrañada, pero cuando iba a contestar, el autobús ya se había ido. Al día siguiente, como indicó aquella mujer... Empezó a escuchar las voces de aquellos dos dioses cuando estaba en estado de trance o conectando con la naturaleza.
Después de aquello y siguiendo sus indicaciones, se dio cuenta que, ayudando a los suyos, volvía a sentir la calidez de su hogar. De ahí, empezó una trayectoria que le llevó a aquel puesto de traductora diplomática, a aquella relación con un hombre mayor que ella pero que no le importaba, a aquella mirada que ocultaba rabia por parte de su cuñada y a aquella chica con pelo rizado, que la miraba con interés y alegría.
Estaban sentados en la terraza, con vistas a la playa Amarilla de Águilas y al peñón de Isla del Fraile. Por un lado, estaban su amado y ella, por otro, enfrente, Paula y Sibila. Como si estuvieran enfrentados. Como si en la siguiente conversación, se viniese una guerra.
—Hemos venido porque necesitamos ayuda. Tu ayuda, Adaego — indicó Paula, con firmeza
Adaego se emocionó por un momento. Sentía que al fin conseguiría el afecto de su cuñada. Sin embargo, ahí se presentaron esos dos dioses que la cuidaban desde el día siguiente de dejar a aquella mujer en la parada de bus. Ella no podía verlos y si no estaba en estado de trance, le era difícil escucharlos con claridad. Sin embargo, eso no le pasaba a Sibila, la cual dio un bote al verlos.
¿Cómo no asustarse? Orungán era un hombre de raza negra, suavemente fornido, vestido de una forma sumamente llamativa y extraña para ella. Changó, era un ser hermafrodita, con los pechos cortados, vestido como un guerrero procedente de la prehistoria africana, con tonos llamativos y con una espada, una pluma, un cáliz, un rayo y una rama de olivo grabados en la tela. Además, una espada y un hacha de doble filo estaban atadas a tu espalda. No era de raza negra, sino una mezcla entre todas las razas existentes. ¿Quién se encuentra a esas dos orishas de repente y no se asusta?
— ¿Qué ayuda? Tenemos que centrarnos en los juegos. No me fío de los dioses griegos — comentó Orungán.
— ¿Cómo qué centrarnos en los juegos? ¿También participáis? — preguntó Sibila, metiéndose donde no la llevaban
En ese momento, fueron ellos dos quienes dieron un bote, al darse cuenta de que Sibila los veía y escuchaba a la perfección. Los demás no entendieron nada, al no poder verlos. Aunque Adaego, si pudo oírlos. Abrió los ojos como platos, viendo que era momento de desvelar el secreto que había ocultado a su amado todo ese tiempo, fingiendo que tenía que trabajar mucho.
—Sí, soy la elegida de aire — confesó. Las dos orishas se llevaron las manos a la cabeza.
Paula y Sibila abrieron los ojos como platos, sin saber cómo asimilar aquello. Eso era mucho más de lo que Paula esperaba encontrar. Un esperaba encontrar a la contrincante de su hija.
—Nerea es la de agua — confesó Paula, sin pensarlo mucho. De hecho, en cuanto lo dijo, se arrepintió
— ¿De qué estáis hablando? ¿Qué pasa aquí? — preguntó el hermano de Paula, sumamente perdido. Intentando ubicarse.
Mientras le explicaban lo que estaba pasando, a varios kilómetros de allí. Rubén se sentaba, agotado tras su entrenamiento. Su madre le acercó un poco de agua. Él, sin pensárselo dos veces, se quitó la camiseta y bebió de forma sumamente bruta, haciendo que bastante de aquella agua saliera de su boca y cayese por su cuerpo musculoso y sudoroso tras el entrenamiento. Si Sibila había dado un bote al ver aquellos orishas, si hubiese visto esto...
—Buen entrenamiento, hijo. Estamos consiguiendo grandes avances.
Rubén sintió una gran felicidad al escuchar aquello, esas palabras viniendo de su madre significaban mucho.
—Mamá, últimamente he estado pensando una cosa. En los juegos, se presentan por elementos, ¿no? ¿Qué elementos somos nosotros? ¿Somos también agua y por eso podemos participar?
—No, de hecho, nosotros dos somos de tierra. Tú eres virgo y yo, capricornio. De todas maneras, nosotros no tenemos poderes...
— ¿Y el dragón? ¿Representa al menos el agua? — preguntó Rubén con curiosidad
—No, tampoco. Representa la tierra. Creo que por eso ha velado por ti tanto tiempo. ¿Un poco más de agua? — contestó su madre como si nada
Así era su madre cuando se ponía decidida con algo, dejaba a un lado toda emoción, algo que para Rubén era imposible. De hecho, parpadeó varias veces, confuso.
— ¿Y los demás llevarán también seres así? ¿De otros elementos? ¿No hace que no tenga sentido la competición?
