Capítulo 17
A las nueve de la mañana, todos ya estaban listos para partir hacia el aeropuerto, todos menos Katheryn.
-¿Qué tanto se quedaron haciendo ustedes dos?—preguntó Heidi con los ojos en rendijas.
-Estuvimos charlando. —Espetó Ethan. —si hubiésemos hecho obscenidades, yo también seguiría dormido.
-Pero siempre uno de los dos se despierta antes, eh. —agregó Luke, riéndose.
Ethan no pudo contra Luke y rió también.
El detalle estaba en qué Katheryn seguía dormida, Heidi acababa de preguntar sobre algún vuelvo directo a Estocolmo, la capital de Suecia.
Dejaron que ella durmiera un poco más.
Horas más tarde, todo ya estaba arreglado. Heidi logró conseguir un vuelo de clase turista que llegaba directo a Estocolmo, el vuelto era de varias horas y el avión estaba programado para despegar a las seis de la tarde. Eran las doce del día. Katheryn aun dormía.
-Presiento que ella está en algún tipo de trance como ayer. —dijo Luke, mirándola.
-Ni lo digas. —Musitó Ethan, se levantó del suelo, donde había estado revisando su teléfono y se acercó a Katheryn. — ¡Florecilla, levántate!
La zarandeó por los hombros, pero a cambio recibió un gruñido de parte de ella y una patada llena de fuerza directo en las costillas que lo dejó sin aire durante unos segundos.
-¿Estás bien?—le preguntó Heidi, sorprendida.
-Sí. . .—aun necesitaba algo de aire para hablar. —estoy bien.
-Tal parece que ella tiene más fuerza que tú. —se burló Luke.
-La dejaremos dormir lo que desee. —Informó Ethan. —mientras que ella despierta, hay que contactar a Paul.
-Por lo que yo sé, él está en Estocolmo viviendo en la Catedral más antigua del país.
-¿En la Catedral de San Nicolás?
-Sí, ahí.
-Pues no perdemos nada con telefonear a esa iglesia.
-Allá de seguro ya es de noche.
-Si él está ahí, va a responder.
-¿Cómo conseguiremos el numero?—Luke hizo una pregunta importante. Ninguno de los dos se había puesto a pensar en eso.
-Iré a un cibercafé y buscaré si hay algún número. —dijo Heidi.
-Iremos todos. —alardeó Ethan. —Katheryn quedará aquí. Andando.
Los tres salieron de la habitación, pero antes de salir, Ethan le dio un beso en la mejilla a Katheryn. Luke iba a empezar a reírse pero se detuvo al ver los ojos gélidos de Ethan, se encogió de hombros y abrazó a Heidi.
Salieron del hotel en busca de información.
Katheryn estaba sumida en un sueño tranquilo. Estaba en la nada. No soñaba nada. Solo estaba ahí, relajada. La noche anterior no pudo pegar los ojos por dos simples razones: la primera, porque había dormido toda la tarde y no tenía ganas de dormir, y la segunda, porque estaba compartiendo la cama con Ethan.
No supo a qué horas fue que se quedó dormida. En toda la noche se dedicó a contemplar a Ethan dormido, su respiración se acoplaba al ritmo de su corazón. Los labios de él estaban curvados ligeramente hacia arriba, tal vez él tampoco dormía y estaba disfrutando de los ojos grisáceos de ella mirándolo en la oscuridad.
Pero ahora era pasada las doce del día y seguía relajada en la cama del hotel. No tenía ánimos de despertarse. Pero por razones ilógicas, sus ojos se abrieron de repente.
Todo a su alrededor estaba como el día anterior, pero a su lado ya no estaba Ethan. Estaba sola.
Se estiró sobre la cama y bostezó todo lo que quiso. Se talló los ojos y miró tres mochilas recargadas en la pared. —Heidi y Luke estuvieron aquí—pensó.
Le dio igual el paradero de los tres. Sabía que estaban fuera y que volverían después por ella. Lo que Katheryn deseaba era desayunar—comer. Sus intestinos rugían como un animal enfurecido queriendo salir y asesinar personas.
Estiró la mano y atrajo su mochila sobre sus piernas. Sacó una mudada de ropa que había logrado rescatar de su casa y la dejó sobre la cama. Fue al sanitario, se lavó los dientes e hizo sus necesidades. Esperó unos minutos a qué se le pasara el sueño y entró a la regadera. Se despojó de su pijama y entró justo debajo del chorro de agua que emanaba de la regadera, el agua estaba tibia y no había necesidad de calentarla.
Mientras el agua le lavaba el cuerpo, recordó que dos noches atrás ella se había masturbado pensando en Ethan. El recuerdo la hizo ruborizarse. No podía sacar de su cabeza a Ethan, él la había visto de la cintura para arriba sin ropa en la noche anterior y ahora era su turno de ella verlo tal y como Dios lo trajo al mundo.
Una risita perversa escapó de sus labios mientras lo imaginaba desnudo.
Y por segunda vez en su vida, se masturbó pensando en él.
No fue tan fácil conseguir el número de la Catedral de San Nicolás en Estocolmo. Heidi tuvo que hacer presente su experiencia en la informática para poder ingresar a la página oficial de la iglesia.
-¡Ya tenemos el número!—exclamó Luke, todas las personas que ocupaban las demás máquinas los voltearon a ver enfadados. Ethan resopló y Heidi continuó navegando en la red.
-¿Traen donde anotar? El número es este. —lo dictó en voz baja, Ethan lo anotó con rapidez en su teléfono.
-Llamaré justo ahora, no hablen. —dijo, poniendo el teléfono en su oreja. Heidi y Luke lo observaban en silencio.
Sin embargo, nadie contestó. Lo intentó siete veces más y las siete veces nadie cogió la llamada.
-Nadie responde.
-¿Qué hacemos? Son apenas la una de la tarde, tenemos cinco horas para pensar antes de irnos.
-Luke, si supiera que hacer, no estaría aquí esperando a que un milagro se presenciara. —dijo Ethan de malhumor. —mejor ve a pagar lo del tiempo que estuvimos aquí y vámonos. Katheryn de seguro ya despertó.
A paso ligero, volvieron al hotel en busca de Katheryn.
Se escuchaba voces adentro, una era de Katheryn—sin duda—y la otra era muy familiar para ellos. Ethan sintió ganas de vomitar.
La puerta estaba abierta, con solo empujarla se abrió. Los tres se quedaron lívidos al ver a la persona que estaba charlando con Katheryn.
-¿Qué haces aquí? ¡Lárgate antes de que te mate!—gruñó Ethan justo antes de golpearlo.
-Hola Ethan, Hola Luke, Hola Heidi. —respondió la persona. Era otro elegido. Sus ojos azules y rasgados brillaron junto con su sonrisa.
-Christian, ¿Qué demonios estás haciendo aquí?—preguntó Heidi. Luke aprovechó para sujetar a Ethan del brazo.
-Estaba aburrido. Gabriela vino conmigo y está en el baño. –dijo, sonriendo aún más. Sus rasgos asiáticos lo hacían lucir adorable.
-Pensé que los elegidos estaban regados por el mundo. —dijo Katheryn, por primera vez.
-Ya sabes que no.
-¿Te envió Palmer?—rugió Ethan. — ¡Suéltame, Luke!
-Sí tratas de golpearlo, te llevaré a donde llevé a Ben y no te gustará.
Ethan apretó los puños y miró de nuevo a Christian.
-Habla. —le ordenó.
-No.
-¿Estás seguro?—preguntó Heidi.
-Seguro. Ella está furiosa y Gabriela y yo nos largamos. —bufó. —es tedioso escuchar sus estupideces. Pensamos que Katheryn era una perra por lo que Palmer nos dijo pero para nuestra sorpresa, ella es genial—le regaló una grata sonrisa a Katheryn y ella le devolvió el gesto. Ethan gruñó.
Unos pasos indecisos y frustrantes se escucharon desde el sanitario, una chica de igual apariencia que todos, salió dando tropezones con sus propios pies. Al ver a los tres elegidos con cara de póquer, se precipitó y los abrazó a todos.