—Hijo, esta competición no tiene nada que ver con saber que elemento es mejor o peor, tiene que ver con quién es el que más vale. Es una lucha de egos en la que nos han metido en contra de nuestra voluntad, que menos que condenar a ese cabrón.
Al fin, Rubén vio una leve emoción en su madre en aquel discurso. La suficiente emoción para levantarse y seguir luchando por demostrar que ellos eran los mejores, que su familia era la mejor... Curioso que se pudiese considerar también parte de la familia a la elegida del aire...
De hecho, ahí estaba mirando su tío con los ojos abiertos de par en par, mirando a su amada, horrorizado, mientras contaba cómo fue la elección de Eolo y como había hablado realmente con él, dos veces. Al parecer, un día estaba desayunando tranquilamente en la terraza cuando una bocanada de viento vino y se la llevó. Mientras salía volando, decidió hacerse una con el viento, dejarse fluir por él. En ese momento, empezó a escuchar la voz de Orungán, indicando como fluir por el viento y planear hasta un lugar seguro. Así no hizo. Al sobrevivir, Eolo apareció en el cielo, contándole que era su elegida. Después de aquello, no lo había vuelto a ver, seguramente porque Orungán y Changó se le revelaron y tuvieron una fuerte discusión, o porque así era él, alguien que fluía con el viento, olvidándose de sus obligaciones mientras volaba. La cosa es que no sabía nada de él y lo único que sabía de los juegos, era la carta que recibió sobre estos.
—Cariño... ¿Me estás diciendo que vas a tener que luchar en nombre de los dioses griegos? Eso suena demasiado peligroso... — concluyó el hermano de Paula
—Bueno, José, llevo muchos años haciendo Bartitsu, puedo defenderme. ¡No te preocupes!¡Tantos años en Inglaterra me han enseñado mucho! — le contestó Adaego, sin perder su entusiasmo y positivismo. Sin embargo, su amado no estaba muy por la labor.
— ¿Bartitsu? — preguntó Sibila, interesada
—Sí, es un arte marcial inglés, que consiste en luchar con bastones y paraguas. Es muy práctico, ya que allí siempre se lleva al menos paraguas — dijo Adaego con una amplia sonrisa, como si no le preocupara nada la situación, como si fuera la alegría personalizada.
— ¿Y si no llueve en los juegos? Aprende a usar el hacha, al menos, por favor. Hay que sobrevivir a esto, pequeña... — comentó Changó, resoplando la mala idea que le parecía eso
Sibila, al ver así a Changó, se dio cuenta que estaban haciendo lo mismo que ellos. Hacer todo lo posible para que Adaego sobreviviera y pudiera seguir con su vida. Se sintió identificada con aquellos orishas. Por eso, no dejó pasar la oportunidad.
—Nosotros no queremos que Nerea gane, tampoco. Tan sólo queremos que sobreviva. Podemos unir fuerzas. De hecho, podemos hacer que llueva si hace falta. Nerea irá con Huanglong y dos guerreros de Kuan Kong. Supongo que tus dos acompañantes son Orungán y Changó... — contestó Sibila, con una sonrisa. En ese momento, Changó se dio cuenta de lo útil que sería que esa humana, por alguna razón, le viese.
—Así es... — comentó Adaego, mientras escuchaba con atención
—Además, necesitamos tu ayuda. Sibila es una profeta, pero sólo puede ver el futuro en estado de trance. Queremos que lo controle, ya que puede otorgar alguna pista sobre los juegos, que nos puede venir bien a todos. De hecho, en la casa hay espacio para vosotros, si queréis que entrenemos todos desde ahí. Será un gran tiempo en familia... — sonrió Paula
—Acepta — dijeron los dos orishas a Adaego, lo suficiente alto para asegurarse de que los oía
— ¡Tiempo en familia! ¡Eso suena genial! ¡Vamos! — contestó Adaego emocionada, mirando a su amado, José, con una amplia sonrisa
Entonces, José respiró hondo. No sabía a qué le tenía más miedo, a su hermana si su amada se pasaba de torpe o a perder a Adaego. José había estado toda su vida de relación esporádica a relación esporádica, nunca atándose a nada. Sin embargo, Adaego tenía algo especial que hacía que quisiese estar todo el tiempo posible con ella. No sabía si la diferencia de edad hacía que fuera un joven de nuevo o qué, pero con ella sentía que podía ser el momento de formar la familia que tanto tiempo llevaban pidiendo sus padres y toda la sociedad, en general. Finalmente, tenía más miedo de perderla que a su hermana, y eso, era decir.
—De acuerdo. En los momentos duros la familia debe estar unida, ¿no? — contestó José, con media sonrisa
Como respuesta, Adaego se lanzó a abrazarlo y él sonrió al verlo. En ese momento, al ver a su hermano mirarla de aquella manera, se dio cuenta de que Adaego había venido para quedarse. Por ello, tenía que empezar a hacer que le cayese bien, sí o sí. Después de todo, iban a convivir todos en familia, ¿no?
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