-¡Me alegra verlos!—chilló, alegre.
-Por favor, váyanse de aquí. —rogó Ethan, mirando a Katheryn. —Florecilla...
-Dijeron que no querían hacerme daño y les creo. —dijo ella, encogiéndose de hombros.
-Ethan, nosotros no queremos pelear. —dijo Christian, con una sonrisa triste. —solo vinimos a conocerla y a despedirnos.
-¿Despedirse? ¿De qué?—dijo Luke.
-Nos esconderemos, tendremos nuestra vida aparte. —agregó Gabriela. —así que de todo corazón les digo: cuídense. Pase lo que pase, no se separen.
-Si nos necesitan para algo, no duden en hablarnos, Heidi ya sabe cómo hablar con Gabriela.
-Ya sabes, busca un ave, cual sea y dile lo que tengas que decirme. El ave sabrá que hacer para decírmelo.
Heidi asintió.
-¿A dónde se van?—preguntó Katheryn. —apenas llegaron.
-Iremos por ahí, tal vez en arabia o el Líbano. —Christian suspiró y le acarició la cabeza a Katheryn. —gusto en conocerte, Elegida.
Dicho eso, un aire sorprendente envolvió toda la habitación. La melena de Katheryn y de Heidi se alborotó, la puerta se cerró de golpe. Katheryn se percató que Christian ya no estaba y Gabriela seguía ahí parada, junto a ellos.
-Adiós, los veré pronto. —sonrió. Y en un segundo, su cuerpo se fue achicando. De sus brazos salieron plumas, y su boca se trasformó en pico. Segundos más tarde, había una gigantesca águila. De una de las ventanas, emprendió el vuelo y desapareció entre las nubes.
Por unos segundos ninguno de los cuatro dijo nada. Se mantuvieron en silencio, mirándose entre sí.
-¿Qué tiempo tenían aquí cuando vinimos?—preguntó Ethan, sentándose junto a ella.
-Creo que veinte minutos. —respondió. Se acomodó algunos mechones húmedos detrás de su oreja.
Recordó que cuando ella había terminado de ducharse, salió con la bata de baño dispuesta a cambiarse, sus ojos grisáceos vieron un pequeño gatito sobre la cama mirándola. Ella intentó cogerlo pero el gatito rodó por la cama y se mantuvo debajo. Katheryn frunció el ceño y se cambió enseguida para luego buscar al gatito con más calma. Minutos después, ella se tiró al suelo en busca del gato pero el animal ya no estaba.
Se sentó sobre la cama y por poco le dio un infarto: un gran tigre de bengala estaba sentado detrás de ella. Katheryn ahogó un grito y antes de correr hacia la puerta, se topó con unos ojos azules rasgados. Era un chico de la misma apariencia que ella solo que de origen asiático. Él le sonreía.
-¿Por qué corres? Gabriela solo está jugando. —le dijo él, ampliando su sonrisa.
-¿Qué?
-¡Hola!—una voz femenina le gritó al oído. Ella saltó del susto.
-¿Quiénes son?—exclamó.
-Me llamo Christian Nakamura. —inclinó la cabeza hacia adelante. No había duda que el chico era japonés o chino. —y ella es Gabriela Fuentes.
Katheryn se dio la vuelta y se encontró con una chica igual a ella. Solo que sus rasgos eran latinos a pesar de tener la tez blanca como la porcelana.
-Yo era el gatito tierno y el tigre. Lo siento por asustarte, solo estaba jugando. —rió.
Katheryn sonrió al recordar a Gabriela.
Ethan llevaba hablándole durante seis minutos. Y ella solo asentía sin escucharlo.
-Ella no te está poniendo atención. Está recordando cuando Gabriela y Christian irrumpieron en la habitación. —le informó Heidi, mientras guardaba sus cosas.
-¡Florecilla, mírame!
Ella parpadeó y volvió el rostro para verlo. Le dedicó la sombra de una sonrisa y se levantó de la cama.
-¿A dónde vas?
-No lo sé. Me duele la cabeza.
-Te acompaño. —estaba por levantarse pero ella se lo impidió.
-No quiero que vengas. Quiero estar sola.
-Pero...
-Por favor. —repitió.
-Está bien. Solo que a las cinco ya debes estar aquí.
-No lo olvidaré.
Se inclinó al suelo y de su mochila sacó su cartera. Luke estaba fisgoneando las cosas de Ethan y en cuanto Katheryn pasó por su lado, dejó las cosas tiradas llenó de pena pero a ella ni si quiera le interesaba lo que estaba haciendo.
Con paso seguro, abrió la puerta y salió, luego la cerró detrás de ella.
-¿Qué le ocurre?—preguntó Luke.
-No tengo idea. Pero le prometí no ir detrás de ella. —bufó Ethan. —así que hay que arreglar todo esto.
Katheryn salió del hotel y pidió un taxi. Tenía en mente ir a Central Park y respirar aire fresco. Dentro de pocas horas estaría en Suecia y todo quedaría resuelto.
Su estómago le seguía gruñendo, protestando de comida. Al llegar al parque, encontró un carrito donde vendían hot dogs, se aproximó con paso rápido y se compró dos. Se los devoró en un minuto. Por suerte, el encargado también vendía sodas y compró una.
Le dio las gracias y se encaminó al centro del parque, donde los arboles cubrían a las personas del radiante sol.
Estar ella caminando en aquella ciudad donde un siglo y medio atrás había nacido y vivido, le dio ganas de llorar. Sus pequeños hermanos habían sufrido tanto con el rayo y ella no pudo evitarlo.
-¡Charlie! ¡Jack! ¡Lo siento tanto, chicos!—gritó con todas sus fuerzas. Lágrimas amargas y espesas brotaron de sus ojos.
Las personas que pasaban junto a ella, se alejaban sin chistar. Tal vez pensaban que estaba loca y sí que lo estaba.
Estaba loca de impotencia y de no saber qué hacer ante su pasado y sus recuerdos dolorosos que llevaba clavados hasta lo más profundo de su ser.
-Katheryn, ¿Por qué lloras?
Katheryn apretó los labios y negó con la cabeza. Sintió los cálidos brazos de Gabriela sobre ella.
-Por qué extraño a mis hermanos.
-¿Naciste aquí en Nueva York?
-Sí.
-¡Lo siento tanto! Es duro, lo sé. —la abrazó más fuerte.
-No te preocupes, estoy bien. —intentó sonreír.
-No, no lo estás. —Gabriela la condujo hasta una silla metálica y las dos se sentaron.
Durante tres minutos, permanecieron en total silencio. A pesar de que Katheryn apenas la conocía de minutos, Gabriela le inspiraba confianza. Y le llamaba tanto la atención su genuino acento latino.
-No puedo irme si estás así.
-Tienes que hacerlo. Christian estará solo.
-Al diablo con él, puede cuidarse solo. —Embozó una sonrisa contagiosa. —quiero saber más de ti, Katheryn. Saber tus gustos, hobbies y demás.
-¿Por qué? apenas nos conocemos. —alargó su mano y se frotó las lágrimas secas de sus mejillas. Sus grisáceos ojos no se despegaban de Gabriela.
-A todos los elegidos los conozco a la perfección, solo faltas tú. —le pasó un par de veces la mano sobre su largo cabello con mechones plateados de Katheryn.
-¿Qué te puedo decir? Casi no tengo hobbies.
-Lo que sea. El animal que te gusta, algún deporte, cualquier cosa. —insistió, sin dejar de sonreír.
-Mi animal favorito es el León y me gusta el baloncesto aunque no lo practique. Solo me gusta verlo por la televisión. —se encogió de hombros.
-¿Solo eso?—Gabriela frunció la nariz.
Katheryn asintió con vaguedad.
Gabriela silbó y junto con el aire sacudió su melena negra con cabellos blancos, lo cual la hizo despeinarse más.
-¿Sabes? Aquí entre nos te diré algo. —le susurró al oído de Katheryn. Las personas que iban pasando, las miraban con admiración. No era de todos los días ver a dos personas casi idénticas pero diferentes a la vez, conversando sospechosamente en el parque.
-Si a mí me hubieran dado a elegir entre ser elegida o morir, —prosiguió—hubiese preferido la muerte mil veces. Tal vez pienses que estoy loca pero es la verdad. Nuestro destino es una gran mierda, Katheryn. Estamos destinados a sufrir y a morir en cuanto menos lo esperemos.
Sin embargo, Katheryn estuvo totalmente de acuerdo con ella.
Una hora más tarde, Gabriela en forma de un gusano, acompañó a Katheryn hasta el hotel. En la puerta de la entrada del gran edificio estaba Luke, recargado en la pared charlando con una anciana. Al parecer la anciana vendía alguna cosa porque tenía unos grandes cestos en sus brazos, a los que Luke no le quitaba los ojos de encima.
-Adiós, Katheryn. —le susurró Gabriela antes de transformarse en un colibrí.
-Adiós, Gaby. —respondió ella, mirando como Gabriela se alejaba volando con rapidez.
Volvió la cabeza para ver a Luke y lo vio riéndose alegremente con la anciana.
-Hola. —Lo saludó, y miró a la anciana, esta le devolvió la mirada pero algo enfadada. —adiós. . .
-Hey, ¿A dónde vas?—Luke fue detrás de ella dejando a la anciana en la puerta.
-No quiero arruinar tu súper ligue. —se burló.
-¡Joder, Katheryn!—bramó, sonrojado. —no es mi ligue. Solo quiero comprar fresas.
-Te creo. —rió. —iré a ver a Ethan.
-Eh, no está.
-¿A dónde fue?
-Salió hace un rato con Heidi. —se retorció las manos manchadas de fresas.
-¿Se llevaron el matiz?—se acercó a él con los labios apretados.
-No tengo idea. Me estaba dando una ducha y ellos me gritaron que iban a salir. Y justo ahora salí a buscarlos pero me entretuve con la anciana vende-fresas-exquisitas.
-Uhm.
-¿Y tú, a dónde fuiste? Tardaste una hora. —se cruzó de brazos.
-Fui a Central Park. Y me compré una soda y dos hot dogs.
-¿Qué? ¡Por qué rayos no me dijiste! Son las dos de la tarde y no he comido nada, salvo unas fresas. —se relamió un dedo con tristeza fingida.
-¿Quieres ir por uno? Tal vez cuando regresemos, ellos ya están aquí.
-Por supuesto. —Se frotó el estómago. —vamos.
Katheryn regresó de nuevo a Central Park con Luke. Pero por desgracia, el carrito que vendía los hot dogs ya no estaba por ningún lado. Luke resopló indignado, pero luego localizó un restaurant de comida extra rápida para comer.
-Que exageración, ¿Quién le pone a su restaurant “Comida extra-rápida”? no creo que la comida esté en tres segundos. —dijo Luke, fisgoneando todo el lugar con sus ojos azules. Desde que habían llegado a Nueva York, Heidi ya no quiso transformar a nadie más, así que los cuatro se parecían. Luke y Katheryn parecían hermanos o novios con el mismo look.
-Deberías de estar feliz de que no te harán esperar. —se sentaron a la mesa.
Olor a smog y a humo. Heidi mantenía el rostro cubierto con un pañuelo y Ethan apretaba los labios para no dejar entrar aquel asqueroso aire contaminado a sus pulmones.
Los dos se dirigían al supermercado. Pero el tráfico a esas horas estaba a reventar. Todos los padres de familia iban por sus hijos a la escuela. Los adolescentes salían de sus clases de universidad o algunos se iban a otras clases extras. Aquel aquelarre tenía a Ethan de peor humor que antes.
-Podrías bajar y correr hasta el súper, regresar antes de unos diez minutos, aquí te espero. —le sugirió Heidi, sonriendo.
-No.
-Deberías hacerlo, me estoy asando con este calor. —abrió su ventanilla y sacó la cabeza para respirar, pero el aire estaba impregnado de basura. Tosió un par de veces y metió de nuevo la cabeza.
Ethan mantenía los dedos puestos en el volante, de su frente, cuello y axilas, emanaba su sudor corporal sin descanso. Su playera al estilo hawaiana estaba empapada, y eso que se había dado una segunda ducha antes de salir.
Y Heidi tenía su blusa echa un desastre, y su cabello parecía una escoba mojada y recién exprimida.
-¿Quieres que corra, compre y vuelva corriendo antes de los diez minutos?—preguntó él, riéndose.
-Sé qué no eres Nakamura, pero debes intentarlo. —bromeó.
-Christian debió de hacernos este favor. —resopló y los cabellos que tenía pegados a su frente se levantaron levemente.
-¡Toca las bocinas! El semáforo está en verde. —arrojó el pañuelo a sus pies.
La bocina del matiz resonó una, dos, tres, cuatro, cinco veces seguidas, pero nadie se movió. Aquello les llevaría una eternidad cruzar.
De regreso al hotel, Luke ya estaba sonriente. Tenía el estómago lleno a reventar y la anciana de las fresas seguía en las puertas de hotel esperándolo a él con una gran sonrisa que dejaba ver sus pocos dientes que le quedaba.
-Lo siento, guapa. Pero ya no quiero fresas. —le dijo él, pasando junto a ella. Katheryn negó con la cabeza y se adelantó.
-Soy yo, pedazo de bazofia. —gruñó la anciana, sus ojos que eran cafés se fueron haciendo azules. Aquellos ojos se hicieron perversos, Luke dio tres pasos atrás. Era Palmer.
-¿Qué demonios. . .? ¿Palmer? ¿Pero, como?—su rostro estaba lívido y le dio gracias a Dios que Katheryn había subido a la habitación.
-No tengo bastante tiempo. Encontré un libro antiguo de brujería y heme aquí en el cuerpo lánguido de una anciana. Soy un espejismo. —le sonrió. —yo solo quiero advertirte una cosa: Sé a dónde se dirigen, irán a Suecia con Paul. Intentarán buscar a Juno Weber aunque saben que ella está más muerta que la carrera de Madonna y eso no les servirá de nada.
-¿Y el punto es...?
-El punto es: Qué yo estaré esperándolos en Suecia. Así que ustedes deciden, me entregan a Katheryn Levis o...
-¿O qué?—la desafió.
-O ustedes morirán en su lugar.
Mediante un segundo, los dos se quedaron viendo fijamente. Luego, la anciana parpadeó un par de veces y sus ojos volvieron a la normalidad.
-¿Desea unas fresas, jovencito?—le preguntó a Luke.
-No, gracias.
Se dio la vuelta y salió de nuevo a la calle en busca de Ethan.
Katheryn miró correr a Luke desde lo alto de su habitación. Luke iba corriendo entre las calles como un demente. Ahora de nuevo se encontraba sola, sin Luke, sin Heidi y sin Ethan.
Estaba por sentarse en el suelo y fisgonear la mochila de Heidi, cuando la melodía del teléfono de Ethan comenzó a sonar a todo volumen. Katheryn lo buscó y lo encontró debajo de la cama.
Sus ojos grises miraron aquel nombre que aparecía en la pantalla: Clara.
Tragó saliva tres veces y se mordió los labios, indecisa.
El teléfono sonó centenares de veces más pero Katheryn no respondió.
Luego la melodía de mensaje sonó. Era de Clara, por supuesto.
El mensaje decía:
“Ethan, por favor. Contesta, quiero hablar con Katheryn. Es urgente. Brenton ya despertó pero el accidente le ha dejado secuelas, no puede hablar y tampoco mover la mitad de su cuerpo. Le dio parálisis. Por favor, dile a Katheryn que la necesito. . .”
El mensaje le partió el corazón, quería estar con su amiga en esos momentos pero no podía. En unas horas estaría viajando a un país y continente distinto, y lo peor era que estaría más lejos de Clara.
Arrojó el teléfono en algún lugar y se dedicó a abrazar un cojín.
Lloró en silencio, acompañada de su mejor amiga de toda la vida: La soledad.
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